Los poetas árabes se cuentan por millares. Pero obsérvese que, ordinariamente, el europeo ilustrado no podría mencionar un solo bardo árabe, a pesar de que los poetas árabes son tan numerosos como las estrellas del firmamento o como las flores que alegran el jardín del mundo . Sin embargo, entre tanta abundancia, ocurre que para hallar, por ejemplo, un europeo enterado de quién es el primero de los poetas árabes, al menos del período de oro musulmán, hay que acudir a un especialista para que nos diga que fue muy famoso Al Mutanabbi, que vivió entre los años 915 y 965 d.C.; y también lo fue el cínico y genial Abu Nowas ( 806-813).
A pesar de la división política, y lejos de destruir el impulso de la cultura musulmana, los desórdenes sociales la estimularon. Indudablemente, la época de los Abbassi es su Edad de Oro. Cualquiera que haya sido el papel material y cultural desempeñado por las cortes de los príncipes, lo cierto es que, frente a la cultura europea de la época, la cultura musulmana se caracteriza socialmente por una difusión más amplia, ligada al desarrollo urbano y a la fabricación del papel. La mayor parte de los «sabios» eran hombres que tenían un oficio. No había ninguna ciudad, exceptuando las principales, que no contase con una biblioteca o más, y con escuelas y estudiantes dependientes de las mezquitas o de fundaciones privadas, ya que se consideraba que era una obra pía contribuir a extender la ciencia. A lo largo de todo el mundo, se emprendía la búsqueda de los manuscritos que contenían la ciencia y auténticos ejércitos de copistas trabajaban para multiplicarlos. Los waqfs se encargaban de su mantenimiento, igual que los maestros y sus discípulos, muchos de los cuales no disponían de una gran fortuna. El oficio de librero era remunerador. Sin embargo, antes del siglo XI, no hubo en ningún sitio una enseñanza auténticamente oficial, lo que traía consigo una notable diversidad. Los estudiantes, con frecuencia de cierta edad, iban de maestro en maestro, de ciudad en ciudad, para completar su «búsqueda de la ciencia». «Leían bajo» la supervisión de un maestro, o más exactamente, lo escuchaban tomando notas, mientras leía un texto básico y lo comentaba, pata discutirlo después entre ellos. Los que habían superado las pruebas estaban autorizados para transmitir lo que el maestro les había transmitido a ellos. El fin perseguido era llegar a ser omnisciente.
Los letrados y los sabios se encontraban en las audiencias, es decir, en los «salones» de los mecenas. La atmósfera era liberal en extremo, a pesar del ardor de las discusiones. En ningún otro lugar durante la Edad Media, y tampoco más tarde en el mundo musulmán, podremos encontrar un ambiente similar.
En este período, al igual que en los anteriores, no había una separación clara entre la reflexión religiosa y el pensamiento literario o científico. Ciertamente, se distingue entre las ciencias musulmanas y las restantes ciencias, pero apenas se puede encontrar a alguien que no haya cultivado ambas y, de todos modos, los problemas que se planteaban filósofos y sabios incidían necesariamente en el terreno religioso.
En esta época, bajo el poder de la dinastía de los abasidas, el Islam alcanza el máximo esplendor en las ciencias y en las artes, haciendo de Bagdad el centro no sólo político, sino también cultural del califato al que acuden la mayoría de escritores, como el persa Bachchar Ibn Bourd (del 783); Al Bohtori nacido en 820 y muerto en 897; la poetisa Fadhl (del 873), célebre como admirable improvisadora, y otros muchos. Al mismo tiempo se hizo notar la influencia de Persia, con su refinamiento, su elegancia, su cultura, y, fundiéndose con las cualidades árabes, dio por resultado el gran período clásico o Siglo de Oro de la literatura árabe, en el que observamos -en los países conquistados por los musulmanes- un desarrollo progresivo y rápido, pues todos se esfuerzan en aprender la lengua del Islam. Pero muchos no se contentan con esto, sino que también quieren dominarla a la perfección y dominar su literatura. Cuando nos acercamos a la mitad del siglo II de la Hégira (VIII y IX d.C.), nos encontramos con muchos poetas que no son árabes, sino que pertenecen a los pueblos extranjeros dominados por los árabes .
En este período, la producción literaria adquiere un nuevo carácter. Compuesta por una sociedad urbana, está dirigida por primera vez a las poblaciones de estirpe no árabe. Si pasamos revista a los poetas que sobresalieron en esta época, ornato de Bagdad, de los que se enorgullece la civilización islámica, hallaremos que muchos son persas, o bien de origen semita (arameo y nabateo), que conocen la lengua árabe y destacan en la misma, dando lugar a que surjan poetas que rivalicen con los poetas árabes y puedan alcanzar la posición de primerísima figura.
A medida que avanza el siglo II de la Hégira (VIII y IX d.C.), comprobamos que la lengua árabe, restringida al norte de la Península Arábiga, solamente es hablada por tribus de beduinos cuya forma de vida tan agreste es lo más penoso que se pueda describir, aunque más tarde se dulcificó. Esta lengua pudo reunir la literatura de la India, la filosofía de los griegos y la cultura de los persas. Todo esto transcurre en tan poco tiempo que no podemos afirmar que fuera suficiente para transferir estas culturas a una sola lengua, de forma que se transformen estas comunidades en una sola de sentimiento y pensamiento homogéneos, en una sola cultura donde no resalte diferencia alguna .
Pero alejados de Bagdad, brillaban Abu Temmam (del 846), autor de la antología llamada Hamasa (que literalmente significa la fuerza); Al-Mutanabbi (915-965), el poeta famoso de noble entonación en sus versos ampulosos de aspirante a profeta y a rey; Abu Firas al-Harndani, el que muchos consideran creador de un arte ingenioso y sugestivo y cuya corte de Alepo fue un centro de cultura donde brilla también Al-Mutanabbi.
En este período clásico de la literatura árabe, la casida adquiere un carácter cada vez más ceremonial, pues se enriquece de tecnicismos y de artificiosidad persiguiendo la belleza de la metáfora y de los símiles. Éste es el “nuevo estilo”, llamado por los filólogos al-badiâ, que fue adoptado por vez primera con éxito por Bashshar Ibn Burd. Pero su principal exponente es Abu an-Nowas, que se educó en la escuela de Basra y vivió en la corte del gran califa Harun al-Rashid.
Abu an-Nowas (h. 139 – h. 199), alegre y cínico, cantor del vino y de las tabernas, de las danzarinas y de los efebos, de los jardines y de las aguas claras, funde el sentimiento persa del dolor cósmico con la índole pasional de los beduinos. En edad tardía se dedica a la mística componiendo poemas ascéticos.
Muy distinto es su austero contemporáneo Abu al-Âatahiya (h. 748 - h. 825), de personalidad ascética y poeta en una lengua sencilla accesible al pueblo.
Al Mutanabbi (915-965)
Abul Tayyib Ahmad ibn al Hussein, al-Mutanabbi, nació en Cufa (Irak), en el barrio de los Kindíes, en el año 915, el año 303 de la Hégira. Su padre era un humilde aguador, un beduino agobiado por la ciudad, pero descendiente de la orgullosa tribu de los Banu Ju‘fi. Desde niño, Mutanabbi mostró un talento especial para componer versos y recibió la educación más esmerada que la pobreza de su familia permitió. En 927 pasó una larga temporada en el desierto de la Samawa, en donde además de aprender árabe clásico, se "beduinizó" y participó en algunos hechos de armas. Un poco después viviría la gran aventura que deja entrever la soberbia que lo empujaría a buscar en la poesía la expresión más rigurosa y atrevida, y que al final lo perdería. En 933 se interna de nuevo en el desierto y emprende una reescritura poética del Corán . Se finge milagroso y algunos clanes lo siguen.
Abul Tayyib se autoproclama profeta, de ahí el apodo "Mutanabbi" (el que se las da de profeta). La aventura, por supuesto, terminó en la cárcel y sólo la benevolencia de un emir, que atribuyó a la juventud del acusado la descabellada empresa, impidió que Mutanabbi muriera. Tras obtener su libertad, comenzó un frustrante vagabundeo hasta que en 948 llega ante el temido Sayf al-Dawla de Alepo, "Espada del Estado". El valor, la cuna y la generosidad de al-Dawla encontraron su par en el orgullo y el talento de Mutanabbi y se establece así una relación que habría de durar nueve años, nueve años de amistad, guerra, cacerías y luto. Sayf al-Dawla sería reconocido en todo el Islam y a través de los siglos gracias a las odas –llamadas el Saffiyat– que el poeta compuso en su honor. Pero las intrigas de los envidiosos y la falta de astucia de Mutanabbi, cuyo feroz carácter le impedía defenderse de las intrigas, los separaron.
Comenzó entonces un vagabundeo que, después de las glorias que conoció junto al príncipe de Alepo, hubo de ser muy amargo. En septiembre de 957 tuvo que componer un panegírico en honor del visir Kafur de Fostat, en el Cairo Viejo, y la falta de sinceridad es evidente en el poema. Kafur era un esclavo etíope y eunuco, brillante estadista, pero muy distinto del temerario al-Dawla. Después de una agrio ruptura, Mutanabbi se vio obligado a huir, dejando atrás los más ofensivos poemas burlescos, en los que quedan manifiestas la hiel y la rabia.
Hubo de buscar nuevos patronos, ninguno satisfactorio. El poeta, iracundo, ve cómo se repiten los días extenuantes de su juventud, en los que tanto se fatigó buscando un patrono digno de su pluma. En 965, cuando su caravana se acercaba a las puertas de Bagdad, fue sorprendido por los beduinos de la tribu Assad. Mutanabbi y su hijo son acuchillados –se cree que por órdenes de Kafur– y los manuscritos del poeta se pierden en las arenas del desierto.
Abú-l-'Alá' al-Ma'arri (973-1057 ó 1058)
A partir del año 1000, se inicia la llamada segunda época abbási, de franca decadencia literaria. Con el transcurso de los años, la poesía mira cada vez más a la elegancia de la expresión y a ela riqueza del lenguaje mientras que el contenido pierde poco a poco importancia. La aparición insólita e inesperada de un poeta ilustre es la de Abú-l-'Alá' al-Ma'arri (973-1057 ó 1058), del que contamos con dos colecciones: una, Saqt az-land (Chispas del eslabón), recoge las primeras poesías, las menos originales; la otra, Luzumiyat (Obligaciones de lo que no obliga), refleja su desprecio por la vida, cantada con acentos llenos de amargura y escepticismo.
La noche es una novia
Aunque con vestido negro hay tal vez una noche tan hermosa como el alba.
En ella nos precipitamos con alegría cuando se detuvo, inquieta, la Pléyade de estrellas.
La noche es una novia oscura que usa collares de perlas.
Esta noche el sueño huyó de mis párpados tal como lo que tranquiliza se evade del corazón del temeroso.
Se diría que la luna creciente desea la Pléyade y que juntas se abrazan para un primer adiós.
¡Ay, nosotros los náufragos!
¿Cómo podrían salvarnos dos estrellas, que en lo oscuro también han naufragado?
La Quilla de la nave Argos es como la mejilla roja de la amada, como el cuerpo del amante en el amor.
Sus pies estelares se mantienen detrás de él y él está en lo imposible
como el que camina con los tobillos quebrados.
Luego se blanquearon las sienes de la noche
que se alarmó de estar tan desamparada: bajo el azafrán ocultó la aurora .
El camino del sediento
Muchos protegen sus mejillas de los besos
y no saben qué polvo vendrá a apoderarse de ellas.
Otros atan a su cuello todas las desdichas del mundo
y ni siquiera pueden soportar su propio collar.
Puede ser que el sediento que va hacia el manantial sólo encontrará allí la muerte .
Una palabra de eternidad
Me he alejado de los hombres hasta que no hubiera ya ni uno que se dijera mi hermano,
y defendí a mis enemigos al grado de que nadie me vuelva a considerar un enemigo.
La desdicha se me volvió fácil de soportar como si empezara a amarla.
Se diría que soy una palabra en la lengua de la eternidad, una palabra cargada de fines infinitos.
Algunos insisten en que quieren comprenderme, como si machacaran un sentido multiplicado.
Si sólo a mí me dieran el paraíso, detestaría esa soledad celeste.
¡Que las nubes que en todos lados se esparcen no lluevan ni sobre mi tierra ni sobre mí!
viernes, 30 de enero de 2015
miércoles, 21 de enero de 2015
La poesía en el período del emirato y en el califal (711-1031).
Nunca nación alguna se ha criado en suelo más apropiado para la poesía que la de los árabes.Bajo la dinastía de los Omeyas, que fundó Abd-ar-Rahman I y que duró dos siglos después de la caída de su antecesora en Oriente, floreció España hasta tal punto de poder y de esplendor que oscureció a los demás Estados de la Europa de entonces. Con las abundantes fuentes de la riqueza pública, que nacían de la agricultura favorecida por un cuidadoso sistema de irrigación, de la actividad industrial, y del comercio que se extendía por todas las regiones del mundo, la población creció también de un modo portentoso.
Desde el primer instante en que hubo en España una corte mahometana, el arte de la poesía arábiga se encontró allí como en su patria. En el palacio de Abd ar–Rahman, el primer omeya, se celebraban reuniones a las que asistía Hišam, el príncipe heredero, y donde se entretenían los convidados recitando versos, refiriendo leyendas o sucesos históricos, y haciendo panegíricos de hombres distinguidos y de grandes acciones. Siguiendo el ejemplo que había dado en oriente su antepasado Yazid I, los omeyas tuvieron a sueldo poetas de corte, y hubo grandes señores que se complacían en ser protectores muy liberales de los poetas, como Ibrahim, que vivió en Sevilla en 912 bajo el reinado de Abd Allah, y que alcanzó un poder y una riqueza casi regios.
Con el intento de embellecer su capital por todos los medios, a imitación de las ciudades de Oriente, Abd ar–Rahman I empezó en Córdoba la construcción de la gran mezquita que aún sobresale hoy día entre las ruinas de tantas obras maestras del arte arábigo, como una maravilla del mundo. Abd-ar-Rahman puso así los cimientos del esplendor de la ciudad de Córdoba. Al mismo tiempo, edificó una quinta hacia el noroeste de la ciudad, a la que llamó Ruzafa, en conmemoración de una casa de campo cercana a Damasco y perteneciente a su abuelo Hisam. En los jardines que se extendían en torno a este palacio hizo plantar árboles raros de Siria y de otras tierras de Oriente. Los siguientes versos están inspirados por una palma que creció allí, bajo el apacible cielo de Andalucía, como en su patria oriental, y provocó en el alma de Abd-ar–Rahman melancólicos recuerdos del país natal:
Los músicos gozaban de igual favor en la corte y entre el pueblo. Abd ar–Rahman II convidó al cantor Ziryab para que viniese de Bagdad a Córdoba, y le recibió muy afectuosamente y con mil honrosas muestras de estimación, entre ellas una lujosa vivienda en su propio palacio, y diciéndole las condiciones bajo las cuales quería tenerle cerca de sí. Éstas eran en extremo brillantes: Ziryab debía recibir doscientas monedas de oro como presente anual y debía gozar del usufructo de varias casas, campos y jardines, que constituían un capital de catorce mil monedas de oro. Después de haber hecho estos espléndidos ofrecimientos, pidió Abd ar-Rahman al cantor que se dejase oír, y cuando hubo cantado, quedó el califa tan prendado de su habilidad que en adelante no quiso oír cantar a ningún otro. Pronto escogió a Ziryab para que fuese de los que más íntimamente le trataban, y se complacía en hablar con el de poesía, de historia, de artes y de ciencias. El cantor tenía muy extensas nociones de todo: prescindiendo de que sabía de memoria la melodía y letra de diez mil cantares, había estudiado astromonía e historia, y no había nada más instructivo que oírle hablar sobre los diversos países y las costumbres de sus habitantes.
Pero aún más que su gran saber eran admirados su ingenio y su buen gusto. Su canto era tan encantador que se divulgó la creencia de que por las noches venían los genios a visitarle y a enseñarle sus melodías. Vivía Ziryab con un boato de príncipe y siempre que aparecia en las calles lo rodeaban cien esclavos. Del celo con que se estudiaba entonces la música vocal e instrumental dan testimonio no sólo las obras teóricas que se escribieron sobres este arte sino también un gran libro de los cantares andaluces, compuesto para competir con la colección que hizo Alí de Ispahan de los cantares de Oriente.
Desde el primer instante en que hubo en España una corte mahometana, el arte de la poesía arábiga se encontró allí como en su patria. En el palacio de Abd ar–Rahman, el primer omeya, se celebraban reuniones a las que asistía Hišam, el príncipe heredero, y donde se entretenían los convidados recitando versos, refiriendo leyendas o sucesos históricos, y haciendo panegíricos de hombres distinguidos y de grandes acciones. Siguiendo el ejemplo que había dado en oriente su antepasado Yazid I, los omeyas tuvieron a sueldo poetas de corte, y hubo grandes señores que se complacían en ser protectores muy liberales de los poetas, como Ibrahim, que vivió en Sevilla en 912 bajo el reinado de Abd Allah, y que alcanzó un poder y una riqueza casi regios.
Con el intento de embellecer su capital por todos los medios, a imitación de las ciudades de Oriente, Abd ar–Rahman I empezó en Córdoba la construcción de la gran mezquita que aún sobresale hoy día entre las ruinas de tantas obras maestras del arte arábigo, como una maravilla del mundo. Abd-ar-Rahman puso así los cimientos del esplendor de la ciudad de Córdoba. Al mismo tiempo, edificó una quinta hacia el noroeste de la ciudad, a la que llamó Ruzafa, en conmemoración de una casa de campo cercana a Damasco y perteneciente a su abuelo Hisam. En los jardines que se extendían en torno a este palacio hizo plantar árboles raros de Siria y de otras tierras de Oriente. Los siguientes versos están inspirados por una palma que creció allí, bajo el apacible cielo de Andalucía, como en su patria oriental, y provocó en el alma de Abd-ar–Rahman melancólicos recuerdos del país natal:
Tu también eres ¡oh palma!
en este suelo extranjera.
Llora, pues; mas siendo muda,
¿cómo has de llorar mis penas?
Tú no sientes, cual yo siento,
el martirio de la ausencia.
Si tú pudieras sentir,
amargo llanto vertieras.
A tus hermanas de Oriente
mandarías tristes quejas,
a las palmas que el Éufrates
con sus claras ondas riega.
Pero tú olvidas la patria,
a la par que la recuerdas;
la patria de donde Abbas
y el hado adverso me alejan
Los músicos gozaban de igual favor en la corte y entre el pueblo. Abd ar–Rahman II convidó al cantor Ziryab para que viniese de Bagdad a Córdoba, y le recibió muy afectuosamente y con mil honrosas muestras de estimación, entre ellas una lujosa vivienda en su propio palacio, y diciéndole las condiciones bajo las cuales quería tenerle cerca de sí. Éstas eran en extremo brillantes: Ziryab debía recibir doscientas monedas de oro como presente anual y debía gozar del usufructo de varias casas, campos y jardines, que constituían un capital de catorce mil monedas de oro. Después de haber hecho estos espléndidos ofrecimientos, pidió Abd ar-Rahman al cantor que se dejase oír, y cuando hubo cantado, quedó el califa tan prendado de su habilidad que en adelante no quiso oír cantar a ningún otro. Pronto escogió a Ziryab para que fuese de los que más íntimamente le trataban, y se complacía en hablar con el de poesía, de historia, de artes y de ciencias. El cantor tenía muy extensas nociones de todo: prescindiendo de que sabía de memoria la melodía y letra de diez mil cantares, había estudiado astromonía e historia, y no había nada más instructivo que oírle hablar sobre los diversos países y las costumbres de sus habitantes.
Pero aún más que su gran saber eran admirados su ingenio y su buen gusto. Su canto era tan encantador que se divulgó la creencia de que por las noches venían los genios a visitarle y a enseñarle sus melodías. Vivía Ziryab con un boato de príncipe y siempre que aparecia en las calles lo rodeaban cien esclavos. Del celo con que se estudiaba entonces la música vocal e instrumental dan testimonio no sólo las obras teóricas que se escribieron sobres este arte sino también un gran libro de los cantares andaluces, compuesto para competir con la colección que hizo Alí de Ispahan de los cantares de Oriente.
Salah SEROUR
domingo, 18 de enero de 2015
La poesía en el período de los reinos de taifas y periodo almoravi.
La poesía en el período de los reinos de taifas.
En el siglo X, después de la caída de los omeyas, la vida de los poetas árabes presenta mucha analogía con la de los trovadores. Todas las pequeñas cortes que había entonces en España hubieran parecido desiertas a sus soberanos si no las hubiese embellecido la poesía.
Para la historia de la España musulmana el siglo XI representa el profundo contraste de un notable esplendor cultural y poético mientras que paralelamente se produce la desintegración de la unidad política del califato cordobés. Desaparecido el califato cordobés en 1031, durante el siglo XI la Península se halla dividida en multitud de reinos enfrentados entre sí. En el lado musulmán, cada reyezuelo lucha bien por la supervivencia bien para ampliar sus dominios a costa de sus vecinos y correligionarios. Pero, por encima de estas guerras locales, subsiste el enfrentamiento entre árabes, beréberes y eslavos. Durante un siglo se tendió conscientemente a la fusión de los grupos étnicos de la península, tendencia que había caracterizado la política de Abd ar-Rahman III. Tras esto, y como consecuencia, aparece un nuevo elemento en la sociedad musulmana: ahl al-andalus, en terminología de los historiadores árabes de la época; es decir, la población de al-Andalus, cuyas acciones y reacciones permiten identificarlo como un grupo de lealtades políticas muy próximo a lo que hoy podríamos llamar partido nacional andalusí.
Después de la caída del califato, empezó un nuevo período histórico, en general favorable a la literatura. Los numerosos estados independientes que se levantaron entre las ruinas del destrozado imperio fueron otros tantos centros de actividad literaria y artística. Entre las pequeñas dinastías de Sevilla, Almería, Badajoz, Granada y Toledo reinaba una verdadera rivalidad por proteger las ciencias y cada una procuraba aventajar a las otras en sus esfuerzos para lograr este fin.
Multitud de escritores y de floridos ingenios se reunían en estas cortes, algunos disfrutando de elevadas pensiones, otros recompensados con ricos presentes por las dedicatorias de sus obras. Otros sabios conservaban toda su independencia para consagrarse al saber libres de todo lazo. En balde envió Muyahid al–Amiri, rey de Denia, mil monedas de oro, un caballo y un vestido de honor al filólogo Abu Galib, rogándole que le dedicara una de sus obras. El orgulloso autor devolvió el presente, diciendo: “He escrito mi libro para ser útil a los hombres y para hacerme inmortal. ¿Cómo he de ir ahora a poner en él un nombre extraño, para que se lleve la gloria? ¡Nunca lo haré!” Cuando el rey supo esta contestación de Abu Galib se admiró mucho de su magnanimidad y le envió otro presente mayor. Todas las preocupaciones religiosas desaparecieron de estas pequeñas cortes y reinaba una tolerancia como aún no se ha visto igual en nuestro siglo en ninguna parte de la Europa cristiana.
Los filósofos podían, por lo tanto, entregarse a las más atrevidas especulaciones. Muchos príncipes procuraban ellos mismos sobresalir por sus trabajos literarios. Al–Muzaffar, rey de Badajoz, escribió una gran obra enciclopédica en cerca de cien volúmenes; al–Muqtadir, rey de Zaragoza, fue famoso por sus extraordinarios conocimientos en astronomía, geometría y filosofía.
La poesía en el período de los almorávides (1056-1147).
Las diferencias entre los almorávides, gobernadores del norte de África, y los reyes de taifas desembocaron en un conflicto armado cuando los alfaquíes y la población musulmana solicitaron la intervención de Yusuf contra sus soberanos acusándolos de no cumplir los preceptos coránicos y de cobrar impuestos ilegales. En 1090, Abd Alá de Granada era depuesto y desterrado al norte de África. Un año más tarde, Yusuf ocupaba Sevilla y en 1094 se apoderaba de Badajoz, a pesar de los intentos de Alfonso VI de salvar ambos reinos. Sólo Valencia y Zaragoza pudieron resistir durante algún tiempo a los almorávides. Valencia sería ocupada en 1102 y, en este mismo año, los almorávides atacaban las posesiones del reino de Zaragoza, que conquistarían en 1110.
Sin bien esta dinastía había subido al trono por una revolución nacida del fanatismo religioso, hubo en ella muchos príncipes aficionados a las letras. En la corte de Abd-al–Mumin vivieron Averroes (Ibn Rusd), Avenzhoar (Ibn Zuhr) y Abu Bakr (Ibn Tufail), que después se hicieron tan famosos en el resto de Europa.
Mucho antes de que floreciera en Occidente el estudio de las humanidades, estudiaron estos hombres los escritos de Aristóteles y divulgaron los conocimientos filosóficos; pero se debe advertir que no leían el texto original, sino sólo las traducciones siríacas, por medio de las cuales conocían ya los árabes, desde el siglo VIII, los autores griegos. Si Córdoba sobresalía por su amor a la literatura, en Sevilla se estimaba y florecía principalmente la música. Como en cierta ocasión se discutiese sobre cuál de las dos ciudades, Córdoba o Sevilla, destacaba más por su cultura, Averroes dijo: “Cuando en Sevilla muere un sabio y se trata de vender sus libros, éstos se envían a Córdoba, donde hay más seguro despacho; pero si en Córdoba muere un músico, sus instrumentos van a Sevilla a venderse” . El mismo escritor que refiere esta anécdota añade que, entre todas las ciudades sujetas al Islam, Córdoba es aquella donde se hallan más libros. Yusuf, sucesor de Abd al–Mumin, fue el príncipe más instruido de su época, y reunió en su corte sabios de todos los países.
Aunque los soberanos de esta misma dinastía, que reinaron después, no tenían las mismas inclinaciones, y aunque hacia finales del siglo XII hubo una gran persecución contra la filosofía, no se puede dudar de la duración del movimiento intelectual en la España mahometana.
Se puede afirmar que la conquista almorávide representó el final de la poesía clásica árabe y coincidió con el gran desarrollo de lo que podemos llamar poesía popular, que utilizaba como vehículo de expresión la moaxaja, poema de cinco estrofas con un pareado final que se utilizaba como estribillo y proporcionaba un elemento de referencia, ya que cada una de las restantes estrofas se componía de tres versos con rima propia, seguidos de un pareado que reproducía la rima inicial. El pareado final recibe el nombre de jarcha y se compone en árabe vulgar o en romance, mientras que los demás versos pueden estar escritos en árabe clásico. Una variante de la moaxaja era el zéjel, escrito en su totalidad en lengua vulgar y con una construcción más sencilla, ya que cada estrofa, en lugar del pareado final, sólo incluía un verso con la rima de la jarcha. El origen de estas composiciones suele fecharse a comienzos del siglo X y su descubrimiento se atribuye al poeta ciego Muadam de Cabra, pero las principales moaxajas conocidas son de finales del siglo XI y del siglo XII. El poeta popular por antonomasia es el cordobés Ibn Quzmán (1100-1160) cuyas poesías tienen muchos puntos en común con la de los goliardos occidentales.
En el siglo X, después de la caída de los omeyas, la vida de los poetas árabes presenta mucha analogía con la de los trovadores. Todas las pequeñas cortes que había entonces en España hubieran parecido desiertas a sus soberanos si no las hubiese embellecido la poesía.
Para la historia de la España musulmana el siglo XI representa el profundo contraste de un notable esplendor cultural y poético mientras que paralelamente se produce la desintegración de la unidad política del califato cordobés. Desaparecido el califato cordobés en 1031, durante el siglo XI la Península se halla dividida en multitud de reinos enfrentados entre sí. En el lado musulmán, cada reyezuelo lucha bien por la supervivencia bien para ampliar sus dominios a costa de sus vecinos y correligionarios. Pero, por encima de estas guerras locales, subsiste el enfrentamiento entre árabes, beréberes y eslavos. Durante un siglo se tendió conscientemente a la fusión de los grupos étnicos de la península, tendencia que había caracterizado la política de Abd ar-Rahman III. Tras esto, y como consecuencia, aparece un nuevo elemento en la sociedad musulmana: ahl al-andalus, en terminología de los historiadores árabes de la época; es decir, la población de al-Andalus, cuyas acciones y reacciones permiten identificarlo como un grupo de lealtades políticas muy próximo a lo que hoy podríamos llamar partido nacional andalusí.
Después de la caída del califato, empezó un nuevo período histórico, en general favorable a la literatura. Los numerosos estados independientes que se levantaron entre las ruinas del destrozado imperio fueron otros tantos centros de actividad literaria y artística. Entre las pequeñas dinastías de Sevilla, Almería, Badajoz, Granada y Toledo reinaba una verdadera rivalidad por proteger las ciencias y cada una procuraba aventajar a las otras en sus esfuerzos para lograr este fin.
Multitud de escritores y de floridos ingenios se reunían en estas cortes, algunos disfrutando de elevadas pensiones, otros recompensados con ricos presentes por las dedicatorias de sus obras. Otros sabios conservaban toda su independencia para consagrarse al saber libres de todo lazo. En balde envió Muyahid al–Amiri, rey de Denia, mil monedas de oro, un caballo y un vestido de honor al filólogo Abu Galib, rogándole que le dedicara una de sus obras. El orgulloso autor devolvió el presente, diciendo: “He escrito mi libro para ser útil a los hombres y para hacerme inmortal. ¿Cómo he de ir ahora a poner en él un nombre extraño, para que se lleve la gloria? ¡Nunca lo haré!” Cuando el rey supo esta contestación de Abu Galib se admiró mucho de su magnanimidad y le envió otro presente mayor. Todas las preocupaciones religiosas desaparecieron de estas pequeñas cortes y reinaba una tolerancia como aún no se ha visto igual en nuestro siglo en ninguna parte de la Europa cristiana.
Los filósofos podían, por lo tanto, entregarse a las más atrevidas especulaciones. Muchos príncipes procuraban ellos mismos sobresalir por sus trabajos literarios. Al–Muzaffar, rey de Badajoz, escribió una gran obra enciclopédica en cerca de cien volúmenes; al–Muqtadir, rey de Zaragoza, fue famoso por sus extraordinarios conocimientos en astronomía, geometría y filosofía.
La poesía en el período de los almorávides (1056-1147).
Las diferencias entre los almorávides, gobernadores del norte de África, y los reyes de taifas desembocaron en un conflicto armado cuando los alfaquíes y la población musulmana solicitaron la intervención de Yusuf contra sus soberanos acusándolos de no cumplir los preceptos coránicos y de cobrar impuestos ilegales. En 1090, Abd Alá de Granada era depuesto y desterrado al norte de África. Un año más tarde, Yusuf ocupaba Sevilla y en 1094 se apoderaba de Badajoz, a pesar de los intentos de Alfonso VI de salvar ambos reinos. Sólo Valencia y Zaragoza pudieron resistir durante algún tiempo a los almorávides. Valencia sería ocupada en 1102 y, en este mismo año, los almorávides atacaban las posesiones del reino de Zaragoza, que conquistarían en 1110.
Sin bien esta dinastía había subido al trono por una revolución nacida del fanatismo religioso, hubo en ella muchos príncipes aficionados a las letras. En la corte de Abd-al–Mumin vivieron Averroes (Ibn Rusd), Avenzhoar (Ibn Zuhr) y Abu Bakr (Ibn Tufail), que después se hicieron tan famosos en el resto de Europa.
Mucho antes de que floreciera en Occidente el estudio de las humanidades, estudiaron estos hombres los escritos de Aristóteles y divulgaron los conocimientos filosóficos; pero se debe advertir que no leían el texto original, sino sólo las traducciones siríacas, por medio de las cuales conocían ya los árabes, desde el siglo VIII, los autores griegos. Si Córdoba sobresalía por su amor a la literatura, en Sevilla se estimaba y florecía principalmente la música. Como en cierta ocasión se discutiese sobre cuál de las dos ciudades, Córdoba o Sevilla, destacaba más por su cultura, Averroes dijo: “Cuando en Sevilla muere un sabio y se trata de vender sus libros, éstos se envían a Córdoba, donde hay más seguro despacho; pero si en Córdoba muere un músico, sus instrumentos van a Sevilla a venderse” . El mismo escritor que refiere esta anécdota añade que, entre todas las ciudades sujetas al Islam, Córdoba es aquella donde se hallan más libros. Yusuf, sucesor de Abd al–Mumin, fue el príncipe más instruido de su época, y reunió en su corte sabios de todos los países.
Aunque los soberanos de esta misma dinastía, que reinaron después, no tenían las mismas inclinaciones, y aunque hacia finales del siglo XII hubo una gran persecución contra la filosofía, no se puede dudar de la duración del movimiento intelectual en la España mahometana.
Se puede afirmar que la conquista almorávide representó el final de la poesía clásica árabe y coincidió con el gran desarrollo de lo que podemos llamar poesía popular, que utilizaba como vehículo de expresión la moaxaja, poema de cinco estrofas con un pareado final que se utilizaba como estribillo y proporcionaba un elemento de referencia, ya que cada una de las restantes estrofas se componía de tres versos con rima propia, seguidos de un pareado que reproducía la rima inicial. El pareado final recibe el nombre de jarcha y se compone en árabe vulgar o en romance, mientras que los demás versos pueden estar escritos en árabe clásico. Una variante de la moaxaja era el zéjel, escrito en su totalidad en lengua vulgar y con una construcción más sencilla, ya que cada estrofa, en lugar del pareado final, sólo incluía un verso con la rima de la jarcha. El origen de estas composiciones suele fecharse a comienzos del siglo X y su descubrimiento se atribuye al poeta ciego Muadam de Cabra, pero las principales moaxajas conocidas son de finales del siglo XI y del siglo XII. El poeta popular por antonomasia es el cordobés Ibn Quzmán (1100-1160) cuyas poesías tienen muchos puntos en común con la de los goliardos occidentales.
viernes, 16 de enero de 2015
La poesía en al-Andalus.
Al echar una mirada sobre la larga lista de poetas andaluces cuyos nombres nos han trasmitido los historiadores arábigos, es difícil dominar el sentimiento de tristeza que nos inspira lo caduco de la gloria literaria. Las obras de estos poetas, sobradamente conocidos y que los críticos y literatos contemporáneos exaltaban con extraordinarias alabanzas, que eran el encanto de un pueblo ingenioso y culto, han desaparecido en gran parte. Y son bastante numerosas las que se han salvado de la pérdida general en los Divanes y antologías, pero no llaman la atención de los filólogos orientalistas cuanto deben, para que éstos las descifren. Si bien la poesía de los musulmanes destaca por la ternura del sentimiento y por la riqueza y el brillo de las imágenes empleadas, el valor de su contenido histórico no es menor.
Paralelamente a lo que estaba ocurriendo en el Oriente musulmán de la Edad Media, en España y en Sicilia se cultivaban dos ramas de la literatura árabe.
Limitándonos a la primera, diremos que comenzó con el interés por la poesía en el primer siglo que siguió a la conquista, pero que acerca de ella no hay suficientes datos hasta el siglo XI. Pueden citarse a autores de la talla de Yusuf Ibn Harun er-Ramadi, poeta de Córdoba que murió en esa ciudad en 1013; Abdallah Ibn Abd es-Selam; Alí al-Mayorqui, nacido en las islas Baleares; el califa de Sevilla A1-Motamid, e Ibn-Zaydun, de una importante familia de Córdoba, que ocupó altos cargos civiles y militares, y llegó a ser primer ministro en Sevilla cuando reinaba Al-Motamid, y que ha merecido ser estudiado y traducido por notables orientalistas. En fin, la lista sería larga y pesada si pretendiéramos nombrarlos a todos.
Al hablar de la poesía árabe en España, hay que señalar que ésta siguió durante mucho tiempo los viejos esquemas, y que sólo en el siglo X comenzaron a aparecer nuevas formas estróficas en la poesía andaluza. Primero, la muwashshah, caracterizada por sus estrofas y estribillo y reservada para los temas eróticos y amorosos, ejerció gran influencia en la naciente poesía popular en lengua romance. Luego, el zéjel, forma métrica dialectal, alcanza nivel literario gracias al trovador Ibn Quzrnan (muerto en 1160). También hay que reseñar que los poetas andaluces gozaban de gran fama en Oriente y se situaban a la misma altura literaria que los mejores poetas orientales. Es el caso del mayor poeta andalusí de Córdoba Ibn Zaydun (1003 - 1070), amigo de la princesa Wallada, gran admirador de la belleza, cantor de la naturaleza y del placer, pero en ocasiones también de la melancolía y la desesperación. Así obtuvo Ibn-Zaydun el título de Al-Bothori de Occidente; y así también, cada uno de los tres poetas Ibn-Jani, Yusuf ar-Ramendi e Ibn-Derradsch fue designado con el título de Mutanabbi occidental. El propio Mutanabbi, al oír recitar una poesía andaluza, no pudo por menos que exclamar entusiasmado:
“¡Este pueblo posee en alto grado las facultades poéticas!
La poesía andalusí.
La poesía era el punto central de toda la vida intelectual de los andaluces. Durante seis siglos, por lo menos, fue cultivada con tal celo y por tan gran multitud de personas que el mero catálogo de los poetas arábigo-hispanos llenaría tomos en folio.
El don de improvisar era frecuentísimo, pues hasta el gañán que iba tras el arado hacía versos sobre cualquier asunto y también los califas y los príncipes más egregios nos han dejado algunas poesías como testimonio de su talento. Cualquier obra, que trata de los reyes grandes de Andalucía recoge también sus dotes poéticas.
Las mujeres en el harén competían con los hombres en sus cantares, pues con sus composiciones poéticas formaban primorosos y variados dibujos que constituían un adorno capital de las columnas y paredes en los palacios; e incluso en las chancillerías ejercía la poesía su papel. Ningún historiador o cronista, por más árido que fuese, dejaba de amenizar las páginas de sus libros con fragmentos poéticos.
También sujetos de la clase más baja se elevaban sólo por su talento poético a las más altas y honrosas posiciones y obtenían el reconocimiento de los príncipes. La poesía daba la señal de los más sangrientos combates y también desarmaba la cólera del vencedor; echaba su peso en la balanza para prestar más fuerza a las negociaciones diplomáticas; y una improvisación feliz rompía a menudo las cadenas del cautivo o salvaba la vida del condenado a muerte. Cuando dos ejércitos enemigos se encontraban, algunos guerreros salían de la línea de batalla e incitaban a la pelea a los contrarios con un par de versos improvisados, a los cuales se solía responder en el mismo metro y con la misma rima. Ejercicios de este orden, pero con un fin más pacífico, y sólo para que cada cual mostrase su habilidad de improvisación, eran muy usuales en la vida cotidiana. Igualmente la correspondencia epistolar entre amigos o entre enamorados se escribía en verso con frecuencia .
Paralelamente a lo que estaba ocurriendo en el Oriente musulmán de la Edad Media, en España y en Sicilia se cultivaban dos ramas de la literatura árabe.
Limitándonos a la primera, diremos que comenzó con el interés por la poesía en el primer siglo que siguió a la conquista, pero que acerca de ella no hay suficientes datos hasta el siglo XI. Pueden citarse a autores de la talla de Yusuf Ibn Harun er-Ramadi, poeta de Córdoba que murió en esa ciudad en 1013; Abdallah Ibn Abd es-Selam; Alí al-Mayorqui, nacido en las islas Baleares; el califa de Sevilla A1-Motamid, e Ibn-Zaydun, de una importante familia de Córdoba, que ocupó altos cargos civiles y militares, y llegó a ser primer ministro en Sevilla cuando reinaba Al-Motamid, y que ha merecido ser estudiado y traducido por notables orientalistas. En fin, la lista sería larga y pesada si pretendiéramos nombrarlos a todos.
Al hablar de la poesía árabe en España, hay que señalar que ésta siguió durante mucho tiempo los viejos esquemas, y que sólo en el siglo X comenzaron a aparecer nuevas formas estróficas en la poesía andaluza. Primero, la muwashshah, caracterizada por sus estrofas y estribillo y reservada para los temas eróticos y amorosos, ejerció gran influencia en la naciente poesía popular en lengua romance. Luego, el zéjel, forma métrica dialectal, alcanza nivel literario gracias al trovador Ibn Quzrnan (muerto en 1160). También hay que reseñar que los poetas andaluces gozaban de gran fama en Oriente y se situaban a la misma altura literaria que los mejores poetas orientales. Es el caso del mayor poeta andalusí de Córdoba Ibn Zaydun (1003 - 1070), amigo de la princesa Wallada, gran admirador de la belleza, cantor de la naturaleza y del placer, pero en ocasiones también de la melancolía y la desesperación. Así obtuvo Ibn-Zaydun el título de Al-Bothori de Occidente; y así también, cada uno de los tres poetas Ibn-Jani, Yusuf ar-Ramendi e Ibn-Derradsch fue designado con el título de Mutanabbi occidental. El propio Mutanabbi, al oír recitar una poesía andaluza, no pudo por menos que exclamar entusiasmado:
“¡Este pueblo posee en alto grado las facultades poéticas!
La poesía andalusí.
La poesía era el punto central de toda la vida intelectual de los andaluces. Durante seis siglos, por lo menos, fue cultivada con tal celo y por tan gran multitud de personas que el mero catálogo de los poetas arábigo-hispanos llenaría tomos en folio.
El don de improvisar era frecuentísimo, pues hasta el gañán que iba tras el arado hacía versos sobre cualquier asunto y también los califas y los príncipes más egregios nos han dejado algunas poesías como testimonio de su talento. Cualquier obra, que trata de los reyes grandes de Andalucía recoge también sus dotes poéticas.
Las mujeres en el harén competían con los hombres en sus cantares, pues con sus composiciones poéticas formaban primorosos y variados dibujos que constituían un adorno capital de las columnas y paredes en los palacios; e incluso en las chancillerías ejercía la poesía su papel. Ningún historiador o cronista, por más árido que fuese, dejaba de amenizar las páginas de sus libros con fragmentos poéticos.
También sujetos de la clase más baja se elevaban sólo por su talento poético a las más altas y honrosas posiciones y obtenían el reconocimiento de los príncipes. La poesía daba la señal de los más sangrientos combates y también desarmaba la cólera del vencedor; echaba su peso en la balanza para prestar más fuerza a las negociaciones diplomáticas; y una improvisación feliz rompía a menudo las cadenas del cautivo o salvaba la vida del condenado a muerte. Cuando dos ejércitos enemigos se encontraban, algunos guerreros salían de la línea de batalla e incitaban a la pelea a los contrarios con un par de versos improvisados, a los cuales se solía responder en el mismo metro y con la misma rima. Ejercicios de este orden, pero con un fin más pacífico, y sólo para que cada cual mostrase su habilidad de improvisación, eran muy usuales en la vida cotidiana. Igualmente la correspondencia epistolar entre amigos o entre enamorados se escribía en verso con frecuencia .
martes, 6 de enero de 2015
-LA CIENCIA EN LA GRANADA ISLÁMICA-
La ciencia en al-Andalus, como el resto de manifestaciones culturales y artísticas, sigue un lento proceso de asimilación de unos conocimientos llegados del Oriente islámico en los que se funden la tradición indo-irania y, sobre todo, la helenística, para iniciarse a mediados del s. X como una ciencia con características y aportaciones originales.
En Granada se experimenta, sin grandes diferencias, el mismo proceso evolutivo que el resto de territorio andalusí, salvo un hecho aislado que se produce a mediados del siglo IX. En esta fecha temprana el alfaquí e historiador nacido en la cora de Ilbira, Abd al-Malik Ibn Habib, redacta un tratado de medicina considerado el más antiguo de los andalusíes conservados. La obra, pese a estar inscrita en el género de la denominada Medicina del Profeta vigente en la época, con prácticas mágico-creenciales, refleja una tímida introducción de elementos racionales derivados de las teorías hipocrático-galénicas, adquiridos por el autor durante su larga estancia en Oriente.
Tras este caso excepcional habrá que esperar a que la dinastía zirí, de origen beréber, se instale en Granada en el siglo XI para tener noticias de alguna actividad científica en ella. En los últimos momentos del califato de Córdoba algunos de sus científicos se refugian en la recién surgida taifa zirí, igual que en los restantes reinos de taifas expandidos por todo el territorio andalusí, entre los que destaca el matemático y astrónomo Ibn al-Samh. Este autor iniciará en la corte granadina el interés hacia la astronomía que perdurará hasta su desaparición en 1090 y se prolongará hasta el final del reino nazarí; junto a ella convivirá su manifestación práctica, la astrología. Esta inclinación es patente incluso en el último de sus monarcas, Abd Allah, en cuyas Memorias se encuentra una de las escasas referencias seguras a una concepción física del cosmos, con unas curiosas estimaciones del tamaño de los planetas, diferentes a las comúnmente aceptadas.
En los últimos años de la taifa zirí y comienzos de la época almorávide destaca la figura de al-Tignari, gran poeta y literato que, como otros muchos hombres de ciencia andalusíes, cultivó diversos campos del saber, caso de la medicina y la botánica aplicada, además de las disciplinas antes señaladas. Fue especialmente conocido por el tratado agrícola que compuso, uno de los más claros y sistemáticos de los redactados en al-Andalus, tal vez el que refleja de forma más directa y concreta la realidad agrícola andalusí y, de forma especial, la del territorio granadino, aportando una valiosa información de carácter lingüístico y botánico, junto a otra relativa a prácticas locales. Este tratado, en el que una teoría racional va acompañada de una experiencia vivida y constatada, lo dedicó al-Tignari al gobernador almorávide de Granada.
Aparte de esta figura puente entre los dos períodos históricos correlativos, no volvemos a encontrar autor ni acontecimiento científico digno de resaltar hasta alcanzar la época nazarí, pese a que la etapa almorávide y almohade fue un período particularmente activo en el campo de las ciencias.
El período que cubre el reino nazarí (s. XIII-XV), tal vez por ser más amplio temporalmente y de mayor trascendencia en numerosos aspectos, fue más rico –o al menos, más conocido- que la etapa anterior, aunque ya en él se inicia el declive de la ciencia. La materia científica que más interés suscitó en el reino granadino fue la medicina que, como en épocas anteriores y en todo el territorio andalusí, aparece estrechamente ligada a la botánica y farmacología. Le siguen la astronomía (astronomía matemática, dedicada al cálculo de las posiciones planetarias, cosmología y construcción de instrumentos astronómicos) y las matemáticas en sus diversas ramas (matemáticas en general, aritmética y geometría teórico-práctica), aunque la astronomía acabó absorbiendo como ciencias auxiliares a las matemáticas y geometría. La astrología, como sucede a lo largo de la Edad Media, va a seguir estando muy unida a la astronomía, en calidad de rama aplicada o práctica de la misma.
Son varias las causas del auge que alcanzan tanto la medicina como la astronomía en el período nazarí. En primer lugar, va ligado al interés que algunos monarcas demostraron por estas ciencias, ya dedicándose ellos mismos a su estudio, ya protegiendo a quienes las desarrollaban. Entre estos monarcas que desempeñan un mecenazgo decidido destaca Muhammad II, que protegió a médicos y astrónomos e impulsó la creación de una escuela científica en la que se forman diversos médicos que después ejercen en la corte. Las principales figuras aglutinantes que desempeñan una labor de magisterio en ésta y otras escuelas cortesanas suelen tener una formación adquirida fuera del reino nazarí, especialmente en la corte de Alfonso X, como es el caso de al-Riquti e Ibn al-Raqqan. Otros realizan sus estudios en Oriente y en el Magreb, para después instalarse en Granada.
Este decidido apoyo de determinados monarcas se plasma también en la fundación (1349), en tiempos de Yusuf I, de la madraza, en la que se imparte la medicina de modo oficial, aunque se sigue manteniendo la tradicional enseñanza de ésta y otras disciplinas en las casas y en las escuelas coránicas. Una nueva iniciativa de gran transcendencia por parte de otro soberano nazarí, Muhammad V, fue la fundación del que parece haber sido el primer maristán u hospital de al-Andalus.
Otro factor importante en el desarrollo de las ciencias fue el intercambio científico y cultural que tuvo lugar entre Granada, los reinos cristianos fronterizos, el norte de África y los países islámicos orientales. En ellos hay que destacar los que se producen con el Magreb, donde se está originando un importante desarrollo cultural y científico potenciado por las figuras que allí se refugian ante el avance cristiano. En cuanto a los contactos con Oriente, no son suficientes para introducir en el reino nazarí las aportaciones de la renovación científica que se desarrolla allí a partir del XIII; también aparecen en la Granada nazarí ciertos indicios de una influencia cultural y científica de los reinos cristianos, especialmente de la corte de Alfonso X.
La medicina existente en el reino nazarí va desde la erudita o racional que se ejerce en la corte hasta la popular, de magia y curanderismo, que se desarrollará sobre todo a partir del siglo XIV. La mayoría de los médicos comparten su interés por esta ciencia con otras materias, como sucede con Ibn al-Jatib, conocido historiador, literato, filósofo y político. En el campo de la medicina son varios los autores en los que su dedicación a ella es una tradición familiar, caso de algunas de las más destacadas figuras; como ejemplo aislado encontramos a una mujer, Umm al-Hasan, que estudió medicina en Loja.
Esta rama de la ciencia sobresalió en la Granada nazarí por la labor realizada por los médicos granadinos con ocasión de la gran epidemia de peste bubónica, la llamada Peste Negra, que se extendió por Europa en el siglo XIV. Posiblemente, la novedad más destacable fueron las medidas profilácticas a adoptar por la población propuestas por tres grandes médicos que también destacaron en otras parcelas del saber, el ya citado Ibn al-Jatib, junto a Muhammad al-Saquri e Ibn Jatima. Se recurrió, como en épocas pasadas, a las fumigaciones con diversas materias aromáticas para sanear la atmósfera, se prescribió una dieta estricta en la que se prohibían los alimentos dulces y se aconsejaba evitar la carne, al tiempo que se recomendaban las verduras y aderezar las comidas con vinagre fuerte. No obstante, los médicos nazaríes se anticiparon a los del occidente europeo al señalar la importancia del aislamiento y los peligros de la contaminación por contacto, cuya existencia había sido establecida por la experiencia. En definitiva, estos médicos granadinos dieron muestras de una innegable perspicacia, denotando un claro progreso tanto en la teoría como en la práctica de sus predecesores.
En cuanto a la segunda ciencia en importancia, la astronomía, podemos distinguir entre una astronomía teórica y la construcción de instrumentos, y otra de carácter práctico que determina la posición de los astros por medio de tablas. Destacan los astrónomos Ibn al-Arqam al-Numayri, quien introdujo en al-Andalus el astrolabio lineal, así como Muhammad Ibn al-Raqqam, autor de unas tablas astronómicas. Otras figuras importantes fueron Hasan y Ahmad Ibn Baso, padre e hijo respectivamente, astrónomos y constructores de instrumentos. Ambos desempeñaron en la mezquita aljama de Granada el cargo de muwaqqit, consistente en ocuparse de todas aquellas cuestiones astronómicas relacionadas con el culto, por ejemplo, para elaborar los calendarios que servían para indicar las horas del culto o para establecer la dirección de la alquibla.
Siguiendo la tradición agronómica iniciada siglos atrás por al-Tignari, el almeriense Ibn Luyun compuso a mediados del siglo XIV, un año antes de su muerte, una obra agrícola en verso en la que resume las obras de agrónomos anteriores, especialmente la de su predecesor granadino.
Relacionadas con la agronomía se desarrollan técnicas de regadío, con la construcción de norias y sistemas de captación de agua. En época nazarí se produce un notable auge de los textos sobre hipología, dedicados al caballo pero, a diferencia de los tratados agrícolas, que solían incorporar temas dedicados a la veterinaria, éstos estaban orientados más al arte de la guerra o de la equitación que a la veterinaria.
Dentro de la tecnología hay que destacar el uso de la pólvora en las armas defensivas, utilizándose por primera vez en al-Andalus en el sitio de la fortaleza de Huéscar, en tiempos de Ismail I en 1324. En líneas generales, el nazarí es un largo período en el que resulta fácil detectar una actividad científica que, sin embargo, va decayendo lentamente en su tramo final, el siglo XV.
Fuente: www.webislam.com
En Granada se experimenta, sin grandes diferencias, el mismo proceso evolutivo que el resto de territorio andalusí, salvo un hecho aislado que se produce a mediados del siglo IX. En esta fecha temprana el alfaquí e historiador nacido en la cora de Ilbira, Abd al-Malik Ibn Habib, redacta un tratado de medicina considerado el más antiguo de los andalusíes conservados. La obra, pese a estar inscrita en el género de la denominada Medicina del Profeta vigente en la época, con prácticas mágico-creenciales, refleja una tímida introducción de elementos racionales derivados de las teorías hipocrático-galénicas, adquiridos por el autor durante su larga estancia en Oriente.
Tras este caso excepcional habrá que esperar a que la dinastía zirí, de origen beréber, se instale en Granada en el siglo XI para tener noticias de alguna actividad científica en ella. En los últimos momentos del califato de Córdoba algunos de sus científicos se refugian en la recién surgida taifa zirí, igual que en los restantes reinos de taifas expandidos por todo el territorio andalusí, entre los que destaca el matemático y astrónomo Ibn al-Samh. Este autor iniciará en la corte granadina el interés hacia la astronomía que perdurará hasta su desaparición en 1090 y se prolongará hasta el final del reino nazarí; junto a ella convivirá su manifestación práctica, la astrología. Esta inclinación es patente incluso en el último de sus monarcas, Abd Allah, en cuyas Memorias se encuentra una de las escasas referencias seguras a una concepción física del cosmos, con unas curiosas estimaciones del tamaño de los planetas, diferentes a las comúnmente aceptadas.
En los últimos años de la taifa zirí y comienzos de la época almorávide destaca la figura de al-Tignari, gran poeta y literato que, como otros muchos hombres de ciencia andalusíes, cultivó diversos campos del saber, caso de la medicina y la botánica aplicada, además de las disciplinas antes señaladas. Fue especialmente conocido por el tratado agrícola que compuso, uno de los más claros y sistemáticos de los redactados en al-Andalus, tal vez el que refleja de forma más directa y concreta la realidad agrícola andalusí y, de forma especial, la del territorio granadino, aportando una valiosa información de carácter lingüístico y botánico, junto a otra relativa a prácticas locales. Este tratado, en el que una teoría racional va acompañada de una experiencia vivida y constatada, lo dedicó al-Tignari al gobernador almorávide de Granada.
Aparte de esta figura puente entre los dos períodos históricos correlativos, no volvemos a encontrar autor ni acontecimiento científico digno de resaltar hasta alcanzar la época nazarí, pese a que la etapa almorávide y almohade fue un período particularmente activo en el campo de las ciencias.
El período que cubre el reino nazarí (s. XIII-XV), tal vez por ser más amplio temporalmente y de mayor trascendencia en numerosos aspectos, fue más rico –o al menos, más conocido- que la etapa anterior, aunque ya en él se inicia el declive de la ciencia. La materia científica que más interés suscitó en el reino granadino fue la medicina que, como en épocas anteriores y en todo el territorio andalusí, aparece estrechamente ligada a la botánica y farmacología. Le siguen la astronomía (astronomía matemática, dedicada al cálculo de las posiciones planetarias, cosmología y construcción de instrumentos astronómicos) y las matemáticas en sus diversas ramas (matemáticas en general, aritmética y geometría teórico-práctica), aunque la astronomía acabó absorbiendo como ciencias auxiliares a las matemáticas y geometría. La astrología, como sucede a lo largo de la Edad Media, va a seguir estando muy unida a la astronomía, en calidad de rama aplicada o práctica de la misma.
Son varias las causas del auge que alcanzan tanto la medicina como la astronomía en el período nazarí. En primer lugar, va ligado al interés que algunos monarcas demostraron por estas ciencias, ya dedicándose ellos mismos a su estudio, ya protegiendo a quienes las desarrollaban. Entre estos monarcas que desempeñan un mecenazgo decidido destaca Muhammad II, que protegió a médicos y astrónomos e impulsó la creación de una escuela científica en la que se forman diversos médicos que después ejercen en la corte. Las principales figuras aglutinantes que desempeñan una labor de magisterio en ésta y otras escuelas cortesanas suelen tener una formación adquirida fuera del reino nazarí, especialmente en la corte de Alfonso X, como es el caso de al-Riquti e Ibn al-Raqqan. Otros realizan sus estudios en Oriente y en el Magreb, para después instalarse en Granada.
Este decidido apoyo de determinados monarcas se plasma también en la fundación (1349), en tiempos de Yusuf I, de la madraza, en la que se imparte la medicina de modo oficial, aunque se sigue manteniendo la tradicional enseñanza de ésta y otras disciplinas en las casas y en las escuelas coránicas. Una nueva iniciativa de gran transcendencia por parte de otro soberano nazarí, Muhammad V, fue la fundación del que parece haber sido el primer maristán u hospital de al-Andalus.
Otro factor importante en el desarrollo de las ciencias fue el intercambio científico y cultural que tuvo lugar entre Granada, los reinos cristianos fronterizos, el norte de África y los países islámicos orientales. En ellos hay que destacar los que se producen con el Magreb, donde se está originando un importante desarrollo cultural y científico potenciado por las figuras que allí se refugian ante el avance cristiano. En cuanto a los contactos con Oriente, no son suficientes para introducir en el reino nazarí las aportaciones de la renovación científica que se desarrolla allí a partir del XIII; también aparecen en la Granada nazarí ciertos indicios de una influencia cultural y científica de los reinos cristianos, especialmente de la corte de Alfonso X.
La medicina existente en el reino nazarí va desde la erudita o racional que se ejerce en la corte hasta la popular, de magia y curanderismo, que se desarrollará sobre todo a partir del siglo XIV. La mayoría de los médicos comparten su interés por esta ciencia con otras materias, como sucede con Ibn al-Jatib, conocido historiador, literato, filósofo y político. En el campo de la medicina son varios los autores en los que su dedicación a ella es una tradición familiar, caso de algunas de las más destacadas figuras; como ejemplo aislado encontramos a una mujer, Umm al-Hasan, que estudió medicina en Loja.
Esta rama de la ciencia sobresalió en la Granada nazarí por la labor realizada por los médicos granadinos con ocasión de la gran epidemia de peste bubónica, la llamada Peste Negra, que se extendió por Europa en el siglo XIV. Posiblemente, la novedad más destacable fueron las medidas profilácticas a adoptar por la población propuestas por tres grandes médicos que también destacaron en otras parcelas del saber, el ya citado Ibn al-Jatib, junto a Muhammad al-Saquri e Ibn Jatima. Se recurrió, como en épocas pasadas, a las fumigaciones con diversas materias aromáticas para sanear la atmósfera, se prescribió una dieta estricta en la que se prohibían los alimentos dulces y se aconsejaba evitar la carne, al tiempo que se recomendaban las verduras y aderezar las comidas con vinagre fuerte. No obstante, los médicos nazaríes se anticiparon a los del occidente europeo al señalar la importancia del aislamiento y los peligros de la contaminación por contacto, cuya existencia había sido establecida por la experiencia. En definitiva, estos médicos granadinos dieron muestras de una innegable perspicacia, denotando un claro progreso tanto en la teoría como en la práctica de sus predecesores.
En cuanto a la segunda ciencia en importancia, la astronomía, podemos distinguir entre una astronomía teórica y la construcción de instrumentos, y otra de carácter práctico que determina la posición de los astros por medio de tablas. Destacan los astrónomos Ibn al-Arqam al-Numayri, quien introdujo en al-Andalus el astrolabio lineal, así como Muhammad Ibn al-Raqqam, autor de unas tablas astronómicas. Otras figuras importantes fueron Hasan y Ahmad Ibn Baso, padre e hijo respectivamente, astrónomos y constructores de instrumentos. Ambos desempeñaron en la mezquita aljama de Granada el cargo de muwaqqit, consistente en ocuparse de todas aquellas cuestiones astronómicas relacionadas con el culto, por ejemplo, para elaborar los calendarios que servían para indicar las horas del culto o para establecer la dirección de la alquibla.
Siguiendo la tradición agronómica iniciada siglos atrás por al-Tignari, el almeriense Ibn Luyun compuso a mediados del siglo XIV, un año antes de su muerte, una obra agrícola en verso en la que resume las obras de agrónomos anteriores, especialmente la de su predecesor granadino.
Relacionadas con la agronomía se desarrollan técnicas de regadío, con la construcción de norias y sistemas de captación de agua. En época nazarí se produce un notable auge de los textos sobre hipología, dedicados al caballo pero, a diferencia de los tratados agrícolas, que solían incorporar temas dedicados a la veterinaria, éstos estaban orientados más al arte de la guerra o de la equitación que a la veterinaria.
Dentro de la tecnología hay que destacar el uso de la pólvora en las armas defensivas, utilizándose por primera vez en al-Andalus en el sitio de la fortaleza de Huéscar, en tiempos de Ismail I en 1324. En líneas generales, el nazarí es un largo período en el que resulta fácil detectar una actividad científica que, sin embargo, va decayendo lentamente en su tramo final, el siglo XV.
Fuente: www.webislam.com