Y al efecto, un judío muy principal llamado Diego Susón ideó un plan que habría de sembrar el terror en Sevilla, y con la idea, quizá, de organizar un general levantamiento de judíos en todo el reino.Recordaban los judíos que las persecuciones de los visigodos dieron ocasión a que los judíos de aquel entonces organizasen arteramente una rebelión, al mismo tiempo que facilitaron a los árabes la invasión de España. Ahora quizá podrían hacer lo mismo. Así comenzaron en casa de Diego Susón a celebrarse reuniones secretas para estudiar el plan de la que sería la gran sublevación judía de España.
Tenía Diego Susón una hija, a la que por su extraordinaria hermosura se llamaba en toda Sevilla "la fermosa fembra". Y ella, engreída por la admiración que despertaba su belleza, llegó a hacerse ilusiones de alcanzar un alto puesto en la vida social. Así, a espaldas de su padre, se dejaba cortejar por un mozo caballero cristiano, uno de los más ilustres linajes de Sevilla, que tenía en su palacio un escudo de gloriosa heráldica. La bella Susona se veía a escondidas con el galán caballero, y no tardó en ser su amante.
Cierto día, cuando Susona dormía en su habitación, se reunieron en la casa los judíos conjurados, para ultimar los planes de la sublevación. Pero Susona no dormía porque como todas las noches, aguardaba a que su padre se acostase para huir sigilosamente de la casa, a reunirse con su amante hasta el amanecer.
Susona escuchó palabra por palabra toda la conversación de los conspiradores, y mientras tanto, su corazón latía angustiado, pensando que entre los primeros a quienes darían muerte estaría su amante, que era uno de los caballeros principales de Sevilla.
Aguardó a que terminase la reunión de los judíos y cuando todos se marcharon y su padre se acostó, la bella judía abandonó la casa, marchó por las calles de la Judería hacia la actual Mateos Gago, por donde se salía del barrio.Desde allí se dirigió a casa de su amante y entre sollozos le refirió todo lo que había oído.
Inmediatamente el caballero acudió a casa del Asistente de la Ciudad, que era el famoso don Diego de Merlo, y le contó cuanto la bella Susona le había dicho. Acto seguido, don Diego de Merlo, con los alguaciles más fieles y de confianza, bien armados, recorrió las casas de los conspiradores, y en pocas horas los apresó a todos. Pasados unos días, todos ellos fueron condenados a muerte y ejecutados en la horca de “Buena Vista“, en Tablada.
El mismo día que ahorcaron a su
padre, la fermosa fembra reflexionó sobre su triste suerte. Aunque su
denuncia había sido justa, no la había inspirado la justicia, sino la
libinidad, pues el motivo de acusar a su padre fue solamente para librar
a su amante y poder continuar con él su vida de pecado.
Atormentada por los
remordimientos, acudió Susona a la Catedral, pidiendo confesión. El
arcipreste la bautizó y le dio la absolución, aconsejándole que se
retirase a hacer penitencia a un convento, como así lo hizo y allí
permaneció varios años, hasta que sintiendo tranquilo su espíritu volvió
a su casa donde en lo sucesivo llevó una vida cristiana y ejemplar.
Finalmente, cuando murió Susona y abrieron su testamento encontraron una cláusula que decía:
“Y para que sirva de
ejemplo a las jóvenes y en testimonio de mi desdicha, mando que cuando
haya muerto, separen mi cabeza de mi cuerpo, y la pongan sujeta en un
clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás.”
Se cumplió el mandato
testamentario, y la cabeza de Susona fue puesta en una escarpia sobre el
dintel de la puerta de su casa, que era la primera de la calle que hoy
lleva su nombre. El horrible despojo secado por el sol, y convertido en
calavera, permaneció allí por lo menos desde finales del siglo XV hasta
mediados del XVII según testimonios de algunos que la vieron ya entrado
el 1600. Por esta razón se llamó calle de la Muerte, cuyo nombre en el
siglo XIX se cambió por el de calle Susona que ahora lleva.