Siempre se ha hablado que Pelayo, un noble visigodo que huyó de Córdoba y se refugió en el macizo montañoso de los Picos de Europa, había sido el héroe que inició la llamada Reconquista, o sea, la lucha de los cristianos , atrincherados en el norte de la Península, por recuperar el terreno perdido y ganado por los musulmanes.
En tiempos del hijo de Musa, Abd al-Aziz, la conquista musulmana estaba ya prácticamente acabada en la Península Ibérica. Gran parte de la población se había convertido al islamismo para disfrutar de una situación más favorable, mientra que una minúscula parte de la nobleza visigoda huyó para continuar una resistencia que parecía del todo imposible. Estos nobles, casi todos antiguos dignatarios del reino visigodo desaparecido, acabaron por concentrarse en las poblaciones asturianas, al abrigo de sus montañas de difícil acceso que constituían una defensa natural, frente al invasor. Pelayo, noble godo, cuyo padre, Fafila, había sido dignatario en la corte del rey Egica, fue elegido en una votación a la manera goda y fijó su residencia en la aldea de Cangas de Onís.
Los acontecimientos que siguieron a estos hechos, tienen no pocas controversias. Según los cristianos, enterados los musulmanes de que en Asturias había estallado una insurrección visigoda, enviaron, para reprimirla al ejército, al mando del general Alqama junto al metropolitano de Sevilla, don Oppas, hermano o hijo del difunto rey Witiza. Pelayo se refugió en el monte Auseba, un monte considerado mágico ya en época prerromana, y se protegió en una gruta, la Cueva de Santa María que más tarde se llamaría de Covadonga. Don Oppas fue enviado a parlamentar con Pelayo para invitar al rebelde y a sus menguadas fuerza, a rendirse, pero sus insinuaciones fueron rechazadas por los resistentes cristianos que le acusaron de traidor a su gente y a su religión.
Favorecidos los rebeldes cristianos por la intervención de la Virgen María que , como es lógico, se pone de parte de los suyos, atacan al ejército musulmán, los diezman y los pocos supervivientes emprenden la huida precipitadamente. Sería, aproximadamente el año 721.
Este desastre sarraceno es pronto conocido por el gobernador musulmán de Asturias, Munuza, que está instalado en Gijón. Amedrentado por los hechos, evacua el país, sus tropas son aniquiladas y él muere mientras busca la forma de llegar a territorio amigo.
La versión árabe hablad e un pequeñísimo número de cristianos sublevados, desprovistos de víveres, aislados por completo hasta el punto de tener que alimentarse con hierbas y miel silvestre. Su situación es tal que desdeñan atacarlos y los abandonan a suerte, esperando que mueran de hambre. El historiador Al Maqqari, en su crónica sobre los sucesos de Covadonga, los reduce a una emboscada sin importancia, para terminar diciendo: " Treinta asnos salvajes, ¿ qué daño pueden hacernos "?.
Esta batalla, semilegendaria, y sobre la que existen serias dudas, tiene un valor simbólico como punto de partida de la resistencia cristiana, un signo precursor del largo período que los cristianos iban a necesitar para que volviera a imperar la cruz sobre la Península Ibérica y se ocultara la media luna.
información:
Al-Andalus. libro de Concha Masía.