viernes, 9 de noviembre de 2012

Mozárabes II


 La emigración al norte.

La convivencia pasó , sin embargo, por momentos de tensión, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo IX. Muchos cristianos emigraron de al-Ándalus para participar en el proceso repoblador de la Meseta norte, que, impulsados por los reyes leoneses, se llevó a cabo en los siglos X, y XI. Religiosos cordobeses levantaron, a partir de tristes ruinas, monasterios en los que se instalaron formando comunidades. Así, el abad Alfonso y sus compañeros, en 913, se instalaron en San Miguel de Escalada  y lo reedificaron en menos de un año, mientras el abad Juan, restauró en apenas 5 meses San Martín de Castañeda, en Astorga. Estos edificios religiosos, y otros coetáneos como Santiago de Peñalba, San Cebrián de Mazote o Santa María de Lebeña, presentan rasgos arabizados que llevaron a que durante mucho tiempo se considerase que existió un " estilo mozárabe ", caracterizado por conjugar raíces hispano- visigodas con influencias andalusíes. Aunque más tarde se hablaría de "arte de repoblación", alegando que muchas de las técnicas arquitectónicas utilizadas procedían del norte.
Con todo, los cristianos que habían vivido en al-Ándalus llevaron consigo a la Meseta algunos de los rasgos del mestizaje cultural del que procedían. Dentro de los monasterios, en los  scriptoria ( lugares donde se elaboraban los manuscritos ), se iluminaron en un estilo ecléctico códices que reproducían escritos religiosos, dando lugar a los conocidos como "códices mozárabes ". Paralelamente, albañiles, carpinteros, herreros y vidrieros, con nombres a veces cristianos y otras veces árabes, se instalaron en los núcleos de población y reprodujeron las técnicas utilizadas en las zonas meridionales. Probablemente también muchos mozárabes estuvieron directamente relacionados con el activo comercio de las sedas producidas en al-Ándalus y que se vendían en el reino de León. De entre todos los productos de este género, los que más destacaron fueron los vestidos, bordados y brocados, conocidos con el nombre de tiraz y tejidos por artesanos andalusíes especializados llamados "tiraceros".
El avance de la Reconquista cristiana no terminó con el fenómeno mozárabe. Al contrario, éste ganó un peso aún mayor. Especial importancia tuvo la conquista de Toledo por Alfonso VI, en 1085. Al valor simbólico de la recuperación de la antigua capital del reino visigodo se unía la toma de contacto con una población que había preservado durante casi 4 siglos su religión y sus raíces. A diferencia de lo que ocurriría más tarde en la conquista de las grandes urbes andaluzas, en Toledo no hubo un desalojo de los musulmanes para dar paso a los cristianos, sino que la mayor parte de la población, de origen hispanocristiano, permaneció en la ciudad. Quizá por ello, la élite mozárabe mantuvo el control del gobierno local. Los únicos que, en los cine años que siguieron a la conquista, se resistieron a aceptar el dominio de los mozárabes fueron los eclesiásticos procedentes de Francia. Estos religiosos, representantes de la Iglesia de Roma y del espíritu unitario impulsado por la abadía de  Cluny, convirtieron la mezquita en catedral e impusieron en ella el rito romano, marginando a los clérigos hispanos.

Conservar la identidad.

A Toledo emigraron en el siglo XII cristianos y judíos andalusíes, que huían ante la llegada de los almohades, dinastía de origen bereber que rompió con la tradición de relativa tolerancia que había imperado hasta entonces en al-Ándalus. También se instalaron allí gentes venidas del norte. Estos grupos de población se mezclaron pronto con los locales: quienes llegaban del sur trajeron consigo nuevos aires arábigos y la costumbre de oficiar por el rito mozárabe en su variante andalusí, algo distinta de la toledana; quienes provenían del norte, afectados por una fuerte aculturación, adoptaron nombres árabes y vistieron al modo musulmán. Durante bastante tiempo, el árabe se siguió hablando y escribiendo en Toledo; a lo largo del siglo XIII, los documentos notariales están redactados en esa lengua, que para la élite mozárabe toledana era un signo de distinción frente al clero de la catedral, asociado con el latín.
En el siglo XIV, este fenómeno ya agonizaba. El castellano se había impuesto como lengua escrita y hablada, y los nombres de los toledanos, y de sus antepasados, volvían a ser latinos. Esto conllevo a que solo en algunas iglesias se siguiera en práctica el ritual litúrgico mozárabe. Este rito tan sólo regresó a la catedral en época de Isabel la Católica, de la mano del cardenal Cisneros, arzobispo de Toledo, quien en 1495 decidió que a partir de entonces en una de las capillas se oficiaría a la manera hispana.