martes, 4 de diciembre de 2012

LA MUJER Y LOS ESPACIOS PÚBLICOS.

   La mujer musulmana no disponía de libertad para ocupar los espacios públicos, aunque su grado de enclaustramiento dependía del nivel socio-económico y del estado civil. También, la obligatoriedad de llevar el velo estaba íntimamente relacionada con la calidad de la familia a la que pertenecía. Las esclavas y las campesinas no lo necesitaban. La mujeres libres debían usarlo fuera de los muros de su casa a modo de privacidad. Sin contar la visita a los familiares, eran cuatro básicamente las oportunidades de salir del domicilio y deambular por las calles que tenían las mujeres: la visita a la mezquita, a los baños, al zoco y a los cementerios. Siendo esta última una de las más propicias para el encuentro con el otro sexo.
Los cementerios andalusíes se convirtieron en lugares de paseo y recreo. Las mujeres, tras la oración del mediodía del viernes, marchaban en grupos, solas o con niños de corta edad a visitar las tumbas de sus familiares. Las mujeres que estaban de luto incluso acudían con el rostro descubierto y numerosos hombres se sentían atraídos por la seducción del encuentro con mujeres desveladas. Además, si el luto era muy reciente, algunas levantaban tiendas cerca de la tumba para poder llorar sin ser vistas aunque también se prestaban a situaciones promiscuas que ponían nerviosos a los legisladores.
   El censor Ibn Abdun , viendo estas situaciones, prohíbe la instalación de vendedores ambulantes en los cementarios porque , en su opinión, lo que van a hacer allí no es otra cosa que a contemplar los rostros descubiertos de las mujeres. Así mismo, manda tapiar las puertas y ventanas que dan a los cementerios para proteger la intimidad; e incluso, prescribe que los agentes de policía registren las acrópolis en verano a la hora de la siesta para evitar que las mujeres se diesen al comercio carnal.
   Este censor sevillano Ibn Abdun informa de que se deberían:

" suprimir los paseos en barca por el río de mujeres e individuos libertinos, tanto más cuanto las mujeres van llenas de afeites "

   Estas mujeres que salían a divertirse dando paseos por el Guadalquivir tampoco llevaban velo y mostraban su maquillaje. No eran mujeres que se tuvieran que preocupar por guardar el honor de la familia pues serían mujeres del pueblo llano, trabajadoras que así se solazaban. Este moralista quiere impedir que ambos sexos utilicen el mismo camino para cruzar el río e incluso que hombres y mujeres se sienten en el mismo sitio. Esta serie de impresiones las recoge en su tratado de hisba, unas utopías con destino a salvaguardar la moralidad de la población musulmana.
   De todos modos, son las mujeres trabajadoras y las amas de casa las que tienen que salir con mayor frecuencia del domicilio particular para realizar actividades como lavar la ropa. Los huertos también podían ser un lugar de encuentro entre hombres y mujeres dada la soledad de algunos parajes.
Ibn Abdun prohíbe que las mujeres laven en estos sitios apartados, que, a su juicio, se convertían en lupanares. (prostíbulo ).
   Otra ocasión en la que las mujeres salían de los hogares, era con ocasión del deber religioso y de peregrinar a La Meca. Desde al-Andalus el camino era muy largo y a veces, las peregrinas viajaban sin la compañía de varones lo cual les daba bastante libertad para entablar relaciones con los hombres que encontraban en su viaje. Ibn Hazn relata una anécdota protagonizada por 5 mujeres y una anciana llamada Hind que navegaban por el Mar Rojo con destino a Arabia. En el barco había un marinero especialmente atractivo de buena planta y ancho de hombros que consiguió tener relaciones sexuales con las cinco mujeres del barco e incluso con la anciana Hind:

 " La noche primera lo vi que venía hacia una de mis compañeras y que le ponía en la mano su miembro, que era muy grueso. Ella, al punto, se le entregó. En las noches siguientes fue haciendo otro tanto con las demás. Cuando ya no quedaba sino una, que era yo, me dije para mis adentros : "- Ahora las pagarás todas juntas ", tomando una navaja, la empuñé en mi mano. Por la noche vino, según tenía costumbre y, cuando quiso hacer como otras veces, vio la navaja. Se asustó y se levantó para irse; pero, al momento no enternecí y le dije, asiéndolo: " - No, no te irás hasta que tome de ti lo que me corresponde ". Entonces - concluyó la anciana - cumplió su cometido, de lo que pido perdón a Dios ".