miércoles, 27 de marzo de 2013

Abderramán III. El califa.

Abderramán III no era un árabe típico, pues su piel era clara, sus ojos azules oscuros y su cabello rubio tirando a pelirrojo que intentaba ocultar usando tintes de alheña para ennegrecerlo.
De corta estatura y complexión fuerte, tenía un aspecto atractivo, señorial y majestuoso que destacaba, sobre todo, cuando iba a lomos de su caballo, a pesar de que los estribos no bajaban un palmo de la silla debido a la reducida longitud de sus piernas, sin embargo, cuando iba a pie resultaba bajo para la talla media de los de su raza.
Desde joven demostró poseer la constancia y astucia propia de los Omeya, junto al valor personal y acertado sentido de la realidad que, sin duda, le venía de su ascendencia vascona. Poseía además de una inteligencia ágil, aguda perspicacia y un carácter cortés y benevolente, una elocuencia oratoria poco común, así como excelentes dotes para la composición poética.
Criado muy cerca de su abuelo que, probablemente, acuciado por problemas de conciencia por la muerte de su padre, le tomó un especial aprecio y no ocultó a los ojos de los demás, pronto aquel niño fue el nieto preferido del Emir, al que llegada su adolescencia y mediante gestos tales como el que en alguna fiesta le hiciera sentar en el trono mientras él ocupaba un estrado a su lado, o que a la vista de todos se quitase su anillo para ponerlo en el dedo del nieto, destinó a que fuera su sucesor.
El joven Abd al-Rahman, que siempre vivió en la corte cordobesa, situación que no gozaron los propios hijos de su abuelo, tuvo una esmerada educación que asimiló con soltura dada sus ya comentadas cualidades personales y su indudable inclinación al conocimiento de las materias que entonces se consideraban imprescindibles en la formación de un hombre, que como él, estaba llamado a ocupar el más alto puesto en la sociedad en la que había nacido.
Sucedió a su abuelo, a la edad de veinte años. Heredando un Emirato más nominal que real ya que a lo largo y ancho de Al-Andalus la desunión de los señores locales que controlaban las ciudades reducían el control efectivo del Emir a los territorios aledaños de Córdoba.
Durante los primeros años de su gobierno, Abderramán III se dedicó a sofocar todas las rebeldías y a unificar los territorios andalusíes bajo su mando. Quizás sus más importantes logros fueron la sumisión de Toledo y la derrota de Omar al Hafsún, señor de gran parte de la Andalucía Oriental. Así formó un autentico Califato.
Una vez asentado su reino y su poder, quizá como desquite a la austeridad de la juventud junto a su tía, relajó sus costumbres. Entregado al vino y los placeres, su crueldad y prepotencia se acrecentaron, haciéndole protagonista de sucesos deleznables...
Bajo su mandato, la ciudad de Córdoba alcanzó el millón de habitantes, disponía de mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas, innumerables baños públicos, setenta bibliotecas, una universidad, una escuela de Medicina y otra de traductores.
Amplió la Mezquita –Aljama incluida la reconstrucción del alminar y ordeno edificar la ciudad palatina más bella del mundo... Madinat Al Zahra
Su gestión había recaído ya en Alhakem II, su hijo y de la esclava cristiana Maryam , una de sus esposas, elegida entre las más de 6.000 de su harén.
Cuentan que por alguna de ellas, sintió tal ardor que "abandonaba la batalla para correr a sus brazos".
Así sucedió con la primera, Fátima al-Qurasiyya, hija de su tío abuelo el Emir al-Mundir... La cual, debido a su rango llevaba el título de al-Sayyida al-Kubra, "la Gran Señora".
Hasta una noche en que la solicitó y Maryam le compró la visita a las estancias... Apareció bajo los velos, procurándole tal agrado al Califa, que cuando descubrió el engaño en lugar de castigarla, la convirtió en su favorita.
Hasta que llegó Mustaq, que fue la favorita del Califa en los últimos años de su vida y le dio el último de sus hijos, al-Mughira.
Apasionado por el lujo y la pompa, fue censurado públicamente por el Cadí porque dejó de cumplir sus deberes religiosos en la Mezquita Aljama tres viernes seguidos cuando dirigía con entusiasmo las obras del «Gran Salón del Califato» en Medina Azahara, cuyos muros quiso revestir de oro y plata.
Cuentan que para alimentar a toda la gente que vivía en el Alcázar se necesitaban trece mil libras de carne diarias, además de aves, pescados, cereales, hortalizas, frutas, etc...
Que llegaban a palacio en hileras de animales de carga que medían varios kilómetros.
El harén del Califa llegó a albergar seis mil trescientas mujeres y se calcula que el número de intelectuales protegidos por el Califa estuvo entre tres mil y ocho mil.
Se cuenta de él la siguiente anécdota:
Unos embajadores francos llegaron a la corte de Córdoba a fin de lograr una alianza con el Califa. Son citados al día siguiente para visitar a Abd al-Rahmán en el palacio de Madinat al-Zahra.
Al salir el sol los francos son conducidos a la puerta de Córdoba, donde arranca la carretera de cinco kilómetros hasta Madinat al-Zhara, ven como una alfombra de tapices cubre toda la distancia; a ambos lados, hombro con hombro, quince mil bereberes escogidos, con sus alfanjes extendidos sobre sus cabezas, tienden una bóveda de espadas, bajo la que caminan los atemorizados franceses.
Cada cien metros aparecen chambelanes ricamente vestidos, sentados en sillones de oro y plata. Los francos se postran ante ellos, creyendo estar ante el Califa, pero los chambelanes les decían: "Seguid, yo sólo soy un humilde esclavo de mi señor".
Después de dos horas de recorrido, llegaron a un salón con suelo de tierra y sin ninguna decoración, en el cual había un hombre sentado en el suelo, vestido con un traje raído, mirando distraídamente a un alfange, una hoguera y un ejemplar del Corán que tenía frente a sí.
A los francos les dijeron al oído: "Ése sí que es el Califa", y rápidamente se postraron ante él. Abderramán levantó la cabeza y, antes de que ellos dijeran nada, les habló secamente: "Cuando vosotros permitáis en vuestro reino esto (señaló el Corán) como yo permito en el mío vuestros libros santos, yo enterraré mi espada (dijo mientras la enterraba en la arena) y alimentaré todos los días la hoguera de la amistad (echó un leño al fuego)".
Les mandó salir sin dejarles hablar... ¡ Jamás volvieron !.
Si la anécdota es cierta, lo del traje harapiento fue sin duda una broma del Califa, pues tenía el Monopolio del Estado para la Fabricación de Trajes Suntuosos, y debía de ser el hombre más ricamente vestido durante siglos.
Pero Abderramán era impulsivo y cuando tenía un capricho no le importaba pisotear los derechos de sus súbditos:
Una vez, quiso comprar un terreno para una de sus favoritas, paseando le gustó la casa que habían heredado unos niños huérfanos, que como tales estaban bajo la tutoría del Cadí.
Abderramán ordenó al albacea que se la valorase a la baja.
Cuando se enteró el Cadí, contestó al Califa que la venta de los bienes de los huérfanos sólo era posible por tres motivos:
Por necesidad, por ruina grave o para obtener un beneficio para los niños.
Como ninguna de estas tres condiciones se cumplían y conociendo como conocía al Califa, ordenó derribar la casa y obtuvo por el material de derribo más de lo que ofrecía el Omeya.
Era famoso por su crueldad, ya que podía ser sanguinario más allá de todo límite. Quiso ver con sus propios ojos la muerte de su hijo sublevado Abd Allah, y lo mandó ejecutar en el salón del trono, en presencia de todos los dignatarios de la corte, para escarmiento general.
Según Ibn Hayyan (Historiador Omeya) , llegó a hacer colgar a los hijos de unos negros en la noria de su palacio como si fueran arcaduces hasta que murieron ahogados.
Cuentan algunos escritos de la época que el Califa utilizaba los leones que le habían regalado unos nobles africanos para castigar con más saña a los condenados a muerte.
Y esa crueldad no solo se quedaba en la batalla o para escarmiento... Su brutalidad con las mujeres del harén era notoria...
Estando borracho un día, a solas con una de sus favoritas de extraordinaria hermosura en los jardines de Medina Azahara, quiso besarla y morderla, pero ella se mostró esquiva e hizo un mal gesto, el Califa montó en cólera y mandó llamar a los eunucos para que la sujetaran y quemaran la cara, de modo que perdiera su belleza.
Durante sus últimos años Abd al-Rahman permaneció recluido en su ciudad dorada de Madinat al-Zahra, en su estancia favorita, aquella con el suelo cubierto de arena en que tuvo lugar la novelesca audiencia a la embajada franca... Allí permanecía la mayor parte del día y sólo un contado número de personas tenían libre acceso.
Entre los escasos privilegiados estaba Hasday Ibn Saprut, su médico personal, quizá el único hombre que jamás le tuvo miedo, posiblemente porque conocía su más profundo y bien guardado secreto: El obsesivo terror que sentía a morir envenenado a causa de la mordedura de una serpiente...
Algo que quedó grabado en sus ojos y su mente desde los años de su infancia, cuando mientras jugaba en los jardines del Alcázar de su abuelo, uno de sus hermanos resultó mordido por una víbora, muriendo poco después, entre estremecedores llantos, a la vista de él y de los otros niños que les acompañaban en sus juegos.
En la primavera de 961, el frío de la sierra cordobesa en Madinat al-Zahra hizo enfermar al Califa... Se temió que fuera una pulmonía, pero una vez más Hasday consiguió una curación sorprendente, no obstante, el médico sabía que aquella mejoría del malgastado organismo del Califa no sería muy prolongada, pero llegó el verano y con el buen tiempo el régimen de vida y audiencias de Abd al-Rahman volvieron a su ritmo normal.
Sin embargo, con el retorno de los frescos otoñales la salud de anciano monarca empeoró nuevamente y en esta ocasión el judío sabía que, ni su depurada ciencia podía hacer nada por él.
Así, un martes de octubre del año 961, tras cincuenta años en el poder y a los setenta de edad, dejando en el mundo once hijos, dieciséis hijas, la ciudad más hermosa y rica del mundo y la primera Facultad de Medicina que existió en Europa, Abd al-Rahman III murió pasando con todo merecimiento a figurar en las inmortales páginas de la Historia.
Pero Abderramán III, a pesar de tener todo Al- Andalus en sus manos no fue muy feliz y cuenta la historia que tenía una especie de diario en el que hacía constar los días felices y placenteros marcando el día, mes y año. De los 70 años que vivió, de ellos 50 reinando, tan sólo quedaron reflejados en ese diario catorce días felices.

Por Guillermo López García .

domingo, 24 de marzo de 2013

Abderramán III: Proclamación de Emir y Califa.


Abderramán III accede al trono emiral:

"Se sentó en el trono para recibir el juramento de fidelidad de los súbditos el jueves 1º del mencionado mes de rabi en el Maylis al-Kamil de Córdoba. Los primeros que le juraron fueron sus tíos paternos, hijos del imam Abd Allah, que eran: Aban, al-Así, Abderramán, Muhammad y Ahmad; los cuales vinieron a verle con mantos y túnicas exteriores blancas, en señal de luto. Siguieron a éstos los hermanos de su abuelo, que eran al-Así, Sulayman, Sa'id y Ahmad, de los cuales fue Ahmad el que tomó la palabra y el que, después de jurado, lo alabó diciendo: ¡Por Dios! Sabedor de lo que hacía te escogió Dios para gobernamos a todos, altos y bajos. Yo esperaba esto del favor que Dios nos concede y como prueba de que vela por nosotros. Lo que pido a Dios es que nos inspire la gratitud debida, nos complete sus beneficios y nos enseñe a alabarlo. Tras los miembros de la familia califal se fueron sucediendo los individuos y personajes notables de Qurays, uno por uno, más los mawlas. Luego lo hicieron los personajes más importantes entre los moradores de Córdoba: alfaquíes, gentes de relieve, magnates y miembros de las clases nobles.
Terminó la ceremonia de la jura para las clases elevadas a la hora de la oración meridiana de ese día, en la que Aberramán, acompañado de los visires y de los altos funcionarios del Estado, dejó el trono para hacer la oración fúnebre por su abuelo e inhumarlo en su sepulcro de la Rawdat al-julafa de Córdoba."

— (Una Crónica anónima de Abderramán al-Nasir. Ed. y trad. cits., pp. 91-93.)


Proclamación califal de Abderramán III:

"En el nombre de Dios Clemente y Misericordioso.
Bendiga Dios a nuestro honrado Profeta Mahoma.
Los más dignos de reivindicar enteramente su derecho y los más merecedores de completar su fortuna y de revestirse de las mercedes con que Dios Altísimo los ha revestido, somos Nosotros, por cuanto Dios Altísimo nos ha favorecido con ello, ha mostrado su preferencia por nosotros, ha elevado nuestra autoridad hasta ese punto, nos ha permitido obtenerlo por nuestro esfuerzo, nos ha facilitado logrado con nuestro gobierno, ha extendido nuestra fama por el mundo, ha ensalzado nuestra autoridad por las tierras, ha hecho que la esperanza de los mundos estuviera pendiente de Nosotros, ha dispuesto que los extraviados a nosotros volvieran y que nuestros súbditos se regocijaran por verse a la sombra de nuestro gobierno (todo ello por la voluntad de Dios; loado sea Dios, otorgador de los beneficios, por el que nos ha otorgado, pues Él merece la máxima loa por la gracia que nos ha concedido).
En consecuencia, hemos decidido que se nos llame con el título de Príncipe de los Creyentes, y que en las cartas, tanto las que expidamos como las que recibamos, se nos dé dicho título, puesto que todo el que lo usa, fuera de nosotros, se lo apropia indebidamente, es un intruso en él, y se arroga una denominación que no merece.
Además, hemos comprendido que seguir sin usar ese título, que se nos debe, es hacer decaer un derecho que tenemos y dejarse perder una designación firme.
Ordena, por tanto, al predicador de tu jurisdicción que emplee dicho título, y úsalo tú de ahora en adelante cuando nos escribas. Si Allah quiere."
En consecuencia, y conforme a estas órdenes, el predicador de Córdoba comenzó a hacer la invocación en favor de al-Nasir li-din Allah, dándole el título de Príncipe de los Creyentes, el día 1º de du-l-hichcha de este año ( 16 enero 929 ).

— (Una Crónica anónima de Abderramán al-Nasir. Ed. y trad. cits., pp. 152-153.).

miércoles, 20 de marzo de 2013

Abd al-Rahman III: emir y primer califa de al-Andalus.


Abd ar-Rahman ibn Muhammad (en árabe:: عبد الرحمن بن محمد) Córdoba (Qurduba), 7 de enero de 8911 – Medina Azahara, 15 de octubre de 961,2 más conocido como Abderramán o Abd al-Rahman III, fue el octavo emir independiente (912-929) y primer califa omeya de Córdoba (929-961), con el sobrenombre de an-Nāṣir li-dīn Allah (الناصر لدين الله), aquel que hace triunfar la religión de Dios (de Alá). El califa Abderramán vivió 70 años y reinó 50. Fundó la ciudad palatina de Medina Azahara, cuya fastuosidad aún es proverbial, y condujo al emirato cordobés de su nadir al esplendor califal. De él dijo su cortesano Ibn Abd Rabbihi que "la unión del Estado rehízo, de él arrancó los velos de tinieblas. El reino que destrozado estaba reparó, firmes y seguras quedaron sus bases (...) Con su luz amaneció el país. Corrupción y desorden acabaron tras un tiempo en que la hipocresía dominaba, tras imperar rebeldes y contumaces". Bajo su mandato, Córdoba se convirtió en un verdadero faro de la civilización y la cultura, que la abadesa germana Hroswitha de Gandersheim llamó "Ornamento del Mundo" y "Perla de Occidente". Sin embargo, a pesar de sus grandes talentos e inmensos logros, Abderramán III fue también un gobernante cruel y despótico que cometió horribles crímenes, se entregó desvergonzadamente a los placeres y al que importó muy poco el derramamiento de sangre. La Crónica anónima de al-Nasir resume así su reinado:

"Conquistó España ciudad por ciudad, exterminó a sus defensores y los humilló, destruyó sus castillos, impuso pesados tributos a los que dejó con vida y los abatió terriblemente por medio de crueles gobernadores hasta que todas las comarcas entraron en su obediencia y se le sometieron todos los rebeldes".


El futuro emir Abderramán, tercero de su nombre, era nieto de Abd Allah, VII emir independiente de Córdoba, descendiente de los omeyas que antaño habían regido el Califato de Damasco (661-750). Nació hijo de Muhammad y de Muzna o Muzayna (que significa lluvia o nube), una concubina cristiana que pasó a ser considerada una umm walad o Madre de infante por haber dado a su señor un hijo.

El nieto del emir cordobés recibió el nombre de Abderramán y la kunya de Abul-Mutarrif, los mismos que tuvieron su tatarabuelo Abderramán II y el fundador del dominio omeya en al-Andalus, Abderramán I. El nombre Abd al-Rahman significa "el Siervo del Dios Misericordioso", y Mutarrif quiere decir, entre otras cosas, "el combatiente o héroe que ataca valientemente a los enemigos y los rechaza", en suma "caballero noble", "distinguido" y "campeón". La kunya Abul-Mutarrif, impuesta a un niño que recibía intencionadamente el nombre de Abd al-Rahman, podría entenderse como una esperanza de que fuera un campeón al servicio de Allah y restaurara el poder de la declinante dinastía omeya.

Veinte días después del feliz nacimiento de Abderramán, el infante Muhammad murió asesinado a manos de su propio hermanastro, Al-Mutarrif. Al parecer, el Emir había propuesto a Muhammad como heredero suyo por sus méritos, lo cual irritó sobremanera a Mutarrif, que, al contrario que Muhammad, también era de sangre real por parte de madre. Mutarrif recurrió a toda clase de intrigas para deshacerse de su hermanastro, acusándole de conspirar con el famoso rebelde Omar ibn Hafsún. Consiguió que Muhammad fuera encarcelado, y cuando poco después el emir decidió ponerle en libertad por falta de pruebas, Mutarrif se apresuró a entrar en la prisión y dio una paliza tan brutal a Muhammad que éste murió desangrado. Hay fuentes, no obstante, que responsabilizan de la tragedia al mismo Emir, así como de la muerte del propio Mutarrif en 895. Según éstas, el Emir no deseaba que los más poderosos y capacitados de sus hijos se hartaran de esperar para ocupar el trono y lo asesinaran a él.

En cualquier caso, la primera infancia de Abderramán III debió de transcurrir en el harén de su abuelo el emir Abd Allah conviviendo con su madre y sus tíos menores de edad, con las esposas y concubinas de su abuelo y con un buen número de servidores, esclavas, amas de cría, comadronas y eunucos. Al frente del harén en un momento determinado estaba su tía, llamada al-Sayyida, es decir, la Señora. Era hermana uterina del infante Mutarrif, el asesino de su padre. Se encargó esta infanta de la crianza y educación de éste; lo trató con bastante rigor, y llegó a maltratarlo. En todo caso, Abderramán llevó una juventud silenciosa, entregado a los estudios.

Cuando el viejo emir Abd Allah murió a los 72 años de edad, la sucesión tomó un cariz inédito, puesto que no recayó en ninguno de los hijos del difunto, sino en su nieto Abderramán. Aunque las fuentes presentan el hecho como algo normal, dada la preferencia del difunto emir por el hijo de su primogénito, el asunto debió de ser algo más complejo. Ibn Hazm señala que el nuevo emir fue designado por una asamblea, aunque desgraciadamente omite más detalles; y aunque las fuentes señalasen que sus tíos acudieron gozosos a la proclamación, lo cierto es que pocos años después algunos de ellos conspiraron para derrocarlo. Es muy probable, por tanto, que en la designación de Abderramán como heredero jugaran un papel importante las intrigas palaciegas urdidas en torno al lecho del emir moribundo.

En cualquier caso, Abderramán III sucedió a su abuelo el 16 de octubre de 9124 cuando tenía poco más de veintiún años. Heredaba un emirato al borde de la disolución, y su poder no iba mucho más allá de los arrabales de Córdoba. En el norte, el reino asturleonés continuaba la Reconquista, dominando ya la frontera del Duero con el concurso de los mozárabes que habían huido del cruel dominio andalusí. En el sur, en Ifriqiya, los fatimíes habían proclamado un califato independiente, susceptible de atraer la lealtad de los muchos musulmanes justificadamente molestos con el yugo omeya. En el interior, por último, los muladíes descontentos continuaban siendo un peligro incesante para el emir cordobés, por más que alguno de los focos de rebeldía se hubieran ido debilitando. El más destacado de los rebeldes era Omar ibn Hafsún, quien desde su inexpugnable fortaleza de Bobastro, en la serranía de Ronda, controlaba gran parte de Andalucía Oriental.

Desde el primer momento, Abderramán mostró la firme decisión y una constante tenacidad para acabar con los rebeldes de al-Andalus, consolidar el poder central y restablecer el orden interno del emirato. Para ello, una de las medidas que tomó fue introducir en la corte cordobesa a los saqalibah o eslavos, esclavos de origen europeo, con la intención de introducir un tercer grupo étnico y neutralizar así las continuas disputas que enfrentaban a sus súbditos de origen árabe con los de origen bereber.

Información: Wikipedia.

El final del reinado de Abd Allah

   No le quedaba mucho tiempo de vida al emir, pero todavía los musulmanes iban a reconquistar las Islas Baleares, que desde el reinado de Abd al-Rahman II, se había rebelado y vivían de forma independiente. Sólo Ibn Jaldín nos da noticias de cómo sucedieron las cosas. Un piadoso andaluz, Isam al-Jawlani, se embarcó para cumplir con el precepto de viajar a La Meca, cuando una tempestad le obligó a refugiarse en Mallorca. A su regreso de Oriente, le comentó a Abd Allah lo fácil que podía resultar apoderarse del archipiélago. Unas galeras, tripuladas por un gran número de combatientes por la fe, a las órdenes del mismo Isam al-Jawlani, se hicieron con las islas sin mayores problemas. El gobierno fue confiado al jede de la expedición que, durante diez años, ocupará este puesta hasta su muerte, después de haber construido mezquitas, casas de baños y alhóndigas. Le sucedió su hijo, que fue confirmado en este puesto por Abd al-Rahman III, pero acabó por retirarse a Oriente donde acabó sus días como un asceta.
   Abd Allah murió en la noche del 15 al 16 de octubre de 912, después de un reinado terriblemente turbulento. Con sus defectos y sus pocas virtudes, este emir no gozó ni un solo día de tranquilidad. Era ya anciano, y su reino , aún tambaleante, pasaba a su nieto Abu-l- Mutarrif Abd al-Rahman, todavía muy joven. Fue proclamado, de inmediato ante todos sus parientes, vestidos de blanco en señal de duelo, que le prestaron juramento de fidelidad. Comenzaba con Abd al-Rahman III el siglo IV de la era del Profeta, el más glorioso de la historia de al-Andalus.

sábado, 16 de marzo de 2013

El siempre activo Ibn Hafsun

   Inteligente, oportunista, pues no tendrá embarres en aliarse con quien sea y cómo sea, Ibn Hafsun continuará con su "reinado" bajo el emir Abd Allah, que no desea tener otro frente más con el que luchar y le otorgará la gobernación de la provincia de Reyyo, mientras que el rebelde le jurará fidelidad y como muestra de ello, hará que el mensajero cordobés regrese a la capital acompañado por su hijo Hafs y algunos oficiales. A su regreso, se entera de que el país entero anda sublevado y, olvidando sus juramentos, amplía su campo de acción, haciéndose, por unos meses señor de Andalucía. El emir decide emprender una campaña contra él y, en la primavera de 889, hace una demostración militar, que dura cuarenta días y que no tiene ningún resultado. Ibn Hafsun le hace saber que está dispuesto a deponer las armas y, el emir, acepta de nuevo, su palabra, e incluso le invita a participar en una expedición contra otro rebelde, Ibn Mastana que ayuda a los árabes de Alcalá la Real, dedicados al pillaje. Ibn Hafsun, sin embargo, se alía con el que debe castigar, coge prisionero al general omeya al que acompaña en esta expedición de castigo, rompiendo los lazos con Córdoba, después de ayudar a los muladíes de Elvira y de sufrir, en la vega de Granada, una de sus primeras derrotas.
   No se amilana por este fracaso, y su autoridad se extiende por Reyyo, Elvira y Jaén, y las plazas de Archidona, Baeza, Úbeda, Priego y Écija, reconocen su autoridad. Parece que piensa en ir contra Córdoba y parece, también, que es el momento en que los mozárabes de la capital le ofrecen su apoyo. Sobre este punto hay dudas, aunque parece que un cristiano, Servando, fugado de una pena de Bobastro. El padre de este Servando, llamado como él, había sido el comes de los mozárabes a los que había oprimido con gran severidad. Muchos se convirtieron al Islam para huir de los tributos, arbitrarios y onerosos, que le imponía este comes que solo estaba atento a complacer a las autoridades musulmanas, comprometiendo al obispo Valencio y al abad Samsón, al tiempo que  ha empobrecido a las iglesias. Ahora desea que sus correligionarios le perdonen. Su hijo servando, implicado en un asesinato, se echa al monte, con algunos partidarios para dedicarse a asaltar a los viajeros, cerca del castillo de Poley, que acaba ocupando en nombre de Ibn Hafsun, que le encargará seguir actuando por las tierras colindantes. Apresado por las fuerzas emirales que salen a combatirlo, Servando morirá y su cabeza se exhibirá en Córdoba, mientras su padre será crucificado. Los mozárabes cordobeses, ante este escarmiento ejemplar, parece que se lo pensarán dos veces antes de comprometerse en rebeliones.
   Ibn Hafsun estaba en un buen momento. Trasladó su cuartel general a Écija, incorporando a sus posesiones Baena y Lucena, cuya población era casi, exclusivamente, judía. Nadando entre dos aguas, como era su costumbre, envió al emir cordobés, la cabeza de un pequeño rebelde, señor de Jódar, mientras remitía una embajada a Ibrahim II, príncipe de Qayrawan, para que interviniese en su favor ante los abbasíes, y proseguir, en su nombre, la lucha contra los omeyas usurpadores. Ibrahim II, que tenía muchas y grandes preocupaciones, se limitó a animarle en su loable intención de atacar Córdoba, pero aparte de noche tras noche, salían las tropas de Ibn Hafsun para asolar la campiña cordobesa.
   En Córdoba comenzaba a escasear la comida, y la inquietud cundía entre sus habitantes y entre la camarilla del emir. Abd Allah sondeó a Ibn Hafsun para ver si era posible llegar a algún tipo de entendimiento, pero el rebelde que se sentía en una posición de fuerza, contestó de manera insolente. El emir reaccionó con energía, ante la sorpresa de cuantos le rodeaban, acostumbrados como estaban a sus vacilaciones y dudas. La situación requería jugárselo todo a una carta. Le iba en ello su honor y el honor de su dinastía, además de su porvenir y el de su sucesor. Reunió todas las tropas disponibles, y organizó un ejército que él mismo dirigiría. Todos estos preparativos le causaron risa a Ibn Hafsun, que en su osadía, estando las tropas emirales en el llano de Secunda, con la tienda del emir levantada, intentó pegarle fuego por la noche, acompañado sólo, por unos cuantos jinetes. Pero tanto atrevimiento tuvo su castigo, porque cayó sobre él y sus acompañantes, tal lluvia de flechas, que sólo se salvaron el propio Ibn Hafsun y uno de sus jinetes.
   El ejército omeya, consiguió, y con dificultad, reunir en sus filas 4.000 soldados regulares y 10.000 cordobeses voluntarios, hartos ya de las intimidaciones del líder sublevado, cuyos efectivos eran más del doble. El 15 de mayo de 891 salieron las tropas de Abd Allah, y se convino que la batalla se daría al día siguiente, al amanecer. A pie firme esperaba Ibn Hafsun, a sus enemigos a la sombra del castillo de Poley.
Desde un altozano, el emir observaba la marcha del combate que, desde el primer momento, fue de extraordinaria dureza y sonrió a los leales. El ala derecha de las fuerzas omeyas arrollaron al ala derecha de los rebeldes, mandada por Ibn Hafsun, y consiguió ponerla en fuga. Los contingentes insurrectos, desorientados por esta primera carga, abandonaron el campo de batalla buscando refugiarse tras los muros del castillo de Poley, al igual que hizo Ibn Hafsun, en la seguridad de que podría resistir un asedio. Pero, la mayoría de sus tropas eran gentes de Écija, que no tenían ganas de verse sitiados y, por la noche, abandonaron el castillo, aprovechando una brecha que había en las murallas de la fortaleza. El rebelde, entonces, huyó y se internó en la serranía andaluza, abatido por el desastre sufrido y por el abandono en el que le habían dejado los suyos. Abd Allah tomó Poley y mandó ejecutar a todos los prisioneros cristianos que hizo allí. Perecieron más de un millar, excepto uno, que en el momento de ser decapitado, salvó la vida apostatando.
   Abd Allah reconquistó todas las plazas e incluso se dio una vuelta por Bobastro. La situación que no podía ser más desalentadora apenas unos días antes, había mejorado notablemente. El emir necesitaba un respiro e Ibn Hafsun también. Pidió la paz al emir, que se la concedió a cambio de que le enviase como rehén a uno de sus hijos. Astuto como siempre, le envió a un muchacho que sólo era su hijo adoptivo. Se descubrió el engaño y se le dijo a Ibn Hafsun, que ya se sentía recuperado, y aprovechó, otra vez, para romper las relaciones con Córdoba. Volvió a hacerse con casi todas las plazas perdidas, pero en los seis años siguientes no consiguió grandes avances e, incluso perdió Elvira.
   Una decisión inesperada de Ibn Hafsun mermó su popularidad ante los que le habían apoyado, En 899 decidió regresar a la fe de sus antepasados y hacerse cristiano. Él adoptó el nombre de Samuel y su mujer el de Columba. Los mozárabes se mostraron entusiasmados con esta decisión, pero los muladíes sinceros y los musulmanes le abandonaron. Incluso llegó una pequeña tropa desde Marruecos, para combatirlo por haber abjurado de la religión de Mahoma.
   Esta actitud nos permite comprender mejor su carácter. Intentó alianzas con moros y cristianos, con hispanos y marroquíes, con leales y sublevados. En los últimos diez años de su vida, aunque seguía siendo el señor de su feudo andaluz, era notoria su debilidad, lo que fue aprovechado por el gobierno omeya para ir recuperando dominios y territorios, recobrando un prestigio que andaba por los suelos. Pero, a pesar de todo, no se rinde y mantiene los contactos con los nuevos reinos del norte de África y él es el primero que hace brillar antes sus ojos, la posibilidad de invadir la Península. Hará falta que Abd al-Rahman III acceda al trono para poder eliminar esa espina enquistada en el poder de los omeyas, desde hacía tanto tiempo.

AL-ANDALUS...libro de Concha Masiá.

domingo, 10 de marzo de 2013

La escudilla del sufí. Leyendas.



Un emperador estaba saliendo de su palacio para dar un paseo matutino cuando se encontró con un mendigo. Le preguntó:
- Qué quieres?
El mendigo se rió y dijo:
- Me preguntas como si tu pudieras satisfacer mi deseo.
El rey se rió y dijo:
- Por supuesto que puedo satisfacer tu deseo. ¿Qué es? Simplemente dímelo.
Y el mendigo dijo:
- Piénsalo dos veces antes de prometer.
El mendigo no era un mendigo cualquiera, había sido el maestro del emperador en una vida pasada. Y en esta vida le había prometido "vendré y trataré de despertarte en tu próxima vida. En esta vida no lo has logrado, pero volveré..."
Insistió:
- Te daré cualquier cosa que pidas. Soy un emperador muy poderoso, que puedes desear tu que yo no pueda darte?
El mendigo le dijo:
- Es un deseo muy simple. ¿Ves aquella escudilla? ¿Puedes llenarla con algo?
- Por supuesto, dijo el emperador.
Llamó a uno de sus servidores y le dijo:
- Llena de dinero la escudilla de este hombre.
El servidor lo hizo...y el dinero desapareció. Echó más y más y apenas lo echaba desaparecía. La escudilla del mendigo siempre estaba vacía.
Todo el palacio se reunió. El rumor se corrió por toda la ciudad y una gran multitud se reunió allí. El prestigio del emperador estaba en juego. Les dijo a sus servidores:
- Estoy dispuesto a perder mi reino entero, pero este mendigo no debe derrotarme.
Diamantes, perlas, esmeraldas... los tesoros iban vaciando. La escuadrilla parecía no tener fondo. Todo lo que se colocaba en ella desaparecía inmediatamente. Era el atardecer y la gente estaba reunida en silencio. El rey se tiró a los pies del mendigo y admitió su derrota.
Le dijo:
- Has ganado, pero antes que te vayas, satisface mi curiosidad, ¿de qué está hecha tu escudilla?
El mendigo se rió y dijo:
- Está hecha del mismo material que la mente humana. No hay ningún secreto... simplemente está hecha de deseos humanos.

sábado, 9 de marzo de 2013

El conflicto árabe-muladí en Sevilla

   En el siglo IX, Sevilla, después de la capital, Córdoba, era la ciudad más rica y populosa de Andalucía. Sus tierras fértiles y primorosamente trabajadas, le habían dado una prosperidad y un florecimiento únicos. En su población vivían muchos muladíes aunque tampoco era nada despreciable la cantidad de mozárabes, de cristianos que seguían conservando sus iglesias. Los árabes sevillanos pertenecían casi todos a la aristocracia, y generalmente, todos convivían sin más problemas. Estos árabes solían vivir en sus fincas, como auténticos príncipes, pues eran ricos hacendados con grandes posesiones de tierras en las orillas del Guadalquivir. Entre estos terratenientes, los más importantes eran los yemeníes, Banu Hachchach. Otra familia de este clan, con posesiones de olivares e higos en el Aljarafe, eran los Banu Jaldún.
   Estas familias árabes patricias mantenían buenas relaciones con el poder de Córdoba, que les había dejado mucha libertad y los gobernadores oficiales tenían orden de no molestarles. Muchos de los miembros de estas familias se habían casado con muladíes tan ricos como ellos, pero todavía predominaba el espíritu de clan. Tal era el caso de los Banu Hachchach, cuya línea materna descendía de príncipes visigodos de los que habían heredado propiedades inmensas.
   Los hijos de Witiza, Olmondo, Ardabasto y Rómulo, fueron a ver a Tariq, después de que éste hubiera conquistado media España, para que les permitiese ir a Iriqiya a visitar a Musa ben Nusayr. Tariq les entregó una carta de presentación, en la que exponía los servicios que los príncipes visigodos le habían prestado, entre los que se encontraba el abandonar a Rodrigo en plena batalla, en la batalla que dio paso a los musulmanes a territorio hispano. Musa, a su vez, los envió al califa al-Walid, de Damasco, que les colmó de honores y les devolvió el patrimonio personal de su padre. Ya en su patria, los hermanos se repartieron la herencia: Olmondo se quedó con las propiedades de la Andalucía oriental y se estableció en Sevilla; Ardabasto, eligió Córdoba para vivir, y tomó las fincas próximas a esta ciudad y Rómulo se quedó con las granjas de Toledo que ascendían a mil. Reinando en Damasco Abd al.Mlik, murió Olmedo, dejando a una hija Sara, y dos niños todavía pequeños. Ardabasto aprovechó aquella circunstancia para adueñarse de las tierras de su hermano. Sara, ante esta situación, mandó fletar un barco y se embarcó en él junto a sus dos hermanitos, rumbo a Siria. Desembarcó en Ascalón y desde allí, se desplazó hasta Damasco y expuso ante el califa la injusta situación de la que era objeto por avaricia de su tío, mostrando la concesión de tierras que le otorgara al-Walid. El califa reconoció su derecho, dio las órdenes oportunas para que recobrase su herencia, y la casó con Isa Ben Muzahim, con quien tuvo hijos y la acompañó a su regreso a España. En la corte de Damasco conoció Sara al príncipe Abd al-Rahman, el futuro Emigrado, que cuando llegó a soberano de al-Andalus, tuvo con la princesa visigoda todo tipo de consideraciones y el palacio del emir estaba siempre abierto para ella. Su marido y abuelo del historiador Ibn al Qutiyya, murió en 756 y la viuda volvió a casarse, por consejo del emir, con Umayr ben Sa´id, con quien tuvo un hijo, Habib, que daría lugar a cuatro familias aristocráticas sevillanas, una de ellas la de los Banu Hachchach.
   Cuando Abd Allah llega al poder, en los Banu Hachchach, los hermanos Abd Allah, e Ibrahim, eran sus principales representantes. A la cabeza de los Jaldún estaban Durayb ben Uthman y su hermano Jalid. En cuanto a los muladíes sevillanos, los más ricos e influyentes eran los Banu Angelino y los Banu Sabarico, que habían conservado sus nombres en lengua romance.
   Hacia 889, Kurayb ben jaldún inició el conflicto. Lo tenía todo, pero quería situarse en primera línea y con su temperamento brutal, decidió aprovecharse de la anarquía que campaba por doquier. Dejó Sevilla y tomando una de sus fincas como cuartel general, se puso al frente de algunos árabes yemenes y de sus clientes beréberes, creando una coalición que, como primera providencia, se dedicará a arremeter contra los muladíes de la providencia  Y para aumentar la confusión, alienta actos de bandidaje que cometen los beréberes que le obedecen ciegamente. A su vez, los beréberes de Kurayb son baraníes y odian a su vez , a los beréberes de Burt, que están instalados en las montañas de la región. El rebelde sevillano ajusta una alianza con los insurrectos de Niebla y Sidona y comienza a extender sus proclamas por toda la Andalucía occidental. Como es lógico, se forma una coalición es su contra, integrada por los muladíes más decididos, así como los beréberes de Burt y los clanes opuestos a los yemeníes, es decir, los mudaríes. Los beréberes baranies llegan a atacar los buburbios de Sevilla. El gobernador omeya es derrotado en Tablada y Kurayb no duda en establecer tratos con al-Chilliqí. Ni el uno ni el otro sienten ningún escrúpulo, y el "hijo del Gallego" se estrena saqueando una aldea del Aljarafe de la que obtiene un sustancioso botin. Los caminos se volvieron intransitables. Nadie está seguro ni a salvo de los actos de rapiña y de las cuadrillas de bandidos.
   Los muladíes sevillanos no entienden por qué el emir no interviene. Uno de ellos, Muhammad ben Galib, decide marchar a Córdoba y ofrece sus servicios a Abd Allah. Restablecerá el orden en los caminos si se le autoriza a establecerse en la fortaleza de Siete Torres, con un grupo de mozos decididos a actuar.
   Con la autorización emiral, el muladí logra que pueda transitarse, de nuevo, entre Ecija y Sevilla, con gran rapidez. Pero Kurayb, que ha conseguido que se le unan los Banu Hachchach, marcha para atacar a Ibn Galib en su castillo. Es rechazado, pero en la lucha muere un aristócrata árabe y aquello se convierte en un asunto de honor. La querella nacida de que un muladí haya matado a un árabe de raza, llega a Córdoba, donde el emir quiere contentar a todos, aunque no sabe muy cómo hacerlo. Tal como solía ser habitual en él, tiró por la calle de en medio. Envió a uno de sus hijos, Muhammad, a que iniciase una investigación y, a la vista de los resultados, tomará una decisión. Llegó el príncipe a Sevilla, junto a un nuevo gobernador omeya, y entre los dos empiezan a dilatar la resolución del problema, esperando que las cosas se arreglen por sí solas.
   Los muladíes sevillanos consideran que han ganado la partida, mientras los árabes yemeníes juran que vengarán la afrenta. Para ello, Kurayb ben Jaldún toma el castillo de Coria del Río y Abd Allh ben Hachchach toma Carmona. Los dos golpes se dieron al mismo tiempo y con éxito. Karuyb saquea una isla y roba el ganado de un omeya rico y el príncipe Muhammad avisa al emir para comentarle de cómo se están poniendo las cosas. Abd Allah desea un arreglo entre las dos partes, pero no sabe cómo proceder. Al final, sus visires le aconsejan una solución muy poco ética, pero a la que se recurre para frenar la situación, y es la de matar a Muhammad ben Galib, el muladí que se ha impuesto un cierto orden, y así se hace. Ibn Hachchach se da por satisfecho y devuelve a los omeyas la fortaleza de Carmona.
   Pero este asesinato provoca las iras de los muladies, que buscan los apoyos de los bereberes Butr y de los árabes maddíes. El 9 de septiembre llegan a Sevilla los refuerzos de estas dos formaciones pero, a pesar de todo, no desean provocar disturbios graves. Se procedió a hacer una manifestación ante la casa del hijo del emir, pero se les ha unido la plebe que es difícil de controlar y que pronto se enzarza con la guardia del palacio. Aumenta el pelibro y llegan refuerzos para los omeyas, que atacan por la espalda a los muladíes, organizándose una matanza espantosa, que sólo podrán detener los clientes omeyas.
   Abd Allah, después de estos sucesos, decretó una amnistía para todos los que hubieran participado en ellos, pero sólo se consiguió una calma, tan pasajera como ficticia. Prosiguieron los asesinatos, por ambos bandos. Murieron varios hermanos del gobernador sevillano Umayya, que a su vez, acosado por Ibrahím ben Hachchach, acabaría por morir peleando, después de degollar a sus mujeres y matar a sus caballos. Fueron días terribles en los que murieron a miles, muladies, musulmanes y cristianos, y entre los primeros fueron los Banu Angelino y los Banu Sabarico.
   El emir prefirió dar por buena la falsa noticia de que el gobernador Umayya conspiraba contra él y que por eso había sido eliminado, y le sustituyó por otro. Envió a su tío Hisham a Sevilla como representante oficial, pero en realidad este personaje no era más que un fantoche para cubrir las apariencias. Hisham pronto hubo de recluirse en su palacio, al tiempo que caía asesinado su hijo Mutarrif. Kurayb ben Jaldún e Ibrahim ben Hachachach eran los verdaderos dueños de Sevilla, que sin declararse en rebeldía mantenían a toda la región en un estado de sublevación constante. Aquello no podía continuar y el emir envió a su hijo, el príncipe Mutarrif y a su general preferido Abd Allah ben Umayya, con un ejército que , en teoría, marchaba para restablecer el orden el el Algarve y, una vez en ruta, se desviaron hacia su objetivo real, Sevilla. Kurayb, al saber que el ejército omeya se acercaba a la ciudad, intentó que Hisham convenciera a al-Mutarrif para que cambiara de itinerario, pero no lo consiguió y tuvo que abrir las puertas a las fuerzas leales. Éstas, con rapidez, atacaron varios castillos que ocupaban los rebeldes en Jerez, Arcos y Medina Sidonia. Cuando a finales de septiembre de 895 regresaron a Sevilla, Kurayb les negó la entrada. Al-Mutarrif no forzó la situación, pero apresó a Jalid ben Jaldún, hermano de Kutayb y a Abd al-Rahman, hijo de Ibrahim ben Hachchach y se volvió a Córdoba con ellos. Fueron liberados después de pagar un gran rescate y de dejar rehenes, pero de vuelta a Sevilla, olvidando sus promesas, repudiaron la autoridad del emir y se repartieron la región sevillana.
   Abd Allah, con mucha perspicacia, no tomó ninguna acción. Suponía, y no sin razón, que entre las dos familias árabes no se iba a mantener por mucho tiempo la concordia. Y así fue. Los dos cabecillas desconfiaban el uno del otro, mientras que el gobierno central intentaba fomentar esta desconfianza mutua. La alianza entre los Banu Jaldún y Banu Hachchach, acabaría ahogada en sangre. Kurayb y Jalib fueron asesinados por orden de los Hachchach. Ibrahim ya tenía Sevilla sola para él, y pidió al emir una investidura que, Abd Allah, no se atrevió a negarle. Así, con la aprobación del mismo emir, apenas a 50 km de Córdoba, se erigía un estado, prácticamente, independiente, regentado por un árabe que tendría su propio ejército, que recaudaría sus propios impuestos y que, si venía al caso, se aliaría contra su señor natural, aun con Ibn Hafsun, al que admiraba profundamente y del que era pariente por una alianza matrimonial.
   Ibrahim ben Hachchach
fue un buen administrador y gobernó con energía y benevolencia para ganarse el favor de sus nuevos súbditos. Protegió a los literatos y artistas y a imitación de las cortes emirales, se hizo traer a una bella cantora bagadadí, Qamar, que compró a precio de oro, en Oriente. Eran muchos los hombres de letras que, si se sentían relegados en Córdoba, marchaban hacia Sevilla en la seguridad de que serían bien acogidos y generosamente recompensados.
   Las relaciones entre Córdoba y Sevilla se mantuvieron tensas, hasta que el emir liberó al hijo de Ibrahim, tras lo cual, el sevillano pagó a Abd Allah tributo de vasallaje y le proporcionó tropas para sus expediciones, dejando de apoyar a Hafsun cuando éste actuaba contra el emir.
   Ibrahim murió de repente, cuando contaba unos 63 años, en 910 ó 911. Le sucedieron sus hijos: Abd al-Rahman, en Sevilla y Muhammad en Carmona. A la llegada de Abd al-Rahman III, estos principillos sobrevivirán poco tiempo, pues el primer califa recobraría estos territorios que su padre gobernara como otro emir.

AL-ANDALUS....CONCHA MASIÁ.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Personajes ilustres de al-Andalus.


Ibn Masarra, Muhammad (883-931)
Filósofo árabe, de Córdoba. Reunió un grupo de discípulos en una ermita cercana y fundó la 'escuela masarrí'. Acusado de herejía, se expatrió con algunos de sus discípulos. Visitó Medina y la Meca, recorriendo los países orientales, y regresó a Córdoba en tiempos de Abd al-Rahmán III, donde reanudó su enseñanza. Sus doctrinas ofrecen muchas semejanzas con el seudo Empédocles, y se le considera un continuador occidental del neoplatonismo alejandrino. Autor del 'Kitab altabsira' (Libro de la explicación perspicaz) y del 'Kitab al-huruf' (Libro de las letras). Tanto éstos como el resto de sus obras se han perdido.


Ibn Fothais (980-1034)
Bibliófilo hispano-árabe, nacido en Córdoba. Muy versado en todos los conocimientos de su tiempo, especialmente en las ciencias históricas. Tuvo una auténtica pasión por los libros, reuniendo una biblioteca tan numerosa y selecta que sus herederos obtuvieron por ella más de seis millones de reales.
Entre sus obras están el 'Libro de narración de las causas por las cuales descendió el Corán', en 100 partes. 'Libro de las lámparas sobre las excelencias de los Cahibes', o compañeros del Profeta, también en 100 partes.
Ibn Hani (siglo X)
Gran poeta e historiador árabe, natural de Sevilla.
Residió algunos años en Egipto, donde murió muy joven, a los 36 años de edad.
Aben Jalikan le juzgó así: "Si no fuera por ciertas exageraciones que rayan en la impiedad, su obra 'Diwam' sería lo más hermoso que ha producido la lengua árabe, pues no hay poeta occidental entre los antiguos ni los modernos que se halle a la altura de Aben Hani, siendo éste el mayor poeta de todos en absoluto".
Ibn Hazm (994-1063)
Escritor árabe, de Córdoba. Es sus últimos años fue perseguido por profesar el rito zahiri. El rey de Sevilla, al-Mutamid, mandó quemar sus obras. Autor de un célebre tratado sobre el amor, 'El collar de la paloma' (1023), donde expone su concepción platónica del mismo, ilustrada con una serie de descripciones de gran interés para conocer la vida sentimental y amorosa de los árabes españoles. Otras obras de importancia son: 'Epístola en elogio de Al Andalus', 'Linajes árabes', 'Historia crítica de las religiones, sectas y escuelas', 'Polémica religiosa con Ibn al Nagrella', donde ataca el judaísmo. Es uno de los autores árabes más traducidos a las lenguas occidentales y de mayor influjo en su época.
Ibn Essamej (siglo XI)
Matemático hispano-árabe, discípulo de Abul Moslema. Entre sus obras están los 'Comentarios a los tratados de Geometría de Euclides', como introducción a las Matemáticas. 'De la naturaleza de los números', 'De los cálculos usados en el comercio', así como un tratado Magistral de Matemáticas, obra notabilísima para aquellos tiempos. 'Tratado de la construcción y uso del astrolabio', en colaboración con su discípulo Aben Essofar.

viernes, 1 de marzo de 2013

Abd Allah y la crisis del poder real

   El nuevo emir había nacido, de madre esclava, el 11 de enero de 844, en el mismo año que su hermano al-Mundhir. Tenía los ojos azules y los cabellos rubio-rojizos, como otros príncipes de su dinastía. Era de gustos sencillos, sobrio y de vida modesta, muy culto, buen orador y versado en ciencias religiosas. Parece que conocía tan bien el Corán que lo sabía entero de memoria y que, cada día, recitaba una parte de él. También tenía facilidad para versificar, componiendo muy buenas poesías. Los alfaquíes le dominarán y fomentarán su devoción,  rigorista y estrecha. Siempre contará con el apoyo de los medios clericales, en las circunstancias más adversas, en los crímenes que cometerá, amparándose en la razón de estado, con los miembros de su propia familia. Sin embargo, le interesa la opinión pública y le gusta escuchar, de primera mano, las quejas y los problemas de sus súbditos, a los que, una vez por semana, recibirá en una puerta nueva que manda abrir en el recinto del Alcázar, la Puerta de la Justicia. Jamás deja de asistir a la oración de los viernes en la mezquita mayor, pero, su natural desconfiado, le hace construir una especie de pasarela que le conduce, directamente, desde el palacio a la mezquita.
   La versión tradicional habla de cómo se produjo su llegada al trono, tras la muerte de al-Mundhir mientras sitiaba Bobastro, parece que por una enfermedad que se lo llevó en dos días. Pero algunos historiadores árabes, como Ibn al-Qutiyya e Ibn Hazm, le acusan claramente, de haberse deshecho de su hermano para ocupar el poder, y es muy posible que tengan razón. No era difícil hacerse con un veneno o emplear una lanceta envenenada para hacer una sangría. Esto unido al poco aprecio que parecía sentir Abd Allah por la vida de los que le rodeaban, aunque fuesen sus hermanos o sus hijos, abre el campo a pensar que al-Mundhir no murió de muerte natural.
   El emir Abd Allh, tenía unos cuarenta años cuando accede al trono y siete hijos, que se completarán con otros cuando ya ostente el poder. El mayor, Muhammad, fue designado heredero. Su madre, Durr, "Perla", parece que era una príncesa vascona, bisnieta de Iñigo Arista, llamada doña Iñiga, que se había casado, ya viuda, con el príncipe Abd Allah del que nacería este hijo. Con razón o sin ella, Muhammad iba a tener un destino triste, pues moriría, con apenas veintiséis años, posiblemente por la desconfianza de su propio padre. Aunque las versiones sobre ese desgraciado hecho son diversas, la más aceptada es la siguiente:
el hermano menor de Muhammad, al-Mutarrif, sentía envidia de que este fuese designado para suceder a su padre. Se puso a intrigar con gentes de la corte, hasta que consiguió que Abd Allah lo encarcelase por dudar de su lealtad. Cuando iba a ser liberado por Muhammad por falta de pruebas, Mutarrif entró en la sala donde estaba encarcelado su hermano, en el mismo Alcázar, y lo cosió a puñaladas. Era el 28 de enero de 891. Veintiún días antes, a Muhammad le había nacido un hijo, el que sería Abd al-Rahman al-Nasir. Indignado Abd Allah por la muerte de su presunto heredero, quiere matar a Mutarrif, pero su séquito le convence para que no haya mayor derramamiento de sangre. Pero, parece que la realidad fue muy distinta y que si Mutarrif mató a su hermano, lo hizo con pleno consentimiento del emir.
   Al-Mutarrif tenía cinco años menos que su hermano, y moriría también por la cólera paterna. Los alfaquíes, a los que había ofendido, nunca le perdonaron y hasta es posible que influyesen en el ánimo de Abd Allah para liberarse de él. Al-Mutarrif había matado al visir y general predilecto de su padre, Abd al-Malik ben Abd Allah ben Umayya y se podría decir que el emir se la tenía guardada. Se convenció de que su hijo le traicionaba en la región de Sevilla, por aquel entonces en plena rebeldía y lleno de furor, decidió su muerte. Luego dudó sobre si tomar medida tan extrema, pero los alfaquíes le decidieron a ello. Al-Mutarrif se defendió en su palacio de Córdoba, durante tres días, del acoso de los soldados que iban a prenderle, pero al final fue llevado ante su padre, éste ordenó que se le decapitase de inmediato y que fuera enterrado bajo un mirto de su jardín donde la víctima solía rezar sus oraciones.
   Otros hermanos de Abd Allah corrieron la misma suerte. Bastaba una calumnia, la más leve sombra de sospecha para que se desencadenase la venganza del monarca y así cayeron y hasta fue envenenado un tío suyo, hijo de Muhammad I, llamado Hisham, sin ninguna prueba, pero todos acusados de conspirar contra el emir. Estas tragedias familiares no serán exclusivas del lado musulmán, pues también los cristianos actuarán de forma parecida cuando están en juego la corona y el poder.
   Abd Allah encontró las arcas del estado, completamente repletas, lo que fue una suerte para hacer frente a los gastos oficiales, que él en poco incrementará, pues no es dado al gasto superfluo. Además, cada vez será más difícil recaudar los impuestos, pues en muchas zonas ya no se reconoce el poder central, y por otro lado, el emir no quiere sobrecargar a sus súbditos con más contribuciones.
   A pesar de su temible carácter, también tuvo el emir sus incondicionales, como los hijos de Hashim ben al-Aziz, o los generales ben Umayya, cuya muerte a manos de su hijo, sentirá profundamente, y Ubayd Allah ben Muhammad ben abda, que también es jefe de la cancillería, o el eunuco bard, el Esclavo, hombre de confianza del soberano y colaborador de Abd al-Rahman III.
   A pesar de la influencia que ejercieron los alfaquíes sobre él, Abd Allah, no carecía de sentido político, y se dio  perfecta cuenta de que su reinado no iba a ser un lecho de rosas.El edificio  omeya, tan laboriosamente levantado por sus antecesores, parecía tambalearse por la presiones cristianas y por el particularismo árabe. Sin embargo, no se desespera ante los innumerables problemas que se le presentan y se considera bien pagado si logra allanar el camino a su sucesor, un sucesor que designa muy pronto y que no será ninguno de sus hijos, sino su nieto, el huérfano del infortunado Muhammad, Abd al-Rahman.
   Se dice que el poco amor del que era capaz su corazón lo dedicó por entero a ese niño, inteligente  brillante, por el que se preocupa desde su más tierna infancia, velando por su educación y su desarrollo.
Desde muy pequeño, hace que le acompañe y lo sienta en el trono, mientras le coloca el anillo, como símbolo de que será su sucesor. Todo le hace gracia en ese niño, que también le querrá mucho y tratará siempre, de ensalzar la figura de su abuelo, tratando de hacer olvidar la historia sangrienta que acompaña la vida de su predecesor. Abd Allah, en algunos momentos, mostrará una firmeza de espíritu que cualquier omeya hubiera alabado, y le permitirá obetener alguna victoria inesperada como cuando el rebelde Ibn Hafsum llegue hasta las puertas de Córdoba.