miércoles, 20 de marzo de 2013

Abd al-Rahman III: emir y primer califa de al-Andalus.


Abd ar-Rahman ibn Muhammad (en árabe:: عبد الرحمن بن محمد) Córdoba (Qurduba), 7 de enero de 8911 – Medina Azahara, 15 de octubre de 961,2 más conocido como Abderramán o Abd al-Rahman III, fue el octavo emir independiente (912-929) y primer califa omeya de Córdoba (929-961), con el sobrenombre de an-Nāṣir li-dīn Allah (الناصر لدين الله), aquel que hace triunfar la religión de Dios (de Alá). El califa Abderramán vivió 70 años y reinó 50. Fundó la ciudad palatina de Medina Azahara, cuya fastuosidad aún es proverbial, y condujo al emirato cordobés de su nadir al esplendor califal. De él dijo su cortesano Ibn Abd Rabbihi que "la unión del Estado rehízo, de él arrancó los velos de tinieblas. El reino que destrozado estaba reparó, firmes y seguras quedaron sus bases (...) Con su luz amaneció el país. Corrupción y desorden acabaron tras un tiempo en que la hipocresía dominaba, tras imperar rebeldes y contumaces". Bajo su mandato, Córdoba se convirtió en un verdadero faro de la civilización y la cultura, que la abadesa germana Hroswitha de Gandersheim llamó "Ornamento del Mundo" y "Perla de Occidente". Sin embargo, a pesar de sus grandes talentos e inmensos logros, Abderramán III fue también un gobernante cruel y despótico que cometió horribles crímenes, se entregó desvergonzadamente a los placeres y al que importó muy poco el derramamiento de sangre. La Crónica anónima de al-Nasir resume así su reinado:

"Conquistó España ciudad por ciudad, exterminó a sus defensores y los humilló, destruyó sus castillos, impuso pesados tributos a los que dejó con vida y los abatió terriblemente por medio de crueles gobernadores hasta que todas las comarcas entraron en su obediencia y se le sometieron todos los rebeldes".


El futuro emir Abderramán, tercero de su nombre, era nieto de Abd Allah, VII emir independiente de Córdoba, descendiente de los omeyas que antaño habían regido el Califato de Damasco (661-750). Nació hijo de Muhammad y de Muzna o Muzayna (que significa lluvia o nube), una concubina cristiana que pasó a ser considerada una umm walad o Madre de infante por haber dado a su señor un hijo.

El nieto del emir cordobés recibió el nombre de Abderramán y la kunya de Abul-Mutarrif, los mismos que tuvieron su tatarabuelo Abderramán II y el fundador del dominio omeya en al-Andalus, Abderramán I. El nombre Abd al-Rahman significa "el Siervo del Dios Misericordioso", y Mutarrif quiere decir, entre otras cosas, "el combatiente o héroe que ataca valientemente a los enemigos y los rechaza", en suma "caballero noble", "distinguido" y "campeón". La kunya Abul-Mutarrif, impuesta a un niño que recibía intencionadamente el nombre de Abd al-Rahman, podría entenderse como una esperanza de que fuera un campeón al servicio de Allah y restaurara el poder de la declinante dinastía omeya.

Veinte días después del feliz nacimiento de Abderramán, el infante Muhammad murió asesinado a manos de su propio hermanastro, Al-Mutarrif. Al parecer, el Emir había propuesto a Muhammad como heredero suyo por sus méritos, lo cual irritó sobremanera a Mutarrif, que, al contrario que Muhammad, también era de sangre real por parte de madre. Mutarrif recurrió a toda clase de intrigas para deshacerse de su hermanastro, acusándole de conspirar con el famoso rebelde Omar ibn Hafsún. Consiguió que Muhammad fuera encarcelado, y cuando poco después el emir decidió ponerle en libertad por falta de pruebas, Mutarrif se apresuró a entrar en la prisión y dio una paliza tan brutal a Muhammad que éste murió desangrado. Hay fuentes, no obstante, que responsabilizan de la tragedia al mismo Emir, así como de la muerte del propio Mutarrif en 895. Según éstas, el Emir no deseaba que los más poderosos y capacitados de sus hijos se hartaran de esperar para ocupar el trono y lo asesinaran a él.

En cualquier caso, la primera infancia de Abderramán III debió de transcurrir en el harén de su abuelo el emir Abd Allah conviviendo con su madre y sus tíos menores de edad, con las esposas y concubinas de su abuelo y con un buen número de servidores, esclavas, amas de cría, comadronas y eunucos. Al frente del harén en un momento determinado estaba su tía, llamada al-Sayyida, es decir, la Señora. Era hermana uterina del infante Mutarrif, el asesino de su padre. Se encargó esta infanta de la crianza y educación de éste; lo trató con bastante rigor, y llegó a maltratarlo. En todo caso, Abderramán llevó una juventud silenciosa, entregado a los estudios.

Cuando el viejo emir Abd Allah murió a los 72 años de edad, la sucesión tomó un cariz inédito, puesto que no recayó en ninguno de los hijos del difunto, sino en su nieto Abderramán. Aunque las fuentes presentan el hecho como algo normal, dada la preferencia del difunto emir por el hijo de su primogénito, el asunto debió de ser algo más complejo. Ibn Hazm señala que el nuevo emir fue designado por una asamblea, aunque desgraciadamente omite más detalles; y aunque las fuentes señalasen que sus tíos acudieron gozosos a la proclamación, lo cierto es que pocos años después algunos de ellos conspiraron para derrocarlo. Es muy probable, por tanto, que en la designación de Abderramán como heredero jugaran un papel importante las intrigas palaciegas urdidas en torno al lecho del emir moribundo.

En cualquier caso, Abderramán III sucedió a su abuelo el 16 de octubre de 9124 cuando tenía poco más de veintiún años. Heredaba un emirato al borde de la disolución, y su poder no iba mucho más allá de los arrabales de Córdoba. En el norte, el reino asturleonés continuaba la Reconquista, dominando ya la frontera del Duero con el concurso de los mozárabes que habían huido del cruel dominio andalusí. En el sur, en Ifriqiya, los fatimíes habían proclamado un califato independiente, susceptible de atraer la lealtad de los muchos musulmanes justificadamente molestos con el yugo omeya. En el interior, por último, los muladíes descontentos continuaban siendo un peligro incesante para el emir cordobés, por más que alguno de los focos de rebeldía se hubieran ido debilitando. El más destacado de los rebeldes era Omar ibn Hafsún, quien desde su inexpugnable fortaleza de Bobastro, en la serranía de Ronda, controlaba gran parte de Andalucía Oriental.

Desde el primer momento, Abderramán mostró la firme decisión y una constante tenacidad para acabar con los rebeldes de al-Andalus, consolidar el poder central y restablecer el orden interno del emirato. Para ello, una de las medidas que tomó fue introducir en la corte cordobesa a los saqalibah o eslavos, esclavos de origen europeo, con la intención de introducir un tercer grupo étnico y neutralizar así las continuas disputas que enfrentaban a sus súbditos de origen árabe con los de origen bereber.

Información: Wikipedia.