La caída de Bobastro tuvo una honda repercusión en toda España, la musulmana y la cristiana. Los últimos focos de disidencia se iban apagando, pues los pequeños señores se dieron cuenta de que no podrían soportar la presión de las adiestradas fuerzas omeyas y acabaron por someterse los de Priego, Torre Cardela, Esparraguera, el señor de Casarabonela... La calma volvía y con ella la riqueza y la prosperidad. Los impuestos se recaudaban con más facilidad y el tesoro del Estado se iba incrementando como en sus mejores días, convirtiendo a Abd al-Rahman, casi con seguridad, en el monarca más rico de Europa.
Pero no sólo se había pacificado Andalucía, también en el Algarve, Levante, Lorca y Murcia, corrían aires de paz. El hachib Badr, se apoderó de Niebla, Mérida y Santarén, Alicante, Callosa del Segura, Játiva, Valencia y Sagunto, mientras que los gobernadores leales ya se hallaban instalados en plazas como Tortosa, las coras de Tudmir, Elvira, Reyyo, Trujillo, Alcacer do sal, Santaver, Guadalajara, Madrid y Talavera. Faltaban, no obstante, dos ciudades importantes: Badajoz y Toledo.
En 929 Abd al-Rahman III decidió acabar con el régimen de semiindependencia en el que vivía el principado de Badajoz. Desde la muerte del " hijo del Gallego ", el poder de los Banu Marwan había ido menguando. Su nieto se mantuvo durante más de treinta años en Badajoz, pero su hijo y sucesor, estaba ya muy debilitado. Así lo entendió el emir y sometió a la población a un asedio algo prolongado. Abd al-Rahman ben Abd Allah ben Marwan, príncipe de Badajoz, se convenció de que la residencia, a la larga, sería inútil y ofreció su rendición en el año 930, yéndose con su familia a Córdoba.
Quedaba Toledo, que tantos quebraderos había dado a los emires anteriores y a la que dominaron por poco tiempo. La antigua capital visigoda fiaba mucho en su estratégica situación, casi rodeada por completo por el río Tajo. Bien pertrechados de cereales, por si eran objeto de algún largo asedio, los toledanos casi podían considerarse independientes del poder de los omeyas. Sabemos que, por lo menos hasta el año 920, la ciudad fue gobernada por un agitador, Lope ben Tarsibha. En este año Abd al-Rahman III decidió acabar con aquella perpetua disidencia. Emprendió una campaña, llamada de Muez, que le condujo hasta Toledo. Según las crónicas, Lope ben Tarsibha, salió al encuentro del emir y se ofreció para combatir a sus órdenes, mostrando una sumisión que sólo era aparente. Al dejar él la ciudad, en una fecha que se desconoce, pasó a gobernarla Tha´laba ben Muhammad ben Abd al-Warith, y con él se enfrentó el emir.
En un principio Abd al-Rahman trató de que la rendición toledana fuera pacifica, intentando convencer a los ciudadanos de que, también ellos, debían volver al seno de la Corona, pero las respuestas fueron evasivas y no se llegó a nada. No cabía más que la fuerza de las armas. Las fuerzas emirales se instalaron en las alturas de Chalencas, para dominar la situación, y para mostrarles que estaba dispuesto a un asedio tan largo como fuera necesario, Abd al-Rahman III hizo construir una pequeña ciudad, Madinat a-Fath, " la ciudad de la victoria ".
Dos años duró este asedió. Las tropas emirales tuvieron que pedir refuerzos y, a su vez, los toledanos solicitaron ayuda al monarca cristiano, Ramiro II, que envió un ejército que fue derrotado por los omeyas, antes de que llegase a su objetivo. Los toledanos empezaron a cansarse de aquella situación y el emir, que se hallaba en Córdoba, partió en julio de 932 para ir a recoger la rendición de la ciudad, que se perfilaba inminente. Tha´laba, jefe de la ciudad, salió a parlamentar con Abd al-Rahman para pedirle que sus conciudadanos, en los que el hambre empezaba a dejar sentir sus estragos, pudieran adquirir víveres. Al día siguiente, 2 de agosto, al-Nasir entraba a caballo en Toledo y daba las gracias al Altísimo por esta nueva conquista. Dejó una guarnición importante, tanto en la ciudad como en sus aledaños, para que esta zona se mantuviese tranquila, de una vez por todas. La alegría por la toma de Toledo se puso de manifiesto en Córdoba, donde el emir repartió generosas gratificaciones entre sus soldados y organizó una espléndida fiesta para celebrar, además, la circuncisión de varios de sus hijos pequeños.
En cuanto a la Marca superior, al-Nasir decidió no precipitar los acontecimientos, ir paso a paso, lo que le hizo no desperdiciar fuerzas, mientras el tiempo obraba a su favor. si los tributos de este área llegaban con regularidad, tampoco había que inquietarse en demasía. Mantuvo buenas relaciones con los Tuchibíes de Zaragoza, mientras que los Banu Qasi se iban extinguiendo, entre venganzas internas y asesinatos varios. Algunos de sus miembros fueron trasladados a Córdoba, donde militaron en el ejército, mientras otros se hicieron cristianos y se pasaron al lado del rey de Navarra o del de León.