martes, 3 de septiembre de 2013

Almanzor al borde del poder absoluto.

   Con el niño Hisham II como califa, al-Mushafí e Ibn Abi´Amir, se podría decir que se repartieron el poder. Los dos se necesitan y, en un principio, las cosas marcharon bien. Cuidaron de que el pueblo conociese a su nuevo soberano y lo pasearon en un caballo, lujosamente enjaezado, vestido de seda. Ese mismo día, el 8 de octubre de 976, se abolió el impuesto sobre el aceite, uno de los más odiados por el pueblo. El primer ministro se convertía en hachib, mientras que Ibn Abi´Amir recibía el título de visir y adjunto al primer ministro.
   Lo primero que hicieron fue controlar a los eslavos de palacio que habían llegado a ocupar puestos muy importantes y a tener una notable influencia. Con una hábil política de persuasión y de promesas, consiguió Ibn Abi´Amir que muchos de ellos pasasen a su servicio, lo mismo que hizo con los beréberes, hasta lograr reunir a su alrededor una guardia fiel, a la que pagaba y alojaba. Pero, como siempre, deseaba todavía más.
Era el segundo magistrado del Estado, pero ahora quería tener atribuciones militares. Quien controla el ejército, es el que tiene la fuerza, y además le convenía, para llegar a sus altos propósitos  y obtener alguna sonada victoria sobre los cristianos. Nunca había mandado tropas, pero esto no era un problema para la voluntad férrea de nuestro hombre. En la primera ocasión que se presentase, llevaría la guerra santa a territorios enemigos.
   El ascenso al trono de Hisham II no había pasado desapercibido para los reinos cristianos y comenzaron a revolverse pensando que habían llegado tiempos mejores para ellos. Poco después de fallecer al-Hakam, varios señores gallegos comenzaron a hostigar los dominios musulmanes y, los más atrevidos, hasta realizaron incursiones hacia Sierra Morena. Estas noticias mantenían a Córdoba en un estado de inquietud del que participaba la princesa madre, Subh, temerosa de que su hijo perdiese el trono. Pero para tranquilizarla estaba Ibn Abi´Amir que, siempre que le proporcionasen medios, estaba dispuesto a restablecer el prestigio del califato andalusí.  Al-Mushafí no estaba muy conforme en emprender acciones de guerra. Era de natural pacífico y prudente, pero se celebró un consejo y se decidió hacer una campaña y a sus fuerzas, repartiendo, por adelantado, gratificaciones y sueldos que pusieron en buena disposición a todos los soldados. En 977, a finales de febrero emprendieron la marcha y en 53 días de campaña no es que lograsen grandes cosas, a excepción hecha de asolar el arrabal del actual pueblo de Baños, pero regresaron con un buen botín y prisioneros, lo que aumentó su prestigio y su fama en Córdoba. Además, había conseguido la amistad y la simpatía de los oficiales lo que allanaba, aún más si cabe, sus pasos hacia la jefatura del Estado. Ahora le sobraba al-Mushafí y no dudó en sacrificarle aunque a él le debía gran parte de su fortuna actual.
   Al-Mushafí era beréber, de origen humilde, y toda su carrera era fruto de la intimidad de la que disfrutó con al-Hakam. Muerto el califa se encontraba sin apoyos en la corte, en la que muchos le detestaban por diferentes motivos, y entre éstos se encontraba el general Galib. No veía con buenos ojos que este hombre, sin blasones de nobleza y sin hechos de armas de los que presumir, a la muerte de su protector se hubiese convertido casi en el primer personaje del reino, pues el pobre Hisham contaba poco o nada. Al-Mushafí se dio cuenta del peligro que corría y quiso congraciarse con el orgulloso Galib, pero le ganó por la mano el ambicioso Ibn Abi´Amir que suscitó en el palacio un movimiento favorable al general que tantas victorias había proporcionado al Islam, y por un decreto califal, fue nombrado doble visir, prometiéndole que, para las aceifas siguientes, contaría con la ayuda de las tropas de la capital cordobesa al mando de Ibn Abi´Amir.
 
Así sucedió y Almanzor tuvo buen cuidado de dejar la iniciativa a Galib cuando salieron a tomar el castillo de Mola. Fue todo un éxito y tanto el visir como el general, alabaron el buen hacer el uno del otro.
   De regreso, Ibn Abi´Amir se otorgó otro título y otro cargo, el de prefecto de la ciudad, que ya estaba ocupado por un hijo de al-Mushafí. Con su energía habitual, restableció el orden público en Córdoba aquejada de muchos robos y de una creciente inseguridad, lo que le hizo más popular. Al-Mushafí se daba cuenta de que el cerco se estrechaba a su alrededor y pensó en Galib como su única posibilidad. Le envió mensajes llenos de alabanzas y adulaciones, que a todos gustan, y pidió para uno de sus hijos la mano de su hija Asma. La idea era buena para ponerse a salvo de las insidias de la que estaba siendo objeto, pero, una vez más se adelantó su rival, que solicitó a la doncella para él mismo. Al comienzo de 978 se celebró la boda entre Almanzor y Asma, en medio de grandes fastos y con la aquiescencia de Subh. Asma fue siempre la esposa más honrada y mimada de todas las mujeres de Ibn Abi´Amir.
   Entre tanto, seguían las campañas victoriosas de Galib y Almanzor, y se tramaba la caída del antiguo primer ministro, que se produjo el 29 de marzo de 978. Él, sus hijos y su sobrino, fueron detenidos, sus bienes confiscados y ellos mismos condenados a pagar grandes multas. Todos los títulos del caído al-Mushafí, ¡ cómo no !, pasaron a Ibn Abi´Amir. Se inició un largo proceso, que duró 5 años, durante el cual se esperaba que la muerte viniera a buscar a al-Mushafí y no tener que eliminarlo por las bravas, pero como el hombre no se moría, al final lo envenenaron o estrangularon en la cárcel, en el 983.
   En el año 979 frustró una tentativa de destronar a Hisham II, por parte de una serie de conjurados que querían colocar en el trono a otro nieto de Abd al-Rahman III, Abd al-Rahman ben Ubayd Allah. Todos los participantes e instigadores fueron apresados, condenados a muerte y ejecutados. Entre ellos había uno, practicante de la doctrina mu´tazil, con el que Almanzor se ensañó de manera especial para congraciarse con los alfaquíes malikíes. Ya se sabe que era importantísimo tener su favor y, a partir de este momento, dará grandes muestras de fervor religioso, copiando, de su puño y letra, un Corán que llevará siempre a las batallas, expurgará de la magnífica biblioteca de al-Hakam aquellos libros considerados impíos , quemándolos o arrojándolos a los pozos del Alcázar.

AL-ANDALUS...libro de Concha Masiá.