martes, 17 de diciembre de 2013

Al Bakri y Ibn Tufail

Al Bakri  (1014-1094)
ABU UBAYD ABD ALLAH AL BAKRI nació en Saltés (Huelva) en 1014. Era hijo del gobernador musulmán de la provincia de Huelva y Saltes. Pronto destacó como poeta, historiador y botánico, aunque su mayor fama vendrá de la mano de la Geografía.
Fue en Córdoba donde Al Bakri paso sus primeros años, conociendo por estas fechas a Ibn Hayyan. Su estancia en esta ciudad le valió el sobrenombre de Cordobés (Al Kurtubi).
A la muerte de su padre se trasladó a la fastuosa corte de Almería, cuyo príncipe Al Mutasim realizaba una labor de mecenazgo hacia todos los poetas y artistas de su reino. Más tarde Al Bakri pasó a Sevilla, donde permaneció al lado del rey-poeta Al Mutamid.
Al Bakri profesaba un gran cariño a los libros. Tenía la costumbre de envolverlos en seda, como muestra del afecto que le merecían. Cuéntase también de él, que era muy aficionado a la bebida, refiriendo algunos de sus biógrafos que su cabeza nunca se hallaba libre de los sopores del vino.
Esta afición por el vino y las fiestas se refleja en algunas de sus composiciones poéticas:

Casi no puedo aguardar
que el vaso brille en mi diestra,
beber ansiando el perfume
de rosas y de violetas.
Resuenen, pues, los cantares;
empiece, amigos, la fiesta,
y de oculto a nuestros goces
libre dejando la rienda,
evitemos las miradas
de la censura severa
para retardar la orgía
ningún pretexto nos queda,
porque ya viene la luna
de ayunos y penitencias,
y cometer gran pecado
cuantos entonces se alegran.

Es autor de una completa obra enciclopédica en la que se describen alfabéticamente todos los pueblos, lugares y monumentos de la España árabe.
Emprendió otro trabajo, lamentablemente perdido, en el que describía de modo enciclopédico el mundo entero. Su “Libro de los Itinerarios y de los Reinos” (1068) es una impresionante obra recopilatoria sobre la expansión almorávide en el Magreb, por lo que aporta datos de incuestionable valor histórico y etnográfico sobre los pueblos del sur del Sahara y de las orillas del río Senegal, en torno al año 1040.
Un hecho paradójico en la obra de Al Bakri es la circunstancia de que nunca salió de Al Andalus, por lo que su obra geográfica no puede ser sino recopilaciones, valiéndose de numerosas fuentes, sobresaliendo su curiosidad y sus dotes de ordenación, que hacen de él uno de los principales geógrafos de Al-Andalus.
Al Bakri hubo de consultar la parte geográfica de las Etimologías de San Isidoro, ya que algunos pasajes de su obra son parecidos al del arzobispo de Sevilla. Otra obra geográfica de Al Bakri es un “Diccionario de nombres difíciles” que consiste en un vasto repertorio de topónimos, en su mayoría referentes a Arabia. Escribió igualmente obras de carácter filológico, realizando algunos comentarios a varias obras.
Murió en 1094.
El cráter Al Bakri de la Luna fue nombrado así en su honor.

Ibn Tufail, cuyo nombre completo es Abu Bakr Muhammad ibn Abd al-Malik ibn Muhammad ibn Tufail al-Qaisi al-Andalusi (بكر محمد بن عبد الملك بن محمد بن طفيل القيسي الأندلسي ), también transcrito como Abentofail, nacido en Uadi-Ash, actual Guadix (provincia de Granada, España, si bien según otros autores nació en Purchena o quizá en Tíjola, en la actual provincia de Almería),1 c. 1105/1110 y muerto en Marrakech en 1185, fue un médico, filósofo, matemático y poeta, contemporáneo de Averroes, y discípulo de Avempace. Participó en la vida cultural, política y religiosa de la corte de de los almohades en Granada. En el núcleo de sus ideas filosóficas se encuentra el problema de la unión del entendimiento humano con Dios.

Vida y obra

Por todas partes se extendió la fama de sus conocimientos, disfrutando de la admiración y aprecio de la corte granadina. Fue kátib (secretario) del gobernador de Granada y posteriormente wazir (visir) y médico del príncipe almohade Abu Yaqub Yusuf, quien le distinguió con su amistad, que aprovechó para atraer a la corte a los sabios más eminentes, entre ellos al famoso Averroes.
Su filosofía, como casi todo el mundo islámico, parte del platonismo, pero adaptándose a la mística islámica y como era habitual en la filosofía islámica, conjugando las verdades reveladas por la religión con la especulación filosófica. Recibe el influjo de los primeros introductores del pensamiento de Aristóteles en la filosofía del Islam: Avicena y Avempace.
Escribió entre otras muchas obras: Expugnación de Cafza en África y Risala Hayy ibn Yaqzan fi asrar al-hikma al-mashriqiyya (Carta de Hayy ibn Yaqzan sobre los secretos de la sabiduría oriental), conocida simplemente como El filósofo autodidacta que sigue de cerca El régimen del solitario de Avempace. Es notabilísima esta última por su forma, a la que debe su celebridad. Se trata de un cuento alegórico que se convierte en una parábola de la ascensión mística y los caminos por los que se llega a la Verdad. Es una especie de novela filosófica que recuerda algo al Criticón de Baltasar Gracián.
De esta obra se hicieron varias traducciones conocidas: dos al egipcio; dos alemanas, de Pritins y Eïchhorn; tres inglesas, de Simón Ockley, de Ashwell y de Jorge Keith; una hebrea, de Moisés de Narbona; una holandesa; una francesa de León Gauthier; una española, de Francisco Pons y Boigues, y una al latín por Pococke (1671), quien cambió su título por Philosophus autodidactus (El filósofo autodidacta), cambio perfectamente lógico, por cuanto el personaje principal de esta obra, Hayy, a diferencia del Andrenio del Criticón, no tiene maestros, sino que se educa a sí mismo. En ella, como dijimos, Abentofail plantea cómo el hombre en completa soledad alcanza la unión con Dios mediante el entendimiento. Con esta obra, en el fondo se analizan las opiniones más importantes de los filósofos anteriores a él (Avempace, Algazel, Avicena, o Al-Farabi).
Abentofail pone en forma de novela filosófica el concepto del "solitario" de Avempace (recordemos su obra capital El régimen del solitario), encarnándolo en la persona de Hayy ibn Yaqzan, un joven que, a la manera de un Robinson Crusoe, nace y crece totalmente solo en una isla desierta. El niño, con la fuerza de su sola razón e intelecto, asciende del conocimiento empírico al científico y de este al místico, utilizando la gradación establecida por Avempace, con la diferencia de que el sistema de Avempace se construye a partir de la filosofía de Al-Farabi, e Ibn Tufail lo hace desde la de Avicena, lo que le hace insistir en el carácter gratuito del don místico y en un contenido más iluminativo del mismo.
Más adelante, Hayy ibn Yaqzan entra en contacto con un visitante llamado Absal, que va a la isla para dedicarse también a la contemplación, guiado por las enseñanzas de su religión (que evidentemente refleja la islámica). Ambos se dan cuenta de que buscan lo mismo, pero por diferentes caminos. Con ello Ibn Tufail demuestra que la verdad revelada por la religión y la verdad intelectual filosófica es la misma. Ambos místicos intentan predicar en la isla de origen de Absal, pero el gobernador Salaman y su pueblo se aferran a una religión externa y superficial que les impide entender la rica vida interior y los altos ideales de Absal e Ibn Yaqzan. Por tanto, la verdadera vida intelectual o religiosa (que, es a fin de cuentas, la misma) no se da en una sociedad que practica una religión reducida a ritos formales y al cumplimiento meramente externo e hipócrita de las leyes religiosas.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Hisam III. Ultimo califa de Córdoba.

Hisam III al-Mu'tadd
Hisham ben Muhammad o Hisham III, (en árabe: المعتد بالله” هشام بن محمد), (Córdoba, 975 – Lérida, 1036). Duodécimo y último califa del Califato de Córdoba, desde 1027 a 1031.
Hermano mayor del malogrado califa Abd al-Rahman IV al-Murtada.
Exiliado de Córdoba y refugiado en la corte del reyezuelo de la ciudad, Sulayman ben Hud.
Su reinado coincidió con el final de la institución Califal en al-Andalus, que dio paso al período conocido como el de los reyes de taifas (muluk al-tawaif).

Tras la expulsión de Córdoba del último califa hammudí, Yahya ben Ali ben Hammud, gracias a la colaboración de los reyezuelos de Almería y Denia, Jayran y Muchahid, respectivamente, la nobleza cordobesa, liderada por un miembro de la vieja familia de los Banu Abda, Abu al-Hazam Yahwar, intentó por última vez restaurar el Califato en la persona de un miembro de la dinastía Omeya.
Los notables cordobeses acordaron como requisito para entronizar al candidato que éste fuera reconocido por los numerosos jefes y señores eslavos y andalusíes independientes que pululaban por todo al-Andalus, con el fin de presentarlo como una especie de aglutinador o campeón nacional en la lucha contra el enemigo común, los beréberes, considerados como la única fuente de todos los males que venía sufriendo al-Andalus desde la caída de los amiríes .

Tras una exhaustiva búsqueda de casi un año, se encontró al candidato perfecto... Se trataba de Hisham ben Muhammad ben Abd al-Malik, hermano mayor de Abd al-Rahman IV al-Murtada, el desgraciado héroe de la malograda aventura granadina.
El candidato, que vivía desde los primeros tiempos de la fitna (guerra civil) en el castillo de Alpuente, al noroeste de Valencia, hospedado por el señor de la fortaleza, Abd Allah ben Qasim al-Fihri, no manifestó ninguna prisa por tomar posesión de un trono tan peligroso y problemático como era el cordobés.

Córdoba había dejado de ser una presa codiciable para cualquier príncipe, Omeya o no, que aspirase a un trono vacante.
Todo aquel que se instalaba en el Alcázar de los descendientes del Inmigrado, sabía de sobra que exponía su propia vida por un título despojado de toda su gloria y esplendor del pasado, así como un territorio sobre el que reinar que se extendía un poco más allá de la urde de Córdoba, ya que todas las provincias califales (Sevilla, Granada, Jaén, Elvira, etc), hacía ya mucho tiempo que se habían desentendido de la autoridad Califal, gobernadas por sus respectivas dinastías locales.

De todos modos, Hisham III accedió al requerimiento que se le hacía y fue proclamado Califa con el título o laqab de al-Mutadd bi-llah (El que confía en Alá), aunque continuó viviendo en Alpuente, mientras esperaba que se desvanecieran por completo las susceptibilidades que su nombramiento había suscitado en Córdoba.

Al cabo de dos años y medio de su proclamación, Hisham III hizo su aparición en Córdoba, a la cabeza de un pequeño y anodino séquito, y se instaló en el imponente Alcázar heredado de sus mayores. La impresión que causó a sus nuevos súbditos, que no pudo ser más decepcionante, preludiaba lo que habría de ser su reinado.

Tal como sospecharon todos los cordobeses, el nuevo Califa no se quedó atrás, en cuanto a mediocridad e incapacidad para gobernar, respecto de sus inmediatos predecesores.
Hisham III, recordando los tiempos del califato de Hisham II, delegó el gobierno en su primer ministro, Hakam ben Said, un advenedizo intrigante y antiguo tejedor, al que confirió plenos poderes, mientras que él se preocupaba únicamente de disfrutar con todos los lujos posibles la dorada existencia que le habían procurado los cordobeses.
Hakam asumió el verdadero mando de la nave del Estado, con una actitud arrogante que desembocó en una sucesión interminable de abusos de todo tipo, sobre todo económicos, hasta el punto de que el Tesoro Público fue sangrado hasta su último dinar...
Hakam despidió a casi todos los funcionarios de la Corte, cuyos puestos cubrió con jóvenes libertinos menos escrupulosos si cabe que el visir y el califa, atentos sólo a su medro personal. Para paliar la ausencia del dinero en las arcas públicas, Hakam impuso una serie de impuestos contrarios a la ley coránica con los que pudo recabar el dinero suficiente para cubrir los gastos derrochadores de una Corte abandonada por completo a la lujuria constante y a la deriva administrativa y política.
Ante las lógicas protestas de los juristas coránicos, Hisham III y Hakam amenazaron a éstos con iniciar una represión sangrienta en contra de todo aquel que osara enfrentarse al poder del Califa y al de su visir.
Semejante episodio colmó la paciencia de la aristocracia cordobesa y selló el principio del fin, tanto del reinado de Hisham III como de la propia institución del Califato en al-Andalus.

La aristocracia cordobesa resolvió deshacerse de semejante pelele. Para ello provocaron un levantamiento de la población, liderado por otro familiar de la dinastía Omeya, Umayya ben Abd al-Rahman ben Hisham ben Sulayman, al que la aristocracia cordobesa prometió el trono si asesinaba al odiado visir Hakam.
La promesa como tal no era cierta, ya que los notables cordobeses, con Abu al-Hazam a la cabeza, habían decidido de antemano prescindir definitivamente del Califato como forma de gobierno, dignidad ficticia que ya no correspondía a ninguna realidad, ni temporal ni espiritual, y sustituirlo por un Consejo de Notables que se encargaría de administrar la ciudad y el poco territorio que dependía de ella.

Umayya cumplió con su palabra... Reunió a un nutrido grupo de partidarios descontentos y se apostó con ellos en la calle por la que de ordinario pasaba el visir para ir a palacio. Hakam fue literalmente despedazado, mientras que su cabeza era paseada por la ciudad en el extremo de una pica ante la general alegría de todos los cordobeses.

Una vez calmados los ánimos, el infeliz Umayya fue "invitado" a abandonar la ciudad lo antes posibles, bajo pena de muerte.
Hisham III, al darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor, se refugió, muerto de miedo, en una dependencia de la Mezquita, aprovechando un pasadizo que unía ésta con el Alcázar.
Reunido el Consejo de Notables, el veredicto de la asamblea fue la pena del destierro para el califa destronado. Aunque Hisham III se atrevió todavía a protestar dicha decisión, en el fondo se felicitó por haber podido salvar la vida, cuando la tónica general ante semejante situación no era otra que la pena de muerte o la ejecución inmediata.
Hisham III se exilió en Lérida, donde encontró asilo político bajo la protección de su reyezuelo, Sulayman ben Hud. Muriendo en aquellas tierras, de manera oscura y sin aclarar.

Con este lejano y poco glorioso descendiente de Abd al-Rahman I el Inmigrado, finalizó para siempre la larga nómina de príncipes andalusíes que reinaron en al-Andalus.

Sin duda alguna, el antaño esplendoroso Emirato y Califato cordobés no merecía un final tan triste y patético como el que tuvo, proceso iniciado desde el reinado del cautivo Hisham II y que, en tan sólo un cuarto de siglo, se derrumbó como si de un castillo de naipes se tratase.
Desaparecida la institución Califal, hizo su aparición el período de los reyes de taifas.

jueves, 5 de diciembre de 2013

MUHAMMAD III y su hija Wallada.


Muhammad III " El cobarde "
Muhammad ben Abd al-Rahman ben Abd Allah (en árabe: الرحمن محمد بن عبد بن عبيد الله ), más conocido como Muhammad III.
Décimo primer califa cordobés de al-Andalus y octavo perteneciente a la dinastía omeya, entre 1024 y 1025. Era hijo de Abd al-Rahman, a su vez hijo de Ubayd Allah, uno de los hijos de Abd al-Rahman III. Por tanto, era bisnieto del célebre primer califa.
 Nacido en Córdoba, era hijo de una esclava llamada Hawra y del malocrado Abderramán ben Abd Allah que fue asesinado por mandato de Almanzor. Padre de la famosa poetisa Wallada, solo estuvo poco más de un año en el poder.
Fue elegido califa el 17 de enero de 1024 por los amotinados de una de las numerosas revueltas que asolaban Córdoba. Adoptó el título de al-Mustakfi bi-llah (El que se satisface con Alá) e inmediatamente mandó ejecutar a su predecesor y primo Abderramán V.
Después de ejecutar al califa y sin pedirle su parecer, fue nombrado Califa por unanimidad, a la edad de treinta y ocho años, aunque Muhammad jamás estuvo a la altura de las circustancias...
De naturaleza débil y vida libertina, desde el primer momento desató una desenfrenada venganza contra todos sus enemigos políticos, a los que eliminó sin más, como a su primo Ibn al-Iraqi, al que mandó estrangular después de haberle nombrado su heredero.
A otros los encarceló, caso de gran escritor y poeta Ibn Hazam.
Muhammad III empeoró más la situación al rodearse en la Corte de personas groseras, sin preparación ni escrúpulos para enderezar un reino que naufragaba por todas partes.
El año y medio largo que estuvo en el trono, en medio de grandes desórdenes, se abandonó a la disipación, a la bebida, a la comida y a todo tipo de placeres sexuales, incapaz de hacerse respetar por el pueblo, el cual se mofaba impunemente de él llamándole "miedecillo" o "barriguita", a causa de su conocida cobardía y de su impresionante obesidad.
Semejante acto de depravación e insensatez provocó las iras de los notables de la ciudad, en principio favorables a la dinastía de los Omeyas, pero que, paulatinamente, fueron separándose del califa hasta que cayeron en los brazos del depuesto Califa hammudí Yahya ben Ali ben Hammud, que estaba refugiado en Málaga.
Su pésimo gobierno, caracterizado por medidas arbitrarias y crueles, le hizo perder cualquier apoyo popular. Así, en 1025, cuando tuvo noticias de que Yahya al-Muhtal, uno de sus predecesores en el trono del califato, estaba organizando un ejército para dirigirse a Córdoba, decidió huir de la capital disfrazado de mujer y refugiarse en la Marca Superior, la zona fronteriza con capital en Zaragoza; pero antes de poder llegar, fue asesinado en Uclés (Cuenca).

Su hija fue la famosa poetisa Wallada, hija de la esclava cristiana Amin'am.

WALLADA.

WALLADA BINT AL MUSTAKFI o WALADA ALMOSTACFI también conocida simplemente con el nombre de WALLADA, nació en Córdoba en el año 994. Fue hija del califa Omeya Muhammad Mustafkí.

Fue famosa por su gran talento poético y fue la más célebre de las escritoras andalusíes, pero de igual modo mujer de una belleza apabullante: hermosa figura, tez blanca, ojos azules, pelirroja... el ideal de la época.
Tras la muerte de su padre, con apenas 17 años, prescindiendo de toda tutela masculina, abrió palacio y salón literario en Córdoba, donde ofrecía instrucción en la poesía y el canto a hijas de familias poderosas y acaso instruía a esclavas en la poesía, el canto y las artes del amor. Al cabo ella era hija de Amin Am, una esclava cristiana enviada a cultivarse a Medina, y su nodriza y maestra fue la esclava negra Safia.
Entre sus alumnas destacó Muhya Bint Al Tayyani, una joven de condición muy humilde (hija de un vendedor de higos) a la que acogió en su casa y que terminó denigrándola en crueles sátiras.

Su posición privilegiada en lo social le da un carácter excepcional, aunque la personalidad de Wallada, sensible y refinada, hubiese destacado de todos modos, ya que Wallada era la mujer más culta, famosa y escandalosa de Córdoba. Se paseaba sin velo por la calle y, a la moda de los harenes de Bagdad, lleva versos suyos bordados en la orla de su vestido o en túnicas transparentes. La leyenda dice que en el lado izquierdo rezaba:

"Por Alá, que merezco cualquier grandeza 
y sigo con orgullo mi camino"


y en el derecho:
"Doy gustosa a mi amante mi mejilla 
y doy mis besos para quien los quiera".


Apenas se conservan nueve poemas suyos, de los cuales cinco son satíricos, se ha visto rodeada de una cierta fama de atrevida y mordaz. Además algunas alusiones un poco subidas de tono, en sus versos, seguramente unidas a las represalias de sus enemigos, motivaron que pasara a la historia como inmoral y libertina, a lo cual contribuye el hecho de que no se casó nunca, y se le conocieron varios amantes.

A los 20 años conoció al hombre que marcó para siempre su vida. Fue en una noche de fiesta poética, jugando a completarse poemas según la costumbre cordobesa de entonces. Su historia de amor y desamor con Ibn Zaydum (noble de excelente posición, con gran influencia política y el intelectual más elegante y atractivo del momento) se convirtió en una leyenda. Fue el choque de dos vanidades literarias, en la que ella tomó la iniciativa Tras unos amores estrepitosos, apasionados, públicos y versificados, pronto se rompió el idilio.
De esta relación nacieron varios de los poemas que se conservan de ella. Poemas que tuvieron la misión de ser cartas entre los amantes, dos expresan los celos, la añoranza y los deseos de encontrarse; otro, la decepción, el dolor y el reproche; cinco son duras sátiras contra su amante, al que reprocha entre otras cosas tener amantes masculinos, y el último alude a su libertad e independencia.

Cuando rompió su relación con Ibn Zaydum, se hizo amante del hombre fuerte de Córdoba, el visir Ibn Abdus, rival político y enemigo personal de Ibn Zaydun, al que privó de sus bienes y acabó metiendo en la cárcel. En esa época de cautiverio físico y amoroso escribió Ibn Zaydun sus poemas más famosos. Pero Wallada no quiso volver a verlo. Eso es lo que creó realmente la leyenda. Ibn Zaydun, tras recobrar la libertad, recorría de noche los palacios arruinados de Medina Al Zahara, símbolos de una pasión destruida. Cuenta la leyenda que toda Córdoba lo vio errante y ojeroso, enfermo de amor, y supo de sus poemas sumisos, implorando el perdón que nunca le fue concedido.
Arruinada en su fortuna y su crédito, Wallada recorrió la España de los reinos de Taifa, quizá también la cristiana, exhibiendo su talento y acaso otorgando sus favores, pero siempre volvió a Ibn Abdús, en cuyo palacio acabó viviendo aunque sin casarse con él y bajo cuya protección le sobrevivió, siempre altiva y hermosa, hasta cumplidos los 80 años.

Muere el 26 de marzo de 1091, día en que los almorávides entran en Córdoba.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Califas: Yahya al-Muhtal y Abderramán V " El breve "

Yahya al-Muhtal (en árabe: المعتلي يحي بن علي ). Noveno califa del Califato de Córdoba; tercero y último perteneciente a la dinastía hammudí, entre 1021 y 1023 y entre 1025 y 1026, y fundador y primer rey de la taifa de Málaga.
Hijo del califa Alí ben Hamud al-Nasir, se negó a reconocer como sucesor de su padre a su tío Al-Qasim al-Mamun por lo que en 1021 abandonó el gobierno de la ciudad de Ceuta, que había heredado de su difunto padre cuando este accedió al califato. Tras desembarcar en Málaga, se dirigió al frente de un ejército bereber hacía Córdoba.

Primer califato

Ante la inminente llegada de Yahya, Al-Qasim huyó de la capital del califato y se refugió en Sevilla, dando lugar al primer periodo de gobierno de su sobrino Yahya al-Muhtal que adoptará el título de al-Mutali bi-llah (El elevado por Alá) y que se prolongó hasta febrero de 1023, fecha en la que Al-Qasim recuperó brevemente el trono.
Tras verse obligado a abandonar nuevamente el trono califal, Al-Qasim tuvo que abandonar por segunda vez Córdoba, hecho que sin embargo no sirvió para que Yahya al-Muhtal recuperara el trono, ya que los partidarios de los omeyas cordobeses eligieron como nuevo califa a Abderramán V y posteriormente a Muhammad III.
Durante la etapa en la que en Córdoba volvió a gobernar la dinastía omeya, el hammudí Yahya al-Muthal, asentado en Málaga, apresó a su tío Al-Qasim que se había refugiado en Jerez, haciéndolo ejecutar, y esperó su oportunidad para recuperar el trono cordobés.

Segundo califato
La ocasión se le presentó en 1025, cuando el entonces califa Muhammad III, al recibir la noticia de que Yahya preparaba un ejército para conquistar Córdoba, huyó de la ciudad, lo que facilitó que éste entrara en la ciudad (9 de noviembre) con lo que inició su segundo periodo como califa. Su gobierno se caracterizó porque lo delegó en su visir Abu Chafar Ahmad ben Musa, mientras él se instalaba en su más seguro feudo de Málaga.
Este hecho, junto a los desórdenes que se sucedieron en Córdoba, hicieron que la dinastía hammudí fuera definitivamente expulsada del califato de Córdoba, cuando en junio de 1026 los cordobeses expulsaron al visir que Yahya al-Muhtal había dejado en la ciudad y eligieron al que sería el último califa del califato, el omeya Hisham III.

Rey taifa de Málaga
Tras su expulsión del trono califal, Yahya al-Muhtal se estableció en Málaga donde crearía la Taifa de Málaga al unir bajo su mandato las coras de Rayya (Málaga) y al-Yazirat (Algeciras) .

Abderramán V " El breve "
Séptimo Califa cordobés de al-Andalus, hermano de Muhammad II al-Mahdi y bisnieto del gran Califa Abd al-Rahman III, tuvo el honor de restaurar en el Califato a la dinastía Omeya, aunque su reinado fue el más corto -tan sólo de cuarenta y siete días- de toda la historia de al-Andalus.
Tras la expulsión del califa hammudí al-Qasim ibn Hammud, los cordobeses decidieron confiar de nuevo sus destinos en un príncipe de origen Omeya.
Así que se procedió a la elección de califa entre los tres candidatos posibles, todos ellos descendientes directos de Abd al-Rahman III:
-Sulayman, hijo del malogrado califa Abd al-Rahman IV al-Murtada.
-Muhammad ben al-Iraqi
-Abd al-Rahman ben Hisham ben Abd al-Chabbar.

Cuando todo hacía prever que la elección recaería sobre el primero de ellos, Abd al-Rahman hizo una entrada de fuerza espectacular en la Mezquita Aljama, acompañado de un impresionante aparato militar, acto con el que se impuso a la multitud allí congregada.
El pretendiente fue inmediatamente reconocido por todos y entronizado como Califa con el título o laqab de al-Mustazhir bi-llah (El que implora el socorro de Alá).

A pesar de tener cierta capacidad para la política y de poseer una gran cultura y sensibilidad artística, su corta edad (Veintitres años) e inexperiencia en los asuntos de Estado, además de su falta de autoridad para imponerse en un período de crisis tan acuciante como el que le tocó en suerte provocaron su rápida defenestración.
Y aunque supo rodearse de consejeros de valía, como Abu Amir ben Shuhayd, Abd al-Wahhub ben Hazam y el gran escritor Ali Ibn Hazam, le faltó tiempo para restaurar la tradición de los grandes Emires y Califas de su dinastía, tal como era su propósito.

Abd al-Rahman V heredó una califato con el Tesoro Público totalmente esquilmado...
Las escasas rentas que pudo recabar apenas llegaban para pagar a la mitad de todos los funcionarios que había reclutado.
Semejante panorama le indujo, en contra de sus principios y voluntad, a iniciar una serie de expediciones ilegales para recabar dinero, lo que le granjeó la enemistad de la pequeña burguesía y de los estamentos más bajos de Córdoba, grupos ambos que fueron los más perjudicados. Asimismo, como también carecía de un ejército medianamente competente para afrontar cualquier tipo de ataque exterior, el nuevo califa acogió con muestras de alegría a un escuadrón beréber que llegó a Córdoba a ofrecerle sus servicios.
Semejante imprudencia bastó para desencadenar un violento motín en Córdoba.
La población acorraló a los odiados norteafricanos para, acto seguido, invadir el palacio Califal.

Abderraman V al ver que la plebe enloquecida había entrado en palacio, se escondió en el depósito de leña destinado a los baños reales.
En el fragor de la revuelta, los amotinados encontraron en palacio a otro miembro de la familia Omeya, también bisnieto de Abd al-Rahman III, llamado Muhammad ben Abd al-Rahman ben Ubayd Allah, el cual se había escondido temiendo por su propia vida.
Sin tan siguiera pedirle su parecer, los amotinados aclamaron al Omeya como nuevo Califa y le coronaron ese mismo día.
Abderramán V murió en la ciudad ajusticiado por su primo y sucesor Muhammad III.