Hijo del califa Alí ben Hamud al-Nasir, se negó a reconocer como sucesor de su padre a su tío Al-Qasim al-Mamun por lo que en 1021 abandonó el gobierno de la ciudad de Ceuta, que había heredado de su difunto padre cuando este accedió al califato. Tras desembarcar en Málaga, se dirigió al frente de un ejército bereber hacía Córdoba.
Primer califato
Ante la inminente llegada de Yahya, Al-Qasim huyó de la capital del califato y se refugió en Sevilla, dando lugar al primer periodo de gobierno de su sobrino Yahya al-Muhtal que adoptará el título de al-Mutali bi-llah (El elevado por Alá) y que se prolongó hasta febrero de 1023, fecha en la que Al-Qasim recuperó brevemente el trono.
Tras verse obligado a abandonar nuevamente el trono califal, Al-Qasim tuvo que abandonar por segunda vez Córdoba, hecho que sin embargo no sirvió para que Yahya al-Muhtal recuperara el trono, ya que los partidarios de los omeyas cordobeses eligieron como nuevo califa a Abderramán V y posteriormente a Muhammad III.
Durante la etapa en la que en Córdoba volvió a gobernar la dinastía omeya, el hammudí Yahya al-Muthal, asentado en Málaga, apresó a su tío Al-Qasim que se había refugiado en Jerez, haciéndolo ejecutar, y esperó su oportunidad para recuperar el trono cordobés.
Segundo califato
La ocasión se le presentó en 1025, cuando el entonces califa Muhammad III, al recibir la noticia de que Yahya preparaba un ejército para conquistar Córdoba, huyó de la ciudad, lo que facilitó que éste entrara en la ciudad (9 de noviembre) con lo que inició su segundo periodo como califa. Su gobierno se caracterizó porque lo delegó en su visir Abu Chafar Ahmad ben Musa, mientras él se instalaba en su más seguro feudo de Málaga.
Este hecho, junto a los desórdenes que se sucedieron en Córdoba, hicieron que la dinastía hammudí fuera definitivamente expulsada del califato de Córdoba, cuando en junio de 1026 los cordobeses expulsaron al visir que Yahya al-Muhtal había dejado en la ciudad y eligieron al que sería el último califa del califato, el omeya Hisham III.
Rey taifa de Málaga
Tras su expulsión del trono califal, Yahya al-Muhtal se estableció en Málaga donde crearía la Taifa de Málaga al unir bajo su mandato las coras de Rayya (Málaga) y al-Yazirat (Algeciras) .
Abderramán V " El breve "
Séptimo Califa cordobés de al-Andalus, hermano de Muhammad II al-Mahdi y bisnieto del gran Califa Abd al-Rahman III, tuvo el honor de restaurar en el Califato a la dinastía Omeya, aunque su reinado fue el más corto -tan sólo de cuarenta y siete días- de toda la historia de al-Andalus.
Tras la expulsión del califa hammudí al-Qasim ibn Hammud, los cordobeses decidieron confiar de nuevo sus destinos en un príncipe de origen Omeya.
Así que se procedió a la elección de califa entre los tres candidatos posibles, todos ellos descendientes directos de Abd al-Rahman III:
-Sulayman, hijo del malogrado califa Abd al-Rahman IV al-Murtada.
-Muhammad ben al-Iraqi
-Abd al-Rahman ben Hisham ben Abd al-Chabbar.
Cuando todo hacía prever que la elección recaería sobre el primero de ellos, Abd al-Rahman hizo una entrada de fuerza espectacular en la Mezquita Aljama, acompañado de un impresionante aparato militar, acto con el que se impuso a la multitud allí congregada.
El pretendiente fue inmediatamente reconocido por todos y entronizado como Califa con el título o laqab de al-Mustazhir bi-llah (El que implora el socorro de Alá).
A pesar de tener cierta capacidad para la política y de poseer una gran cultura y sensibilidad artística, su corta edad (Veintitres años) e inexperiencia en los asuntos de Estado, además de su falta de autoridad para imponerse en un período de crisis tan acuciante como el que le tocó en suerte provocaron su rápida defenestración.
Y aunque supo rodearse de consejeros de valía, como Abu Amir ben Shuhayd, Abd al-Wahhub ben Hazam y el gran escritor Ali Ibn Hazam, le faltó tiempo para restaurar la tradición de los grandes Emires y Califas de su dinastía, tal como era su propósito.
Abd al-Rahman V heredó una califato con el Tesoro Público totalmente esquilmado...
Las escasas rentas que pudo recabar apenas llegaban para pagar a la mitad de todos los funcionarios que había reclutado.
Semejante panorama le indujo, en contra de sus principios y voluntad, a iniciar una serie de expediciones ilegales para recabar dinero, lo que le granjeó la enemistad de la pequeña burguesía y de los estamentos más bajos de Córdoba, grupos ambos que fueron los más perjudicados. Asimismo, como también carecía de un ejército medianamente competente para afrontar cualquier tipo de ataque exterior, el nuevo califa acogió con muestras de alegría a un escuadrón beréber que llegó a Córdoba a ofrecerle sus servicios.
Semejante imprudencia bastó para desencadenar un violento motín en Córdoba.
La población acorraló a los odiados norteafricanos para, acto seguido, invadir el palacio Califal.
Abderraman V al ver que la plebe enloquecida había entrado en palacio, se escondió en el depósito de leña destinado a los baños reales.
En el fragor de la revuelta, los amotinados encontraron en palacio a otro miembro de la familia Omeya, también bisnieto de Abd al-Rahman III, llamado Muhammad ben Abd al-Rahman ben Ubayd Allah, el cual se había escondido temiendo por su propia vida.
Sin tan siguiera pedirle su parecer, los amotinados aclamaron al Omeya como nuevo Califa y le coronaron ese mismo día.
Abderramán V murió en la ciudad ajusticiado por su primo y sucesor Muhammad III.