Zaida (1063 - 1101) fue una princesa musulmana de al-Ándalus, nuera de al-Mu'tamid y concubina de Alfonso VI con quien tuvo a Sancho Alfónsez muerto en la Batalla de Uclés (1108).
Primeros datos
Su nacimiento debió de producirse hacia 1063 en Al-Ándalus.
Las primeras informaciones sobre la vida de Zaida nos la proporciona la crónica árabe Al-Bayan al-mugrip de Ibn Idari, traducida por E. Levi-Provençal, para decirnos que se casó con Abu Nasr Al'Fath al-Ma'mun, rey de la taifa de Córdoba, hijo del rey sevillano Muhammad ibn 'Abbad al-Mu'tamid (1040-1095). Por lo tanto fue nuera y no hija del rey 'Abbad al-Mu'tamid.
El Cronicón de Cardeña dice que era sobrina de d'Auenalfage, personaje al que Menéndez Pidal, en La España del Cid, identifica con Alhayib, rey de Lérida y Denia (1081-1090).
La toma de Toledo y la venida de los almorávides
Alfonso VI (1040-1109) toma en 1085 Toledo, alarmando a los andalusíes que ven peligrar su futuro, forzándoles a tomar la decisión, no sin grandes reparos, de llamar en auxilio a unos curtidos guerreros, nómadas bereberes -sobre todo lamtunas- del otro lado del estrecho llamados almorávides.
El rey sevillano al-Mutamid le pide ayuda en estos términos:
Él [Alfonso VI] ha venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellas cruces y que sean regidos por sus monjes [...] Dios os ha concedido un reino en premio a vuestra Guerra Santa y a la defensa de Sus derechos, por vuestra labor [...] y ahora contáis con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán en vida el paraíso. (Citado por al-Tud, Banu Abbad, de Ibn al-Jakib, al-Hulal, pg. 29-30).
Yusuf cruza cinco veces el estrecho. La primera vez derrota a Alfonso VI en Sagrajas (1086), la segunda vez tuvo lugar el cerco del castillo de Aledo (1088), en la tercera venida (1090) traía la firme decisión de destituir a todos los reyes de taifas y proclamarse emir de todo el Al-Ándalus. Caen Málaga, Granada y viendo el giro que habían tomado los acontecimientos, el rey al-Mu'tamid le pide a su hijo al-Ma'mun, que dejó al cargo de Córdoba, que mantuviese a todo trance la posición de la ciudad, pues sería impensable que tras la caída de esta fortaleza se pudiera mantener la de Sevilla. Los almorávides se acercan a Córdoba y al-Ma'mun, previendo un fatal desenlace, pone a salvo a su esposa, Zaida, y a sus hijos enviándolos con setenta caballeros, familiares incluidos, al castillo de Almodóvar del Río que anteriormente había fortificado y abastecido.
La dispersión de los barrios cordobeses y la connivencia de sus moradores influyeron decisivamente para que el 26 de marzo de 1091 cayera la capital según lo cuenta Abbad, T.I, pp 54-55, en su obra Cartás y Abd-al-Wahid: "Fath al-Ma'mun intentó abrirse camino con su espada a través de los enemigos y de los traidores pero sucumbió al número. Se le cortó la cabeza, que la pusieron en la punta de una pica y pasearon en triunfo".
En verano de 1091 Alfonso VI de León, que recibía las parias de la taifa de Sevilla, intentó cumplir con sus obligaciones de protector enviando, al mando de Álvar Fáñez, un ejército de socorro a Almodóvar del Río. Tras una dura batalla a campo abierto contra los almorávides en la que ambas partes sufrieron numerosas bajas, el magnate de Alfonso VI fue derrotado, pero Zaida fue acogida en la hueste cristiana y llegó a la corte de Toledo de Alfonso VI, con quien casó tras convertirse esta al cristianismo y adoptar el nombre de Isabel.
Nacimiento de Sancho
Mucho se ha debatido sobre el nacimiento de Sancho, pues las crónicas son contradictorias, lo más probable es que naciera en el segundo semestre de 1093 o en el primero de 1094.
El rey castellano era de edad madura y tras cinco matrimonios y dos concubinatos no tuvo ningún hijo varón que le sucediera. Desde el mismo momento que nació Sancho Alfónsez, el rey lo reconoció como su directo descendiente llamado a gobernar León, Castilla, Galicia con Portugal y el resto de condados. En El quirógrafo de la moneda se da la noticia de que su padre lo había nombrado en 1107 gobernador de Toledo.
No queda claro en las fuentes si Zaida llegó a casarse o no. En la crónica De rebus Hispaniae, del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, se cuenta entre las esposas de Alfonso VI. Pero la Crónica najerense y el Chronicon mundi indican que Zaida fue concubina y no esposa de Alfonso VI.
Otras fuentes dicen que Zaida se acomodó en la corte leonesa, renunció al islam, y se bautizó en Burgos con el nombre de Isabel. No solo conservó todas sus costumbres sino que las difundió e introdujo nuevos y frescos aires culturales de la sociedad musulmana. El arabista González Palencia escribe en su Historia de la España Musulmana que la corte de Alfonso VI, casado con Zaida (sic), parecía una corte musulmana: «sabios y literatos muslimes andaban al lado del rey, la moneda se acuñaba en tipos semejantes a los árabes, los cristianos vestían a usanza mora y hasta los clérigos mozárabes de Toledo hablaban familiarmente el árabe y conocían muy poco el latín, a juzgar por las anotaciones marginales de muchos de sus breviarios».
Descendencia
Fruto de su relación con Alfonso VI el Bravo, rey de Castilla y León, nacieron tres hijos:
Sancho Alfónsez (c. 1093–1108), su único hijo varón y heredero del trono, murió en la batalla de Uclés.
Elvira (1100–1135), contrajo matrimonio en 1117 con Rogelio II de Sicilia, rey de Sicilia, con descendencia.
Sancha (1101–c. 1125), primera esposa de Rodrigo González de Lara, conde de Liébana con quien tuvo a Elvira Rodríguez de Lara, mujer del conde Ermengol VI de Urgel.
Sepultura de Zaida
El rey Alfonso VI quiso que los restos mortales de Zaida descansaran en el mismo lugar que había destinado para él mismo, sus reinas e hijos, y por ello, ciertas fuentes señalan que fue sepultada en el Monasterio de San Benito de Sahagún, exactamente en el coro bajo, antes de llegar al atril. Quadrado, en sus Recuerdos y bellezas de España, dice que en "Sahagún descansa en túmulo alto el rey y debajo de una sencilla lápida Isabel y el joven Sancho, su hijo". En la lápida que cubría los restos de Zaida aparecía esculpida la siguiente inscripción:
UNA LUCE PRIUS SEPTEMBRIS QUUM FORET IDUS SANCIA TRANSIVIT FERIA II HORA TERTIA ZAYDA REGINA DOLENS PEPERIT4
No obstante, en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León se conserva una lápida, cuyo epitafio, redactado en términos latinos, dice así:
H. R. REGINA DOMNA ELISABETH, UXOR REGIS ALFONSI, FILIA BENAUET REGIS SIVILIAE, QUAE PRIUS ZAIDA FUIT VOCATA.
El sepulcro que contenía los restos de Alfonso VI fue destruido en 1810, durante el incendio que sufrió el Monasterio de San Benito. Los restos mortales del rey y los de varias de sus esposas, entre ellos los de Zaida, fueron recogidos y conservados en la cámara abacial hasta el año 1821, en que fueron expulsados los religiosos del monasterio, siendo entonces depositados por el abad Ramón Alegrías en una caja, que fue colocada en el muro meridional de la capilla del Crucifijo, hasta que, en enero de 1835, los restos fueron recogidos de nuevo e introducidos en otra caja, siendo llevados al archivo, donde se hallaban en esos momentos los despojos de las esposas del soberano. El propósito era colocar todos los restos reales en un nuevo santuario que se estaba construyendo entonces.4 No obstante, cuando el monasterio de San Benito fue desamortizado en 1835, los religiosos entregaron las dos cajas con los restos reales a un pariente de un religioso, que las ocultó, hasta que en el año 1902 fueron halladas por el catedrático del Instituto de Zamora Rodrigo Fernández Núñez.
En la actualidad, los restos mortales de Alfonso VI el Bravo reposan en el Monasterio de Benedictinas de Sahagún, a los pies del templo, en un arca de piedra lisa y con cubierta de mármol moderna, y en un sepulcro cercano, igualmente liso, yacen los restos de varias de las esposas del rey, entre ellos los que se atribuyen a Zaida.
Los restos que se conservan de la reina Zaida (la bóveda craneal, la clavícula derecha, el húmero izquierdo y la mitad del distal del radio de ese mismo lado) dictaminan que tenía una estatura de 152,6 cm. Los especialistas que estudiaron sus restos llegaron a la conclusión de que en el momento de su muerte debía tener unos 30 años de lo que se deduce que debió nacer hacia 1063.
Homenajes
Cuenca ha querido reconocer a la que de una u otra forma ha influido en su historia y así, en el pleno del Ayuntamiento del 16 de febrero de 1959, siendo alcalde Bernardino Moreno Cañadas, se adoptó el acuerdo de otorgar una calle en el Polígono de Los Moralejos, en el Cerro Pinillos, de San Agustín, a la Princesa Zaida.
En Madrid, Zaida también dispone de su calle, desde el 14 de julio de 1950, siendo alcalde el Conde Santamarta de Babio. Discurre desde la de Carlos Daban a la de la Oca en el distrito de Carabanchel.
También hay una calle nombrada por Zaida en Arboleas (Almería), en el barrio de La Perla.
En la ciudad de León existe también una calle con el nombre de Reina Zaida.
jueves, 22 de mayo de 2014
miércoles, 21 de mayo de 2014
La caída de Toledo: Historias y Leyendas.
Fernando el Magno, rey de Castilla y León, repartió sus dominios entre todos sus hijos. Sancho, el mayor, heredó Castilla, León fue para Alfonso, y Galicia para García, mientras que Zamora y Toro las recibieron en herencia las hijas, Urraca y Elvira, respectivamente. El rey murió en 1065 y los hijos fueron proclamados soberanos en sus respectivos reinos. Sin embargo, Sancho no estuvo contento con esta repartición, que separaba lo que tanto había costado unir, y desde el primer momento decidió hacerse con los reinos de sus hermanos. Mientras vivió la reina madre, Sancha, se mantuvieron en paz, pero tras su muerte, Sancho, que ya había atacado a su primo, el rey de Navarra, que le infringió una importante derrota, decidió en el verano de 1068, hacer lo mismo con su hermano Alfonso. La batalla favorecía a Sancho, pero debió de establecerse algún tipo de tregua, lo que no sirvió para nada, pues al cabo de unos años, ambos hermanos estaban, de nuevo, en guerra.
Parece que los leoneses vencieron a los castellanos y Alfonso, ordenó que no se persiguiera a las tropas de su hermano Sancho. Y aquí aparece el Cid, el famoso Rodrigo Díaz de Vivar, vasallo de Sancho, al que instó a no aceptar la derrota. Y aquella noche, mientras los leoneses dormían, los restos del ejército castellano atacaron y los diezmaron. Hasta el mismo Alfonso tuvo que huir y fue capturado en la iglesia de Santa María de Carrión. Sancho conquistó la ciudad de León y se anexionó el reino de su hermano.
Urraca, que adoraba a Alfonso, intervino con Sancho para que lo liberase, con la condición de que entraría en un convento. Así se hizo, pero algún tiempo después, con un conde aliado de Urraca, Pedro Ansúrez, escapó disfrazado y se dirigió a Toledo, donde, al-Mamun, rey de esa taifa, le recibió con los brazos abiertos. Allí fue tratado como un príncipe, y entre Alfonso y al-Mamun nació una amistad sincera. Alfonso y su reducido séquito cristiano, compuesto por los tres hermanos Ansúrez, participaban en las cacerías y luchaban, contra otros moros, rivales de al-Mamun, sin saber cuánto tiempo más permanecerían allí.
Un dia en que Alfonso se había echado a dormir, en unos de los jardines del alcázar toledano, al-Mamun, con algunos de los dignatarios, se paseaba comentando la posibilidad de que los cristianos atacasen Toledo. La mayoría decían que la ciudad era inexpugnable pero uno de ellos, expuso cuáles eran los puntos débiles de la ciudad. Entonces se dieron cuenta de que Alfonso estaba allí, aparentemente dormido, y ante la duda de si les había escuchado o no, decidieron decir en voz alta que verterían plomo fundido en la mano del durmiente. Esperaban que, si estaba despierto, ante el dolor del castigo, algo haría para huir con lo que demostraría que estaba al tanto de la conversación y se convertiría en un potencial peligro para ellos. Si, en verdad estaba durmiendo, no se movería, y aún con dolor, demostraría su inocencia. Alfonso, dormido o despierto, aguantó, dando grandes gritos de dolor cuando el plomo ardiente le cayó en la mano, y preguntando por qué le habían castigado de esta forma. Una de sus manos quedó marcada para siempre, pero, a cambio, recordó cuáles eran los puntos por los que era accesible la ciudad y más pronto que tarde, Toledo iba a ser suya.
Sancho, su hermano, había conseguido el reino de Galicia, deshaciéndose de García. Sólo le quedaban, para recomponer los dominios de su padre, Toro y Zamora. Elvira no opuso resistencia, pero sí Urraca, que se aprestaba a defenderse. Sitiada, Urraca envió al real de Sancho a un soldado, Vellido Dolfos, haciendo ver que huía de la ciudad y que traía un importante mensaje para el rey. Le invitó a recorrer las murallas con él para mostrarle aquellos lugares por done sería más fácil atacar Zamora y, en un momento dado, le atravesó con la espada, muriendo Sancho. El Cid corrió tras el asesino, pero, justo cuando le iba a alcanzar, las puertas de Zamora, dejaron pasar a Vellido y se cerraron ante su perseguidor.
Muerto Sancho, Urraca se apresuró a enviar un mensaje a Toledo para que Alfonso conociera que, a partir de ese momento él sería el rey indiscutible. Éste se lo comunicó a su protector, al-Mamun, que le dejó marchar, junto a los Ansúrez, llenándolos de regalos. Ya en Zamora, los caballeros lo proclamaron rey de León y Castilla.
A continuación marchó a Burgos, pero parece que los castellanos tenían ciertas reticencias hacia él, pues no estaban seguros de que fuese del todo inocente de la muerte de Sancho. Y aquí, según el bello cantar de gesta del Cantar del Mio Cid, aparece este paladín cristiano en el papel de ser el encargado de hacer jurar al nuevo rey que no intervino, para nada, en el asesinato de su hermano. Sea o no cierto este pasaje, la verdad es que la historia de Alfonso VI y del Cid, será una historia de encuentros y desencuentros, de amores y odios, que llevarán a Rodrigo Diaz de Vivar a ofrecerse como mercenario al servicio del rey musulmán de Zaragoza, para acabar como gobernador independiente de Valencia, después de vencer a los almorávides.
Alfonso VI era rey de todos los dominios de su padre, porque, García de Galicia, que se hallaba refugiado en la corte de Sevilla, al conocer la muerte de sancho, salió de su retiro para recuperar su reino, pero fue apresado por su hermano Alfonso. encerrado en el castillo de Luna, de por vida, pasó los años García, hasta su muerte, acaecida alrededor de 1099.
en el año 1083, Alfonso VI puso sitió a Toledo y bien porque recordara los puntos débiles de la ciuda, según la leyenda, bien por que los toledanos se encontrasen rendidos y famélicos, el 25 de mayo de 1085, el rey cristiano entraba en la antigua capital goda, algunos dicen que acompañado por el Cid. Después de casi trescientos años, Toledo era otra vez cristiana. Entraron por la puerta de Valmardón llegando a la mezquita del mismo nombre, levantada sobre la antigua capilla visigótica conocida como del Cristo y la Virgen de la Luz. El caballo del Cid, " Babieca ", según la tradición popular, se arrodilló y se negó a dar un paso. Aquello olía a milagro y descabalgaron para entrar en la capilla-mezquita descubriendo que parte del muro estaba hueco. Al abrirlo, aparecieron las dos imágenes del Cristo y de la Virgen que habían sido allí escondidas cuando los primeros musulmanes llegaron a España. El rey ordenó que se dijera una misa, tras la cual dejó su escudo sobre el altar como ofrenda.
Los cristianos toledanos seguían su liturgia hispano-visigoda, conservada intacta en los largos años de dominación musulmana, y ahora iba a ser sustituida por el rito romano que era el practicado por el resto de la cristiandad. Esto suponía un duro golpe para ellos, pero el rey, por complacerlos dictó una sentencia salomónica con la que todos quedaron contentos: las iglesias de nueva creación seguirían el rito romano y, las ya existentes, continuarían con el rito mozárabe.
Pero existía otro problema, también de tipo religioso. La mezquita-catedral, había prometido el rey Alfonso que continuaría siendo mezquita, lo que irritaba al clero cristiano. Algunos nobles, junto con numerosos religiosos y el apoyo de la reina, aprovechando la ausencia del monarca, tomaron la mezquita por la fuerza. Enterado Alfonso, se apresuró a restituir la mezquita a los musulmanes, pero los cristianos no aceptaron el pacto de justicia que el rey había hecho manteniendo su palabra. Cuando Alfonso, de vuelta de León, se acercaba a Toledo, salieron a recibirle varios musulmanes, entre ellos el santo Abu Walid, doctor de la ley islámica, rogando al rey que perdonase a aquellos que había violado el pacto, pues ellos ya lo habían hecho. Sin embargo, Alfonso estaba molesto porque no se respetó su palabra y Abu Walid, en un gesto generoso y para que la paz reinase en la ciudad, dijo al rey que su comunidad renunciaba a la mezquita. A partir de ese momento, musulmanes y cristianos vivieron en paz y cuando, en el siglo XIII se construyó la nueva catedral, se realizó una hermosa estatua gótica de Abu Walid, que se colocó en un lugar de honor, cerca del altar mayor y allí sigue, como homenaje a un hombre que puso la paz y la convivencia por encima de todo. La iglesia toledana, cada año, el 24 de enero, fiesta de San Ildefonso, celebra la festividad del Descendimiento de Nuestra Señora y de la paz con los musulmanes.
Concha Masiá de su libro al-Andalus.
Parece que los leoneses vencieron a los castellanos y Alfonso, ordenó que no se persiguiera a las tropas de su hermano Sancho. Y aquí aparece el Cid, el famoso Rodrigo Díaz de Vivar, vasallo de Sancho, al que instó a no aceptar la derrota. Y aquella noche, mientras los leoneses dormían, los restos del ejército castellano atacaron y los diezmaron. Hasta el mismo Alfonso tuvo que huir y fue capturado en la iglesia de Santa María de Carrión. Sancho conquistó la ciudad de León y se anexionó el reino de su hermano.
Urraca, que adoraba a Alfonso, intervino con Sancho para que lo liberase, con la condición de que entraría en un convento. Así se hizo, pero algún tiempo después, con un conde aliado de Urraca, Pedro Ansúrez, escapó disfrazado y se dirigió a Toledo, donde, al-Mamun, rey de esa taifa, le recibió con los brazos abiertos. Allí fue tratado como un príncipe, y entre Alfonso y al-Mamun nació una amistad sincera. Alfonso y su reducido séquito cristiano, compuesto por los tres hermanos Ansúrez, participaban en las cacerías y luchaban, contra otros moros, rivales de al-Mamun, sin saber cuánto tiempo más permanecerían allí.
Un dia en que Alfonso se había echado a dormir, en unos de los jardines del alcázar toledano, al-Mamun, con algunos de los dignatarios, se paseaba comentando la posibilidad de que los cristianos atacasen Toledo. La mayoría decían que la ciudad era inexpugnable pero uno de ellos, expuso cuáles eran los puntos débiles de la ciudad. Entonces se dieron cuenta de que Alfonso estaba allí, aparentemente dormido, y ante la duda de si les había escuchado o no, decidieron decir en voz alta que verterían plomo fundido en la mano del durmiente. Esperaban que, si estaba despierto, ante el dolor del castigo, algo haría para huir con lo que demostraría que estaba al tanto de la conversación y se convertiría en un potencial peligro para ellos. Si, en verdad estaba durmiendo, no se movería, y aún con dolor, demostraría su inocencia. Alfonso, dormido o despierto, aguantó, dando grandes gritos de dolor cuando el plomo ardiente le cayó en la mano, y preguntando por qué le habían castigado de esta forma. Una de sus manos quedó marcada para siempre, pero, a cambio, recordó cuáles eran los puntos por los que era accesible la ciudad y más pronto que tarde, Toledo iba a ser suya.
Sancho, su hermano, había conseguido el reino de Galicia, deshaciéndose de García. Sólo le quedaban, para recomponer los dominios de su padre, Toro y Zamora. Elvira no opuso resistencia, pero sí Urraca, que se aprestaba a defenderse. Sitiada, Urraca envió al real de Sancho a un soldado, Vellido Dolfos, haciendo ver que huía de la ciudad y que traía un importante mensaje para el rey. Le invitó a recorrer las murallas con él para mostrarle aquellos lugares por done sería más fácil atacar Zamora y, en un momento dado, le atravesó con la espada, muriendo Sancho. El Cid corrió tras el asesino, pero, justo cuando le iba a alcanzar, las puertas de Zamora, dejaron pasar a Vellido y se cerraron ante su perseguidor.
Muerto Sancho, Urraca se apresuró a enviar un mensaje a Toledo para que Alfonso conociera que, a partir de ese momento él sería el rey indiscutible. Éste se lo comunicó a su protector, al-Mamun, que le dejó marchar, junto a los Ansúrez, llenándolos de regalos. Ya en Zamora, los caballeros lo proclamaron rey de León y Castilla.
A continuación marchó a Burgos, pero parece que los castellanos tenían ciertas reticencias hacia él, pues no estaban seguros de que fuese del todo inocente de la muerte de Sancho. Y aquí, según el bello cantar de gesta del Cantar del Mio Cid, aparece este paladín cristiano en el papel de ser el encargado de hacer jurar al nuevo rey que no intervino, para nada, en el asesinato de su hermano. Sea o no cierto este pasaje, la verdad es que la historia de Alfonso VI y del Cid, será una historia de encuentros y desencuentros, de amores y odios, que llevarán a Rodrigo Diaz de Vivar a ofrecerse como mercenario al servicio del rey musulmán de Zaragoza, para acabar como gobernador independiente de Valencia, después de vencer a los almorávides.
Alfonso VI era rey de todos los dominios de su padre, porque, García de Galicia, que se hallaba refugiado en la corte de Sevilla, al conocer la muerte de sancho, salió de su retiro para recuperar su reino, pero fue apresado por su hermano Alfonso. encerrado en el castillo de Luna, de por vida, pasó los años García, hasta su muerte, acaecida alrededor de 1099.
en el año 1083, Alfonso VI puso sitió a Toledo y bien porque recordara los puntos débiles de la ciuda, según la leyenda, bien por que los toledanos se encontrasen rendidos y famélicos, el 25 de mayo de 1085, el rey cristiano entraba en la antigua capital goda, algunos dicen que acompañado por el Cid. Después de casi trescientos años, Toledo era otra vez cristiana. Entraron por la puerta de Valmardón llegando a la mezquita del mismo nombre, levantada sobre la antigua capilla visigótica conocida como del Cristo y la Virgen de la Luz. El caballo del Cid, " Babieca ", según la tradición popular, se arrodilló y se negó a dar un paso. Aquello olía a milagro y descabalgaron para entrar en la capilla-mezquita descubriendo que parte del muro estaba hueco. Al abrirlo, aparecieron las dos imágenes del Cristo y de la Virgen que habían sido allí escondidas cuando los primeros musulmanes llegaron a España. El rey ordenó que se dijera una misa, tras la cual dejó su escudo sobre el altar como ofrenda.
Los cristianos toledanos seguían su liturgia hispano-visigoda, conservada intacta en los largos años de dominación musulmana, y ahora iba a ser sustituida por el rito romano que era el practicado por el resto de la cristiandad. Esto suponía un duro golpe para ellos, pero el rey, por complacerlos dictó una sentencia salomónica con la que todos quedaron contentos: las iglesias de nueva creación seguirían el rito romano y, las ya existentes, continuarían con el rito mozárabe.
Pero existía otro problema, también de tipo religioso. La mezquita-catedral, había prometido el rey Alfonso que continuaría siendo mezquita, lo que irritaba al clero cristiano. Algunos nobles, junto con numerosos religiosos y el apoyo de la reina, aprovechando la ausencia del monarca, tomaron la mezquita por la fuerza. Enterado Alfonso, se apresuró a restituir la mezquita a los musulmanes, pero los cristianos no aceptaron el pacto de justicia que el rey había hecho manteniendo su palabra. Cuando Alfonso, de vuelta de León, se acercaba a Toledo, salieron a recibirle varios musulmanes, entre ellos el santo Abu Walid, doctor de la ley islámica, rogando al rey que perdonase a aquellos que había violado el pacto, pues ellos ya lo habían hecho. Sin embargo, Alfonso estaba molesto porque no se respetó su palabra y Abu Walid, en un gesto generoso y para que la paz reinase en la ciudad, dijo al rey que su comunidad renunciaba a la mezquita. A partir de ese momento, musulmanes y cristianos vivieron en paz y cuando, en el siglo XIII se construyó la nueva catedral, se realizó una hermosa estatua gótica de Abu Walid, que se colocó en un lugar de honor, cerca del altar mayor y allí sigue, como homenaje a un hombre que puso la paz y la convivencia por encima de todo. La iglesia toledana, cada año, el 24 de enero, fiesta de San Ildefonso, celebra la festividad del Descendimiento de Nuestra Señora y de la paz con los musulmanes.
Concha Masiá de su libro al-Andalus.
martes, 20 de mayo de 2014
El amor entre cristianos y moros: Alfonso VI y Zaida.
Es esta una historia real y verdadera, entre un rey cristiano Alfonso VI y una bella princesa musulmana, hija del rey de taifa de Sevilla, Mutamid. Tal vez sea la mas hermosa historia de amor, no solo de la España medieval, sino de la España de todos los tiempos.
Al rey Mutamid le nació una hija de su esclava favorita. La niña fue bautizada con el nombre de Zaida, y era de una belleza espectacular. Se educó en una corte de cultura refinada y exquisita, recibiendo clases de canto, de música, de poesía, de relaciones sociales… convirtiéndose en una mujer inteligente, discreta, que causaba admiración en cuantos la veían y la trataban. Pero eran tiempos duros para los reinos de taifas, nacidos de la disgregación del Califato. Aunque Mutamid tenía uno de los reinos más fuertes, no por eso dejo de ser tributario de los cristianos el Norte, en concreto de Alfonso VI, que por aquel entonces eran más poderosos que sus desmembrados vecinos del sur.
Cuando Zaida contaba solo 12 años, entró en los acuerdos políticos que su padre intentaba cerrar con el rey castellano. Durante años, los dos reinos fueron aliados y, era frecuente, que los ejércitos castellanos acudiesen en socorro de las tropas sevillanas, principalmente, para sofocar rebeliones internas que solían darse a menudo en los reinos de taifas. Mutamid quiso cerrar el pacto con Alfonso VI y le ofreció lo mejor que tenía su hija Zaida.
Alfonso, que había oído hablar de las muchas virtudes que adornaban a la princesa así como de su singular hermosura, no dudó en aceptar a la jovencita como prometida, si bien para un futuro, puesto que ella era muy niña, todavía, y el estaba casado con Inés de Aquitania.
El rey cristiano aseguró al rey musulmán que el matrimonio no tardaría mucho en celebrarse, pues su esposa, que debía estar enferma, no podía vivir mucho más. La princesa Zaida llevaba como dote, nada menos que numerosas plazas fuertes, lo que si cabe, le hacía aún mas deseable y el monarca castellano no estaba dispuesto a renunciar a ella bajo ningún concepto.
Pero el tiempo pasaba y la boda no llegaba a concretarse, mientras Alfonso VI iba casándose con otras princesas cristianas. Desde el momento en que se vieron Zaida y Alfonso se amaron, pero constituía un escándalo que un rey cristiano se casase con una musulmana, por muy princesa que fuera. El monarca dejo que se impusiesen los criterios de la orden religiosa de Cluny que tenía gran influencia en todas las cortes europeas. Un delegado de esta orden se acercó hasta la corte castellana, para disuadir a Alfonso de su casamiento con una mora, cuando muy bien podía hacerlo con Constanza de Borgoña, por ejemplo, princesa también y además cristiana.
En 1091 Zaida se desplazó a Castilla con un mensaje desesperado de su padre, Mutamid. El reino de Sevilla estaba en grave peligro de caer en manos de los almorávides, de hecho los dominios sevillanos estaban ya cercados por ellos, y enviaba a su mejor embajadora, Zaida, para que animase al rey castellano a que corriera en su ayuda.
Pero nada se pudo hacer, cuando la princesa andalusí llegó a la corte castellana, se recibieron noticias de que Sevilla había caído y Mutamid, así como el resto de la familia real, eran prisioneros de los almorávides. Zaida quedó sola, en una tierra que le era extraña, y se acogió a la protección de su eterno prometido, el rey Alfonso VI. De ahí a convertirse en amantes, solo había un paso. Ambos se querían, y la pasión que sentía el uno por el otro les acabó de unir definitivamente.
En 1094 tuvieron un hijo, el infante don Sancho, que se convertiría en el heredero de la corona, Zaida decidió renunciar al islamismo y se bautizó con el nombre de Isabel. El rey, su prometido y padre de su hijo, en aquellos momentos estaba casado con Berta de Borgoña, a los que los asuntos amorosos de su esposo, no le importaban ni mucho ni poco.
Así esperaron otros cinco años más, hasta que en el 1099 murió la reina y Alfonso, cansado de casarse con mujeres que no quería, contrajo, por fin, matrimonio con la amada de su corazón. El 14 de mayo de 1100 se casaron y su hijo quedo legitimado. El rey tenía esposa y heredero, un heredero por el que corría la noble sangre de cristianos y musulmanes, una ocasión de oro para el entendimiento entre ambas culturas.
Pero la felicidad para los tres fue muy corta. Apenas siete años después, cuando la reina Isabel, que tenía tan solo 41 años, enfermó y murió al poco tiempo. Alfonso, que ya era muy mayor, quedó desolado, pero ella, por lo menos, se libró del dolor de ver morir a su hijo, un año mas tarde, en la terrible batalla de Uclés. Ese dolor quedó entero para Alfonso, que en un tiempo tan breve, perdió a los dos seres que más quería en este mundo.
Zaida fue enterrada en el panteón de los reyes de León, en San Isidoro, y más tarde fue llevada a Sahagún. El pueblo la amó y la respetó y con ella murió también una historia de amor que fue más allá de la cultura, de la religión y de los condicionamientos sociales... y que hizo lo que era aún más difícil: esperar y superar el paso del tiempo.
Concha Masiá. Al - Andalus.
Al rey Mutamid le nació una hija de su esclava favorita. La niña fue bautizada con el nombre de Zaida, y era de una belleza espectacular. Se educó en una corte de cultura refinada y exquisita, recibiendo clases de canto, de música, de poesía, de relaciones sociales… convirtiéndose en una mujer inteligente, discreta, que causaba admiración en cuantos la veían y la trataban. Pero eran tiempos duros para los reinos de taifas, nacidos de la disgregación del Califato. Aunque Mutamid tenía uno de los reinos más fuertes, no por eso dejo de ser tributario de los cristianos el Norte, en concreto de Alfonso VI, que por aquel entonces eran más poderosos que sus desmembrados vecinos del sur.
Cuando Zaida contaba solo 12 años, entró en los acuerdos políticos que su padre intentaba cerrar con el rey castellano. Durante años, los dos reinos fueron aliados y, era frecuente, que los ejércitos castellanos acudiesen en socorro de las tropas sevillanas, principalmente, para sofocar rebeliones internas que solían darse a menudo en los reinos de taifas. Mutamid quiso cerrar el pacto con Alfonso VI y le ofreció lo mejor que tenía su hija Zaida.
Alfonso, que había oído hablar de las muchas virtudes que adornaban a la princesa así como de su singular hermosura, no dudó en aceptar a la jovencita como prometida, si bien para un futuro, puesto que ella era muy niña, todavía, y el estaba casado con Inés de Aquitania.
El rey cristiano aseguró al rey musulmán que el matrimonio no tardaría mucho en celebrarse, pues su esposa, que debía estar enferma, no podía vivir mucho más. La princesa Zaida llevaba como dote, nada menos que numerosas plazas fuertes, lo que si cabe, le hacía aún mas deseable y el monarca castellano no estaba dispuesto a renunciar a ella bajo ningún concepto.
Pero el tiempo pasaba y la boda no llegaba a concretarse, mientras Alfonso VI iba casándose con otras princesas cristianas. Desde el momento en que se vieron Zaida y Alfonso se amaron, pero constituía un escándalo que un rey cristiano se casase con una musulmana, por muy princesa que fuera. El monarca dejo que se impusiesen los criterios de la orden religiosa de Cluny que tenía gran influencia en todas las cortes europeas. Un delegado de esta orden se acercó hasta la corte castellana, para disuadir a Alfonso de su casamiento con una mora, cuando muy bien podía hacerlo con Constanza de Borgoña, por ejemplo, princesa también y además cristiana.
En 1091 Zaida se desplazó a Castilla con un mensaje desesperado de su padre, Mutamid. El reino de Sevilla estaba en grave peligro de caer en manos de los almorávides, de hecho los dominios sevillanos estaban ya cercados por ellos, y enviaba a su mejor embajadora, Zaida, para que animase al rey castellano a que corriera en su ayuda.
Pero nada se pudo hacer, cuando la princesa andalusí llegó a la corte castellana, se recibieron noticias de que Sevilla había caído y Mutamid, así como el resto de la familia real, eran prisioneros de los almorávides. Zaida quedó sola, en una tierra que le era extraña, y se acogió a la protección de su eterno prometido, el rey Alfonso VI. De ahí a convertirse en amantes, solo había un paso. Ambos se querían, y la pasión que sentía el uno por el otro les acabó de unir definitivamente.
En 1094 tuvieron un hijo, el infante don Sancho, que se convertiría en el heredero de la corona, Zaida decidió renunciar al islamismo y se bautizó con el nombre de Isabel. El rey, su prometido y padre de su hijo, en aquellos momentos estaba casado con Berta de Borgoña, a los que los asuntos amorosos de su esposo, no le importaban ni mucho ni poco.
Así esperaron otros cinco años más, hasta que en el 1099 murió la reina y Alfonso, cansado de casarse con mujeres que no quería, contrajo, por fin, matrimonio con la amada de su corazón. El 14 de mayo de 1100 se casaron y su hijo quedo legitimado. El rey tenía esposa y heredero, un heredero por el que corría la noble sangre de cristianos y musulmanes, una ocasión de oro para el entendimiento entre ambas culturas.
Pero la felicidad para los tres fue muy corta. Apenas siete años después, cuando la reina Isabel, que tenía tan solo 41 años, enfermó y murió al poco tiempo. Alfonso, que ya era muy mayor, quedó desolado, pero ella, por lo menos, se libró del dolor de ver morir a su hijo, un año mas tarde, en la terrible batalla de Uclés. Ese dolor quedó entero para Alfonso, que en un tiempo tan breve, perdió a los dos seres que más quería en este mundo.
Zaida fue enterrada en el panteón de los reyes de León, en San Isidoro, y más tarde fue llevada a Sahagún. El pueblo la amó y la respetó y con ella murió también una historia de amor que fue más allá de la cultura, de la religión y de los condicionamientos sociales... y que hizo lo que era aún más difícil: esperar y superar el paso del tiempo.
Concha Masiá. Al - Andalus.
lunes, 19 de mayo de 2014
Alfonso VI de León EL BRAVO.
Alfonso VI de León (1047 a - Toledo, 12 de agosto de 1109), llamado el Bravo, fue rey de León (10652 -1072; 1072–1109), de Galicia (1071–1072; 1072–1109) y de Castilla (1072–1109). Durante su reinado se conquistó la ciudad de Toledo, en el año 1085, y tuvieron lugar las batallas de Uclés y Sagrajas, que constituyeron sendas derrotas para las mesnadas leonesas y castellanas, falleciendo en la primera el heredero del rey, el infante Sancho Alfónsez.
Orígenes familiares
Hijo del rey Fernando I de León y de su esposa, la reina Sancha de León, era nieto por parte paterna de Sancho Garcés III, rey de Pamplona, y de su esposa, la reina Muniadona de Castilla y por parte materna de Alfonso V de León y de su esposa la reina Elvira Menéndez.
Fue hermano de Sancho II el Fuerte, rey de Castilla y de León, de García de Galicia, y de las infantas Elvira de Toro y Urraca de Zamora.
Ascenso al trono
Como segundo hijo varón del rey de León y conde de Castilla, Fernando I, y de la reina Sancha de León, a Alfonso no le habría correspondido heredar. Sin embargo, en 1063, Fernando I convocó una Curia Regia para dar a conocer sus disposiciones testamentarias en las cuales, decidió repartir su patrimonio entre sus hijos:
A Alfonso le correspondió la principal corona, el Reino de León, y los derechos sobre el reino taifa de Toledo.
A su hermano, el primogénito Sancho, le correspondió el Reino de Castilla, creado por su padre para él, y las parias sobre el reino taifa de Zaragoza.
A su hermano menor, García, le correspondió el Reino de Galicia y los derechos sobre el reino taifa de Sevilla y el reino taifa de Badajoz.
A su hermana Urraca le correspondió la ciudad de Zamora.
A su hermana Elvira la ciudad de Toro.
Reinado
1ª etapa (1065–1072): consolidación del trono.
Tras su coronación en la ciudad de León en enero de 1066, Alfonso tuvo que enfrentarse con los deseos expansionistas de su hermano Sancho quien, como primogénito, se consideraba el único heredero legítimo de todos los reinos de su padre.2 Los conflictos se inician cuando en 1067 fallece la reina Sancha, suceso que abrirá un periodo de siete años de guerra entre los tres hermanos y cuyo primer acto tendrá lugar el 19 de julio de 1068 cuando Alfonso y Sancho se enfrentan en Llantada, en un juicio de Dios en el que ambos hermanos pactan que el que resultase victorioso obtendría el reino del derrotado. Aunque Sancho vence, Alfonso no cumple con lo acordado a pesar de lo cual las relaciones entre ambos se mantienen como demuestra el hecho de que Alfonso acudiera, el 26 de mayo de 1069, a la boda de Sancho con una noble inglesa llamada Alberta y donde ambos decidieron unirse para repartirse el reino de Galicia que le había correspondido a García, el menor de los hijos de Fernando I.
Con la complicidad de Alfonso, su hermano Sancho entra en Galicia en 1071 y, tras derrotar a su hermano García, lo apresa en Santarém encarcelándolo en Burgos hasta que es exiliado a la taifa de Sevilla gobernada por Al-Mutamid. Tras eliminar a su hermano, Alfonso y Sancho se titulan reyes de Galicia y firman una tregua que se mantendrá durante tres años.
La tregua se rompe con la batalla de Golpejera en 1072. Las tropas de Sancho salen victoriosas, pero éste decide no perseguir a su hermano. Alfonso fue hecho prisionero y encarcelado en Burgos. Posteriormente es trasladado al monasterio de Sahagún, donde se le rasura la cabeza y se le obliga a tomar la casulla, pero gracias a la intercesión de su hermana Urraca con Sancho y con la ayuda del abad logra refugiarse en la taifa de Toledo bajo la protección de su vasallo el rey Al-Mamún.
Alfonso, desde su exilio en Toledo, logra el apoyo tanto de su hermana Urraca como de la nobleza leonesa que se hacen fuertes en la ciudad de Zamora obligando a Sancho, en 1072, a sitiar la ciudad para someterla. En el transcurso del asedio el rey Sancho recibió la muerte. La tradición o leyenda narra el episodio con el detalle de que durante el cerco, un noble zamorano o gallego llamado Vellido Dolfos se presentó ante el rey como desertor y, con la excusa de mostrarle los puntos débiles de las murallas, lo separó de su guardia y consiguió acabar con su vida de una lanzada. Aunque no hay constancia alguna de que la muerte de Sancho se debiera a una traición más que a un engaño, ya que Dolfos era enemigo de Sancho, su asesinato fue debido a un lance bélico propio de la situación de sitio y no se produjo en las murallas sino en un bosque cercano donde Dolfos llevó al rey castellano alejándole de su protección armada.
La muerte violenta de su hermano Sancho, que no dejó descendencia, permitió a Alfonso recuperar su trono y reclamar para sí Castilla y Galicia.
En este momento, la Leyenda de Cardeña acerca del Cid (siglo XIII) sitúa la jura exculpatoria de la posible participación de Alfonso en el asesinato de su hermano, que tomó El Cid en la iglesia de Santa Gadea de Burgos (Jura de Santa Gadea) y que provocarían una relación de desconfianza mutua entre ambos, aunque Alfonso intentó un acercamiento al ofrecerle en matrimonio a su sobrina Jimena Díaz junto a la inmunidad de sus heredades. Estos hechos y sus consecuencias llegarían con el tiempo a ser considerados históricos por multitud de cronistas e historiadores, aunque en la actualidad la mayor parte de estos rechazan la historicidad del episodio.
La muerte de Sancho también fue aprovechada por García para recuperar su propio trono, pero al año siguiente, en 1073, fue llamado por Alfonso a una reunión, siendo apresado y encarcelado de por vida en el castillo de Luna, donde fallecería finalmente en 1090.
2ª etapa (1072–1086): expansión
territorialConsolidado en el trono leonés, y con el título de emperador que heredaba de la tradición neogoticista leonesa, Alfonso VI dedica los siguientes catorce años de su reinado a engrandecer sus territorios mediante conquistas como la de Uclés y los territorios de los Banu Di-l-Nun. También se tituló, desde 1072, rex Spanie.
Su primer movimiento lo realiza en 1076, cuando al fallecer el monarca navarro Sancho Garcés IV, la nobleza navarra decide que el trono no pase a su hijo menor de edad, sino a uno de los nietos de Sancho III de Navarra: Alfonso VI o Sancho Ramírez de Aragón que invadieron el reino navarro. Tras llegar a un acuerdo, Sancho Ramírez es reconocido como rey de Navarra y Alfonso se anexiona los territorios de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y La Bureba, adoptando en 1077 el título de Imperator totius Hispaniae ('Emperador de toda España'). Pero su gran expansión territorial la hará a costa de los reinos taifas musulmanes, para lo cual Alfonso siguió con la práctica de explotación económica mediante el sistema de parias consiguiendo que la mayor parte de los reinos de taifas de la España musulmana fuesen sus tributarios, práctica a la que unió la presión militar.
Una de las iniciativas de estos años, que ha pasado a la historia como la traición de Rueda, terminará en fracaso. Tuvo lugar en 1083 en el castillo de Rueda de Jalón, cuando Alfonso recibe noticias de que el alcaide de dicha fortaleza, la cual pertenecía al reino Taifa de Zaragoza, pretende rendirla al rey leonés. Las tropas que envía Alfonso son emboscadas al entrar en el castillo y mueren varios de sus principales magnates.
En 1074 había fallecido envenenado en Córdoba su vasallo y amigo, el rey de la taifa de Toledo Al-Mamún a quien sucedió su nieto Al-Qádir quién, en 1084, solicitó por segunda vez la ayuda de Alfonso ante un levantamiento que pretendía derrocarle. Alfonso aprovechó el llamamiento de ayuda del rey taifa para sitiar Toledo ciudad que caería el 25 de mayo de 1085 y al-Qadir fue enviado como rey a Valencia bajo la protección de Alvar Fáñez.
Tras esta importante conquista, el monarca se tituló emperador de las dos religiones y como gesto ante la importante población musulmana de la ciudad se compromete, además de respetar las propiedades de éstos, a reservarles la mezquita mayor para su culto. Esta decisión será revocada por el recién nombrado arzobispo de Toledo, el cluniacense Bernardo de Sedirac, aprovechando una ausencia del monarca de Toledo y valiéndose para ello del apoyo de la reina Constanza de Borgoña.
La ocupación de Toledo, que permite a Alfonso VI incorporar el título de rey de Toledo a los que ya ostentaba (victoriosissimo rege in Toleto, et in Hispania et Gallecia9 ), llevó a la toma de ciudades como Talavera y de fortalezas como el castillo de Aledo. También ocupa la entonces ciudad de Mayrit en 1085 sin resistencia, probablemente mediante capitulación. La incorporación del territorio situado entre el Sistema Central y el río Tajo, servirá de base de operaciones para la corona leonesa, desde donde podía emprender un mayor hostigamiento contra las taifas de Córdoba, Sevilla, Badajoz y Granada.
3ª etapa (1086–1109): la invasión almorávide
La presión militar y económica sobre los reinos taifas hace que los reyes de las taifas de Sevilla, Granada, Badajoz y Almería decidan pedir ayuda a los almorávides que, en 1086, al mando del emir Yusuf ibn Tasufin cruzan el estrecho de Gibraltar y desembarcan en Algeciras.
En Sevilla, el ejército almorávide se une a las tropas de los reinos taifas y se dirigen a tierras extremeñas donde, el 23 de octubre de 1086, se enfrentan en la batalla de Zalaca a las tropas de Alfonso VI que se había visto obligado a abandonar el sitio a que sometía a la ciudad de Zaragoza. La batalla se salda con la derrota de las tropas cristianas que regresan a Toledo para defenderse, pero el emir no supo aprovechar la victoria, pues regresó apresuradamente a África a causa de la muerte de su hijo. Alfonso solicitó a los reinos cristianos de Europa la organización de una cruzada contra los almorávides que habían recuperado casi todos los territorios que Alfonso había conquistado, con la excepción de Toledo, ciudad en la que Alfonso se hacía fuerte.
Aunque la cruzada no llega finalmente a organizarse, sí provoca la entrada en la península de un importante número de cruzados entre los que destacan Raimundo de Borgoña y Enrique de Borgoña que contraerán matrimonio con dos hijas de Alfonso, Urraca (1090) y Teresa (1094) lo que va a provocar la entrada de la dinastía borgoñona en los reinos peninsulares.
En 1088 Yusuf ibn Tasufin cruza por segunda vez el estrecho, pero es derrotado en el cerco de la fortaleza de Aledo y la deserción de muchos de los reyes de las taifas musulmanas, lo que motivó que, en su próxima venida, el emir viniera con la decisión de destituirles a todos y quedarse él como único rey de todo al-Andalus.
En 1090 los almorávides realizan un tercer desembarco, destituyen al rey de Granada, vencen a al-Mamun, gobernador de Córdoba, y tras la batalla de Almodóvar del Río, entran en Sevilla enviando al exilio a su rey al-Mutamid.
En 1097 se produce un cuarto desembarco almorávide. La noticia la recibe Alfonso VI cuando se dirigía a Zaragoza para prestar ayuda a su vasallo el rey Al-Musta'in II en su enfrentamiento con el recién coronado Pedro I de Aragón. El objetivo almorávide es nuevamente Toledo, en cuyo camino se encuentra el castillo de Consuegra y donde, el 15 de agosto, se encontrarán con las tropas cristianas que nuevamente resultarán derrotadas en la batalla de Consuegra lo que supondrá la confirmación del periodo de decadencia del reinado de Alfonso VI que ya se había iniciado en 1086 con la derrota de Zalaca.
En 1102, Alfonso envía tropas en auxilio de Valencia frente a la amenaza almorávide. La ciudad había sido conquistada en 1094 por El Cid y desde la muerte de éste, en 1099, estaba gobernada por su viuda Jimena. La batalla tuvo lugar en Cullera sin un claro vencedor, aunque Valencia cayó en manos almorávides ante lo costoso que resultaba para Alfonso defender esta plaza.
En 1108 las tropas del almorávide Tamim, gobernador de Córdoba e hijo de Yusuf ibn Tasufin se dirigen nuevamente contra los territorios cristianos, pero la ciudad elegida no es Toledo sino Uclés. Alfonso se encontraba en Sahagún, recién casado, mayor y con una vieja herida que le impide montar a caballo. Al mando del ejército se pone Álvar Fáñez, gobernador de las tierras de los Banu Di-l-Nun, y le acompaña el infante heredero Sancho Alfónsez. Los ejércitos se enfrentan en la Batalla de Uclés, donde las tropas cristianas sufrirán otra dura derrota y en la que, además, morirá el infante heredero al trono, lo que tendrá como consecuencia un parón de 30 años en la reconquista y la independencia del condado portucalense.
Nupcias y descendencia
En 1067 se negoció su matrimonio con Ágata de Normandía, hija del rey Guillermo I de Inglaterra y de Matilde de Flandes, pero su muerte prematura frustró el proyecto.
En 1069 se firmó el acuerdo de esponsales con Inés de Aquitania, hija del duque Guido Guillermo VIII de Aquitania y de Matilde de la Marche. Inés apenas contaba con diez años de edad y hubo que esperar hasta que cumpliese los catorce años para celebrar el matrimonio que tuvo lugar a finales de 1073 o principios de 1074. Murió el 6 de junio de 1078.
Contrajo matrimonio por segunda vez en 1079 con Constanza de Borgoña, viuda, sin hijos, del conde Hugo III de Châlon-sur-Saon, e hija de Roberto el Viejo, duque de Borgoña y bisnieta de Hugo Capeto, rey de Francia. Fruto de este matrimonio, que duró hasta la muerte de la reina en 1093, nació:
Urraca I de León (1081–1126), que sucedió a su padre en el trono. Contrajo sendos matrimonios con Raimundo de Borgoña y con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón. Fue sucedida por su hijo con Raimundo de Borgoña, Alfonso VII el Emperador.
El 25 de noviembre de 1093 contrajo un tercer matrimonio con Berta, de filiación desconocida, de cuyo matrimonio no hubo descendencia. Murió a finales de 1099 sin descendencia.
No queda claro en las fuentes si el rey casó o no con Zaida. En la crónica De rebus Hispaniae, del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, se cuenta entre las esposas de Alfonso VI. Pero la Crónica najerense y el Chronicon mundi indican que Zaida fue concubina y no esposa de Alfonso VI. Tampoco se sabe si el rey y Zaida comenzaron su relación antes o después de la muerte de la reina Constanza. Según Gonzalo Martínez Díez, contrajeron matrimonio después del año 1100, quedando legitimado el hijo de ambos quien se convirtió en príncipe heredero del reino cristiano. De esta relación nacieron tres hijos:
Sancho Alfónsez (1093–1108), su único hijo varón y heredero del trono. Su prematura muerte en la batalla de Uclés aceleró el fin de su padre.
Elvira Alfónsez (1100–1135), contrajo matrimonio en 1117 con Rogelio II de Sicilia, rey de Sicilia.
Sancha Alfónsez (1101–c. 1125), primera esposa de Rodrigo González de Lara, conde de Liébana con quien tuvo a Elvira Rodríguez de Lara, mujer del conde Ermengol VI de Urgel.d
Contrajo un cuarto o quinto matrimonio con Beatriz de Este, hija del duque de Este. Este enlace, celebrado en 1108, duró sólo un año, hasta la muerte del rey. Tras su defunción, la reina Beatriz volvió a su país y contrajo matrimonio de nuevo, siendo sepultada en la Catedral de Pavía.
Fruto de su relación extramatrimonial con Jimena Muñoz nacieron dos hijas:
Teresa Alfónsez (1083/1085–1130). Condesa de Portugal como parte de su dote nupcial, contrajo matrimonio con Enrique de Borgoña. El hijo de ambos, Alfonso I Enríquez, fue el primer rey de Portugal.
Elvira Alfónsez (c. 1079–d. abril de 1157), se casó con Raimundo IV de Tolosa, conde de Tolosa y después de enviudar con el conde Fernando Fernández de Carrión.
Muerte y sepultura
Alfonso VI falleció en la ciudad de Toledo el día 1 de julio de 1109, a los sesenta y dos años de edad.17 Su cadáver fue conducido a la localidad leonesa de Sahagún, siendo sepultado en el Monasterio de San Benito de Sahagún, cumpliéndose así la voluntad del monarca. Los restos mortales del rey fueron depositados en un sepulcro de piedra, que fue colocado a los pies de la iglesia del monasterio de San Benito, hasta que, durante el reinado de Sancho IV, pareciéndole indecoroso a este rey que su predecesor estuviese sepultado a los pies del templo, ordenó trasladar el sepulcro al interior del templo, y colocarlo en el crucero de la iglesia, donde se hallaba el sepulcro que contenía los restos de Beatriz Fadrique, hija del infante Fadrique de Castilla, quien había sido ejecutado por orden de su hermano, Alfonso X el Sabio, en 1277.
El sepulcro que contuvo los restos del rey, desaparecido en la actualidad, se sustentaba sobre leones de alabastro, y era un arca grande de mármol blanco, de ocho pies de largo y cuatro de ancho y alto, siendo la tapa que lo cubría lisa y de pizarra negra, y estando cubierto el sepulcro de ordinario por un tapiz de seda, tejido en Flandes, en el que aparecía el rey coronado y armado, hallándose en los lados la representación de las armas de Castilla y León, y en la parte de la cabecera del sepulcro un crucifijo.
El sepulcro que contenía los restos de Alfonso VI fue destruido en 1810, durante el incendio que sufrió el Monasterio de San Benito. Los restos mortales del rey y los de varias de sus esposas, fueron recogidos y conservados en la cámara abacial hasta el año 1821, en que fueron expulsados los religiosos del monasterio, siendo entonces depositados por el abad Ramón Alegrías en una caja, que fue colocada en el muro meridional de la capilla del Crucifijo, hasta que, en enero de 1835, los restos fueron recogidos de nuevo e introducidos en otra caja, siendo llevados al archivo, donde se hallaban en esos momentos los despojos de las esposas del soberano. El propósito era colocar todos los restos reales en un nuevo santuario que se estaba construyendo entonces.18 No obstante, cuando el monasterio de San Benito fue desamortizado en 1835, los religiosos entregaron las dos cajas con los restos reales a un pariente de un religioso, que las ocultó, hasta que en el año 1902 fueron halladas por el catedrático del Instituto de Zamora Rodrigo Fernández Núñez.
En la actualidad, los restos mortales de Alfonso VI el Bravo reposan en el Monasterio de las monjas benedictinas de Sahagún, a los pies del templo, en un arca de piedra lisa y con cubierta de mármol moderna, y en un sepulcro cercano, igualmente liso, yacen los restos de varias de las esposas del rey.
Legado
En el terreno cultural, Alfonso VI fomentó la seguridad del Camino de Santiago e impulsó la introducción de la reforma cluniacense en los monasterios de Galicia, León y Castilla.
El monarca sustituyó la liturgia mozárabe o toledana por la romana. A este respecto cuenta la tradición popular que Alfonso tomó un breviario mozárabe y uno romano y los arrojó al fuego. Al arder sólo el breviario romano, el rey volvió a arrojar al fuego el mozárabe, imponiendo así el rito romano. Es posible que esta leyenda sea el origen del refrán que afirma «Allá van las leyes, do quieran los reyes».
Alfonso VI, el conquistador de Toledo, el gran monarca europeizador, ve, en los últimos años de su reinado, cómo la gran obra política realizada se resquebraja ante el empuje almorávide y las debilidades internas. Alfonso VI había asumido plenamente la idea imperial leonesa y su apertura a la influencia europea le había hecho conocer las prácticas políticas feudales que, en la Francia de su tiempo, alcanzaban su expresión más acabada. En la conjunción de estos dos elementos, ve Claudio Sánchez-Albornoz la explicación de la concesión iure hereditario (reparto entre las dos hijas y el hijo del reino en lugar de legar todo el reino al único hijo varón) –más propio de la tradición navarroaragonesa– de los gobiernos de los condados de Galicia y Portugal a sus dos yernos borgoñones, Raimundo, primer marido de Urraca, y Enrique, casado con Teresa. De esa decisión, arrancó, a la vuelta de unos años, la independencia portuguesa y la perspectiva de una Galicia independiente bajo Alfonso Raimúndez, que luego no se hizo realidad al convertirse éste en Alfonso VII de León.
sábado, 17 de mayo de 2014
Fernando I de León
Fernando I de León, llamado el Magno o el Grande (c. 1016–León, 27 de diciembre de 1065), fue conde de Castilla desde 1029 y rey de León desde el año 1037 hasta su muerte, siendo ungido como tal el 22 de junio de 1038.
Era hijo de Sancho Garcés III de Pamplona, llamado el Mayor, rey de Pamplona, y de Muniadona, hermana de García Sánchez de Castilla. Fue designado conde de Castilla en 1029,1 si bien no ejercería el gobierno efectivo hasta la muerte de su padre en 1035. Se convirtió en rey de León por su matrimonio con Sancha, hermana de su rey y señor, Bermudo III, contra el que se levantó en armas, el cual murió sin dejar descendencia luchando contra Fernando en la batalla de Tamarón.a
Sus primeros dieciséis años de reinado los pasó resolviendo conflictos internos y reorganizando su reino. En 1054, las disputas fronterizas con su hermano García III de Pamplona se tornaron en guerra abierta. Las tropas leonesas dieron muerte al monarca navarro en la batalla de Atapuerca.
Llevó a cabo una enérgica actividad de Reconquista, tomando las plazas de Lamego (1057), Viseo (1058) y Coímbra (1064), además de someter a varios de los reinos de taifas al pago de parias al reino leonés. Al morir dividió sus reinos entre sus hijos: al primogénito, Sancho, le correspondió el estado patrimonial de su padre, el condado de Castilla, elevado a categoría de reino, y las parias sobre el reino taifa de Zaragoza; a Alfonso, el favorito, le correspondió el Reino de León y el título imperial, así como los derechos sobre el reino taifa de Toledo; García recibió el Reino de Galicia, creado a tal efecto, y los derechos sobre los reinos taifas de Sevilla y Badajoz; a Urraca y a Elvira les correspondieron las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente, también con título real y unas rentas adecuadas.
Tradicionalmente se le ha considerado el primer rey de Castilla y fundador de la monarquía castellana, y muchos historiadores siguen manteniendo esta tesis. No obstante, parte de la historiografía más actual considera que Fernando no fue jamás rey de Castilla, y que el origen de este reino se sitúa a la muerte de este monarca, con la división de sus estados entre sus hijos y el legado de Castilla al primogénito Sancho con título real. En palabras de Gonzalo Martínez Diez:
Podemos y debemos afirmar con absoluta certeza el hecho de que Fernando nunca fue rey de Castilla, y que ésta nunca cambió su naturaleza de condado, subordinado al rey de León, para convertirse en un reino, hasta la muerte de Fernando I el año 1065.
Conde de Castilla
El futuro Fernando I de León tuvo que nacer después de 1015, y no hay ninguna seguridad de que fuera el segundo vástago de Sancho III el Mayor, como tradicionalmente se había creído. La mayor parte de los documentos auténticos de la época lo sitúan como el cuarto de los hijos del rey de Pamplona, tras Ramiro I de Aragón, García Sánchez III el de Nájera y Gonzalo I de Ribagorza. En 1029, al acceder al condado castellano, Fernando no rebasaría los trece años. Cuando el conde Sancho de Castilla falleció en 1017, dejó por heredero a García Sánchez, un niño de siete años, lo que dio inicio a un período turbulento para el condado castellano. Alfonso V de León recobró las tierras comprendidas entre el Cea y el Pisuerga, conquistadas años atrás por Sancho, en tanto que Sancho el Mayor intervino para proteger a su joven cuñado, aprovechando para apoderarse de varias plazas fronterizas.
Cuando García Sánchez de Castilla, en 1027, llegó a la mayoría de edad, pretendió estrechar lazos casándose con Sancha, hermana del joven rey de León, Bermudo III. Sin embargo, fue asesinado en 1028 por los hijos del conde de Vela, huidos de Castilla. Los leoneses vieron en esta muerte la mano del rey de Pamplona, y los castellanos una conjura leonesa. En todo caso, Sancho el Mayor, salió favorecido del magnicidio: al no tener hijos el difunto conde García, Sancho invocó los derechos de su esposa Muniadona para gobernar en Castilla, y al designar a su hijo Fernando como conde de Castilla en 1029, «su autoridad» fue «plenamente reconocida y legitimada».
Fernando casó en 1032 con Sancha, la prometida de su difunto tío, obteniendo como dote las tierras comprendidas entre los ríos Cea y Pisuerga. En 1037, Bermudo III tomó por mujer a Jimena, hermana del difunto conde García, y reclamó esas tierras, lo que condujo a la guerra entre ambos cuñados, siendo en este momento cuando algunos autores consideran que el conde Fernando cambió su título por el de rey de Castilla, si bien no hay constancia documental de ello.
El trono leonés
El conflicto entre cuñados se dilucidó en la batalla de Tamarón, el 4 de septiembre de 1037. Las tropas castellanas venían reforzadas por el ejército del rey García de Pamplona. Bermudo, con el ímpetu propio de su edad, picó espuelas a su caballo Pelagiolo y se introdujo en las filas enemigas, donde fue muerto atravesado por una lanza castellana. Los leoneses trasladaron su cuerpo a León y lo depositaron, junto a los de sus padres, en el panteón de la iglesia de San Juan.
Al morir Bermudo sin descendencia, era su hermana Sancha, esposa de Fernando, su sucesora en el trono. Sin embargo, los leoneses tardaron algún tiempo en aceptar a los nuevos monarcas. Durante meses el conde Fernando Flaínez (tío de Rodrigo Díaz de Vivar y abuelo de Jimena Díaz),6 se negó a entregar la ciudad a quien consideraba un usurpador, si no un asesino. Según la Crónica Silense, Fernando llegó desde Sahagún (desde «los confines de la Galaecia»). Finalmente, tras asegurar su posición en la Curia Regia, Fernando y su esposa entraron pacíficamente en León, y «en la era de M.LXX. VI a X de las kalendas de julio (22 de junio de 1038) fue consagrado don Fernando en la iglesia de Santa María de León y ungido rey por Servando, obispo de feliz recordación de dicha iglesia».
La misma crónica asegura que en los dieciséis primeros años de su reinado no pudo hacer incursiones contra los mahometanos, ocupado en someter a la nobleza del reino. Ello es confirmado por la Crónica najerense:
" Ocupado durante dieciséis años en resolver los conflictos internos de su reino y en domar el feroz talante de algunos de los magnates, ninguna incursión fuera de sus fronteras pudo emprender contra los enemigos exteriores."
Confirmó el Fuero de León, otorgado por su difunto suegro, Alfonso V, mandó seguir observando el código visigótico como ley fundamental del reino leonés, y se adaptó a los usos y costumbres de su nuevo reino, seguramente influido por su esposa la reina Sancha.
La guerra con Navarra
A los dieciséis años de reinado, Fernando hubo de hacer frente a la guerra contra su hermano mayor, García III de Pamplona. Ambos hermanos llevaban años disputándose los territorios que su padre había segregado de Castilla y anexionado al reino de Pamplona (La Bureba, Castilla la Vieja, Trasmiera, Encartaciones, y los Montes de Oca), realizando constantes incursiones. Las crónicas, claramente partidistas, hacen caer exclusivamente sobre el pamplonés la responsabilidad del conflicto: estando García enfermo en Nájera, fue a consolarle el rey leonés, que, sospechando de su hermano, evitó ser apresado y se puso a salvo. Andando el tiempo, fue el leonés quien enfermó, y su hermano mayor el que le devolvió la visita, al parecer inocente de toda acusación, y a mostrar su buena disposición, pero con el deseo de ver desaparecer al enfermo para ocupar su trono. Fernando aprovechó la ocasión para encerrarle en el castillo de Cea, de donde escapó gracias a su astucia y a la ayuda de varios cómplices.
García se preparó entonces para la guerra, y con algunos musulmanes aliados invadió las tierras de Castilla, rechazando a los emisarios que le propusieron la paz en nombre de su hermano, «proponiéndole que cada uno viviera en paz dentro de su reino y desistiese de decidir la cuestión por las armas pues ambos eran hermanos y cada uno debía morar pacíficamente en su casa». Así pues, Fernando le salió al encuentro con un fuerte contingente, y ambos ejércitos se encontraron en la Batalla de Atapuerca librada en 1054.
García se había establecido a mitad del valle de Atapuerca, tres leguas al este de Burgos, pero los leoneses ocuparon de noche un altozano cercano y desde él cayeron al amanecer contra los navarros y sus aliados. Fernando dio orden de capturar vivo a su hermano, porque así se lo había pedido su esposa Sancha. Pero los nobles de León, que no habían olvidado la muerte su rey Vermudo, acabaron con García. Otra versión atribuye su muerte a un grupo de sus propios súbditos, obligados a huir a Castilla ante las humillaciones y exigencias tributarias de García.
En todo caso, el ejército de García huyó en desbandada, cayendo numerosos prisioneros en manos leonesas, entre ellos buena parte de sus contingentes moros. Fernando recuperó el cuerpo de su hermano y ordenó enterrarlo en la iglesia que éste había fundado, Santa María de Nájera. La victoria de Fernando tuvo como consecuencia la reincorporación a Castilla de las tierras reclamadas, estableciéndose la frontera en el río Ebro e imponiéndose vasallaje a su joven sobrino Sancho Garcés IV, el nuevo rey de Pamplona.
Reorganización del reino
Sometidos los condes leoneses y seguras las fronteras, Fernando I se aplicó a consolidar las estructuras e instituciones de su reino, ya pacificado. Jugó un papel fundamental en la política peninsular y en la configuración del mapa político del siglo XI. Asimismo, en cuanto a política legislativa, su labor fue muy importante, reformando algunos aspectos de la Curia Regia leonesa, o restableciendo el derecho canónico visigodo mediante diferentes normas recogidas en el Concilio de Coyanza (1050 ó 1055), que fue presidido por el mismo monarca.
Durante su reinado se introdujeron en la monarquía leonesa las nuevas corrientes europeístas llegadas a la península ibérica a través de Navarra. Entre ellas destacan su relación con la Cluny y algunas de las primeras manifestaciones artísticas del nuevo arte románico en la península: la cripta de San Antolín de la catedral de Palencia y el pórtico real de la Colegiata de San Isidoro de León (1063), convertida después en panteón real.
Política exterior
A partir de ese momento, se inició la política expansiva leonesa, sobre todo hacia los territorios musulmanes meridionales, muy debilitados por la división de al-Ándalus, tras la caída del Califato Cordobés y el surgimiento de numerosos reinos de taifas. Se reanudó así, y ya de forma definitiva y decidida, la Reconquista.
Uno de los principales resultados de la política de Fernando I fue el sometimiento de varios de los reinos de taifas y el cobro de las parias (impuesto por la protección y por no ser atacados) a las taifas más ricas, como Toledo, Sevilla, Zaragoza o Badajoz. A la vez, se produjeron varios ataques y conquistas. Destacan la conquista de las plazas portuguesas de Lamego (1057) y Viseo (1058) y la toma definitiva (1060) de las de San Esteban de Gormaz, Berlanga de Duero y demás castillos y plazas del río Bordecorex, en territorio del alto Duero. Asimismo, las tomas temporales de Toledo (1062) y Zaragoza (1063), y la definitiva de la estratégica Coímbra (1064), junto al río Mondego, que puso bajo el mando del conde mozárabe Sisnando Davídiz.
Respondiendo a los pactos acordados, Fernando I envió a su hijo, el infante Sancho, en ayuda de al-Muqtadir, rey taifa de Zaragoza, cuando la plaza de Graus se vio atacada (1063) por Ramiro I de Aragón, su hermanastro, que fue derrotado y muerto. Posteriormente, condujo una expedición de castigo al valle del Ebro (1065) con el fin de vengar una matanza de cristianos acaecida en Zaragoza y reclamar a al-Muqtadir el vasallaje y el pago de las parias, que no habían sido dadas. Tras este castigo, la expedición continuó hacia Valencia, donde su rey Abd al-Malik ben Abd al-Aziz al-Muzaffar Nizam al-Dawla, tras resistir el asedio de la ciudad, plantó lucha en la batalla de Paterna, donde acabó derrotado. Al poco, Fernando I se sintió enfermo y ordenó la vuelta a León.
Defunción y sepultura
Fernando I llegó a León el día de Nochebuena de 1065 y su primera visita fue para la iglesia de San Isidoro, encomendándose a los santos para que le auxiliaran en su tránsito a la otra vida. Aquella noche acompañó en el coro a los clérigos, salmodiando los maitines en rito mozárabe, y al clarear el día de Navidad vio que la vida se le acababa. Comulgó en la Santa Misa, siguiendo el rito, bajo las dos especies, y a continuación fue llevado en brazos al lecho. Al amanecer del día 26, viendo aproximarse su final, hizo venir a obispos, abades y clérigos, mandó que le vistieran el manto regio, le colocasen la corona y le trasladasen a la iglesia. Hincó las rodillas ante el altar con las reliquias de san Isidoro y san Vicente, y oró y suplicó a Dios que acogiese su alma en paz:
" Tuyo es el poder, tuyo es el reino, Señor. Encima estás de todos los reyes y a ti se entregan todos los reinos del cielo y la tierra. Y de ese modo el reino que de ti recibí y goberné por el tiempo que Tú, por tu libre voluntad quisiste, te lo reintegro ahora. Te pido que acojas mi alma, que sale de la vorágine de este mundo, y la acojas con paz. "
Crónica Silense
Después se despojó de manto y corona, se tendió en el suelo y se sometió a la ceremonia de la penitencia pública, vistiendo un sayal y recibiendo la ceniza sobre su cabeza. Al mediodía del día siguiente, 27 de diciembre de 1065, festividad de san Juan Evangelista, el rey falleció rodeado de obispos, tras un reinado de veintisiete años, seis meses y doce días, a unos 55 años de edad, que pocos rebasaban en aquel tiempo y que el cronista juzgó «buena vejez y plenitud de días».
Fue enterrado en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León que él había construido, junto a la supuesta tumba de su padre, Sancho el Mayor, Rex Pirinaeorum montium et Tolosaeb Sobre la tapa de su sepulcro esculpieron el siguiente epitafio latino:
H. E. TUMULATUS FERNANDUS MAGNUS REX TOTIUS HISPANIAE. FILIUS SANCTII REGIS PIRENAEORUM ET TOLOSAE. ISTA TRANSTULIT CORPORA. SANCTORUM IN LEGIONE BEATI ISIDORI ARCHIEPISCOPI AB HISPALI VICENTIIMARTYRIS AB ABELA. ET FECIT ECCLESIAM HANC LAPIDEAM. QUAE OLIM FUERAT LUTEA, HIC PRAELIANDO FECIT SIBI TRIBUTARIOS OMNES SARRACENOS HISPANIAE ET CEPIT COLIMBRIAM, LAMEGO, VESEO, ET ALIAS. ISTE VI CEPIT REGNA GARSIAE ET VEREMUDI. OBIIT VI K. JANUARII. ERA MCIII.
Que traducido al castellano viene a decir:
Aquí está enterrado Fernando Magno, rey de toda España, hijo de Sancho rey de los Pirineos y Tolosa. Trasladó a León los cuerpos santos de san Isidoro arzobispo, desde Sevilla, y de Vicente mártir, desde Ávila, y construyó esta iglesia de piedra, la que en otro tiempo era de barro. Hizo tributarios suyos, con las armas, a todos los sarracenos de España. Se apoderó de Coímbra, Lamego, Viseo y otras plazas. Se adueñó por la fuerza de los reinos de García y Vermudo. Falleció el 27 de diciembre de (la era) 1103.
A su muerte, en vez de respetar el derecho visigodo y leonés que impedía dividir las posesiones reales entre los herederos, siguió los principios jurídicos navarros de considerar al reino como un patrimonio familiar. Así, de forma similar a cómo hiciera su padre con él y el resto de hermanos y hermanastros, repartió en su testamento sus territorios entre todos sus hijos: su primogénito Sancho heredó Castilla, que se convirtió así en reino, y las parias de Zaragoza; su favorito, Alfonso, recibió el reino principal y predominante, León, y las parias de Toledo; García, Galicia y Portugal con título real y las parias de Badajoz y Sevilla; a su hija Elvira le correspondió el señorío de la ciudad de Toro y a Urraca el de Zamora, obteniendo ambas el título real y un importante patrimonio económico: el señoraje de todos los monasterios del reino.
Matrimonio y descendencia
Contrajo matrimonio con Sancha de León, hija de Alfonso V de León y hermana de Bermudo III de León. De esta unión nacieron:
Urraca de Zamora (c. 1033–1101), señora de Zamora.
Sancho (1038–1072), rey de Castilla como Sancho I, y de León como Sancho II (1065–1072).
Elvira, (m. 1101), señora de Toro.
Alfonso (1040–1109), rey de León (1065–1072), Castilla y Galicia (1072–1109), como Alfonso VI.
García (1042–1090), rey de Galicia (1066–1071 y 1072–1073), como García II.
Según la Crónica silense:
" El rey Fernando educó a sus hijos e hijas instruyéndolos en primer lugar en las disciplinas liberales, que él mismo había estudiado eruditamente, y luego dispuso que sus hijos, a la edad oportuna, aprendiesen las artes ecuestres y los ejercicios militares y venatorios al estilo español, ya las hijas, lejos de toda ociosidad, las formó en las virtudes femeninas honestas. "
Era hijo de Sancho Garcés III de Pamplona, llamado el Mayor, rey de Pamplona, y de Muniadona, hermana de García Sánchez de Castilla. Fue designado conde de Castilla en 1029,1 si bien no ejercería el gobierno efectivo hasta la muerte de su padre en 1035. Se convirtió en rey de León por su matrimonio con Sancha, hermana de su rey y señor, Bermudo III, contra el que se levantó en armas, el cual murió sin dejar descendencia luchando contra Fernando en la batalla de Tamarón.a
Sus primeros dieciséis años de reinado los pasó resolviendo conflictos internos y reorganizando su reino. En 1054, las disputas fronterizas con su hermano García III de Pamplona se tornaron en guerra abierta. Las tropas leonesas dieron muerte al monarca navarro en la batalla de Atapuerca.
Llevó a cabo una enérgica actividad de Reconquista, tomando las plazas de Lamego (1057), Viseo (1058) y Coímbra (1064), además de someter a varios de los reinos de taifas al pago de parias al reino leonés. Al morir dividió sus reinos entre sus hijos: al primogénito, Sancho, le correspondió el estado patrimonial de su padre, el condado de Castilla, elevado a categoría de reino, y las parias sobre el reino taifa de Zaragoza; a Alfonso, el favorito, le correspondió el Reino de León y el título imperial, así como los derechos sobre el reino taifa de Toledo; García recibió el Reino de Galicia, creado a tal efecto, y los derechos sobre los reinos taifas de Sevilla y Badajoz; a Urraca y a Elvira les correspondieron las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente, también con título real y unas rentas adecuadas.
Tradicionalmente se le ha considerado el primer rey de Castilla y fundador de la monarquía castellana, y muchos historiadores siguen manteniendo esta tesis. No obstante, parte de la historiografía más actual considera que Fernando no fue jamás rey de Castilla, y que el origen de este reino se sitúa a la muerte de este monarca, con la división de sus estados entre sus hijos y el legado de Castilla al primogénito Sancho con título real. En palabras de Gonzalo Martínez Diez:
Podemos y debemos afirmar con absoluta certeza el hecho de que Fernando nunca fue rey de Castilla, y que ésta nunca cambió su naturaleza de condado, subordinado al rey de León, para convertirse en un reino, hasta la muerte de Fernando I el año 1065.
Conde de Castilla
El futuro Fernando I de León tuvo que nacer después de 1015, y no hay ninguna seguridad de que fuera el segundo vástago de Sancho III el Mayor, como tradicionalmente se había creído. La mayor parte de los documentos auténticos de la época lo sitúan como el cuarto de los hijos del rey de Pamplona, tras Ramiro I de Aragón, García Sánchez III el de Nájera y Gonzalo I de Ribagorza. En 1029, al acceder al condado castellano, Fernando no rebasaría los trece años. Cuando el conde Sancho de Castilla falleció en 1017, dejó por heredero a García Sánchez, un niño de siete años, lo que dio inicio a un período turbulento para el condado castellano. Alfonso V de León recobró las tierras comprendidas entre el Cea y el Pisuerga, conquistadas años atrás por Sancho, en tanto que Sancho el Mayor intervino para proteger a su joven cuñado, aprovechando para apoderarse de varias plazas fronterizas.
Cuando García Sánchez de Castilla, en 1027, llegó a la mayoría de edad, pretendió estrechar lazos casándose con Sancha, hermana del joven rey de León, Bermudo III. Sin embargo, fue asesinado en 1028 por los hijos del conde de Vela, huidos de Castilla. Los leoneses vieron en esta muerte la mano del rey de Pamplona, y los castellanos una conjura leonesa. En todo caso, Sancho el Mayor, salió favorecido del magnicidio: al no tener hijos el difunto conde García, Sancho invocó los derechos de su esposa Muniadona para gobernar en Castilla, y al designar a su hijo Fernando como conde de Castilla en 1029, «su autoridad» fue «plenamente reconocida y legitimada».
Fernando casó en 1032 con Sancha, la prometida de su difunto tío, obteniendo como dote las tierras comprendidas entre los ríos Cea y Pisuerga. En 1037, Bermudo III tomó por mujer a Jimena, hermana del difunto conde García, y reclamó esas tierras, lo que condujo a la guerra entre ambos cuñados, siendo en este momento cuando algunos autores consideran que el conde Fernando cambió su título por el de rey de Castilla, si bien no hay constancia documental de ello.
El trono leonés
El conflicto entre cuñados se dilucidó en la batalla de Tamarón, el 4 de septiembre de 1037. Las tropas castellanas venían reforzadas por el ejército del rey García de Pamplona. Bermudo, con el ímpetu propio de su edad, picó espuelas a su caballo Pelagiolo y se introdujo en las filas enemigas, donde fue muerto atravesado por una lanza castellana. Los leoneses trasladaron su cuerpo a León y lo depositaron, junto a los de sus padres, en el panteón de la iglesia de San Juan.
Al morir Bermudo sin descendencia, era su hermana Sancha, esposa de Fernando, su sucesora en el trono. Sin embargo, los leoneses tardaron algún tiempo en aceptar a los nuevos monarcas. Durante meses el conde Fernando Flaínez (tío de Rodrigo Díaz de Vivar y abuelo de Jimena Díaz),6 se negó a entregar la ciudad a quien consideraba un usurpador, si no un asesino. Según la Crónica Silense, Fernando llegó desde Sahagún (desde «los confines de la Galaecia»). Finalmente, tras asegurar su posición en la Curia Regia, Fernando y su esposa entraron pacíficamente en León, y «en la era de M.LXX. VI a X de las kalendas de julio (22 de junio de 1038) fue consagrado don Fernando en la iglesia de Santa María de León y ungido rey por Servando, obispo de feliz recordación de dicha iglesia».
La misma crónica asegura que en los dieciséis primeros años de su reinado no pudo hacer incursiones contra los mahometanos, ocupado en someter a la nobleza del reino. Ello es confirmado por la Crónica najerense:
" Ocupado durante dieciséis años en resolver los conflictos internos de su reino y en domar el feroz talante de algunos de los magnates, ninguna incursión fuera de sus fronteras pudo emprender contra los enemigos exteriores."
Confirmó el Fuero de León, otorgado por su difunto suegro, Alfonso V, mandó seguir observando el código visigótico como ley fundamental del reino leonés, y se adaptó a los usos y costumbres de su nuevo reino, seguramente influido por su esposa la reina Sancha.
La guerra con Navarra
A los dieciséis años de reinado, Fernando hubo de hacer frente a la guerra contra su hermano mayor, García III de Pamplona. Ambos hermanos llevaban años disputándose los territorios que su padre había segregado de Castilla y anexionado al reino de Pamplona (La Bureba, Castilla la Vieja, Trasmiera, Encartaciones, y los Montes de Oca), realizando constantes incursiones. Las crónicas, claramente partidistas, hacen caer exclusivamente sobre el pamplonés la responsabilidad del conflicto: estando García enfermo en Nájera, fue a consolarle el rey leonés, que, sospechando de su hermano, evitó ser apresado y se puso a salvo. Andando el tiempo, fue el leonés quien enfermó, y su hermano mayor el que le devolvió la visita, al parecer inocente de toda acusación, y a mostrar su buena disposición, pero con el deseo de ver desaparecer al enfermo para ocupar su trono. Fernando aprovechó la ocasión para encerrarle en el castillo de Cea, de donde escapó gracias a su astucia y a la ayuda de varios cómplices.
García se preparó entonces para la guerra, y con algunos musulmanes aliados invadió las tierras de Castilla, rechazando a los emisarios que le propusieron la paz en nombre de su hermano, «proponiéndole que cada uno viviera en paz dentro de su reino y desistiese de decidir la cuestión por las armas pues ambos eran hermanos y cada uno debía morar pacíficamente en su casa». Así pues, Fernando le salió al encuentro con un fuerte contingente, y ambos ejércitos se encontraron en la Batalla de Atapuerca librada en 1054.
García se había establecido a mitad del valle de Atapuerca, tres leguas al este de Burgos, pero los leoneses ocuparon de noche un altozano cercano y desde él cayeron al amanecer contra los navarros y sus aliados. Fernando dio orden de capturar vivo a su hermano, porque así se lo había pedido su esposa Sancha. Pero los nobles de León, que no habían olvidado la muerte su rey Vermudo, acabaron con García. Otra versión atribuye su muerte a un grupo de sus propios súbditos, obligados a huir a Castilla ante las humillaciones y exigencias tributarias de García.
En todo caso, el ejército de García huyó en desbandada, cayendo numerosos prisioneros en manos leonesas, entre ellos buena parte de sus contingentes moros. Fernando recuperó el cuerpo de su hermano y ordenó enterrarlo en la iglesia que éste había fundado, Santa María de Nájera. La victoria de Fernando tuvo como consecuencia la reincorporación a Castilla de las tierras reclamadas, estableciéndose la frontera en el río Ebro e imponiéndose vasallaje a su joven sobrino Sancho Garcés IV, el nuevo rey de Pamplona.
Reorganización del reino
Sometidos los condes leoneses y seguras las fronteras, Fernando I se aplicó a consolidar las estructuras e instituciones de su reino, ya pacificado. Jugó un papel fundamental en la política peninsular y en la configuración del mapa político del siglo XI. Asimismo, en cuanto a política legislativa, su labor fue muy importante, reformando algunos aspectos de la Curia Regia leonesa, o restableciendo el derecho canónico visigodo mediante diferentes normas recogidas en el Concilio de Coyanza (1050 ó 1055), que fue presidido por el mismo monarca.
Durante su reinado se introdujeron en la monarquía leonesa las nuevas corrientes europeístas llegadas a la península ibérica a través de Navarra. Entre ellas destacan su relación con la Cluny y algunas de las primeras manifestaciones artísticas del nuevo arte románico en la península: la cripta de San Antolín de la catedral de Palencia y el pórtico real de la Colegiata de San Isidoro de León (1063), convertida después en panteón real.
Política exterior
A partir de ese momento, se inició la política expansiva leonesa, sobre todo hacia los territorios musulmanes meridionales, muy debilitados por la división de al-Ándalus, tras la caída del Califato Cordobés y el surgimiento de numerosos reinos de taifas. Se reanudó así, y ya de forma definitiva y decidida, la Reconquista.
Uno de los principales resultados de la política de Fernando I fue el sometimiento de varios de los reinos de taifas y el cobro de las parias (impuesto por la protección y por no ser atacados) a las taifas más ricas, como Toledo, Sevilla, Zaragoza o Badajoz. A la vez, se produjeron varios ataques y conquistas. Destacan la conquista de las plazas portuguesas de Lamego (1057) y Viseo (1058) y la toma definitiva (1060) de las de San Esteban de Gormaz, Berlanga de Duero y demás castillos y plazas del río Bordecorex, en territorio del alto Duero. Asimismo, las tomas temporales de Toledo (1062) y Zaragoza (1063), y la definitiva de la estratégica Coímbra (1064), junto al río Mondego, que puso bajo el mando del conde mozárabe Sisnando Davídiz.
Respondiendo a los pactos acordados, Fernando I envió a su hijo, el infante Sancho, en ayuda de al-Muqtadir, rey taifa de Zaragoza, cuando la plaza de Graus se vio atacada (1063) por Ramiro I de Aragón, su hermanastro, que fue derrotado y muerto. Posteriormente, condujo una expedición de castigo al valle del Ebro (1065) con el fin de vengar una matanza de cristianos acaecida en Zaragoza y reclamar a al-Muqtadir el vasallaje y el pago de las parias, que no habían sido dadas. Tras este castigo, la expedición continuó hacia Valencia, donde su rey Abd al-Malik ben Abd al-Aziz al-Muzaffar Nizam al-Dawla, tras resistir el asedio de la ciudad, plantó lucha en la batalla de Paterna, donde acabó derrotado. Al poco, Fernando I se sintió enfermo y ordenó la vuelta a León.
Defunción y sepultura
Fernando I llegó a León el día de Nochebuena de 1065 y su primera visita fue para la iglesia de San Isidoro, encomendándose a los santos para que le auxiliaran en su tránsito a la otra vida. Aquella noche acompañó en el coro a los clérigos, salmodiando los maitines en rito mozárabe, y al clarear el día de Navidad vio que la vida se le acababa. Comulgó en la Santa Misa, siguiendo el rito, bajo las dos especies, y a continuación fue llevado en brazos al lecho. Al amanecer del día 26, viendo aproximarse su final, hizo venir a obispos, abades y clérigos, mandó que le vistieran el manto regio, le colocasen la corona y le trasladasen a la iglesia. Hincó las rodillas ante el altar con las reliquias de san Isidoro y san Vicente, y oró y suplicó a Dios que acogiese su alma en paz:
" Tuyo es el poder, tuyo es el reino, Señor. Encima estás de todos los reyes y a ti se entregan todos los reinos del cielo y la tierra. Y de ese modo el reino que de ti recibí y goberné por el tiempo que Tú, por tu libre voluntad quisiste, te lo reintegro ahora. Te pido que acojas mi alma, que sale de la vorágine de este mundo, y la acojas con paz. "
Crónica Silense
Después se despojó de manto y corona, se tendió en el suelo y se sometió a la ceremonia de la penitencia pública, vistiendo un sayal y recibiendo la ceniza sobre su cabeza. Al mediodía del día siguiente, 27 de diciembre de 1065, festividad de san Juan Evangelista, el rey falleció rodeado de obispos, tras un reinado de veintisiete años, seis meses y doce días, a unos 55 años de edad, que pocos rebasaban en aquel tiempo y que el cronista juzgó «buena vejez y plenitud de días».
Fue enterrado en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León que él había construido, junto a la supuesta tumba de su padre, Sancho el Mayor, Rex Pirinaeorum montium et Tolosaeb Sobre la tapa de su sepulcro esculpieron el siguiente epitafio latino:
H. E. TUMULATUS FERNANDUS MAGNUS REX TOTIUS HISPANIAE. FILIUS SANCTII REGIS PIRENAEORUM ET TOLOSAE. ISTA TRANSTULIT CORPORA. SANCTORUM IN LEGIONE BEATI ISIDORI ARCHIEPISCOPI AB HISPALI VICENTIIMARTYRIS AB ABELA. ET FECIT ECCLESIAM HANC LAPIDEAM. QUAE OLIM FUERAT LUTEA, HIC PRAELIANDO FECIT SIBI TRIBUTARIOS OMNES SARRACENOS HISPANIAE ET CEPIT COLIMBRIAM, LAMEGO, VESEO, ET ALIAS. ISTE VI CEPIT REGNA GARSIAE ET VEREMUDI. OBIIT VI K. JANUARII. ERA MCIII.
Que traducido al castellano viene a decir:
Aquí está enterrado Fernando Magno, rey de toda España, hijo de Sancho rey de los Pirineos y Tolosa. Trasladó a León los cuerpos santos de san Isidoro arzobispo, desde Sevilla, y de Vicente mártir, desde Ávila, y construyó esta iglesia de piedra, la que en otro tiempo era de barro. Hizo tributarios suyos, con las armas, a todos los sarracenos de España. Se apoderó de Coímbra, Lamego, Viseo y otras plazas. Se adueñó por la fuerza de los reinos de García y Vermudo. Falleció el 27 de diciembre de (la era) 1103.
A su muerte, en vez de respetar el derecho visigodo y leonés que impedía dividir las posesiones reales entre los herederos, siguió los principios jurídicos navarros de considerar al reino como un patrimonio familiar. Así, de forma similar a cómo hiciera su padre con él y el resto de hermanos y hermanastros, repartió en su testamento sus territorios entre todos sus hijos: su primogénito Sancho heredó Castilla, que se convirtió así en reino, y las parias de Zaragoza; su favorito, Alfonso, recibió el reino principal y predominante, León, y las parias de Toledo; García, Galicia y Portugal con título real y las parias de Badajoz y Sevilla; a su hija Elvira le correspondió el señorío de la ciudad de Toro y a Urraca el de Zamora, obteniendo ambas el título real y un importante patrimonio económico: el señoraje de todos los monasterios del reino.
Matrimonio y descendencia
Contrajo matrimonio con Sancha de León, hija de Alfonso V de León y hermana de Bermudo III de León. De esta unión nacieron:
Urraca de Zamora (c. 1033–1101), señora de Zamora.
Sancho (1038–1072), rey de Castilla como Sancho I, y de León como Sancho II (1065–1072).
Elvira, (m. 1101), señora de Toro.
Alfonso (1040–1109), rey de León (1065–1072), Castilla y Galicia (1072–1109), como Alfonso VI.
García (1042–1090), rey de Galicia (1066–1071 y 1072–1073), como García II.
Según la Crónica silense:
" El rey Fernando educó a sus hijos e hijas instruyéndolos en primer lugar en las disciplinas liberales, que él mismo había estudiado eruditamente, y luego dispuso que sus hijos, a la edad oportuna, aprendiesen las artes ecuestres y los ejercicios militares y venatorios al estilo español, ya las hijas, lejos de toda ociosidad, las formó en las virtudes femeninas honestas. "
viernes, 16 de mayo de 2014
ABEN AL QUTIYYA. ---- Ibn Quzman
ABU BARK MUHAMMAD IBN ABD AL AZIZ IBN IBRAHIM IBN AL KUTIYYA, más conocido como IBN AL QUTIYYA , también es conocido como IBN AL KUTIYYA, IBN AL QUTIYAH o para los latinos como ABEN AL QUTIYYA.
Ibn Al Qutiyya o Hijo de la Goda, nació en Sevilla y era descendiente de una familia de Cristianos Unitarios (Cristianos de de la Bética y Astigitania, que contaban con el apoyo árabe). De la unión de su tatarabuela Sara –nieta de Witiza (rey visigodo que gobernó sobre el Reino visigodo de Toledo desde 694 hasta su muerte) con Isa Ibn Muzahin, (uno de los conquistadores musulmanes de Al Andalus) nacieron dos hijos; el primero de ellos sería el bisabuelo de Ibn Al Qutiyya.
Ibn Al Qutiyya era Omeya, es decir, partidario de la revolución islámica y el nacionalismo a ultranza.
Aunque nacido en Sevilla se educó en Córdoba, donde residía su familia. Destacó en el estudio de la filología, aunque abarcara con fortuna otras ramas del saber. De la amplitud de sus conocimientos nos habla el hecho de que, interrogado el sabio oriental Abu Ali Al Kali por el califa Al Hakam II, acerca de quien consideraba que era el hombre más sobresaliente en lexicografía que había encontrado en Al Andalus, respondió al instante: “ Ibn Al Qutiyya”. Pese a ello, era hombre sumamente bondadoso y humilde.
Sin lugar a dudas la obra que le dio renombre, es su “Crónica de la Conquista de Al Andalus” (Ta’rif iftitâh al-Andalus), que alcanza hasta los tiempos de Abd Al Rahman III. Aunque resulte paradójico, Ibn Al Qutiyya se basó fundamentalmente en las noticias que le transmitían sus maestros, desdeñando las narraciones y relatos de su propia familia, que participó en todo el desarrollo de los acontecimientos. Acontecimientos que abarcan el período entre 711 y 912. De esta obra, que le dio gran fama en vida, destaca hoy la nula simpatía que sentía su autor por los cristianos.
La Crónica de Ibn Al Qutiyya es bastante interesante, ya no sólo porque da gran cantidad de noticias de una forma nada árida, sino sobre todo por la exactitud en las fechas. Pero quizás lo más novedoso e interesante de su obra sea el lugar preferente de los relatos protagonizados por personajes de etnia andalusí, aspecto que no es frecuente encontrar en otros historiadores, especialmente en los de la contrarreforma bereber. Así, explica la historia de los hijos de Witiza, en especial de Artobás; refiere las hazañas de Ibn Marwan, el gallego. También cuenta las narraciones del poeta nacionalista Garbib, o la sublevación de Umar Ibn Hafsun.
Se le atribuyen, además, libros gramaticales de gran valor, como el Libro de los verbos (Kitâb al-af’âl).
Fue un delicado poeta que versificaba con exquisita habilidad. Aunque su habilidad como poeta no alcance sus conocimientos como filólogo e historiador, aquí hacemos mención a su obra poética que, llena de frescura e imaginación, ha llegado en parte hasta nuestros días.
Murió en Córdoba 8 de noviembre de 977.
Ibn Quzman (Abén Quzman)
(1078-1160)
MUHAMMAD IBN ABD AL MALIK IBN QUZMAN más conocido simplemente como IBN QUZMAN O IBN QUZMÁN y en ocasiones también por la hispanización ABÉN O ABÁN QUZMÁN, fue un famoso poeta andalusí, nacido en Córdoba hacia 1078 y muerto en la misma ciudad en 1160, conocido por sus peculiares zéjeles escritos en árabe coloquial andalusí.
Se ha querido ver en su nombre una arabización del germánico Guzmán, algo que no era infrecuente en Al Andalus, pero otras fuentes señalan que el nombre Quzman está documentado ya en la Arabia preislámica, con lo que puede que sea árabe, aunque es un nombre inusual.
Perteneció a una noble familia cordobesa llamada de los Banû Kuzmân. Respecto a la fecha de su nacimiento, muy discutida por los biógrafos e historiadores. El se describe a sí mismo de muy buena imagen y figura, alto, rubio, de ojos azul claro, libertino y malcasado; igualmente se vanagloriaba de no saber nada y de no haber visto nunca el mar; podemos observar en su obra cómo esta última aseveración es dudosa, no obstante, es interesante personaje. De vastísima cultura, conocería los mejores poetas de la revolución andalusí, el amplísimo abanico de escuelas de pensamiento y filósofos, la jurisprudencia y la retórica, además de la historia, tradiciones y otros conocimientos científicos. Ostentó el título de nobilísimo visir, cosa que, como veremos más adelante, hizo constar en todos sus escritos, más en un sentido irónico y con sorna, que realmente por el título como tal, que por aquella época ya había perdido la importancia que tuviera antaño. Vivió de sus canciones y antologías, viajando por numerosas ciudades y pueblos, y participando en certámenes literarios y en toda clase de lances picarescos y libertinos. Es en su obra donde se refleja no sólo su biografía personal, sino la mejor exposición de todo el conjunto social que convivió y conformó la forma de ser y las relaciones sociales e individuales de la nación andalusí. Lo esencial de su obra se conserva en un único códice, que fue descubierto en San Petersburgo a finales del siglo XIX: se trata de su Cancionero o Diwan (antología poética), que es también el documento que proporciona los datos que se conocen sobre su vida, ya que en sus composiciones habla también de sí mismo: que tenía entre seis y ocho años en la batalla de Zalaca ,lo que permite conjeturar su fecha de nacimiento.
Ibn Quzman conocía bien la poesía árabe clásica, de autores célebres como Abu Tammam, Al Mutanabbi, Du Al Rumma, etc. Han llegado hasta nosotros algunas composiciones suyas de aire clásico, consideradas de poco valor frente a su Cancionero. Ésta es una obra original tanto por la forma utilizada, el zéjel, escrito no en la lengua literaria habitual sino en el dialecto local, como por los temas que toca, en los cuales a menudo reinterpreta de forma irónica tópicos de la poesía árabe clásica.
Se piensa que Ibn Quzman fue el primer gran escritor que empleó el zéjel, que había sido inventado por el zaragozano Ibn Bayya, y le dio su forma definitiva, puliéndolo de las imperfecciones que a su juicio tenía.
Su Diwan o Cancionero contiene 149 zéjeles. El arabista Stern los dividió en dos clases:
• Los zéjeles moaxajeños, que son poemas de entre cinco y siete estrofas en todo similares a las moaxajas ( temas, forma, jarcha) salvo por el hecho de estar escritos en lengua coloquial en vez de en árabe clásico. Constituyen una tercera parte del Diwan.
• Los zéjeles propiamente dichos, sin límite de estrofas, de temas diversos, y que constituyen los dos tercios restantes.
Más que un poeta a secas, supone todo un acopio de estilos, costumbres, formas de ser y sentir la vida, que constituyen el mejor exponente y testigo de lo que debió ser aquella gran formación histórica andalusí.
Dedicó buena parte de los zéjeles a describir sus relaciones con jóvenes varones, las fiestas a las que solía asistir o los bailes e instrumentos musicales empleados en ellas. También habla de sí mismo y hace, como otros poetas, elogio de las personas que le protegen. De acuerdo con uno de sus zéjeles, hacia el final de sus días pareció arrepentirse de su vida disipada:
Ibn Quzman se arrepintió.
¡Bueno será para él si persevera!
Sus días pasados eran fiestas entre los días.
Pero después del sonar de atabales y adufes
y de arremangarse para el baile
Ahora sube y baja por la torre del almuédano.
Se ha hecho imam en la mezquita
y reza prosternándose e inclinándose.
Aunque también dejó escritas instrucciones para su muerte:
Cuando muera éstas son mis instrucciones para el entierro:
dormiré con una viña entre los párpados.
Que me envuelvan entre sus hojas como mortaja
y me pongan en la cabeza un turbante de pámpanos.
Ibn Quzman es el exponente más preciso del sentimiento general de la sociedad andalusí
Ibn Al Qutiyya o Hijo de la Goda, nació en Sevilla y era descendiente de una familia de Cristianos Unitarios (Cristianos de de la Bética y Astigitania, que contaban con el apoyo árabe). De la unión de su tatarabuela Sara –nieta de Witiza (rey visigodo que gobernó sobre el Reino visigodo de Toledo desde 694 hasta su muerte) con Isa Ibn Muzahin, (uno de los conquistadores musulmanes de Al Andalus) nacieron dos hijos; el primero de ellos sería el bisabuelo de Ibn Al Qutiyya.
Ibn Al Qutiyya era Omeya, es decir, partidario de la revolución islámica y el nacionalismo a ultranza.
Aunque nacido en Sevilla se educó en Córdoba, donde residía su familia. Destacó en el estudio de la filología, aunque abarcara con fortuna otras ramas del saber. De la amplitud de sus conocimientos nos habla el hecho de que, interrogado el sabio oriental Abu Ali Al Kali por el califa Al Hakam II, acerca de quien consideraba que era el hombre más sobresaliente en lexicografía que había encontrado en Al Andalus, respondió al instante: “ Ibn Al Qutiyya”. Pese a ello, era hombre sumamente bondadoso y humilde.
Sin lugar a dudas la obra que le dio renombre, es su “Crónica de la Conquista de Al Andalus” (Ta’rif iftitâh al-Andalus), que alcanza hasta los tiempos de Abd Al Rahman III. Aunque resulte paradójico, Ibn Al Qutiyya se basó fundamentalmente en las noticias que le transmitían sus maestros, desdeñando las narraciones y relatos de su propia familia, que participó en todo el desarrollo de los acontecimientos. Acontecimientos que abarcan el período entre 711 y 912. De esta obra, que le dio gran fama en vida, destaca hoy la nula simpatía que sentía su autor por los cristianos.
La Crónica de Ibn Al Qutiyya es bastante interesante, ya no sólo porque da gran cantidad de noticias de una forma nada árida, sino sobre todo por la exactitud en las fechas. Pero quizás lo más novedoso e interesante de su obra sea el lugar preferente de los relatos protagonizados por personajes de etnia andalusí, aspecto que no es frecuente encontrar en otros historiadores, especialmente en los de la contrarreforma bereber. Así, explica la historia de los hijos de Witiza, en especial de Artobás; refiere las hazañas de Ibn Marwan, el gallego. También cuenta las narraciones del poeta nacionalista Garbib, o la sublevación de Umar Ibn Hafsun.
Se le atribuyen, además, libros gramaticales de gran valor, como el Libro de los verbos (Kitâb al-af’âl).
Fue un delicado poeta que versificaba con exquisita habilidad. Aunque su habilidad como poeta no alcance sus conocimientos como filólogo e historiador, aquí hacemos mención a su obra poética que, llena de frescura e imaginación, ha llegado en parte hasta nuestros días.
Murió en Córdoba 8 de noviembre de 977.
Ibn Quzman (Abén Quzman)
(1078-1160)
MUHAMMAD IBN ABD AL MALIK IBN QUZMAN más conocido simplemente como IBN QUZMAN O IBN QUZMÁN y en ocasiones también por la hispanización ABÉN O ABÁN QUZMÁN, fue un famoso poeta andalusí, nacido en Córdoba hacia 1078 y muerto en la misma ciudad en 1160, conocido por sus peculiares zéjeles escritos en árabe coloquial andalusí.
Se ha querido ver en su nombre una arabización del germánico Guzmán, algo que no era infrecuente en Al Andalus, pero otras fuentes señalan que el nombre Quzman está documentado ya en la Arabia preislámica, con lo que puede que sea árabe, aunque es un nombre inusual.
Perteneció a una noble familia cordobesa llamada de los Banû Kuzmân. Respecto a la fecha de su nacimiento, muy discutida por los biógrafos e historiadores. El se describe a sí mismo de muy buena imagen y figura, alto, rubio, de ojos azul claro, libertino y malcasado; igualmente se vanagloriaba de no saber nada y de no haber visto nunca el mar; podemos observar en su obra cómo esta última aseveración es dudosa, no obstante, es interesante personaje. De vastísima cultura, conocería los mejores poetas de la revolución andalusí, el amplísimo abanico de escuelas de pensamiento y filósofos, la jurisprudencia y la retórica, además de la historia, tradiciones y otros conocimientos científicos. Ostentó el título de nobilísimo visir, cosa que, como veremos más adelante, hizo constar en todos sus escritos, más en un sentido irónico y con sorna, que realmente por el título como tal, que por aquella época ya había perdido la importancia que tuviera antaño. Vivió de sus canciones y antologías, viajando por numerosas ciudades y pueblos, y participando en certámenes literarios y en toda clase de lances picarescos y libertinos. Es en su obra donde se refleja no sólo su biografía personal, sino la mejor exposición de todo el conjunto social que convivió y conformó la forma de ser y las relaciones sociales e individuales de la nación andalusí. Lo esencial de su obra se conserva en un único códice, que fue descubierto en San Petersburgo a finales del siglo XIX: se trata de su Cancionero o Diwan (antología poética), que es también el documento que proporciona los datos que se conocen sobre su vida, ya que en sus composiciones habla también de sí mismo: que tenía entre seis y ocho años en la batalla de Zalaca ,lo que permite conjeturar su fecha de nacimiento.
Ibn Quzman conocía bien la poesía árabe clásica, de autores célebres como Abu Tammam, Al Mutanabbi, Du Al Rumma, etc. Han llegado hasta nosotros algunas composiciones suyas de aire clásico, consideradas de poco valor frente a su Cancionero. Ésta es una obra original tanto por la forma utilizada, el zéjel, escrito no en la lengua literaria habitual sino en el dialecto local, como por los temas que toca, en los cuales a menudo reinterpreta de forma irónica tópicos de la poesía árabe clásica.
Se piensa que Ibn Quzman fue el primer gran escritor que empleó el zéjel, que había sido inventado por el zaragozano Ibn Bayya, y le dio su forma definitiva, puliéndolo de las imperfecciones que a su juicio tenía.
Su Diwan o Cancionero contiene 149 zéjeles. El arabista Stern los dividió en dos clases:
• Los zéjeles moaxajeños, que son poemas de entre cinco y siete estrofas en todo similares a las moaxajas ( temas, forma, jarcha) salvo por el hecho de estar escritos en lengua coloquial en vez de en árabe clásico. Constituyen una tercera parte del Diwan.
• Los zéjeles propiamente dichos, sin límite de estrofas, de temas diversos, y que constituyen los dos tercios restantes.
Más que un poeta a secas, supone todo un acopio de estilos, costumbres, formas de ser y sentir la vida, que constituyen el mejor exponente y testigo de lo que debió ser aquella gran formación histórica andalusí.
Dedicó buena parte de los zéjeles a describir sus relaciones con jóvenes varones, las fiestas a las que solía asistir o los bailes e instrumentos musicales empleados en ellas. También habla de sí mismo y hace, como otros poetas, elogio de las personas que le protegen. De acuerdo con uno de sus zéjeles, hacia el final de sus días pareció arrepentirse de su vida disipada:
Ibn Quzman se arrepintió.
¡Bueno será para él si persevera!
Sus días pasados eran fiestas entre los días.
Pero después del sonar de atabales y adufes
y de arremangarse para el baile
Ahora sube y baja por la torre del almuédano.
Se ha hecho imam en la mezquita
y reza prosternándose e inclinándose.
Aunque también dejó escritas instrucciones para su muerte:
Cuando muera éstas son mis instrucciones para el entierro:
dormiré con una viña entre los párpados.
Que me envuelvan entre sus hojas como mortaja
y me pongan en la cabeza un turbante de pámpanos.
Ibn Quzman es el exponente más preciso del sentimiento general de la sociedad andalusí