¡Oh tú, en cuyas mejillas ha escrito el vello dos líneas que,
al destruir tu belleza, despiertan ansias y cuidados!
No sabía que tu mirada era un sable, hasta ahora
que te he visto vestir los tahalíes del vello.
El libro de las banderas de los campeones de Ibn Said al-Maghribi.
Traducción de E. García Gómez.27
Le di aquello que me pedía, le hice mi señor...
El amor ha puesto bridas en mi corazón
como un camellero pone bridas en su camello.
¡Cuántas noches me han servido las copas
las manos de un corzo que me compromete!
Me hacía beber de sus ojos y de su mano
y era embriaguez sobre embriaguez, pasión sobre pasión.
Yo tomaba los besos de sus mejillas y mojaba mis labios
en su boca, ambas más dulces que la miel.
Ibn al-Kattānī, Tašbīhāt, núm. 177.
Turbado por las miradas, te parecería
que acaba de despertarse del sopor del sueño,
la blancura y rubicundez se asocian en la belleza,
sin que sean contrarias, pues son semejantes;
como cadenas de oro rojizo sobre un rostro de plata,
así la aurora, blanca y rubia,
es la que parece imitarle.
Cuando aparece el rubor en sus mejillas
es como el vino puro en cristal de roca.
Yo le seguí hasta la puerta de su casa,
porque hay que seguir a la pieza hasta alcanzarla,
le até con mis riendas
y fue dócil a mi bocado.
Fui a beber a los pozos del deseo
y pasé por encima de la vileza del pecado...
Ibn Suhayd, Dīwān, Pellat, pp. 160-153.