El emperador Carlomagno le presentó un retoño de rosal a Harun al-Rashid, el Califa de Abbasid, y éste lo hizo plantar en su jardín privado. Ordenó a su jardinero que tratara a ese precioso retoño con el mayor cuidado y atención posibles y que le trajera la primer rosa que floreciera.
El retoño enraizó, y a su debido tiempo produjo un pimpollo que se abrió en una rosa magnífica. Justo cuando el jardinero estaba a punto de cortar la flor, vio a un ruiseñor volando sobre ella, cantando tristemente. Mientras miraba esa escena, el ruiseñor bajó inesperadamente en picada y atacó la rosa con su pico y sus alas, desparramando pétalos por todos lados.
El jardinero corrió sin aliento a contarle al Califa exactamente lo que había sucedido y le suplicó su perdón. El sultán lo tranquilizó, diciendo: “No te preocupes por eso. Lo que sucedió, sucedió. Ciertamente la culpa no es tuya. Te perdono. Jardinero, este mundo es un lugar en donde nadie puede salirse con la suya, de modo que ese ruiseñor recibirá su justo merecido”.
Pasó el tiempo hasta que un día, mientras estaba trabajando en el jardín privado, el jardinero vio que una serpiente se estaba comiendo al ruiseñor que había destruido la rosa invaluable. Corrió enseguida para informárselo al Califa: “Señor, has realizado un milagro. El ruiseñor encontró la suerte que habías predicho, acabo de ver cómo se lo comía una serpiente”.
El Califa sonrió mientras decía: “Jardinero, como te dije, nadie se sale con la suya en este mundo; sea lo que sea lo que hagamos, eventualmente se pondrá al día con nosotros. La serpiente que se comió al ruiseñor también recibirá su justa recompensa”.
Pasó más tiempo. La serpiente que se había comido al ruiseñor llegó deslizándose por el pasto y se enroscó en los pies del jardinero. Él la mató con el borde afilado de la pala que llevaba, después corrió a contarle al Califa lo que había sucedido. De nuevo, el Califa sonrió mientras decía: “En verdad, jardinero, eso también se pondrá al día contigo”.
Tiempo después, el jardinero cometió una seria ofensa, incurrió en la ira del Califa, y fue entregado al verdugo. Cuando le preguntaron si tenía un último deseo, dijo: “El único y último pedido que tengo es el de decirle algo al Califa”.
Se le informó al Califa, que hizo que le llevaran al jardinero y le preguntó qué quería decir.
“Señor”, dijo el jardinero, “Seguramente te debes acordar. Tú me diste un vástago de rosal para plantar y me ordenaste traerte su primera flor. La rosa acababa de alcanzar la perfección y yo estaba a punto de cortarla cuando el ruiseñor la hizo pedazos. Cuando te lo informé, tú dijiste: ‘el ruiseñor recibirá su justo merecido’. Antes de que pasara mucho tiempo, una serpiente se tragó a ese ruiseñor. Cuando de nuevo te lo informé, dijiste: ‘la serpiente también recibirá su justo merecido’. Esa serpiente se enroscó alrededor de mi pie y cuando te conté que la había matado, dijiste: ‘Eso se pondrá al día contigo’. Todo se ha hecho realidad y ahora me has entregado al verdugo para castigar mi ofensa, de modo que yo tampoco saldré libre de esto. Sin embargo, mi sultán, no olvides que lo que tú estás haciendo ahora, también se pondrá al día contigo. Como tú me dijiste, es esa clase de mundo. Sólo espera tres o cuatro días”.
Harun al-Rashid entró en razón. Reconociendo la verdad de esas palabras, actuó como le corresponde a un sultán y perdonó al jardinero.
El noble Imán Husayn, mártir de Karbala y rey de los mártires, dijo: “Un hombre generoso es aquél que da sin que se le pida. Un hombre magnánimo es alguien que perdona cuando está en su poder tomar venganza”.
Ciertamente, los seres humanos no pueden escapar a las consecuencias de lo que hacen. Puede ser más tarde o más temprano, en este mundo o en el Más Allá, pero nuestras acciones con toda seguridad nos detectarán. Esto no sólo se aplica a los seres humanos sino incluso a los animales. . .
Si somos sabios e inteligentes diremos: “Yo lo hice y ahora me alcanzó”.