Antes de que termine el año en el que ha subido al trono, Abd al-Rahman III ya tiene en su haber una victoria. Restablece el orden en la sierra de Almadén y se ha hecho con Caracuel, en el Campo de Calatrava. Unas semanas después, el 1 de enero de 913, conquista Écija. Sus murallas son derribadas y destruido el puente sobre el Genil, por lo que la ciudad queda aislada y ya no puede recibir refuerzos de Ibn Hafsun.
Pasadas las lluvias del invierno, se prepara una cuidada expedición para continuar recuperando toda la Andalucía oriental, y así van cayendo en poder del nuevo emir, Martos, el castillo de Monteleón y los montes de Somontín. Los señores árabes de Mentesa y los que ocupan los picos del valle del río Guadalén, deponen las armas y prometen fidelidad al régimen central, promesas que acepta Abd al-Rahman III. Los encuadra dentro de su ejército y deja guarniciones en sus alcazabas para evitar posibles rebrotes de insurgencia. Y para mayor seguridad, envía a Córdoba a sus mujeres y a sus hijos.
Después entra en la cora de Elvira, donde ha corrido la voz de que se acercan las tropas emirales. Todos los pequeños señores insurrectos se someten también ante las armas omeyas, que continúan, sin dificultad por Guadix y Fiñana, que ha querido resistir, capturando a los delegados de Ibn Hafsun. No se arredra ante la dificultad de atravesar la muralla natural de Sierra Nevada que protege Fiñana, y una vez cruzada, sitia Juviles, que ofrece rendirse al cabo de dos semanas, prometiendo entregar a los soldados cristianos que les ha enviado Ibn Hafsun. La plaza es ocupada y todos los mozárabes, decapitados. Desde allí, desciende hasta la costa mediterránea y se apodera del puerto de Salobreña, regresando después a Córdoba. Por el camino de retorno, aprovecha para tomar dos castillos, considerados inexpugnables: San Esteban y Peña Forata. Todo esto lo ha conseguido en tres meses, y según un historiador de la época, esta campaña victoriosa, llamada " de Monteleón ", le ha valido recuperar 70 plazas fuertes y 300 posiciones estratégicas de segundo orden.
Además de pacificar estas áreas andalusíes, en el ánimo del emir estaba ir haciéndose con todos los lugares bajo la influencia de Ibn Hafsun, para aislarle y dar la batalla final en Bobastro. El 8 de mayo de 914 se ponían en marcha los ejércitos omeyas hacia las serranías de Ronda y Málaga. Así recuperaron algunas plazas periféricas que, o bien se rindieron o bien cayeron por la fuerza. Alcanzando Algeciras, se quemaron los barcos allí anclados que venían de África con víveres para Ibn Hafsun. Luego, por el camino más corto, se dirigieron a Carmona.
Una de las prioridades de Abd al-Rahman III era que Sevilla retornase a la corona omeya, de la que hacía más de diez años que se había separado. Recordemos que a la muerte de Ibrahim ben Hachchach, sus dos hijos se habían repartido su herencia: Abd al-Rahman se quedó con Sevilla y, Muhammad, el segundo, se quedó con Carmona. Envidioso porque su hermano tenía mejor parte, Muhammad lo hizo envenenar, muriendo Abd al-Rahman en agosto de 913. Todo este entramado familiar, iba a facilitarle mucho las cosas al emir.
Los sevillanos no llamaron a Muhammad para que ocupase el lugar de su hermano, sino que acudieron a un sobrino de Ibrahim, Ahmad ben Maslama. Muhammad, abandonado por todos, no tenía más salida que ponerse en manos de Abd al-Rahman III, que decidió el asedio de Sevilla, confiando la dirección de las operaciones al señor de Carmona. Por su parte, Ahmad ben Maslama, conquistadas ya por las tropas emirales, Itálica y el Aljarafe, se encontraba en una situación muy apurada. Su único punto de apoyo era llamar a Ibn Hafsun. Acudió el caudillo muladí en persona y atravesando el Guadalquivir, atacaron a las fuerzas omeyas, replegadas hacia el este. Pero Ibn Hafsun y su nuevo aliado fueron derrotados, por lo que se volvió a Bobastro. Ben Maslama comprendió que no le quedaba más remedio que negociar con el emir y le hizo saber que estaba dispuesto a entregar Sevilla. El 21 de diciembre de 913, el hachib Badr tomaba posesión de la ciudad, dejando en ella un gobernador omeya. Muhammad se sintió traicionado, pues creía que , alguna vez, volvería a sentarse en el trono paterno, y se encerró en Carmona. Abd al-Rahman III intentó que comprendiera que ya había pasado el momento en que existieran otros estados dentro del Estado, pero Muhammad no se hacía a la idea e incluso intentó un golpe de fuerza contra Sevilla sin resultado y, al cabo, en abril de 914, fue hasta Córdoba para someterse. el emir le trató con deferencia, le dio el titulo y el sueldo de visir y le pidió que participase en la expedición que preparaba contra la Andalucía meridional.
Muhammad se comportó desagradecido. En junio de 914, Abd al-Rahman III y él llegaron hasta Carmona por haber recibido noticias que decían que el gobernador de esta plaza, Habib ben Umar ben Sawada, se había sublevado. Muy pronto supo el emir que este sublevado estaba de acuerdo con Muhammad, que moriría en abril de 915, posiblemente, con su propia medicina, pues se cree que fue envenenado. Con él acabó la dinastía de los Banu Hachchach de Sevilla. En cuanto a Carmona no pudo ser tomada hasta 917. El rebelde Habib fue encarcelado en Córdoba, junto con sus dos hijos, y ejecutado dos años después.
Por su parte, Ibn Hafsun desde que Abd al Rahman III asciendiera al emirato, había cosechado un fracaso tras otro. Cada vez estaba más aislado y su único apoyo firme eran sus hijos, que mantenían la insurrección en las serranías de Ronda y Málaga. La sequía que padeció en España entre 914 y 915, fue para él un alivio, pues no eran momentos para emprender acciones militares por parte del emir. Abd al-Rahman III hubo de ocuparse en mantener el orden y reprimir el bandidaje que la carestía de alimentos desencadenó en todo el reino, incluida Córdoba. El hambre y la enfermedad se cebaron en las clases humildes y fueron años de una gran dureza para poder sobrevivir. También se sabía en la corte que el rebelde estaba enfermo, y que su prioridad eran ponerse a bien con Dios. Se pasaba el día encerrado en la iglesia de Bobastro. En septiembre de 917 moría cristianamente, después de sufrir un enfisema general que le provocó enormes padecimientos. La noticia de su muerte corrió como un reguero de pólvora, provocando sensaciones diversas. Los mozárabes la recibieron angustiados, mientras los musulmanes daban gracias a Alá por que hubiera acabado la vida de aquel muladí que, para colmo de abyección, había cometido uno de los crímenes más abominables: apostatar del Islam.
A pesar de sus muchos defectos, no se puede negar que Ibn Hafsun, de tener un programa más estricto y no ser tan variable, hubiera resultado un héroe de la lucha por la independencia, un batallador intrépido que nunca se dio por vencido. Y también Abd al-Rahman III habría hecho su victoria más gloriosa si al ocupar Bobastro, en un rasgo de caballerosidad, hubiese respetado los despojos del rebelde, en lugar de arrastrar el pobre cadáver hasta Córdoba para ponerlo en la picota.
al- andalus.....Concha Masiá.