sábado, 28 de septiembre de 2013

Santiago de Compostela: la más famosa campaña de Almanzor.

   De la numerosas campañas guerreras que efectuó Almanzor ninguna fue tan célebre como la que llevó a cabo contra Santiago de Compostela, en la que las armas islámicas penetraron hasta el interior de Galicia y el extremo noroeste de la Península.
   En esta ocasión Almanzor no quería sólo castigar a los cristinos españoles, obtener cautivos o un rico botín; quería asestar un golpe de gracia a toda la Cristiandad, una afrenta que hiciera su nombre imperecedero en Europa entera, pues Santiago de Compostela era, en aquellos momentos como lo seguiría siendo a lo largo de toda la Edad Media, el mayor foco de peregrinación y devoción de los cristianos europeos.
    En el siglo IX tuvo lugar un acontecimiento singular: el descubrimiento milagroso de la tumba del apóstol Santiago el Mayor, que según una piadosa tradición, había venido a evangelizar España, desembarcando en Galicia, en Iria Flavia, la actual ciudad de Padrón. Cuando muriera mártir en Jerusalén, dos de sus discípulos recuperaron el cuerpo y se hicieron a la mar, y la barca volvió a ese lejano lugar, donde comprendieron los discípulos que debían descansar los restos de Santiago. Siglos después, unas luminarias misteriosas avisaron a un eremita del lugar donde se hallaban, y éste avisó al obispo Teodomiro, el verdadero descubridor de la santa tumba. Trasladó los restos a donde, más tarde se levantaría la ciudad de Santiago de Compostela. El muy piadoso rey asturleonés, Alfonso II, mandó eregir una modesta iglesia que albergase el sepulcro de Santiago, pero era tanta la afluencia de gentes que venía a postrarse a los pies del apóstol que, Alfonso III el Grande o el Magno, en 910, convirtió esa pequeña iglesia en una gran basílica, de la que Almanzor no dejó piedra sobre piedra. Alfonso II se dio cuenta de que la figura del apóstol Santiago podía ser un buen aglutinante de las fuerzas cristianas, que bajo el estandarte de la religión se podía englobar a todos los hispanos cristianos, fuesen de reino que fuesen y no tardó en declarar a Santiago el patrón de la lucha contra los musulmanes, el patrón de la " reconquista ", como tal, lo veremos aparecer en varias batallas importantes, con la espada en la mano, ayudando a los cristianos, lo que valió el título, quizás no demasiado afortunado para un santo, de Santiago " Matamoros ".
   Almanzor salió de Córdoba el 3 de julio y pasó por Coria y Viseo, donde se le unieron varios condes cristianos que se habían declarado sus vasallos, con lo que se daba la paradoja, que hemos visto tantas veces en la historia de la España musulmana de que cristianos luchasen contra cristianos, y en este caso, que acompañasen a Almanzor contra uno de los lugares más sagrados y respetados de la Cristiandad del momento. Mientras avanzaban, después de que una escuadra califal hubiese acercado, por mar, a la infantería, así como las provisiones y bagajes, fueron saqueando castillos y monasterios como los de San Payo o los de San Cosme y San Damián. Llegaron hasta la península de Morrazo, donde nunca antes penetraron los musulmanes. El 10 de agosto, avistaron la ciudad de Santiago de Compostela que, sus avisados vecinos, habían evacuado. Fue saqueada e incendiada, así como la basílica, que quedó arrasada. Sin embargo, por orden expresa de Almanzor, se respetó el sepulcro del apóstol y también fue respetado un monje que se había quedado a guardarlo. En una semana Santiago quedó completamente devastada.
   Se ordenó la retirada y en Lamego se despidió a los condes cristianos que fueron premiados con magníficos vestidos. Semanas más tarde, llegaba a Córdoba con muchísimos cautivos, las campanas de la iglesia de Santiago y las hojas de las puertas de la ciudad. Las campanas se utilizaron como lámparas para la mezquita y las puertas como armadura de los techos de las nuevas naves que se estaban construyendo en dicha mezquita mayor.
   Parece que en el 999 realizó Almanzor otra aceifa contra Pamplona, según cuenta Ibn Hayyan, pero no se conoce ningún otro detalle. En el año 1000 moría el rey navarro García Sánchez y le sucedía su hijo Sancho Garcés III, al que la historia conocerá como Sancho el Mayor, que fue el más glorioso de la dinastía de Pamplona. Por su parte, Bermudo II de León, que de nuevo, tras los sucesos de Santiago, se había visto obligado a pedir la paz, enviando para ello a su hijo bastardo, Pelayo, moriría en 999. Su sucesor e hijo Alfonso, sólo tenía cinco años. Fue proclamado heredero y permaneció en Galicia donde fue educado por el conde Menendo González y su esposa, Mayor.
   En el verano del año 1000 Sancho García, conde de Castilla, formó un ejército muy importante, llamando a la lucha a todos los cristianos desde Pamplona a Astorga. Vascones y leoneses juraron oponerse al avance de Almanzor con todas sus fuerzas. Esta expedición fue llamada de Cervera y, graicas a la sangre fría de Almanzor y a su perspicacia, no se convirtió en un auténtico desastre para las armas cordobesas. Sancho García reunió sus tropas en el macizo montañoso de Peña Cervera. El caudillo musulmán, desde Córdoba, llegó a Medinaceli y desde allí alcanzó la fortaleza natural donde se encontraban concentradas las fuerzas enemigas. El lunes 30 de abril se entabló la batalla, ejerciendo Sancho García una gran presión sobre las alas derecha e izquierda del ejército musulmán. El ala derecha comenzó a flaquear, después de las repetidas cargas cristianas. Almanzor que, desde un alto, contemplaba el combate, vio con desesperación, cómo empezaba la desbandada entre sus fuerzas, mientras caían muchos de sus soldados. Entre rezos esperaba que los suyos reaccionasen, pero en vista de que esto no sucedía, envió a sus dos hijos a que se mezclasen con sus caballeros en aquella terrible lucha. Los dos se batieron con extrema valentía y un beréber se hizo con la cabeza de uno de los condes de Beni Gomez, pero una estratagema de Almanzor le hizo ganar una batalla que llevaba todas las de perder. Había mandado trasladar el campamento musulmán, desde una depresión en la que estaba montado, hacia una altura y el conde castellano, al ver esta maniobra creyó que se trataba de fuerzas de reserva que llegaban para intervenir en le combate. Desde aquel momento, los cristianos se desmoralizaron. Se replegaron en desorden y los soldados leoneses y vascones, que ya tenían en sus manos las cuerdas para atar a los prisioneros musulmanes, se vieron forzados a huir, perseguidos muy de cerca por las tropas de Almanzor. El real cristiano fue saqueado y obtuvieron de él muchas armas, víveres y ganado.
   A pesa de la victoria, la situación de las armas musulmanas fue muy comprometida y más de setecientos hombres había muerto. Después, y antes de regresar, corrieron las tierras de Castilla, a sangre y fuego, entraron en Burgos y actuaron sobre Pamplona, causando los estragos de rigor. Tras ciento nueve días de ausencia regresaron a Córdoba y Almanzor condenó, con dureza, a todos aquellos que durante la batalla de Cervera tuvieron un comportamiento poco viril.
   A comienzos del verano de  1002, Almanzor dirigió su última campaña contra la España cristiana, concretamente contra La Rioja, que dependía del condado de Castilla. Sólo sabemos  que el ejército musulmán llegó hasta Canales, unos 50 Km al sudoeste de Nájera y que alcanzó el monasterio de San Millán de la Cogolla, que fue saqueado. Al regreso de esta campaña, la muerte ponía fin a la prodigiosa vida y carrera del caudillo musulmán.

Libro Al-Andalus de Concha Masiá

jueves, 26 de septiembre de 2013

Abulbeca de Ronda e IBN ZAYDAN...Poetas de al-Andalus.

ABULBECA DE RONDA (Abû-l-Baqâ’Salah al-Rondî)

Poeta. Nació en Ronda en el siglo XIII.
 Es famoso por su Qasîdah, en la que, con motivo de la caída de las ciudades andaluzas de Córdoba y Sevilla en poder del ejército invasor de Fernando III, profetizaba en bellos versos el cercano derrumbamiento de la soberanía andalusí. He aquí un fragmento de esta elegía, traducida por Varela:

Cuanto sube hasta la cima
desciende pronto abatido
a lo profundo.
¡Ay de aquél que en algo estima
el bien caduco mentido
de este mundo!
En todo terreno ser
sólo permanece y dura
el mudar.
Lo que hoy es dicha o placer
será mañana amargura
y pesar.
Es la vida transitoria
un caminar sin reposo
al olvido;
plazo breve a toda gloria
tiene el tiempo presuroso
concedido.
…………..

¿Qué es de Valencia y sus huertos?
¿Y Murcia y játiva hermosas?
 ¿Y Jaén?
¿Qué es de Córdoba en el día,
donde las ciencias hallaban
noble asiento,
do las artes a porfía
por su gloria se afanaban?
¿Y Sevilla? ¿Y la ribera
que el Betis fecundo baña
tan florida?

La fama y popularidad que alcanzó esta qasîdah originó el que posteriormente se le añadieran estrofas para lamentar la pérdida de otras ciudades, sobre todo en el reino de Granada.

Juan de Varela tradujo esta elegía y señaló sus semejanzas con las coplas de Jorge Manrique, lo cual no nos debe de extrañar, ya que Varela utilizó para traducir el poema de nuestro autor el método de pie quebrado empleado por Jorge Manrique; por lo demás, no tenemos conocimiento de que éste hablara árabe, por lo que cualquier sospecha de plagio debe ser .
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Ibn Zaydun

Ahmad ibn Abd Allah ibn Zaydun (en árabe, أحمد بن عبد الله بن زيدون), más conocido simplemente como Ibn Zaydun (Córdoba,1003 - Sevilla, 18 de abril, 1070), fue un poeta árabe andalusí.
Destacó sobre todo por la renovación de la lírica amorosa árabe, infundiéndole un nuevo tono de experiencia personal y sensual que supuso ser considerado el mejor de los poetas amorosos de la Hispania musulmana.
La obra poética de Ibn Zaydun fue un modelo para toda la poesía árabe occidental y se le ha llamado el mejor poeta neoclásico de Al-Andalus y el "Tibulo árabe". Sus intensos amores con la princesa y poetisa Wallada inspiraron no pocas obras en el mundo árabe, así como piezas de teatro.

Vida y obra

Durante mucho tiempo fue favorito del califa de Córdoba Abulhazam ben Chauar. Sostuvo apasionados y tormentosos amores con la atractiva princesa Wallada. Acusado de un delito común, fue encarcelado, pero logró evadirse de la prisión y desde el destierro quiso hacerse perdonar de Chauar y de Wallada por medio de encantadoras epístolas y poemas, lo que logró. Tras obtener el perdón, vivió en varias ciudades de Al-Andalus, principalmente en Sevilla, donde fue ministro de Al-Mutadid y Al-Mutamid, monarcas cultos y a su vez excelentes poetas.
Apenas se conocen datos sobre su vida hasta que conoció a la atractiva princesa y poetisa Wallada, encuentro trascendental, pues de él arranca la revitalización de la poesía amorosa árabe, que adquiere un tono un tono personal inusitado hasta su obra. Hasta entonces el tratamiento del amor en la poesía árabe estaba determinado por la re-elaboración de tópicos basados en una reflexión sobre el aspecto espiritual de la relación amorosa que evitaba tratar el amor carnal, y que es conocido como "amor udrí". Tras su obra, se reúnen los conceptos del amor neoplatónico con la descripción de experiencias físicas de un modo natural.
Otra de sus innovaciones es la del amor concebido como religión. Se trata de una nueva profesión de fe que presenta rasgos de lo que conocemos como amor cortés: sumisión del amante a la voluntad de la amada, perenne fidelidad y constancia, paciencia para esperar la consumación de los amores, concepto de amor como prisión, mantenimiento del secreto de la identidad de esta e idealización de la persona amada, junto con otros rasgos que no distan demasiado de la poesía que en esta misma época se está gestando en occitania. Estos rasgos los podemos observar en los versos siguientes:

Podría haber entre nosotros, si quisieras, algo que no se pierde,
un secreto jamás publicado, aunque otros se divulguen. (...)
Te bastará saber que si cargaste mi corazón
con lo que ningún otro puede soportar, yo puedo.
Sé altanera, yo aguanto;
remisa, soy paciente;
orgullosa, yo humilde.
Retírate, te sigo;
habla, que yo te escucho;
manda, que yo obedezco.

Otra novedad en el tratamiento poético del amor es el nuevo papel que desempeña la naturaleza, que se compara con las emociones del poeta, lo que le confiere una sensibilidad que hoy llamaríamos romántica. Véase en estos versos:

Hoy, triste, me distraigo con las flores,
de los ojos imán, donde la escarcha
juega vivaz hasta inclinar sus cuello.
Pupilas son, que, al contemplar mi insomnio
sollozaron por mí; por eso el llanto
irisado resbala por su cáliz.

Estos amores tuvieron un final tempestuoso, después de que Abulhazam ben Chauar se hiciera con el poder en Córdoba. Tras la ruptura la correspondencia mantenida entre los amantes se convierte en una sucesión de sátiras feroces, donde aparece el nuevo rival que ha obtenido los favores de Wallada, Abu Amir ibn Abdus, que también se convierte en destinatario de las duras imprecaciones de Ibn Zaydún. La nueva actitud se muestra en estos versos:

Me censuráis que él me suceda
en los afectos de aquella a la que amo;
mas no hay en eso infamia:
era un manjar apetitoso
y la mejor parte me tocó a mí,
el resto se lo dejé a esa rata.

Las consecuencias de las duras palabras dirigidas al nuevo amante, puestas en boca de la princesa para hacer más efectiva la ridiculización de este, en la más conocida de estas sátiras, «la Risāla hazliyya», le llevaron a la cárcel, desde donde escribió bellas epístolas a sus amigos para que intercedieran por él ante Ben Chauar. Al fin, sus súplicas tuvieron efecto, y fue libertado aunque alejado de la corte con misiones de embajador ante otros reyes de taifas.
Recorrió distintas cortes (Sevilla, Badajoz, Valencia), para instalarse por último en 1049 en la corte de Al-Mutadid como secretario, cargo que desempeñará hasta su muerte en 1070, ya con Al-Mu'tamid como rey. En este periodo escribirá poesía áulica al servicio de sus nuevos protectores, los abbadíes sevillanos, renovando el panegírico, sobre todo en los destinados al joven príncipe y poeta, Al-Mu'tamid, por quien sentía un cariñoso afecto y respeto a su calidad como lírico.

Información: Cordobapedia.





domingo, 22 de septiembre de 2013

ALMANZOR : El terror de la España Cristiana II

   Parece que Almanzor realizó unas 50 campañas contra los cristianos, todas victoriosas.
   Partiendo de su primera victoria contra Galib y su alianza cristiana, en ese mismo año de 981, tomó Zamora y Simancas. Los autores crsitianos aseguran que fueron quemadas un millar de aldeas, con multitud de iglesias y monasterios, previamente saqueados.
   Así las cosas, Ramiro III, el conde Garci Fernández y Sancho Abarca, se aliaron para luchar con el Islam.
El encuentro entre las tropas cristianas y las de Almanzor, tuvo lugar en Rueda en el año 981. Fue un desastre para los cristianos. Inmediatamente se dirigió hacia Simancas. La tomó, la demolió e hizo varios miles de prisioneros.
   Las derrotas sufridas por el joven Ramiro III, le hicieron perder las adhesiones de sus principales vasallos. Hubo una rebelión en Galicia y se eligió a un primo hermano de Ramiro para que ocupase su puesto, Bermudo II, hijo de Ordoño III. El nuevo rey fue entronizado el 15 de octubre de 982 en Santiago de Compostela. Ramiro III, instigado por su madre, Teresa, intentó hacer frente a su rival y los dos ejércitos se encontraron en Portella de Arenas, sin que ninguno de los primos obtuviese una victoria clara. En marzo-abril de 984, el gallego Bermudo le arrebató León a Ramiro que se refugió en Astorga, y murió a las pocas semanas en una localidad cercana. Bermudo II reinó sin competidores y negoció con Almanzor. El pacto entre León y Córdoba consistía en que pagando un tributo anual, el nuevo rey leonés recuperaba Zamora, y contaría con la ayuda de un ejército musulmán para reducir a aquellos señores que todavía no le habían reconocido como rey. Estas tropas musulmanas ejercieron un verdadero derecho de inspección y actuaron como tropas conquistadoras, lo que no gustó nada a los cristianos. Esta situación se prolongó hasta 987.
 
   En mayo de 985 salió Almanzor a la conquista de Barcelona. No se sabe cuáles fueron sus intenciones, pues esta plaza hacía mucho que no pertenecía al Islam y el conde Borrell que la gobernaba, mantenía buenas relaciones con el Califato de Córdoba. Tal vez se trató de una operación de prestigio para el " Victorioso por Alá ", que recorrió un largo camino hasta llegar a los muros de Barcelona en julio de ese año. También una escuadra musulmana había atracado en el puerto de la ciudad. Tras seis días de asedio la ciudad fue tomada a sangre y fuego. Saqueada e incendiada, todos sus habitantes fueron muertos , y los que sobrevivieron, hechos cautivos. Entre estos prisioneros se encontraban el vizconde Udalart y el archidiácono Arnolfo. Los monasterios de Sant Cugat del Vallés y de San Pedro de les Puelles, fueron despojados de todo cuanto tenían de valor e incendiados. Sin embargo, la ciudad sólo se ocupó fugazmente. Al cabo de un tiempo, la guarnición dejada por Almanzor, se replegó al otro lado de la desembocadura del Ebro, sin que se conozca qué motivo les impulsó a ello.
      Bermudo II estaba ya harto de la presencia musulmana en sus dominios y decidió expulsarlos al tiempo que rompía el pacto que tenía con Córdoba. Esta declaración de guerra fue contestada por Almanzor. En una primera expedición tomó Coimbra, devastándola hasta tal punto, que estuvo siete años sin que nadie se atreviese a volver a vivir en ella. En 988 atacó la ciudad de León, capital de Bermudo II. Éste se hallaba en Zamora tratando de fortificarla y había dejado León al cuidado del conde gallego Gonzalo González. Se resistió durante cuatro días, al cabo de los cuales, fue tomada y demolida. Lo mismo sucedió con Zamora, de la que tuvo que huir Bermudo, antes de la capitulación, para salvar la vida. Los ricos monasterios de San Pedro de Escalona y Sahagún también fueron incendiados y saqueados a conciencia.

   En este tiempo fue cuando sucedió la conjura del hijo de Almanzor contra él. Su ejecución no gustó en Córdoba por mucho que se tratase de un hijo sublevado contra su padre, y mucho menos gustó que la cabeza de Abd Allah fuese enviada al califa Hisham con un parte de victoria. Almanzor trató de justificar esta acción diciendo que tenía serias dudas de su paternidad sobre la víctima. Este hijo era el mayor, seguido por Abd al-Malik, el futuro al-Muzaffar, y aún tenía un tercero, Abd al Rahman, nacido del matrimonio de Almanzor con una princesa vascona, y al que todos conocerán como Sanchuelo.
 
   Esta princesa era hija del rey de Pamplona Sancho Garcés II Abarca. Convertida al Islam, tenía el nombre de Abda, y dio a luz a un niño al que en recuerdo de su padre llamó Sanchuelo. Este matrimonio debió de producir alguna tregua entre Pamplona y Córdoba, pero por algún motivo debió de romperse, pues cuando el abuelo de la criatura, Sancho Garcés II  anuncia a su yerno que irá a visitarle a la capital del califato, éste acaba de infringirle una serie de fuertes descalabros militares. El vascón llegó a Córdoba el 4 de septiembre de 992 y Almanzor le preparó un recibimiento apabullante, con una impresionante guardia militar que le acompañó a al-Zahira. Salió a recibirle su nieto, Sanchuelo, que a pesar de ser un niño ya tenía el título de visir, rodeado por un cortejo deslumbrante de dignatarios y oficiales. Sancho Abarca, descabalgó y besó el pie de su nieto, en señal de humildad. Mientras Almanzor esperaba a su suegro sentado en el trono flanqueado el acceso al salón por las guardias negra y eslava. El rey de Pamplona besó varias veces el suelo y luego hizo lo mismo con los pies y manos de su yerno, hasta que le acercaron un asiento dorado y a solas, hubo de escuchar los reproches de Almanzor contra sus últimas actuaciones. Calló el vascón y salió, con el mismo ceremonial que a su llegada, pero seguido de una recua de mulas que transportaron a su alojamiento los suntuosos regalos que su yerno le había destinado.
 
   Parece ser que al año siguiente, Almanzor contrajo nuevas nupcias con otra princesa cristiana, hija del rey de León, Bermudo II. Se cree que con esta princesa leonesa no tuvo hijos, y se la identificaba con la Teresa o Tarasia, que aparece en la crónica de Pelayo de Oviedo. Al morir Almanzor, su hijo Abd al-Malik, la devolvió a su tierra donde ingresó en un convento, muriendo en el año 1039. Debió de ser hermosa y de genio vivo, pues parece que cuando los nobles que la acompañaban a Córdoba, le suplicaron que interviniese con Almanzor en favor de sus compatriotas, contestó airada que ella creía que el honor de una nación se defendía con las lanzas de sus guerreros no con los encantos de sus mujeres.

   En 994 el panorama se complicó en Castilla. Instigado por Almanzor, Sancho García, hijo del conde Garci Fernández, se sublevó contra su padre y muchos de los principales vasallos del conde se alinearon con su hijo. Este estado de cosas, las aprovechó Almanzor para recuperar San Esteban de Gormaz y luego Clunia, las dos plazas que, de continuo, pasaban a ser musulmanas o cristianas. Pero Garci Fernández no se dio por vencido y, en varias ocasiones, vino a hacer algaradas en las tierras fronterizas musulmanas, lo que iba a resultar fatal para el conde pues, en una de estas correrías, fue herido y hecho prisionero. Murió a los pocos días, pues se le consideraba un adversario digno de medirse con las fuerzas califales, y todavía existía una cierta caballerosidad entre los enemigos. Su cabeza fue enviada a Córdoba, dejando el resto del cadáver en Medinaceli donde, poco después, se le entregaría a su hijo que lo enterró en Cardeña. Corría el año 995.

   En ese mismo año, se realizó otra campaña contra los Beni Gómez. Con este nombre, que les daban tanto cristianos como musulmanes, se conocía a los descendientes de un tal Gómez Diaz, conde de Saldaña, que eran señores casi independientes de Saldaña, Liébana y Carrión, hoy conocido como Carrión de los Condes, y  entonces por Santa María. Carrión fue completamente derruido por Almanzor.
   El rey de Pamplona, Sancho Garcés II Abarca, moría en 995. Le sucedió García Sánchez II, de sobrenombre el Temblón, que sólo reinaría por espacio de cinco años y que moriría unos meses antes que el propio Almanzor. Y como este año fue pródigo en sucesos y actividades, el caudillo de al-Andalus, una vez más, atacó a Bermudo II, sin tener en cuenta sus lazos familiares. El rey leonés había perdido la poca dignidad que le quedaba. Astorga, donde se hallaba el monarca cristiano después del saqueo al que fuera sometida León, le fue arrebatada por tropas musulmanas. Acosados por éstas y traicionado por sus principales señores, que habían pactado directamente con Córdoba, hubo de suplicar la paz y pagar un tributo anual.

Libro al-Andalus de Concha Masiá.

ALMANZOR : El terror de la España Cristiana.

   El verdadero " reinado " de Almanzor se extendió a lo largo de 20 años, en los que se aplicará, de manera singular, a combatir a los cristianos del Norte, simultaneando su actividad con el mantenimiento de un protectorado omeya en Berbería occidental. En cuanto a al-Andalus, nunca se vivió mejor. Administrado con vigor y justicia, el país prosperaba y las arcas del Estado estaban llenas. La vida se abatará y tanto las ciudades como los campos, disfrutarán de bienestar y riqueza. Los esclavos cristianos apenas se cotizarán en los mercados, ya que el general victorioso los trae a millares a Córdoba después de cada aceifa.
   Nada más instalarse en al-Zahira, Almanzor hará saber que Hisham desea dedicar su vida a la piedad, y que delegaba en él todos los asuntos del reino. Nadie está autorizado a visitar al califa ni a entrar en su gineceo si no es con un permiso oficial y el Alcázar cordobés donde reside el infeliz califa será rodeado de un muro y custodiado por una policía particular, que aísla del mundo aquella pobre criatura. A los cordobeses no les gustaron mucho estas disposiciones, pero acallaron sus escrúpulos viendo que su ciudad estaba más tranquila y segura que nunca y administrada con toda propiedad.
   Todos parecían, más o menos, contentos excepto el general Galib que consideraba que Almanzor se había pasado, despreciando y humillando a la dinastía omeya a la que él llevaba tantos años sirviendo con fidelidad. Almanzor, a pesar de que era su suegro, decidió librarse de él. Galib tenía ya cerca de ochenta años, pero todavía era buen guerrero al que no faltaban ánimos para combatir. Hizo venir, desde áfrica, a Cha´far ben Alí ben Hamdum, que gozaba de un gran prestigio militar, acompañado por fuerzas beréberes.
Una vez en España, estas fuerzas fueron armadas y dotadas dotadas de buenos caballos con lo que se convirtieron en los más fieles a la causa de Almanzor. Junto a los mercenarios cristianos, constituyeron el grueso del ejército musulmán, mientras que los árabes fueron distribuidos entre diferentes fuerzas sin que se tuviera en cuenta su origen tribal.
   Aunque existen diferentes versiones, tal vez la más fidedigna sobre cómo Almanzor se deshizo de Galib, sea ésta:
   Ibn Abi´Amir, fue invitado por Galib a una fiesta familiar en el castillo de Atienza, distante unos 40 km de Medinaceli. En dicha fiesta, el viejo general le reprochó su comportamiento y le dio un sablazo en la mano. Almanzor tuvo que huir y entre ambos se declaró una guerra sin cuartel. Ocupo, por su cuenta, Medinaceli y se apoderó de todas las riquezas de Galib, repartiéndolas entre sus tropas. El general, por su parte, pidió ayuda al conde de Castilla y al rey navarro. El primer encuentro se saldó a favor de Galib, pero su yerno no estaba dispuesto a dejar las cosas así. Provocó una segunda refriega, acompañado del general africano Alí ben Hamdun, de uno de los tuchibíes aragoneses y de otro oficial de gran valor, Ahmad ben Abd al-Wadud.
Marchó de Medinaceli a Atienza y acampó junto a los muros del castillo de San Vicente. Era el 8 de julio de 981. Galib acudió con las tropas que le seguían siendo fieles, las del conde de Castilla, con Garcí Fernández a la cabeza y los contingentes vascones dirigidos por Ramiro, el hijo del rey, Sancho Garcés II Abarca. Galib recorría el campo infatigable, animando a los suyos, pero bien pronto vio que no podría con su enemigo. Dio grandes muestras de valor, entregándose a la lucha en cuerpo y alma, pero para su desgracia y fortuna de Almanzor, su caballo tropezó y el pomo de la silla de montar le partió el pecho. su mano, con el anillo puesto y su cabeza, fueron llevadas a Ibn Abi´Amir, que no se cansaba dar gracias a Alá por haberle favorecido en tal medida. Los cristianos huyeron a la desbandada y fueron masacratos por las fuerzas de Almanzor. Entre ellos, pereció Ramiro, el príncipe pamplonés. Garci Fernández tuvo más suerte, pues escapó con vida, pero no escapó de que sus dominios fuesen saqueados por el ejército victorioso.
 

El horizonte no podía estar ya más despejado para el vencedor del valiente Galib. A partir de entonces adoptaría el sobrenombre honorífico por el que será, por siempre conocido, el de al-Mansurbi-llah, " el victorioso por Alá ", y fue pronunciado en las mezquitas después del de Hisham. También se rodeó de una rígida etiqueta palaciega y mandó que se le diera el tratamiento de " Señor ". Sobre 996 se otrogó a si mismo otro título soberano: el de mali karim, "noble rey ".
   En este mismo año hubo una intentona para que Hisham recuperase el poder, en la que intervino Subh. La vascona no estaba aún derrotada y su hijo había llegado a los 30. La supuesta regencia de Almanzor ya no tenía razón de ser y el califa había de restaurar la gloria de su dinastía. Los emisarios de Subh hablaban de la eminencia de un golpe de estado para restablecer la autoridad del verdadero califa. Almanzor tuvo noticias de todo esto a través de su eficaz policía secreta, así como de que subh estaba sacando sumas de oro del Alcázar para su propaganda política y para sobornar a importantes personajes. En un consejo de gobierno, Almanzor desautorizó a la princesa madre y el oro sacado volvió al erario público. También se preocupó de mostrar a Hisham a una población en la que muchos no le habían visto nunca.  Lujosamente ataviado, le hizo recorrer las principales calles de la población... y le hizo, también, refrendar un acta por la que el incapaz Hisham reconocía a Almanzor todas las prerrogativas del gobierno.

   Hasta su muerte en 1002 nadie perturbará la paz del Alcázar. Todos los que le había hecho sombra en un momento determinado, habían desaparecido de la escena social y política. Sólo quedaba el general magrebí Ali ben Hamdun, que fue hábilmente suprimido. Su gran popularidad le había ganado la simpatía del pueblo y de otros altos dignatarios, y no quería a nadie a su alrededor que le fuese a ofrecer un atisbo de rivalidad.
A la salida de una fiesta dada por Almanzor, en la que el general bebió en grandes cantidades, unos esbirros, por cuenta del caudillo musulmán, le mataron sin que pudiera defenderse. Almanzor, de forma hipócrita, no dejaba de lamentarse por esta muerte del que decía era uno de sus mejores amigos y aliado.
   En 989 desbarató una conjura contra él, llevada a cabo por unos de sus hijos, Abd Allah ben Abi Amir, y un personaje de origen omeya, Piedra Seca, que era gobernador de Toledo. El hijo quería derrocarle y ocupar su puesto. Pero todo salió mal. Abd Allah, refugiado junto al conde de Castilla, acabó por ser entregado a su padre, que lo ejecutó con la mayor frialdad. En cuanto a Piedra Seca, acogido en la corte de León, sufrió una suerte parecida. Llevado a Córdoba, pasó el resto de su vida en prisión.

viernes, 20 de septiembre de 2013

La poesía andaluza. Cantos de amor.


Una idea que se repite a menudo en la poesía de aquella época es la de que dos amantes se ven mutuamente en sueños durante la ausencia, y así hallan algún consuelo en su aflicción.

Ibn Jafaja (1058-1138) canta:
Envuelta en el denso velo
de la tenebrosa noche,
vino en sueños a buscarme
la gacela de los bosques.

Vi el rubor que en sus mejillas
celeste púrpura pone,
besé sus negros cabellos,
que por la espalda descoge,
y el vino aromoso y puro
de nuestros dulces amores,
como en limpio, intacto cáliz,
bebí en sus labios entonces.

En perlas vertió el rocío,
que de las sedientas flores
el lindo seno entreabierto
ansiosamente recoge;
Rosas y jazmines daban
en pago ricos olores.
Mas para ti y para mí,
¡oh gacela de los montes!,
¿qué más rocío que el llanto
que de nuestros ojos corre?

El poeta Ibn Darray (958-1030) expresa el mismo pensamiento más sencillamente:
Si en los jardines que habita
me impiden ver a mi dueño,
en los jardines del sueño
nos daremos una cita.

Muchas de las poesías eróticas de los andalusíes son más bien la expresión inmediata del sentimiento, un ingenioso juego de palabras y una multitud de imágenes acumuladas por la fantasía y el entendimiento reflexivo. A esta clase pertenecen las composiciones que voy a citar.






Del poeta Ibn Baqi (m. 1145):
Cuando el manto de la noche
se extiende sobre la tierra,
del más oloroso vino
brindo una copa a mi bella.
Como talabarte cae
sobre mí su cabellera,
y como el guerrero toma
la limpia espada en la diestra,
enlazo yo su garganta,
que a la del cisne asemeja.
Pero al ver que ya reclina,
fatigada, la cabeza,
suavemente separo
el brazo con que me estrecha,
y pongo sobre mi pecho
su sien, para que allí duerma.
¡Ay! El corazón dichoso
me late con mucha fuerza.
¡Cuán intranquila almohada!
No podrá dormir en ella.

De Umayya Ibn Abu-as-Salt (m. 1064), A una bella escanciadora:
Más que el vino que escancia,
vierte rica fragancia
la bella escanciadora,
y más que el vino brilla en su tersa mejilla
el carmín de la aurora.
Pica, es dulce y agrada
más que el vino su beso
y el vino y su mirada
hacen perder el seso.

Blog EL RINCON DE MIS DESVARIOS.

IBN AL-SABUNI (Sevilla, apróx 1169 - 1236).
 REGALANDO UN ESPEJO
Te envío un espejo precioso: haz surgir en su alto horizonte tu rostro,
luna de buen agüero.
Así apreciarás con justeza tu hermosura y disculparás la pasión
que me consume.
¡Ay, con ser furtiva, tu imagen es más accesible que tú, más benévola
y mejor cumplidora de promesas!


 IBRAHIM IBN UTMAN  (Córdoba, S. XII). Alfaquí y poeta.    
 DISCULPA
No me tachéis de inconsecuente porque mi corazón haya sido apresado
por una voz que canta:
Hay que estar serio unas veces y otras dejarse emocionar:
como la madera,
de la que sale lo mismo el arco del guerrero que el laúd del cantor.


ABU BAKR AL-TURTUSI 
  (1059 - 1126). Hay muy pocas referencias a este poeta.
      AUSENCIA
Sin cesar recorro con mis ojos los cielos,
por si viese la estrella que tú estás contemplando.
Pregunto a los viajeros de todas las tierras,
por si encontrara alguno que hubiese aspirado tu fragancia.
Cuando los vientos soplan, hago que me den en el rostro,
por si la brisa me trajese tus nuevas.
Voy errante por los caminos, sin meta ni rumbo:
tal vez una canción me recuerde tu nombre.
Miro furtivamente, sin necesidad, a cuantos me encuentro,
por si atisbara un rasgo de tu hermosura.


martes, 17 de septiembre de 2013

YEHUDA HA-LEVI

Yehuda Ha-Levi es un poeta judío nacido en Tudela hacia 1070. Siendo joven se marcha a Córdoba y después a Toledo, donde ejerce la medicina. Viaja a Tierra Santa y en Jerusalem le sorprende la muerte en 1140.
Su obra poética es muy extensa y se inspira en los más variados temas, como el amor, la amistad y el mar. Panegíricos, cantos de boda, elegías y composiciones autobiográficas forman parte del extenso diwan que se conserva del autor. Poeta culto, autor de una poesía lírica rica en metáforas y descripciones, donde no faltan las reflexiones filosóficas y religiosas. Cultiva diversos metros y estrofas. Son famosas algunas de sus jarchas escritas en el incipiente romance, al final de las moaxajas. Su obra más importante es El Quesudá o Himno de la creación.
En los poemas amorosos abundan las moaxajas, compuestas por dos versos introductorios seguidos, generalmente de estrofas de cinco versos. También utiliza algunos dísticos o breves epigramas. El recurso del paralelismo y la riqueza de metáforas sobre la belleza de la amada y los efectos del amor constituyen unas de las características principales de su obra.

Esplendor de la amada

En  “la poesía amorosa” de Yehuda Ha-Levi, la amada es el objeto principal a quien van dirigidos los versos del poeta amante. Hay una omnipresencia de la joven doncella en el pensamiento del amante. Una amada que es llamada cierva o gacela. Insistentemente aparece este apelativo que, representa la belleza, gracilidad, inocencia, e inasibilidad de la amada.

El poeta es el enamorado protagonista del poema que goza y padece los “efectos del amor”. De ahí la frecuencia de un “yo poético” no exento de algunos desdoblamientos polifónicos que dan variedad y riqueza a los sempiternos temas  amorosos. A la amada se dirige generalmente en segunda persona; pero cuando, excepcionalmente, lo hace en tercera, la inmediata aparición de los pronombres personales de la primera persona del singular sirve para constatar el absoluto protagonismo de ese “yo poético”, agente y paciente al mismo tiempo de las veleidades del amor. Todo ello reforzado con un recurrente paralelismo para resaltar más, si cabe, la  belleza de la amada y la servidumbre y disposición del afligido enamorado, siempre pendiente de ella, en su presencia y en su ausencia, en su accesibilidad y en su rechazo, en su cautiverio y en su dolor. Este breve poema, de tan sólo cuatro versos, con un paralelismo rebosante de bellas metáforas, en el que utiliza el presente de indicativo, como una constatación de que siempre ocurre así lo que relata, da fe de lo dicho:

La cierva lava sus vestidos en las aguas
de mis lágrimas y las tiende al sol de su esplendor.
No precisa agua de manantiales, pues tiene mis ojos,
ni sol, con la belleza de su figura.
                                                                                     (41)
Una gacela-amada deslumbrante, comparada tan obsesivamente a lo largo de los poemas con el resplandor del sol en su cenit, que la hace inaprensible al sentido de la vista, de tanta luz como desprende. Pero, a veces, la cercanía se hace precisa y el poeta, sin olvidar el símil del sol, recurre al momento de su orto, donde sí puede ser contemplado y, en consecuencia, también la imagen de la amada. Entonces prescinde del  paralelismo y recurre a lo narrativo, sin abandonar por ello el rico y abundante empleo de metáforas, encabalgando versos de principio a fin, e hilvanando circunstancias temporales y párrafos descriptivos para hacer más fidedigno el relato del “encuentro amoroso”:

La noche en que la joven gacela me descubrió
el sol de sus mejillas y el velo de su pelo,
rojizo cual rubí, cubriendo, sobre
sien de húmedo bedelio, su bella imagen,
se parecía al sol, que cuando despunta enrojece
las nubes del alba con su brillante llama.
                                                                                         (45)
El diálogo directo aparece, a veces, sin introducciones y yuxtapuesto, como ocurre en la conversación. La
amada convoca al amado con el título de “príncipe de la belleza” , y el amado la cita con ese otro vocativo ¡mi preciosa gacela!, en el que el posesivo “mi” representa la pertenencia de la amada, también repetido en “esta mi noche”, queriendo significar con ello una cita amorosa ya acordada en la que el amado le solicita el encuentro amoroso con esa delicada metáfora “reúne un tropel de delicias”:

Te conjuro, ¡príncipe de la belleza!,
¡mi preciosa gacela!: aleja los pesares
esta noche mía, con tu compañía reúne
un tropel de delicias para el pobre corazón doliente.
                                                                                                           (87)    
  El amado, esclavo de la amada: Una lírica de la ausencia

El poeta está cautivado por la belleza de la amada de tal forma, que se siente esclavo de ella; pero con una esclavitud que se le antoja cruel. El bello vocativo que abre el poema para dirigirse a la amada y la alusión a la hermosura no es óbice para, nuevamente con el empleo del paralelismo, recalcar su condición de prisionero:
Graciosa gacela, con tu hermosura me cautivaste,
cruelmente me esclavizaste en tu prisión.
                                                                                           (43)
Y, aunque querida, es una esclavitud que produce en el amante sensaciones contradictorias porque, en definitiva, no soporta la ausencia de libertad. Esa falta de libertad es la que le hace decir en un breve monólogo interior, sin la presencia de la amada:

Irritado estoy con la gacela
por haberme puesto en cautiverio.
                                                                           (97)
Todo esto lo constata en un breve epigrama con un juramento de amor. Un amor que le lanzó una flecha y que nos recuerda a la iconografía del dios arquero Cupido. La oreja perforada es símbolo de esclavitud, ya que a los esclavos se les perforaba y se les ponía un aro, en tanto que el corazón partido en dos simboliza ese corazón herido de amores, cuya metáfora se sigue cantando hasta nuestros días:
¡Por la Alianza!, amado mío, ¡por tu vida! ¡por
vida del amor que me lanzó una flecha!
¡Juro que soy siervo del amor que ha perforado
mi oreja y ha partido en dos mi corazón!
                                                                          (93)
Pero a la crueldad de la prisión se le añade la aflicción por la ausencia de la amada. La comparación de la amada con el sol no se refiere, como antes, a su fulgor, sino que el orto y ocaso del astro rey son ahora el símbolo de la presencia y la ausencia de la amada. Por eso afirma categóricamente:

La cierva que surgiera como el sol,
aflige a su amante con su ausencia.
                                                                                (69)
Ausencia que se hace insoportable. De ahí el tono lastimero y levemente imprecatorio con que se dirige a la amada, en un sentido interrogante retórico lleno de ternura. Es en estos versos, donde la “lírica de la espera” constituye, con su morosidad, el momento más puro de la poesía. Por eso el poeta no requiere la inminente
presencia de la amada, sino la de los mensajeros que anuncien su presencia, para gozar-sufrir durante todo el tiempo que dure su venida, porque en el camino está la esperanza, y es en esta “esperanzada espera” donde surge la más alta frecuencia del latido y, consecuentemente, el momento amoroso por excelencia, en el que, de ser mensurables, serían más patentes los dolorosos efluvios del amor:

¿Qué te pasa, gacela, que no envías tus mensajeros
al amado cuyo pecho rebosa de dolor por ti?
                                                                                                (55)
El fuego de la distancia hace dudar del amor de la amada. Un rechazo insoportable que obliga al enamorado a solicitar la muerte a manos de la amada. Pero, inmediatamente, se desdobla, como emisor del mensaje, en una polifonía en la que pasa a referirse a sí mismo utilizando la segunda persona, con nuevas metáforas sobre la ausencia, para terminar en una súplica amorosa en la que la leche y la miel son sensual simbología de la entrega amorosa. Cuatro versos de inicial y bélico enfrentamiento, que terminan en el desesperado imperativo “¡desenvaina!”, pidiendo la muerte a manos de la amada, dan paso a otros cuatro, que concluyen en ese otro imperativo “troca” en los que solicita la consumación amorosa.

Contra la víctima de tu amor arrecia el combate,
inflama el querer con el fuego de la distancia.
Me desdeñas, ¡por eso blandes contra mí la lanza!;
También siento yo hastío de mi alma, ¡desenvaina!
¡Hermosa doncella!, no conviene que tu amado esté cautivo,
acércate y aleja el carruaje de la ausencia.
¡El lecho de mis penas troca en gozoso tálamo,
y da a gustar a tu amante leche y miel!
                                                                                        (47)
Por el contrario, el anuncio de llegada de la amada es saludado con insólita y fría seguridad en estos dos versos iniciales de una moaxaja:

¡Saludos a la joven gacela
aunque el fuego de su amor me abrase!
                                                                                  (69)
¿Dónde está tanta pasión, tanto arrebato? ¿Por qué, ahora que llega la amada, es tan lacónico su recibimiento? Sólo se entiende como inevitable protocolo dirigido a los mensajeros que anuncian su llegada, o bien porque la amada llegue acompañada por su séquito. De ahí la frialdad del saludo, aun con la inevitable constatación de que quedan los rescoldos que la ausencia ha provocado. Y así, las dos siguientes estrofas de la moaxaja van transitando con esa estudiada distancia con que habla de la amada en tercera persona:

La vida de su voluntad depende,
junto a ella los muertos resucitan.
                                                                           (69)
Pero, en la tercera estrofa, tras un primer verso que mantiene el mismo tono y el mismo tiempo, vuelve en el segundo, repentinamente, a la cercanía de la poesía del “tú” con un interrogante de reproche a la amada:

Sus cabellos son dorados, perfecta su hermosura,
¿cómo puedes, ¡oh gacela!, devorar cual león?
                                                                                              (69)
Ahora el poeta sufre con la presencia de la amada, porque, en ese inquieto no vivir de la cárcel del amor, no puede evitar el pensar en la inminente partida. Y, entonces, de nuevo el tono lastimero toma cuerpo. En la explícita  declaración de amor ya no hay dudas. Ha desaparecido el dolor por la prisión y la angustia por la ausencia. El acercamiento, el requiebro, debe ser comedido para evitar que huya la gacela-amada. Se adivina ahora la intimidad del momento:

No te alejes, gacela, que mucho te he querido desde siempre.
Eres mi amor y mi deleite, me basta tu favor, ¡me basta!
                                                                                                             (73)
La ausencia y la presencia se muestran, a menudo, contrapuestas y, consecuentemente, la antítesis aparece paralelamente en la descripción metafórica y en sus correspondientes efectos:

Víboras son tus mejillas, mas de ellas fluye bálsamo;
al ausente torturan, al que está cerca sanan.
                                                                                             (51)
Y si la llegada es la esperanza, la partida es la muerte. La solicitud a la amada para que se apiade de su corazón, en el que “siempre” ha morado, nos habla, desde la primera separación, de la “muerte que provoca la ausencia:

         Cierva graciosa, ten piedad del corazón en el que siempre moraste;
Bien sabes que el día de tu marcha me hará morir tu ausencia.
                                                                                                                              (61)
Es la causa por la que se ofrece como cordero al sacrificio. La vida es ya por entero de la amada, y el amante está dispuesto a hacer lo que le pida, aunque, tras tanta seguridad mostrada en su primer ofrecimiento, ante la posibilidad de la muerte, no puede por menos que apuntar una cierta debilidad final, entre la súplica y el deseo:
¡Aquí me tienes si deseas mi muerte! ¡llámame y responderé!
No hay en mi boca engaño, ¡te lo juro! Pídeme lo más arduo.
Pocos son mis días y tuya es mi vida, ¡ojalá la alargaras!
                                                                                                (65)
La “muerte” se repetirá en cada partida. El nuevo viaje de la amada, con esa metáfora marinera de la dura separación (llevada a cabo por la propia amada) y por el oneroso peso que le ocasiona, termina en una bella antítesis entre llegada y partida, entre vida y muerte:

Desde que al partir soltó mis amarras,
suplico sin que nadie me atienda.
¿Qué ocultaré? Mi morada me delata,
mis lágrimas no disimulan mi mal,
tan pesado que no puedo resistirlo.
Un día da la vida, otro la muerte.
                                                                        (83)
Pero la muerte no es una muerte definitiva sin posible retorno. Diríamos que es una especie de “muerte larvada”, que sólo necesita un mínimo atisbo de la presencia de la amada para que el amante resucite. La patente hipérbole del primer verso nos hace pensar en ese tipo de muerte amorosa de la que se puede retornar. Y es que el amor todo lo puede. Bastará el leve sonido de las campanillas de manto de la amada o una pregunta suya para volver a la vida al amado que, enseguida, se interesará  por ella:

Si después de mi muerte llegara a mis oídos
el tañir de campanillas doradas del borde de tu manto,
o preguntaras cómo le va a tu amigo, desde el se’ol
me interesaría por tu amor y bienestar.
                                                                                        (57)
Y, de nuevo, comenzará el repetido ciclo de ausencias y presencias, de ortos y ocasos, de muertes y resurrecciones. Pero, a veces, para no tener que padecer esas “muertes” provocadas por la partida, el poeta-amante pone saludos de ánimo en la boca de la amada para que el viento los haga llegar hasta él. Palabras que son el hilo de un recuerdo que le mantiene vivo. Otra vez utiliza el texto narrativo, con la constatación del día y lugar donde se selló el pacto de amor, para dar verosimilitud al relato:

Sobre las alas del viento pongo mis saludos
cuando hacia mi amado sopla con el calor del día;
sólo  pido que recuerde el día de su partida,
cuando hicimos un pacto de amor junto al manzano.    
                                                                                         (89)
El clímax de la resurrección viene dado con la consumación del amor. La relación metafórica pechos-manzanas pone de manifiesto la erótica del relato, con la antítesis de bálsamo y herida que provocan. De nuevo se impone el texto narrativo, utilizando el tiempo pasado:

Recuerdo el día en que me prometió
devolverme a la vida, y lo cumplió:
con dos manzanas confortó
mi alma, que volvió a mi cuerpo,
no sin antes haberme con ellas traspasado.
Se abrazó a mi costado durante todo el día,
y al ponerse el sol se retiró
para marcharse a casa, gritando amargamente.
                                                                                            (71)

libro Yehuda Ha-Levi, Poemas, con introducción traducción y notas de Ángel Sáenz-Badillos y Judit Targarona Borrás, y estudios literarios de Aviva Doron, en edición bilingüe, editado por Clásicos Alfaguara. El trabajo está hecho sobre los 21 poemas iniciales que comprende el apartado “Poemas de amor y vino”.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Yehudah Halevi . Poeta Judio.

Yehudah Ben Samuel Halevi (en hebreo: יהודה הלוי ; Abu-I-Hasan ibn Leví, entre los árabes; Judá Leví en Occidente), nació en Tudela (Navarra), ca. 1070/75, y muere en Jerusalén, c. 1141. Filósofo y médico judío español y, sobre todo, junto con Ibn Gabirol y Samuel ibn Nagrella, uno de los poetas judíos más excelsos de la literatura hispanohebrea, inventor del género sionida, expresión de amor por la Jerusalén lejana; su obra poética fue tanto religiosa como profana.

Biografía

Los datos sobre su vida son difusos. Está probado que no era de Toledo, sino de Tudela; muy joven, recibiría el influjo de la vida cultural de la musulmana taifa de Zaragoza, regida entonces por los Banu Hud, y en cuya corte literaria se encontraban intelectuales judíos, como Selomoh ibn Gabirol, ibn Yannah, Bahya ibn Paquda, Leví ibn Tabban, poetas y pensadores, y el botánico ibn Buklaris. A ello hay que añadir que, coetáneamente a Ibn Nagrella en Granada, en Zaragoza el cargo de visir estuvo ocupado por judíos: Yekutiel ben Isaq (bajo Al-Mundir II) y Abu al-Fadl ibn Hasdai (bajo Al-Muqtadir, Al-Mu'tamin y Al-Musta'in II).
Mozo aún, para pasar a Andalucía tuvo que atravesar Castilla. De Córdoba se dirigió a Granada, donde Moseh ibn Ezra ocupaba un puesto importante y le mandó llamar. Los disturbios políticos de al-Ándalus le obligaron a volver a la España cristiana, asentándose en Toledo, donde trabó amistad con el magnate de Alfonso VI, Yosef ibn Ferrusel (Cidellus), funcionario de Alfonso VI, quien lo protege, y de esa época es la jarcha en romance escrita con motivo de la reconquista de Guadalajara en 1080. El empleo de versos de la lengua popular rematando una composición literaria era hábito frecuente en al-Ándalus entre los poetas arabigo-andaluces.
Habiendo sido discípulo de Yishaq Al-Fasi, uno de los más famosos talmudistas de al-Ándalus, conocía en profundidad la Biblia hebrea, la literatura rabínica, la poesía árabe, la filosofía griega y la medicina.
En su estancia en Toledo escribió Diván (Dìwan), una colección de poemas profanos escritos en hebreo, en los que hace un canto a la amistad, el amor y la naturaleza. En esta obra incluye también poemas religiosos que posteriormente se emplearían en la liturgia judía, en los que expresa su anhelo de Dios y Sion y su esperanza en la redención mesiánica del pueblo judío. Escribió también el Libro del Jazar, diálogo en árabe en el que explica el judaísmo a un converso.
Después de 1108 parece que Yehudah volvió a Córdoba, cuando el poderío almorávide se desmoronaba. A pesar de la situación insegura de los judíos, no quiso regresar a Toledo, donde había ejercido la medicina entre los cristianos, y decidió seguir la ruta que se había marcado en una obra compuesta entre 1130 y 1145 en defensa del judaísmo, y partió hacia Tierra Santa (¿1135-45?). No es seguro, sin embargo, que el autor de tantos suspiros por Sion llegara a su destino. Varios años se quedó muy cerca, en El Cairo, festejado por los notables judíos de la ciudad. La idea de Yehudah asaltado y muerto por un bandido a las puertas de Jerusalén mientras recitaba una sionida no es más que una bella leyenda; se ha datado el año de su muerte hacia 1141.

Su poesía

Está considerado como el mejor poeta medieval en lengua hebrea. Su obra poética es muy extensa, inspirándose en los temas más variados: el amor, la amistad y el mar. Del Diwan escrito en Toledo se convervan panegíricos, cantos de boda, elegías y composiciones autobiográficas.
Poeta culto, autor de una poesía lírica rica en metáforas y descripciones, donde abundan las reflexiones filosóficas y religiosas. Utiliza diversas métricas y estrofas. Son famosas algunas de sus jarchas profanas escritas en el naciente romance, al final de las moaxajas y de gueulot y ahavot de temática religiosa, entre las que destaca El Quesudá o Himno de la creación:

¡Dios mío! ¿Con qué te compararé,
si semejanza no hay en ti?
¿Con qué te asimilaré,
si toda forma es estampa de tu sello?
Enaltecido estás sobre toda potencia,
y te sublimaste por encima de todo pensamiento.
¿La palabra de quién te ha contenido?
¿Y la lengua de quién te ha comprendido?
¿Acaso habrá corazón que te haya alcanzado
y ojo que te haya divisado? (Himno de la Creación, I, v. 1-10)

También es famosa su descripción de una tempestad en el mar, cuando viajaba hacia Egipto. Fue el creador del género poético-religioso de las Siónidas.
Su pensamiento es muy interesante por confluir en él las civilizaciones hebrea, árabe y cristiana, y porque representa la posición judía ortodoxa frente a las religiones cristiana y musulmana, pero también frente al pensamiento filosófico-teológico de origen griego.
Su principal obra es el llamado El Kuzarí o, en su texto árabe original, Kitab alhuyya wa-l-dalil fi nusr al-din al-dalil, es decir, Libro de la prueba y del fundamento sobre la defensa de la religión menospreciada, escrito entre 1130-1140, y compuesto de cinco discursos. El nombre dado al libro, El Kuzarí, se debe a que el autor presenta en su obra a un rey pagano —el rey de los Kuzares— que quiere conocer la verdadera religión y que, tras acudir a filósofos aristotélicos, a cristianos y a musulmanes, solo encuentra la verdad en las fuentes bíblicas del judaísmo, de las que ya le habían hablado, pero que solamente un sabio judío ortodoxo le revela en toda su verdad e integridad. Así, hace una apología del judaísmo y de lo que llama «la verdadera revelación» y, aún siendo una obra de carácter principalmente edificante y apologético, abundan en ella los conceptos teológicos y filosóficos. Constituye un extraordinario compendio de tradiciones orales y costumbres semitas.
La facilidad de improvisación poética, la hondura del pensamiento y el acendrado amor al judaísmo son las notas más características de Yehudah. Hombre de carácter amable, era bien recibido en todas partes y hacía la delicia de los contertulios por su facilidad para componer versos de tema o rima forzada; esta era una habilidad muy estimada entre los árabes, que gustaban de organizar competiciones de improvisación en sus tertulias literarias, e igualmente lo fue entre los judíos españoles, fuertemente arabizados.
Durante el califato de Córdoba, Dunas ben Labrat había introducido en la poesía hebrea la métrica árabe y la temática profana, anacreóntica, de la escuela de Bagdad, llamada «moderna» para distinguirla de la antigua beduina pre-islámica. En esta poesía «moderna» se cantaba la hermosura masculina y femenina, la belleza de las flores, la alegría del vino y el placer de los banquetes, y tiene numerosas poesías hebreas de este género, aunque sin llegar a la procacidad de algunos autores árabes, norma de moderación que en general siguieron todos los poetas hispano-hebreos.
Con el paso del tiempo empiezan a abundar en Yehudah las elegías por los amigos que mueren y se imponen los temas filosóficos y religiosos. El género zuhd de los árabes, cargado de tópicos sobre el desprecio del mundo y el elogio del ascetismo, está en frase de Millás Vallicrosa, «entonado por una emoción bíblica» y no falta la influencia de la poesía moral de Ibn Gabirol. El tema mesiánico se hace más presente con la ocupación por los cruzados de Jerusalén y la aparición en Córdoba del falso mesías Moseh Drai, en 1130, la fecha precisamente que había soñado Yehudah como la del comienzo de la Edad mesiánica, probablemente influido por el científico Abraham bar Hiyya que la había calculado para 1135. Un siglo después, Nahmánides haría otro cálculo semejante.
El amor a Sion llevó a Yehudah a dirigirse a Tierra Santa y en su viaje marítimo compuso una serie de poesías sobre el mar. Llegado a Alejandría, encontró excelente acogida y, aunque al cabo de mucho tiempo prosiguió su viaje hasta Damieta, se quedó allí cerca de dos años y volvió a El Cairo. Su estancia en Egipto revivió en él el gusto por la poesía profana, que alternó con la de nostalgias por Tierra Santa.
Como otros grandes poetas de su época (entre los que se cuentan grandes rabinos y eruditos de la época, líderes de la comunidad como Ibn Gabirol, Semuel ibn Nagrella o Moses ibn Ezra), Halevi cultivó la poesía homoerótica, género que era habitual tanto entre los poetas hispanohebreos del «Siglo de Oro» de la literatura hispanohebrea como entre sus coetáneos musulmanes.

Géneros poéticos

Yehudah es el creador del género sionida, poesía generalmente de forma qasida, en la que se manifiesta un ardiente deseo de encontrarse en Jerusalén. Cultivó también un género ya existente, el de la ahabah o amor entre Dios, amante esposo, y del pueblo elegido, la amada al modo del Cantar de los Cantares. Entre otras poesías de carácter religioso, también, figuran las de lamentación por el destierro, geulah, y los himnos de alabanza al Creador. En ese tipo de poesía había sobresalido Selomoh ibn Gabirol con su Corona real (Kéter Malkut), imbuida de filosofía neo-platónica y conocimientos astronómicos; Yehudah tiene menos fuerza filosófica y menos cientifismo, pues le interesa más la Biblia que la Filosofía y las Ciencias, pero gana en lenguaje poético y sentimiento religioso, como se ven en su famoso Himno de la Creación, de una perfección clásica. El despego por la filosofía está patente en su obra apologética titulada Kuzari, en la que ante el rey de los jázares defienden sus creencias respectivas un filósofo, un cristiano, un musulmán y un judío, que será el que logre convencer al rey.

Obras sobre religión judía

Para Yehudah la prueba de la verdad de la religión judía no está en razones filosóficas, sino en los hechos históricos de la Revelación y los milagros hechos por Dios al pueblo judío, que posee la fuerza divina impresa por Dios a Adán y que se fue transmitiendo a un solo hombre de cada generación hasta llegar al patriarca Jacob, que la transmitió a todos sus descendientes. Esta teoría era de origen musulmán, no judío, aunque ya la utilizó Abraham bar Hiyya. Para los musulmanes, la luz divina se transmitió de generación en generación hasta llegar a Mahoma. En última instancia, el fundamento está en la filosofía neoplatónica que defendía la emanación de sustancias espirituales directamente del Uno o Dios. El Kuzari la escribió en árabe con el título de Libro de la prueba y del fundamento sobre la defensa de la religión despreciada, traducido luego al hebreo por Yehuda ibn Tibbon. Responde al ambiente polémico religioso medieval y es una defensa de la religión judía, un canto de su excelencia sobre las demás, a las que reconoce también cosas buenas.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Almanzor, El Victorioso --- II ---

ALMANZOR SE PROTEGE
   Aquella conspiración hizo tambalearse peligrosamente el trono, planteando problemas que urgía remediar. La implicación en el complot de algunos ulemas y la posición adoptada por parte de los alfaquíes reflejó claramente el rechazo que éstos sentían hacia la forma de gobierno que se estaba afianzando en al-Andalus.
   Para apaciguar los ánimos y desmentir el escaso respeto por la ley islámica que se le imputaba, Almanzor ordenó que la famosa biblioteca reunida por al-Hakam II fuera expurgada de toda obra vinculada a las disciplinas que los ulemas condenaban, como lógica, filosofía y astrología. Además, puesto que la amenaza de que un omeya se adueñara del califato seguía latente, Almanzor maniobró para cerrar el paso al mayor número posible de parientes de Hisham II.

   Pero, a pesar de los esfuerzos para ocultar los defectos del califa, era cada vez más evidente que éste siempre necesitaría a alguien que gobernase en su nombre. De todo ello salía reforzada la posición de Almanzor, pero, al mismo tiempo, lo volvía el blanco visible de todas las intrigas. Cada vez más preocupado por su propia seguridad, decidió construir, lejos de las intrigas del alcázar califal, su propia ciudad-palacio: al-Madina al-Zahira, al " Ciudad resplandeciente ", a la que poco a poco transfirió toda la actividad de gobierno.
   Paralelamente, se libró de manera inflexible de todos aquellos que se le oponían por ambicionar su puesto; entre ellos cayó su propio hijo mayor, Abd Allah, al que mandó ejecutar. Por último, y a fin de contar con tropas cuya fidelidad estuviera fuera de toda duda, se rodeó de bereberes emigrados recientemente a la Península y que, por no estar directamente implicados en los juegos políticos de al-Andalus, le resultaron de gran utilidad. Los contactos establecidos antaño en el Magreb se revelaban así muy útiles para el hayib.

LA AMBICION CUMPLIDA
   En los tres primero años del califato de Hisham, Almanzor lanzó 8 campañas contra el norte cristiano. Esta intensa practica del yihad, que tenía como objetivo principal lograr un mayor consenso en al-Andalus, afinó los conocimientos militares de Almanzor, siendo Galib su maestro.
   Sin embargo, era éste quien seguía siendo considerado el héroe de todos los héroes, perjudicando las ansias de poder de Almanzor. Por su parte, Galib estaba alerta, persuadido de que su yerno pretendía excluirle del gobierno. La ruptura entre los dos fue inevitable y, en 981, tras diversos enfrentamientos, Almanzor venció inesperadamente a su suegro, quien murió en la batalla.
   La eliminación de la autoridad moral representada por Galib allanó el camino de Almanzor hacia la cumbre del poder, proporcionándole, al mismo tiempo, el sobrenombre honorífico de al-Mansur, que glorificaba sus éxitos militares y su papel como baluarte del califato y del Islam andalusí, papel que desempeñaría hasta su muerte.
   Imbuido de su papel de único hayib de al-Andalus, Almanzor empezó a buscar cada vez mayores reconocimientos, como el besamanos para él y sus hijos, que en principio era una prerrogativa exclusiva del califa. Se dice incluso que en 991 habría consultado a visires y alfaquíes sobre la posibilidad de ser entronizado como califa en lugar del inútil Hisham, una iniciativa que quedó en papel mojado. Además, hacía años ya que Subh estaba descontento con las actuaciones de Almanzor, quien a su vez, poco a poco, la había apartado del gobierno. Encima, Almanzor estaba intentando que su hijo Abd al-Malik fuera reconocido como heredero de su función de hayib para poner los cimientos de su propia dinastía.

LA CONSPIRACIÓN
   En 996, en un intento de poner coto al desbordado personalismo de Almanzor, Subh urdió una conspiración para derrocar el régimen amirí, apoyada por el entorno califal y por los adversarios de Almanzor que querían convertirse en los nuevos tutores del califa. Fue una crisis muy grave, que convulsionó al-Andalus durante mucho tiempo.
   Pero Almanzor la superó y en 997 reafirmó su grandeza y autoridad con una de sus campañas más célebres: la toma y el saqueo de Santiago de Compostela, una de las mayores afrentas infligidas a la cristiandad por los soldados del Islam. Poco después, con su poder acrecentado, Almanzor se reconcilió con Hisham, a quien se renovó el juramento de fidelidad, aunque bajo la condición de que delegara oficialmente todo el poder en Almanzor. Este acuerdo selló la derrota definitiva de Subh, quien murió poco después. Desde entonces nada turbó el peculiar equilibrio que se había establecido en la gestión del poder andalusí.

 LA ULTIMA CAMPAÑA.
   Almanzor había superado los 60 años, y su salud acusaba lo que, para aquellos tiempos, era ya una edad avanzada. A finales de junio de 1002 y a pesar de encontrarse muy enfermo se puso en marcha contra Castilla, en la que sería su última campaña militar.
   Almanzor se encontraba tan desmejorado que hasta el trote del caballo lo atormentaba: a menudo se veía obligado a dejar su corcel para tenderse en una litera llevada a hombros. Tras algunas operaciones militares de poca relevancia y con el hayib empeorando a ojos vista, se decidió regresar a Medinaceli, capital de la Frontera Superior, en la actual provincia de Soria. Los últimos días los pasó rodeado de sus poetas, que alegraron su agonía exaltando con versos su gloria y recapitulando sus hazañas, como primer peldaño de lo que sería su figura legendaria.
   Uno de sus visires describió sus últimas horas: " Encontrándose mejor, quiso ver a algunos de sus notables. Me acerqué a su cama y vi que, envuelta en sus sábanas, se encontraba tan sólo la sombra de lo que había sido. No podía hablar y era evidente que se encontraba más cerca de  Alá que de nosotros ...Falleció el 9 de agosto de 1002. Habiendo dispuesto descansar en las fronteras, le dimos sepultura en el alcázar de Medinaceli. Envolvimos su cadáver en las mortajas que sus propias hijas habían tejido, y esparcimos en su cuerpo el polvo que después de cada campaña se había sacudido cuidadosamente de sus trajes, guardándolo para la ocasión ".

   Su visión política siguió intacta hasta el final. Cuando su hijo Abd al-Malik acudió a su lecho de muerte, él lo despidió angustiado: " ¡ Digámonos adiós ya ! ¡ Coge tropas de confianza y corre a la capital ! ¡ Si no estás allí antes de que llegue la noticia de mi muerte, todo estará perdido !". Llegado a Córdoba, Abd al-Malik pudo neutralizar a quienes ambicionaban sustituir a Almanzor y se hizo nombrar hayib. Pero Almanzor sabía que no se debía prescindir de la máscara de legitimidad que sólo un califa como Hisham podía proporcionar.
   Estaba en lo cierto. Cuando más tarde, en el año 1009, el tercer habyib amirí, hijo menor de Almanzor, impuso su nombramiento como heredero del califa, rompiendo con la tradición de gobierno afianzada por su padre y su hermano, todo se vino abajo y, en palabras de un historiador, " la dinastía de los amiríes desapareció como si nunca hubiese existido ".

Texto Laura Bariani
Investigadora de la Universidad Complutense de Madrid.
HISTORIA, National Geographic.

jueves, 12 de septiembre de 2013

ALMANZOR, El Victorioso. -- I ---


   Fue la pesadilla de los soldados cristianos que intentaban contener el avance hacia el norte de los ejércitos andalusíes; así lo atestiguan el hecho de que los musulmanes le dieran el título de al-Mansur, " el Victorioso ", que las crónicas cristianas transformaron en Almanzor, el más legendario de los generales del Islam en la península Ibérica. Bajo su mano de hierro, las expediciones militares del califato cordobés llegaron hasta Barcelona, Pamplona, León o Santiago de Compostela, emblema del orbe cristiano.

LA VERDADERA HISTORIA.
   Esta figura de militar invencible le dio gran predicamento entre los andalusíes, lo que aprovechó para establecer un gobierno cada vez más concentrado en su persona. Su vida, llena de intrigas cortesanas, políticas y militares, lo tuvo todo para convertirlo en una leyenda, y eso es lo que sucedió. Pero, ¿ quién fue en verdad Almanzor ?
   Los poetas de su propia corte cantaban su antiguo e ilustre linaje árabe, así como el papel supuestamente glorioso que sus antepasados, los amiríes, habrían desempeñado en la historia de al-Andalus, esto es, del Islam peninsular. Se dice que los amiríes eran señores pudientes, asentado en Torrox, cerca de Algeciras, en la concesión territorial que el primer amirí llegado a al-Andalus recibió como recompensa por su participación en la conquista de la Península, en el año 711. No obstante, según otros testimonios, cuando Muhammad ibn Abi Amir ( Almanzor ) vio la luz en Torroz, en torno a 939, se consideraba a los amiríes de " condición humilde ".
    En su juventud Almanzor se mudó a Córdoba para estudiar como cadí ( juez ). Estaba en la treintena cuando entró a formar parte de la administración del califa al-Hakam II, quien le encargó algunas misiones en el Magreb. Almanzor aprovechó la ocasión para establecer fructíferas relaciones con jeques bereberes y con personalidades del ejército omeya, como el general supremo Galib.
   Pero el momento clave de su escalada al poder fue su nombramiento como administrador del príncipe heredero Hisham y de la madre de éste, Subb. Favorita durante muchos años del califa al-Hakam, Subb se proponía utilizar todos los medios disponibles para que su hijo fuera el heredero del trono y pudiera mantenerse en él. Para conseguir sus propósitos necesitaba a una persona de confianza que la conectase, desde el harén, con el ámbito de las decisiones políticas. Almanzor se convirtió así en su brazo derecho y en el valedor de las aspiraciones de Hisham, situación que aprovechó para empezar su andadura hacia el poder.

UNA INTRIGA DECISIVA.
   Corría el año 976 y el califa al-Hakam II yacía gravemente enfermo. Desde hacía tiempo, las riendas del poder estaban en manos del visir Yafar al-Mushafi, en general considerado un mal gobernante ( y del que se dice que fue quien introdujo a Almanzor en palacio ).
    A pesar de que al-Hkam había impuesto que se prestara juramento de fidelidad a su hijo Hisham - lo que implicaba su investidura como califa por anticipado -, la posición de éste seguía siendo incierta, puesto que, a causa de su corta edad, no cumplía todos los requisitos necesarios para acceder al califato.
   Éste, según la ley islámica, podía ser reivindicado por cualquier miembro adulto del quraysh, la tribu de Mahoma, de la que los omeyas - la familia a la que pertenecían los califas andalusíes - eran una rama. No en vano, muchos cuestionaban el valor legal del acto del juramento prestado a un niño de once años, prefiriendo como sucesor al hermano de al-Hakam II, al-Mughira.
   El 30 de septiembre de 976 al-Hakam exhaló su último aliento y enseguida las facciones más influyentes del entorno califal comenzaron a maniobrar para imponer a sus respectivos candidatos. Los partidarios de Hisham -guiados por al-Mushafi y con Almanzor a su lado- no dudaron en asesinar a al-Mughira, expeditivo método para disuadir a los demás omeyas de proponer otro candidato al título califal. Mientras, Subb movilizó ingentes sumas de dinero para lograr que los notables dieran el visto bueno al nombramiento del pequeño Hisham.


   Apenas subido al trono, el joven califa honró a al-Mushafi con el cargo de hayib ( primer ministro ), convirtiéndolo en la práctica en su propio regente. Almanzor - que había sobornado a los notables por orden de Subb y mandado asesinar a al-Mughira por orden de al-Mushafi- fue nombrado visir y recibió el encargo de transmitir al consejo de gobierno las decisiones que, desde el harén, Subh tomaba en nombre de su hijo, lo que le permitió participar en la gestión del poder. Los rumores de un vínculo amoroso entre Subh y Almanzor no faltaban; en todo caso, ambos compartieron durante muchos años un mismo objetivo: mantener a toda costa a Hisham en el trono.

MAS QUE UN VISIR
    Poco después, aprovechando la delicada transición política andalusí, grupos de cristianos violaron los territorios musulmanes, y el hayib al-Mushafi fue acusado de no responder con el debido vigor en la defensa de las fronteras. Almanzor, que ya era general, aprovechó la coyuntura para reforzar su posición apelando al yihad: él mismo guiaría las tropas contra los cristianos, en nombre del joven califa. A pesar de su escasa relevancia estratégica, aquella campaña consolidó la figura de Almanzor: fue nombrado general supremo de las tropas de la capital y jefe de toda la expedición, junto al renombrado general de las fronteras, Galib, con cuya hija se casó.
   Fuertes por sus victorias, los dos generales acordaron eliminar al desacreditado hayib al-Mushafi y hacerse con su poder. Muy pronto, una orden del califa obligó a al-Mushafi a compartir su cargo con Galib. Finalmente al-Mushafi fue arrestado y su función la asumió Almanzor, aunque siempre en compañía de Galib.
   La ascensión de Almanzor  reforzó el acuerdo político con Subh, lo que incrementó los rumores de una relación amorosa entre ambos. Algunos miembros de la corte califal señalaban incluso que la Señora Madre no dudaría en perjudicar a su propio hijo con el fin de consentir a su amante el ejercicio en solitario del poder. De hecho, Hisham II llevaba una vida cada vez más retirada, y en un momento dado se comunicó que había decidido dedicarse en cuerpo y alma a adorar a Alá.


   Algunos historiadores afirman que fue Almanzor quien obligó a Hisham a vivir en completa soledad, lo cual habría perjudicado su salud mental. Pero otros mencionan sus defectos, celosamente ocultados, y su evidente incapacidad para desempeñar el cargo de califa. Hay quien considera que Hisham sufría severos problemas de motricidad, que tenía la parte izquierda del rostro paralizada y que, a medida que crecía, menguaban sus capacidades intelectuales.
   Esta teoría, además de abrir nuevas perspectivas sobre el período amirí, explicaría que Subh consintiera el aislamiento de su hijo en la corte, tanto más cuanto que su precaria integridad física y mental podía poner en peligro su continuidad en el trono, de la que dependía el poder de hecho de Almanzor. Aunque el califa desapareció de la vida pública, Almanzor cuidó de mantener intactos los signos exteriores de su soberanía y de atribuirle toda decisión política.
   Pero la peculiaridad de la situación era propicia a todo género de intrigas. A finales de 978, un grupo de dignatarios y ulemas ( los doctores de la ley islámica ) se conjuró para destronar al califa niño y sustituirlo por un omeya adulto. en el proceso que siguió, la mayoría de los alfaquíes ( juristas ) juzgó a los acusados inocentes por no haber llegado a cometer el delito. No obstante, Subh y Almanzor consideraban preciso infligir un castigo ejemplar a los conjurados, como aviso para cualquiera que se obstinase en no aceptar a Hisham como califa, y a la postre los cabecillas del complot fueron ejecutados.