domingo, 22 de septiembre de 2013

ALMANZOR : El terror de la España Cristiana.

   El verdadero " reinado " de Almanzor se extendió a lo largo de 20 años, en los que se aplicará, de manera singular, a combatir a los cristianos del Norte, simultaneando su actividad con el mantenimiento de un protectorado omeya en Berbería occidental. En cuanto a al-Andalus, nunca se vivió mejor. Administrado con vigor y justicia, el país prosperaba y las arcas del Estado estaban llenas. La vida se abatará y tanto las ciudades como los campos, disfrutarán de bienestar y riqueza. Los esclavos cristianos apenas se cotizarán en los mercados, ya que el general victorioso los trae a millares a Córdoba después de cada aceifa.
   Nada más instalarse en al-Zahira, Almanzor hará saber que Hisham desea dedicar su vida a la piedad, y que delegaba en él todos los asuntos del reino. Nadie está autorizado a visitar al califa ni a entrar en su gineceo si no es con un permiso oficial y el Alcázar cordobés donde reside el infeliz califa será rodeado de un muro y custodiado por una policía particular, que aísla del mundo aquella pobre criatura. A los cordobeses no les gustaron mucho estas disposiciones, pero acallaron sus escrúpulos viendo que su ciudad estaba más tranquila y segura que nunca y administrada con toda propiedad.
   Todos parecían, más o menos, contentos excepto el general Galib que consideraba que Almanzor se había pasado, despreciando y humillando a la dinastía omeya a la que él llevaba tantos años sirviendo con fidelidad. Almanzor, a pesar de que era su suegro, decidió librarse de él. Galib tenía ya cerca de ochenta años, pero todavía era buen guerrero al que no faltaban ánimos para combatir. Hizo venir, desde áfrica, a Cha´far ben Alí ben Hamdum, que gozaba de un gran prestigio militar, acompañado por fuerzas beréberes.
Una vez en España, estas fuerzas fueron armadas y dotadas dotadas de buenos caballos con lo que se convirtieron en los más fieles a la causa de Almanzor. Junto a los mercenarios cristianos, constituyeron el grueso del ejército musulmán, mientras que los árabes fueron distribuidos entre diferentes fuerzas sin que se tuviera en cuenta su origen tribal.
   Aunque existen diferentes versiones, tal vez la más fidedigna sobre cómo Almanzor se deshizo de Galib, sea ésta:
   Ibn Abi´Amir, fue invitado por Galib a una fiesta familiar en el castillo de Atienza, distante unos 40 km de Medinaceli. En dicha fiesta, el viejo general le reprochó su comportamiento y le dio un sablazo en la mano. Almanzor tuvo que huir y entre ambos se declaró una guerra sin cuartel. Ocupo, por su cuenta, Medinaceli y se apoderó de todas las riquezas de Galib, repartiéndolas entre sus tropas. El general, por su parte, pidió ayuda al conde de Castilla y al rey navarro. El primer encuentro se saldó a favor de Galib, pero su yerno no estaba dispuesto a dejar las cosas así. Provocó una segunda refriega, acompañado del general africano Alí ben Hamdun, de uno de los tuchibíes aragoneses y de otro oficial de gran valor, Ahmad ben Abd al-Wadud.
Marchó de Medinaceli a Atienza y acampó junto a los muros del castillo de San Vicente. Era el 8 de julio de 981. Galib acudió con las tropas que le seguían siendo fieles, las del conde de Castilla, con Garcí Fernández a la cabeza y los contingentes vascones dirigidos por Ramiro, el hijo del rey, Sancho Garcés II Abarca. Galib recorría el campo infatigable, animando a los suyos, pero bien pronto vio que no podría con su enemigo. Dio grandes muestras de valor, entregándose a la lucha en cuerpo y alma, pero para su desgracia y fortuna de Almanzor, su caballo tropezó y el pomo de la silla de montar le partió el pecho. su mano, con el anillo puesto y su cabeza, fueron llevadas a Ibn Abi´Amir, que no se cansaba dar gracias a Alá por haberle favorecido en tal medida. Los cristianos huyeron a la desbandada y fueron masacratos por las fuerzas de Almanzor. Entre ellos, pereció Ramiro, el príncipe pamplonés. Garci Fernández tuvo más suerte, pues escapó con vida, pero no escapó de que sus dominios fuesen saqueados por el ejército victorioso.
 

El horizonte no podía estar ya más despejado para el vencedor del valiente Galib. A partir de entonces adoptaría el sobrenombre honorífico por el que será, por siempre conocido, el de al-Mansurbi-llah, " el victorioso por Alá ", y fue pronunciado en las mezquitas después del de Hisham. También se rodeó de una rígida etiqueta palaciega y mandó que se le diera el tratamiento de " Señor ". Sobre 996 se otrogó a si mismo otro título soberano: el de mali karim, "noble rey ".
   En este mismo año hubo una intentona para que Hisham recuperase el poder, en la que intervino Subh. La vascona no estaba aún derrotada y su hijo había llegado a los 30. La supuesta regencia de Almanzor ya no tenía razón de ser y el califa había de restaurar la gloria de su dinastía. Los emisarios de Subh hablaban de la eminencia de un golpe de estado para restablecer la autoridad del verdadero califa. Almanzor tuvo noticias de todo esto a través de su eficaz policía secreta, así como de que subh estaba sacando sumas de oro del Alcázar para su propaganda política y para sobornar a importantes personajes. En un consejo de gobierno, Almanzor desautorizó a la princesa madre y el oro sacado volvió al erario público. También se preocupó de mostrar a Hisham a una población en la que muchos no le habían visto nunca.  Lujosamente ataviado, le hizo recorrer las principales calles de la población... y le hizo, también, refrendar un acta por la que el incapaz Hisham reconocía a Almanzor todas las prerrogativas del gobierno.

   Hasta su muerte en 1002 nadie perturbará la paz del Alcázar. Todos los que le había hecho sombra en un momento determinado, habían desaparecido de la escena social y política. Sólo quedaba el general magrebí Ali ben Hamdun, que fue hábilmente suprimido. Su gran popularidad le había ganado la simpatía del pueblo y de otros altos dignatarios, y no quería a nadie a su alrededor que le fuese a ofrecer un atisbo de rivalidad.
A la salida de una fiesta dada por Almanzor, en la que el general bebió en grandes cantidades, unos esbirros, por cuenta del caudillo musulmán, le mataron sin que pudiera defenderse. Almanzor, de forma hipócrita, no dejaba de lamentarse por esta muerte del que decía era uno de sus mejores amigos y aliado.
   En 989 desbarató una conjura contra él, llevada a cabo por unos de sus hijos, Abd Allah ben Abi Amir, y un personaje de origen omeya, Piedra Seca, que era gobernador de Toledo. El hijo quería derrocarle y ocupar su puesto. Pero todo salió mal. Abd Allah, refugiado junto al conde de Castilla, acabó por ser entregado a su padre, que lo ejecutó con la mayor frialdad. En cuanto a Piedra Seca, acogido en la corte de León, sufrió una suerte parecida. Llevado a Córdoba, pasó el resto de su vida en prisión.