
Los acontecimientos que siguieron a estos hechos, tienen no pocas controversias. Según los cristianos, enterados los musulmanes de que en Asturias había estallado una insurrección visigoda, enviaron, para reprimirla al ejército, al mando del general Alqama junto al metropolitano de Sevilla, don Oppas, hermano o hijo del difunto rey Witiza. Pelayo se refugió en el monte Auseba, un monte considerado mágico ya en época prerromana, y se protegió en una gruta, la Cueva de Santa María que más tarde se llamaría de Covadonga. Don Oppas fue enviado a parlamentar con Pelayo para invitar al rebelde y a sus menguadas fuerza, a rendirse, pero sus insinuaciones fueron rechazadas por los resistentes cristianos que le acusaron de traidor a su gente y a su religión.

Este desastre sarraceno es pronto conocido por el gobernador musulmán de Asturias, Munuza, que está instalado en Gijón. Amedrentado por los hechos, evacua el país, sus tropas son aniquiladas y él muere mientras busca la forma de llegar a territorio amigo.
La versión árabe hablad e un pequeñísimo número de cristianos sublevados, desprovistos de víveres, aislados por completo hasta el punto de tener que alimentarse con hierbas y miel silvestre. Su situación es tal que desdeñan atacarlos y los abandonan a suerte, esperando que mueran de hambre. El historiador Al Maqqari, en su crónica sobre los sucesos de Covadonga, los reduce a una emboscada sin importancia, para terminar diciendo: " Treinta asnos salvajes, ¿ qué daño pueden hacernos "?.
Esta batalla, semilegendaria, y sobre la que existen serias dudas, tiene un valor simbólico como punto de partida de la resistencia cristiana, un signo precursor del largo período que los cristianos iban a necesitar para que volviera a imperar la cruz sobre la Península Ibérica y se ocultara la media luna.
información:
Al-Andalus. libro de Concha Masía.