Tercer califa omeya de al-Andalus (976-1009; 1010-1013), hijo y sucesor de al-Hakam II (961-976), que nació en el año 965 en Córdoba y murió el 18 de mayo de 1013, supuestamente asesinado por los partidarios de Sulayman, uno de los muchos pretendientes al trono cordobés. Su reinado fue nefasto a todos los niveles, pues dio comienzo al progresivo declive del Estado califal cordobés hasta su desintegración total en el año 1031.
El Consejo de Regencia: el encumbramiento de Abu Amir Muhammad
Hijo del anterior califa al-Hakam II, y de la favorita de origen navarro Subh, a los dos días de la muerte de su padre fue entronizado con el título honorífico o laqab de al-Muayyad bi-llah ('el que recibe la ayuda victoriosa de Alá'), cuando tan sólo contaba once años de edad. Los saqalibah (guardia eslava del palacio fiel a la dinastía omeya), intentaron colocar en el trono a un hermano del desaparecido califa, al-Mugirah, pero el poderoso chambelán, al-Mushafi, y el por aquel entonces jefe de las tropas mercenarias de Córdoba, Abu Amir Muhammad (futuro al-Mansur, Almanzor), evitaron tal propósito al dar muerte al pretendiente y al colocar en el trono al niño Hisham II con la total aquiescencia de los eruditos religiosos y del resto de personalidades del califato, lo que incluía a la reina madre Subh, decisión a todas luces nefasta para la propia institución califal cordobesa, que quedaría a partir de ese instante privada de todo poder.
Inmediatamente después, ambos personajes conformaron el Consejo de Regencia, confabulados con la reina madre quien, al parecer, era amante de Abu Amir Muhammad. El joven califa fue puesto bajo tutela directa de este último, que enseguida asumió todos los poderes del califato manteniendo a Hisham II solamente como una figura simbólica. Para ocultar tan descarada maniobra, Abu Amir Muhammad y al-Mushafi procedieron a presentar al nuevo califa ante el pueblo cordobés, mientras que el poder real era detentado por ambos personajes. Hisham II fue retirado de la escena pública y política, recluido magníficamente en el interior del palacio, donde pasaba todo el tiempo ocupado en jugar con los niños de su edad. Tan sólo era requerido para estampar su firma en los decretos que Abu Amir Muhammad le pasaba, entre ellos el de su propio nombramiento como visir y administrador del Estado, junto con Abu al-Hasan, y el nombramiento de hachib de al-Mushafi.
El "cautiverio" de Hisham II: al-Mansur califa de hecho
Con semejante pelele en el trono y con la reina madre de su parte, a Abu Amir Muhammad no le fue muy difícil hacerse con el control absoluto del califato. Pero para ello debía deshacerse antes de todo posible adversario, como así hizo, y ganarse el cariño y el respeto del pueblo. En cuanto a lo segundo, uno de los primeros decretos que mandó firmar al califa el nuevo visir fue la abolición de los gravosos impuestos sobre la aceituna, lo que llenó al pueblo de alegría y al mismo tiempo aumentó considerablemente su estima por el visir.
Para deshacerse de sus competidores, Abu Amir Muhammad se cuidó muy mucho de no introducir cambios radicales que le valiesen la animosidad de las generales figuras de la Corte. Mediante una serie de intrigas perfectamente urdidas, Abu Amir indispuso a los dos personajes más importantes del califato junto con él, al general Galib, que era el militar más prestigioso del califato desde los tiempos gloriosos del califa Abd al-Rahman III (912-961), y al chambelán al-Mushafi. Abi Amir, en un golpe de efecto, se casó con la hija del general Galib y ambos comenzaron a conspirar contra el chambelán hasta que en 977 se les acusó de traición e, inmediatamente, fueron encarcelados y ajusticiados, lo que dejaba libre el camino para que el ambicioso visir se quedara con los títulos del defenestrado y las prerrogativas de primer ministro.
A partir de ese momento, Abu Amir Muhammad comenzó a imprimir una férrea dictadura militar en todo al-Andalus. Decidió trasladar la Corte a un nuevo palacio mandado construir por él para tal efecto, el palacio de Medina al-Zahira, mientras que Hisham II permanecía en el interior del palacio ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor, vigilado por las tropas mercenarias beréberes leales al amirí, dedicado a los placeres y deleites que el propio al-Mansur le proporcionaba, hasta el punto de que Hisham II se convirtió en un ser pusilánime, engreído, fácil de manejar y prisionero de sus deseos de diversión como nunca antes lo había estado ningún emir o califa de al-Andalus.
Abu Amir Muhammad se deshizo del último escollo o enemigo importante que le quedaba en la Corte, su suegro Galib, al que eliminó en 981 gracias a la colaboración del importante general beréber Chafar ibn Hamdun. Ese mismo año, Abu Amir Muhammad asumió el sobrenombre o laqab de al-Mansur ('el victorioso', el Almanzor de las crónicas cristianas), y ordenó que se mencionase su nombre en la plegaria del viernes, detrás del califa, así como que apareciese en la correspondencia califal, en las monedas y bordados reales, etc. Lo último que ordenó fue que todos los visires y cortesanos le besaran la mano al igual que hacían con el califa.
Los sucesores de al-Mansur
En el año 991, el todopoderoso al-Mansur designó a su hijo de dieciocho años, Abd al-Malik, chambelán del califato, lo que equivalía a nombrarle su sucesor al frente de los designios de al-Andalus. Con todos los resortes del poder bien atados, la reacción de la reina madre Subh por restaurar el poder de su hijo llegó demasiado tarde, ya que Hisham II se había convertido en un títere a merced de los amiríes.
Según lo previsto, cuando al-Mansur murió en Medinaceli en el año 1002, Abd al-Malik se hizo cargo de los asuntos del califato, ayudado por Hisham II, que por aquel entonces contaba ya con veintiséis años de edad. Hisham II ratificó a Abd al-Malik en su puesto de chambelán y siguió apartado de todo lo relativo a los asuntos políticos en su dorada cárcel palaciega, cada día más anulado por las pasiones materiales. Abd al-Malik se reveló como un gran estadista y militar, a la altura de su padre, como demostró al abortar una nueva intentona de los saqalibah para derribar al califa y poner en el trono a otro omeya más competente, tras lo cual prácticamente aniquiló a tan peligrosa facción y a la de los mozárabes y muladíes.
Muerto prematuramente Abd al-Malik en 1008, fue sucedido por su hermanastro Abd al-Rahman Sanchuelo quien actuó al contrario que su padre y hermanastro -aunque siempre respetó la persona y la dignidad del califa para no herir la susceptibilidad religiosa del pueblo andalusí-, y se comportó desde el principio con delirios de grandeza y de un modo excéntrico y torpe, lo cual le costó su vida y la de la propia dinastía amirí. Sanchuelo convenció a Hisham II para que éste le nombrase chambelán con el triple título de al-Mamum al-Nasir al Hachib al-a-la ('el leal, el victorioso y el supremo chambelán'). Pero, no contento con eso, fue más lejos al pretender el mismísimo califato, lo que obligó al indolente Hisham II a nombrarle su sucesor mediante un triple escrito firmado por el califa de su puño y letra.
Semejante quebrantamiento de la legitimidad y el hecho de que Hisham II se convirtiera en el más asiduo acompañante de Sanchuelo en todas las orgías y despilfarros que se llevaban a cabo en el palacio, produjo un creciente y profundo malestar en todo el territorio de al-Andalus, que aprovechó inmediatamente un miembro de la dinastía omeya, Muhammad al-Mahdi, quien se rebeló a comienzos de 1009 al mando de un gran ejército con el que ocupó el palacio califal de Córdoba y obligó a Hisham II a abdicar y eliminando al engreído e incompetente Sanchuelo.
El califato de Muhammad apenas duró un año escaso, ya que el 23 de junio de 1010, éste sucumbió ante los ataques del eslavo Wadih, que repuso nuevamente a Hisham II en el trono. Hisham II siguió desempeñando el papel que mejor sabía hacer, el de títere y comparsa; primero con Wadih y, una vez que éste fue eliminado, con Abu Wada, hasta que, en el año 1013, otro omeya en lucha por el trono, Sulayman al-Hustain, se apoderó de Córdoba tras un durísimo sitio que se prolongó durante tres años.
Con Sulayman en el trono cordobés, la figura de Hisham II desapareció por completo de la escena política de al-Andalus, hasta el punto de que ningún cronista de la época da cuenta de tal hecho, ni de cómo acabó sus días el tristemente famoso Hisham II. Una de las versiones explica que Hisham II acabó sus días en Oriente de un modo oscuro, aunque la más fiable es la que afirma que fue asesinado en una oscura prisión cordobesa por orden directa del propio Sulayman, harto de una califa tan nefasto como era Hisham II.
Sin lugar a dudas, el reinado de Hisham II fue el peor de todos los que se sucedieron en la historia de al-Andalus, pues con su pasividad y escasa capacidad política y moral contribuyó notablemente a la desintegración y defunción definitiva del otrora poderoso estado cordobés. Apenas quince años más tarde, la realidad política de al-Andalus daría un vuelco drástico con la desaparición del califato y la aparición de los llamados reyes de taifas (muluk al-tawwif).
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