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miércoles, 31 de julio de 2013

Romance Los infantes de Lara: Romances V y VI.

QUINTO ROMANCE

   Triste yo que vivo en Burgos
ciego de llorar desdichas
sin saber cuándo el Sol sale,
ni si la noche es venida,
si no es que con gran rigor
doña Lambra mi enemiga
cada día que amanece
hace que mi mal reviva:
pues porque mis hijos llore
y los cuente cada día,
sus hombres a mis ventanas
las siete piedras me tiran.

Sabed además que la mora hermana de Almanzor, al hijo aquel que tuvo de don Gonzalo, lo llamó Mudarra González, y cuando fue de edad, enviólo a Castilla para que buscase al traidor y en él vengase padre y hermanos.

Y ESTE ÚLTIMO ROMANCE

cuenta cómo el caballero novel Mudarra mató
a Ruy Velazquez el enemigo hermano
de doña Sancha
 
A caza va don Rodrigo,
ese que dicen de Lara;
perdido había el azor,
no hallaba ninguna caza;
con la gran siesta que hace
arrimado se ha a una haya,
maldiciendo a Mudarrillo,
hijo de la renegada,
que si a las manos hubiese
que le sacaría el alma.
   El señor estando en esto,
Mudarrillo que asomaba:
—Dios te salve, buen señor,
debajo la verde haya.
—Así haga a ti, caballero;
buena sea tu llegada.
—Dígasme, señor, tu nombre,
decirte he yo la mi gracia.
—A mí me llaman don Rodrigo,
y aún don Rodrigo de Lara,
cuñado de don Gonzalo,
hermano de doña Sancha
por sobrinos me los hube
los siete infantes de Lara.
Maldigo aquí a Mudarrillo,
hijo de la renegada,
si delante lo tuviese,
yo le sacaría el alma.
—Si a ti dicen don Rodrigo,
y aun don Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra González,
hijo de la renegada,
de Gonzalo Gustios hijo
y alnado de doña Sancha;
por hermanos me los hube
los siete infantes de Lara;
tú los vendiste, traidor,
en el val del Arabiana.
Mas si Dios ahora me ayuda,
aquí dejarás el alma.
—Espéresme, don Mudarra,
iré a tomar las mis armas.
—El espera que tú diste
a los infantes de Lara;
aquí morirás, traidor,
enemigo de doña Sancha.

Allí donde cayó sin vida el cuerpo de Ruy Velázquez, los castellanos lo apedrearon, y yacían sobre él más de diez carradas de piedras. Y aun hoy día, cuantos por aquella gran pedrera pasan, en lugar de rezar Pater noster, lanzan al montón una piedra más, diciendo: "¡Mal siglo haya el alma del traidor! ¡Amén!"

Romance de los siete infantes de Lara: Romance IV.

ROMANCE CUARTO

Del gran llanto que don Gonzalo Gustios hizo allá en Córdoba
 
Pártese el moro Alicante
víspera de San Cebrián;
ocho cabezas llevaba,
todas de hombres de alta sangre.
Sábelo el rey Almanzor,
a recibírselo sale;
aunque perdió muchos moros,
piensa en esto bien ganar.
Mandara hacer un tablado
para mejor los mirar;
mandó traer un cristiano
que estaba en captividad;
como ante sí lo trujeron,
empezóle de hablar:
díjole: —Gonzalo Gustios,
mira quién conocerás;
que lidiaron mis poderes
en el campo de Almenar,
sacaron ocho cabezas,
todas son de gran linaje.
Respondió Gonzalo Gustios:
—Presto os diré la verdad.
Y limpiándoles la sangre
asaz se fuera a turbar;
dijo llorando agramente:
—¡Conózcolas por mi mal!
La una es de mi carillo;
las otras me duelen más,
de los infantes de Lara
son, mis hijos naturales.
   Así razona con ellas
como si vivos hablasen:
—¡Sálveos Dios, Nuño Salido,
el mi compadre leal!,
¿adónde son los mis hijos
que yo os quise encomendar?
Mas perdonadme, compadre,
no he por qué os demandar,
muerto sois como buen ayo,
como hombre muy de fiar.
   Tomara otra cabeza,
del hijo mayor de edad:
—¡Oh hijo Diego González,
hombre de muy gran bondad,
del conde Garci Fernández
alférez el principal,
a vos amaba yo mucho,
que me habíades de heredar!
Alimpiándola con lágrimas
volviérala a su lugar.
Y toma la del segundo,
don Martín que se llamaba:
—¡Dios os perdone, el mi hijo,
hijo que mucho preciaba;
jugador de tablas erais
el mejor de toda España;
mesurado caballero,
muy bien hablabais en plaza!
   Y dejándola llorando,
la del tercero tomaba:
—¡Hijo don Suero González,
todo el mundo os estimaba;.
un rey os tuviera en mucho
sólo para la su caza!
Ruy Velázquez, vuestro tío,
malas bodas os depara;
a vos os llevó a la muerte,
a mí en cautivo dejaba!
   Y tomando la del cuarto,
lasarnente la miraba:
—¡Oh hijo Fernán González
(nombre del mejor de España,
del buen conde de Castilla
aquel que vos baptizara),
matador de oso y de puerco,
amigo de gran compaña;
nunca con gente de poco
os vieran en alianza!
   Tomó la de Ruy González,
al corazón la abrazaba:
—¡Hijo mío, hijo mío,
quién como vos se hallara;
gran caballero esforzado,
muy buen bracero a ventaja;
vuestro tío Ruy Velázquez
tristes bodas ordenara!
   Y tomando otra cabeza,
los cabellos se mesaba:
—¡Oh hijo Gustios González,
habíades buenas mañas,
no dijérades mentira
ni por oro ni por plata;
animoso, buen guerrero,
muy gran heridor de espada,
que a quien dábades de lleno,
tullido o muerto quedaba!
   Tomando la del menor
el dolor se le doblaba:
—¡Hijo Gonzalo González,
los ojos de doña Sancha!
¡Qué nuevas irán a ella,
que a vos más que a todos ama!
¡Tan apuesto de persona,
decidor bueno entre damas,
repartidor de su haber,
aventajado en la lanza!
¡Mejor fuera la mi muerte
que ver tan triste jornada!
   Al duelo que el viejo hace,
toda Córdoba lloraba.
   El rey Almanzor, cuidoso,
consigo se lo llevaba
y mandaba a una morica
lo sirviese muy de gana.
Ésta le torna en prisiones
y con amor le curaba;
hermana era del rey,
doncella moza y lozana;
con ésta Gonzalo Gustios
vino a perder la su saña,
que de ella nació un hijo
que a los hermanos vengara.

Ahora sabed los que esta historia oís, que el moro Almanzor soltó al fin de la prisión a don Gonzalo, y que vuelto el buen viejo a Burgos con las cabezas de sus hijos, a las que dio sepultura en la iglesia de Salas, llevaban él y su mujer doña Sancha una muy apenada y pobre vida, perseguidos siempre por el poderoso Ruy Velázquez. Así, como lo dice don Gonzalo Gustios en este QUINTO ROMANCE.

Romance de los siete infantes de Lara: Romance II y III


EL SEGUNDO ROMANCE

es de cómo los infantes de Lara se despidieron
de su madre y vieron malos agüeros
 
En las sierras de Altamira,
que dicen del Arabiana,
aguardaba don Rodrigo
a los hijos de su hermana:
no se tardan los infantes
y el traidor mal se quejaba;
grande jura estaba haciendo
sobre la cruz de su espada,
quien detiene a los infantes
él le sacaría el alma.
   Deteníalos su ayo,
muy buen consejo les daba,
el viejo Nuño Salido,
el que los agüeros cata.
Ya todos aconsejados,
con ellos él caminaba;
con ellos va la su madre
una muy larga jornada:
¡Adiós, adiós, los mis hijos,
presta sea vuestra tornada!
   Ya se parten de la madre;
en Canicosa el pinar
agüeros contrarios vieron
que no son para pasar:
encima de un seco pino
una aguililla caudal,
mal la aquejaba de muerte
el traidor del gavilán.
Vido el agüero don Nuño:
—Salimos por nuestro mal,
siete celadas de moros
aguardándonos están.
Por Dios os ruego, señores,
el río no heis de pasar,
que aquel que el río pasare
a Salas no volverá.
   Respondióle Gonzalvico
con ánimo singular,
era menor en los días,
mas muy fuerte en pelear:
—No digas eso, mi ayo,
que allá hemos de llegar.
Dio de espuelas al caballo,
el río fuera pasar.

TERCER ROMANCE

De cómo se empezó la batalla con los moros
 
Saliendo de Canicosa
por el val del Arabiana,
donde don Rodrigo espera
los hijos de la su hermana,
por el campo de Almenar
ven venir muy gran compaña,
muchas armas reluciendo,
mucha adarga bien labrada,
mucho caballo ligero,
mucha lanza relumbraba,
mucho pendón y bandera
por los aires revolaba.
Alá traen por apellido,
a Mahoma a voces llaman;
tan altos daban los gritos,
que los campos retemblaban:
—¡Mueran, mueran —van diciendo—
los siete infantes de Lara!
¡Venguemos a don Rodrigo,
pues que tiene de ellos saña.
Allí está Nuño Salido,
el ayo que los criara,
como ve la gran morisca
desta manera les habla:
—¡Oh los mis amados hijos,
quién vivo ya no se hallara
por no ver tan gran dolor
como agora se esperaba!
¡Ciertamente nuestra muerte
está bien aparejada!
No podemos escapar
de tanta gente pagana;
vendamos bien nuestros cuerpos
y miremos por las almas;
no nos pese de la muerte,
pues irá bien empleada.
   Como los moros se acercan,
a cada uno por sí abraza;
cuando llega a Gonzalvico,
en la cara le besaba:
—¡Hijo Gonzalo González,
de lo que más me pesaba
es de lo que sentirá
vuestra madre doña Sancha;
érades su claro espejo,
más que a todos os amaba!
   En esto llegan los moros
traban con ellos batalla;
espesos caen como lluvia
sobre la gente cristiana;
los infantes los reciben
con sus adargas y lanzas,
"¡Santiago, cierra, Santiago!",
a grandes voces llamaban.

Muy cruda es la batalla, y don Rodrigo, apartado con su gente, se negaba a entrar en ella; ya los siete hermanos, de cansados, apenas pueden levantar las armas. Hasta ese moro Alicante, condolido de verlos defenderse en tal angostura, les da una tregua, los acoge en su tienda y les repara con viandas y bebida. Mas Rodrigo, el traidor contra su sangre, se acerca allí para recriminar al moro aquella piedad que había de enojar muy mal a Almanzor. Los moros tienen que volver al campo a los siete Infantes, y peleando con ellos en desigual y porfiada batalla, les van dando muerte en presencia de Ruy Velázquez.

Romance los siete infantes de Lara. Primer Romance.


Los romances en España, según Ramón Menéndez Pidal "datan por lo común del siglo XV: a todo más, alguno se remonta al XIV". El campo de inspiración de estos romances son "los temas conservados en la épica española desde el siglo VII, con el rey Rodrigo, hasta el XI, con el Cid, y aun hasta el siglo XII, con el rey Alfonso y el rey Luis de Francia". Esto significa que los romances son derivaciones de antiguos poemas épicos, y algunos romances viejos vienen a ser fragmentos del poema original.

Tal es el caso de los pasajes de Los Siete Infantes de Lara y Romancero del Cid que presenta FONDO 2000. Las andanzas, históricas y legendarias, de estos héroes trascendieron la realidad de su época y quedaron para la posteridad como tema para poetas, clérigos y juglares.

De tiempo inmemorial, las hazañas de los héroes han sido materia del canto popular y fundamento de la memoria colectiva. En la Edad Media el héroe era el hombre cuya desmesura física y valor ilimitado traspasaban las fronteras cotidianas y conocidas. Las acciones de estos héroes quedaban en la memoria a través de los cantares repetidos por poetas o juglares. Estos cantares de gesta eran, por lo general, relatos que se situaban en épocas remotas y que tenían por finalidad dejar constancia de hazañas heroicas. Con el tiempo, el valor y la fama de los héroes se acrecentaron.

En España, las luchas entre los diferentes reinos y las guerras en contra de los moros facilitaron el rápido traspaso de las escenas históricas al territorio de las leyendas. Tal es el caso del héroe Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador y de los Siete Infantes de Lara, cuyas hazañas se relatan en estas paginas.

De cómo fueron traicionados y muertos por su tío Rodrigo Velázquez, en los tiempos en que el conde Garci Fernández veía a Castilla amenazada por las vencedoras campañas del moro Almanzor; y cuenta también cómo la muerte de los infantes fue después vengada por Mudarra González. Es una historia lastimera. De un pequeño agravio se levanta gran discordia, mortal enemiga y una fiera venganza; la venganza alimenta largos odios que envejecen en el corazón; los odios viejos engendran nueva vida, y la nueva generación crece para el odio y para la venganza.

PRIMER ROMANCE

cuenta las bodas de doña Lambra de Bureba,
y cómo, durante las fiestas, empezó gran
enemistad en la familia de los de Lara
  
 Ya se salen de Castilla
castellanos con gran saña,
van a combatir los muros
de la vieja Calatrava;
derribaron tres pedazos
por partes de Guadiana;
por uno entran los cristianos,
por dos los moros escapan,
maldiciendo de Mahoma
y de su secta malvada,
por unas sierras arriba
grandes alaridos daban.
   ¡Ay Dios, qué buen caballero
fue allí Rodrigo de Lara,
que mató cinco mil moros
con trescientos que llevaba!
Si aquéste muriera entonces,
¡qué gran fama que dejara!
No matara a sus sobrinos,
los siete infantes de Lara,
ni vendiera sus cabezas
al moro que las llevaba.
   ¡Bien peleó en aquel día
Ruy Velázquez el de Lara,
ganó un escaño de oro
con rica tienda de Arabia;
al conde Garci Fernández
se la envía presentada,
que le trate casamiento
con la linda doña Lambra.
   Ya se conciertan las bodas,
¡ay Dios, en hora menguada!,
doña Lambra de Bureba
con don Rodrigo de Lara.
Las bodas fueron en Burgos,
las tornabodas en Salas;
en bodas y tornabodas
pasaron siete semanas:
las bodas fueron muy buenas,
mas las tornabodas malas.
Ya convidan por Castilla,
por León y por Navarra;
tantas vienen de las gentes,
no caben en las posadas;
y aún faltaban por venir
los siete infantes de Lara.
   ¡Helos, helos por do vienen,
por aquella vega llana!
Sálelos a recibir
la su madre doña Sancha;
ellos le besan las manos,
ella a ellos en la cara:
—¡Huelgo de veros a todos,
que ninguno no faltaba,
y más a vos, Gonzalvico,
prenda que yo más amaba!
Tornad a cabalgar, hijos,
y tomedes vuestras armas,
allá iredes a posar
al barrio de Cantarranas.
Por Dios os ruego, mis hijos,
no salgades a las plazas,
porque las gentes son muchas,
trábanse malas palabras.
   Ya cabalgan los infantes
y se van a sus posadas;
hallaron las mesas puestas,
mucha vianda aparejada;
después que hubieron comido,
siéntanse a jugar las tablas.
   En el arenal del río,
esa linda doña Lambra,
con muy grande fantasía,
altos tablados armara;
tiran unos, tiran otros,
ninguno bien bohordaba.
Allí salió un hijodalgo
de Bureba la preciada;
caballero en un caballo
y en la su mano una vara
arremete su caballo,
al tablado la tirara,
voceando: —¡Amad, señoras
cada cual como es amada!,
que más vale un caballero
de Bureba la preciada,
que no siete ni setenta
de los de la flor de Lara.
   Doña Lambra que lo oyera,
en mucho se holgara:
¡oh, maldita sea la dama
que su cuerpo te negara;
si yo casada no fuera,
el mío te lo entregaba!
   Oídolo ha doña Sancha,
responde muy apenada:
—Calléis, Alambra, calléis,
no digáis tales palabras,
porque aun hoy os desposaron
con don Rodrigo de Lara.
—Más calléis vos, doña Sancha,
que tenéis por qué callar,
que paristeis siete hijos
como puerca en cenagal.
   Todo lo oye un caballero
que a los infantes criara;
llorando de los sus ojos,
con angustia y mortal rabia
se fue para los palacios
do los infantes estaban;
unos juegan a los dados,
otros juegan a las tablas.
Aparte está Gonzalvico,
de pechos a una baranda:
—¿Cómo venís triste, ayo?
Decid, ¿quién os enojara?
Tanto le rogó Gonzalo,
que el ayo se lo contara.
—Mas mucho os ruego, mi hijo,
que no salgáis a la plaza.
No lo quiso hacer Gonzalo,
mas su caballo demanda;
llega a la plaza al galope,
pedido había una vara,
y vido estar el tablado
que nadie lo derribara;
alzóse en las estriberas,
con él en el suelo daba.
Desque lo hubo derribado,
desta manera hablara:
—Amad, amad, damas ruines,
cada cual como es amada,
que más vale un caballero
de los de la flor de Lara,
que cuarenta ni cincuenta
de Bureba la preciada.
   Doña Lambra, que esto oyera,
bajóse muy enojada,
sin esperar a los suyos
se saliera de la plaza;
fuése para los palacios
donde don Rodrigo estaba;
en entrando por las puertas
a voces se querellaba:
—Quéjome a vos, don Rodrigo,
viuda me puedo llamar!
¡Mal me quieren en Castilla
los que me habían de guardar!
Los hijos de doña Sancha
mal abaldonado me han:
que me cortarían las faldas
por vergonzoso lugar,
me ponían rueca en cinta
y me la harían hilar,
y cebarían sus halcones
dentro de mi palomar.
Si desto no me vengáis,
yo mora me iré a tomar,
y a ese buen rey Almanzor
tengo de irme a querellar.
—Calledes, la mi señora,
vos no digades atal.
De los infantes de Lara
bien os pienso de vengar;
tela les tengo ya urdida,
presto se la he de tramar;
nacidos y por nacer
dello por siempre hablarán.

Bien urdió Ruy Velázquez de Lara gran traición contra todos sus parientes, y la tramó con falsedad y mentira. Envió a su cuñado don Gonzalo Gustios, padre de los siete infantes, a Córdoba con una carta engañosa escrita en arábigo, para que allá Almanzor lo hiciese morir, y para que enviase su capitán Alicante, con gran hueste, al campo de Almenar, donde llevará Ruy Velázquez a los siete infantes a fin de que sean muertos por los moros.

Los siete infantes de Lara

   De todas las leyendas medievales españolas, quizás sea ésta una de las más hermosas y más tristes. Hay quien dice que no es leyenda sino una historia real, acaecida en los tiempo de al-Hakam o tal, en los de Almanzor, que venía a poner de manifiesto las desunión de los cristianos en aquellos momentos. Las discordias existentes, tanto entre los reyes, como entre los nobles, favorecieron las victorias musulmanas, en una época de tristeza y humillación para los cristianos.
   Esta historia pone de manifiesto como las sangres musulmanas y cristianas se mezclaron en más de una ocasión, en este caso dando lugar a uno de los linajes más nobles y esclarecidos de la nobleza castellana: los Manrique de Lara. Después de que la cas de los Lara fuera aniquilada, un joven, hijo de una omeya y del noble castellano, la restaurará. Y a ella pertenecerá el famoso Jorge Manrique, el poeta que se hará inmortal con las Coplas a la muerte de su padre, Rodrigo Manrique, gran caballero que murió en 1476.
     Los infantes de Lara no eran propiamente príncipes. En España sólo llevan el título de Infante o Infanta los hijos de los reyes, y viene a significar lo mismo que príncipe o princesa en otros países, pero el caso es que a los protagonistas de nuestra historia se les conoce con esta denominación. Eran hijos del noble Gonzalo Gustios y  Sancha Velázquez, mejor conocida como «Doña Sancha», pertenecientes al linaje de los condes y jueces de Castilla, que por aquel entonces era un condado, todavía sin monarquía hereditaria.
   Su padre les había construido una hermosa casa, casi un palacio, con siete salas, una para cada infante. De ahí que el pueblo en el que se hallaba ubicada dicha construcción se llamase, y aún se sigue llamando, Salas de los Infantes, y se encuentra cerca de Burgos.
   Los siete Infantes de Lara fueron armados caballeros por el conde García Fernández, con motivo de las bodas de un tío suyo, Ruy Vélazquez, con una dama, también perteneciente a una de las grandes familias de la región, doña Lambra. Todo parecía ir bien y los Infantes demostraron su valentía en los torneos y actividades celebrados con motivo de los esponsales, pero el más pequeño de ellos estaba reñido con un pariente de la desposada, doña Lambra, cosa que la irritaba en gran manera. Entonces decidió tomar venganza sobre el agravio y mandó a uno de sus sirvientes, Álvar Sánchez, primo de Doña Lambra, a que arrojará contra el Infante, Gonzalo González, el menor de los siete;   un cohombro empapado en sangre, que por lo visto, era la peor ofensa que se le podía hacer a un caballero castellano. El Infante reaccionó, de inmediato, atravesando al sirviente con su espada, cuando éste se había refugiado en las faldas de doña Lambra.
   Más adelante Gonzalo González es visto por Doña Lambra mientras se baña en paños menores, suceso que Doña Lambra, al considerarlo como una provocación sexual a propósito, interpreta como una grave ofensa. Doña Lambra, aprovechando este lance para vengar la muerte de su primo Álvar Sánchez, que no ha sido satisfecha aún, responde con otra afrenta al ordenar a su criado arrojar y manchar a Gonzalo González con un pepino relleno de sangre, ante la risa burlesca de sus hermanos. Gonzalo reacciona matando al criado de Doña Lambra, que había ido a refugiarse bajo la protección del manto de su señora, que queda asimismo salpicado de sangre.
   Con las ropas manchadas de sangre, y sintiéndose doblemente humillada, pidió venganza a su esposo Ruy Velázquez, que, desde luego, la tomó y cumplida, pues había de matar a sus siete sobrino de la manera más alevosa, engañándolos para que saliese con él a luchar contra los moros. Previamente, alejó al padre, enviándolo a Córdoba con una falsa embajada y una carta para el califa, parece que se trataba de Almanzor, en la que se le pedía que matase al portador de la misma. El califa, que no sabía muy bien a que venía ese atroz requerimiento, se negó a ello y sin decirle nada del contenido de la misiva a Gonzalo Gustios, lo acomodó, en una especie de arresto domiciliario, en el que no carecía de nada que pudiese hacer más agradable aquel encierro, hasta ver en qué paraba todo aquel extraño asunto.
   Enterado Ruy Velázquez de que Gonzalo no había muerto, envió a Córdoba las cabezas de sus siete sobrinos. El califa se las mostró al horrorizado padre, que creyó morir él también al contemplarlas. Cayó al suelo, fulminado por el dolor, después de besar, una por una, las cabezas de sus hijos amados, mientras los llamaba por sus nombres. Compadecido del sufrimiento de aquel hombre, le puso bajo el cuidado de una de sus hermanas que curó las heridas del cuerpo y las del alma, pues ambos se enamoraron y de aquel amor nació un niño, Mudarra.
   Gonzalo Gustios, recobró la libertad y marchó hacia su tierra, con las cabezas de sus siete hijos para darles cristiana sepultura.
   Cuando aquel niño  , Mudarra, tuvo catorce años, su madre le convenció de que debía visitar a su padre al que conocía. Por lo visto, Gonzalo le había dejado una sortija que la madre entregó a su hijo para que se la mostrase a Gonzalo Gustios cuando se hallase ante él como prueba de su paternidad. El muchacho llegó a Castilla y se presentó a su padre, que estaba ciego de tanto llorar la pérdida de toda su prole, pero reconoció el anillo y ambos se abrazaron, como padre e hijo. Ayudado por los amigos de su familia castellana, Mudarra vengó a sus siete hermanos. Retó a Ruy Velázquez, en campo abierto, y lo mató. Puso en conocimiento del conde de Castilla todos los innobles manejos de doñá Lambra, causante de aquella carnicería, y fue condenada a morir lapidada.
   Mudarra fue bautizado y nombrado caballero por el mismo conde de Castilla. Su madrasta, la esposa de su padre Gonzalo Gustios y madre de los siete Infantes de Lara, lo adoptó formalmente como heredero de todos los bienes y dominios de los Lara. Aquel niño criado en Córdoba, se convirtió en un noble castellano que se casó y sus hijos renovaron el linaje de los desventurados Infantes. Los Manrique de Lara llevarán la sangre de los condes castellanos, que devendrán en reyes, y la sandre de los poderosos omeyas, de forma que es imposible hallar un linaje más noble en la España medieval.
 
al-Andalus, libro de Concha Masiá.

lunes, 29 de julio de 2013

Política Interior del califa al-Hakam II

El califato se basaba en la igualdad de todos los grupos étnicos y religiosos para acceder a los puestos de gobierno, acabando con la nobleza militar árabe, berberisca, eslava o de cualquier otro origen. El respeto a los cristianos, a los judíos y a la inmensa parte de la población, así como la constitución de una burocracia meritocrática y una clase media comercial y administrativa, fueron las bases de ese estado de bienestar.

Obras públicas
Se dedicó a la Mezquita de Córdoba, de la que ya en vida de su padre inspeccionaba las obras, realizando la ampliación más bella y la decoración más rica, derribando el muro de la qibla y extendiendo el oratorio en doce crujías, dotándolo de una serie de lucernarios cubiertos con bellas cúpulas nervadas, y de una macsura con presencia de arcos polilobulados y entrecruzados, además de la construcción del mihrab, concebido por primera vez como una habitación octogonal, cuya portada fue decorada con bellos mosaicos realizados por maestros bizantinos enviados por el basileus (emperador) de Constantinopla, Constantino VII.
Terminó de construir Medina Azahara, con el mismo tipo de construcción y decoración. Utilizaba sus dependencias desde la primavera hasta el otoño, y si alguna vez lo hacía en invierno era para presidir recepciones solemnes y recibir embajadores.
Reformó el Alcázar y construyó castillos por varias zonas como defensa contra los reinos cristianos.
Realizó obras públicas en Córdoba, que se convirtió en la ciudad más importante de Europa tanto por su población como en el ámbito político y cultural. Era la primera ciudad de la Península que tuvo pavimentadas sus calles, alumbrado público nocturno y alcantarillado, que se distribuía mediante una red perfectamente organizada, algo extraordinario teniendo en cuenta la época. También hay constancia de obras de este tipo en otras ciudades.
Construyó el castillo de Baños de la Encina.

Economía
Los impuestos coránicos casi nunca bastaron para hacer frente al gasto del Estado, pero la economía alcanzó un desarrollo insospechado gracias a la larga etapa de paz que el califato dio a sus súbditos, lo que proporcionó al fisco unos ingresos saneados que permitieron la construcción de las grandes obras públicas.
   La vida económica propiamente dicha estaba basada en la agricultura y ganadería. El cultivo de cereales y legumbres fue particularmente intenso. Los excedentes de aceitunas, uvas e higos fueron exportados con pingües beneficios hacia Oriente. Se introdujeron el arroz, el naranjo y el toronjo, y se construyeron sistemas de riego y canales. La capa forestal alcanzó probablemente su extensión máxima en la península y fue aprovechada para la construcción de barcos, en especial en los astilleros de Tortosa.
El dominio de Marruecos y Argelia le facilitó la protección de las caravanas que le traían el oro de Sudán, con el cual se acuñaba monedas.
La ganadería estuvo en manos de los bereberes. En época de Abderramán II se habían introducido los primeros camellos en España, que se criaron para el ejército.
Las técnicas de extracción minera no experimentaron avances sensibles con respecto a los de la época romana, y los metales explotados fueron los mismos que en la antigüedad: oro y plata.
La industria de tipo artesano se centró en la manufactura de objetos de lujo.

Cultura
El desarrollo de las ciencias y de las letras se debió a las facilidades que los califas dieron a los sabios orientales inmigrados, ya que los Abasidas persiguieron sin tregua a quienes cultivaron el saber más allá de los rudimentos necesarios para la solución de los problemas jurídico-religiosos. La difusión de la cultura andalusí por Europa quedó asegurada gracias a los continuos viajes de los monjes mozárabes a la España cristiana, a la Marca Hispánica hasta Lorena.
La Medicina estuvo en manos de los mozárabes hasta mediados del siglo IX. En esta época llegaron prácticos de Oriente que desplazaron a los cristianos, y un siglo después se adapta la traducción oriental del Dioscórides a la terminología botánica de al-Andalus, gracias a la colaboración del judío Hasday ibn Saprut, del monje bizantino Nicolás y del médico musulmán Ibn Yulyul.
Fundó 27 escuelas públicas en las que los eruditos enseñaban de forma gratuita a los pobres y huérfanos a cambio de atrayentes salarios, y decretó la enseñanza obligatoria para todos los niños.

    Creó una biblioteca, símbolo de esta cultura andalusí, pluralista, tolerante y universalista, con más de 400.000 volúmenes que abarcaban todas las ramas del saber. Tenía anejo un taller de escribanía con copistas, miniaturistas y encuadernadores, y se conocen los nombres de las dos copistas más importantes: Lubna, secretaria de Alhaken II, y Fátima. Según cronistas, en un solo arrabal de la ciudad podía haber unas ciento setenta mujeres dedicadas a la copia de libros, lo que da una idea de la cultura a la que llegó la mujer cordobesa en aquellas fechas. También tenía agentes para ojear y comprar libros en El Cairo, Bagdad, Damasco y Alejandría. Desde la biblioteca subvencionaba no sólo a los escritores y estudiosos de Al-Ándalus, sino de todo el mundo: cuando supo que Abu'l-Faraj al-Isfahani había comenzado su célebre antología de poesía y canciones árabes (el Libro de cantos), le envió mil monedas de oro para tener una copia. Isfahani le envió una especial, con la genealogía de los Omeyas, porque Alhakén, que leyó y anotó muchos de los miles de libros de su biblioteca, era un genealogista consumado, el más importante que haya tenido esta disciplina; todavía hoy es la máxima autoridad. Pasaron siglos antes de que se reuniera en España una biblioteca como la suya, sólo porque escribía, perdonaba, protegía a los filósofos y pagaba a todos los poetas, incluso a los más desvergonzados.

Sucesión
De la trayectoria de este califa, inteligente, ilustrado, sensible y extremadamente piadoso sólo cabe lamentar que reinara apenas 15 años, y que cometiera el gran error de no nombrar a un sucesor capacitado y eficaz.
Quizás por sentir próxima su muerte por el ataque de hemiplejía que sufrió, se apresuró en nombrar sucesor a su hijo, Hisham II que, al acceder al trono siendo menor de edad, se convirtió en una marioneta utilizada con astucia por Al-Mansur y sus partidarios.
Las desbordadas ambiciones del visir y su obsesivo fanatismo religioso y militarista abocarían a Al-Andalus a emprender continuas campañas bélicas. Junto a sus acólitos se adueñó de la autoridad administrativa, iniciando un período de intransigencia que desencadenó graves conflictos civiles y afectó muy negativamente a la unidad política de las diversas colectividades que integraban el conjunto social de Al-Andalus. La continuidad del Califato se hizo inviable y comenzó su decadencia.

Almanzor
Durante el reinado de Alhakén II hizo su aparición en la Historia Muhammad Ibn abi-Amir, más conocido como Almanzor, quien tras realizar sus estudios en la capital califal inició su carrera política pasando desde el puesto de auxiliar del cadí de Córdoba al de administrador del patrimonio de Subh, la concubina favorita del califa, de gran influencia política en la corte y que le hizo ascender rápidamente hasta alcanzar en 973 el cargo de intendente del ejército en la campaña africana.
Sin embargo, el esplendor de la carrera política y militar de Almanzor se alcanzará bajo el reinado del siguiente califa, Hisham II.
Alhakén falleció por un derrame cerebral en brazos de Fagil y Djahad, sus eunucos, el 30 de septiembre del 976, un año y once meses después de que padeciera el primer ataque de hemiplejía.

Semblanza del Califa
Físicamente rubio, como casi todos los Omeyas, pero tirando a pelirrojo, con nariz aguileña, grandes ojos negros, mejillas fláccidas o colgantes, corpulento, piernas cortas, casi barbilampiño como perejil mal sembrado, cogotudo, antebrazos demasiado largos y acusado prognatismo. Su voz era muy fuerte, casi estentórea.
Alhakén nunca tuvo buena salud. En 974, sufrió un ataque de hemiplejía del que nunca se recuperó, por lo que, muerto su primogénito Abderramán en 970, hizo jurar a Hixem II como sucesor.
Fue un califa inteligente, ilustrado, sensible y extremadamente piadoso, tanto que, preocupado por la costumbre de beber de sus súbditos, intentó evitarla arrancando los viñedos. Sus consejeros le convencieron de dos cosas: el aguardiente de higos emborrachaba más, y las uvas eran necesarias para hacer las pasas que se distribuían entre las tropas.

Información: WIKIPEDIA.

Personalidades en el mundo de al-hakam II : Subh y Galib

SUBH

Subh umm Walad (Subh es aurora, amanecer u oración de antes de la salida del sol; umm Walad es la madre de los hijos del señor) fue esclava, luego favorita del segundo Califa cordobés Alhakén II y madre del tercer Califa Hixem II. Nació probablemente en la década de 940 y murió hacia 999.1 En el reino más poderoso de la época fue la mujer más influyente en los últimos años del siglo X. De origen vasconavarro, fue traída al Califato en su infancia y elevada a favorita por el Califa haciéndola la sayida del alcázar o señora y dotándola de un gran patrimonio.
A la muerte de Abderramán III, heredó su hijo Alhakén II que no tenía descendencia y posteriormente Aurora le dio dos hijos varones: Abd al-Rahman (nacido en 961 y fallecido en 970) e Hixem (nacido en 965) que reinará como tercer califa bajo el nombre de Hixem II entre 976-1009 y 1010-1013.
Como integrante del harén, Aurora tenía su vida muy restringida como era habitual en el Califato de Córdoba, pero por tolerancia del Califa como recompensa por haberle dado dos hijos, le permitía deambular fuera de Medina Azahara en ocasiones vestida de varón, usando el nombre masculino que le dio Alhakén II de Chafar, y la colma de regalos y atenciones.2
Aurora maniobró a la muerte de Alhakén II en 976 para que su hijo Hixem II de 11 años reinase en el califato, pues el hijo mayor había fallecido. La sayida se alió con el visir Yafar al-Mushafi y con Almanzor, que ejercía como administrador del patrimonio del heredero y, según las fuentes locales, era posiblemente amante de Aurora. Con una gran profusión de dádivas atrajo hacia el partido de Hixem II a los miembros más importantes de la familia y aristocracia califal. El asesinato del rival de Hixem II, que era Al Muguira, hermano del fallecido Alhakén II, allanó el camino de aquél hacia el trono.
Aurora protegió la vida y el reinado de su hijo controlando internamente las rencillas que ocurrían en Córdoba para destronarle. Para ello se valió de su protegido y aliado Almanzor, al que contribuyó a aupar al mando superior del califato. Consolidada la persona de Almanzor por las victorias militares, éste dejó al joven Califa como un monarca de poder no efectivo, sólo nominal, dedicado a la oración y el retiro. Aurora montó otra alianza hacia 997 para desplazar a Almanzor y recuperar el poder para su hijo, pero falló su estratagema y Almanzor salió reforzado.

GALIB

Galib Abu Temman Al-Nasir (?- 981) fue poderoso y exitoso jefe militar del Califato de Córdoba. Sirvió a los tres primeros califas, pues fue liberado de la esclavitud durante el reinado de Abderramán III, llegó a su máximo prestigio con Alhakén II y falleció durante el mandato del tercer califa Hixán II. Citado como General Galib, en los Anales del Califato1 lo alaban como hombre de acción, temeroso de Dios, fiel a su señor el Califa y respetuoso con los vencidos, mostrando hacia ellos lo que en la época y en la cristiandad se denomina actitud caballerosa.

En tres frentes destacó Galib, en primer lugar sobre todo luchó y protegió la frontera norte contra las incursiones de los reyes cristianos, en segundo lugar, contuvo el avance de las fuerzas califales de la dinastía fatimita que dominaba el Norte de África y por último, al mando de la armada califal protegió las costas de las invasiones normandas (danesas).
Efectivamente al final de su reinado, el califa Abderramán III envió una poderosa flota al mando del general Galib para evitar la pérdida de las plazas de Norte del Magreb, como Ceuta y Tánger en poder del Califato Fatimí que poseía el norte de África desde el año 909 al 1171.
A su regreso en 960, Galib conquistó Gormaz a Fernán González, (Conde de Castilla) y mandó reconstruir la fortaleza en 965.
El año 972, el Califa Alhakén II le envió con la flota a combatir una invasión danesa de 28 naves que derrota desde Silves, (Shilb) en la desembocadura del río Arade, en el Algarve.
En los años 973 y 974 se adentró en el Magreb donde combatió con el cabecilla de la rebelión contra el califato cordobés,

Disensiones en el califato
A la muerte del califa Alhakén II en 976, es proclamado califa su hijo Hixem II con el apoyo de su madre la sultana Subh (que se llamaba Aurora pues había nacido cristiana, en una casa noble y entregada como esclava al califa por un enemigo de su padre) . La autoridad pasó al ministro Abd Al–Rahman Ibn Mutarif, con el apoyo del general Galib y el ascenso en influencia de Almanzor. Para solidificar la relación entre el Galib y este último, en 977 (16 de agosto) se celebró la fastuosa ceremonia, sin parangón en el califato, del matrimonio entre Almanzor y Asma la hija del general Galib. El ascenso político de ambos permitió que Asma pudiera romper su compromiso con un cortesano del califato, para desposar al más poderoso Almanzor. Tanto Galib como Almanzor son nombrados hayib (chambelán), que en el califato equivale a ministro principal, marchando el general Galib a la frontera norte y Almanzor permaneció en Córdoba.

Medinaceli fue el último bastión de Galib, desde donde combatió y perdió su pugna con Almanzor.
Pronto surgen las disenciones entre el suegro y el ambicioso yerno, que se manifestó cuando Almanzor en 978 es nombrado emir (gobernador general de Al–Andalus), lo que equivalía de facto a ostentar el poder supremo sólo nominalmente dependiente del Califa Hixem II. Por la enemistad surgida, el general Galib hubo de refugiarse en Medinaceli (Madinat Salim). Galib intentó recuperar Gormaz, que era fiel a Almanzor, para lo que se alió con el Conde de Castilla García Fernández y con el rey Sancho Garcés II de Navarra, pero todos ellos fueron derrotados en Rueda por Almanzor. Galib murió el 981 guerreando contra las tropas de Almanzor, en Torrevicente (actual Soria) –cerca de Atienza –. Aún siendo su ejército superior fue vencido, pues Galib cayó del caballo y se golpeó en la cabeza, siendo abandonado por sus tropas.
Almanzor mandó cortar su cabeza y exponerla en la puerta del palacio de Córdoba. Ya sin oponente, Almanzor recuperó Medinaceli, a la que convirtió en la cabecera para sus razzias.

Campañas militares de al-hakam II.

Alhakén o Alhaquén II (en árabe, الحكم بن عبد الرحمن), al-Ḥakam ibn ʿAbd ar-Raḥmān; Córdoba, 13 de enero de 915 - Id., 16 de octubre de 976 segundo califa omeya de Córdoba, desde el 16 de octubre de 961 hasta su muerte.
Sucedió a Abderramán III a los 47 años y nueve meses de edad, continuando la política de su padre y manteniendo la paz y la prosperidad en Al-Ándalus. No sólo sostuvo el apogeo al que llegó el califato con su padre, sino que con él alcanzó su máximo esplendor.
A los 8 años fue nombrado sucesor de Abderramán III, y su educación fue exquisita, participando intensamente en las actividades de gobierno, así como en las campañas militares, acompañando al califa en varias ocasiones. Cuando a la muerte de su padre se hizo cargo del poder contaba con 47 años y adoptó el título de al-Mustansir Bi-llah (el que busca la ayuda victoriosa de Alá). Hasta entonces, y pese a su unión con Radhia, no tuvo hijos. Al llegar al trono la descendencia se hacía necesaria y logró dársela una concubina esclava, de origen vascongado llamada Subh (también llamada Zohbeya y Aurora), a quien Alhakén dio el nombre masculino de Chafar.

A diferencia de su padre, Alhakén se apoyó en dos personajes de la corte: el general Galib, un liberto de origen eslavo, y el chambelán al-Mushafi, que junto a la concubina Subh ejercieron prácticamente el gobierno, alcanzando altas cotas de poder.

Los reinos cristianos
Entre las primeras medidas que tomó al ser nombrado califa se encontraba la reclamación al reino cristiano de León de las diez fortalezas que su rey, Sancho I, había prometido a su padre Abderramán III por el apoyo prestado en la disputa dinástica que aquél mantuvo con Ordoño IV y que le permitió recuperar el trono.
Ante la negativa del rey leonés a cumplir su promesa, Alhakén acogió al depuesto Ordoño IV en la corte cordobesa prometiéndole reponerlo en el trono, lo que hizo que Sancho I se retractase y enviase una embajada a Córdoba con la promesa de cumplir lo pactado. Sin embargo, la muerte de Ordoño IV motivó que Sancho I cambiase nuevamente de postura y concertase una alianza con el rey navarro García Sánchez I, con el conde castellano Fernán González y con el conde de Barcelona Borrell II para hacer frente al poderío del califa.
Alhakén inicia en respuesta, en 963, una ofensiva militar que se ve culminada por el éxito al conquistar las plazas de San Esteban de Gormaz, Atienza y Calahorra, lo que unido a las crisis dinásticas que se abren en los reinos cristianos vuelvan a colocar al califato cordobés en su posición de supremacía, iniciándose un periodo de calma militar que se extenderá hasta 973, cuando el nuevo conde castellano García Fernández, que había sucedido a Fernán González, aprovechando que el grueso del ejército califal se encontraba en África, atacó las plazas de Deza y Sigüenza, actuación que se vio acompañada en 974 por el asalto del también nuevo rey de León Ramiro III de la plaza de San Esteban de Gormaz. El retorno del general Galib de su campaña africana puso fin a los ataques cristianos al vencerlos en las batallas de Langa y Estercuel.

El Magreb
La política africana de Alhakén estuvo marcada por el intento de frenar la expansión del califato fatimí, con capital en Kairuán, en el actual Túnez, por el Magreb. Política que se vio favorecida por la conquista, en 969, de Egipto por los fatimíes, que trasladaron su capital a El Cairo y con ello su zona de influencia lejos del Estrecho de Gibraltar.
El traslado fatimí hace que, en 972, Alhakén decida recuperar su zona de influencia en el Magreb, para lo cual debe de enfrentarse al último representante de la Dinastía idrísida, el emir Al-Hasan ben Kannun, al que logró someter en 974 gracias al envío de las tropas de elite del general Galib, a quien dio total libertad, tanto para sobornar como para combatir enemigos. Tanto y tan bien sobornó que venció sin apenas combatir, pero gastó tanto y de forma tan poco controlable que el califa envió a su intendente Muhammad Ibn abi-Amir para vigilar las cuentas. Esta fue la primera vez que el que después sería llamado Almanzor (Al-Mansur: el Conquistador), supo realmente lo que era un ejército.

Invasión normanda
También tuvo que afrontar la ofensiva marítima de los daneses que, al mando de un tal Gundurendo, recorrían los puertos de Europa sembrando el terror: atacaron Lisboa en 966, pero fueron derrotados frente a Silves por una flota que el califa había desplazado desde Sevilla al mando de su almirante Ibn al Rumahis. Después, Alhakén ordenó construir en Almería una flota al estilo nórdico con la intención de entablar combate en alta mar y no esperar a estar cerca de la costa o en tierra firme.
En el año 971 los vikingos intentaron una nueva incursión en Sevilla remontando el río, y Alhakén respondió enviando la escuadra almeriense en ayuda de la sevillana, con lo cual los barcos vikingos, encerrados en el Guadalquivir, fueron totalmente aniquilados.


domingo, 28 de julio de 2013

Mujeres de Al-Andalus

Al Andalus fue una  tierra llena de pasiones y testimonio de ellos los viajeros contaban que sus palacios estaba llenos de harenes de mujeres hermosas, pero nada más lejos de la realidad, la mujer de aquella época y de aquellas tierras, se la introduce dentro del plano privado.
Pese a ello, hubo mujeres que sobresalieron de esta imposición, tuvieron la cultura a su alcance y esa era su mejor arma para abrirse a la sociedad.
Eran poetisas, esclavas cristianas convertidas al Islam, cortesanas y maestras todo el lujo y el poder a su alcance.

AIXA
Aïsha bin Muhammad ibn al-Ahmar, reina de Granada, llamada Aïsha al-Hurra (La Honesta) y conocida por los españoles como Aixa.
Los musulmanes también la llamaban Fátima la Horra (traducido como “honrada”).
Vivió en el siglo XV y fue esposa de Muley Hacén y madre de Boabdil el Chico, a quién ayudó, con el apoyo de la familia de los Abencerrajes, a acceder al trono de Granada.

Favorecedora de las intrigas palaciegas y rival de Isabel de Solis, fue el alma de la resistencia contra los Reyes Cátolicos y acompañó en 1493 a su hijo a Fez, al exilio, donde murió al poco tiempo.
La leyenda dice que, cuando iban camino de las Alpujarras, entre las actuales poblaciones de Otura y El Padul, Boabdil volvió la vista atrás llorando para contemplar Granada por última vez y Aixa le dijo: “Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”.
Debido a esto el puerto de montaña recibe el nombre del Suspiro del Moro.

WALLADA LA OMEYA.
Wallada bint al-Mustakfi, hija de Mohammed Al-Mustafki, uno de los califas de reinado más breve de Córdoba y de la esclava cristiana Amin´am.
De sangre omeya y uno de los últimos califas cordobeses, que llegó al poder en 1024 asesinando al anterior califa Abderramán y fue a su vez asesinado a los dos años en Uclés. Su infancia coincidió con el esplendor de la carrera política de Almanzor.

Su adolescencia transcurre en las guerras civiles que marcan la agonía del Califato, en medio de todo tipo de intrigas palaciegas desencadenadas tras la muerte del hijo de Almanzor, al-Muzzaar.
Como el califa no tuvo descendencia masculina, heredó los bienes de su padre y abrió un palacio donde se dedicó a educar a muchachas de buena familia y al que acudían también los poetas y literatos de su tiempo.

Era una belleza para los cánones de la época: rubia, de piel clara y con los ojos azules, además de inteligente, culta y orgullosa. Bordaba sus versos en sus trajes y tuvo el atrevimiento de participar en las competiciones masculinas de completar poemas inacabados mostrando libremente su rostro, conducta que la hizo ser llamada “perversa” y ser criticada muy duramente por los integristas, aunque también tuvo numerosos defensores de su honestidad, como el escritor Ibn Hazam, y el visir Ibn Abdus, su eterno enamorado que, al parecer, permaneció a su lado y la protegió hasta su muerte, cuando ya era octogenaria.

La gran pasión de su vida fue el poeta Ibn Zaydún, con el que mantuvo una relación secreta, dada la vinculación del poeta con los Banu Yahwar, linaje rival de los Omeyas al que ella pertenecía y que le hacía andarse con cuidado por Córdoba. Sobre esta relación giran ocho de los nueve poemas que de ella se conservan. La relación se rompió por la relación de Ibn Zaydún con una esclava negra de Wallada, lo que puede ser cierto, pero también responde a un tópico de la poesía de la época.

Entre estos poemas, que tuvieron la misión de ser cartas entre los amantes, dos expresan los celos, la añoranza y los deseos de encontrarse; otro, la decepción, el dolor y el reproche; cinco son duras sátiras contra su amante, al que reprocha entre otras cosas tener amantes masculinos, y el último alude a su libertad e independencia.
Entre sus alumnas destacó Muhya bint Al Tayyani, una joven de condición muy humilde (hija de un vendedor de higos) a la que acogió en su casa y que terminó denigrándola en crueles sátiras.
Wallada murió el 26 de marzo de 1091 el mismo día que los almorávides entraron en Córdoba.

MUHYA BINT AL TAYYANI

Apenas se tienen datos de su biografía: hija de un vendedor de higos conoció a la princesa Wallada, quién la acogió en su casa y la educó. Se convirtió en poetisa, profesión que gozaba de gran reconocimiento en la sociedad hispanomusulmana.
Por alguna razón rivalizó en el amor y con su obra con su maestra Wallada. A ella le dedica sátiras crueles.

AL-RAKUNIYYA

Hafsa bint al-Hajj, nació en Granada por el 1135 y muere en Marrakesh en el 1191. Hija de un noble de origen bereber, rico e influyente. Pasa su infancia y su juventud en Granada, en una época de agitación política intensa, que marcará la caída de la dinastía Almorávide y la instauración del califato de los Almohades.
Por su talento y su cultura, así como por su belleza, pronto ocupó un lugar importante en la corte de los almohades de Granada, desarrollando una actividad literaria y educativa intensa y adquiriendo una reputación que llegó a traspasar los límites de esta ciudad, llegando a ser enviada a Rabat en el año 1158, con un grupo de poetas y nobles granadinos ante el califa. Fue éste quien le puso el sobrenombre de al-Rakuniyya (derivado de Rakuna, un tipo de salón literario).

Es en este ambiente de la Corte y de la poesía granadina es donde conoció al poeta granadino Ibn Saíd, perteneciente a la familia de los Banu Saíd, con el cual estableció una relación afectiva y pública hacia el año 1154. Esta relación dio lugar a un intenso intercambio de poemas amorosos entre los dos amantes, lo cuales se han conservado hasta nuestros días. Así mismo, sus amoríos fueron cantados por los poetas de su entorno.
Su situación se complica en el año 1156, en que llega a Granada, los almohades, el hijo del califa Abd al-Mumin, quien cae perdidamente enamorado de la poetisa.

Oficialmente, Hafsa no cedió ante los sentimientos del gobernador, pero dejó morir su amor por Abu Yafar, quizás cansada de las veleidades afectuosas de este último o por las presiones del príncipe o de su familia. Esta situación será el origen de una triángulo amoroso muy conflictivo. Abu Yafar, quien había sido amigo y secretario del príncipe Abu Saíd, tomó a éste como objeto de sus poemas satíricos, y terminó tomando parte en una rebelión política contra el gobernador, dando lugar a su encarcelamiento y, finalmente, a su crucifixión en el año 1163, en Málaga.

Hafsa lloró la prisión y la muerte de su amante, reflejándolo en unos versos punzantes y llegando hasta el extremo de vestir el hábito de viuda por él, a pesar de las amenazas del gobernador. Sumida en su tristeza, se retira de la Corte, abandonando la poesía y consangrándose en exclusiva a la enseñanza.
Así vivió durante gran parte de su vida, hasta que en el año 1184, acepta la invitación del califa quien la propone dirigir la educación de los príncipes almohades en Marrakesh donde permaneció hasta el año de su muerte, en 1191.

Hafsa es la poetisa andalusí de la cual conservamos más obras, gracias, sobre todo, al interés de sus biógrafos y de la familia Banu Saíd. En total, han llegado hasta nosotros 17 de sus poemas, de gran calidad litereria. Heredera de la tradición poética árabe, por otra parte, es capaz de expresar, con gran belleza, sus verdaderos sentimientos en un lenguage espontáneo. La mayoría de sus versos amorosos se dirigían a Abu Jafar, a pesar de que existen algunas sátiras y elogios a Abu Saíd. Su inspiración llega a un cúlmen en aquellos versos en los que expresa su pesar y su dolor por el encarcelamiento y la muerte de su amante.

Ejemplo de mujer independiente y culta, Hafsa ha sido muy respetada, a pesar de su libertad aparente, en su época y por los biógrafos posteriores. Han dicho de ella: « La granadina ha sido única en su tiempo por su belleza, su elegancia y su cultura literaria.»

ZORAYA

Isabel de Solís, reina de Granada con el nombre de Zoraya (Estrella del alba). Vivió en la segunda mitad del siglo XVI. Era una doncella hija del comendador de Martos, Sancho Jiménez de Solís y durante una de las luchas entre los cristianos y musulmanes de Granada, fue cautivada por los nazaríes y llevada a la Alhambra.

La leyenda cuenta que era una mujer muy bella y que el rey de Granada, Mulhay Hacén se enamoró locamente de ella.
Tras convertirse al Islam y tomar el nombre de Zoraya, contrajo matrimonio con el monarca, que la convirtió en su esposa favorita.

Pero su otra esposa Aixa peleaba con Isabel de Solís por Muley Hacén. Esta relación provocó el disgusto de los abencerrajes y los celos de la sultana Aixa, madre de Boabdil, quien alentó una serie de intrigas en la corte y las disputas internas que acabaron con la abdicación del monarca en su hermano, Zagal, y, posteriormente desencadenaron la toma del reino de Granada por los Reyes Católicos.
No se tienen más noticias biográficas sobre ella, salvo que partió al exilio con su esposo y sus dos hijos Nasr ben Ali y Saad ben Ali. Según parece, tras la muerte de Muley Hacén se convirtió de nuevo al cristianismo, al igual que sus dos hijos, quienes tomaron los nombres de Juan de Granada y Fernando de Granada, respectivamente.

La historia de esta bella cristiana ha inspirado a escritores de distintas épocas en los siglos posteriores, como Martínez de la Rosa, que escribió la novela histórica Doña Isabel de Solís, reina de Granada y Laurence Vidal que ha publicado Los amantes de Granada, que rememora la vida de Isabel de Solís.
La torre de la Cautiva de la ALHAMBRA lleva este nombre en su recuerdo.

SARA, LA GODA.

Sara, conocida como la Goda. Era nieta del rey visigodo Witiza, y pertenecía a una importante familia andalusí.
Sara era hija de Alamundo, uno de los tres hijos del rey Witiza.
La historia de Sara y de su familia, establecida en Sevilla, fue recogida por su propio tataranieto, Ibn al-Qutiyya, un importante cronista andalusí.

Según cuenta Ibn al-Qutiyya, de acuerdo con los pactos que se dieron en al-Andalus en ese momento, la familia de Alamundo había conseguido tierras en la parte más occidental del valle del Guadalquivir.

A la muerte Alamundo, su hermano, Artobas, arrebató a sus sobrinos, aún niños, la herencia paterna. Ante esta la situación, Sara y sus hermanos acudieron a Damasco para plantear su caso al califa Hisham.

Allí, éste medió para que se cumpliera el pacto establecido y dio a Sara como marido a ‘Isa ibn Muzahim, quien fue con ellos a al-Andalus. En Damasco, Sara conoció a un miembro de la familia omeya, Abderramán I. A lo largo de los años éste acabaría en al-Andalus, convirtiéndose en el primer emir independiente; aquel hecho sería recordado en favor de Sara, pues pudo tener acceso a palacio.

Del matrimonio entre Sara e ‘Isa ibn Muzahim nacerían dos hijos. De uno de ellos descendería el cronista Ibn al-Qutiyya. Tras enviudar, Sara, ahora por mediación del ya emir ‘Abd al-Rahman ibn Mu’awiya, casó con ‘Umayr ibn Sa’id al-Lajmi, miembro del ejército (jund) sirio. De esta nueva unión nació Habib ibn ‘Umayr, de quien descenderían las importantes familias sevillanas.

SUBH.

Subh umm Walad (Subh es aurora, amanecer u oración de antes de la salida del sol; umm Walad es la madre de los hijos del señor) fue esclava, luego favorita del segundo califa cordobés Al Hakim II y madre del tercer Califa Hixem II. Nació probablemente en la década de 940 y murió hacia 999.
En el reino más poderoso de la época fue la mujer más influyente en los últimos años del siglo X.

De origen vasconavarro, fue traída al Califato en su infancia y elevada a favorita por el Califa haciéndola la sayida del alcázar o señora y dotándola de un gran patrimonio.
Como integrante del harén, Aurora tenía su vida muy restringida como era habitual en el Califato de Córdoba, pero por tolerancia del Califa como recompensa por haberle dado dos hijos, le permitía deambular fuera de Medina Azahara en ocasiones vestida de varón, usando el nombre masculino que le dio Alhakén II de Chafar, y la colma de regalos y atenciones.

Aurora maniobró  la muerte de Alhakén II en 976 para que su hijo Hixen II de 11 años reinase en el califato, pues el hijo mayor había fallecido.

La sayida se alió con el visir Yafar y con Almanzor, que ejercía como administrador del patrimonio del heredero y, según las fuentes locales, era posiblemente amante de Aurora. Con una gran profusión de dádivas atrajo hacia el partido de Hixem II a los miembros más importantes de la familia y aristocracia califal.

El asesinato del rival de Hixem II , que era Al Muguira, hermano del fallecido Alhakén II, allanó el camino de aquél hacia el trono.
Aurora protegió la vida y el reinado de su hijo controlando internamente las rencillas que ocurrían en Córdoba para destronarle. Para ello se valió de su protegido y aliado Almanzor, al que contribuyó a aupar al mando superior del califato.

Consolidada la persona de Almanzor por las victorias militares, éste dejó al joven Califa como un monarca de poder no efectivo, sólo nominal, dedicado a la oración y el retiro.

Aurora montó otra alianza hacia 997 para desplazar al caudillo y recuperar el poder para su hijo, pero falló su estratagema y Almanzor salió reforzado.

sábado, 27 de julio de 2013

Al-Hakam y los Cristianos del Norte.

   Al morir Abd al-Rahman III, las plazas fuertes que el rey leonés, Sancho I, prometiera al califa en pago a los muchos servicios que éste le prestara, aún no habían sido entregadas. Lo primero que hizo el sucesor fue exigir la entrega de dichas plazas bajo la amenaza de romper el tratado de amistad que existía entre Córdoba y León. Al mismo timepo, al-Hakam pedía la entrega del belicoso conde Fernán González, en poder de los navarros. Pero Sancho I y Garcia Sánchez, que conocían la inclinación natural que el nuevo califa sentía por la paz y los estudios, no creyeron que fuese a cumplir ninguna de sus amenazas, y el monarca navarro, en un alarde de seguridad y de que nada tenía que temer del califa, puso en libertad al conde castellano, sin hacer ningún caso a los requerimientos cordobeses. Fernán González se apresuró a volver a su feudo de Burgos y a deshacerse de Ordoño IV, al que convenientemente escoltado, hizo pasar a territorio musulmán. Le faltó tiempo al conde para, con sus gentes de armas, comenzar a hostigar las tierras musulmanas fronterizas. Pero el califa no dejó impune estas correrías de rapiña. A principios del año 962, se llamó, en todo el al-Andalus, a la guerra santa.
   Mientras tanto, el expulsado Ordoño IV llegó hasta Medinaceli y allí pidió al general Galib permiso para desplazarse hasta Córdoba y solicitar ayuda al califa. Enterado al-Hakam ordenó al general que acompañase al leonés, pero sin hacerle ninguna promesa. El 8 de abril de 962, ambos llegaron a Córdoba, Ordoño dispuesto a llegar a donde hiciera falta con tal de conseguir sus propósitos, aunque hubiera de humillarse hasta el infinito. El detalladísimo relato de Ibn Hayyan sobre esta visita, es en verdad interesantísimo para comprender cómo era el depuesto rey de León. Nada más entrar en Córdoba, acompañado por una guardia de honor enviada a recibirle, rezó ante la tumba al-Nasir. Se le alojó en una lujosa almunia, junto al séquito que le acompañaba y tratado como un auténtico príncipe. Dos ´días después, al-Hakam le recibió en Madinat al-Zahra, donde no se había escatimado esfuerzos para deslumbrar a Ordoño IV, que era bastante bruto y no había visto jamás la magnificencia de una recepción musulmana. Quedó deslumbrado, y más que deslumbrado, apabullado, ante un espectáculo de fuerza y riqueza que él jamás habría llegado a imaginar.  
Al-Haham y Ordoño IV se entendieron por medi del intérprete mozárabe Walid ben Jayzuran, juez de los cristianos de córdoba. el califa. El califa le hizo muchas promesas, todas encaminadas a colmar su ambición. Un ejército musulmán le ayudaría a recuperar el trono y él mantendría buenas relaciones con el califato cordobés, comprometiéndose a no aliarse contra el Islam. A cambio de todo esto, dejaría como rehen a su hijo García, y antes de tomar decisiones de importancia, las sometería a un consejo de notables, compuesto por personalidades mozárabes cordobesas. A todo accedió Ordoño, con una sumisión total.
   Cuando estos acuerdos llegaron a oídos de Sancho I, se temió lo peor. Se apresuró a enviar una embajada a Córdoba, en la que figuraban los condes de Zamora y Galicia, asi como varios prelados, para reconocer a al-Hakam como soberano y para prometerle que cumpliría, al pie de la letra, lo estipulado con Abd al-Rahman III. Desde aquel momento, nadie volvió a ocuparse de Ordoño IV, que, según parece, sin salir de Córdoba, murió antes de que acabase el año 962. La muerte de su competidor sirvió a Sancho I para creerse libre de cumplir, lo que no hacía tanto, había prometido ante el soberano musulmán. Pero, por si acaso, se apresuró a concluir alianzas con el rey de Navarra y los condes de Barcelona, Borrell y Mirón, y esperó a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
   Con todos sus vecinos cristianos aliados y preparados contra él, pocas salidas le quedaban a al-Hakam, como no fuese la detestada guerra. El mismo se puso al frente de una expedición que se dirigió contra Castilla, en 963. No se conocen muchos detalles, pero las fuerzas musulmanas conquistaron San Esteban de Gormaz, obligando a Fernán González a solicitar una tregua, tregua que violó en cuanto tuvo la menor oportunidad y que se saldó con que le fuera arrebatada la plaza de Atienza. García Sánchez I fue atacado en sus propios dominios y derrotado por gobernador de Zaragoza. Un poco después, los generales Galib y Sa´id, le arrebataron Calahorra, que fue fortificada y dotada de una importante guarnición.
   La superioridad de las armas musulmanas era algo irrebatible, y las fronteras del Islam quedaron en calma, imponiéndose una tregua a la España Cristiana. En 965 ó 966, Sancho I de León moría envenenado por el conde gallego Gonzalo. Le sucedía su hijo Ramiro III, que sólo tenía tres años. La regencia quedó a cargo de una tía del niño, Elvira, hermana de Sancho I, que era monja en el convento de San Salvador. Ante esta situación, los principales señores del reino, camparon a sus anchas, sin quererse someter a la autoridad de una mujer, que además era monja, y de un niño, casi un bebé. Cada uno pactaba directamente con Córdoba, según le parecía o según le interesaba. No había conciencia de reino ni de Estado. Las embajadas ante al-Hakam se multiplicaron por parte de los señores cristianos, ofreciendo vasallaje al califa e, incluso, solicitando su arbitraje cuando surgían querellas entre ellos mismos. Galicia y Asturias, estaban sufriendo los ataques normandos y bastantes problemas tenían para defenderse. El conde Fernán González había envejecido y moría en 970. Le sucede su hijo Garci Fernández. En este mismo año morirá también el rey de Navarra, García Sánchez y el trono pasará a Sancho García II Abarca.
     Los nuevos príncipes se apresuran a prestar homenaje a al-Hakam, mientras la decadencia política hace presa en León y Navarra. Por el contrario, el califato se encuentra en uno de sus momentos de máximo esplendor.
   Pero no sólo llegan a Córdoba las embajadas cristianas españolas: la del conde Borrell, de Barcelona, la de Fernando Ansúrez, conde de Monzón, la de Elvira de León, Sancho de Navarra... sino que la importancia del califato, reconocida internacionalmente, hace que lleguen los mensajes del basileus de Bizancio Juan Tzimisces y de Otón II, el nuevo representante de la casa de Sajonia.
   Sólo el nuevo conde de Castilla, cambiaría, repentinamente de actitud, aprovechando la larga ausencia del general Galib en la frontera. García Fernández atacó la fortaleza musulmana de Deza, mientras que la comisión que había enviado a Córdoba para rendir obediencia al califa, apenas había salido de la ciudad. Fue inmediatamente detenida y encarcelada, mientras se hacía volver a Galib, que se hallaba en África luchando contra los idrisíes. El conde castellano convenció a sus vecinos de León y Navarra para que se aliasen con él y así parece que lograron reunir una fuerza de unos 60.000 hombres, con la que fueron a cercar Gormaz. galib salió a combatirles, junto a los gobernadores de  Zaragoza y de Lérida. En el camino tomó Barahona y después Berlanga, mientras la guarnición musulmana de Gormaz resistía los ataques cristianos. El 28 de junio del año 974, cristianos y musulmanes se enfrentaron junto a los muros de la fortaleza y la coalición cristiana fue derrotada, con grandes pérdidas humanas. Galib persiguió a Garci Fernández en sus propias tierras, y le volvió a derrotar en Langa. El gobernador de Zaragoza hizo lo propio con los vascones, derrotándolos cerca de Tudela, en Estercuel. Con estos hechos de armas, la situación del Islam español quedó en calma y así se mantendría hasta el advenimiento de Hisham II.

al-Andalus de concha masiá.


 

viernes, 19 de julio de 2013

al-Hakam II

   Si su padre, Abd al-Rahman III no hubiera poseído una personalidad tan arrolladora, el príncipe al-Hakam, de gran cultura, aficionado a las letras y las artes, unido por siempre a la mezquita mayor de Córdoba, que amplió y embelleció, hubiera conseguido hacer su nombre imperecedero para la posteridad. Bajo su reinado la capital de al-Andalus alcanzó su máximo esplendor, y desde luego, no fue indigno de su insigne progenitor en el aspecto político. Su reinado fue, tal vez, el más pacífico y fecundo de la dinastía hispano-omeya, aunque resultó corto, quince años, especialmente si lo comparamos con el de su padre. El segundo califa cordobés tuvo tiempo, más que de sobra, para irse familiarizándose con las bondades y los peligros de poder. Designado muy joven como heredero, tiene casi 50 cuando accede al trono con el título honorífico de al-Mustansir bi-allah, " el que busca la ayuda victoriosa de Alá ".
   Al-Hakam II seguirá las directrices fijadas por su padre, aunque carece de su energía y de su carácter autoritario. En un Estado en el que el menor síntoma de debilidad podía desembocar en la relajación, cuando no en sublevación, el soberano, en varias ocasiones tendrá que enviar circulares tajantes a aquellos gobernantes que hacían dejación de sus funciones.
   El nuevo califa no era muy afortunado, que digamos, en el aspecto físico: tenía el pelo rubio rojizo, con grandes ojos negros, nariz aguileña, piernas cortas y fornido cuerpo. Sus antebrazos eran demasiado largos y tenía un prognatismo bien visible. Su salud siempre fue delicada y a finales del año 974, padeció un ataque de hemiplejía que le tuvo apartado de toda actividad durante dos meses. Esta misma enfermedad iba acabar con él apenas dos años después. Siempre fue muy piadoso y ante la cercanía de la muerte, se dedicó a las obras de caridad, liberando esclavos, haciendo escuelas para niños pobres, rebajando las contribuciones... y dando pruebas de una devoción ejemplar, pero que ya practicaba antes de caer enfermo. Algunos dicen que intentó prohibir el consumo de vino, es más, pensaba hacer arrancar todos los viñedos de al-Andalus, pero desistió de tan arriesgado proyecto, ya que sus súbditos podían emborracharse con otro tipo de alcoholes, como el de higos. Su natural bondadoso, con motivo de una grave sequía padecida en el año 964, le hizo repartir cuantiosos vivires entre los más necesitados.
   La paz reinó en esos quince años, aunque se vivió un sobresalto cuando los machus, esta vez daneses paganos, intentaron desembarcar en las costas andalusíes. El duque de Normandía, Ricardo I, se había desembarazado de ellos, empujándolos hacia España, pero aquí, se estaba preparado para repeler sus posibles ataques. La escuadra omeya, bien pertrechada, patrullaba a lo largo de las costas mediterráneas y atlánticas, presta a la defensa de las mismas contra los machus o los fatimíes. Al-Hakam visitó el puerto de Almería para comprobar los trabajos defensivos. Cerca, en el cabo de Gata, piadosos musulmanes se relevaban , día y noche, para vigilar. Los daneses, con 28 navíos, arribaron a la actual Alcacer do Sal y luego invadieron los llano de Lisboa, donde tuvo lugar un sangriento enfrentamiento con las tropas musulmanas. En la desembocadura del río Silves, la flota omeya alcanzó a los barcos machus, destruyendo a muchos de ellos y liberando a los cautivos que habían hecho los daneses. En el año 971, navíos daneses se vieron,, de nuevo, en las costas españolas. Al-Hakam II dio orden de que se reuniese la flota del Mediterráneo con otra anclada en Sevilla y, en esta ocasión, los machus no lograron desembarcar.
   El segundo califa no modificó en nada el ceremonial ni la etiqueta de la corte, en la que, a menudo, se celebraban muchas fiestas, bien en el Alcázar o en la fastuosa Madinat al-Zahra. Las funciones de los esclavos de palacio tampoco sufrieron ningún tipo de variación. Los personajes más importantes dentro de esta corte serán el general Galib ben Abd al-Rahman y Abu-l-Hasan Cha´far ben Uthman al-Mushafí, cuyo padre había sido el preceptor de al-Hakam. Fue nombrado secretario de Estado, con rango de visir. Hasta su muerte gozó de la confianza del califa que apreciaba sus buenas cualidades, entre las que destacaban la honestidad y su cuidado para no gravar el presupuesto califal con gastos inútiles.
   Cuando al-Hakam subió al trono, no tenía hijos lo que era preocupante para el porvenir de la dinastía que, hasta ese momento, siempre había tenido soberanos por línea directa. En el año 962, una de sus concubinas le dio un hijo varón, Abd al-Rahman, que murió a los pocos años. La mismo umm walad, princesa-madre, tres años después concibió otro niño, Abu-l-walid Hisham, que sobrevivió después de mil cuidados. Esta princesa madre, llamada Subh, era una joven cautiva de origen vascón, que, a raíz de estos embarazos, fue la mujer más mimada de palacio. Es la misma que Dozy designó con el nombre de Aurora, y que tendrá un importante papel cuando su hijo Hisham acceda al califato.
   En el año 976, deseoso de asegurar la sucesión de su hijo, que sólo tiene once años, al-Hakam decide que se le preste el juramento de fidelidad y le inviste como heredero, en medio de una ceremonia llena de solemnidad. Ocho meses después moría el califa, cuando contaba con sesenta y un años.
   Durante la paz de su reinado, la agricultura hizo grandes progresos. Se construyeron canales de irrigación  en las vegas de Granada, Murcia, Valencia y Aragón, con lo que se aumentó su fertilidad y sus producciones. Incluso los caballeros musulmanes tenían a gala cultivar, con sus propias manos, sus huertos ; los magistrados y teólogos se dicen que discutían o enseñaban a la sombra de las parra, mientras la gente abandonaba las ciudades para pasar la primavera y el otoño en el campo y disfrutar la naturaleza en las mejores épocas del año.
   Pero, sobre todo, al-Hakam protegió la literatura y el saber. Apasionado del conocimiento y de los libros, aumentó la biblioteca creada por su padre, hasta que alcanzó la fabulosa cifra de seiscientos mil volúmenes. Posiblemente era la mayor de su tiempo y en ella se hallaba todo el saber de la época. No sólo contenía obras árabes, sino también las traducciones de los clásicos griegos: la medicina de Hipócrates y Galeno, la geografía, astronomía y trigonometría de Ptlomeo, la geometría de Euclides, la física de Arquímedes, la crítica de Aristarco, y la metafísica de Apolonio, Empédocles y Aristóletes, este último, en especial, era muy leído. todas estas versiones árabes fueron luego traducidas al latín en la famosa Escuela de Traductores de Toledo, protegida por un monarca, esta vez , cristiano, Alfonso X el Sabio. En ella trabajaron musulmanes, cristianos y judíos. Estas adaptaciones latinas permitieron que fuesen conocidas en Europa y que sirvieron de base para la filosofía medieval y la escolástica.
    Las mujeres formaban parte de este renacimiento cultural, pues las musulmanas no estaban apartadas de la enseñanza, pero con al-Hakam fueron especialmente apreciadas. El palacio califal era como un plantel donde florecían el talento de muchas autoras. Una tal Radiya, poetisa e historiadora, cuando estuvo en Oriente, causó sensación entre los eruditos.
   Laban, versada en gramática, poesía y aritmética, entre otros saberes, era la secretaria privada del califa. Sólo ella manejaba la correspondencia confidencial del monarca. Maryam enseñaba literatura a las hijas de las familias más importantes de Sevilla y de su escuela salieron jóvenes que hicieron las delicias de nobles y grandes señores con sus poesías y su conversación intelectual. En aquella época, era habitual que en las reuniones se recitasen a los invitados pequeños poemas, o ellos mismo fueran animados a hacerlo, de la forma más natural. Era un signo de educación y de distinción, pues la poesía estaba muy enraizada en el alma árabe, y ya hemos visto que muchos emires y el propio al-Hakam fueron buenos versificadores.
   Se dice que cuando murió el califa, su único hijo, Hisham bajó a la tumba para rezar y que no pudo contener las lágrimas. Si hubiera conocido cuál iba a ser su destino, seguramente, esas lágrimas habrían sido, incluso, más abundantes.

Libro al-Andalus de Concha Masiá.
 

lunes, 15 de julio de 2013

La leyenda de las Cien Doncellas.

   Esta leyenda castellana bien puede significa, en su esencia, los onerosos tributos que los reinos cristianos debían pagar al califato, pues, generalmente, se sitúa en los tiempos de Abd al-Rahman III.
   Según dice la leyenda, este califa impuso la obligación de enviar, cada año, cien doncellas, escogidas entre las más bellas y fuertes, a los castellanos, leoneses y navarros. Durante muchos años los cristianos cedieron a este vergonzoso tributo y así podían verse caravanas de mujeres que pasaban a Córdoba, Sevilla y Granada para convertirse en esclavas o concubinas.
   En cierta ocasión, estaba reunida la nobleza cristiana de los diferentes reinos, cuando llegaron los mensajeros del califa a reclamar el tributo.
   El conde Fernan González, se levantó indignado y dijo que esas doncellas, desde luego, no iban a ser castellanas y animados por esta respuesta, lo mismo contestaron los reyes de León y de Navarra. Y por si esto fuera poco, los mensajeros del califa fueron decapitados allí mismo.
   Esta afrenta no podía quedar impune por parte de Abd al-Rahman III que, al frente sus tropas, salió a castigar la osadía de aquellos cristianos que, además , eran sus tributarios. Allí por donde pasaban las fuerzas califales, sembraban el pánico y la destrucción. cosechas arruinadas, pueblos incendiados, mujeres violadas y hombres ahorcados al lado de los caminos...Tantos eran los desastres que el rey de León decidió reunir a sus nobles y ver qué se podía hacer ante semejante situación. Las tropas musulmanas eran numerosas, bien pertrechadas, mientras que las de los cristianos estaban en inferioridad de condiciones en todos los sentidos. Ya veían que los reinos perecerían y que las cien doncellas en cuestión que no habían sido entregadas de buen grado, se las iban a arrebatar por la fuerza.
   El rey de Navarra sugirió plantear batalla encomendándose a  San Yago, milagroso santo enterrado en Galicia que, en otras ocasiones ya les había prestado su favor contra la morisma, como fue en el caso de Clavijo, cuando, montado en un caballo blanco, les ganó la partida a los musulmanes. Por su parte, Fernán González dijo que también en Castilla, tenían un buen protector, San Millán de la Cogolla, que no había de desampararles en un trance como el que se proponían afrontar.
   El rey de León decidió aceptar el reto, y tanto los nobles como las fuerzas preparadas para la lucha, pasaron una noche entera rezando, en la seguridad de que saldrían derrotados, pero había que intentarlo todo antes de seguir con aquel tributo que mancillaba su honor como caballeros y como hombres. Nunca más saldrían cien doncellas cristianas para tierras moras.

 Los dos ejércitos se avistaron desde lejos. Las fuerzas musulmanas infundían pavor, y los abanderados cristianos, temblando, levantaron los pendones de Asturias, Zamora, León, Castilla y Navarra. Bajo el sol brillaba la media luna sarracena y los pendones bordados con las alabanzas a Alá. Los cristianos antes de entrar en batalla, se hincaron de rodillas y rezaron, una vez más, a Santiago y San Millán para que les infundieran fuerza en los brazos y ánimo en el corazón, aunque la mayoría, lo que hicieron, fue prepararse para morir.
   Desde un alto, vieron los musulmanes que los cristianos estaban arrodillados, como si estuvieran ya vencidos antes de empezar a luchar y no dudaron en lanzar las tropas contra ellos. Pero sucedió que, de repente, aparecieron en el campo cristiano dos caballeros, uno montando un brioso corcel blanco y otro a lomos de un alazán negro. Sus espadas refulgían de entre todas las que se batían, tanto cristianas como sarracenas, con un brillo singular, que cegaba, mientras cada golpe que daban con ellas, resultaba mortal. Cercados por los moros, los dos misteriosos caballeros se deshacían de ellos derribandolos con la fuerza de sus mandobles...animados los cristianos al ver que no todo estaba perdido, redoblaron sus esfuerzos. El suelo se tiñó de sangre, rodaban las cabezas y los jinetes morían bajo el peso de sus propios caballos. La batalla estaba decidida del lado cristiano y aunque los moros pidieron clemencia, no se les concedió. Más de siete mil musulmanes murieron en aquel día terrible y los que sobrevivieron, fueron pasados a cuchillo. Los cadáveres se llevaron a una cueva y , después, se trajeron cuarenta lobos de Asturias para que los devorasen.
   Grande fue la alegría en todos los reinos cristianos. Se dice que las fiestas duraron más de 9 días y que el rey de León buscó a los dos caballeros, que nadie reconocía como pertenecientes a sus mesnadas, para agradecerles su providencial ayuda. Todo fue en vano, no los pudieron encontrar, ni a ellos ni a sus caballos. Entonces cayeron en la cuenta de que, sin duda, se trataba de los dos santos invocados, San Millán y Santiago apóstol que habían escuchado las súplicas cristianas.