Entre las producciones de la poesía arábigo-hispana se encuentran muchas que manifiestan sentimientos extraordinariamente parecidos a los nuestros y que contienen ideas que no podían nacer en la antigua Arabia sino bajo el más dilatado horizonte del Occidente.
En todas las épocas y en las más distintas regiones del mundo a donde sus conquistas los llevaron los árabes guardaban vivos en el alma los recuerdos de la patria primera. La historia de sus antepasados les era familiar desde la infancia y la peregrinación a los lugares santos de su creencia, que casi todos emprendían, no dejaba que jamás se entibiase en ellos el sentimiento de amor y dependencia del país de donde salieron. Por esto sus poesías están llenas de alusiones a las leyendas, héroes y localidades de la antigua Arabia, de imágenes de la vida nómada y de descripciones del desierto.
Consideraban, además, las mu´allaqat y el Hamasa como modelos insuperables, y bastantes creían que el medio más seguro de llegar a ser clásicos era imitar mucho su estilo. La poesía de los árabes en España tenía muchos rasgos iguales a la de su hermana oriental, pues todavía no dejó de sentir el influjo del suelo de Andalucía. Los poetas, a pesar de toda su admiración del Hamasa y de las mu´allaqat, y a pesar del deseo de imitarlos, no pudieron desechar los nuevos asuntos que se ofrecían para sus canciones. Ya no podían cantar las enemistades entre tribu y tribu ni las discordias por causas de los pastos sino la gran contienda del Islam contra las huestes reunidas del occidente. En vez de convocar a los compañeros de tienda para la sangrienta venganza de un pariente asesinado, debían convocar a todo un pueblo para que defendiese la hermosa Andalucía de donde los enemigos de la fe amenazaban lanzarlos .
A la par de las peregrinaciones por el desierto y de la vivienda abandonada del dueño querido, lo cual, por convención, había de tener siempre lugar en una qasida, había entonces que descubrir risueños jardines impregnados con el aroma del azahar, arroyos cristalinos con las orillas ceñidas de laureles, blandas y reposadas, siestas bajo las umbrosas bóvedas de los bosquecillos de granados, y nocturnos y deleitosos paseos en barca por el Guadalquivir. Inevitablemente tuvieron los poetas, al tratar estos nuevos asuntos, que adoptar imágenes desconocidas para sus antepasados, y el estado de la civilización, enteramente distinto, hubo también de imprimirse en sus versos. A semejanza de su lengua, toda la actividad creadora de los árabes tiene un carácter subjetivo. Pinta con preferencia la vida del alma, hace entrar en ella los objetos del mundo exterior y se muestra poco inclinada a ver clara la realidad, a representar la naturaleza con rasgos y contornos firmes y bien determinados y a penetrar en el seno de otros individuos para describir los sucesos de la vida y retratar a los hombres.
Los asuntos sobre los que escriben son de varias clases. Cantan las alegrías del amor bien correspondido y el dolor del amor desgraciado. Pintan con los más suaves colores la felicidad de una tierna cita y lamentan con acento apasionado el pesar de una separación. La bella naturaleza de Andalucía los mueve a ensalzar sus bosques, ríos y fértiles campos, o los induce a la contemplación del tramontar resplandeciente del sol o de las claras noches ricas de estrellas. Entonces acude de nuevo a su memoria el país nativo de su raza donde sus antepasados vagaban sobre llanuras de candente arena. Expresiones de un extraño fanatismo salen a veces de sus labios como el ardiente huracán del desierto y otras sus poesías religiosas rezuman blanda piedad y están llenas de aspiraciones hacia lo infinito.
Elogian la magnanimidad y el poder de los príncipes, la gala de sus palacios y la belleza de sus jardines. Van con ellos a la guerra y describen el relampaguear de los aceros, las lanzas bañadas en sangre y los corceles rápidos como el viento. Los vasos llenos de vino circulan en los convites y los paseos nocturnos por el agua a la luz de las antorchas son también celebrados en sus canciones. En ellas describen la variedad de las estaciones del año, las fuentes sonoras, las ramas de los árboles que se doblegan al impulso del viento, las gotas de rocío en las flores, los rayos de la luna que rielan sobre las ondas, el mar, el cielo, las pléyades, las rosas, los narcisos, el azahar y la flor del granado. Tienen también epigramas que elogian todos aquellos objetos que adornaban con lujo refinado la mansión de los magnates, como estatuas de bronce o de ámbar, vasos magníficos, fuentes y baños de mármol y leones que vierten agua.
Sus poesías morales o filosóficas discurren sobre lo fugaz de la existencia terrenal y lo voluble de la fortuna, sobre el destino, al que ningún hombre puede sustraerse, y sobre la vanidad de los bienes de este mundo y el valor real de la virtud y de la ciencia. Con predilección, procuran que perduren en sus versos ciertos momentos agradables de la vida, describiendo una cita nocturna, un rato alegre pasado en compañía de lindas cantadoras, una muchacha que coge fruta de un árbol, un joven copero que escancia el vino, y otras cosas similares. Las diversas ciudades y comarcas de España, y también sus mezquitas, puentes, acueductos, quintas y demás edificios suntuosos, son encomiadas por ellos.
Por último, la mayor parte de estas poesías están enlazadas con la vida del autor; nacen de la emoción del momento; son en suma, improvisaciones, de acuerdo con la más antigua forma de la poesía semítica.
En su conjunto, la poesía andalusí tenía, quizá en mayor medida que la de Oriente, el gusto por la naturaleza y el sentido del amor cortesano (al lado del erotismo), en el sentido de que se desarrollaron unas estrofas poéticas populares más ligeras y más cercanas a las reglas de la poesía «romance» .