Al advenimiento de Muhammad, y como ya era una costumbre cuando un nuevo emir se sentaba en el trono de Córdoba, los toledanos comenzaron a agitarse. Desde 837 se habían mantenido, más o menos en calma, a pesar de haber apoyado los mozárabes de la población el descabellado movimiento de Eulogio. Tenían rehenes en Córdoba como garantía de que se iban a portar bien, junto a otros detenidos políticos de zonas por igual de conflictivas. Vivían, nada mal por cierto, en la llamada " casa de los rehenes ".
Unos días después de la entronización de Muhammad I, los toledanos apresaron al gobernador omeya de la ciudad y no lo soltaron más que cuando supieron que sus rehenes habían sido liberados en Córdoba. Este éxito les animó y enseguida estuvieron dispuestos a levantar tropas con las que se dedicaron a correr el campo en dirección a Calatrava, cuya guarnición tuvo que ser evacuada ante la presión de los revoltosos toledanos. El emir no iba a dejar impune estas provocaciones. En el verano de 853 el propio hermano de Muhammad I, al-Hadam, recupero Calatrava y la fortificó. Pero los toledanos se volvieron atrevidos y asolaron las riberas del río Jándula, haciendo caer al ejército emiral en una emboscada, cerca de Andújar. Las tropas leales tuvieron que huir, abandonando armas y bagajes.
Los toledanos fueron los primeros sorprendidos por este éxito, pero temiendo la reacción del emir, pidieron ayuda a ORDOÑO I. El monarca asturiano era el primer interesado en que surgiera la guerra civil entre los propios musulmanes y no dudó en armar un fuerte ejército, al mando de uno de sus parientes, Gastón, conde del Bierzo, que partió en auxilio de los de Toledo.
Muhammad se puso al frente de sus tropas y llegó a una llanura situada al sudoeste de Toledo, por la que transcurre un pequeño afluente del Tajo, el Guazalete. El emir omeya emboscó sus tropas en los repliegues del terreno y se lanzó al ataque con el resto. Esta estratagema, no por vieja, dejó ser eficaz y las tropas toledano-asturianas sufrieron una derrota espantosa. Crónicas latinas y árabes coinciden en las cifras: los asturianos tuvieron 8.000 muertos y los toledanos, 12.000. Los vencedores, como era habitual, amontonaron las cabezas de las víctimas de aquella matanza, y desde lo alto de esa macabra torre, rezaron a Alá y le agradecieron la victoria.
Sin embargo, Muhammad no le sacó partido a este triunfo, pues en lugar de ir a tomar Toledo, prefirió contemporizar, mientras que los destrozados toledanos, odiaron, aún más, al régimen cordobés. Continuaron alborotando en 856 y 858, hasta que el propio Ordoño los abandonó. Solicitaron una amnistía a Muhammad I que les fue concedida, y por espacio de diez años estuvieron tranquilos. En 875 otra vez tuvo el emir que ir a por ellos. Les exigió rehenes y les impuso como gobernador a su hijo AL-MUTARRIF. No levantarían cabeza hasta el advenimiento de AL-MUNDHIR.