Tras la muerte de Almanzor, su sucesor fue su hijo predilecto, Abd al-Malik, que ya había dado pruebas de su buen hacer, tanto en las luchas contra los cristianos, como cuando fue virrey en tierra magrebíes. Se encontraba junto a su padre, cuando éste murió en Medinaceli y a él le transmitió su testamento político, dictado en plena lucidez. En este testamento, anima a su hijo a seguir el camino que él le ha trazado; le deja una hacienda próspera; la aristocracia ha sido relegada a un segundo plano, cuando no aniquilada, y ya no puede hacer uso de sus antiguas prerrogativas militares; los recursos del Estado no deben ser malgastados y los agentes fiscales vigilados muy de cerca. Almanzor aconseja a su heredero que cuide bien de Hisham II, especialmente de cara al exterior, pues nada tiene que temer de él, si le mantiene en su puesto y le hace sentirse como un califa ante él mismo y los demás, ro que tenga cuidado con la camarilla que le rodea que pueden utilizar el nombre del califa para sus manejos. Si no se sale de los términos de fidelidad jurada a Hisham, su posición sera siempre sólida. Por último le encarga que trate con benevolencia a su hermano Abd Al Rahman, más pequeño que él y peor dotado, y a todos los clientes en Córdoba como en las peligrosas fronteras con tierras cristianas.
Abd al-Mali no tenía la talla de su padre, pero poseía algunas de sus cualidades y fue un digno sucesor, al que su prematura muerte no permitió ir más allá. Respetó las instrucciones que le diera su progenitor, y tanto su celo religioso como su valor en el combate, le granjearon el respeto de sus súbditos.
Hisham II ratificó la sucesión de Abd al-Malik al frente del Estado. El califa sólo quería vivir tranquilo, y le entregó un decreto en el que le confería las mismas prerrogativas que a su padre. Este decreto fue leído desde el minarete de la mezquita mayor. Los que había tomado sus posiciones de oposición al nuevo regente, fueron desterrados a Ceuta y el traspaso de poderes, de padre a hijo, se realizó sin sobresaltos. Abd al-Malik parece que sintió agradecimiento hacia el califa por haber accedido tan pronto y tan bien a confirmarle como regente y le tratará mejor aún que su padre. Incluso a veces le invitará a fiestas en al-Zahira, pero eso sí, lo sacará del Alcázar, disfrazado y por calles desiertas para que no pueda mantener ningún contacto con su pueblo. El caso es tenerlo entretenido y que no piense en nada que tenga que ver con el gobierno o con el Estado. También tendrá buen cuidado Abd al-Malik en congraciarse con las mujeres de palacio, siempre inquietas y aburridas. Las príncesas se vuelven locas por los objetos originales, por productos exóticos, por las joyas de ensueño... y llevadas de este afán y de su credulidad, avispados mercaderes y anticuarios sin escrúpulos, les venderán planchas de madera del arca de Noé y otros elementos igual de falsos y sorprendentes. Y el nuevo regente no escatimará recursos, salidos de las arcas del Estado, para que satisfagan todos los caprichos.
De todas formas, nunca se vio en Córdoba un lujo más desenfrenado. Se vivía el presente como si se presagiara que ese " estado de bienestar " no iba a ser duradero. Cualquier actividad que tuviera que ver con mercancías elegantes y costosas, nunca se había visto favorecida con tan numerosa clientela. El propio Abd al-Malik hacía alarde de una ostentación, en el vestido y en las joyas, que admiraba y sorprendía. Pero hay que reconocer que a pesar de estos alardes, el hijo de Almanzor también sabe acercarse, en un gesto de humildad, a los eremitas, a los cárceles para conocer su funcionamiento y que los presos no cumplan más pena que a la que han sido condenados. Al igual que su padre, se preocupará de los literatos, poetas, astrólogos, y jugadores profesionales de ajedrez, que se mueven en su entorno, reciban pagas y gratificaciones. Con todo, Abd al-Malik, es y se siente un soldado, y en ningún lugar está tan a gusto como rodeado de sus tropas, de sus oficiales con los que, con frecuencia, se entrega, con demasiada pasión, a los placeres del vino. Aunque todos conocían este defecto, grave en un musulmán, todos callan, pues al llegar al poder, Abd al-Mali, ha reducido en una sexta parte el total de las contribuciones del pueblo.
A su lado, la personalidad del hermano, Abda al-Rahman, queda bastante desdibujada, así como su papel en la corte. Entre el alto personal del Estado, los dos primeros son el esclavo Tarafa el visir Ibn al-Qatta. Otro de sus protegidos será Isa ben Sa´id, en el que confiaba tanto que hasta llegó a otorgarle la mano de una de sus hermanas, pero todos participarían en conjuras contra aquel al que debían buena parte de su fortuna.
Ibn al-Qatta se dio cuenta de que Abd al-Malik no tenía el carácter de su padre y decidió tomar sus propias decisiones. Molestó a los eslavos e intentó introducir en los cuadros del ejército a clientes árabes. Isa, por su parte, tramó un complt para asesinar, de una sola tacada, a Hisham y a Abd al-Malik, para colocar en su lugar a un nieto de Abd al-Rahman III. El regente no dio crédito a las denuncias que recibió hasta que su propia madre le puso en alerta. No tuvo tiempo para concretar sus planes, pues fue apresado y muerto en el propio palacio ante Abd al-Malik. En cuanto al pretendiente fue encarcelado, tres días después, y murió en la cárcel, no se sabe si estrangulado o de inanición.
Poco después de estos hechos, Abd al-Malik volvió de una expedición victoriosa contra la plaza de Clunia, y obtuvo el permiso de Hisham para usar el titulo de al-Muzaffar, " el Triunfador ", por el que los historiadores árabes le nombrarán casi siempre. Pero poco tiempo iba a disfrutar de este título honorífico. Comenzó a sufrir una enfermedad en el pecho que lo mató en un año, cuando salía para una campaña invernal contra Sancho García. Murió junto al convento cristiano de Guadalmellato, el 20 de octubre de 1008. Algunos cronistas apuntan, y según Levi Provençal puede que acierten, que el segundo hijo de Almanzor, Abd al-Rahman Sanchuelo puedo tener algo que ver en la muerte prematura de su hermano, que dejó este mundo con sólo 33 años. Lo cierto es que , tras la muerte de al-Muzaffar, se iba a desencadenar la terrible época de la fitna, mientras que comenzaba la agonía del califato andalusí.
Abd al-Malik supo mantener la hegemonía militar de Córdoba frente a los reinos cristianos, todavía sumidos en luchas intestinas, e incapaces de hacer frente , unidos, a su tradicional enemigo musulmán. Castigará a aquellos que rompan las treguas firmadas, como en el caso del conde franco de Barcelona, pero se avendrá a nuevos pactos en el conde castellano Sancho García.
También intervendrá como árbitro en la querella del conde Sancho García con el conde gallego Menendo González, tutor del rey leonés Alfonso V. La madre del pequeño era hermana del conde castellano y éste quería quitar de en medio al gallego y ejercer él mismo la regencia del reino de León. Abd al-Malik les envió al juez de los mozárabes de Córdoba que se pronunció a favor del Menendo González que conservará la tutela del joven hasta su asesinato en 1008.
Sancho, molesto con el fallo del juez, rompió la tregua con al-Andalus, pero no tardó en darse cuenta de su error y en ofrecerse a colaborar en las campañas de Abd al-Malik, si bien el conde castellano firmaba tantas treguas como prisa se daba en romperlas , y al-Muzaffar tuvo que combatirle en varias ocasiones, con suerte diversa.
En el año 1006, estando el regente en Medinaceli, recibió a un embajador bizantino que traía un mensaje del emperador Basilio II, y que parece que llevaba con él a cierto número de marinos andaluces, apresados en las costas de Cerdeña y Córcega, mientras ejercían la piratería. Posiblemente se tratase de un intercambio de cautivos, pero fue y a la última vez que un embajador bizantino se presentó en la Península Ibérica ante un jefe del Estado musulmán.
Libro al-Andalus de Concha Masiá.