El califato se basaba en la igualdad de todos los grupos étnicos y religiosos para acceder a los puestos de gobierno, acabando con la nobleza militar árabe, berberisca, eslava o de cualquier otro origen. El respeto a los cristianos, a los judíos y a la inmensa parte de la población, así como la constitución de una burocracia meritocrática y una clase media comercial y administrativa, fueron las bases de ese estado de bienestar.
Obras públicas
Se dedicó a la Mezquita de Córdoba, de la que ya en vida de su padre inspeccionaba las obras, realizando la ampliación más bella y la decoración más rica, derribando el muro de la qibla y extendiendo el oratorio en doce crujías, dotándolo de una serie de lucernarios cubiertos con bellas cúpulas nervadas, y de una macsura con presencia de arcos polilobulados y entrecruzados, además de la construcción del mihrab, concebido por primera vez como una habitación octogonal, cuya portada fue decorada con bellos mosaicos realizados por maestros bizantinos enviados por el basileus (emperador) de Constantinopla, Constantino VII.
Terminó de construir Medina Azahara, con el mismo tipo de construcción y decoración. Utilizaba sus dependencias desde la primavera hasta el otoño, y si alguna vez lo hacía en invierno era para presidir recepciones solemnes y recibir embajadores.
Reformó el Alcázar y construyó castillos por varias zonas como defensa contra los reinos cristianos.
Realizó obras públicas en Córdoba, que se convirtió en la ciudad más importante de Europa tanto por su población como en el ámbito político y cultural. Era la primera ciudad de la Península que tuvo pavimentadas sus calles, alumbrado público nocturno y alcantarillado, que se distribuía mediante una red perfectamente organizada, algo extraordinario teniendo en cuenta la época. También hay constancia de obras de este tipo en otras ciudades.
Construyó el castillo de Baños de la Encina.
Economía
Los impuestos coránicos casi nunca bastaron para hacer frente al gasto del Estado, pero la economía alcanzó un desarrollo insospechado gracias a la larga etapa de paz que el califato dio a sus súbditos, lo que proporcionó al fisco unos ingresos saneados que permitieron la construcción de las grandes obras públicas.
La vida económica propiamente dicha estaba basada en la agricultura y ganadería. El cultivo de cereales y legumbres fue particularmente intenso. Los excedentes de aceitunas, uvas e higos fueron exportados con pingües beneficios hacia Oriente. Se introdujeron el arroz, el naranjo y el toronjo, y se construyeron sistemas de riego y canales. La capa forestal alcanzó probablemente su extensión máxima en la península y fue aprovechada para la construcción de barcos, en especial en los astilleros de Tortosa.
El dominio de Marruecos y Argelia le facilitó la protección de las caravanas que le traían el oro de Sudán, con el cual se acuñaba monedas.
La ganadería estuvo en manos de los bereberes. En época de Abderramán II se habían introducido los primeros camellos en España, que se criaron para el ejército.
Las técnicas de extracción minera no experimentaron avances sensibles con respecto a los de la época romana, y los metales explotados fueron los mismos que en la antigüedad: oro y plata.
La industria de tipo artesano se centró en la manufactura de objetos de lujo.
Cultura
El desarrollo de las ciencias y de las letras se debió a las facilidades que los califas dieron a los sabios orientales inmigrados, ya que los Abasidas persiguieron sin tregua a quienes cultivaron el saber más allá de los rudimentos necesarios para la solución de los problemas jurídico-religiosos. La difusión de la cultura andalusí por Europa quedó asegurada gracias a los continuos viajes de los monjes mozárabes a la España cristiana, a la Marca Hispánica hasta Lorena.
La Medicina estuvo en manos de los mozárabes hasta mediados del siglo IX. En esta época llegaron prácticos de Oriente que desplazaron a los cristianos, y un siglo después se adapta la traducción oriental del Dioscórides a la terminología botánica de al-Andalus, gracias a la colaboración del judío Hasday ibn Saprut, del monje bizantino Nicolás y del médico musulmán Ibn Yulyul.
Fundó 27 escuelas públicas en las que los eruditos enseñaban de forma gratuita a los pobres y huérfanos a cambio de atrayentes salarios, y decretó la enseñanza obligatoria para todos los niños.
Creó una biblioteca, símbolo de esta cultura andalusí, pluralista, tolerante y universalista, con más de 400.000 volúmenes que abarcaban todas las ramas del saber. Tenía anejo un taller de escribanía con copistas, miniaturistas y encuadernadores, y se conocen los nombres de las dos copistas más importantes: Lubna, secretaria de Alhaken II, y Fátima. Según cronistas, en un solo arrabal de la ciudad podía haber unas ciento setenta mujeres dedicadas a la copia de libros, lo que da una idea de la cultura a la que llegó la mujer cordobesa en aquellas fechas. También tenía agentes para ojear y comprar libros en El Cairo, Bagdad, Damasco y Alejandría. Desde la biblioteca subvencionaba no sólo a los escritores y estudiosos de Al-Ándalus, sino de todo el mundo: cuando supo que Abu'l-Faraj al-Isfahani había comenzado su célebre antología de poesía y canciones árabes (el Libro de cantos), le envió mil monedas de oro para tener una copia. Isfahani le envió una especial, con la genealogía de los Omeyas, porque Alhakén, que leyó y anotó muchos de los miles de libros de su biblioteca, era un genealogista consumado, el más importante que haya tenido esta disciplina; todavía hoy es la máxima autoridad. Pasaron siglos antes de que se reuniera en España una biblioteca como la suya, sólo porque escribía, perdonaba, protegía a los filósofos y pagaba a todos los poetas, incluso a los más desvergonzados.
Sucesión
De la trayectoria de este califa, inteligente, ilustrado, sensible y extremadamente piadoso sólo cabe lamentar que reinara apenas 15 años, y que cometiera el gran error de no nombrar a un sucesor capacitado y eficaz.
Quizás por sentir próxima su muerte por el ataque de hemiplejía que sufrió, se apresuró en nombrar sucesor a su hijo, Hisham II que, al acceder al trono siendo menor de edad, se convirtió en una marioneta utilizada con astucia por Al-Mansur y sus partidarios.
Las desbordadas ambiciones del visir y su obsesivo fanatismo religioso y militarista abocarían a Al-Andalus a emprender continuas campañas bélicas. Junto a sus acólitos se adueñó de la autoridad administrativa, iniciando un período de intransigencia que desencadenó graves conflictos civiles y afectó muy negativamente a la unidad política de las diversas colectividades que integraban el conjunto social de Al-Andalus. La continuidad del Califato se hizo inviable y comenzó su decadencia.
Almanzor
Durante el reinado de Alhakén II hizo su aparición en la Historia Muhammad Ibn abi-Amir, más conocido como Almanzor, quien tras realizar sus estudios en la capital califal inició su carrera política pasando desde el puesto de auxiliar del cadí de Córdoba al de administrador del patrimonio de Subh, la concubina favorita del califa, de gran influencia política en la corte y que le hizo ascender rápidamente hasta alcanzar en 973 el cargo de intendente del ejército en la campaña africana.
Sin embargo, el esplendor de la carrera política y militar de Almanzor se alcanzará bajo el reinado del siguiente califa, Hisham II.
Alhakén falleció por un derrame cerebral en brazos de Fagil y Djahad, sus eunucos, el 30 de septiembre del 976, un año y once meses después de que padeciera el primer ataque de hemiplejía.
Semblanza del Califa
Físicamente rubio, como casi todos los Omeyas, pero tirando a pelirrojo, con nariz aguileña, grandes ojos negros, mejillas fláccidas o colgantes, corpulento, piernas cortas, casi barbilampiño como perejil mal sembrado, cogotudo, antebrazos demasiado largos y acusado prognatismo. Su voz era muy fuerte, casi estentórea.
Alhakén nunca tuvo buena salud. En 974, sufrió un ataque de hemiplejía del que nunca se recuperó, por lo que, muerto su primogénito Abderramán en 970, hizo jurar a Hixem II como sucesor.
Fue un califa inteligente, ilustrado, sensible y extremadamente piadoso, tanto que, preocupado por la costumbre de beber de sus súbditos, intentó evitarla arrancando los viñedos. Sus consejeros le convencieron de dos cosas: el aguardiente de higos emborrachaba más, y las uvas eran necesarias para hacer las pasas que se distribuían entre las tropas.
Información: WIKIPEDIA.