Ziryab, "El mirlo"
La música era otra de las enseñanzas que se impartían en La Mezquita de Córdoba donde el famoso músico Ziryab fundó el primer conservatorio del mundo islámico en la madraza e introdujo los cantos árabes conocidos como nubas. Sus innovaciones musicales tuvieron también una fuerte influencia. Introdujo en Hispania las melodías orientales de origen grecopersa que serían la base de buena parte de las músicas tradicionales posteriores de al menos una parte de la Península Ibérica.
Abu l-Hasan Ali ibn Nafi` el Mirlo Negro, Ziryab, nació en Bagdad en el año 789. El sobrenombre le venía debido a que tanto el color de su piel como su bella voz recordaban a un pájaro cantor de plumaje negro, el mirlo, en árabe zyriab.
En su ciudad natal fue alumno del músico Isaac al Mawsulf, el predilecto del califa Harun al-Rashind, famoso gracias a los cuentos de “Las mil y una noches”. Los progresos de Zyriab en manos de este músico fueron tales que su técnica y su gracia natural dejaron pronto atrás al maestro y, según cuenta la historia, en una de las demostraciones de su arte que hizo ante el califa, osó presentarse con un laúd de su invención, con cinco cuerdas y no con las cuatro habituales ante entonces y el plectro con que las taño fue una garra de águila y no con una púa de madera como las que se tocaban en ese momento. El sonido de su instrumento y el de su melodiosa voz hicieron que Haun al Rashind sintiera con su música algo superior a lo que había oído nunca. Tanto le gusto que le pidió que volviera el otro día a palacio para seguir deleitándose con ella. Esto no sucedió ya que su maestro lo que sintió fue indignación y, posiblemente, envidia. En palabras del historiador, Dozy, Isaac al Mawsulf le dijo que “no tendría el menor escrúpulo” en matarlo.
Zyriab, entonces, optó por el destierro. La perfección de su música lo condenaba a una vida de apátrida, y así anduvo deambulando durante años por ciudades de Siria y del norte de África, viviendo en El Cairo y cruzando los desiertos de Egipto y Libia, hasta establecerse en Qayrawan y componiendo nuevas melodías que, según el, le dictaban los ángeles.
En esta ciudad tuvo noticias del esplendor de Córdoba ya que “habían oído hablar de él y quería conocer aquella voz que no se parecía a la de nadie y aquellas canciones dictadas por los ángeles”.
Con gran emoción se apresuró a emprender viaje hacia la capital de Al-Ándalus, cruzando el mar y llegando a Algeciras en mayo del 822 cuando contaba con 33 años de edad. Por fin podría establecerse en una ciudad en donde su arte y su saber fueran apreciados. Pero de nuevo pareció que su mala suerte regresaba y que debería volver tras sus pasos: nada más desembarcar supo que Alhaken I acababa de morir. La persona que tantas cosas le había prometido ya no gobernaba en Córdoba, y se encontraba solo, en un lugar que nada le decía y en el que no conocía a nadie. Así que se dispuso a esperar un barco que lo devolviera al norte de Africa. Mientras aguardaba, supo que alguien preguntaba por él. Era un músico judío Abu Nasr Mansur, que había llegado justo a tiempo al puerto de Algeciras para comunicarle que Abderramán II, el hijo del fallecido le esperaba en su corte. Ahora sí, los años de peregrinación de Zyriab parecían que habían concluido.
Tanto el músico como el emir tenían aproximadamente la misma edad y casi los mismos gustos: la música y los libros ya que el placer de la guerra no existía en el gobernante y que poseía una gran sensualidad, dándole incluso una blandura de carácter.
El teólogo cristiano Eulogio, coetáneo de ellos llegaría a escribir de Abderramán que, a Córdoba “la ha sublimado con honores y ha extendido su fama por doquier, la ha enriquecido sobremanera y la ha convertido en un paraíso terrenal”.
Esa es la Córdoba que conoció Zyriab, en la que entabló una verdadera amistad con el emir, que durante casi treinta años y de la que ya nunca quiso marcharse, agradeciendo a su suerte el no haberse quedado en Bagdad. Ni allí ni en Bizancio se había apreciado ni pagado tanto a un músico y nada más llegar se le ofreció palacio y servidumbre, “sueldo mensual de 200 monedas de oro y mil mas en cada una de las fiestas canónicas y quinientas en San Juan y otras quinientas en año nuevo, además de 200 sextarios de cebada o cien de trigo, y el usufructo de varias alquerías en la campiña de Córdoba”. Abderramán estaba seguro de que en ningún lugar del mundo existía una voz como la de Zyriab.
Enseñó a los señores de Córdoba que los vasos de cristal eran más apropiados para degustar el vino que las pesadas copas de oro, y que los platos de un banquete no deberían probarse en un grosero desorden, sino obedeciendo a una grabación ritual que comenzaba en las sopas y los entremeses, seguía con los pescados y luego con las carnes y concluía con los golosos postres de los obradores de palacio y las diminutas copas de licor.
Les enseñó a deleitarse con el sabor de los espárragos trigueros, que ellos ignoraban, aunque sus tallos crecían espontáneamente en Al-Andalus, y con guisos de habas tiernas. Legó a la ciudad el plato que lleva su nombre “ziriabi” o asado de habas saladas.
Dictaminó que desde mayo a septiembre convenía vestirse de blanco, y que los tejidos oscuros y las capas de pieles debían reservarse para los meses de invierno. Les enseñó el gusto por el cuidado del cabello, la manicura y la limpieza y la suavidad de la piel, llegando a fundar un instituto de belleza además, por supuesto, de una escuela de música. También fue el que introdujo el juego del ajedrez en Al-Andalus.
Algunas costumbres y supersticiones persas que vinieron con él todavía perduran: el juego del polo, el temor a los antojos de las embarazadas, la certidumbre de que los niños que juegan con fuego se orinan en la cama y que ingerir rabos de pasa es bueno para la memoria, el miedo a los espejos rotos y al número trece.
Y todas estas cosas que hoy nos parecen tan conocidas y naturales nos las trajo un músico.
Zyriab creó las primeras escuelas de canto, desarrollando un método de educación vocal que establecía fases de vocalización, frase, declamación y lírica. Añadió una quinta cuerda al ´ud ( coincidiendo con las especulaciones de Al kindi ) e introdujo la pluma de ave para tañerlo. Sus enseñanzas sobre música e instrumentos tendrían gran influencia sobre sus contemporáneos cristianos.
Pero la máxima aportación de este personaje a la música árabe fue la creación de la nawba, una especie de suite clásica ( vocal e instrumental ) que englobaba influencias cristianas, judías y bereberes, con el clasicismo oriental como base. Esta expresión se abrió paso hasta Oriente conservándose hoy como la wasla o suite clásica oriental de origen andalusí. De ella hablaremos en nuestro apartado de música culta, pues es una expresión que se conserva en nuestros días en el Magreb.
Fuentes:
Córdoba de los Omeyas. Antonio Muñoz Molina