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martes, 28 de mayo de 2013

Ramiro II de León " el Grande ".


Ramiro II de León, 
llamado el Grande (c. 898–León, enero de 951), fue el sexto rey de León (931-951) y uno de los más notables monarcas leoneses. Sus enemigos musulmanes lo llamaron El Diablo por su ferocidad y energía.

Hijo de Ordoño II, a la muerte de su padre, y tras ayudar a su hermano Alfonso a llegar al reinado (Alfonso IV de León) deponiendo a su primo Alfonso Froilaz, hijo de su tío Fruela II, se hizo con el dominio del norte de Portugal (926), al que añadió el de Galicia cuando murió su hermano Sancho en 929.

Luchó activamente contra los musulmanes. Derrotó a las huestes del califa omeya Abderramán III en la Batalla de Simancas (939), una de las más importantes de la Historia de España.

Vida 

Juventud

Tercer hijo de Ordoño II y Elvira Menéndez. Siendo niño se encomendó su crianza y educación a Diego Fernández y a su esposa Onega, un poderoso matrimonio residente en las tierras del Duero y más tarde en las del valle del río Mondego, centro de un núcleo de repoblación agrupado en torno al infante Bermudo Ordóñez, hermano de Alfonso el Magno, de quien Onega era sobrina. Ramiro se ganó en pocos años la admiración entusiasta de las gentes de guerra, creando en torno a su persona la imagen del caudillo inteligente y atrevido, a cuyo espontáneo homenaje se fueron sumando romances, coplas, leyendas y relatos populares.
En 924 muere Ordoño II y hereda el trono su hermano Fruela II, que desplaza del mismo a los hijos de Ordoño II. Sin embargo, Fruela muere de lepra al cabo de un año, provocando un grave problema sucesorio que enfrentó a su propio hijo, Alfonso, con los hijos de Ordoño II. Alfonso Froilaz contaba con el apoyo de los nobles asturianos, mientras que Sancho, Alfonso y el propio Ramiro, los hijos de Ordoño II, tenían el respaldo de los magnates gallegos y portugueses, amén del apoyo del rey pamplonés Sancho I Garcés.

La victoria correspondió a estos últimos, dividiéndose el reino:

León, para Alfonso, segundogénito del rey Ordoño, que reinaría como Alfonso y disfrutaría de la primacía jerárquica sobre sus hermanos.
Galicia, hasta el Miño, para el mayor, Sancho Ordóñez, con el título de Rey.
La zona entre los ríos Miño y Mondego, en el norte del actual Portugal, para Ramiro, también con título regio.
Bermudo Ordóñez y Diego Fernández murieron poco antes de 928, pero ya desde 926 el infante Ramiro se hacía cargo de la provincia, cuya frontera sur avanzaba constantemente, hasta llegar a la vista del Tajo desde sus centros principales de Viseo y Coímbra. Este territorio del norte del actual Portugal, con título de reino, fue adjudicado al joven Ramiro al finalizar la contienda sucesoria entre los Froilaz y los Ordóñez. El infante, que debía de contar por estos días los 25 años y estaba ya casado con Adosinda Gutiérrez, hija del conde Gutierre Osorio e Aldonza Menéndez.

Alfonso, el futuro monje, se coronó solemnemente en León el 12 de febrero de 926, y once días después Ramiro, su hermano, se hallaba ya en Viseo, capital de su pequeño reino, donde quiso dar el primer testimonio de su realeza y el primer reconocimiento público de su deuda de gratitud y afecto a sus padres nutricios, Diego Fernández y Onega, ahora representados por su hija Muniadona Díaz y Hermenegildo González, esposo de ésta, a quienes donó la villa de Creximiri, solemnizando el acto con la presencia y suscripción de dieciséis personajes que debieron ser el selecto grupo de su séquito oficial.
En 929 muere su hermano Sancho, y Ramiro es coronado como rey de Galicia en Zamora, ciudad que inmediatamente convierte en su capital.
En junio de 931, la muerte de Oneca, esposa de Alfonso IV, sume a este en una gran depresión y llama a su hermano Ramiro para que se haga cargo del trono leonés, manifestando su intención de retirarse al Monasterio de Sahagún para practicar la oración.

Comienzo del reinado.
Ramiro se hizo coronar en León, según la Nómina Leonesa, el 6 de noviembre de 931. En 932, el nuevo rey se trasladó a Zamora con objeto de armar un gran ejército para socorrer a la ciudad de Toledo, que le había pedido ayuda contra Abderramán III. Sin embargo, por entonces Alfonso IV ya se había arrepentido de su renuncia al trono, por lo que se trasladó a León con sus partidarios para recuperar el poder. Enterado Ramiro II de tales movimientos por mensaje del obispo Oveco, a quien había encomendado el gobierno en su ausencia, marchó sobre León con sus tropas e hizo detener y encerrar en un calabozo a su hermano.

La situación fue aprovechada por su primo Alfonso Froilaz y sus hermanos, los hijos del rey Fruela II “El leproso”, para intentar acceder al poder. Sin embargo, el enérgico e inflexible Ramiro II contaba con el valioso auxilio del conde de Castilla, Fernán González, así como del rey navarro Sancho I Garcés. En pocos días dominó la situación y persiguió a sus enemigos hasta Oviedo, derrotándolos. Tras capturarlos, ordenó que les sacaran los ojos a todos, incluido a su hermano, y los confinaran en el monasterio de Ruiforco de Torío.

Una vez afianzado en el trono, Ramiro prosiguió el proceso de conquista territorial en el sur del reino. Comenzó conquistando la fortaleza omeya de Margerit, la actual Madrid, a mediados de 932, en su idea de liberar a Toledo. Pero ya ocupadas por al-Nasir, tiempo antes, las fortalezas de la margen derecha del Tajo, Ramiro solo pudo desmantelar las fortificaciones de Madrid y depredar sus tierras más próximas, de donde trajo numerosas gentes, mientras Abderramán entraba triunfalmente en Toledo el 2 de agosto.

Campañas militares.
Al comienzos del verano del año 933, el propio Califa se presentaba con su ejército frente a San Esteban de Gormaz o Castromoros, de lo que Ramiro tuvo noticia por correos que le envió Fernán González. Una vez oído lo cual, según el cronista Sampiro, el rey puso en movimiento su ejército y salió contra ellos en un lugar llamado Osma, e invocando el nombre del Señor, mandó ordenar sus huestes y dispuso que todos los hombres se preparasen para el combate. El Señor le dio gran victoria, pues matando a buena parte de ellos y haciendo muchos miles de prisioneros trájolos consigo y regresó a su ciudad con señalado triunfo.

El verano de 934, otra poderosa aceifa cordobesa marchó sobre Osma, y avanzando por el corazón de Castilla llegó hasta Pamplona, donde obtuvo la sumisión de la reina Toda de Pamplona, volvió sobre Álava y luego sobre Burgos y el monasterio de Cardeña -donde dio muerte a 200 monjes-, comenzando a retroceder desde Hacinas, acosado por guerrillas y emboscadas. Ramiro llegó al Duero cuando el ejército cordobés ya había alcanzado Burgos y Pamplona. Tomó sin gran esfuerzo la fortaleza de Osma y esperó allí el regreso de su enemigo, que marchaba por el mismo camino de entrada. Los Anales Castellanos Primeros resumen la acción que subsiguió: Segunda vez vinieron los moros a Burgos, en la era 972 (año 934). Pero nuestro rey Ramiro les salió al encuentro en Osma y mató a muchos millares de ellos.

Tres años después veremos al rey leonés actuando hábilmente en apoyo de Abu Yahya o Aboyaia, rey de Zaragoza, a quien el califa acusaba de traidor y culpable principal del desastre en Osma. El cronista Sampiro abrevia así los hechos:
Ramiro reuniendo su ejército se dirigió a Zaragoza. Entonces el rey de los sarracenos, Aboyaia, se sometió al gran rey Ramiro y puso toda su tierra bajo la soberanía de nuestro rey. Engañando a Abdarrahmán, su soberano, se entregó con todos sus dominios al rey católico. Y nuestro rey, como era fuerte y poderoso, sometió los castillos de Aboyaia, que se le habían sublevado, y se los entregó regresando a León con gran triunfo.
Sampiro omite que el monarca leonés dejó guarniciones navarras en estos castillos, pues Ramiro contó con el concurso y alianza del rey de Pamplona.

La gran ofensiva cordobesa. 
Batalla de Simancas.
Después de la pérdida de la estratégica Zaragoza, es fácil comprender la airada reacción del envanecido Abderramán III, tantas veces humillado y castigado por un rey cristiano tan notable como escaso en recursos. Tras cercar y conquistar Calatayud, Abderramán conquistó uno tras otro todos los castillos de la zona. Al llegar a las puertas de Zaragoza, Abu Yahya capituló, acción que el califa aprovechó para emplearlo en una ofensiva contra Navarra que concluyó en la capitulación de la reina Toda, que se declaró vasalla del califa.

"El califa omeya concibió entonces un proyecto gigantesco para acabar de una vez por todas con el reino leonés, al que denominó gazat al-kudra o campaña del supremo poder. El omeya reunió a más de cien mil hombres alentados por la llamada a la yihad. Desde la salida de Córdoba se dispuso que todos los días se entonase en la mezquita mayor la oración de la campaña, no con sentido deprecatorio, sino como anticipado agradecimiento de lo que no podía menos de ser un éxito incontrovertible."
A la cabeza de tan imponente fuerza militar, el califa cruzó el Sistema Central, adentrándose en territorio leonés en el verano de 939. Ramiro II reunió una coalición navarra, leonesa y aragonesa que aniquiló a los ejércitos del califa en agosto de 939, en la batalla de Simancas, una de las más destacadas no ya de la historia de España, sino de la de Europa.
Abderramán III "escapó semivivo" dejando en poder de los cristianos un precioso ejemplar del Corán, venido de Oriente, con sus valiosas guardas y su maravillosa encuadernación, y hasta su inestimable cota de malla, tejida con hilos de oro, que el sobresalto del suceso no le dejó tiempo a vestir. Del campamento mahometano "trajeron los cristianos muchas riquezas con las que medraron Galicia, Castilla y Álava, así como Pamplona y su rey García Sánchez".
Esta victoria permitió avanzar la frontera leonesa del Duero al Tormes, repoblando lugares como Ledesma, Salamanca, Peñaranda de Bracamonte Sepúlveda y Guadramiro.

La labor de gobierno.
Además de obtener tan señeras victorias y extender las fronteras del reino desde el Duero hasta las cercanías del Tajo, Ramiro II estabilizó y fortaleció el entramado administrativo, completando la tarea de asentamientos mozárabes y su organización, que en algunas comarcas, como la cuenca del Cea, fue dirigida personalmente por el rey.
Engrandeció la Corte con la creación del nuevo palacio real, la restauración del monasterio de San Claudio y la nueva implantación de los de San Marcelo y de San Salvador, contiguo al palacio real, todo ello bajo el patrocinio del monarca. Asimismo, se erigieron y dotaron convenientemente otros muchos monasterios en todo el territorio del reino.
Normalizó el desarrollo de las funciones administrativa y jurisdiccional, planificando los cuadros personales de la curia regia y de otras instituciones subordinadas. Veló incluso por la autenticidad de la vida cristiana, y con tal finalidad se celebró en los primeros días de septiembre de 946, por iniciativa del obispo Salomón de Astorga y bajo la presidencia personal del Rey, la gran asamblea de Santa María de Monte Irago.

El conflicto con Fernán González 
En los últimos años de su reinado, Ramiro II tuvo que hacer frente a los afanes independentistas del condado de Castilla. Fernán González, que hasta entonces había sido la mano derecha del monarca, incurrió en la ira del soberano al violar la tregua con el Califato Omeya y hacer una incursión de saqueo.
Tras encargar la repoblación de Peñafiel y Cuéllar al conde Assur Fernández, distinguiéndole con la merced de conde de Monzón, Fernán González se sintió agraviado, porque tal condado taponaba la expansión de su territorio hacia el sur. Junto con su yerno, el conde Diego Muñoz de Saldaña, se declararon en abierta rebeldía en 943.

Según Sampiro, "Fernán González y Diego Muñoz ejercieron tiranía contra el rey Ramiro, y aun prepararon la guerra. Mas el rey, como era fuerte y previsor, cogiólos, y uno en León y otro en Gordón, presos con hierros, los echó en la cárcel." Efectivamente, al año siguiente Fernán González estaba ya encarcelado, y en Castilla había sido reemplazado por su rival, Assur Fernández y también por el segundogénito del rey, el infante Sancho, a quien Assur Fernández serviría de ayo y consejero. Tras este descabezamiento las aguas volvieron a su cauce en Castilla y se impuso la autoridad regia.

La prisión de Diego Muñoz, conde de Saldaña, pudo durar sólo unos meses, mientras que la del conde de Castilla, Fernán González, debió de durar algún tiempo más, hasta la Pascua de 945. Ramiro II liberó al traidor, no sin antes hacerle jurar fidelidad y obligarle a renunciar a sus bienes. Para dar solemnidad a lo pactado, poco después se celebró la boda entre la hija del conde, Urraca Fernández, y su propio hijo y heredero, Ordoño.
Sin embargo, ya en libertad, Fernán González siguió proclamando su título condal, refugiado en la parte oriental de Castilla. Estas disensiones internas debilitaron el reino leonés, lo cual fue aprovechado por los mahometanos para lanzar varias razzias de castigo con destino al reino cristiano. El arabista francés Lévi-Provençal sospechaba que durante estos años Fernán González pudo establecer algún tipo de amistad o de alianza con el califa de Córdoba. Las razzias dejaron en paz a Castilla y se dirigieron hacia la zona occidental del reino. La de 940, capitaneada por Ahmed ben Yala, va hacia la llanura leonesa; la de 944, mandada por Ahmed Muhammad ibn Alyar, penetra en el corazón de Galicia; la de 947 bajo el mando de Kand, un cliente del Califa, lleva la misma dirección, aunque no logró pasar de Zamora; y la de 948 penetró hasta Ortigueira.
Con tantas expediciones en contra, tan pertinazmente dirigidas hacia el núcleo del reino, Ramiro II hubo de concentrse en el Occidente de su reino, descuidando mucho las tierras castellanas, lo que fue aprovechado por Fernán González para recuperar todo lo perdido, y tanto recuperó que las relaciones no tuvieron otra opción que la de «mejorar», incluso hasta restituirle los viejos honores con el título de conde. El infante Sancho regresó a León y Assur Fernández volvió a su condado de Monzón.

El ocaso del rey.
Sobrevinieron unos años de relativa tranquilidad, únicamente salpicados por las continuas razzias musulmanas. En 950 el monarca leonés partió desde Zamora hacia su última aventura en tierras mahometanas, realizando una expedición de saqueo por el valle del Tajo, en la que derrotó una vez más a las tropas califales en Talavera de la Reina, matando según Sampiro a 12 000 musulmanes y apresando otros 7000, además de obtener un rico botín.

El rey de León, físicamente decaído, fue sustituido por su hijo, el futuro Ordoño III, quien prácticamente se hizo cargo de los asuntos del reino. Al regreso de un viaje a Oviedo se vio aquejado de una grave enfermedad, de la que no conseguiría recuperarse.
El último acto público de su vida fue su abdicación voluntaria en León, la tarde del día 5 de enero de 951, cuando el rey debía de contar unos 53 años. Creyéndose próximo a la muerte se hizo llevar a la San Salvador, contigua al palacio, y en presencia de todos se despojó de sus vestiduras y vertió sobre su cabeza la ceniza ritual, uniendo en el mismo acto la renuncia solemne al trono y la práctica de la penitencia pública in extremis, con la misma fórmula que en su día pronunciara San Isidoro de Sevilla.

Falleció ese mismo mes, reinando ya su hijo Ordoño III de León.

Matrimonios y descendencia

Ramiro había casado primeramente con su prima hermana Adosinda Gutiérrez, hija del conde Gutierre Osorio y de Aldonza Menéndez, hija a su vez del conde Hermenegildo Gutiérrez, ésta última, hermana, por tanto, de Elvira Menéndez, la madre del rey Ramiro.
Ramiro y Adosinda fueron padres de:

Bermudo, muerto en su niñez, poco antes de enero de 941.
Teresa Ramírez, casada en 943 con el rey García Sánchez I de Pamplona.
Ordoño, que le sucedió en el trono como Ordoño III de León.
Repudiada Adosinda, seguramente por imposición de la ley canónica, casó el rey en 932 con Urraca Sánchez hija de Sancho Garcés y de Toda Aznar de quien tuvo otros cuatro hijos:

Sancho, que sucedió a su hermano Ordoño en el trono titulándose Sancho I de León.
Elvira Ramírez, que profesó a temprana edad en el monasterio de San Salvador de Palat del Rey. Fallecida cerca de 986.

Sepultura
Recibió sepultura en la Iglesia de San Salvador de Palat del Rey de la ciudad de León que formaba parte de un monasterio, hoy desaparecido, fundado durante el reinado de Ramiro II de León por su hija, la infanta Elvira Ramírez, que deseaba ser religiosa.8 En el mismo templo recibieron sepultura posteriormente los reyes Ordoño III de León y Sancho I de León.
Los restos mortales de los tres soberanos leoneses sepultados en la Iglesia de San Salvador de Palat del Rey fueron trasladados posteriormente a la Basílica de San Isidoro de León, donde fueron colocados en un rincón de una de las capillas del lado del Evangelio, donde también yacían los restos de otros reyes, como Alfonso IV de León, y no en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León.

Semblanza del monarca
Cruz de Peñalba regalada por Ramiro II al desaparecido Monasterio de Santiago de Peñalba
La personalidad histórica de este príncipe, una de las más destacadas y atrayentes figuras de la Edad Media, se nos presenta bajo el signo de un incesante quehacer: el mismo rasgo -labori nescius cedere: "no sabía descansar"- que, según la Historia Silense, había caracterizado a Ordoño II, su padre.
Pese a su carácter temperamental, Ramiro II fue un hombre de una profunda religiosidad, que en documento de 21 de febrero de 934, con ocasión de confirmar a la sede compostelana los privilegios otorgados por sus predecesores, se expresaba así: De qué modo el amor de Dios y de su santo Apóstol me abrasa el pecho, es preciso pregonarlo a plena voz ante todo el pueblo católico.

domingo, 26 de mayo de 2013

El desastre del " foso " de Simancas.

      Ramiro II, según el cronista cristiano Sampiro, inauguró su reinado apoderándose de la posición fronteriza musulmana de Madrid, posiblemente cuando fue a Toledo. Al año siguiente derrotó a las tropas musulmanas que habían ido en dirección a Osma. El conde de Castilla, Fernán González, avisado de su avance las encontró frente a esta plaza y las destrozó, haciendo varios miles de prisioneros. Pero la aceifa de 934 resultó más venturosa para los musulmanes. Abd al-Rahman III sintió a Ramiro II en Osma, pero éste se negó a salir para entablar batalla. El omeya mantuvo el asedio de plaza, mientras se dedicaba a destruir Burgos y otras fortalezas. Puede ser que durante esta incursión en Castilla, tuviera lugar la matanza de 200 monjes del famoso monasterio de San Pedro de Cardeña, cercano a Burgos.
   En este mismo año Abd al-Rahman III tuvo que entablar conversaciones con los tuchíbies de Zaragoza. Muhammad ben Hasim, señor de Osma, aunque luego , pensando que era demasiado pronto para una insurrección en toda regla, participó en la aceifa . El emir le concedió el permiso para regresar a Zaragoza, pero algo más tarde, en 937, las presiones de Ramiro II le hicieron aceptar a éste como rey. A los señores árabes que rodeaban al tuchibí, no gustó semejante decisión, pero el rey leonés vino en su ayuda y se apoderó de las fortalezas musulmanes leales de la Marca y se las devolvió a su nuevo vasallo. Mientras se firmaba una triple alianza entre León, Zaragoza y Navarra.
   Este estado de cosas era intolerable para Abd al-Rahman que decidió sitiar Zaragoza. Al frente de un gran ejército cercó Calatayud, defendida por una guarnición musulmana, más soldados cristianos enviado como refuerzos por el rey Ramiro II. Mandaba dicha guarnición un pariente de Muhammad ben Hasim que moriría en los primeros asaltos, y le sustituyó su hermano, que acabó por negociar con los sitiadores. La guarnición musulmana y él salvaron la vida, pero los soldados cristianos fueron todos ejecutados. Caída este plaza, se apoderaron de otras treinta fortalezas, mientras se sitiaba Zaragoza, por Ahmad ven Ishaq al-Qurashí, pariente del emir que no puso demasiado interés en la acción, por lo que fue relevado. Zaragoza fue tomada y el rebelde perdonado, porque el astuto Abd al-Rahman creía que todavía podía serle util. Ibn Jaldún dice que el emir aprovechó para ir a atacar a la reina vigente de Navarra en su propias tierras y conseguir así, que se declarase su vasalla. Si esto sucedió, el vasallaje debió de ser muy corto, pues dos años después, la reina doña Toda combatía junto a Ramiro II contra los musulmanes, contribuyendo a la gravísima derrota que les infringió el rey leones.
   Así sucedió en el año 939. Abd al-Rahman al-Nasir sufrió el mayor descalabro de todo su reinado. De este descalabro guardan silencio las crónicas árabes, y los historiadores de la España medieval también son muy sucintos a este tema. Dozy lo ponía en relación con la excesiva influencia que había cobrado los eslavos acerca del emir, que puede ser cie, pero no es menos cierto que Abd-al-Rahman al-Nasir confió mucho en sus fuerzas y despreció la capacidad del enemigo.
   A esta campaña la bautizó al-Nasir como la  " campaña de la omnipotencia ", pues consideraba que sería la definitiva contra los cristianos. Con un ejército de unos 100.000 hombres se dirigieron los musulmanes hacia León por la antigua calzada romana que, desde Córdoba, subía por Toledo hacia el valle del Duero. Llegaron a Simancas a finales de julio, donde les esperaba Ramiro II, apoyado con las tropas de Fernán
González y de la reina Toda. el combate se entabló al momento y duró varios días sin que la victoria se decantase por ninguno de los adversarios. No se luchaba más que de día, mediante cargas y bruscas retiradas, según las tácticas habituales en la Edad Media. Sólo cuando se veía que uno de los ejércitos daba muestras de debilidad, se llegaba a la lucha general, que solía ser la definitiva. Ante los muros de Simancas fue lo que sucedió. Ramiro II se dio cuenta de que el ejército regular musulmán luchaba de forma más tibia y aprovecho esta debilidad para lanzarse contra él, obligándole a replegarse hacia un foso que había mandado excavar, a cierta distancia, pensando en cortar la retirada al enemigo en el caso de que lo derrotara. Tuvo éxito, pues los jinetes musulmanes, ante el foso en cuestión, se dejaron matar a millares. Abd al-Rahman tuvo que huir, abandonando en su campamento todo cuanto llevaba, y perdiendo un Corán, que apreciaba muchísimo y que le acompañaba en todas las campañas. Por perder, perdió hasta su cota de malla de oro. Más tarde recuperaría estos objetos, pero supuso para él una humillación sin precedentes.
   Esta batalla tuvo lugar el 1 de agosto de 939, y en ese día al-Nasir, " el Victorioso ", desde luego, no hizo honor a su nombre. Como pudo, reunió lo que le quedaba de sus tropas, regresando a Córdoba a marchas forzadas. en las orillas del Guadalquivir, hizo levantar horcas y cruces y allí murieron trescientos oficiales de su caballería, mientras los heraldos anunciaban que este era el final de aquellos cobardes que habían traicionado al Islam, vendido al pueblo y sembrado el miedo entre los combatientes en la guerra santa.
   Tras esta victoria cristiana, Ramiro se apresuró a repoblar el valle del Tormes y la región salmantina. El golpe recibido por Abd al-Rahman III   fue muy duro y en lo sucesivo, ya no se pondrá al frente de las expediciones de guerra. El soberano leonés alcanzó fama internacional gracias a la jornada del "foso ", y muchos relatos franceses y alemanes de la época, se harán eco de esta victoria, al tiempo que el prestigio de Ramiro II se reconocía en todas las cortes europeas.
   Pero también Ramiro II tuvo que poner paz en su reino y su política de ataque contra la España musulmana se volvió mucho menos agresiva. El conde de Castilla, Fernán González, era hijo de Gonzalo Nuño y descendía del juez de Castilla, Nuño Rasura. En 940 repobló Sepulveda, aunque solía residir en Burgos. Por lo visto, Ordoño II había matado a cuatro de sus parientes por un asunto equívoco y decidió vengarlos rebelándose contra Ramiro II. El rey lo combatió y lo apresó, reemplazándolo por el conde de Monzón, Asur Fernández. Pero los castellanos seguían fieles a su conde encarcelado, por lo que Ramiro hubo de proceder a liberarlo, si bien bajo ciertas condiciones. El conde rebelde renunciaría a sus bienes personales, le prestaría juramento de fidelidad y daría la mano de su hija, Urraca , al futuro Ordoño III. Estas exigencias, separarían, aún más, a Castilla y León.
   Privado el ejército leonés de los contingentes castellanos, Ramiro se tuvo que limitar a defenderse, mientras al-Nasir se aprovechaba de la situación, realizando incursiones en las fronteras leonesas y contra Galicia obteniendo muy buenos resultados. En 946 el cuartel general de la Marca media se trasladó de Toledo a Medinaceli, que fue fortificada y repoblada. En 948 ó 949, una aceifa musulmana penetró en Galicia, más allá de Lugo con resultados victoriosos. Los cronistas cristianos no hablan de estas actuaciones, pero sí de Ramiro II que, según ellos, deshizo un ejército musulmán en el valle del Tajo. Si así fue, pues no se tiene más información que la de la parte cristiana, se trataría de su última victoria, pues moriría entre 950 y 951.

   Batalla
La batalla, que tuvo lugar en la margen derecha del Pisuerga, al noreste de Simancas, fue muy violenta y se prolongó durante varios días. Las crónicas cristianas cuentan que se apareció San Millán. Y además, según cuentan las crónicas, tanto árabes como cristianas, hubo un eclipse de sol unos días antes de la batalla:
 " Encontrándose el ejército cerca de Simancas, hubo un espantoso eclipse de sol, que en medio del día cubrió la tierra de una amarillez oscura y llenó de terror a los nuestros y a los infieles, que tampoco habían visto en su vida cosa semejante. Dos días pasaron sin que unos y otros hicieran movimiento alguno ".
Kitab ar-Rawd

" El sol padeció terrible eclipse, en el día en el que en España Abderramen rey de los sarracenos, fue vencido en una batalla por el cristianísimo rey D. Ramiro ".
Manuel Bachiller "Antigüedades de Simancas"

Basándose en este dato, el eclipse previo a los días de batalla, éste sucedió el 19 de julio del 939. El combate duró algunas jornadas, decidiéndose del lado de los cristianos que hicieron huir a las tropas musulmanas que no pudieron tomar la fortaleza de Simancas. Abu Yahya fue apresado al término de la contienda.

" Después de esto tornase el rey D. Ramiro con los suyos con grandes ganancias de oro, y de plata, y piedras preciosas y con muchos cautivos, y entre ellos llegó Abenaya, ca puesto caso que Abenaya había sido preso por el conde en lo de Haza ".
Manuel Bachiller "Antigüedades de Simancas"

Después de la batalla de Simancas aconteció otro desastre para los musulmanes en tierras sorianas, en lo que se denomina la jornada de Alhándega o del Barranco. Los musulmanes, que en su retirada de Simancas habían arrasado la zona del río Aza (actual río Riaza) en su camino hacia Atienza, en dicha jornada sufrieron una emboscada en un barranco, donde fueron derrotados y puestos en fuga, consiguiendo los cristianos un gran botín.

...y en la retirada el enemigo los empujó hacia un profundo barranco, que dio nombre al encuentro (Alhándega), del que no pudieron escapar, despeñándose muchos y pisoteándose de puro hacinamiento: el califa, que se vio forzado a entrar allí con ellos, consiguió pasar con sus soldados, abandonando su real y su contenido, del que se apoderó el enemigo...
Al-Muqtabis

Alfonso IV de León, el monje.


Alfonso IV de León, 
apodado el Monje. (¿899? - Monasterio de Ruiforco, 933). Rey de León. Fue hijo del rey Ordoño II de León y de la reina Elvira Menéndez.

Fue coronado en el año 926 y renunció al trono tras la muerte de su esposa, la reina Oneca de Pamplona, hija del rey Sancho Garcés I de Navarra y de la reina Toda Aznar. Tras su abdicación ingresó como religioso en el monasterio de Sahagún, pero intentó recuperar el trono leonés y su hermano, Ramiro II, que lo había ocupado en su lugar, le capturó y ordenó cegarlo.

Reinado (926-931)
Fue hijo del rey Ordoño II de León y de su primera esposa, la reina Elvira Menéndez. Su padre falleció en el año 924, y a su muerte fue sucedido en el trono leonés por su hermano, Fruela II de León, que falleció en el año 925.
A la muerte de Fruela II se desencadenó una guerra civil en el reino leonés entre los partidarios de Alfonso Froilaz "el Jorobado",1 hijo de Fruela II, y los de Alfonso y sus hermanos, Sancho Ordóñez y Ramiro. Durante la guerra civil entre ambos bandos, los hijos del difunto Ordoño II de León fueron apoyados por el rey Sancho Garcés I de Navarra, quien era suegro de Alfonso, así como por los nobles gallegos, que apoyaban a Sancho Ordóñez, hermano de Alfonso. También fue apoyado por los condes castellanos y por los portugueses, que apoyaban al infante Ramiro, hermano de Alfonso.

Alfonso IV fue coronado como rey de León el día 12 de febrero del año 926. Él y sus hermanos se repartieron el reino de León ese mismo año, y al hermano mayor, Sancho Ordóñez, que contrajo matrimonio con una dama gallega, Goto Núñez, le correspondió el reino de Galicia, que se extendía desde la costa cantábrica hasta el río Miño. Al infante Ramiro, hermano menor de Alfonso IV de León, le correspondió el gobierno del territorio portucalense, con capital en Viseo y, por su parte, Alfonso Froilaz continuó refugiado en territorio asturiano.
Los hermanos de Alfonso IV mantuvieron buenas relaciones con él durante su reinado, y Alfonso Froilaz permaneció en Asturias, donde conservaba numerosos partidarios, hasta el año 932. Cuando Alfonso IV comenzó a reinar hizo regresar al obispo Fruminio, que había sido desterrado por el rey Fruela II de León. Las crónicas de la época señalan que el rey Alfonso IV se distinguió por su vocación religiosa y por su talante pacífico, lo que fue criticado en su obra por el Padre Juan de Mariana, que señaló que el rey no se distinguió en la lucha contra los musulmanes, que dominaban la mayor parte de la Península Ibérica, y que no realizó ninguna conquista significativa durante su reinado.2 En el año 929 donó la villa de Naves, situada junto al río Esla, al monasterio de San Cosme y San Damián, y entre los confirmantes de dicha donación figuraron el infante Ramiro, hermano de Alfonso IV, y los obispos Juliano y Dulcidio.

En el verano del año 929, en alguna fecha comprendida entre el día 10 de junio y el día 8 de agosto, falleció el rey Sancho Ordóñez, hermano mayor de Alfonso IV, y a su muerte el reino de Galicia fue reintegrado por Alfonso IV al reino de León. Alfonso IV contaba con el respaldo del magnate gallego Gutierre Menéndez, quien a cambio de su apoyo al monarca leonés recibió de éste último varios señoríos situados en la zona de Lugo. La reintegración del reino de Galicia fue pacífica, como refiere el cronista musulmán de la época Ibn Hayyan:
Al poco murió Sancho, en la región donde se había refugiado, sin dejar hijos, con lo que ésta pasó al rey unánimemente aceptado, Alfonso, que ya no tuvo competidor en el poder.
En el año 931 resolvió un pleito existente entre el monasterio de Ruiforco de un lado, y las villas de Manzaneda y Garrafe de Torío, del otro. El rey se desplazó con su Corte a Manzaneda, y el día 29 de enero del año 931 señaló los términos de la villa de Manzaneda, y el pleito se resolvió a favor del monasterio.
En el verano del año 931, aunque se desconoce la fecha exacta, falleció la reina Oneca de Pamplona, esposa de Alfonso IV. El último diploma en el que figura el nombre de la reina Oneca entre los confirmantes fue emitido el día 11 de abril del año 931.3 El día 27 de junio del año 931, hallándose en la ciudad de Burgos, Alfonso IV donó al monasterio de San Pedro de Cardeña todas las tierras comprendidas entre los municipios de Orbaneja Riopico, Villayuda, Castañares y Villabáscones.

Abdicación y muerte (931-933)
A la muerte de su esposa, que le afectó profundamente, según refieren las crónicas de la época, Alfonso IV decidió abdicar y entregar el trono leonés a su hermano, el infante Ramiro, que gobernaba el territorio portucalense, y tenía su capital en Viseo. El rey informó a su hermano de su intención de abdicar y el infante Ramiro acudió entonces, acompañado por numerosos magnates de las tierras situadas entre los ríos Miño y Mondego, a la ciudad de Zamora. El historiador Gonzalo Martínez Díez señaló que el rey Ramiro debió trasladarse después a la ciudad de León, y que posteriormente se dirigiría al reino de Galicia, pues el día 31 de agosto del año 931 confirmó al monasterio de San Julián de Samos todas las donaciones que sus predecesores en el trono leonés habían otorgado en el pasado al cenobio gallego.

Varios meses después, y una vez finalizadas las negociaciones entre Alfonso IV y su hermano, donde ambos fijaron las condiciones de la cesión del trono, Ramiro II fue coronado como rey de León en la iglesia de Santa María y San Cipriano de León, que posteriormente sería la Catedral de León, y comenzó entonces el reinado de Ramiro II de León, al tiempo que su hermano, Alfonso IV el Monje, profesaba como religioso en el monasterio de Sahagún.
No obstante, las crónicas de la época señalan que Alfonso IV se arrepintió de haber renunciado al trono y abandonó el monasterio de Sahagún y se dirigió a Simancas, aunque allí sus parientes le disuadieron de sus propósitos y le persuadieron para que regresase al monasterio de Sahagún, donde Alfonso IV volvió a tomar los hábitos. El historiador Gonzalo Martínez Díez señaló que la decisión de Alfonso IV de abandonar el monasterio y recuperar el trono debió de ocurrir en el invierno del año 931, y el historiador andalusí Ahmad ibn Muhammad al-Razi consignó del siguiente modo el primer intento de Alfonso IV de recuperar el trono leonés:

"...Luego algunas personas enemistadas con el rey Ramiro lo maliciaron (a Alfonso IV) en su contra y le hicieron arrepentirse de haberle dejado el reino, haciéndole temer que pudiera hacerle daño y desear recuperar el poder: le prometían alzarse con él contra su hermano Ramiro sin ahorrar esfuerzo hasta devolverle el poder y deponer a éste. Movido por la ambición, salió del monasterio donde estaba y entró en Simancas, en disputa con Ramiro, mas sus tíos y ancianos de su familia se reunieron con él y reprocháronle grandemente el abandono del monacato, la acción iniciada contra la solidaridad familiar y la sedición que provocaba entre los cristianos, asustándole con que éstos podrían desahuciarlo e incluso hacerle culpable de crimen y maldición, con lo que se arrepintió y volvió rápidamente al monasterio en que estuvo, sin llegar a reunir mesnada, ni producir guerra, regresando al monacato y manifestando arrepentimiento de su propósito. Se tonsuró como clérigo, tomó báculo, y estuvo viviendo en el monasterio algún tiempo, pero mientras tanto su corazón sentía deseos mundanos y su hermano Ramiro, que había concebido temor de él, le guardaba rencor."

En la primavera del año 932, después de haber permanecido varios meses en el monasterio de Sahagún, Alfonso IV intentó de nuevo recuperar el trono y abandonó el monasterio, contando con el apoyo de Alfonso Froilaz y sus hermanos, Ramiro y Ordoño, hijos todos ellos del rey Fruela II de León, y aprovechando que su hermano Ramiro II se encontraba en Zamora reuniendo tropas para acudir en auxilio de la ciudad de Toledo, que se hallaba sitiada por las tropas del califa Abderramán III.
Cuando Ramiro II tuvo conocimiento de que su hermano Alfonso pretendía recuperar el trono, envió un destacamento de tropas para socorrer a los sitiados en Toledo, y posteriormente se dirigió a León, donde se hallaba Alfonso IV, al que capturó. Ramiro II derrotó a los sublevados y ordenó encerrarlos en prisión, y cedió las propiedades de Alfonso Froilaz y sus hermanos, que habían ayudado a Alfonso IV a intentar recuperar el trono, al conde Gutierre Osóriz, que se había mantenido leal al rey Ramiro II.
A continuación, Ramiro II se dirigió a Asturias y capturó a Alfonso Froilaz y a sus hermanos, Ordoño y Ramiro, y los llevó con él a León, donde los encerró junto con Alfonso IV. Poco después, Ramiro II ordenó que Alfonso IV y los tres hermanos fueran cegados, y, posteriormente, dispuso que fueran trasladados al monasterio de Ruiforco, donde los cuatro prisioneros permanecieron hasta que fallecieron.5
Alfonso IV falleció en el monasterio de Ruiforco en el año 933.

Sepultura de Alfonso IV de León 

Después de su defunción, el cadáver de Alfonso IV recibió sepultura en el desaparecido monasterio de Ruiforco, donde también había sido enterrada su esposa, la reina Oneca de Pamplona.6
Posteriormente, el rey Alfonso V de León ordenó trasladar los restos mortales de todos los miembros de la realeza sepultados en el monasterio de Ruiforco, incluidos los de Alfonso IV y su esposa, a la Basílica de San Isidoro de León, donde fueron depositados en una fosa común ubicada en un rincón de una de las capillas del lado del Evangelio, junto a los de otros monarcas leoneses. Sobre la fosa común, el rey Alfonso V ordenó erigir un altar dedicado a San Martín, obispo y confesor.7 En la actualidad resultaría imposible la identificación e individualización de los restos del rey Alfonso IV, aunque se cuenta entre los monarcas sepultados en la Basílica de San Isidoro de León.

Nupcias y descendencia 
Contrajo matrimonio en el año 923 con Oneca de Pamplona, hija del rey Sancho Garcés I de Navarra y de la reina Toda Aznar.
Fruto de su matrimonio nacieron dos hijos:
Ordoño IV el Malo (924-960), rey de León. Contrajo matrimonio con Urraca Fernández, hija del conde de Castilla Fernán González. Sus restos mortales fueron sepultados en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León.
Infante Fruela (¿?-después de 958). Consta su existencia por un documento otorgado el día 18 de noviembre del año 958 por el rey Ordoño IV el Malo, hijo de Alfonso IV de León, y por su esposa, la reina Urraca Fernández

sábado, 25 de mayo de 2013

ABEN AL-JATHIB (Ibn Al-Jatîb)


Abû ‘Abd Allâh Mwhammad ibn Sa’îd ibn al-Jatîb Lisân al-Dîn al-Salmânî.
Político, historiador y poeta.
Nació en Loja, en 1313. Murió en 1374.
De una familia originaria de Córdoba, recibiría su primera educación de su padre y otros eruditos de la época, haciendo el tradicional aprendizaje primario, compuesto de la enseñanza islámicas, gramática, poesía y ciencias naturales. Su padre, ‘Abd Allâh, se traslado a Granada, para entrar al servicio del soberano príncipe de los Banû Ahmar (nasríes), llegando a ser nombrado superintendente o encargado de los almacenes de víveres. El mismo pasó sus primeros años en esta ciudad, e hizo sus estudios bajo la dirección de sus más importantes educadores, siendo discípulo predilecto del célebre médico Yahyâ ibn Hwdsail,
cultivando las ciencias filosóficas y adquiriendo importantes conocimientos en medicina. Fue muy aficionado a las letras, siguiendo los cursos de los más destacados literatos y gramáticos, y desarrollando una excelente poesía y prosa, de acuerdo con el mejor estilo árabe. Fue desde muy joven cuando manifestó sus grandes dotes de poeta y espistológrafo, no teniendo en esta última materia rivales en su momento. Su padre, que como ya señalábamos, estuvo al servicio de los nasríes, perdería la vida a manos de los invasores cristianos en el año 1340, invitando el gobernante nasrí a Ibn al-Jatîb (que tenía por entonces veintisiete años de edad), para que ocupara el puesto de secretario en el departamento de correspondencia (diwân al-inshâ). Por este tiempo compuso unos versos en honor del soberano reinante, Abû al-Hachchâch (Yûsuf I), que circularían por el reino andalusí. Para compensarle, el sultán le tomó a su servicio y le incluyó en el número de los escritores que trabajaban en palacio bajo la dirección de Ibn al-Chayab.

Vengo a Agmât y reverente
Miro y beso tu sepulcro,
Sultán magnánimo, faro
Que dio clara luz al mundo,
En tus rayos, si vivieras,
Me bañaría con júbilo.
Y mis poesías mejores
Fueran el encomio tuyo;
Ora postrado de hinojos
Sólo la tumba saludo.
Egregiamente descuella
Entre circunstantes túmulos.
Cual tú de reyes y vates
Descollabas entre el vulgo.
Siglos ya sobre tu muerte
Pasaron y tu infortunio;
Pero guardas la corona,
No te la quita ninguno.
¡Oh, Rey de muertos y vivos!
Tu igual vanamente busco,
Que no ha nacido tu igual
Ni nacerá en lo futuro.

Ibn al-Chayab, que sería considerado como el primero de todos los poetas, prosista y filólogos de Al-Andalus, fue el mejor preceptor de Ibn al-Jatîb. En la caída de Muhammad III y con el asesinato del poderoso visir Muhammad ibn al-Hakam, sería escogido Ibn Jaldûn para el puesto de secretario imperial, cargo que desempeñaría hasta el año 1348, fecha en que Abû al-Hachchâch lo eligiría para el cargo de visir con todos los títulos y privilegios. Con el ejercicio de estas funciones daría muestras de una gran habilidad, y sus relaciones epistolares y diplomáticas, respecto a los príncipes vecinos y soberanos de África, le hacen merecedor de grandes elogios mostrando un talento admirable. El sultán granadino le favorecería con toda clase  de distinciones, autorizándole incluso a designar los candidatos  para los cargos públicos de la admiración, a los que nombraba buscando privilegios para sí mismo. Todo ello haría que Ibn al-Jatîb reuniera una fortuna considerable.
Por el año 1354 Abû al-Hachchâch sería asesinado, mientras se encontraba en la mezquita, el día en que terminaba el ayuno legal, para asistir a al salat, y en el momento en el que éste se inclinaba haciendo la reverencia ( suyud), un hombre se precipitó sobre él y le asestó una fuerte puñalada por la espalda, falleciendo instantáneamente. Pronto sería proclamado soberano el príncipe Muhammad V. Durante este período sería el liberto Ridwân, que ejercía los cargos de general en jefe y tutor de los jóvenes príncipes de la familia real, quien realmente gobernara Al-Andalus. Tomó por lugarteniente a Ibn al-Jatîb, dándole una total participación en las tareas de gobierno, gozando la administración de una gran prosperidad y estabilidad política. Una de las grandes virtudes como político sería la de poseer unas excelentes cualidades para la diplomacia: Ibn al-Jatîb recibiría la misión de trasladarse a la corte merinita de Abû Inân, para solicitar el apoyo de este príncipe contra las armas extranjeras de los castellanos-leoneses. Ibn al-Jatîb se presentó en dicha audiencia regia, adelantándose a los visires y jurisconsultos que formaban parte de la embajada, y dirigiéndose al propio Abû Inân solicitaría permiso para recitar, de forma literaria, su misión, antes de entrar a parlamentar. El príncipe accedió a ello, y el embajador, puesto en pie, comenzó de esta forma:
¡Vicario de Allahj! ¡ojAllah el destino aumente tu gloria todo el tiempo que brille la luna en la obscuridad!
OjAllah la mano de la Providencia aleje de ti los peligros que no podrían ser rechazados por la fuerza de los hombres.
En nuestras aflicciones tu aspecto es para nosotros la luna que disipa las tinieblas y, en las épocas de escasez, tu mano reemplaza a la lluvia y esparce la abundancia.
Sin tu auxilio, el pueblo andaluz no habría conservado ni habitación ni territorio.
En una palabra, este país no siente sino una necesidad: la protección de tu majestad.
Aquellos que han experimentado tus favores, jamás han sido ingratos; nunca han desconocido tus beneficios.
Ahora, cuando temen por su existencia, me han enviado a ti y esperan.
El sultán meriní encontró muy hermosas estas palabras, respondiéndole al embajador: No regresarás a tu nación y a tus compatriotas sin que tus deseos sean satisfechos; te doy permiso para sentarte. A continuación colmaría de mercedes e infinidad de regalos a los miembros de la embajada y, antes de despedirlos, les concedió cuanto solicitaron. Uno de los antiguos profesores de Ibn Jaldûn (narrador de la biografía de Ibn al-Jatîb), el câdî kserife Abû al-Kâsim, que formó parte de esta comisión, le señaló a aquél, al hablar de tal audiencia, lo siguiente: Es la primera vez que se ha visto que un embajador consiga el objeto de su misión, antes de haber saludado al sultán, a cuya corte había sido enviado.
No tardó en ganar el título político de doble visir (Dhû al-wizâratayn), que tradicionalmente se concedía a los visires con poderes ejecutivos. Su influencia en la corte y su riqueza provocarían la envidia de los cortesanos, y uno de sus discípulos, el poeta Ibn Zamrak, de la escuela malaquita, conspiraría contra Ibn al-Jatîb, acusándole de herejía, debido a los postulados sufitas que éste profesaba. Fue exiliado a Fez, de donde no tardaría en volver a su puesto. Otro de los sucesos más destacados de su vida sería la experiencia que vivió en África, con motivo de acompañar a Ibn al-Ahmad o Muhammad V, en su exilio a la corte del califa merinita Abû Salem, quien los recibió con una magnifico cortejo y con gran dignidad: hizo subir a un trono, colocado frente al suyo, al exiliado monarca nasrita, recitando a continuación Ibn al-jatîb un poema en el cual suplicaba a este monarca que le prestare auxilio. El sultán de Ifriquiyya prometió sostener a su huésped y, mientras llegaba el momento de su restauración en el trono andalusí, le colmó de honores, instalándolo en un espléndido palacio, proveyendo de igual forma las necesidades de todos cuantos formaban el séquito del monarca andalusí.

El ex visir Ibn al-Jatîb llevaría durante algún tiempo una vida muy agradable, gozando de los favores y la atención que le otorgara el sultán merinita. Solicitó así mismo recorres las ciudades y  comarcas de Ifriquiyya, para conocer y visitar los monumentos y recoger la historia de sus antiguas formaciones sociales. Obtuvo el permiso consiguiente, llevando consigo cartas recomendatorias en las que se invitaba a los administradores y gobernadores a facilitarle medios y obsequiarle con regalos, reuniendo Ibn al-Jatîb una gran fortuna. Igualmente, y por recomendación del sultán merinita, le fueron devueltas las posesiones que éste tenía en la campiña de Córdoba.
Mientras el monarca andaluz destronado permaneció en¨África, ibn al-Jatîb estuvo separado de él, residiendo en la ciudad de Salê, hasta el año 1362, en que Muhammad V recuperaría nuevamente el trono. Envió a buscar a su familia, que había dejado en Fez, haciéndole el encargo a Ibn al-Jatîb para que les acompañara y protegiera hasta Andalucía. A su llegada a Granada, fue muy bien acogido por el monarca y restablecido en el puesto que anteriormente había ocupado.
El príncipe merinita ‘Utmân ibn Yahyâ ibn ‘Umar, al servicio de los reyes de Granada, fue uno de los personajes que más laboró por el regreso a Andalucía de Muhammad V y, una vez conseguido, se vio beneficiado de la confianza del príncipe, actuando como auténtico gobernador de esta parte de Andalucía. Pues bien, Ibn al-Jatîb sintió indignación por la confianza que le otorgaba el príncipe. Mostrándose temeroso de los peligros que a su juicio envolvía la presencia de estos príncipes merinitas, logró que el sultán andaluz participase también de estos temores, y resolviera tomar medidas de precaución. En el Ramadán del 764 (años de 1363), ‘Utmân y su familia fueron encarcelados y poco después expulsados del país. Ibn al-Jatîb quedaría como gobernante y administrador único de aquel reino andaluz, obteniendo plena confianza del sultán granadino para las tareas del gobierno. Todo ello provocaría que los familiares del príncipe y otros cortesanos comenzaran a levantar contra él todo género de intrigas y calumnias, fundamentalmente referidas a su concepción materialista de la vida, que confesaba en su ideología sufí. En un principio, el sultán andaluz no prestó oídos a estas insinuaciones; no obstante, Ibn al-Jatîb, advertido de estas conspiraciones que se urdían contra él, llegaría a concebir la idea de abandonar la corte andalusí, en busca de seguridad.
El sultán merinita ‘abd al-‘Azîz, que gobernaba por entonces en Ifriquiyya, le era deudor de un importante servicio: el haber encarcelado a uno de los príncipes que había iniciado una revuelta en el Magreb en contra de su gobierno. Como señalamos, Ibn al-Jatîb encarceló a este príncipe, con lo cual obtuvo toda clase de favores del sultán merinita, ofreciéndosele incluso un importante puesto en la corte de Fez.
Entre tanto, Ibn al-Jatîb era presa de las mayores inquietudes, debido a las noticias que le llegaban sobre las malas artes de los cortesanos y sus continuas intrigas para indisponerle con el soberano andaluz. Le pareció notar que el sultán había comenzado a darles un cierto crédito, e incluso notó una cierta indisposición con respecto a él, decidiendo resueltamente abandonar la corte granadina y pasar al África. Hizo, pues, que se le diera la misión de inspeccionar las fortalezas que cubrían la parte occidental del reino andaluz de Granada, y partiendo a la cabeza de un escuadrón de caballería, que tenía a su servicio, se encaminó a su destino acompañado de su hijo ‘Alî, que era afecto al sultán. Cerca de Gibraltar envió unos regalos al gobernador de la plaza para comunicarle su presencia. Este oficial, que había recibido ya instrucciones del sultán ‘Abd al-‘azîz, saldría al encuentro de tan ilustre visitante, facilitándole la marcha a Ceuta, Ibn al-Jatîb recibiría de los administradores de esta fortaleza todos los honores de rigor, viéndose colmado de atenciones Acto seguido, tomaría el camino de Tremecén, para ir al encuentro del sultán merinita en esta población (1371/2). A su llegada, fue recibido a caballo por los principales oficiales y representantes de la corte; el mismo sultán le acogería con la mayor celebridad, velando por su seguridad y bienestar y dándole el mismo trato que a los miembros de la familia real. Apenas se hubieron cruzado los primeros saludos, enviaría el sultán a uno de sus secretarios para que lograra del soberano andaluz la autorización para el traslado de la familia de Ibn al-Jatîb, cosa que así se hizo.
A partir de este momento, la corte de Granada comenzó a hervir en contra del antiguo visir, publicando en todos los tonos hasta los menores deslices en que había incurrido durante el período de su gobierno, siendo considerado a todos los efectos como fugitivo. Estas intrigas hicieron mella en el ánimo del monarca andaluz, que daría crédito a las acusaciones que sobre algunos de sus discursos se hacían, resaltando de ellos su carácter materialista y sufita. El soberano de Granada encomendó a uno de los câddíes  esta causa, llegando a declarar por un acto formal, jurídico, que aquellos escritos eran propios de un infiel (kâfir). El sultán ‘abd al-‘Azîz y exigiera el castigo para el refugiado. El monarca del Zagreb, aunque partidario de la contrarreforma islámica, gozaba de gran amistad con Ibn al-Jatîb y no podía desatender los derechos de hospitalidad que anteriormente le había brindado, respondiéndole al câdî con estas palabras: Puesto que conocíais esos crímenes, ¿por qué no los castigasteis cuando se hallaba entre vosotros? En cuanto a mí, declaro que mientras esté bajo mi protección, nadie le molestará con motivo de este asunto. No sólo colmó a Ibn al-Jatîb de mercedes y atenciones, sino a sus hijos y también a los andaluces que le habían acompañado en su viaje a África.
En el año 1372, muerto ‘Abd al-‘Azîz, los merinitas dejarían la ciudad de Tremecén, regresando al Zagreb, cosa que también haría Ibn al-Jatîb, enrolado en la corte de Abû Bakú ibn Ghazi, regente en la administración. Cuando llegó a Fez, compró allí numerosas tierras y construyó excelentes casas, con hermosos jardines.
Ibn Jaldûn, en otra parte de su obra, refiere de esta forma la muerte de nuestro importante político y literato:
A principios del año 776 (1374) el sultán Abû-l-Abbâs llegó a apoderarse de la Villa-Nueva, capital del imperio,  se dejó gobernar por su visir, Muhammad b. ‘Utmân, que tenía por lugarteniente a Sulaymân b. Dâwûd. Proclamado sultán en Tánger, se había comprometido con Ibn al-Jatîb, ministro tránsfuga que había excitado a ‘Abd al-‘Azîz a intentar la conquista de Andalucía.
Después de haber abandonado la ciudad de Tánger, el sultán abû-l-Abbâs tuvo un encuentro con las tropas de abû Bakú b. Ghazi bajo los muros de la Villa-Nueva, tras de cuyas murallas habíanse refugiado, viéndose obligadas a sostener un sitio. Ibn al-Jatîb comprendió entonces el peligro que le amenazaba y se encerró en la ciudad con el visir. El sultán, habiéndose posesionado de la plaza, dejó tranquilo a Ibn al-Jatîb por algunos días; más luego mandó arrestarle por consejos de Sulaymân b. Dâwud. Este ministro profesaba a Ibn al-Jatîb un odio mortal: cuando Ibn al-Ahmâd (Muhammad V) estuvo refugiado en África, había conseguido de él la promesa formal de que, una vez restablecido en el trono, nombraría a Sulaymân comandante de <<los voluntarios de la fe>>. Sentado nuevamente en su trono este ibn al-Ahmad, Sulaymân solicitó de él cumplimiento de lo ofrecido; pero Ibn al-Jatîb se opuso a ello, razón por la cual Sulaymân regresó a África abrigando contra Ibn al-Jatîb un odio secreto que suspiraba continuamente por la revancha.
Cuando el sultán de Granada tuvo noticia de que había sido arrestado Ibn al-Jatîb, envió una comisión presidida por Abû ‘Abd Allâh b. Zamrak, que le había sucedido en el cargo, el sultán de Marruecos mandó que Ibn al-Jatîb compareciera ante una comisión compuesta de altos dignatarios y consejeros de Estado. Acusado de haber insertado en sus escritos algunas proposiciones malsonantes, fue encarcelado después de haber sido sometido a la tortura. El Jurado deliberó luego si procedía además imponer la pena capital por las dichas proposiciones. Algunos jurisconsultos votaron por la muerte, dando así ocasión a Sulaymân de saciar su sed de venganza. Por órdenes secretas de éste, algunos miserables que tenía a su servicio reunieron por la noche una gavilla de gente asalariada, a la cual se unieron los enviados andaluces: forzaron las puertas de la prisión y estrangularon a Ibn al-Jatîb. Al día siguiente se le enterró en el cementerio de la Puerta de Mahruk, y al otro día se descubrió que el cadáver había sido sacado de su tumba para hacerle desaparecer por el fuego: hallábase extendido al borde de la fosa, con los cabellos consumidos y la cara ennegrecida por la acción del fuego.
Se le enterró nuevamente, y así terminaron las desdichas de Ibn al-Jatîb. El público se indignó por tal infamia, y no vaciló en atribuir esta escandalosa profanación a Sulaymân b. Dâwûd, a sus criados y demás dependientes de su administración.

Durante los días de su prisión, el desventurado Ibn al-Jatîb se preparaba a bien morir; aún tuvo el valor suficiente para coordinar sus ideas y componer muchas elegías sobre el triste fin que le esperaba. En una de estas composiciones se expresa así:
<<¡Aunque estemos cerca de la parada terrestre, nos hallamos ahora alejados de ella! Habiendo llegado al lugar de la cita /sepulcro/, guardamos silencio /para siempre/.
Nuestros suspiros se han detenido repentinamente, bien así como se detiene la recitación de la oración cuando se ha pronunciado el Konut.
Aunque éramos antes poderosos, ya no somos más que osamentas; en otro tiempo dábamos festines, hoy somos el festín/de los gusanos/.
Éramos el sol de la gloria; pero ahora este sol ha desaparecido, y todo el horizonte se conduele de nosotros.
¡Cuántas veces la lanza ha derribado al que lleva la espada! ¡Cuántas veces la desgracia ha abatido al hombre feliz!
¡Cuántas veces se ha enterrado en un miserable harapo al hombre cuyas vestiduras llenaban numerosos cofres!
Di a mis amigos: ¡Ibn al-Jatîb ha partido! ¡Ya no existe! ¿Y quién es el que no ha de morir?
Di a los que se regocijan de ellos: ¡Alegraos si sois inmortales!
Tan trágico fin tuvo Ibn al-Jatîb, cuya privilegiada naturaleza, y su incansable actividad se entreveró de forma solicitada por dos fuerzas distintas que tiraban de él a la par: los ideales políticos y las luchas despiadadas y muchas veces cruentas de la época, y los dulces goces en el cultivo de las letras. Tal era Ibn al-Jatîb, cuya memoria debe conservar Granada y Andalucía con auténtica veneración.

Las producciones históricas de Ibn al-Jatîb, así como sus ensayos filosóficos, poesías y demás obras literarias son numerosísimas.
Entre todas ellas sobresale por su importancia la titulada El círculo, que versa sobre la historia de Granada. La obra fue escrita en el año 1369, de la cual Gallagos tiene un códice que debió escribirse en el año 1489. También se conserva un compendio de la Ihâtâ, realizado en el año 1319 por el egipcio Muhammad Badr al-Dîn Bistaki, muerto en el año 1429, y que la escribió con el título Markaz al-ihâta bi-udabâ Garnâta (El centro del círculo acerca de los literatos de Granada). Es una obra en ocho volúmenes, de la que existen redacciones más breves –quizás realizadas por el mismo autor-. Se presenta como un diccionario de biografías de personajes de Granada, o que simplemente pasaron por dicha ciudad. Dispuesta siguiendo el orden alfabético de los nombres, y dentro de cada nombre aparecen los personajes citados por categorías sociales; primero, los reyes y emires; a continuación, los magnates; y finalmente, aquellas personas que descollaron en algún campo determinado: câdíes, jurisconsultos, tradicionistas, poetas, etcétera, dando incluso muestras de sus poesías. Todo ello está compuesto con un estilo muy florido y ampulosos, propio del carácter y profesión que ostentaba Ibn al-Jatîb, alabando sobremanera a su patria andaluza, de la cual estaba muy orgulloso. En la redacción del diccionario puso a contribución toda clase de fuentes, en número muy elevado, entre las que, por señalar alguna, citaremos la siguiente: /Bayân al-mugrib, Muktabis, Mugrib/.
Otra de sus obras sería El libro del complemento que, como señala su título, sirve de complemento a la obra anterior, y que se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.674.
Otro de sus escritos sería el conocido por Las vestiduras bordadas, que se trata de una obra que compila la historia de los califas de Oriente y otras noticias de la historia de Al-Andalus y de África. Existen dos ejemplares de esta misma obra en El Escorial, con los números 1.771 y 1.772 (v. Camiri, tomo II, p. 177).
Esplendor del plenilunio, trabajo histórico de Ibn al-Jatîb que trata de la dinastía nasrí (nazerita o nasrita), texto que también se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.771 bis. La obra está dividida en cinco partes: la primera contiene una descripción de la capital del reino granadino; la segunda trata de su provincia y principales comarcas; versa la tercera sobre los gobernadores y príncipes que la rigieron; en la cuarta expone las cualidades y costumbres de sus habitantes; y la quinta estudia la sucesión de los reyes nasríes y cuanto en ellos encuentra digno de mención.
Yerba olorosa de los cátibes o secretarios y apacentamiento de las cosas que acontecieron, que se encuentra en El Escorial, con el número 304 bis. Estos escritos fueron realizados precisamente para ayudar a los funcionarios y, en especial a los secretarios (cátibes), formando esta obra, que constituye un manual epistolar, un conjunto de modelo de cartas del que pueden valerse los secretarios a la hora de redactar escritos oficiales. En realidad, lo que hizo Ibn al-Jatîb no fue sino reunir un conjunto de cartas que él mismo había escrito por el año 1368, y distribuirlas con cierto orden y clasificación en diez capítulos: primero, modelo de cartas con elogios o exordios debidos; segundo, epístolas amistosas a recién casados o a príncipes; tres, cartas para celebrar victorias o bien el feliz regreso de algún amigo o señor; cuarto, peticiones de auxilio contra enemigos; cinco y seis, para agradecer obsequios y fortalecer la amistad; siete, ocho y nueve, que ser refieren a cartas de consuelo, de súplica y de acción de gracia por favores recibidos; y, finalmente, el diez, que contiene modelos de epístolas para conseguir que las amistades sean estables y duraderas. Todas las cartas gozan de un estilo ampuloso y rítmico y muchas de ellas figuran en la segunda parte de las Analectas de Al-Makkarî.

Evacuación de la alforja sobre lo agradable del viaje o emigración a país extranjero, en cuatro tomos, refiriéndose a numerosas ciudades de las que da noticias, mencionado igualmente a sus sabios, bibliófilos y bibliotecas. Esta obra se encuentra en El Escorial con el número 1.15.

Viaje a África y su regreso a Andalucía. Es una disertación histórica en la que el autor refiere las peripecias de sus viajes y las felicitaciones que recibió por esta empresa. De igual forma señala la magnificencia de las ciudades andaluzas en relación con lo conocido en África, así como del carácter extraordinario de las instituciones nacionales andaluzas y de lo visto en el Magreb.
Excelencias de Málaga y Salé. Con este parangón Ibn al-Jatîb quiere demostrar las excelencias de Al-Andalus, incluso desde el siglo XIV, marcado ya por la decadencia y por una persistente dominación de los reinos extranjeros peninsulares, y de las corrientes ideológicas e invasoras. Igualmente, señala la enemistad pertinaz que en aquel período existía entre los andaluces y los bereberes, mostrando nuestro autor un auténtico sentimiento anti bereber. Ello es explicable  debido al carácter contra reformador que dominaba en Berbería, a la actitud estrecha y dogmática de sus escuelas islámicas, y al gusto por los proyectos imperiales que marcan este período. Ibn al-Jatîb aparece en esta obra marcado por un fuerte nacionalismo andaluz, juzgando de una forma crítica tanto a los líderes musulmanes africanos como a los cristianos peninsulares. A su juicio, los mulûk al-tawâ’if (reyes de taifas) andaluces fueron gatos haciéndose pasar por leones, que llevarían nuestra formación nacional andaluza a la mayor de las ruinas; respecto a los líderes cristianos dice, refiriéndose al Cid, que fue enemigo de Dios, que no evitó la matanza de niños y mujeres tras la conquista de Valencia, y lo mismo fue el maldito tirano extranjero, Alfonso VI.
En este opúsculo, de gran valor por sus datos geográficos e históricos, Ibn al-Jatîb enfrenta y compara dos ciudades: la andaluza Málaga y la magrebí Salé, y aunque él mismo señala desde el principio que no existe punto de comparación, ni posibilidades de parangón entre ambas ciudades, como tampoco lo existe entre Andalucía y Berbería, sin embargo establece varios puntos, a través de los cuales poder constatar la magnificencia de Málaga y de la nación andaluza. Enaltece de Málaga la inexpugnabilidad de sus murallas, la industria que en ella florece, la fertilidad del suelo, la fama de que goza, la prosperidad de la ciudad; ensalza a la población malagueña, su vida económica, el esplendor que alcanzó su gente, así como sus edificios más señalados y sus hijos más ilustres; todo ello para acabar proclamando que Málaga " lleva ventaja por su hermosura y perfección, por la belleza de su aspecto y el acopio de riquezas, por sus trémulas umbrías y sus hijos ilustres y, en definitiva, por la exquisitez de sus gentes, industrias y labores ".

domingo, 19 de mayo de 2013

Panorama cristiano tras la muerte de Ordoño II.....Fuela II de León.

   Tras la muerte de este rey, ocupó el trono su hermano Fruela II, que no reinó más que un año y no tuvo tiempo de inquietar a los musulmanes. todo lo más, facilitó refuerzos a Sancho de Navarra y murió de lepra, según Ibn Hayyaan,, en el año 925. Fruela había estado casado con una mujer de la casa de los Banu Qasi, Urraca, con la que tuvo dos hijos, Ramiro y Ordoño, pero el trono asturleonés pasó a un hijo de Ordoño II, Alfonso IV, que se lo disputó a su hermano Sancho. Éste, que se había hecho coronar en Santiago de Compostela, vino a arrebatarle León. Alfonso IV, con la ayuda de su primo hermano , Alfonso, y con la del rey de Navarra, Sancho I, con cuya hija, Iñiga se acababa de casar, intentó, dos años más tarde, recuperar la corona. Alfonso IV expulsó a su rival de León y le obligó a refugiarse en Galicia, donde conservaría el gobierno independiente hasta su muerte, acaecida poco después, en 929. Desde 928, Alfonso IV estaba instalado en el trono de León y había muerto su suegro, Sancho I de Navarra, dejando como sucesor a un niño pequeño, García Sánches I, que fue tutelado por su tío Jimeno Garcés y su madre, la reina doña Toda o Tota.
   Pero la cosa se fue complicando. Después de siete años de reinado, Alfonso IV, muy apenado por la muerte de su mujer, decidió alejarse de las glorias del mundo y hacerse monje. Llamó a su hermano Ramiro II para que ocupase el trono, y así se hizo. Pero, al poco tiempo, Alfonso cambió de opinión y, dejando la vida monacal, se hizo proclamar de nuevo rey en Simancas. Pero la reprobación de los clérigos le hizo volver a ser monje, aunque sin demasiado convencimiento. Cuando se enteró de que Ramiro estaba ausente, auxiliando a los rebeldes toledanos, vio el momento propicio para apoderarse de León. Ramiro, corrió a cercar su capital, la tomó y encerró en prisión a su hermano, Alfonso IV el Monje.
   Todo esto sucedía en el año 932. Poco después, Ramiro II hizo sacar los ojos al rey y sus sobrinos, hijos de Fruela, Alfonso, Ramiro y Ordoño, por considerarlos un peligro para su reinado. Esta guerra civil duró unos siete años, con regocijo del emir cordobés, que también tuvo sobrados motivos de alegría con la muerte del rey navarro. Estos años en que los cristianos sólo estuvieron atentos a sus propias querellas, permitieron a Abd al-Rahman III, dedicarse a otras empresas y completar la organización militar y civil de sus Estados.
   Sin embargo, en Ramiro II iba a encontrar el emir un digno rival. Decidido y consciente de lo que debía hacer un príncipe cristiano en sus circunstancias, se enfrentaría con Abd al-Rahman y le demostraría que la victoria con las armas, unas veces iba a caer de su lado y otras del lado cristiano.


Fruela II de León (c. 874 – 925)
Fue rey de Asturias (subordinado al rey de León)1 entre 910 y 924 y rey de León desde 924 hasta su muerte. Era el tercer hijo de Alfonso III, rey de Asturias, y de su esposa, la reina Jimena.
Fue hermano de los reyes García I y Ordoño II, y tío de los reyes Sancho Ordóñez, Alfonso IV y Ramiro II.

Biografía 
Fue el tercero de los hijos varones de Alfonso III, rey de Asturias, y de su esposa, la reina Jimena. Su nombre aparece por primera vez en la documentación leonesa en el año 886. Las relaciones que mantuvo con su hermano mayor, el infante García, fueron siempre distantes y diferentes a las que mantuvo con su otro hermano, el infante Ordoño, según refieren diversos autores.
Por motivos desconocidos, los hijos de Alfonso III se rebelaron contra su padre en el año 909. Aunque el infante García, hermano de Fruela, fue apresado y encerrado en el castillo de Gauzón, un año después Alfonso III fue obligado a abdicar por sus hijos y a repartir su reino entre ellos. El reino de León correspondió al hijo primogénito, el infante García, el de Asturias correspondió al infante Fruela, y el de Galicia al infante Ordoño, subordinados ambos hermanos menores a García.1 Alfonso III falleció en la ciudad de Zamora el 20 de diciembre del año 910.

Rey de Asturias (910-924)
Durante el reinado de su hermano, García I de León, no fue mencionado en su documentación y, por su parte, cuando Fruela II ocupó el trono leonés tampoco hizo mención de su hermano García, al contrario de lo ocurrido con su otro hermano, Ordoño II. En el año 910 el rey Fruela y su primera esposa, la reina Nunilo Jimena, donaron a la Catedral de San Salvador de Oviedo la Caja de las Ágatas, una arqueta-relicario recubierta de oro y placas de ágata, y considerada, junto con la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria y la Arqueta de San Genadio, una de las cuatro obras cumbres de la orfebrería prerrománica asturiana. En el solero de la arqueta figuran los nombres de los donantes.

Su padre, el rey Alfonso III, falleció en la ciudad de Zamora el día 20 de diciembre del año 910, y dos años después, en el año 912, falleció su madre, la reina Jimena de Asturias. El rey Fruela estableció su Corte en la ciudad de Oviedo, mientras que su hermano, el rey García I de León, la estableció en la ciudad de León.
En el año 912, el rey Fruela estuvo con su hermano en la ciudad de Santiago de Compostela, y confirmó,
precediendo a los hijos de su hermano, en diversos documentos emitidos por éste último, y el día 24 de octubre del año 912 donó a la Catedral de San Salvador de Oviedo diversos lugares e iglesias, y confirmó varios de los privilegios del templo, que habían sido otorgados por sus predecesores. En el año 914 falleció su hermano, el rey García I de León, y al haber fallecido sin descendencia, Ordoño II, hermano de ambos, ocupó el trono, con lo que se acentuó la sumisión del rey Fruela hacia su hermano Ordoño, que ahora gobernaba todo el territorio que rodeaba el reino de Asturias.

Rey de León (924-925)
En el año 924 falleció su hermano, el rey Ordoño II de León, y Fruela II ocupó el trono leonés, a pesar de que su hermano había dejado descendencia, y había sido padre de los infantes Alfonso IV, Ramiro y Sancho, entre otros.

El reinado de Fruela II en León, que duró un año y varios meses, fue resumido del siguiente modo por el obispo Sampiro:
En el año 924, muerto Ordoño, le sucedió en el reino su hermano Fruela. Por la brevedad del mismo no alcanzó ninguna victoria ni combatió a ningún enemigo, salvo a los hijos de Olmundo, a los que, según dicen, mandó matar siendo inocentes. También se dice que por castigo divino perdió pronto el reino, pues tras la muerte de los hermanos desterró, también sin culpa, al obispo Fruminio. Y así abreviado el tiempo de su reinado vino a morir enseguida por enfermedad, habiendo ocupado el trono un año y dos meses.
Olmundo era un magnate con posesiones en la Tierra de Campos, y sus hijos Aresindo y Gebuldo, a los que Fruela II ordenó ejecutar, eran miembros de la aristocracia leonesa. Por su parte, el obispo Fruminio fue desterrado hasta el día 5 de noviembre del año 927, por haberse opuesto a la entronización de Fruela II.
En opinión del medievalista Gonzalo Martínez Diez, la ausencia de conflictos bélicos durante sus catorce años de reinado en Asturias, llevaron a Fruela II a desear una existencia pacífica, a pesar de que durante su reinado en León los musulmanes atacaron sus fronteras.3 En el año 924 los musulmanes lanzaron una expedición contra los navarros y llegaron a la ciudad de Pamplona. Fruela II envió ayuda al monarca Sancho Garcés I de Pamplona, y posiblemente los refuerzos enviados irían al mando de uno o varios condes castellanos.
Durante su reinado prestó una atención especial, en opinión de diversos autores,4 al territorio gallego, y consiguió que los obispos Recaredo, Savarico, Oveco, Branderico, Hermogio y Fortis le respaldasen. El día 28 de junio del año 924 confirmó al obispo Hermenegildo como obispo de Santiago de Compostela, y ratificó que la autoridad del prelado compostelano se extendía en un territorio de doce millas a la redonda de su ciudad.
El día 15 de julio del año 925 donó al monasterio de San Andrés de Pardomino una heredad, situada en territorio de realengo, llamada Villa Donica, y en la misma fecha confirmó un privilegio otorgado al mismo monasterio por su hermano, el rey Ordoño II, el día 8 de enero del año 917.

Matrimonios y descendencia 

Contrajo un primer matrimonio, antes del año 911, con Nunilo Jiménez con quien tuvo a:
Alfonso Froilaz (¿?-¿932?). rey de León y de Galicia. En el año 932, junto con sus hermanastros Ordoño y Ramiro, y también junto con Alfonso IV, fue capturado y cegado por orden de su primo, el rey Ramiro II de León.

Volvió a casar antes de 917 con Urraca, posiblemente hija de Abdallah Ibn Muhammad, valí de Tudela del linaje de los Banu Qasi, apareciendo por primera vez el 8 de enero en 917 como Urraca regina, acompañando a su marido en otros diplomas hasta la muerte de éste en 925.
De este segundo matrimonio nacieron dos hijos:
Ramiro Froilaz (¿?-932). En el año 932, junto con sus hermanastro Alfonso, y su hermano Ordoño, y también junto con Alfonso IV, fue capturado y cegado por orden de su primo, el rey Ramiro II de León. Sus restos mortales fueron trasladados, por orden de Alfonso V de León, a la Basílica de San Isidoro de León.
Ordoño Froilaz (¿?-932). En el año 932, junto con su hermanastro Alfonso, y su hermano Ramiro, y también junto con Alfonso IV, fue capturado y cegado por orden de su primo, el rey Ramiro II de León. Sus restos mortales fueron trasladados, por orden de Alfonso V de León, a la Basílica de San Isidoro de León.
Según consta en algunas donaciones realizadas por Fruela II, el rey tuvo otros dos hijos llamados Fortis y Eudon.

Muerte y sepultura 


El rey Fruela II falleció en el mes de agosto del año 925 probablemente como consecuencia, en opinión de diversos autores, de la lepra que padecía.4 La Primera Crónica General relata del siguiente modo la defunción del rey:
Pues que el rey don Fruela ovo regnado un anno et dos meses, quanto avemos dicho suso que regnara, engafecio; ca los malos non quiere Dios que lleguen a la meatat de sos dias...Et porque este rey don Fruela fizo todo esto, que non cato a Dios, visco muy poco en el regno. Et pues que fue muerto a cabo del anno et de los dos meses, enterraronle en Leon cerca so hermano el rey don Ordonno.
Recibió sepultura en la Catedral de León junto a su hermano, Ordoño II de León.
En el año 986 sus restos y los de su primera esposa fueron trasladados por orden de Bermudo II, junto con los de otros monarcas leoneses, incluidos los de Ordoño II, a la ciudad de Oviedo, a fin de impedir que fueran profanados por las tropas musulmanas dirigidas por Almanzor. Los restos del rey y los de su esposa fueron depositados en el Panteón de reyes de la Catedral de Oviedo. Posteriormente, Alfonso V repobló la ciudad de León, y trasladó a ella la mayor parte de los restos de los reyes que su padre, el rey Bermudo II, había llevado a Oviedo, aunque los restos de Fruela II y los de su primera esposa permanecieron en Oviedo, al igual que los de su padre, Alfonso III, y los de su madre, la reina Jimena de Asturias. Otros autores, sin embargo, niegan el traslado de sus restos a la ciudad de Oviedo y señalan que el rey Fruela II fue sepultado en la Catedral de León junto a su hermano, el rey Ordoño II aunque en dicha catedral se desconoce el paradero de su sepultura y de sus restos mortales.

Información:
libro al-Andalus de Concha Masiá
WIKIPEDIA.

Al Malik. Exaltado sea Allah, el rey verdadero.


Al-Malik
¡Exaltado sea Allah, el Rey verdadero! No hay más dios que Él, el Señor del Trono noble
     
Erase una vez un joven llamado Abdel Malik. Este joven nació en una humilde familia de sirvientes del rey de una gran ciudad. Cuando el joven Abdel Malik fue creciendo se fue interesando cada vez más por la figura del rey, ya que quería ser sirviente suyo en el futuro.
Lo primero que hizo fue investigar las hazañas de este gran rey a través de la historia, y sorprendido encontró:
- Al-Malik creó el Universo.
¡Wow! -dijo asombrado Abdel Malik-, es asombroso, ¡tantas estrellas! ¡tantos planetas! Al-Malik es realmente grande en poder.
Siguió investigando y encontró otra gran hazaña:
-Al-Malik creó al hombre, varón y hembra los creó.
-¡Fascinante!, las arterias, el corazón, los músculos... es realmente fascinante, no sólo eso, también el cerebro, los sentimientos, el cariño, la alegría, es realmente bonito... y también el alma... algo misterioso a la vez que... ¡fascinante! -repitió Abdel Malik, que estaba realmente sorprendido con tales descripciones.
A pesar de que pasó por alto otras creaciones de Al-Malik como la luz, o los ángeles, buscó más hazañas poderosas hasta hallar una que le fascinó, fue un momento histórico de aquella gran ciudad:
-Al-Malik se reveló a Su pueblo, con mano poderosa, les sacó de la esclavitud, y de la contaminación de los ídolos para servirle a Él solo.

-Más adelante, Al-Malik se reveló a la gran ciudad entera por medio del sello de los profetas, aunque no todas las personas eran conocedoras de estas hazañas, sólo Al-Malik sabía quiénes y en qué grado conocían estas hazañas y eran temerosas de Su gran poder.
Tras investigar estas hazañas, quiso conocer cómo era el Gran Rey, investigando encontró:
-Al-Malik es el Mas Misericordioso y Compasivo.
Abdel Malik sintió como si el Gran Rey abrazara su corazón, sintió mucho cariño y ternura al saber que el Gran Rey perdona los errores de Sus siervos, y siguió investigando:
-A Al-Malik servirás, ante Él te inclinarás y ante Él te postrarás.
Abdel Malik continuó investigando este asunto, unos de Sus siervos se inclinaban y postraban ante Al-Malik cinco veces al día, otros lo hacían tres veces al día y había quienes lo hacían ocasionalmente, tras investigar esto, quiso ser del grupo de quienes lo hacían cinco veces al día.
Inmediatamente después quiso preguntar a los mejores servidores del Gran Rey, cómo debía servir al Rey, tras preguntar a uno de ellos, éste le dijo:
-Para poder ver al Gran Rey debes estar limpio por fuera, pero también por dentro, ya que Al-Malik es también Al-Quddus y no acepta lo inmundo, la suciedad, y Al-Malik conoce a cualquier persona impura que ha podido evitar estarlo haciendo la ablución, también debes estar limpio de corazón, lo más limpio posible, ya que Al-Malik conoce al depravado e incrédulo de corazón, al impío y al transgresor, y ningún impuro de corazón puede ver al Gran Rey, y por cierto que es Al-Malik quien declara puro a quien Él quiere y nadie será tratado injustamente en lo más mínimo.
Otro de los siervos del Gran Rey dijo:
-Ante Al-Malik debes presentarte sumiso y humilde de corazón, ya que Él no acepta la arrogancia, rebeldía o altivez. Para ello debes mirar tus errores y no tus logros, y recordar los momentos en que te sentiste realmente desamparado sin la ayuda de Al-Malik, pero cuando recibas la ayuda de Al-Malik, pídele perdón y recuerda los momentos en que eras débil para que no diga tu corazón para sí mismo: esto lo logré yo. No, sino que fue Al-Malik quien te ayudó.
El tercer siervo que habló dijo:
-Ante Al-Malik te inclinarás y posteriormente te postrarás ante Él, tu rostro a tierra bajarás.
Al escuchar esto, Abdel Malik, sintió curiosidad por preguntar:
-¿Hacia donde debemos dirigirnos si no vemos Su rostro?
El tercer siervo respondió:
-Ciertamente el rostro de Al-Malik en la tierra no podrás ver, porque morirías, ya que Su rostro es infinita Luz, pero ante la presencia de Al-Malik debes dirigirte.
Abdel Malik preguntó:
-¿Dónde se encuentra la presencia de Al-Malik?
Ante lo cual respondió el tercer siervo:

-De Allah son el Oriente y el Occidente. Adondequiera que os volváis, allí está la faz de Allah. Allah es inmenso, omnisciente.
Al escuchar esto, Abdel Malik preguntó:
-¿Por qué unos de Sus siervos vuelven sus rostros hacia la mezquita sagrada?
El tercer siervo respondió:
-Todos tienen una dirección adonde volverse. ¡Rivalizad en buenas obras! Dondequiera que os encontréis, Allah os juntará. Allah es omnipotente.
Vengas de donde vengas, vuelve tu rostro hacia la Mezquita Sagrada. Ésta es la Verdad que viene de tu Señor. Allah está atento a lo que hacéis.
Tras entender todas las cosas que estos siervos le dijeron, se atrevió a preguntar:
-¿De qué otra manera puedo servir al Rey Verdadero?
Un cuarto siervo de Allah respondió:
-Comparte las bendiciones de las cuales Al-Malik te hizo su temporal poseedor, comparte tus bienes con los más necesitados que tu, comparte tu conocimiento con los más ignorantes que tu, comparte tu amor con las personas faltas de cariño, comparte tu felicidad sonriendo, saludando, bendiciendo y apoyando.
El cuarto siervo quiso que Abdel Malik fuese un buen siervo de Al-Malik y le contó varias historias:
-Los reyes de la tierra son temporales, así como sus reinos son reducidos y temporales, el reino de Al-Malik es infinito y eterno, Él por siempre vive.
-Muchos reyes de la tierra han sido tiranos y opresores, Al-Malik es Compasivo y Misericordioso, y Perdona muchas faltas a Sus siervos.
-Muchos reyes de la tierra han sido injustos y corruptos, Al-Malik es el Rey Justo, y Él será el Juez de toda la tierra tras el día del levantamiento y por cierto que Allah no ama la corrupción.
-La mayoría de los reyes han vestido las mejores ropas y han sido adornados de las mejores joyas, pero Ciertamente Allah no observa (considera) vuestros cuerpos o vuestros formas, sino que observa vuestros corazones.
Abdel Malik estaba muy feliz por todo lo que había aprendido y ahora sus ganas por ser siervo del Rey eran mayores, tras investigar, ya sabía cómo hacer para servirle con humildad y constancia, con paciencia y confianza.
Y cada vez que veía o escuchaba algo que le hacía recordar a su Rey y Dueño, decía:
¡Exaltado sea Allah, el Rey verdadero! No hay más dios que Él, el Señor del Trono noble.
Sagrado Corán 23:116