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domingo, 23 de febrero de 2014

ITIMAD AL RUMAIKYYA

Nació en Sevilla, en 1011. Fue una excelente poetisa. La tradición dice que un verso dicho a tiempo y en un rasgo de espontánea inspiración fue el que le valió a la lavandera y concubina Rumaikyya el amor del rey de Sevilla, Al Mutamid, cuando supo acabar el poema que había iniciado el rey poeta, mientras paseaba junto a sus cortesanos, por la ribera del Guadalquivir y jugaban a improvisar poemas, entretenimiento extremadamente popular en la sociedad andalusí de la época. Al levantarse una ligera brisa sobre el río, dijo
Al Mutamid:
"El viento teje lorigas en las aguas".

Ante lo cual esperaba la respuesta de uno de sus compañeros. Sin embargo, antes que nadie respondiera oyeron una voz femenina que completaba la rima:
"¡Qué coraza si se helaran!".

La voz correspondía a una muchacha escondida tras los juncos. Era una joven bellísima llamada Rumaikiyya, esclava de un arriero. Más tarde en su casa, Rumaikiyya recibe una invitación para acudir a palacio del príncipe heredero, Muhammad Ibn Abbad, recién llegado de Silves donde gobernaba en nombre de su padre. En la casa real, entre fuentes y jardines, Mohammad reveló a la joven su propósito de casarse con ella. Rumaikyya adoptó el nombre de Itimad aunque después no la llamarían más que Al-Sayyidat Al-Kubra, la Gran Señora.
De candorosa conversación, gozaba de salidas felices, réplicas vivas e ingeniosas, gracia natural, jovialidad y travesuras infantiles. Se recuerdan como anécdotas simpáticas, que en cierta ocasión quiso Rumaikyya contemplar la nieve, y, Al Mutamid, llenó de almendros las laderas de la sierra de Córdoba, para que la esperada poesía de sus blancas flores, impregnara de tranquila lujuria todos los poros de su sensualidad.
En otro momento, y cuando Itimad llevaba varios años como favorita de Al Mutamid, que la amaba con ardiente pasión, cuentan que se asomó un día por la ventana del palacio y vio a algunas mujeres pisando barro para preparar ladrillos. Esto le recordó sus días de mozuela cuando solía hacer lo mismo y se quebró en sollozos nostálgicos. Pidió a su marido, con gran demostración de enfado, que quería hacer lo mismo. Al-Mutamid mandó traer grandes cantidades de almizcle y ámbar. Luego dio orden que se mezclara todo con agua de rosas, azúcar y canela en el patio. En este “barro” Itimad pisó alegremente en compañía de sus amigas e hijitas.
Con este comportamiento Al Mutamid no hizo más que lo que hubieran hecho casi cualquiera de aquellos andalusíes de haber tenido riquezas y poder. Así mismo cuenta la tradición que de esa manera encarnó el sentimiento del reino entero con su deliciosa largueza e imaginación” No obstante, había quien la culpaba de haber arrastrado al emir sevillano a los placeres y voluptuosidad más lujuriosos; e incluso en su fanatismo, culpaban también a nuestra poetisa de la falta de asistencia los viernes a las mezquitas así como del desmesurado gusto de los andalusíes por el vino. Ella no echaba cuenta de aquellos jueces que tanto habían de influir en la ruina de los abbadies y de Al Andalus, y Al Mutamid no se preocupaba tampoco sino de tenerla siempre contenta:

I invisible a mis ojos, siempre estás presente en mi corazón.
T u felicidad sea infinita, como mis cuidados, mis lágrimas y mis insomnios.
I impaciente al yugo, si otras mujeres tratan de imponérmelo, me someto con docilidad a tus deseos más insignificantes.
M i anhelo, en cada momento, es tenerte a mi lado: ¡Ojalá pueda conseguirlo pronto!.
A miga de mi corazón, piensa en mí y no me olvides aunque mi ausencia se larga.
D dulce es tu nombre. Acabo de escribirle, acabo de trazar estas amadas letras: ITIMAD .
(Al Mutamid)

Los almorávides apoyados por los jueces fueron apoderándose de los emiratos andalusíes. La ciudad de Sevilla fue ocupada en el año 1091, con gran resistencia por parte del emir y sus hijos. Prisionero Al Mutamid con su familia, fue trasladado a Tánger. El pueblo de Sevilla le daba el último adiós en la siguiente escena descrita por Ibn Labbama:
”Vencidos tras valiente resistencia, los príncipes fueron empujados hacia el navío. La multitud se agolpa a las orillas del río; las mujeres se habían quitado el velo y se arañaban el rostro en señal de dolor. En el momento de la despedida ¡cuántos gritos!, ¡oh extranjero! Recoge tus bagajes, acopia tus provisiones, porque la mansión de la generosidad está ahora desierta …”
En aquella existencia africana triste y dolorosa, Itimad Al Rumaikyya y sus hijas se ganaban la subsistencia hilando, y sólo conocieron algún consuelo con las visitas de poetas amigos agradecidos de Al Andalus, tras la invasión del país por los bárbaros contrarreformadores del desierto norteafricano.

jueves, 20 de febrero de 2014

Primeros reinos de taifas - IV -

La Taifa de Toledo o Reino de Toledo fue una de las taifas de Al-Ándalus que surge de la descomposición del Califato de Córdoba el 22 de julio de 1035 y finaliza con la conquista cristiana en 1085 (478 d. H.) por parte de Alfonso VI.

El reino taifa
Toledo conservaba su aureola de haber sido urbs regia visigoda, que los árabes perpetuaron llamándola madinat al-muluk. Tuvo gran importancia estratégica como capital de la Marca Media —formada esta última a raíz de la revuelta bereber del año 741—,1 pudiendo mantener frente a Córdoba una dependencia relativa hasta el siglo del Califato. Fue no obstante a raíz de la caída del califato cuando Toledo adquirió una mayor importancia como urbe musulmana, constituyéndose en capital de un reino taifa que abarcó de manera aproximada las actuales provincias españolas de Toledo, Madrid, Guadalajara, Cuenca y Ciudad Real.2 Independizada al producirse las guerras civiles de comienzos del XI, allí se adueñaron del poder algunos personajes de la ciudad, entre ellos el cadí Abú Bala Ya'is ibn Mubammad y algunos otros, entre los cuales citan las fuentes también a un Ibn Masarra, a un Abd al-Rahmn y a Abd al-Malik ibn Matiyo. Posiblemente descontentos los toledanos con los desacuerdos entre ellos y, en especial, del mal gobierno de este último, decidieron ofrecer el gobierno de la taifa al señor de Santaver, Abd al-Rahman ibn Dil-Nun, que les envió para hacerse cargo del poder a su hijo Ismail al-Zafir en torno a 1035.
Los Banu Dil-Nun eran una familia bereber de la tribu hawwara, llegados a la península en tiempos de la conquista islámica. Se establecieron en la cora de Santabariyya o Santaver y en el proceso de arabización de los siglos VIII-X cambiaron su etnia bereber de Zennún arabizándola en Banu Di-l-Nun. Durante todo ese tiempo fueron uno de los linajes más destacados de la Marca Media, citados por las fuentes por sus alzamientos frente al poder emiral y por sus alternativas sumisiones.
Volvieron a su autonomía con la decadencia del Califato durante el primer decenio del siglo XI: entonces, posiblemente, Abd al-Rahmán ibn Dil-Nun logró que el califa Sulaiman al-Mustain (1009-10 y 1013-16) le otorgase el nombramiento como señor de Santaver, Huete, Uclés y Cuenca, llevando el título de Násir al-Dawla. Este Abd al-Rahmán confió en 1018 a su hijo Ismaíl el gobierno de Uclés y que luego, como ya se ha dicho, lo envió a Toledo.

Ciudades

Ciudades fronterizas
Bascos (Bâsk)
Ciudad con función principalmente militar, fundada como núcleo musulmán con anterioridad al siglo X sobre un asentamiento romano cerca de la confluencia del río Huso con el Tajo. Pudo tener una población entre 2500 y 3000 habitantes.
Talavera (Talabîra)
Ciudad con una población numerosa —mencionada frecuentemente por geógrafos árabes como Al-Idrisi—, fue fundada como núcleo musulmán sobre una ciudad romana en el año 713 y fortificada en el año 855, con mejoras de la época del califato.
Maqueda (Makâda)
Su origen se remonta a la segunda mitad del siglo X.
Alhamín (al-Fahmîn)
Pequeño pero importante desde un punto de vista defensivo núcleo localizado dentro del actual término municipal de Méntrida, en el norte de la actual provincia de Toledo.5 Contaba sin embargo con una mezquita mayor.
Canales (Qânalis), Olmos (Walmus) y Calatalifa (Qal`at al Halfâ)
Se trata de 3 núcleos próximos, a caballo entre las actuales provincias de Toledo y Madrid (las dos primeras en la actual provincia toledana, la última en la Comunidad de Madrid), emplazadas en el escalón de la falla sobre la cual se asienta el río Guadarrama.
Madrid (Mayrît)
Construida en el siglo IX durante el mandato de Muhammad I de Córdoba.8 Es posible que, además de atalaya defensiva frente a ataques cristianos del norte ejerciera de núcleo para el control de Toledo —una ciudad ya mencionada como proclive a la insumisión— por parte de la autoridad central cordobesa.8 Durante el siglo X Córdoba llegó a nombrar gobernadores en la ciudad.9
Talamanca (Talamanka)
Tuvo importancia estratégica para proteger el acceso al valle del Tajo situado más al sur. Construida durante el gobierno de Muhammad I de Córdoba, no llegó a alcanzar nunca un gran tamaño.10
Alcalá la Vieja (Qal`at `Abd al-Salâm)
Alcazaba fortificada situada en las cercanías de la actual Alcalá de Henares y construida en la segunda mitad del siglo IX.
Guadalajara (Madînat al-Faray o Wâdi l-Hiyâra)
La ciudad, de la que se destacaban sus agua y jardines, se considera una creación ex novo por parte de los musulmanes —debido al incierto emplazamiento de la ciudad romana previa de Arriaca— localizada en la orilla del Henares; tuvo una importancia estratégica dentro del territorio de aṯ-Ṯaḡr al-Awsaṭ.
Sigüenza
Probablemente no fue un núcleo de gran importancia.
Atienza (Antasiya)
Aunque tampoco fue un núcleo de importancia se destaca su localización en un cruce de rutas.
Medinaceli (Madînat Sâlim)
La construcción de Medinaceli —que se configuró a lo largo del siglo X en una ciudad de notable importancia al convertirse en cuartel de la Marca Media— se data en la primera mitad del siglo X. Hay quien la considera situada sobre la antigua ciudad romana de Ocilis.
Ciudades del interior
Toledo (Tulaytula)
Toledo, la urbe más importante de la taifa, ya fue la capital de la Hispania visigoda. La ciudad —que albergó durante el periodo de al-Ándalus a una población cristiana (mozárabes) muy elevada— constituyó un foco crónico de insurrección al poder central del emirato y el califato cordobés. Las autoridades locales tomaron el control de la taifa hacia el año 1010, situación propiciada por el vacío de poder que supusieron los últimos estertores del proceso de descomposición interna del Califato de Córdoba. El poder fue asumido posteriormente por la familia Banu Di-l-Nun —creándose una nueva dinastía gobernante— seguramente hacia los años 1032 y 1033.
Santaver (Santabarîya)
A pesar de nunca haber sido un núcleo de gran importancia, Santabarîya —excelentemente situada desde un punto de vista defensivo— fue centro de una cora de gran superficie poblada por una importante población bereber de la tribu miknasa y llevó a cabo varias insurrecciones durante el emirato cordobés. Tras la descomposición del califato fue agregada a la taifa de Toledo.

Apogeo

El territorio de la Taifa de Toledo coincidía con las actuales provincias de Toledo, Ciudad Real, Cuenca, el norte de Albacete, Cáceres, Guadalajara (hasta la frontera con las tierras zaragozanas en Medinaceli), Madrid hasta la Sierra de Guadarrama.
Ismail al-Zafir fue el primer monarca de este linaje hasta 1043, luchando contra los cordobeses para mantener la independencia. Luego reinó Al-Mamún de Toledo, quien solicitó la ayuda de Fernando I de León y Castilla contra Sulaymán ben Hud al-Musta'in de Zaragoza; veinte años más tarde, los toledanos, atacados por Fernando, compraron su tranquilidad mediante el pago de parias.
Atacado a su vez Abd al-Malik ben Abd al-Aziz al-Mansur, régulo de Valencia desde 1061, prefirió pedir auxilio a Al-Mamún de Toledo antes que aceptar el control castellano, pero el rey de Toledo aprovechó para deponer al valenciano y anexionarse la taifa de Valencia en 1064, con la aquiescencia de Fernando I.
Toledanos y sevillanos aspiraban a unir a sus dominios la antigua capital del califato, que será agregada a la Taifa de Sevilla en 1070. El nuevo rey, Alfonso VI de León y Castilla, siguió una política de apoyo a todos contra todos en su exclusivo beneficio: con la ayuda de al-Mutamid de Sevilla derrotó al granadino Abd Allah y le obligó a pagar parias (1074), al tiempo que apoyaba a Al-Mamún de Toledo para que ocupara la Taifa de Córdoba en 1075.
Al-Mamún de Toledo se convirtió así en el rey más importante de la Taifa de Toledo, que en 1075 incluía Córdoba y Valencia. Ese mismo año fue envenenado en Córdoba y su nieto Al-Qádir asumió el gobierno de Toledo.

Fin del dominio musulmán
Al-Qádir en el 1075, se consideró lo suficientemente fuerte en sus dominios de Toledo-Córdoba-Valencia como para prescindir del castellano y expulsó de Toledo a los partidarios de la colaboración-sumisión con los cristianos; pero estos provocaron una revuelta en Valencia, que se declaró independiente bajo el mando de Abd al-Aziz, y Toledo, sin el apoyo de Castilla, perdió las tierras cordobesas en 1077, así como las provincias del sur de la región, y vio atacado su territorio por al-Mutawakkil de la taifa de Badajoz.
Al-Qádir se vio, pues, forzado a pedir nuevamente la ayuda castellana y con ella se enajenó el apoyo de una gran parte de la población: por un lado estaban los musulmanes, que eran partidarios de una ruptura de la alianza con Castilla, y un acercamiento a los otros reinos musulmanes, y por otro, los mozárabes y judíos, partidarios de la alianza con Castilla e, incluso de la anexión. Así Al-Mutawakkil de Badajoz entró en la ciudad en 1080, mientras Al-Qádir se refugiaba en Cuenca.
Al-Qádir recuperó el trono en 1081 ya que Alfonso VI de León y Castilla decidió ayudarle a recuperar las tierras toledanas y valencianas a cambio de que Valencia fuese para Al-Qádir y Toledo para Alfonso.
Ante este acuerdo, los toledanos opuestos a la colaboración Alfonso-Al-Qádir (los musulmanes) solicitaron el apoyo de Al-Muqtadir de Zaragoza, Al-Mutamid de Sevilla y Al-Mutawakkil de Badajoz; mientras otra parte de la población, cansada de las continuas guerras (mozárabes y judíos), aceptaba la entrega de Toledo a Alfonso VI, siempre que este simulara tomarla por la fuerza, para evitar que los toledanos fueran acusados de traicionar la causa musulmana, conscientes de la pérdida de prestigio que supondría para el Islam la cesión de Toledo.
El cerco de la ciudad no impidió a Alfonso VI atacar las taifas de Zaragoza, Valencia y Sevilla, y el 6 de mayo de 1085, después de cuatro años de «asedio», Toledo se rendía pacíficamente, tras obtener garantías los musulmanes de que se respetarían sus personas y bienes y de que se les permitiría seguir en posesión de la mezquita mayor. Por su parte, los toledanos se comprometían a abandonar las fortalezas y el alcázar.

Dominio cristiano

El 25 de mayo de 1085, Alfonso VI de León y Castilla entró en la ciudad. En aquel momento, el reino de León y Castilla, considerado el heredero del reino visigodo de Toledo, tenía la intención de recuperar para sí la capital del antiguo reino visigodo. La conquista de la ciudad de Toledo dio pie a la inversión de fuerzas entre cristianos y musulmanes en la península, lo que llevaría finalmente a la conquista almorávide de las taifas tras solicitar estas su intervención como último recurso ante el poderío cristiano.

martes, 18 de febrero de 2014

Primeros reinos de taifas - III -

La Taifa de Murcia fue una de las distintas taifas de al-Ándalus que surgieron en diversos momentos de la historia andalusí; en el caso de la de Murcia apareció en los tres periodos taifas, pasando posteriormente a ser uno de los reinos de la Corona de Castilla tras la Reconquista.

En el año 713, sólo dos años después de la invasión árabe de la Península, el emir Abd al-Aziz ocupó el sureste ibérico. El conde Teodomiro, que era gobernador visigodo de la provincia, pactó una capitulación favorable. Teodomiro consiguió una cierta autonomía a cambio del pago de un tributo por parte de los habitantes de la zona. Este pacto incluía 7 ciudades: Orihuela, Alicante, Begastri, Mula, Lorca, Elche y Eio. A este territorio semi-autónomo se le comenzó a denominar como Tudmir (arabización de Teodomiro), pasando a ser una cora del emirato.
La inestabilidad del emirato de Córdoba (entre 754 y 929) y los numerosos conflictos sociales entre árabes y visigodos provocaron la destrucción de Eio, pero también la obligación por parte del emir de al-Ándalus Abderramán II de llevar a los antiguos habitantes de Eio a Mursiya (la actual Murcia) en abril del 825. Ésta última se fundó para constituir el eje rector del poder de Córdoba en una cora escasamente islamizada.
Durante el califato, entre 929 y 1031, la ciudad de Mursiya creció y prosperó, consiguiendo importancia dentro del estado andalusí.

Primera taifa (siglo XI): los Banu Tahir, Ibn Ammar e Ibn Rasiq

Proveniente de Orihuela el oficial eslavo Jairán se apoderó de Murcia hacia el año 1012-1013 conquistando al año siguiente Almería, donde trasladó la Corte, dejando como gobernador en Murcia a Zuhaír. A la muerte de Jairán en el año 1028, Zuhaír se trasladó a Almería dejando a su vez a otro gobernantes, en especial a la familia Banū Tāhir dependiendo de la Taifa de Almería.1
Por lo tanto, no fue hasta bien entrado el siglo XI cuando Murcia encabezó su primer reino taifa independiente.2 Bajo el mandato de Abu Abd al-Rahman Ibn Tahir, Murcia, ahora dependiente de la Taifa de Valencia, logró independizarse al caer ésta en manos de la de Taifa de Toledo.3 Este primer estado independiente murciano concluyó en el año 1078 cuando las tropas del rey taifa de Sevilla Al-Mutamid entraron en la ciudad de Murcia.
Una vez anexionada la primera Taifa de Murcia, el visir de Al-Mutamid, Ibn Ammar, ideólogo de la campaña y gobernador de la ciudad tras la toma, se nombró a sí mismo rey y cortó relaciones con Sevilla. Sin embargo, su poder no duró mucho pues comenzó a utilizarlo para fines suntuosos que le granjearon la desafección del pueblo murciano. Ibn Rašiq (general de Al-Mutamid) lideró la oposición a Ibn Abmmar, que se vio impelido a abandonar la ciudad y buscar refugio en la Taifa de Toledo en el 1080.
En este contexto de crisis, en el 1088 una hueste comandada por Álvar Fáñez, el lugarteniente de El Cid, se apropió de la fortaleza de Aledo saqueando la zona y condicionando la ruta comercial que a través del valle del Guadalentín comunicaba y comunica la Alta Andalucía con la zona de Levante. Con la toma castellana del estratégico castillo de Aledo, Ibn Rasiq aprovechó la ocasión para desligarse de Al-Mutamid de Sevilla y gobernar Murcia de forma independiente, apoyando incluso a los castellanos, por lo que fracasó el primer intento de recuperar Aledo por parte de los musulmanes. Esta actitud incomprensible para la ortodoxia islámica decidió al califa almorávide Ibn Tasufin a conquistar al-Andalus, incorporándola como provincia a su imperio. En junio de 1091, tropas norteafricanas al mando del hijo del monarca almorávide sometieron finalmente Aledo y la ciudad de Murcia.

Segunda taifa (siglo XII): el esplendor de Ibn Mardanis

Debido a la intolerancia almorávide, las insurrecciones locales contra la autoridad central se reprodujeron por todo al-Andalus. En septiembre de 1145 un miembro de los Banu Tahir fue elegido jefe político de la ciudad, y un mes después, tropas del emir de Zaragoza Ibn Hud conquistaron Murcia dirigidas por Ibn Yyad y su lugarteniente, llamado Ibn Mardanis. Al-Andalus iniciaba así otro periodo de fragmentación territorial al calor de la debilidad almorávide, lo que permitió a Ibn Mardanis asumir el gobierno independiente de Murcia a la muerte de Ibn Hud de Zaragoza, en agosto de 1147, justo cuando se producía el desembarco almohade en la península.
Ibn Mardanis, llamado por los cristianos como el Rey Lobo, mantuvo relaciones amigables con el Reino de Castilla y organizó la resistencia contra el Imperio almohade entre 1147 y 1172.
Ibn Mardanis consiguió articular un territorio que comprendía desde Jaén y Baza hasta Valencia y Albarracín, llegando a conquistar también Écija y Carmona, sitiando Córdoba (poniendo en peligro Sevilla) y tomando Granada durante unos meses.
Durante el emirato del Rey Lobo la ciudad de Murcia vivió un momento de esplendor al verse convertida en centro del estado mardanisí, tanto que su moneda se convirtió en referente en toda Europa. La prosperidad de la ciudad se basó igualmente en la agricultura que, aprovechando el caudal y la estructura del curso del río Segura, se creó (aunque basada en estructuras anteriores) una compleja red hidrológica, siendo la predecesora del actual sistema de regadíos de la huerta del Segura. La artesanía también fue muy importante y alcanzó gran prestigio, tanto que la cerámica murciana se exportaba a las repúblicas italianas.
A todo esto hay que añadir los numerosos conjuntos palaciegos que fueron construidos, como el palacio de Al Dar al-Sugra en el arrabal murciano de la Arrixaca o el conjunto palatino de Monteagudo, verdaderas muestras del esplendor de una urbe que se convirtió en la auténtica capital de Xarq al-Ándalus (la parte oriental andalusí). También fue construida durante este periodo la muralla árabe de Murcia, de cara a contener las numerosas embestidas almohades.
En 1165 la ciudad de Murcia sufrió un primer gran asedio almohade, que acabó por fracasar. En 1172, con su reino conquistado y la ciudad de Murcia duramente sitiada, moría en Murcia Ibn Mardanis, el Rey Lobo. Su sucesor, Hilal, pactó con los almohades la rendición, convirtiéndose en gobernador de la misma y dando fin a la taifa.

Tercera taifa (siglo XIII): Ibn Hud gobierna al-Ándalus


En su tercer periodo, el reino taifa de Murcia estuvo regido por la dinastía de los Banu Hud. Esta nueva taifa tuvo su origen en la sublevación que Ibn Hud protagonizó contra los almohades en el valle de Ricote en 1228, entrando en la ciudad de Murcia el 4 de agosto de ese año, expulsando al gobernador almohade y proclamándose emir. Los sucesos acaecidos en Murcia se propagaron por todo al-Ándalus hasta el punto de que en 1229 sólo Valencia y algunos puntos del Estrecho escapaban al control de Ibn Hud y de su estado, capitalizado en Murcia.8
Durante estos años de esplendor se edificó el Alcázar Seguir, sobre los restos del anterior Al Dar al-Sugra en el arrabal de la Arrixaca.
Sin embargo, la estabilidad duró poco ante las sublevaciones contra Ibn Hud ocurridas en diversos lugares como Granada (con Muhammad ibn Nasr como principal enemigo) y el avance de la conquista cristiana. Ibn Hud pudo superar esta primera crisis al ser reconocido de nuevo como rey por Sevilla, al reconquistar Córdoba en 1235 y tras ser reconocido en 1234 por el califa de Bagdad como gobernante de todo al-Ándalus.
Sin embargo, Ibn Hud se vio obligado a rendir Córdoba en 1236 ante le empuje de Fernando III de Castilla. Esto supondrá el principio del fin del monarca murciano ante una pérdida tan simbólica como la antigua capital califal. Sus enemigos consiguieron asesinarlo en Almería en 1238, momento en el que su reino quedó reducido al sureste ibérico mientras que surgía un nuevo estado preponderante en al-Ándalus, el reino nazarí de Granada de Muhammad ibn Nasr (Ibn al-Ahmar).
La debilidad de la taifa de Murcia llevó a Ibn Hud al-Dawla (tío del anterior) a solicitar un pacto con Castilla en 1243. Consecuentemente el infante Alfonso de Castilla, futuro Alfonso X el Sabio, en nombre de su padre Fernando III, sometió a Murcia a vasallaje a través del tratado de Alcaraz, incorporando la ciudad y a su reino a la Corona de Castilla (pero en forma de protectorado).

Protectorado castellano, revuelta mudéjar y conquista (1243-1266)

En 1243, el emir de la taifa de Murcia (Ibn Hud al-Dawla) firmó las capitulaciones de Alcaraz con Fernando III, aceptando ser un protectorado de los reinos de Castilla y de León. De esta manera Murcia ganaba una fuerte alianza para repeler a los aragoneses (de Jaime I) y a los granadinos (de Ibn al-Ahmar). Castilla, en contrapartida, conseguía una salida al Mar Mediterráneo.


El Castillo de Lorca, sede de la guarnición castellana, estuvo sitiado durante la revolución mudéjar
Sin embargo, diversos núcleos de la antigua taifa no aceptaron el tratado, tales como Orihuela (que lo acató poco después) Mula, Cartagena y Lorca. Esta sublevación permitió aplicar a las tropas de Castilla (dirigidas por el infante Alfonso; futuro Alfonso X) el derecho de conquista sobre ellas (Mula cayó en 1244 y Cartagena en 1245) a excepción de Lorca que finalmente pactó. Este conflicto generó que todo el territorio murciano fuera un protectorado semi-autónomo de los musulmanes (al respetar el pacto), a excepción de los núcleos de Mula y Cartagena, las únicas poblaciones plenamente cristianas por su sublevación.
Entre los años 1243 y 1257, bajo el reinado de Fernando III y posteriormente el de su hijo Alfonso X el Sabio, se vivió una etapa próspera con una coexistencia pluricultural más o menos pacífica entre cristianos, moros y judíos.
Sin embargo, en 1250 Castilla decidió crear la diócesis de Cartagena, y en 1258 el adelantamiento mayor del reino de Murcia. Esto se debió al paulatino incremento de la intervención cristiana en el protectorado, más evidente a partir de 1257, cuando el rey Alfonso X fue plenamente consciente de que si cumplía lo acordado en Alcaraz en nada avanzaría la tranformación cristiana del reino y su jurisdicción en la zona seguiría estando limitada indefinidamente. Los sucesivos incumplimientos de lo pactado llevaron a la sublevación de los musulmanes murcianos en 1264.
La revuelta contra la Corona de Castilla fue dirigida por el miembro de la familia real musulmana Al-Watiq, consiguiendo el apoyo de Granada y los gobernantes del Norte de África. El conflicto fue sofocado entre 1265 y 1266 gracias a la intervención aragonesa. La reina Violante (esposa de Alfonso X el Sabio) pidió ayuda a su padre Jaime I. Tropas aragonesas mandadas por el infante Pedro (el futuro Pedro III el Grande) y el propio Jaime I sofocaron la revuelta (1265-66), dejando a más de 10.000 aragoneses en Murcia. Aunque según las condiciones del tratado de Almizra (1244), Murcia fue devuelta a Castilla.
Fue entonces (a partir de 1266) cuando se dio por finalizado el protectorado y comenzó plenamente la construcción del nuevo reino de Murcia como un ente político articulado dentro de la Corona de Castilla.

El Reino de Badajoz, o la Taifa de Badajoz, 
Fue un reino musulmán cuyo centro fue la ciudad de Badajoz (Batalyaws بطليوس). Apareció, al igual que las otras taifas, tras la fragmentación del Califato de Córdoba a finales del siglo X y comienzos de siglo XI.
Fue invadido y conquistado varias veces por reinos vecinos, los almorávides y almohades (junto a las otras taifas), Portugal y finalmente por los reinos de León y de Castilla.
La ciudad de Badajoz, fundada por Ibn Marwan en el 875, y los territorios que dependían de ella mantuvieron durante el principio de su época una cierta independencia y luchas constantes con el poder central de Córdoba, hasta el siglo X en que la ciudad pasó a ser dominada por el Califato de Córdoba.

Primera taifa
La primera Taifa de Badajoz se creó en el año 1013, tras la desintegración del Califato de Córdoba, por el liberto Sabur 1013–1022, de etnia eslava1 y antiguo esclavo o cliente de Al-Hakem II. La taifa dominó gran parte de la antigua Lusitania, incluida Mérida y Lisboa.
Al morir Sabur en 1022, y a pesar de tener dos hijos, le sucedió en el poder su visir, Abdallah ibn al-Aftas, bereber de origen andalusí, que no respetó la sucesión de Sabur. Los hijos de Sabur huyeron a Lisboa, donde se hicieron fuertes creando la Taifa de Lisboa, que cayó al poco tiempo al ser reconquistada por la de Badajoz. Abdallah creó su propia dinastía, los Aftasíes, sucediéndole hasta cuatro de sus miembros.
Tras la muerte de Abu Bekr, estalló la guerra civil entre sus hijos, Yahya y Abu Bekr. La victoria sería para este último. Combatiría junto a los almorávides, que habían desembarcado en Algeciras el 30 de julio de 1086, contra las tropas cristianas en la batalla de Zalaca, acontecida muy cerca de Badajoz. Tras la victoria de las huestes musulmanas, y viendo que los almorávides deseaban el poder, se alía con Alfonso VI. En el año 1094 los almorávides ocuparon Badajoz y le mataron junto a dos de sus hijos. Uno de sus hijos, Umar ibn Muhammad al-Mutawakkil, consiguió huir a Montánchez proclamándose como Al-Mansur III para entregarse definitivamente a Alfonso VI en 1096.
Tras la invasión almorávide, desaparecería la primera Taifa de Badajoz.

Emires
Sabur (Abu Muhammad Abdallah ben Muhammad el-Sapur al-Saqlabi): 1013–1022 (de origen eslavo)
Aben Muhammad Aben Maslama ben Abdallah Ibn el-Aftas: 1022–1045 (dinastía aftasí) (Almanzor I de Badajoz) (Nota: entre los años 1027 y 1034, Almanzor I perdió el poder de la taifa, que pasó a manos de la Taifa de Sevilla; en el año 1034 restaura su poder y gobierna por segunda vez).
Abu Bekr Muhammad al-Mudaffar: 1045–1067 (Modafar I de Badajoz) (dinastía aftasí)
Yahya ben Muhammad al-Mansur: 1067–1073/1079 (Almanzor II de Badajoz) (dinastía aftasí)
Abu Muhammad Omar al-Muttawakil ben al-Mudaffar:2 1073/1079–1094 (dinastía aftasí) (Nota: en el año 1094 pierde el poder en manos de los almorávides, que controlarían la taifa hasta el año 1144).
Umar ibn Muhammad al-Mutawakkil

Segunda taifa

La segunda Taifa apenas duró diez años, durante los cuales se sucedieron dos gobernantes: Aben Hacham y Sidrey. Este periodo terminaría con el advenimiento al poder de los almohades.
Emires
Aben Hacham: 1144–1145
Controlado por la Taifa de Al-Gharbía (Algarve) 1145–1146
Sidrey 1146–1151
Dominio almohade: 1151–1169
Control portugués: 1169–1170
Dominio almohade: 1170–1227
Conquista cristiana: reino de León, en la parte occidental, incluyendo Badajoz, y el reino de Castilla en la oriental.


lunes, 17 de febrero de 2014

AL-MUTAMID. Señor y poeta.

Muhammad ibn ‘Abbad al-Mu‘tamid (en árabe محمد بن عباد المعتمد)
(Beja, Portugal, 1040 – Agmat, Marruecos, 1095). Rey taifa de Sevilla (1069-1090), de la familia de los abadíes. Hijo y sucesor de al-Mutadid (1042-1069).

Biografía

Segundo hijo de al-Mutadid, se convirtió en heredero cuando su hermano mayor fue mandado ejecutar por su padre por supuesta traición. A los doce años, su padre lo envió a Silves, en el Algarve, para ser educado por el poeta Abu Bakr ibn Ammar (Ibn Ammar de Silves, el Abenámar de los cristianos), el cual se convertiría posteriormente en su favorito.
En el segundo año de su reino, al-Mutamid anexionó la taifa de Córdoba, a cuyo frente puso a uno de sus hijos. Esta anexión supuso una amenaza para la taifa de Toledo, cuyo rey, Al-Mamun apoyó a un aventurero, Ibn Ukkasha, que en 1075 se apoderó de la ciudad y ejecutó al joven príncipe. Al-Mamún de Toledo tomó posesión de la ciudad, en la que murió seis meses después. Durante tres años al-Mutamid trató de reconquistar Córdoba, lo cual consiguió en 1078, al tiempo que todas las posesiones del reino de Toledo situadas entre el Guadalquivir y el Guadiana pasaron a formar parte del reino de Sevilla.

Taifa de Sevilla - siglo XI.
Al llegar al trono, al-Mutamid nombró visir a su amigo y antiguo mentor Ibn Ammar. Su relación fue excelente durante los primeros años de reinado. Por ejemplo, se atribuye a su habilidad que una expedición de Alfonso VI de León contra Sevilla acabase pacíficamente mediante la aceptación del pago de un doble tributo (1078).
En cualquier caso, Ibn Ammar cayó en desgracia como resultado de su desastrosa gestión de la anexión de la taifa de Murcia. En 1078 Ibn Ammar acudió a Ramón Berenguer II, conde de Barcelona, y le pidió su ayuda para conquistar Murcia mediante el pago de diez mil dinares. Como prenda del pago del tributo, un hijo de al-Mutamid, al-Rashid, serviría de rehén, parece que sin el conocimiento de su padre. Cuando al-Mutamid descubrió el pacto, quiso recuperar a su hijo, cosa que sólo pudo conseguir mediante el pago de
una suma tres veces mayor. Una vez conquistada la taifa de Murcia, Ibn Ammar fue nombrado gobernador, pero poco después conspiró para independizarse de la taifa de Sevilla. Descubiertas sus pretensiones tuvo que huir de Murcia. Refugiado en Zaragoza, intentó ayudar a los tuyibíes en una expedición contra la fortaleza de Segura, pero finalmente fue hecho prisionero y entregado a al-Mu‘tamid, quien, a pesar de los lazos de amistad que durante mucho tiempo los habían unido, lo mató con sus propias manos.
Sintiéndose amenazado por León después de la conquista de la Toledo por Alfonso VI de León (1085), decidió pedir auxilio a los almorávides que el 30 de julio de 1086 desembarca en Algeciras. Las tropas de la taifa sevillana ayudaron, junto con tropas de las taifas de Granada y Badajoz, a derrotar a los cristianos en Zalaca (1086). Sin embargo, el emir almorávide Yusuf ibn Tasufin, requerido en África, volvió a su reino. La ausencia almorávide contribuyó a que los reyes musulmanes siguiesen envueltos en sus disensiones, de forma que no pudieron evitar nuevos ataques cristianos. El rey Alfonso VI tomó el castillo de Aledo (en Murcia) en 1087, bloqueando las rutas entre Sevilla y las provincias orientales de al-Ándalus. Al-Mu‘tamid en persona se dirigió de nuevo a Marrakech para pedir a Yúsuf que acudiera en ayuda de los musulmanes en al-Ándalus. Los almorávides volvieron a la península (1088), pero esta vez no sólo combatieron a los cristianos, sino que fueron conquistando uno a uno todos los reinos de taifas. Al-Mu‘tamid fue depuesto por el emir almorávide en 1090 y desterrado a África, donde murió (Agmat, en las inmediaciones de Marrakech).

Poeta

Al-Mu‘tamid fue un notable poeta y, durante su reinado, la cultura floreció en Sevilla. En su corte gozaron de favor los poetas y literatos, como el siciliano Ibn Hamdis, Ibn al-Labbana de Denia, Ibn Zaydún o el propio visir y poeta Ibn Ammar de Silves (1031-1086).
También la visitaron intelectuales como Ibn Hazm (994-1063), una de las figuras centrales de la cultura andalusí, el geógrafo Al-Bakrí y al astrónomo Azarquiel (Al-Zarkali).

 ACRÓSTICO

Ignoran mis ojos tu presencia, pero vives en mis entrañas.
Te saludo con mil lágrimas de pena y mil noches sin dormir.
ingeniaste cómo poseerme, algo difícil, y viste que mi amor es fácil.
Mi deseo es estar contigo siempre. ¡Que me conceda este deseo!
asegúrame que cumplirás la promesa y no te cambiarás por mi lejanía.
Di cabida a tu dulce nombre aquí, escribiendo sus letras: Itimad.
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Apareció, exhalando aromas de sándalo,
al doblar la cintura por el esbelto talle,
¡Cuántas veces me sirvió, aquella oscura noche,
en agua cristalizada, rosas líquidas!

Se cuenta que, en la corte de este monarca, gozaban de gran favor los poetas y literatos, ya que tanto el rey como su visir, Abu Bakr ibn Ammar, lo eran.
Ibn Hakam relata que el rey “gustaba de brillantes tertulias (maylis) entre amigos poetas, esbeltos coperos y hermosas esclavas cantoras" y que "Para entrar en su círculo íntimo, había que mostrar gran capacidad versificadora y de improvisación.”.
Al-Mutamid, segundo hijo del rey de Sevilla, tenía 12 años cuando fue enviado por su padre a Silves para ser educado por Ibn Ammar que, a pesar de su juventud -tendría unos 21 años por aquel entonces- era ya un poeta de renombre. Cuentan que fue el propio príncipe el que, seducido por los versos de Ibn Ammar, había solicitado recibir sus enseñanzas.

En Silves, lejos de la rigidez de la corte, los dos jóvenes gozaban de una existencia despreocupada, dando rienda suelta a su común pasión por la poesía. Pasaban muchas horas juntos, jugando a improvisar poemas -entretenimiento extremadamente popular en la sociedad andalusí de la época. El príncipe Al-Mu’tamid sentía por Ibn Ammar una admiración que rayaba la fascinación: le seguía a todas partes -no soportaba estar separado de él ’ni siquiera una hora, ni de día ni de noche’-, le colmaba de regalos y hasta le hizo construir un palacio junto al suyo. Y es de suponer que este se dejaría también seducir por la gracia y la belleza de su joven alumno. Lo cierto es que estaban predestinados a ser amigos y que esta amistad no tardó en transformarse en una estrecha y profunda relación sentimental que duraría muchos años.

En el ocaso de su vida, Ibn Amar recordaría aquellos tiempos felices con su amigo en el Algarve con estos versos:

La lluvia cubrió el manto de nuestra juventud
en un país donde los jóvenes rompían los amuletos de la infancia.
Al recordar el tiempo de mi juventud, es como si se encendiese
el fuego del amor en el pecho.
Aquellas noches en que no hacía caso de la sensatez del consejo
y seguía los errores de los alocados;
condené al insomnio los párpados somnolientos
y recogí el tormento de las tiernas ramas.
¡Cuántas noches pasamos en el Azud, entre los meandros del río,
que se deslizaba con la sinuosidad de una serpiente!
Escogimos el jardín como vecino y nos visitaba con sus regalos
que traían las manos de las suaves brisas;
nos enviaba su aliento y se lo devolvíamos aún más perfumado,
y con más suave brisa;
la brisa, en su ir y venir, parecía una chismosa,
que llevase y trajese maledicencia;
el sol nos daba de beber.
¿Quién ha visto el sol en mitad de la negra noche, sino nosotros?

La sociedad andalusí de aquella época era bastante tolerante y no estaban mal vistas las relaciones entre personas del mismo sexo; en cualquier caso, los siguientes versos de Ibn Amar son bastante elocuentes y no dejan duda de que el suyo era algo más que de un amor platónico:

¿Recuerdas los días de nuestra juventud
cuando brillabas como luna creciente?
Te abrazaba la cintura tierna,
bebía de tu boca agua clara.
Yo me contentaba con lo permitido
pero tú querías aquello que no lo es.

Al-Mutamid, por su parte, describía así a su amante:

Nuestro compañero amado combatió con ojos, espada y lanza
A veces caza mujeres, bellas gacelas; a veces hombres, valientes leones.

 Por desgracia, los rumores no tardarían en llegar a Sevilla a oídos del rey que, cuando supo la devoción de su hijo por aquel hombre, decidió alejarle de la molicie y poner fin a lo que él consideraba una influencia nefasta llamando a su hijo a la corte y desterrando al maestro de sus dominios.

Ibn Amar empezó una vida errante, viajando de un lado a otro, buscando refugio y ayuda en las demás taifas. Los dos amantes, sin embargo, seguían en contacto y se reunían clandestinamente siempre que se les presentaba la ocasión.

Por fin, a los 29 años, Al-Mu’tamid accedió al trono y se apresuró en llamar a su lado a su bien amado, colmándole de honores y nombrándole visir de su reino. La relación fue excelente durante varios años en los que Ibn-Amar gozó del favor y de la generosidad de Al-Mu’tamid. Sin embargo, un acontecimiento vino a enturbiar esta relación.

Un día que paseaban a orillas del Guadalquivir, una ligera brisa rizó la superficie del agua y el rey dijo: "El viento teje lorigas en las aguas" esperando que su amigo Ibn-Ammar compusiera el verso siguiente; pero, antes de que pudiera contestar, oyeron una voz femenina que completaba el verso: "¡Qué coraza si se helaran!".
Era la voz de una muchacha escondida tras los juncos, una joven bellísima llamada Rumaikiyya, esclava de un arriero. El rey se enamoró de ella, la invitó a su palacio y la convirtió en su favorita.

No cabe duda de que Ibn-Ammar se sintió desplazado y, movido por los celos, no dudó en criticar duramente la elección del príncipe con estos versos infamantes:

Elegiste, de entre las hijas de los viles
a Rumaykiyya, que no vale un adarme;
trajo al mundo sinvergüenzas de bajo origen
tanto por la vía paterna como la materna;
son cortos de estatura,
pero sus cuernos son largos.

La discordia engendró enemistad entre los dos hombres. El califa, para castigarle, alejó a su visir de la corte, mandándole reconquistar la taifa de Murcia, orden que Ibn-Ammar cumplió exitosamente. Pero sea por despecho o movido por una desmedida ambición de poder, se autoproclamó poco después rey de Murcia, enfrentándose así a su rey.
Como era de suponer, su poder duró poco: cayó en una emboscada, fue hecho prisionero y entregado a al-Mutamid que lo condenó al destierro.

Desde el exilio, Ibn Amar suplicaba, una y otra vez, el perdón del monarca:

¿Acaso Silves no ha llorado por el que sufre
y Sevilla no ha suspirado por un arrepentido?

El rey, conocido por su generosidad y que, según Ibn Hakar, era "el más liberal, hospitalario, magnánimo y poderoso entre todos los príncipes de Al-Andalus", se inclinó finalmente por el perdón:

Ven, vuelve a ocupar tu puesto a mi lado.
Ven sin temer nada, porque te esperan bondades, no reproches.
Convéncete de que te amo demasiado para poder afligirte;
nada, bien lo sabes, me agrada tanto como verte contento y alegre.

Te trataré con benevolencia, como siempre,
y te perdonaré tu falta si la ha habido:
porque el Eterno no me ha dado un corazón duro,
y no tengo costumbre de olvidar una amistad antigua y sagrada.

Más adelante, sin embargo, se indignaría tras leer una carta interceptada que Abenamar había enviado a sus enemigos y, a pesar del amor que durante muchos años los había unido, lo condenó y lo ajustició con sus propias manos.


Leyendas

La partida de ajedrez

Una leyenda cuenta que Ibn Ammar, el favorito de al-Mu‘tamid jugó una partida de ajedrez con Alfonso VI de León, el cual se encontraba asediando Sevilla (1078). La apuesta era elevada, puesto que el ganador decidiría el destino de la ciudad de Sevilla. Ibn Ammar ganó la partida y le pidió al rey castellano que respetase la ciudad. Alfonso mantuvo su palabra y no atacó Sevilla, quedándose con el tablero y las piezas del juego de ajedrez. La realidad es más prosaica, y el sitio no se levantó hasta que al-Mu‘tamid no acordó pagar un cuantioso tributo a Alfonso VI.


BUTAYNA BINT AL MUTAMID, princesa sevillana hija de Al Mutamid.
Butayna se parecía a su madre, Al Rumaykiyya, por su belleza, su ingenio y su facilidad para escribir versos.
Cuenta la leyenda que cuando los almorávides sitiaron a su padre en Sevilla y se apoderaron de la ciudad, el palacio fue saqueado y Butayna desapareció con un grupo de cautivos. En la larga y penosa etapa que siguió, sus padres no supieron que había sido de ella hasta que les escribió unos versos, que se hicieron famosos y circularon de mano en mano entre los habitantes del occidente musulmán, donde les contaba que un comerciante de Sevilla la había comprado para concubina, regalándosela después a su hijo, y cómo se ocuparon de prepararla para el joven, pero cuando éste quiso cohabitar con ella, Butayna se lo impidió escudándose en su linaje y le dijo: “No seré tuya más que mediante un contrato matrimonial, si mi padre lo conciente. E indicó a sus dueños que llevasen a su padre un escrito de su parte y esperasen la respuesta.
Cuando los versos de Butayna llegaron a Al Mutamid, este estaba en Agmat (Marruecos), preso y lleno de tristeza y las penas. Al Rumaykyya y él se alegraron de saber con vida a su hija y opinaron que esa boda era lo mejor que Butayna podía desear, pues sabían que era el resultado de la situación, el remedio de las desdichas y el menor de los males, aunque el velo de la tristeza cubrió el corazón de Al Mutamid que firmó como testigo en el contrato matrimonial entre Butayna y ese joven.

sábado, 15 de febrero de 2014

Taifa de Sevilla: Abú al-Qasim y Al-mutadid.

ABÚ AL-QASIM MUHAMMAD IBN ABBAD
(Sevilla, ? - id., 25 de enero de 1042) fue un rey taifa de Sevilla (1023-1042), de la familia de los abadíes.
Perteneciente a la familia de los abadíes, de estirpe árabe, era un cadí (juez) de Sevilla en los turbulentos años de disgregación del Califato de Córdoba. Se hizo popular entre sus conciudadanos al organizar la resistencia contra los soldados de fortuna bereberes que estaban rapiñando los fragmentos en los que se estaba deshaciendo el Califato.
Al principio prometió gobernar con la ayuda de un consejo formado por los nobles de la ciudad, pero cuando su poder estuvo establecido, se otorgó la apariencia de un título legítimo protegiendo a un impostor que afirmaba ser el califa Hisham II. A su muerte en 1042, había creado un estado que, aunque débil en comparación con el ahora difunto califato, era fuerte comparado con los reinos de taifas que lo rodeaban. Hizo también de su familia los líderes reconocidos de los musulmanes de origen árabe y muladí en contra de los elementos bereberes de al-Ándalus, cuyo jefe era el rey zirí de Granada.
Fue el fundador de una dinastía que regiría Sevilla hasta su conquista por los almorávides en 1091. Le sucedió su hijo al-Mutadid.


ABBAD IBN MUHAMMAD AL-MU´TADI.
(Sevilla,? - id., 27 de febrero de 1069). Rey taifa de Sevilla (1042-1069), de la familia de los abadíes.
Sucedió a su padre Muhammad ibn Ismail ibn Abbad, el creador de la taifa de Sevilla en 1042. Se anexionó los reinos de taifas de Mértola (1044-1045), Huelva (1051), Santa María del Algarve (hoy Faro, 1051-1052), Niebla (1053-1054), Algeciras (1055), Silves (c. 1063), Morón de la Frontera (1066), Ronda (1065), Carmona (c. 1067) y Arcos de la Frontera (1069), aunque no pudo hacerlo con el de Granada, ni con el de Badajoz. De esta forma, controló todo el territorio situado al sur de la taifa de Badajoz. Sin embargo, estas campañas militares dejaron el reino en un estado de gran debilidad, y tuvo que prestar vasallaje a Fernando I de Castilla en 1063, tras una gran incursión de éste por el valle del Guadalquivir que llegó hasta las puertas de Sevilla.
Para mantener la ficción de la continuidad de su reino con los Omeyas, mantuvo a un títere que se hacía pasar por el califa Hixam II, pero tras su sometimiento a Fernando I, conde de Castilla, la ficción era ya inútil por lo que anunció que el pretendido Hixam II había muerto.
Equiparado muchas veces a los príncipes italianos del Renacimiento, fue poeta y mecenas, pero al mismo tiempo hizo gala de extrema crueldad con sus enemigos, fue traicionero con sus fieles y utilizó con frecuencia el veneno. Aunque hizo la guerra contra todos sus vecinos, raramente aparecía en el campo de batalla, sino que dirigía a sus generales, en los que no confiaba, desde su residencia de los Reales Alcázares. Mató con sus propias manos a uno de sus hijos, que se había rebelado contra él. En una ocasión eliminó a un buen número de sus enemigos, los jefes bereberes de la taifa de Ronda, que le estaban visitando, asfixiándoles en la sala caliente de los baños del palacio. Acostumbraba a preservar los cráneos de los enemigos que había matado. Los de los enemigos de baja alcurnia los convertía en floreros, mientras que los de los príncipes eran conservados en cestas especiales.
Durante su reinado (y el de su hijo y sucesor, al-Mu'tamid), la taifa de Sevilla alcanzó su máximo esplendor.


jueves, 13 de febrero de 2014

Taifas del primer periodo - II -

TAIFA DE MALAGA o Taifa mālaqui fue un reino independiente musulmán que surgió en al-Ándalus en 1026, a raíz de la desintegración que el Califato de Córdoba venía sufriendo desde 1008, y que desaparecería definitivamente en 1238 al ser conquistada por el Reino nazarí de Granada.1 Entre su fundación en 1026 y su definitiva desaparición en 1238 se pueden distinguir cuatro etapas históricas:

Primeros reinos de taifas

Primera etapa: el período hammudí (1026–1057)
La primera etapa de la taifa de Málaga abarca un período de treinta y un años, en que sus reyes pertenecieron a la dinastía hammudi, salvo un breve intervalo de apenas un año en que el trono fue ocupado por un eslavo. Este período se inició en 1026 cuando Yahya I al-Mu’tali, bereber de la dinastía hammudí que fuera noveno califa de Córdoba, tras ser expulsado del trono cordobés unió bajo su mandato la cora de Málaga y la cora de Algeciras.
Desde el primer momento Yahya I al-Mu’tali contó con el apoyo de los ziríes de la taifa de Granada y se adjudicó el título de califa, que a partir de entonces utilizaron los reyes taifas malagueños exclusivamente. Su reinado se caracterizó por el enfrentamiento con los reyes abadíes de la taifa de Sevilla, que cristalizó en conquista de la taifa de Carmona, que debido a su posición estratégica, suponía una amenaza directa sobre la taifa sevillana, que en breve la reconquistó. En 1035 la muerte de Yahya I supuso la división del territorio en dos entidades independientes: la propia taifa de Málaga, que pasó a ser gobernada por su hermano, Idris I al-Muta'ayyad, y la taifa de Algeciras, que quedó en manos de su sobrino Muhammad ben al-Qasim. Durante este reinado siguieron las luchas contra los abadíes sevillanos, logrando derrotarlos en Écija en 1039 con el apoyo de las taifas de Almería, Granada y Carmona.
A Idris I le sucedió en el trono malagueño Yahya II al-Qa'im, quien se mantuvo en él solo un año, ya que en 1040 fue desplazado por su tío Hasan al-Mustansir, quien a su vez perdería el trono en 1042 a manos del eslavo Naya al-Siqlabi, con lo que la dinastía hammudí se vio interrumpida durante un breve período. El asesinato de Naya ese mismo año y la entronización de Idris II al-Alí, hermano de Hassan, supuso la vuelta de la dinastía hammudí. Idris II reinó hasta 1047, cuando fue depuesto, encarcelado y sustituido en el trono por su primo Muhammad I al-Mahdi, que se mantuvo en el trono hasta que fue envenenado y sustituido por su sobrino Idris III al Sami, en 1052 o 1053, según las versiones, quien se mantuvo en el trono sólo durante un año, ya que asimismo fue asesinado y sustituido por Idris II, quien ocupó de nuevo el trono, en una segunda etapa que se prolongó hasta su muerte en 1054 o 1055. El trono pasó entonces a su hijo Muhammad II al-Musta'li y después al hermano de éste, Yahya III al-Mahdi, quien sufrió la conquista de la taifa malagueña en 1057 a manos de Badis ben Habús, rey zirí de Granada.

Segunda etapa: el período zirí (1073-1090)

Desde la conquista de Málaga en 1057 por Badis ben Habús de Granada, la taifa malagueña fue gobernada durante diecisiete años por un único rey dependiente de la taifa zirí de Granada. A la muerte de Badis en 1073 esta situación cambió, cuando sus nietos se repartieron el reino, correspondiendo a Tamim ben Buluggin ben Badis la taifa malagueña y a su hermano Abd Allah ben Buluggin ben Badis la taifa granadina. Inmediatamente se produjo un enfrentamiento entre los dos hermanos, y una primera petición de ayuda a los almorávides por parte del malagueño Tamim, que no dio resultado. Años más tarde, en 1085, tras la conquista de Toledo por Alfonso VI, varios reyes taifas recurrieron también a los almorávides para hacer frente al avance cristiano. Tras desembarcar éstos en Algeciras los almorávides derrotaron al rey castellano-leonés en la batalla de Zalaca, tras la misma, viendo la debilidad que tenían los reinos taifas por sus continuas disputas internas, se enfrentaron a ellos, conquistando la taifa de Málaga en 1090.

Segundos reinos de taifas

Tercera etapa: el período hassun (1145–1153)
Durante los segundos reinos de taifas, se produjo la tercera etapa de la taifa de Málaga, que abarca un período de sólo ocho años, con un solo rey perteneciente a la dinastía Banu Hassun, Abu-l-Hakam al-Husayn, quien tras un período de dominación almorávide de casi cincuenta años, aprovechó una revuelta popular para expulsarlos y hacerse con el trono. Su impopular política tributaria y las alianzas con reinos cristianos en contra de los almorávides, hicieron su reinado muy impopular, provocando la llegada de los almohades y su suicidio en 1153.

Terceros reinos de taifas
Cuarta etapa: el período zannun (1229-1238)
Durante los terceros reinos de taifas se produjo la última etapa de la taifa de Málaga, que abarca un período de nueve años, en que el trono fue ocupado por Ibn Zannun, miembro de la dinastía Banu Zanum, cuyo fallecimiento en 1238 supuso la definitiva desaparición de la taifa de Málaga, que quedó incorporada al reino nazarí de Granada.

TAIFA DE SEVILLA (en árabe, طائفة أشبيليّة, Ta'ifa Ishbiliya) o Reino abadí de Sevilla fue un reino independiente musulmán que surgió en al-Ándalus en 1023, a raíz de la desintegración que el Califato de Córdoba venía sufriendo desde 1009, y que desapareció al ser conquistada por los almorávides en 1091, perteneciendo cronológicamente a los primeros reinos de taifas.
Durante el siglo XI el reino de Sevilla fue uno de los centros culturales más importantes de al-Ándalus, con escritores como Ibn al-Abbar de Almería, autor de epístolas; Ibn Zaydun de Córdoba; Abu Amir Ibn Maslama; Ibn al-Labbana de Denia; Ibn Hamdis de Siracusa; y Abul Walid al-Himyari, antologista. Asimismo el emir al-Mutadid y su hijo al-Mu'tamid cultivaron la poesía, iniciados en este arte por el poeta Ibn Ammar. Los hijos de al-Mutamid, al-Rashid y al-Radi destacaron igualmente por sus escritos.

La taifa de Sevilla fue una de las últimas en constituirse como tal, debido a que la cora de Sevilla gozaba de cierta autonomía respecto al califato cordobés y a que en ella no intervinieron ni bereberes ni eslavos,2 como sucedió en la formación de otros reinos taifas. Esa autonomía sevillana se plasmó en un triunvirato formado por el el alfaquí Abú Abd’ Allah al Zubaydi, por el visir Abú Muhammad Abd’Allah ben Maryam y por el cadí Isma’il ibn Abbad. Este último debido a que sufría cataratas terminó delegando en su hijo Abú al-Qasim, quien acabó haciéndose con el poder absoluto tras la muerte de su padre en 1019, neutralizando paulatiamente a los otros dos triunviros.

Reinado de Abú al-Qasim (1023-1042)
La definitiva independencia de Sevilla y su transformación en taifa se produjó el 1 de octubre de 1023, cuando Abú al-Qasim negó la entrada en la ciudad al expulsado califa cordobés Al-Qasim al-Mamun. Abú Al-Qasim intentó reforzar su posición como gobernante mediante la estratagema de nombrar como califa de Sevilla a un personaje títere, que fue presentado como Hisham II, el que fuera califa omeya del califato cordobés, afirmando que no había muerto asesinado en 1013, sino que había escapado de los ejércitos bereberes de Sulayman al-Mustain refugiándose en Oriente. Con esta maniobra Al-Qasim se presentaba como heredero político y religioso del Califato cordobés, una vez que en la ciudad de Córdoba se abolió la monarquía fundada por los Omeyas y se instauró una república en el año 1031, logrando base legal para enfrentarse a las taifas bereberes e iniciar la política expansionista que caracterizará a la taifa sevillana. Abú Al-Qasim inició campañas contra las taifas de Badajoz, Granada, Málaga, siendo derrotado por una coalición de éstas el 5 de octubre de 1039, en el enfrentamiento que tuvo lugar en Écija.

Reinado de al-Mutadid (1042-1069)

A la muerte de Abú al-Qasim en 1042 le sucedió su hijo Al-Mutadid, quien reforzó inmediatamente su posición frente a las taifas bereberes, al contraer matrimonio con la hija del rey eslavo de la taifa de Denia.
Durante su reinado al-Mu'tadid continuó la expansión territorial iniciada por su padre contra la taifa de Carmona. Con el objetivo de extender su reino hacia el oeste, atacó a las taifas de Niebla y Mértola, lo que provocó que otros reyes taifas formaran contra él una coalición a la que se sumaron las taifas de Badajoz, Algeciras, Granada y Málaga, iniciándose así una guerra entre los abbadíes de Sevilla y los aftasíes de Badajoz, que duró varios años a pesar de los intentos de mediación de la República de Córdoba, y de la que Al-Mu'tadid saldría victorioso, logrando anexionarse las taifas de Mértola (1044), Huelva (1051), Algarve (1051), Niebla (1053) y Algeciras (1055). En 1060 decide deshacerse del pseudo-Hisham II anunciando su muerte y que le había nombrado sucesor y emir de al-Ándalus. Entonces decidió conquistar Córdoba en contra de la opinión de su hijo primogénito, Isma’il quien organizó un complot contra su padre, que tras fracasar llevó a Al-Mutadid a ordenar la decapitación de su heredero. Este suceso suposo un punto de inflexión en el reinado de Al-Mutadid, ya que aunque aún logró la conquista de las taifas de Silves (1063), Ronda (1065), Morón (1066), Carmona (1067) y Arcos (1069), se vio obligado a pagar parias al emergente rey cristiano Fernando I.

Reinado de al-Mu’tamid (1069-1091)

La ejecución de Isma’il, hijo primogénito de Al-Mutadid, permitió que éste fuera sucedido por su segundo hijo, Al-Mu'tamid, quien ejercía como gobernador de la conquistada taifa de Silves. Aunque Al-Mu'tamid destacó como poeta y estableció en Sevilla un corte culturalmente muy refinada, también continuó con la expansión territorial de Sevilla, anexionándose Córdoba en 1070, ciudad que perdería a manos de rey de la taifa de Toledo en 1075 y que volvería a recuperar en 1077. Al año siguiente, 1078, su maestro, amigo y ministro, el poeta Ibn Ammar (Abenamar) conquistó la taifa de Murcia, logrando la taifa sevillana su mayor extensión territorial. Sin embargo Ibn Ammar acabó traicionándolo por lo que finalmente fue ejecutado por Al-Mu'tamid.
Al-Mu'tamid intentó evitar pagar las parias que su padre habían pactado con la Corona de Castilla, lo que llevó a Alfonso VI a sitiar Sevilla. Este hecho junto con la toma de la Taifa de Toledo en 1085 por el rey castellano-leonés, llevó a Al-Mu'tamid, junto a otros reyes de taifa, a solicitar la ayuda de los almorávides que desembarcaron en la península en 1086 y se instalaron en la plaza de Algeciras, que les había sido cedida por el rey sevillano. Sin embargo, tras frenar y derrotar a las tropas cristianas en la batalla de Zalaca, los almorávides terminarán por conquistar los reinos taifas, cayendo el sevillano en 1091, tras lo cual Al-Mu’amid fue exiliado al Magreb donde fallecería. El adalid Sīr ibn Abī Bakr, conquistador de Sevilla, gobernaría esta demarcación hasta 1114.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Taifas de primer periodo - I -

La Taifa de Almería
Fue un reino independiente musulmán que surgió en al-Ándalus en 1012, a raíz de la desintegración que el Califato de Córdoba venía sufriendo desde 1008, y que desapareció en 1091 cuando fue conquistada por los almorávides, perteneciendo cronológicamente a los primeros reinos de taifas.
Reinado de los Sqlabi
El origen de la taifa de Almería se debe al eslavo Aftah, quien se impuso al bereber Ibn Rawis en el control de Al-Mariyya, la actual ciudad de Almería. A Aftah le sucedió en el trono Jayrán quien consolidó el reino taifa. Durante su reinado la ciudad de Almería experimentó un gran desarrollo y desbordó el perímetro fortificado, motivo por el cual Jayrán amplió sucesivamente sus murallas defensivas. La explosión demográfica se debió al desarrollo económico basado en dos productos fundamentales: el mármol de las minas de Macael y los tejidos de lujo de seda, oro y plata, que se exportaban por todo el Mediterráneo.
Bajo el reinado del sucesor de Jayrán, Zuhaír, la taifa almeriense se extendió abarcando Murcia, Jaén, zonas de Granada y Toledo e incluso la antigua capital del califato, Córdoba, aunque pronto empezaría la decadencia y la pérdida de territorios que culminaría con el siguiente reinado. Zuhaír amplió la mezquita de la ciudad e intervino en la muralla del arrabal de la Musalla. En esta época, Almería se consolidó como ciudad, y se desarrollaron dos arrabales más, el al-Musallà (Oratorio), al este, y el menor al-Hawd (Aljibe), al oeste.
Reinado de los Banu Sumadih
En 1038, bajo el reinado de Abú Bark al-Ramini la taifa de Almería fue conquistada por Abd’al-Malik ibn Abd’al Aziz, rey de la taifa de Valencia y nieto de Almanzor, quien nombró gobernador a Ma’n ben Muhammad, que se independizó en 1044 inaugurando un nuevo período taifa bajo el gobierno de la dinastía de los Banu Sumadih, que conoció la época de mayor esplendor económico y cultural de la taifa bajo el gobierno de Abu Yahya Muhammad al-Mutasim, también conocido como Almotacín, el rey poeta, quien llegó a formar en Almería uno de los núcleos culturales más importantes de al-Ándalus, atrayendo a poetas a los que asignaba pensiones en plata.
En 1085, Alfonso VI tomó Toledo. Los reyes taifas de Sevilla, Granada y Badajoz solicitaron el auxilio de los almorávides quienes entraron en la península Ibérica a través de Algeciras en 1086, derrotando al rey castellano-leonés en la batalla de Zalaca, tras lo cual, viendo la debilidad de los reinos taifas por las continuas disputas entre ellos, se enfrentaron a ellas, siendo conquistada la de Almería en 1091, pocos meses después del fallecimiento de su último rey taifa, Ahmad Mu’izz al-Dawla.

Taifa de Córdoba es el nombre de la taifa que surgió en 1031 en torno a la ciudad de Córdoba a raíz de la desintegración que el Califato de Córdoba venía sufriendo desde 1008. Desapareció en 1070 tras ser conquistada por la Taifa de Sevilla a manos de al-Mu'tamid. Pertenecie cronológicamente a los primeros reinos de taifas.
Historia
Tras la caída del Califato Omeya, al-Ándalus comenzó a fracturarse en pequeños emiratos independientes, los llamados reinos de taifas. Córdoba, como centro del poder y sede del Califato fue la última cora en declarase independiente. Tras la abdicación del último califa y su huida de Córdoba, la ciudad se quedó sin liderato. Un consejo de notables de la ciudad decidió dar el poder al jeque más prominente, Abú'l Hazm Yahwar bin Muhammad. Éste desarrolló pronto un sistema de gobierno pseudo-republicano, con un consejo de estado de ministros y jueces, con el cual consultaba antes de tomar cualquier decisión política. Así, bajo Abú'l Hazm, Córdoba fue gobernada por una élite colectiva en lugar de un solo emir, como era común en otras taifas. De hecho, más que verse a sí mismo como el señor de su pueblo, Abú'l Hazm se veía como el protector de Córdoba, que cuidaba de la ciudad y sus habitantes.
Abú'l Hazm gobernó la ciudad desde 1031 hasta su muerte en 1049, cuando fue sucedido por su hijo Abú'l Walid Muhammad, quien continuó el gobierno benevolente de su padre durante otros 21 años. A medida que se fue haciendo mayor, Abú'l Walid comenzó a ceder el poder de la República de Córdoba a sus dos hijos: Abd al-Rahman de Córdoba y Abd al-Malik de Córdoba. Los dos hermanos pronto se enfrentaron, hasta que Abd al-Malik consiguió arrebatar todo el poder a Abd al-Rahman. El enfrentamiento fraternal desestabilizó la república y Abd al-Malik recurrió al emir de Sevilla, Abbad II al-Mu'tadid. La cooperación entre Córdoba y Sevilla alarmó a al-Mamún, emir de la Taifa de Toledo, quien mandó un ejército para sitiar Córdoba y capturar a Abd al-Malik. La ocupación toledana de Córdoba duró hasta que Muhammad ibn Abbad al-Mu'tamid sucedió a su padre como emir de Sevilla en 1069. Al-Mu'tamid derrotó al ejército toledano en 1070, pero en lugar de liberar Córdoba la capturó y la anexionó a la Taifa de Sevilla. Abd al-Malik fue hecho prisionero y posteriormente exiliado a la Isla Saltés, lo que marcó el fin de la República cordobesa.

La Taifa de Granada
 Reino zirí de Granada, fue un reino independiente musulmán que surgió en al-Ándalus en 1013, a raíz de la desintegración que venía sufriendo el Califato de Córdoba desde 1009, y que desapareció al ser conquistado por los almorávides en 1090, perteneciendo cronológicamente a los primeros reinos de taifas.

Reinado de Zawi ben Ziri (1013 -1019)
Los Banu Ziri, familia bereber encabezada por Zawi ben Ziri, en 1013 se hizo con el control de la Cora de Elvira, cuya capital era Medina Elvira, y constituyeron la taifa de Granada. Como la ciudad de Elvira se encontraba en un emplazamiento de difícil defensa, Zawi ben Ziri decidió trasladar la capital del reino taifa a Medina Garnata, la actual Granada. En 1019, Zawi dejó Granada con la intención de hacerse con el gobierno de Ifriquiya, región norteafricana de la que era oriundo, aprovechando que el rey había fallecido y su heredero era menor de edad. Esta decisión le supuso la pérdida del trono granadino a manos de su sobrino Habús ben Maksan y la muerte por envenenamiento.

Reinado de Habús ben Maksan (1019-1038)

El reinado de Habús ben Maksan supuso un gran desarrollo político, cultural y económico de la taifa de Granada, en el que tuvo un gran protagonismo el judío Samuel ben Nagrela, que en 1030 fue nombrado visir y que progresivamente se convirtió en el verdadero gobernante de la taifa hasta su muerte en 1057. En este periodo, el territorio de la taifa se extendió hacia el norte, abarcando buena parte de la antigua cora de Yayyan.
Reinado de Badis ben Habús (1038-1073)
A Habús ben Maksan le sucedió en el trono su hijo Badis ben Habús, aunque una parte de la corte granadina apoyó a su sobrino Yaddair ben Hubasa, quien organizó una conjura para hacerse con el trono, que fracasó gracias a Samuel ben Nagrela, que al avisar al rey logró reforzar su posición en el reino.
En 1038 el enfrentamiento de Badis ben Habús con Zuhair, rey de la taifa de Almería, permitío al monarca zirí hacerse con parte del territorio de la taifa almeriense. Al año siguiente logró frenar las ansias expansionistas de Abú al-Qasim, rey de la taifa de Sevilla, al derrotarlo en Écija en coalición con la Taifa de Málaga y la Taifa de Badajoz.
En 1057 conquistó la taifa de Málaga anexionándola a su reino y colocando como gobernador a su hijo primogénito Buluggin ben Badis, quien sin embargo no llegaría a suceder a su padre al frente de la taifa granadina, ya que murió envenado en 1064 al parecer por orden de José ben Nagrela, quien había sucedido como visir a su padre Samuel. La muerte del primogénito colocó a su segundo hijo Maksan ben Badis como heredero al trono, pero nuevamente las intrigas del visir José ben Nagrela hicieron que Maksan fuera desterrado a Jaén donde se declaró rey independiente. José siguió conspirando contra Badis ben Habús y, en 1066, llegó a un acuerdo con el rey de la taifa de Almería, Muhammad ben Ma’n al-Mu’tasin para que éste se hiciera con Granada. La conspiración llegó a oídos del pueblo que se levantó asesinando al visir José y a la mayor parte de población judía de la ciudad.
Tras la muerte del visir José, el cargó fue ocupado sucesivamente por el árabe Al-Naya y tras el asesinato de éste por el mozárabe Abú-l-Rabí, quien maniobró con éxito para que Badis ben Habús no nombrará sucesor a su hijo Maksan, quien ya había perdido Jaén a manos de los sevillanos y que se encontraba refugiado en la taifa de Toledo, sino a su nieto Abd’Allah ben Buluggin.

Reinado de Abd’Allah ben Buluggin (1073 -1090)

A la muerte de Badis ben Habús en 1073, descartado como sucesor su hijo Marksan, los dos aspirantes al trono fueron sus nietos Tamim y Abd’Allah. Este último sería quien lograría el trono, ya que a pesar de ser más joven que su hermano Tamim, su juventud lo hacía más fácilmente manejable por el visir. Además Tamim residía en Málaga, donde se declararó rey independiente al no conseguir el trono granadino. El reinado de Abd’Allah se inició sufriendo la presión que ejercían sobre la taifa granadina tanto Alfonso VI de León y Castilla como Al-Mu'tamid, el rey de la taifa de Sevilla, que unieron sus fuerzas cuando Abd’Allah se negó a pagar las parias al rey castellano-leonés. La toma de Córdoba en 1075 por Al-Mamún, rey de la taifa de Toledo, supuso un alivio en la presión militar que estaba sufriendo la taifa de Granada. No obstante está presión volvió a acrecentarse tras la conquista de Córdoba por Al-Mu'tamid en 1077, que llevó a Abd’Allah a aceptar el pago de parias a Alfonso VI en 1078.
En 1082 la taifa de Granada sufrió una nueva agresión desde la taifa de Málaga, gobernada por Tamim ben Bullugin. Abd’Allah organizó un fuerte ejército y tras tomar numerosos castillos sitió la propia ciudad de Málaga, obligando a su hermano a pedirle perdón y haciéndose con parte del territorio malagueño.
En 1085 Alfonso VI tomó Toledo, provocando esto que Abd’Allah y los reyes de las taifas de Sevilla y Badajoz, solicitaran el auxilio de los almorávides, quienes entraron en la península Ibérica en 1086 a través de Algeciras, derrotando al rey castellano-leonés en la batalla de Zalaca. Tras la victoria, viendo los almorávides la gran debilidad de las taifas causada por sus continuas disputas, se enfrentaron a ellas, siendo conquistada la de Granada en 1090.

La Taifa de Huelva y Saltés fue un reino musulmán independiente que surgió en al-Ándalus en 1012, a raíz de la desintegración que el Califato de Córdoba venía sufriendo desde 1008, y que desapareció en 1052 cuando se integró en la Taifa de Sevilla, perteneciendo cronológicamente a los primeros reinos de taifas.
Fue fundado en 1012 por Abd al-Aziz al-Bakri quién se otrogó el título de Señor de Umba y Xaltis (Huelva y Saltés).1 Tuvo su capital en Huelva, junto a la ciudad de la Isla de Saltés, un asentamiento de relativa importancia por su situación estratégica y por el comercio pesquero.



sábado, 8 de febrero de 2014

La recompensa del desierto


El desierto donde Uno se encuentra a Sí Mismo
            Hace mucho tiempo había un joven comerciante llamado Kirzai, cuyos negocios lo obligaron a viajar un día al pueblo de Tchigan, situado a doscientos kilómetros de distancia. Por lo común, el habría tomado la ruta que seguía el borde de las montañas, lo que le habría permitido hacer la mayor parte del viaje protegido del sol.
Pero en esta ocasión, Kirzai sufría la presión del tiempo. Era urgente que llegara a Tchigan lo mas pronto posible, de modo que decidió tomar el camino directo a través del desierto de Sry Darya. El desierto de Sry Darya es conocido por la intensidad de su sol y muy pocos se atreven a correr el riesgo de cruzarlo. No obstante, Kirzai dio de beber a su camello, lleno sus alforjas y emprendió el viaje.
Varias horas después de partir empezó a levantarse el viento del desierto. Kirzai refunfuñó para sus adentros y apuró el paso del camello. De repente se detuvo, estupefacto. A unos cien metros delante de él se levantó un gigantesco remolino de viento. Kirzai nunca había visto nada semejante. El remolino arrojaba todo en derredor de una extraña luz purpúrea y hasta el color de la arena había cambiado. Kirzai titubeó. ¿Debía hacer un largo rodeo a fin de evitar esa extraña aparición o debía seguir siempre derecho? Kirzai tenía mucha prisa, sentía que no disponía de tiempo para tomar el camino más lento, de modo que agachó la cabeza, encorvó los hombros y avanzó.

Para su sorpresa, en el momento en que penetró en la tormenta todo se volvió mucho más calmo. El viento no azotaba ya con tanta fuerza contra su cara. Se sintió contento de haber tomado la decisión correcta. Pero de pronto se vio obligado a detenerse otra vez. Un poco más adelante, un hombre yacía estirado sobre el suelo junto a su camello acuclillado. Kirzai desmontó de inmediato para ver que pasaba. La cabeza del hombre estaba envuelta en una chalina, pero Kirzai vio que era viejo. El hombre abrió los ojos, miró con atención a Kirzai durante un instante y después habló con un susurro ronco.

-¿Eres .... tú? Kirzai rió y sacudió la cabeza. -¿Qué? ¡No me digas que sabes quién soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tu anciano, ¿quién eres? El hombre no dijo nada. -De todos modos -continuó Kirzai- , Tú no estás bien. ¿Adónde vas? -A Givah -suspiró el viejo-, pero no tengo más agua.

Kirzai reflexionó. Sin duda podía compartir un poco de su agua con el anciano, pero si lo hacía se arriesgaba a quedarse sin agua él mismo. Sin embargo, no podía dejarlo así. No se puede dejar morir a un hombre sin echar una mirada atrás. "Al diablo con mis planes -pensó Kirzai- , sólo necesito encontrar mi camino hasta el sendero que corre a lo largo de las montañas, en caso de necesitar más agua. ¡Una vida humana vale mucho más que un compromiso de negocios!" Ayudó al viejo a tomar un poco de agua, llenó una de sus cantimploras y después lo ayudó a montar su camello.

-Sigue derecho por ese camino -le recomendó mientras apuntaba con el dedo- y en dos horas estarás en Givah. El anciano hizo una señal de agradecimiento con las manos y antes de irse miró un largo rato a Kirzai y pronunció estas extrañas palabras: -Algún día el desierto te recompensará. Entonces acicateó a su camello en la dirección que Kirzai le había indicado. Kirzai continuó su viaje. La oportunidad que lo esperaba en Tchigan sin duda estaba perdida, pero se sentía en paz consigo mismo.

Pasó el tiempo. Treinta años después, los negocios llevan a viajar a Kirzai de continuo de una parte a otra entre Givah y Tchigan. No se había hecho rico, pero lo que ganaba era suficiente para proporcionar una buena vida a su familia. Kirzai no pedía más que eso.

Un día, mientras vendía cueros en la plaza del mercado de Tchigan, se enteró de que su hijo estaba enfermo de gravedad. Era urgente que fuera a verlo de inmediato. Kirzai no vaciló. Recordó el atajo a través del desierto que había tomado treinta años atrás. Dio agua a su camello, llenó sus cantimploras y partió.
A lo largo del camino libró una batalla contra el tiempo, azuzando sin cesar a su camello. No se detuvo ni disminuyo la marcha mientras bebía agua, y por esas razón ocurrió el accidente. La cantimplora se le cayó de pronto de las manos y antes que pudiera bajarse para recuperarla, el agua desapareció en la arena. Kirzai profirió una maldición. Con una sola cantimplora llena era imposible cruzar el desierto. Pero al pensar en su hijo, el viejo se obligó a seguir adelante.

-¡Tengo que hacerlo! ¡Lo haré!

El sol del desierto de Sry Darya es despiadado. Le importa poco por qué o para qué fines un hombre trata de desafiar sus rayos, arde inexorablemente siempre con la misma fuerza e intensidad. Kirzai pronto comprendió que había cometido un gran error. Se le resecó la lengua y la piel le quemaba. La única cantimplora restante ya estaba vacía. Y ahora, para su desazón, vio que empezaba una tormenta de arena. Kirzai se envolvió la cabeza con su chalina, cerró los ojos y dejó que el camello lo llevara adelante a donde fuera. Ya no era consciente de nada. Un gigantesco remolino de viento se levantó frente a él. Despedía una suave luz purpúrea, pero Kirzai seguía inconsciente y no vio nada. Su camello entró en el remolino de viento, avanzó unos pocos pasos y entonces, en forma abrupta, se sentó. Kirzai cayo al suelo. "Estoy terminado -pensó- ¡Mi hijo nunca volverá a verme!"

De repente, sin embargo, dio un grito de alegría. Un hombre montado en un camello avanzaba hacia él. Pero cuanto más se acercaba el hombre, tanto más la alegría de Kirzai se convertía en estupefacción. Este hombre que ahora desmontaba de su camello .... ¡Kirzai lo conocía! Reconoció su propio rostro juvenil, sus ropas .... ¡y hasta el camello que montaba! Un camello que el mismo había comprado por dos valiosos jarrones muchos años antes.

Kirzai estaba seguro: ¡ el joven que venía a ayudarlo era él mismo ! ¡ Era el mismo Kirzai tal como era treinta años antes !

-¿Eres .... tú? -balbuceó Kirzai con un susurro ronco. El joven lo miró y rió. -¿Qué? ¡No me digas que sabes quién soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tú, anciano, ¿quién eres? Kirzai no contestó. No sabía qué hacer. ¿Debía decirle al joven quién era, o no decir nada? Mientras tanto el joven continuó: -De todos modos, tú no estás bien. ¿Adónde vas?
-A Givah -respondió Kirzai-. Pero no tengo más agua.
Kirzai vio que el joven reflexionaba en silencio acerca de la situación y supo con exactitud lo que pasaba por su mente: ¿debía ayudar a Kirzai o continuar para atender sus propios asuntos? Pero Kirzai también supo cuál sería la decisión y sonrió al observar que el joven le ofrecía un trago de agua. Después, el joven le llenó la cantimplora vacía, lo ayudó a montar su camello y apuntó con un dedo.

-Sigue derecho por ese camino y en dos horas estarás en Givah.

El viejo Kirzai miró un largo rato al joven que alguna vez había sido él mismo y le hizo una señal de agradecimiento. Hubiera deseado hablar con él de muchas cosas, pero solo logró encontrar estas palabras: 
-Algún día el desierto te recompensará. -
Y entonces partió de prisa hacia Givah, donde lo esperaba su hijo. Kirzai llegó a ser un hombre sabio, respetado por todos. Y cuando contaba este extraño cuento, todos los que lo escuchaban le creían. Desde aquellos tiempos, el desierto de Sry Darya ha sido conocido con el nombre de Samavstrecha, que quiere decir: El desierto donde uno se encuentra a sí mismo.