Seguidores

lunes, 25 de agosto de 2014

Mujeres de Al-Andalus

La situación de la mujer en el mundo islámico es uno de los temas más controvertidos y analizados. La causa se encuentra sin duda en las medidas fuertemente represoras que algunos países ponen en vigencia, merced a las interpretaciones que del Corán y los Hadits hacen las autoridades de unos países donde las decisiones políticas y religiosas se encuentran indisolublemente unidas.
La mujer aparece como la gran perdedora, una vez más, en el juego de la vida social, la gran víctima de las medidas que controlan los espacios y los poderes. Una y otra vez ve desaparecer sus posibilidades de seguir avanzando en una vía que le facilite el acceso a su propio papel y a ser ella misma, sin subordinaciones ni concesiones. Si el esfuerzo que, todavía hoy y después de todas las revoluciones y transformaciones, tiene que hacer la mujer en Occidente para que su condición femenina no sea una circunstancia condicionante para su quehacer en la vida social es enorme, se nos aparece como titánico y a veces heroico el que debe de aplicar la mujer en los países islámicos en general, sin más matizaciones.
No es extraño entonces que cualquier testimonio que nos aporte la historia sobre la forma positiva en que se ha resuelto el eterno dilema del papel de la mujer sea bienvenido y a veces mitificado. Tal ha sucedido con el caso de al-Andalus y la forma en que en ese espacio-tiempo casi mítico, se logró que la mujer adquiriese un protagonismo y una influencia, insólitos en aquellos siglos oscuros de la Edad Media y en aquel mundo islámico, tan condicionado por una manera de ver el mundo que interpreta el papel de la mujer como secundario y siempre supeditado al hombre.
Para algunos historiadores, la mujer al-Andalus gozaba de una libertad y una capacidad de acción casi iguales, sin precedentes y sin posible parangón en el resto de Europa. Estudios más desapasionados y menos influidos por el mito del paraíso perdido han podido determinar que tal estimación es en sí por lo menos, exagerada. El conocimiento del papel que jugó la mujer en al-Andalus se encuentra limitado por la falta de datos sobre aspectos socioeconómicos y de vida cotidiana y a la vez no se debe contemplar como un todo homogéneo, dado que existen importantes matices que diferencian, por ejemplo, el ámbito rural, el urbano, la mujer árabe o la mujer beréber, la de la clase superior o la del vulgo.
Como ha dicho Santillana, "desde el punto de vista religioso y ético, la mujer musulmana es igual que el hombre; tiene los mismos deberes morales y religiosos; en la vida futura, al hombre y a la mujer le esperan los mismos castigos y las mismas recompensas ( .. ) Pero si en el terreno religioso y moral musulmán la mujer es igual que el hombre, en el terreno civil, es decir político y jurídico, se la considera bastante inferior, tal y como señaló lbn faldum". A la vista está que las interpretaciones de los mandatos coránicos han ido recibiendo el sesgo que se les ha ido dando, inclinando la balanza la mayor parte de las veces en contra de esa consagrada igualdad entre el hombre y la mujer.
En el plano social y de la comunidad, más allá de las declaraciones de principios o de las normas dictadas, destaca un hecho que quizá explique muchos de los factores que afectan a las actuaciones femeninas en la historia de al-Andalus, aunque no con carácter exclusivo: en la concepción del mundo propia del Islam, no sólo hay una separación controlada entre el mundo femenino y el mundo masculino, sino que, previamente, existen esos dos mundos separados, con sus especificidades, sus territorios acotados, sus rituales y reglas internas de funcionamiento.
Más allá de los criterios de igualdad o superioridad que prevalezcan, a través de las interpretaciones de las escuelas jurídicas, el hecho cierto es que se concibe la existencia de un universo exclusivamente femenino, en el cual la mujer, en tanto que tal, desarrolla unas cualidades que le son propias, para las cuales está especialmente dotada y que realiza más eficazmente que el hombre. Ese mundo femenino ha sido y es en el Islam, el caldo de cultivo del que surgen las obras y las protagonistas, a veces como una manera organizada de elaborar las respuestas que la sociedad masculina requiere de las mujeres, a veces como ámbito de actuación de las mujeres mismas. Ninguna cultura como la islámica ha dedicado tanta atención a la mujer ni ha puesto tan de relieve su presencia en el complejo tejido de las relaciones sociales.
No hay que considerar que el mundo femenino islámico se encuentre como encapsulado del conjunto social, sino que es receptivo y refleja los parámetros vigentes, respondiendo a su vez con sus propias creaciones específicas De ahí que cuando citamos esos nombres femeninos singulares que destacaron en determinados campos, no debemos considerarlos aisladamente del universo exclusivo en que aparecieron, ni de su interrelación con el mundo masculino propiamente dicho, más o menos dispuesto a reconocer la significación de las obras de las mujeres.
Historiadores árabes, como lbn al-Abbar y al-Marrakusi en sus diccionarios biográficos, nos han dejado relaciones de nombres de personajes que estuvieron vinculados con algún aspecto del conocimiento, tanto por lo que se refiere a las ciencias religiosas como a las profanas. Hay también relaciones biográficas dedicadas a recoger ese protagonismo femenino en el mundo de la cultura, tales como la de Maslama b. al-Gasim y Abu Dawud al-Muqri. Dichas relaciones incluyen ciento dieciséis nombres de mujeres que "hicieron algo" en alguna de las ramas del saber: poetisas, lexicógrafas, copistas, gramáticas, ascéticas, juristas, matemáticas, médicas y astrónomas. De todas ellas, el grupo más numeroso es el de las que se dedicaron a la poesía (unas cuarenta). Las noticias que se nos dan de estas mujeres son muy limitadas y en ocasiones meramente testimoniales. Sin embargo, podemos considerar como significativo el hecho de que haya existido un empeño en reflejar las obras de estas mujeres por parte de los autores masculinos de las biografías, lo cual se justifica en una sociedad que, por lo menos, valora la presencia femenina en determinados ámbitos culturales, además de su efectiva participación. Tampoco hay que hacerse demasiadas ilusiones sobre dicha significación, pues tras el análisis de las referidas reacciones biográficas se desprende que adquirieron ese protagonismo ante la falta de hermanos varones, o siempre al amparo de padres ilustrados, y desarrollaron su actividad mayoritariamente en los círculos familiares o específicamente femeninos.
Si tenemos en cuenta el corto alcance de las conquistas femeninas en los ámbitos de la vida cultural, todavía hoy en nuestras sociedades contemporáneas, la presencia de estas mujeres en la historia de la cultura andalusí resulta especialmente significativa, más aún dentro del contexto con que enmarcamos a la sociedad musulmana medieval y sus correspondientes estereotipos, muchas veces dictados por realidades más cercanas en el tiempo y pertenecientes a ciertos países islámicos.
El caso de las poetisas de al-Andalus merece una consideración aparte, por lo que representa de aportación de las mujeres a la cultura andalusí y a la vez por resultar significativo, como florecimiento de un mundo femenino particular y vuelto sobre sí mismo. De las 116 mujeres recogidas por la profesora Mª Luisa Avih, cuarenta y cuatro cultivaron la poesía, en mayor o menor medida, con mayor o menor dedicación, dentro o fuera de un contexto de cultura literaria global. Se trata de una proporción ciertamente alta, que viene a confirmar la tradición musulmana que asigna a la mujer cualidades especiales para la práctica de la música y la poesía. En efecto, son las artes a las que más debe su esplendor la civilización islámica en general y la cultura andalusí en particular. De la mayoría apenas sí contamos con unas pocas líneas, que han quedado como testimonio de su quehacer literario. Otras han pasado a formar parte de la imagen ampliada de unas mujeres que dejaron huella en la vida cultural andalusí y sirven de referencia casi obligada, y no solamente en un contexto exclusivamente femenino, sino general.
Nació en Córdoba el año 994 y era hija del califa al-Mustakfi. Su posición privilegiada en lo social le da un carácter excepcional, aunque la personalidad de Wallada hubiese destacado de todos modos. Como apenas se conservan nueve poemas suyos, de los cuales cinco son satíricos, se ha visto rodeada de una cierta fama de atrevida y mordaz. Además algunas alusiones un poco subidas de tono, en sus versos, seguramente unidas a las represalias de sus enemigos, motivaron que pasara a la historia como inmoral y libertina, a lo cual contribuye el hecho de que no se casó nunca, y se le conocieron varios amantes. En las referencias biográficas, aunque un tanto tendenciosas, que existen sobre ella, y también por los versos de su amado, el poeta lbn Zaydun, podemos percibir una Wallada sensible y refinada, que reunía a literatos y pensadores de la Córdoba califal, con el espíritu que, varios siglos más tarde, se dio en los salones parisinos de los siglos XVII y XVIII.
Como si se tratase de una divisa, que proclamaba su independencia y sentido de libertad, llevaba estos versos suyos bordados en su túnica:
"Estoy hecha por Dios para la gloria, y camino orgullosa por mí propio camino. Doy poder a mi amante sobre mi mesilla y mis besos ofrezco a quien los desea".
Dos siglos más tarde, en Granada floreció Hafsa al-Rukkunyya, famosa por la elegancia de sus versos, y por haber protagonizado una doble historia de amor, con el poeta Abu Yaffar y con el gobernador almohade de la ciudad. Estos apasionados romances simultáneos inspiraron ingeniosos cruces de poemas, donde se asoman románticas alusiones a los celos, el secreto de los encuentros, e incluso el temor, porque uno de los dos amados de Hafsa tenía derecho de vida y de muerte sobre todos sus súbditos y la vida de Abu Yaffar corría peligro, cosa que efectivamente acabó confirmándose en un trágico destino.
La última parte de la vida de la poetisa estuvo dedicada a la enseñanza, en Marraquech, capital del imperio almohade, donde fundó una escuela en que aprendían las mujeres del harén las artes de la caligrafía y la poesía, en la corte del califa al-Mansur.
La evocación de sus amores parece reflejarse en este poema, con románticas metáforas, que tituló Relámpago:
"Preguntad al relámpago tremolante, mientras la noche está en calma, cómo es que me produce debilidad, al recordar a mis amados. Su efecto ha sacudido en mi corazón un pálpito y la abundante lluvia de su nube, me hizo llover el párpado".
La imagen de la poetisa andalusí, de corte, ilustrada, que personifica Wallada tiene su contraparte en esta granadina que vivió en el siglo XI o XII y se hizo famosa por su ingenio y su habilidad con la sátira. Nazhun mereció un elogio muy significativo por parte de sus contemporáneos, pues lbn Said, a quien debemos otras referencias de mujeres escritoras, dijo de ella que "sus poemas a veces eran superiores a los de los hombres".
La habilidad de los poetas en Al-Andalus se ponía a prueba en una costumbre que practicaban los amantes de los juegos metafóricos y el ingenio condensado en unos pocos versos. Consistía en comenzar un poema y lanzar el reto a alguien para que lo continuase. Existen numerosas anécdotas en ese sentido y de cómo tanto hombres como mujeres cultivadores de la poesía alcanzaron la fama y el prestigio por haber sabido aprovechar la oportunidad que les brindaba el destino de lucirse ante algún notable o gobernante con su pericia versificadora. Tal le sucedió precisamente a la granadina Zazhun, que supo demostrar su espontaneidad ante el gran poeta al-Kutandi, cuando éste visitó al poeta ciego al-Majzumi, que estaba dando lecciones a la poetisa. Al-Kutandi propuso al ciego que continuase este verso: "Si tú vieras a quien hablas...". Como al-Majzumi titubease y no acertase a encontrar las palabras adecuadas, Nazhun se le adelantó y siguió así el poema:
"Mudo quedarías del fulgor de sus alhajas. Brota la luna, en su cuerpo, por doquier y, en su ropaje, la rama juega".
Un verso dicho a tiempo y en un rasgo de espontánea inspiración fue el que le valió a la lavandera Rumaikyya el amor del rey de Sevilla, al-Mutamid, cuando supo acabar el poema que había iniciado el rey poeta, mientras paseaba junto a sus cortesanos, por la ribera del Guadalquivir. Al menos así lo quiso la tradición y la leyenda, consagrando una escena que resume el refinamiento culto de los tiempos dorados de al-Andalus.

- Autor: Mª Dolores Fernández Fígares - Fuente: Webislam


domingo, 24 de agosto de 2014

Situación de la mujer en al-Andalus

En al-Andalus, las mujeres de las clases superiores son las señoras de las familias principales, recluidas en sus alcázares, y que sólo se liberan del velo y enclaustramiento cuando son hijas únicas o sin hermanos varones, y permanecen solteras, como las poetisas Wallāda la Omeya y Hafsa ar-Rakūniyya, hijas únicas y solteras, que así se liberan de desaparecer literalmente tras un velo, al contraer matrimonio. Una vez casada, la mujer no podía enseñar su rostro descubierto salvo al marido y a parientes cercanos .
El ejemplo más concreto de la libertad de la mujer en la España musulmana nos la procura Wallāda. Hija de un califa, al-Mustakfī, aprovechó la muerte de su padre, que tuvo lugar tras el desasosiego provocado por la fitna, para llevar una vida libre por completo; había abierto un salón que atraía a los más altos personajes y a los más reputados hombres de letras.
Su aspecto desenfadado, su desdén por el velo, lo atrevido de su conversación y en ocasiones la excentricidad de sus actitudes, mostraban bien a las claras que se había liberado de muchos prejuicios. Que se la culminó, es natural, pero el que se le tolerara una vida de ese género implica que el Islam, tan rígido y quisquilloso en lo que concierne a las mujeres, había relajado singularmente sus rigores en Andalucía, y hemos de suponer que por influencia de la cultura cristiana se fueron suavizando algunas normas sociales musulmanas. Así la mujer gozaba en al-Andalus de mayor libertad que en el resto del mundo islámico, al menos entre las clases media y alta.
Esta libertad que se le permite a la andaluza en la sociedad hispano-musulmana nos permite comprender mejor la abundancia de poemas compuestos por los poetas para cantar lo mismo la belleza física que las cualidades morales de la mujer.
Las mujeres en al-Andalus recibían al menos una educación elemental semejante a la de los varones; aprendían a leer, a escribir, el Corán y algo de poesía, aunque no acudían a las escuelas como los chicos sino que recibían la enseñanza en casa; igualmente podían acceder a la enseñanza superior pero ésta casi indefectiblemente la recibían de sus familiares más allegados, y si acudían a las mezquitas era en compañía de algún pariente masculino.
Posiblemente esta educación sólo se daba en las clases acomodadas.
En al-Andalus, se enseñaba a los niños primero las reglas elementales de la lengua, y poemas, antes de iniciar el estudio del Corán con el que comenzaba el aprendizaje en otros países musulmanes. Este temprano conocimiento de la poesía árabe explica la proliferación de poetas en la España musulmana, a pesar de que la lengua de la expresión poética fuese una coiné.
La razón podría estar en que les estaban vedados los lugares donde la poesía se difundía: estos lugares son las recepciones palaciegas con motivo de actos oficiales; la tertulia, donde se recitaba poesía, donde las mujeres estaban excluidas con excepción de las esclavas.
Resulta por tanto sorprendente el escaso número de poetisas, sobre todo en la época de las taifas en el que cualquiera podía hilvanar unos versos . La literatura profesional en la civilización árabe-islámica requiere una amplia formación cultural que bajo las premisas de una sociedad patriarcal, no recibía una mujer destinada exclusivamente a la función de madre.
Llama la atención que la mayoría de las poetisas profesionales de al-Andalus son hijas únicas, sin hermanos varones, de padres acomodados y cultos que les dieron la educación que le hubieses dado a sus vástagos masculinos, de tenerlos. A lo largo de toda su vida estas mujeres actuaron como varones, no sólo en su actividad literaria, sino social, actuando, por ejemplo con un desenfado sexual que sólo era permitido a los hombres y que las llevó a ser tildadas de cortesanas.
Así, si las mujeres de al-Andalus componían poemas, éstos sólo eran reconocidos por sus familiares. Resulta significativo que las dos poetisas de las que tenemos más versos sean precisamente Wallāda y Hafsa ar-Rakūmiyya, cuyas vidas y obras poéticas estuvieron ligadas a los dos poetas masculinos de importancia Ibn Zaydūn de Córdoba y Abū Ya’far ibn Sa’īd.
Así pues el conocimiento de la poesía árabe de las mujeres de al-Andalus viene condicionado por sus relaciones con el mundo de los hombres y no por su condición social, ya que un mayor estatus de la clave llevaba aparejado una mayor carga de herencia económica y de linaje, y traía aparejado un mayor enclaustramiento. El caso de la libertad de acción de Wallāda y su producción poética no se puede extrapolar de las demás mujeres de sangre real. Es significativo que haya dos poetisas de origen beréber y una de ellas Hafsa ar-Rakūniyya sea la tal vez considerada la gran poetisa de al-Andalus. Durante la dominación de al-Andalus por las dinastías beréberes, almorávides y almohades, las poetisas parecen tener mayor libertad de movimientos.
Dentro de las esclavas de al-Andalus, las más relacionadas con el ambiente literario eran las cantoras, las qiyān, que recibían una esmerada educación, ya que su función era realmente la de ser cultivadas hetairas, capaces de satisfacer al hombre física y estéticamente a modo de las geishas japonesas.
Otro tipo de esclava son las esclavas de placer: la Ŷāriya. Las esclavas cumplían por tanto su función de satisfacer sexualmente al hombre, pero eran educadas en diversas artes y habilidades para alcanzar más alto precio y dar mayor placer al hombre, artes que abarcaban muy diversas facetas: había cantoras, músicas, poetisas y hasta filólogas, como la ‘Abbādiyya, la esclava que regalara Muŷāhid de Denia a su yerno al-Mu’tadid de Sevilla . Este status de la esclava, convertida en concubina, la situaba sobre la esposa legítima, la mujer libre que no era educada más que para madre y, para ama de casa.
La voz de las mujeres de al-Andalus, con lenguaje auténtico femenino o tomado prestado de los hombres, es la primera que nos ha llegado de las muchas que resonaron en la Península Ibérica. Fue expresada en lenguas que hoy han desaparecido de nuestro suelo, pero tal vez, traducida al español, no resulte tan antigua ni tan ajena .

Autor: Cristina Lena Fombuena - Fuente: Webislam


viernes, 22 de agosto de 2014

IBN ZUHR. Poetas de al-Andalus.

Ibn Zuhr(1073-1161)
ABU MARWAN ABD AL MALIK IBN ABU AL ALA IBN ABU MARWAN IBN ABD AL MALIK IBN ABU BAKR MUHAMMAD IBN MARWAN IBN ZUHR AL ISBILI AL IYADI conocido en la Europa Medieval con el nombre latinizado de AVENZOAR o ABUMERON, nació cerca de Isbiliya (Sevilla) en 1073 o, según otras fuentes en 1091.
Fue un destacado médico andalusí, filósofo y poeta, perteneciente a la dinastía Banu Zuhr de médicos, andalusíes, su educación fue la típica de la Hassa o clase alta islámica, basada en conocimientos religiosos, a lo que se añadió su formación médica como discípulo de su padre. De su vida privada se conoce poco, apenas que casó joven y tuvo al menos dos hijos varones y una hija, que también se dedicaron a la medicina, así como una de sus nietas.
Su vida pública está ligada a la del poder en Al Andalus ya que su familia habían sido médicos de dinastía de los Banu Abbad, reyes de la Taifa de Isbiliya, por lo que el advenimiento de la nueva dinastía de los Al Murabitun, perdieron el favor de los gobernantes.
Posiblemente en 1124, el Emir Al Muminin, convocó a Marrakus a su hermano Ibrahim, Ibn Zuhr, como integrante del séquito, fue encarcelado por unos diez años aunque las fechas exactas y los cargos no se conocen. De todas formas el encierro no fue duro, ya que se le permitía la visita de su mujer y algunos discípulos, practicar la medicina, tanto en la cárcel como en la misma Corte y llegó a ser preceptor de alguno de los hijos del Emir.
Cuando en 1146 Ibn Zhur fue liberado y entró al servicio de la nueva dinastía, a la que dedicó el “Kitab al-Ag?iya” o Libro de los Alimentos. Sin embargo, Ibn Zuhr decidió dejar la Corte y retornar a Sevilla, donde se dedicó a la medicina y a la enseñanza.
A pesar de su vuelta a Al Andalus, siguió contando con el patronazgo Al Muwahhidun, ya que Abd Al Mumin le patrocinó el “Kitab al-Taysir fi ad-madawat wa-al-tadbir”, y sus descendientes prosperaron en torno a la dinastía.
Ibn Zuhr murió en Sevilla entre el 1161/1162. Al morir fue enterrado con sus antepasados en la Bab al-Fath o Puerta de la Victoria de Sevilla.

Avenzoar. Corría el año 1091 cuando en Peñaflor, lugar cercano a Sevilla, como escribe Gómez Caamaño, nació Avanzoar, su nombre árabe era Abu Mernan Abd El Maleck Ben Abd Ben Zar. Monardes lo atestigua desde su categoría indiscutible de historiador. Perteneció a la dinastía de los Aven-Zohor. Su padre, cuyo nombre latinizado era Alguazir Albuleizor, ejerció como médico al servicio del rey al-Mútamid de Sevilla, llegando a alcanzar, después de la invasión Almohade, un alto puesto en la Corte de Yusuf ben Tasfín.
 Avenzoar, además de médico fue filósofo y poeta. Distinto y original no aceptaba totalmente las doctrinas que en la medicina imperaban. Espíritu inquieto y un tanto rebelde se atrevía a discutir a los indiscutibles: a Galeano, a Avicena…Plasma su intuición, su visión, profética casi, en muchos problemas médicos. En pleno siglo XI, en plena época tremendamente oscurantista y mágica, tenía ideas atinadísimas sobre anatomía, filosofía, patología…
 Dos facetas importantísimas destacan en este peñaflorense ilustre: El ser autor del "Teisir" y el haber tenido como discípulo al gran Averroes.
 En el Tratado de Medicina y Dietética "Teisir" demuestra Avenzoar sus portentosos conocimientos de terapéutica y pone en tela de juicio afirmaciones de sabios de la antigüedad, incluso las del intocable Galileo. Al mismo tiempo las afirmaciones contenidas en la obra citada son producto de su mente y conocimientos prácticos, no dejándose mediatizar por las corrientes médicas de su tiempo. El corazón, el paludismo, las úlceras de estómago, la fisiología del útero, etc., fueron temas estupendamente estudiados por Avenzoar.
 En cuanto a Averroes parece ser que el "Teisir" fue escrito por Avenzoar a instancias de su discípulo como complemento práctico de su "Colliget". Colaboraron juntos, maestro y discípulo; aunque mediaban treinta años entre ambos, Avenzoar tuvo conciencia del superior talento de Averroes.
Fue poeta. Su fina y aguda sensibilidad encontró su mejor plasmación en la epigrama, ingenuos unas veces, satíricos otras, impregnados de hondo fatalismo y amargura en ocasiones. De la estancia de Avenzoar en Peñaflor tenemos pocas noticias. Tal vez sea necesario recurrir a la tradición y afirmar que en el Castillo, cuyos restos son colindantes a la acogedora y bella placita que lleva su nombre, pasó años de infancia y largas temporadas, ya como aristócrata de la medicina y de la sociedad, en la que alcanzó una posición elevada. Falleció en 1163 tras una larga e importante vida dedicada a la ciencia y fueron enterrados sus restos en el panteón de su familia. Hispano-arábigo, filósofo, poeta, médico…




jueves, 14 de agosto de 2014

YUSUF III . Poetas de al-Andalus.

Yusuf III
(1377-1417)YUSUF IBN YUSUF IBN MUHAMMAD, o más conocido como YUSUF III fue el decimotercer soberano de la dinastía nazarí de Granada, que sucedió a su hermano Muhammed VII tras su muerte y ocupó el trono entre 1408 y 1417. La estabilidad de su reinado se vio turbada por la pérdida de Antequera ante el infante Fernando de Castilla en 1410. Por otro lado, recuperó Gibraltar y a él se le debe uno de los Palacios de la parte Septentrional de la Alambra.
Primogénito y famoso desde muy joven por su ciencia, habilidad y buen sentido, fue nombrado por su padre heredero del trono. A la muerte prematura de Yusuf II, en 1392, Yusuf III fue víctima de una intriga palaciega urdida por su hermano, Abu Abd Allah Muhammad, que reinó como Muhammad VII. Yusuf III permaneció encerrado durante dieciséis años en las mazmorras del castillo de Salobreña (1392-1408) hasta el fallecimiento de su hermano.
Los años de prisión avivaron en él el sentimiento poético, y cuando fue liberado, a los 32 años, ya había escrito numerosas composiciones cuyo común denominador eran la amargura y la tristeza; son numerosos sus versos elegíacos en honor a su padre desaparecido; las lamentaciones y reproches por la traición de su hermano; los tristes versos por la humillación de la cárcel se entremezclan con los que claman venganza.
Destaca, sobre todo, la poesía en la que expresó la profunda añoranza por su Granada: por la Alhambra, morada de su familia, y sus palacios, los campos, las colinas, el Generalife, el oratorio y el hipódromo de Al Sabbika. Se incluyen también algunos poemas amorosos que, según explicó el propio sultán, eran puro fruto de la imaginación.
Liberado de su largo cautiverio, Yusuf III recibió la adhesión de destacadas personalidades de Granada, algunas de las cuales lo hicieron por medio de composiciones poéticas que fueron recopiladas por el poeta de su corte, Abu Al Husayn lbn Furkun, en un libro titulado “Muzhir al-nur al basir fi amdah mawlana Abi al-Haggagal-Malik al Nasir” (El libro que arroja luz sobre lo que se dijo en alabanza de nuestro señor Abu al-Haggag, apodado al-Nasir).
Aparte de sus propios versos, compuestos en las distintas ocasiones sociales y políticas que constituyen su diwan, Yusuf III emprendió la tarea de recoger toda la obra del poeta Ibn Zamrak, con el que le unió una relación de admiración y, sobre todo, una lealtad política que, sin duda, fue causa de las desgracias que afligieron al poeta de la Alhambra. Esta recopilación, denominada Al-Baqiyya wal-Mudrak mm ka’am Ibn Zamrak (Lo que queda y se conoce de lo que dijo Ibn Zamrak), sirvió de base al conocido literato marroquí de Tremecén, Al-Maqqari, para dar una muestra de la obra de lbn Zamrak en su gran y famosa enciclopedia literaria Nafh al-Tib.
Yusuf III, que murió en 1417, hacia los 40 años, probablemente debido a las secuelas de su larga prisión, hizo una poesía impersonal en gran parte, cuya calidad literaria es acorde con los parámetros de la poesía andalusí tal como se desarrolló a lo largo del siglo XIV. Enmarcada dentro de las normas generales del clasicismo lírico árabe, su poesía muestra un profundo conocimiento de la obra de los grandes vates árabes orientales y occidentales, como lo prueba el uso frecuente de la figura retórica de plagio explícito, reconocida en las letras árabes, que consiste en insertar en la composición poética versos de poetas famosos o crear versos parecidos a los suyos. En el estudio minucioso de la poesía de Yusuf III se observa que no tomaba en serio el proceso de realización poética. Los versos fáciles, sencillos y espontáneos, muestran una falta de revisión, evidente por los errores métricos que se detectan. Sin embargo, el gran caudal de comentarios literarios e históricos que se le conocen confirma la gran cultura que atesoraba.
Su vocación poética le impulsó durante su corto reinado a fomentar la poesía, que se declamaba tanto en los actos oficiales como en los populares.
El valor de la obra de Yusuf III no reside únicamente en el aspecto literario sino también en su información histórica, acrecentada porque las crónicas árabes sobre este postrer periodo de la Granada islámica —de las cuales se tiene referencia a través de recopilaciones posteriores— son escasísimas; la más relevante de ellas es una crónica anónima titulada Nubdat al-asr fi inqi da’ dawlat BaniNasr (Corta referencia sobre la desaparición del Estado de los Banu Nasr). Esta circunstancia obligó a los historiadores a reconstruir los últimos acontecimientos de este turbulento periodo únicamente por medio de las crónicas cristianas lo que, sin duda, no resulta muy preciso.

domingo, 10 de agosto de 2014

Leyendas de la Alcazaba de Málaga y Córdoba

  Los fantasmas de la Alcazaba de Málaga

La Alcazaba de Málaga se construyó sobre una fortificación romana, en el monte de Gibralfaro.
Un lugar privilegiado por su situación estratégica.
La Alcazaba como tal se empezó a construir en el s.VIII y se termino en el s. XI.
Desde siempre se ha tenido como un lugar encantado, ya desde la antigüedad.
Excavaciones realizadas cerca de  la alcazaba han dejado a la luz figuras de la época romana de extrañas características como seres de nariz larga y gorro, como nuestros conocidos duendes.
Las calles de acceso a la Alcazaba, durante los siglos XVIII y XIX, se convirtieron en las calles mas siniestras y peligrosas de Málaga. Nadie se atrevía a pasar por allí cuando oscurecía. Nadie quería vivir allí, la pobreza se apoderó de ellas, eran calles deshabitadas, abandonadas, con ruidos de pasos de gente inexistente, sombras en las paredes y piedras que caían de los tejados.
Hoy en día, estas calles fueron remodeladas y recalificadas con relucientes edificios de nueva construcción,
calles nuevas y pisos nuevos, pero..los mismos espíritus.
Hace poco tiempo, se corrió la voz, de que por las noches, se veía una sombra enorme pasear por los tejados de estas nuevas casas, caían piedrecitas al suelo y se oían ruidos, voces y cuchicheos extraños.
También existen testimonios de vigilantes de seguridad que han visto siluetas de personas paseando de noche por la Alcazaba y al llegar a una esquina desaparecen.
De paredes en las que se ven sombras andando sin que halla nadie.
De gritos nocturnos, de voces que ponen los pelos de punta.
Se dice sobre que las almas de los moros que allí vivieron e incluso romanos, se han quedado entre sus viejas paredes, y de noche se lamentan.
La Leyenda de los Caminos Secretos de Córdoba. 
Cuenta una antiquísima historia que los jardines del Alcázar son las terrazas, llenas de flores arboles y agua, de un grandioso palacio que hay debajo y a todo lo largo del río y los puentes de Córdoba. El palacio es de esmeralda y cristal, el suelo de mármol y jade, las persianas de las ventanas son de hiedra que filtran la luz como si fuesen abanicos de seda. Del salón principal salen caminos subterráneos; uno de ellos va hacia el rio por debajo de las torres hasta enfilar la linea apretada y oscura que dibujan bajo el agua los ojos del puente. llega hasta la Calahorra y allí, estrechándose , hace pie en la escalera de piedra que llega hasta el salón redondo del castillo, desde este camino secreto llegan los tesoros que vienen de Granada y de Lucena de Carmona y de Sidonia.....y también las doncellas mas hermosas de Montilla de Ronda y de Loja, que el Califa espera.
Otro camino igual de secreto llega a la Fuente del Olivo del Patio de los Naranjos y allí recoge las canciones, poesías y rumores de poetas oradores y charlatanes y los lleva suavemente, sin hacer apenas ruido hasta la cámara del Califa; ! cuanto daría el por poder asomarse a la fuente de las abluciones, por mirar desde la celosía pequeña y escondida, las caras de sus súbditos, el brillo de sus ojos o la pena de sus rostros! El otro camino subterráneo llega a los Baños Califales, y por debajo de la Casa de las Pavas, llega a la fuentecilla del Zoco, roza la Sinagoga y ya esta en la Puerta de Almodovar sube hasta las almenas y desde allí, trae recuerdos y visiones fabulosas, hasta el palacio real, el dorado alminar de la Mezquita, como una palmera en medio del Patio de los Naranjos Estos caminos, como otros muchos secretos y tesoros de Córdoba aun están sin descubrir, esperando que llegue el verdadero héroe que los encuentre para que todos podamos disfrutarlos.

Sancho III de Castilla

Sancho III de Castilla (Toledo, 1134-ibídem, 31 de agosto de 1158). Hijo de Alfonso VII de León y de su esposa Berenguela de Barcelona, llamado «el Deseado», fue rey de Castilla desde el 21 de agosto de 1157 hasta su fallecimiento un año después en el que le sucedió su hijo Alfonso VIII de Castilla.

Orígenes familiares
Era hijo del rey Alfonso VII de León y de Castilla, y de la reina Berenguela de Barcelona. Sus abuelos paternos fueron la reina Urraca I de León y el conde Raimundo de Borgoña, y los maternos Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, y su esposa la condesa Dulce de Provenza. Fue hermano de Fernando II de León.
Biografía

A la muerte de su padre, heredó el reino de Castilla, al tiempo que su hermano, Fernando II, heredaba el reino de León. La división de ambos reinos entre los dos hijos de Alfonso VII no derivó en conflicto entre los hermanos debido a la intervención de su hermanastra Sancha de Castilla, esposa del rey de Aragón Alfonso II que intervino en la disputa a fin de que ambos respetaran los límites territoriales de cada reino.
El 30 de enero de 1151 contrajo matrimonio en la ciudad de Calahorra con Blanca Garcés, hija del rey García Ramírez de Pamplona y de Margarita de L'Aigle. Fruto del único matrimonio del rey nacería, en 1155, el infante Alfonso que heredó el trono de Castilla tras la defunción de su padre, ocurrida en 1158.
En 1158 contribuyó a la creación de la Orden de Calatrava cuando los templarios rehusaron mantener la defensa de la plaza fronteriza de Calatrava que les había sido concedida por Alfonso VII en 1147. Sancho III entregó entonces la tenencia y el señorío de Calatrava al abad Raimundo de Fitero y al caballero Diego Velázquez, que fundaron la Orden de Calatrava.
Siguiendo la política de su padre logró que, en 1157, su cuñado el rey Sancho VI de Navarra, y en 1158, el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV le rindieran homenaje y se declarasen vasallos suyos en el Acuerdo de Serón de Nágima (1158). Ese mismo año invadió el reino de su hermano Fernando II de León, pero no llegó a enfrentarse con él, ya que ambos monarcas sellaron un acuerdo, conocido como el tratado de Sahagún, que fue rubricado el día 23 de mayo de 1158.
Sancho III se comprometió a devolver a su hermano el rey de León las tierras fronterizas entre ambos reinos que él había conquistado, a cambio de que éstas fueran dadas en señoríos a nobles leoneses cercanos al rey castellano. También acordaron prestarse ayuda mutua frente a terceros, y se repartieron las zonas de influencia sobre los territorios musulmanes aún no conquistados, y establecieron que si alguno de ellos fallecía sin descendencia el reino del finado sería herededado por el hermano superviviente.
La muerte de Sancho III de Castilla, ocurrida en la ciudad de Toledo el día 31 de agosto de 1158 invalidó el tratado de Sahagún, que el difunto rey había firmado con su hermano. Fue sucedido en el trono por su hijo Alfonso, entonces menor de edad, lo que originó una lucha por el poder en el reino de Castilla entre la Casa de Lara y la Casa de Castro.
Sepultura de Sancho III de Castilla
Después de su defunción en la ciudad de Toledo, el cadáver del rey Sancho III recibió sepultura en la Capilla Mayor de la Catedral de Toledo, en la que había recibido sepultura su padre, Alfonso VII de León. Décadas más tarde, el rey Sancho IV de Castilla ordenó edificar en el interior de la Catedral de Toledo la Capilla de la Santa Cruz, a la que el día 21 de noviembre de 1289 fueron trasladados los restos de los reyes Alfonso VII de León, Sancho III y Sancho II de Portugal, que se encontraban sepultados en la capilla del Espíritu Santo de la catedral.1 Posteriormente, en 1295, Sancho IV de Castilla fue sepultado en la Catedral de Toledo, en un sepulcro colocado junto al que contenía los restos de Alfonso VII y cerca del de Sancho III.
A finales del siglo XV, el cardenal Cisneros ordenó edificar la actual capilla mayor de la Catedral de Toledo, en el lugar que ocupaba la capilla de Santa Cruz. Una vez obtenido el consentimiento de los Reyes Católicos, la capilla de Santa Cruz fue demolida y, los restos de los reyes allí sepultados, fueron trasladados a los sepulcros que el Cardenal Cisneros ordenó labrar al escultor Diego Copín de Holanda, y que fueron colocados en el nuevo presbiterio de la catedral toledana. Debido a la nueva colocación de los mausoleos reales, Sancho III compartió mausoleo, en el lado de la Epístola del presbiterio, con Sancho IV de Castilla. La estatua yacente que representa a Sancho IV, colocada por debajo de la que representa a Sancho III, representa a Sancho III con aspecto juvenil, ceñida la frente con corona real y descansando la cabeza sobre dos almohadones recamados. El monarca aparece vestido con una túnica de amplios pliegues y sus manos aparecen cruzadas sobre el regazo. La caja del sepulcro se encuentra adornada, a diferencia de la de Sancho IV de Castilla que lo hace con los escudos de la Corona de Castilla, con roleos vegetales.2
En el Monasterio de las Huelgas en Burgos se conserva un sepulcro en el que la tradición del monasterio sostiene que descansaban los restos de Sancho III el Deseado, y dicho sepulcro estuvo colocado en el pasado delante del atribuido a su padre, Alfonso VII de León.3 No obstante, en dichos sepulcros no recibieron sepultura Sancho III ni su padre, pues los sepultados en ellos fueron el infante Fernando de la Cerda, hijo de Alfonso X y su hijo primogénito Alfonso de la Cerda, hallándose además dichos sepulcros adornados con los escudos de armas del infante Fernando de la Cerda y de su hijo.
Matrimonio y descendencia
Fruto de su matrimonio con Blanca Garcés de Pamplona, hija del rey García Ramínrez, nacieron dos hijos:
Alfonso VIII de Castilla (1155-1214). Heredó el trono de Castilla a la muerte de su padre y combatió durante su reinado a su primo Alfonso IX de León y a los almohades, a los que derrotó en la batalla de las Navas de Tolosa, librada en 1212. Falleció en 1214 y fue sepultado en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, que él había fundado.
García de Castilla (1156-1156). Fue sepultado en el Monasterio de San Pedro de Soria.
No obstante, otras fuentes señalan que Sancho III sólo tuvo un hijo, el infante Alfonso, que le sucedería en el trono, y tras cuyo nacimiento falleció su madre, la reina Blanca Garcés de Navarra.

jueves, 7 de agosto de 2014

Alfonso VIII de Castilla

Alfonso VIII de Castilla (Soria, 11 de noviembre de 1155-Gutierre-Muñoz, Ávila, 6 de octubre de 1214), conocido también como «el de las Navas» o «el Noble», fue Rey de Castillaa entre 1158 y 1214. Hijo de Sancho III de Castilla y Blanca Garcés de Pamplona, derrotó a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa, librada en 1212, y fue sucedido en el trono por su hijo Enrique I de Castilla.

Ascendientes

Por parte de padre era descendiente de los reyes de la Casa de Borgoña y del Condado de Barcelona, y por parte de madre, de los reyes de Pamplona y de Rodrigo Díaz de Vivar.
Minoría de edad[editar]
Hijo de Sancho III «el Deseado», rey de Castilla, y de Blanca Garcés de Pamplona, a la muerte de su padre sólo contaba tres años de edad, por lo que se designó como tutor a Gutierre Fernández de Castro y como regente a Manrique Pérez de Lara, para equilibrar a las poderosas familias Castro y Lara. Sin embargo, se originó una sangrienta rivalidad entre las dos familias nobiliarias. Los Lara lograron apoderarse del joven rey al que trasladaron a Haza, dentro de su zona de influencia.
Esta rivalidad derivó en una guerra civil y en un período de incertidumbre que fue aprovechado por los reinos vecinos y así, en 1159, el rey navarro Sancho VI se apoderó de Logroño y de amplias zonas de La Rioja, mientras que el tío del joven Alfonso, el rey leonés Fernando II, se apoderó de la ciudad de Burgos.
En 1160, los partidarios de la Casa de Lara, capitaneados por Nuño Pérez de Lara, fueron derrotados por los miembros de la Casa de Castro, dirigidos por Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, en la Batalla de Lobregal, librada en las cercanías de la localidad de Villabrágima, en la provincia de Valladolid.
La proximidad de Fernando II, aliado de los Castro, al lugar donde los Lara custodian a Alfonso VIII hace que éstos le trasladen a Soria donde permanecerá hasta 1162 cuando los Lara, acosados por Fernando que ha conquistado las ciudades de Segovia y Toledo, deciden entregárselo a su tío, aunque lo impide la intervención de un hidalgo, quien sacó al pequeño del palacio real, poniéndolo bajo la custodia de las villas leales del norte de Castilla, primero en el castillo de San Esteban de Gormaz y después en Atienza y Ávila, ciudad ésta que desde entonces recibe el título honorífico de «Ávila del Rey» o «Ávila de los Leales» por la defensa que hizo del joven monarca. Así mismo, la estancia de Alfonso en Atienza dio origen al nacimiento de la popular celebración de La Caballada, que se celebra todos los años en esta villa el Domingo de Pentecostés.
Primer período del reinado
Al alcanzar la mayoría de edad en 1170, Alfonso VIII fue proclamado rey de Castilla en las Cortes que se convocaron en Burgos, tras lo cual se concertó su matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, que aportó como dote el condado de Gascuña.
Su primer objetivo como monarca fue recuperar los territorios perdidos durante su minoría de edad. Para ello se alía con el rey aragonés Alfonso II el Casto. Junto al rey aragonés, Alfonso VIII atacó al navarro Sancho VI en 1173, logrando arrebatarle los territorios que éste había tomado durante su minoría de edad, tras lo cual reforzó su alianza con Alfonso II al concertar el matrimonio de éste con su tía Sancha de Castilla.
Presionado por los ataques almohades, desde 1174 tuvo que ceder a las órdenes militares algunos territorios hasta entonces de realengo para su mejor protección, como las villas de Maqueda y Zorita de los Canes a la Orden de Calatrava, o la villa de Uclés a la Orden de Santiago, siendo desde entonces Uclés la casa principal de esta última orden militar. Desde esta plaza inicia una ofensiva contra los musulmanes, que culmina con la reconquista de Cuenca en 1177. La ciudad se rinde el 21 de septiembre, festividad de San Mateo, celebrada desde entonces por los conquenses.
Alfonso VIII fue el fundador del primer estudio general español, el Studium generale de Palencia (germen de la universidad), que decayó tras su fallecimiento. Además, su corte sería un importante instrumento cultural, que acogería trovadores y sabios, especialmente por la influencia de su esposa gascona Leonor (hermana de Ricardo Corazón de León).
En 1179 firma con su aliado el rey aragonés el Tratado de Cazola, por el que ambos monarcas se reparten sobre el papel, ya que no tuvo resultados reales, los territorios del reino navarro y además fijan las zonas de conquista de los territorios musulmanes que cada monarca puede emprender variando el hasta entonces vigente Tratado de Tudilén que habían firmado Alfonso VII de León y Ramón Berenguer IV de Barcelona. Por el nuevo Tratado de Cazola, el reino de Murcia -cuya conquista correspondía a Aragón- pasaba a Castilla y a cambio el rey aragonés Alfonso II se vio libre del vasallaje que debía a Alfonso VIII.
El 12 de enero de 1180, el rey se encontraba en Carrión de los Condes, firmando el Fuero de Villasila y Villamelendro tras la petición efectuada por los clérigos b de las citadas villas.c
Tras fundar Plasencia en 1186, y con intención de unificar a la nobleza castellana, relanza la Reconquista, recupera parte de La Rioja que estaba en manos navarras y la reintegra a su reino. Establece una alianza con todos los reinos peninsulares cristianos -a la sazón, Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón- para proseguir ordenadamente conquistando las tierras ocupadas por los almohades.
En 1188 se reúne en Carrión de los Condes con su primo Alfonso IX, que acababa de suceder a su padre Fernando II como rey de León. Ambos monarcas firman un pacto de buena voluntad que Alfonso VIII pronto romperá para, aprovechando la debilidad del nuevo rey leonés en su propio reino, invadir León y hacerse con varias poblaciones, entre las que destacan Valencia de Don Juan y Valderas, y que inició un período de hostilidades que finalizaría el 20 de abril de 1194 con la firma del Tratado de Tordehumos, en el que el rey castellano se comprometía a devolver los territorios conquistados y el leonés se comprometía a contraer matrimonio con la hija de Alfonso VIII, Berenguela y, si el leonés Alfonso IX moría sin descendencia, se pactó que el reino de León pasaría a ser anexionado por Castilla.
Batalla de Alarcos (1195)

El acuerdo con el reino de León permite a Alfonso VIII romper la tregua que mantenía con los almohades desde 1190 e inicia incursiones que, de la mano del arzobispo de Toledo Martín López de Pisuerga, llegan hasta Sevilla.
El califa almohade Abu Yaqub Yusuf al-Mansur, que se encontraba en el norte de África, cruza el Estrecho de Gibraltar y desembarca en Tarifa al frente de un poderoso ejército con el que se dirige hacia tierras castellanas.
Alfonso VIII recibe la noticia y reúne a su ejército en Toledo y aunque consiguió el apoyo de los reyes de León, Navarra y Aragón para hacer frente a la amenaza almohade, no espera la llegada de dichas tropas y se dirige hacia Alarcos, una ciudad fortaleza en construcción situada a pocos kilómetros de la actual Ciudad Real, junto al río Guadiana, donde el 19 de julio de 1195 sufre una estruendosa derrota que supuso una importante pérdida de territorio y la fijación de la nueva frontera entre Castilla y el Imperio almohade en los Montes de Toledo. Los almohades incluso invadieron el valle del Tajo y asediarían Toledo, Madrid y Guadalajara en el verano de 1197.
Batalla de las Navas de Tolosa
Alfonso VIII se encontró en una peligrosa situación que le llevó a la posibilidad de perder Toledo y todo el valle del Tajo, por lo que el rey solicitó en 1212 al papa Inocencio III la predicación de una Cruzada a la que no sólo respondieron sus súbditos castellanos, sino también los aragoneses con su rey, Pedro II el Católico, los navarros dirigidos por Sancho VII el Fuerte, y las órdenes militares, como las de Calatrava, del Temple, de Santiago y de Malta.
Con todos ellos y tras la recuperación de los enclaves del valle del Guadiana (Calatrava, Alarcos, Benavente, etc.) alcanzó la esperada victoria sobre el califa almohade Miramamolín en la batalla de las Navas de Tolosa, librada el 16 de julio en las inmediaciones de Santa Elena (Provincia de Jaén). Un año más tarde, lograba lo propio en la plaza de Alcaraz, consolidando el poder castellano en toda la meseta manchega.
Muerte y sepultura

Alfonso VIII falleció el día 6 de octubre de 1214, dejando constancia de ello el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada en su obra De rebus Hispaniae:
«Habiendo cumplido LIII años en el Reyno el noble Rey Alfonso, llamó al Rey de Portugal su yerno para verse con él; y habiendo empezado su camino dirigido a Plasencia, última ciudad de su dominio, empezó a enfermar gravemente en cierta aldea de Arévalo que se llama Gutierre Muñoz, donde últimamente, agravado de una fiebre, terminó la vida y sepultó consigo la gloria de Castilla, habiéndose confesado antes con el arzobispo Rodrigo, y recibido el sumo Sacramento del Viático, asistiéndole Tello, obispo de Palencia, y Domingo, de Plasencia.»
El rey y su esposa Leonor recibieron sepultura en el Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos que él mismo había fundado.
Nupcias y descendencia
El rey se casó en septiembre de 1170 en Burgos con Leonor Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania. El matrimonio se efectuó cuando los contrayentes tenían 14 y 10 años, respectivamente. La influencia política y cultural de la reina fue notable.
La pareja tuvo diez hijos de los que quede constancia documental, aunque es probable la existencia de otros hijos no documentados sobre todo dado que hay años en los cuales no se recoge ningún nacimiento teniendo en cuenta que los nacimientos de la pareja se produce cada poco tiempo. La aparición de restos óseos en las tumbas reales pueden avalar esa tesis, en concreto al menos dos.
Berenguela (Segovia, 1 de junio de 1179-Monasterio de las Huelgas, 8 de noviembre de 1246), reina de Castilla y esposa de Alfonso IX de León;
Sancho (5 de abril de 1181-9 de julio de 1181), el primer hijo varón que falleció con tres meses de edad;
Sancha (1182-1184). Su última aparición en la documentación fue en el año 1184. Está enterrada en el panteón familiar en el Monasterio de las Huelgas.
Urraca (1186–2 de noviembre de 1220), reina consorte por su matrimonio en 1211 con Alfonso II de Portugal;
Blanca (Palencia, 1188–Melun, 1252). Fue reina consorte de Francia por su matrimonio en 1200 con Luis VIII y fundadora del monasterio de monjas cistercienses de Maubuisson.
Fernando (Cuenca, 29 de noviembre de 1189–Madrid, 14 de octubre de 1211), heredero;
Mafalda de Castilla (Plasencia, 1191-Salamanca 1204);
Leonor(c. 1190–1244), reina consorte de Aragón por su matrimonio en 1221 con Jaime I de Aragón;
Constanza de Castilla (m. 2 de enero de 1243), señora del monasterio cisterciense de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos;
Enrique (14 de abril de 1204–Palencia, 1217), sucesor de Alfonso VIII, con el nombre de Enrique I.

Leyendas en Sanlúcar de Barrameda y Granada.

El Castillo encantado de Santiago de Sanlúcar de Barrameda
Existe un castillo en Sanlúcar de Barrameda, Cadiz, que cuenta con un montón de historias y anécdotas realmente extrañas y misteriosas.
Fue construido en 1477-8, a finales de la Edad Media, por el II Duque de Medina Sidonia: Don Enrique Pérez de Guzmán y Fonseca el Magnífico.
En su interior suceden cosas extrañas de las que hay numerosos testimonios, como lo que paso durante la construcción del restaurante "La Cantina de la Guardia", en la que unos trabajadores que se quedaron hasta mas tarde de lo habitual, tuvieron que irse corriendo porque les empezaron a arrojar piedras. Según dicen, había una presencia muy enfadada por las reformas del castillo.
Hoy en día, las bombillas explotan, las velas de las mesas a veces se encuentran encendidas solas, y un sin fin de anécdotas de gente que ha visto caras extrañas reflejadas en los cristales de las ventanas.
Y es que este lugar, data de una historia antiquísima que os iremos contando.
Ya en la antigüedad fue un importantísimo puerto para los fenicios, de los que se han encontrado muchos restos de su cultura.
También se sabe de la existencia del Castillo de las Siete Torres, una fortaleza musulmana que defendía la desembocadura del Guadalquivir.


La leyenda de la Dama Blanca de Granada
Hace mucho tiempo, cuando Granada fue conquistada por los cristianos y los Reyes Católicos se hicieron carga de sus posesiones, el secretario de los reyes,  D. Hernando de Zafra, fue el encargado de poner orden,  escribir documentos, escrituras, posesiones a  un sin fin de tierras,  cármenes y palacetes, que habían quedando muchos abandonados y sin dueño.  En agradamiento a tan laborioso trabajo le regalaron un palacete moro, que el secretario derribó para construirse el suyo propio, quedando apodado como El señor del Castril,  ya que era una zona preciosa de Granada, antes de la reconquista, donde residían las mejores familias moras, llena de huertas, palacetes, albercas y acequias que llevaban agua hasta la Alhambra y el Generalife.
Allí se instaló el Señor del Castril, a orillas del Darro, frente a la Alhambra, con su única hija, de gran belleza y juventud,  Elvira, ya que era viudo.
Preocupado por la lozanía de su hija, la mantenía oculta y encerrada en su casa, aunque no pudo impedir que se enamorara de un joven, D. Alfonso Quintanillo, que aunque de buena familia, D. Hernando no quería ni ver.
Aún así, los jóvenes conseguían verse, gracias al capellán de la casa que de vez en cuando, les ayudaba.
En la casa de los Zafra trabajaba un jovencísimo paje al que Dña. Elvira le entregaba las cartas para su amado.
Una noche, mientras Dña. Elvira leía una carta al lado del joven paje, entró su padre D. Hernando. Estaba hecho una furia, había oído que su hija andaba enamorada, y pensando que era el joven paje, le cogió y le ahorcó en la ventana de ese mismo cuarto, el dormitorio de su hija.
D. Hernando gritaba :“Pide cuanta justicia quieras. Ahí ahorcado puede estar esperando la del cielo cuanto tiempo te plazca”.
Tapió la ventana y encerró a Dña. Elvira allí mismo, el resto de su vida, aunque fue corta, porque murió de pena según la leyenda.
Desde entonces, el palacete a cambiado mucho, aunque no, el balcón que sigue tapiado con la inscripción "Esperándola del cielo".
Ahora es el museo arqueológico de granada y cuenta con un montón de testimonios sobre fenómenos inexplicables.
Se cuentan muchas historias sobre la aparición de una extraña mujer morena, de pelo largo y rizado, vestida de blanco y portando una vela, que pasea por los antiguos aposentos de Dña. Elvira.
Los empleados del Museo aseguran que cuando se pasea a solas por estas salas, sientes el aliento de alguien detrás de ti, y la segura sensación de que te están mirando.
También aseguran que se respira una extraña paz.
Una noche, una de las fotocopiadoras se volvió loca y estuvo toda la noche fotocopiando, encontraron entre las copias frases inconexas en un extraño lenguaje.
Se habla de ruidos de voces, de muebles que se arrastran de un sitio a otro, de golpes, de alarmas que saltan solas.