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martes, 17 de diciembre de 2013

Al Bakri y Ibn Tufail

Al Bakri  (1014-1094)
ABU UBAYD ABD ALLAH AL BAKRI nació en Saltés (Huelva) en 1014. Era hijo del gobernador musulmán de la provincia de Huelva y Saltes. Pronto destacó como poeta, historiador y botánico, aunque su mayor fama vendrá de la mano de la Geografía.
Fue en Córdoba donde Al Bakri paso sus primeros años, conociendo por estas fechas a Ibn Hayyan. Su estancia en esta ciudad le valió el sobrenombre de Cordobés (Al Kurtubi).
A la muerte de su padre se trasladó a la fastuosa corte de Almería, cuyo príncipe Al Mutasim realizaba una labor de mecenazgo hacia todos los poetas y artistas de su reino. Más tarde Al Bakri pasó a Sevilla, donde permaneció al lado del rey-poeta Al Mutamid.
Al Bakri profesaba un gran cariño a los libros. Tenía la costumbre de envolverlos en seda, como muestra del afecto que le merecían. Cuéntase también de él, que era muy aficionado a la bebida, refiriendo algunos de sus biógrafos que su cabeza nunca se hallaba libre de los sopores del vino.
Esta afición por el vino y las fiestas se refleja en algunas de sus composiciones poéticas:

Casi no puedo aguardar
que el vaso brille en mi diestra,
beber ansiando el perfume
de rosas y de violetas.
Resuenen, pues, los cantares;
empiece, amigos, la fiesta,
y de oculto a nuestros goces
libre dejando la rienda,
evitemos las miradas
de la censura severa
para retardar la orgía
ningún pretexto nos queda,
porque ya viene la luna
de ayunos y penitencias,
y cometer gran pecado
cuantos entonces se alegran.

Es autor de una completa obra enciclopédica en la que se describen alfabéticamente todos los pueblos, lugares y monumentos de la España árabe.
Emprendió otro trabajo, lamentablemente perdido, en el que describía de modo enciclopédico el mundo entero. Su “Libro de los Itinerarios y de los Reinos” (1068) es una impresionante obra recopilatoria sobre la expansión almorávide en el Magreb, por lo que aporta datos de incuestionable valor histórico y etnográfico sobre los pueblos del sur del Sahara y de las orillas del río Senegal, en torno al año 1040.
Un hecho paradójico en la obra de Al Bakri es la circunstancia de que nunca salió de Al Andalus, por lo que su obra geográfica no puede ser sino recopilaciones, valiéndose de numerosas fuentes, sobresaliendo su curiosidad y sus dotes de ordenación, que hacen de él uno de los principales geógrafos de Al-Andalus.
Al Bakri hubo de consultar la parte geográfica de las Etimologías de San Isidoro, ya que algunos pasajes de su obra son parecidos al del arzobispo de Sevilla. Otra obra geográfica de Al Bakri es un “Diccionario de nombres difíciles” que consiste en un vasto repertorio de topónimos, en su mayoría referentes a Arabia. Escribió igualmente obras de carácter filológico, realizando algunos comentarios a varias obras.
Murió en 1094.
El cráter Al Bakri de la Luna fue nombrado así en su honor.

Ibn Tufail, cuyo nombre completo es Abu Bakr Muhammad ibn Abd al-Malik ibn Muhammad ibn Tufail al-Qaisi al-Andalusi (بكر محمد بن عبد الملك بن محمد بن طفيل القيسي الأندلسي ), también transcrito como Abentofail, nacido en Uadi-Ash, actual Guadix (provincia de Granada, España, si bien según otros autores nació en Purchena o quizá en Tíjola, en la actual provincia de Almería),1 c. 1105/1110 y muerto en Marrakech en 1185, fue un médico, filósofo, matemático y poeta, contemporáneo de Averroes, y discípulo de Avempace. Participó en la vida cultural, política y religiosa de la corte de de los almohades en Granada. En el núcleo de sus ideas filosóficas se encuentra el problema de la unión del entendimiento humano con Dios.

Vida y obra

Por todas partes se extendió la fama de sus conocimientos, disfrutando de la admiración y aprecio de la corte granadina. Fue kátib (secretario) del gobernador de Granada y posteriormente wazir (visir) y médico del príncipe almohade Abu Yaqub Yusuf, quien le distinguió con su amistad, que aprovechó para atraer a la corte a los sabios más eminentes, entre ellos al famoso Averroes.
Su filosofía, como casi todo el mundo islámico, parte del platonismo, pero adaptándose a la mística islámica y como era habitual en la filosofía islámica, conjugando las verdades reveladas por la religión con la especulación filosófica. Recibe el influjo de los primeros introductores del pensamiento de Aristóteles en la filosofía del Islam: Avicena y Avempace.
Escribió entre otras muchas obras: Expugnación de Cafza en África y Risala Hayy ibn Yaqzan fi asrar al-hikma al-mashriqiyya (Carta de Hayy ibn Yaqzan sobre los secretos de la sabiduría oriental), conocida simplemente como El filósofo autodidacta que sigue de cerca El régimen del solitario de Avempace. Es notabilísima esta última por su forma, a la que debe su celebridad. Se trata de un cuento alegórico que se convierte en una parábola de la ascensión mística y los caminos por los que se llega a la Verdad. Es una especie de novela filosófica que recuerda algo al Criticón de Baltasar Gracián.
De esta obra se hicieron varias traducciones conocidas: dos al egipcio; dos alemanas, de Pritins y Eïchhorn; tres inglesas, de Simón Ockley, de Ashwell y de Jorge Keith; una hebrea, de Moisés de Narbona; una holandesa; una francesa de León Gauthier; una española, de Francisco Pons y Boigues, y una al latín por Pococke (1671), quien cambió su título por Philosophus autodidactus (El filósofo autodidacta), cambio perfectamente lógico, por cuanto el personaje principal de esta obra, Hayy, a diferencia del Andrenio del Criticón, no tiene maestros, sino que se educa a sí mismo. En ella, como dijimos, Abentofail plantea cómo el hombre en completa soledad alcanza la unión con Dios mediante el entendimiento. Con esta obra, en el fondo se analizan las opiniones más importantes de los filósofos anteriores a él (Avempace, Algazel, Avicena, o Al-Farabi).
Abentofail pone en forma de novela filosófica el concepto del "solitario" de Avempace (recordemos su obra capital El régimen del solitario), encarnándolo en la persona de Hayy ibn Yaqzan, un joven que, a la manera de un Robinson Crusoe, nace y crece totalmente solo en una isla desierta. El niño, con la fuerza de su sola razón e intelecto, asciende del conocimiento empírico al científico y de este al místico, utilizando la gradación establecida por Avempace, con la diferencia de que el sistema de Avempace se construye a partir de la filosofía de Al-Farabi, e Ibn Tufail lo hace desde la de Avicena, lo que le hace insistir en el carácter gratuito del don místico y en un contenido más iluminativo del mismo.
Más adelante, Hayy ibn Yaqzan entra en contacto con un visitante llamado Absal, que va a la isla para dedicarse también a la contemplación, guiado por las enseñanzas de su religión (que evidentemente refleja la islámica). Ambos se dan cuenta de que buscan lo mismo, pero por diferentes caminos. Con ello Ibn Tufail demuestra que la verdad revelada por la religión y la verdad intelectual filosófica es la misma. Ambos místicos intentan predicar en la isla de origen de Absal, pero el gobernador Salaman y su pueblo se aferran a una religión externa y superficial que les impide entender la rica vida interior y los altos ideales de Absal e Ibn Yaqzan. Por tanto, la verdadera vida intelectual o religiosa (que, es a fin de cuentas, la misma) no se da en una sociedad que practica una religión reducida a ritos formales y al cumplimiento meramente externo e hipócrita de las leyes religiosas.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Hisam III. Ultimo califa de Córdoba.

Hisam III al-Mu'tadd
Hisham ben Muhammad o Hisham III, (en árabe: المعتد بالله” هشام بن محمد), (Córdoba, 975 – Lérida, 1036). Duodécimo y último califa del Califato de Córdoba, desde 1027 a 1031.
Hermano mayor del malogrado califa Abd al-Rahman IV al-Murtada.
Exiliado de Córdoba y refugiado en la corte del reyezuelo de la ciudad, Sulayman ben Hud.
Su reinado coincidió con el final de la institución Califal en al-Andalus, que dio paso al período conocido como el de los reyes de taifas (muluk al-tawaif).

Tras la expulsión de Córdoba del último califa hammudí, Yahya ben Ali ben Hammud, gracias a la colaboración de los reyezuelos de Almería y Denia, Jayran y Muchahid, respectivamente, la nobleza cordobesa, liderada por un miembro de la vieja familia de los Banu Abda, Abu al-Hazam Yahwar, intentó por última vez restaurar el Califato en la persona de un miembro de la dinastía Omeya.
Los notables cordobeses acordaron como requisito para entronizar al candidato que éste fuera reconocido por los numerosos jefes y señores eslavos y andalusíes independientes que pululaban por todo al-Andalus, con el fin de presentarlo como una especie de aglutinador o campeón nacional en la lucha contra el enemigo común, los beréberes, considerados como la única fuente de todos los males que venía sufriendo al-Andalus desde la caída de los amiríes .

Tras una exhaustiva búsqueda de casi un año, se encontró al candidato perfecto... Se trataba de Hisham ben Muhammad ben Abd al-Malik, hermano mayor de Abd al-Rahman IV al-Murtada, el desgraciado héroe de la malograda aventura granadina.
El candidato, que vivía desde los primeros tiempos de la fitna (guerra civil) en el castillo de Alpuente, al noroeste de Valencia, hospedado por el señor de la fortaleza, Abd Allah ben Qasim al-Fihri, no manifestó ninguna prisa por tomar posesión de un trono tan peligroso y problemático como era el cordobés.

Córdoba había dejado de ser una presa codiciable para cualquier príncipe, Omeya o no, que aspirase a un trono vacante.
Todo aquel que se instalaba en el Alcázar de los descendientes del Inmigrado, sabía de sobra que exponía su propia vida por un título despojado de toda su gloria y esplendor del pasado, así como un territorio sobre el que reinar que se extendía un poco más allá de la urde de Córdoba, ya que todas las provincias califales (Sevilla, Granada, Jaén, Elvira, etc), hacía ya mucho tiempo que se habían desentendido de la autoridad Califal, gobernadas por sus respectivas dinastías locales.

De todos modos, Hisham III accedió al requerimiento que se le hacía y fue proclamado Califa con el título o laqab de al-Mutadd bi-llah (El que confía en Alá), aunque continuó viviendo en Alpuente, mientras esperaba que se desvanecieran por completo las susceptibilidades que su nombramiento había suscitado en Córdoba.

Al cabo de dos años y medio de su proclamación, Hisham III hizo su aparición en Córdoba, a la cabeza de un pequeño y anodino séquito, y se instaló en el imponente Alcázar heredado de sus mayores. La impresión que causó a sus nuevos súbditos, que no pudo ser más decepcionante, preludiaba lo que habría de ser su reinado.

Tal como sospecharon todos los cordobeses, el nuevo Califa no se quedó atrás, en cuanto a mediocridad e incapacidad para gobernar, respecto de sus inmediatos predecesores.
Hisham III, recordando los tiempos del califato de Hisham II, delegó el gobierno en su primer ministro, Hakam ben Said, un advenedizo intrigante y antiguo tejedor, al que confirió plenos poderes, mientras que él se preocupaba únicamente de disfrutar con todos los lujos posibles la dorada existencia que le habían procurado los cordobeses.
Hakam asumió el verdadero mando de la nave del Estado, con una actitud arrogante que desembocó en una sucesión interminable de abusos de todo tipo, sobre todo económicos, hasta el punto de que el Tesoro Público fue sangrado hasta su último dinar...
Hakam despidió a casi todos los funcionarios de la Corte, cuyos puestos cubrió con jóvenes libertinos menos escrupulosos si cabe que el visir y el califa, atentos sólo a su medro personal. Para paliar la ausencia del dinero en las arcas públicas, Hakam impuso una serie de impuestos contrarios a la ley coránica con los que pudo recabar el dinero suficiente para cubrir los gastos derrochadores de una Corte abandonada por completo a la lujuria constante y a la deriva administrativa y política.
Ante las lógicas protestas de los juristas coránicos, Hisham III y Hakam amenazaron a éstos con iniciar una represión sangrienta en contra de todo aquel que osara enfrentarse al poder del Califa y al de su visir.
Semejante episodio colmó la paciencia de la aristocracia cordobesa y selló el principio del fin, tanto del reinado de Hisham III como de la propia institución del Califato en al-Andalus.

La aristocracia cordobesa resolvió deshacerse de semejante pelele. Para ello provocaron un levantamiento de la población, liderado por otro familiar de la dinastía Omeya, Umayya ben Abd al-Rahman ben Hisham ben Sulayman, al que la aristocracia cordobesa prometió el trono si asesinaba al odiado visir Hakam.
La promesa como tal no era cierta, ya que los notables cordobeses, con Abu al-Hazam a la cabeza, habían decidido de antemano prescindir definitivamente del Califato como forma de gobierno, dignidad ficticia que ya no correspondía a ninguna realidad, ni temporal ni espiritual, y sustituirlo por un Consejo de Notables que se encargaría de administrar la ciudad y el poco territorio que dependía de ella.

Umayya cumplió con su palabra... Reunió a un nutrido grupo de partidarios descontentos y se apostó con ellos en la calle por la que de ordinario pasaba el visir para ir a palacio. Hakam fue literalmente despedazado, mientras que su cabeza era paseada por la ciudad en el extremo de una pica ante la general alegría de todos los cordobeses.

Una vez calmados los ánimos, el infeliz Umayya fue "invitado" a abandonar la ciudad lo antes posibles, bajo pena de muerte.
Hisham III, al darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor, se refugió, muerto de miedo, en una dependencia de la Mezquita, aprovechando un pasadizo que unía ésta con el Alcázar.
Reunido el Consejo de Notables, el veredicto de la asamblea fue la pena del destierro para el califa destronado. Aunque Hisham III se atrevió todavía a protestar dicha decisión, en el fondo se felicitó por haber podido salvar la vida, cuando la tónica general ante semejante situación no era otra que la pena de muerte o la ejecución inmediata.
Hisham III se exilió en Lérida, donde encontró asilo político bajo la protección de su reyezuelo, Sulayman ben Hud. Muriendo en aquellas tierras, de manera oscura y sin aclarar.

Con este lejano y poco glorioso descendiente de Abd al-Rahman I el Inmigrado, finalizó para siempre la larga nómina de príncipes andalusíes que reinaron en al-Andalus.

Sin duda alguna, el antaño esplendoroso Emirato y Califato cordobés no merecía un final tan triste y patético como el que tuvo, proceso iniciado desde el reinado del cautivo Hisham II y que, en tan sólo un cuarto de siglo, se derrumbó como si de un castillo de naipes se tratase.
Desaparecida la institución Califal, hizo su aparición el período de los reyes de taifas.

jueves, 5 de diciembre de 2013

MUHAMMAD III y su hija Wallada.


Muhammad III " El cobarde "
Muhammad ben Abd al-Rahman ben Abd Allah (en árabe: الرحمن محمد بن عبد بن عبيد الله ), más conocido como Muhammad III.
Décimo primer califa cordobés de al-Andalus y octavo perteneciente a la dinastía omeya, entre 1024 y 1025. Era hijo de Abd al-Rahman, a su vez hijo de Ubayd Allah, uno de los hijos de Abd al-Rahman III. Por tanto, era bisnieto del célebre primer califa.
 Nacido en Córdoba, era hijo de una esclava llamada Hawra y del malocrado Abderramán ben Abd Allah que fue asesinado por mandato de Almanzor. Padre de la famosa poetisa Wallada, solo estuvo poco más de un año en el poder.
Fue elegido califa el 17 de enero de 1024 por los amotinados de una de las numerosas revueltas que asolaban Córdoba. Adoptó el título de al-Mustakfi bi-llah (El que se satisface con Alá) e inmediatamente mandó ejecutar a su predecesor y primo Abderramán V.
Después de ejecutar al califa y sin pedirle su parecer, fue nombrado Califa por unanimidad, a la edad de treinta y ocho años, aunque Muhammad jamás estuvo a la altura de las circustancias...
De naturaleza débil y vida libertina, desde el primer momento desató una desenfrenada venganza contra todos sus enemigos políticos, a los que eliminó sin más, como a su primo Ibn al-Iraqi, al que mandó estrangular después de haberle nombrado su heredero.
A otros los encarceló, caso de gran escritor y poeta Ibn Hazam.
Muhammad III empeoró más la situación al rodearse en la Corte de personas groseras, sin preparación ni escrúpulos para enderezar un reino que naufragaba por todas partes.
El año y medio largo que estuvo en el trono, en medio de grandes desórdenes, se abandonó a la disipación, a la bebida, a la comida y a todo tipo de placeres sexuales, incapaz de hacerse respetar por el pueblo, el cual se mofaba impunemente de él llamándole "miedecillo" o "barriguita", a causa de su conocida cobardía y de su impresionante obesidad.
Semejante acto de depravación e insensatez provocó las iras de los notables de la ciudad, en principio favorables a la dinastía de los Omeyas, pero que, paulatinamente, fueron separándose del califa hasta que cayeron en los brazos del depuesto Califa hammudí Yahya ben Ali ben Hammud, que estaba refugiado en Málaga.
Su pésimo gobierno, caracterizado por medidas arbitrarias y crueles, le hizo perder cualquier apoyo popular. Así, en 1025, cuando tuvo noticias de que Yahya al-Muhtal, uno de sus predecesores en el trono del califato, estaba organizando un ejército para dirigirse a Córdoba, decidió huir de la capital disfrazado de mujer y refugiarse en la Marca Superior, la zona fronteriza con capital en Zaragoza; pero antes de poder llegar, fue asesinado en Uclés (Cuenca).

Su hija fue la famosa poetisa Wallada, hija de la esclava cristiana Amin'am.

WALLADA.

WALLADA BINT AL MUSTAKFI o WALADA ALMOSTACFI también conocida simplemente con el nombre de WALLADA, nació en Córdoba en el año 994. Fue hija del califa Omeya Muhammad Mustafkí.

Fue famosa por su gran talento poético y fue la más célebre de las escritoras andalusíes, pero de igual modo mujer de una belleza apabullante: hermosa figura, tez blanca, ojos azules, pelirroja... el ideal de la época.
Tras la muerte de su padre, con apenas 17 años, prescindiendo de toda tutela masculina, abrió palacio y salón literario en Córdoba, donde ofrecía instrucción en la poesía y el canto a hijas de familias poderosas y acaso instruía a esclavas en la poesía, el canto y las artes del amor. Al cabo ella era hija de Amin Am, una esclava cristiana enviada a cultivarse a Medina, y su nodriza y maestra fue la esclava negra Safia.
Entre sus alumnas destacó Muhya Bint Al Tayyani, una joven de condición muy humilde (hija de un vendedor de higos) a la que acogió en su casa y que terminó denigrándola en crueles sátiras.

Su posición privilegiada en lo social le da un carácter excepcional, aunque la personalidad de Wallada, sensible y refinada, hubiese destacado de todos modos, ya que Wallada era la mujer más culta, famosa y escandalosa de Córdoba. Se paseaba sin velo por la calle y, a la moda de los harenes de Bagdad, lleva versos suyos bordados en la orla de su vestido o en túnicas transparentes. La leyenda dice que en el lado izquierdo rezaba:

"Por Alá, que merezco cualquier grandeza 
y sigo con orgullo mi camino"


y en el derecho:
"Doy gustosa a mi amante mi mejilla 
y doy mis besos para quien los quiera".


Apenas se conservan nueve poemas suyos, de los cuales cinco son satíricos, se ha visto rodeada de una cierta fama de atrevida y mordaz. Además algunas alusiones un poco subidas de tono, en sus versos, seguramente unidas a las represalias de sus enemigos, motivaron que pasara a la historia como inmoral y libertina, a lo cual contribuye el hecho de que no se casó nunca, y se le conocieron varios amantes.

A los 20 años conoció al hombre que marcó para siempre su vida. Fue en una noche de fiesta poética, jugando a completarse poemas según la costumbre cordobesa de entonces. Su historia de amor y desamor con Ibn Zaydum (noble de excelente posición, con gran influencia política y el intelectual más elegante y atractivo del momento) se convirtió en una leyenda. Fue el choque de dos vanidades literarias, en la que ella tomó la iniciativa Tras unos amores estrepitosos, apasionados, públicos y versificados, pronto se rompió el idilio.
De esta relación nacieron varios de los poemas que se conservan de ella. Poemas que tuvieron la misión de ser cartas entre los amantes, dos expresan los celos, la añoranza y los deseos de encontrarse; otro, la decepción, el dolor y el reproche; cinco son duras sátiras contra su amante, al que reprocha entre otras cosas tener amantes masculinos, y el último alude a su libertad e independencia.

Cuando rompió su relación con Ibn Zaydum, se hizo amante del hombre fuerte de Córdoba, el visir Ibn Abdus, rival político y enemigo personal de Ibn Zaydun, al que privó de sus bienes y acabó metiendo en la cárcel. En esa época de cautiverio físico y amoroso escribió Ibn Zaydun sus poemas más famosos. Pero Wallada no quiso volver a verlo. Eso es lo que creó realmente la leyenda. Ibn Zaydun, tras recobrar la libertad, recorría de noche los palacios arruinados de Medina Al Zahara, símbolos de una pasión destruida. Cuenta la leyenda que toda Córdoba lo vio errante y ojeroso, enfermo de amor, y supo de sus poemas sumisos, implorando el perdón que nunca le fue concedido.
Arruinada en su fortuna y su crédito, Wallada recorrió la España de los reinos de Taifa, quizá también la cristiana, exhibiendo su talento y acaso otorgando sus favores, pero siempre volvió a Ibn Abdús, en cuyo palacio acabó viviendo aunque sin casarse con él y bajo cuya protección le sobrevivió, siempre altiva y hermosa, hasta cumplidos los 80 años.

Muere el 26 de marzo de 1091, día en que los almorávides entran en Córdoba.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Califas: Yahya al-Muhtal y Abderramán V " El breve "

Yahya al-Muhtal (en árabe: المعتلي يحي بن علي ). Noveno califa del Califato de Córdoba; tercero y último perteneciente a la dinastía hammudí, entre 1021 y 1023 y entre 1025 y 1026, y fundador y primer rey de la taifa de Málaga.
Hijo del califa Alí ben Hamud al-Nasir, se negó a reconocer como sucesor de su padre a su tío Al-Qasim al-Mamun por lo que en 1021 abandonó el gobierno de la ciudad de Ceuta, que había heredado de su difunto padre cuando este accedió al califato. Tras desembarcar en Málaga, se dirigió al frente de un ejército bereber hacía Córdoba.

Primer califato

Ante la inminente llegada de Yahya, Al-Qasim huyó de la capital del califato y se refugió en Sevilla, dando lugar al primer periodo de gobierno de su sobrino Yahya al-Muhtal que adoptará el título de al-Mutali bi-llah (El elevado por Alá) y que se prolongó hasta febrero de 1023, fecha en la que Al-Qasim recuperó brevemente el trono.
Tras verse obligado a abandonar nuevamente el trono califal, Al-Qasim tuvo que abandonar por segunda vez Córdoba, hecho que sin embargo no sirvió para que Yahya al-Muhtal recuperara el trono, ya que los partidarios de los omeyas cordobeses eligieron como nuevo califa a Abderramán V y posteriormente a Muhammad III.
Durante la etapa en la que en Córdoba volvió a gobernar la dinastía omeya, el hammudí Yahya al-Muthal, asentado en Málaga, apresó a su tío Al-Qasim que se había refugiado en Jerez, haciéndolo ejecutar, y esperó su oportunidad para recuperar el trono cordobés.

Segundo califato
La ocasión se le presentó en 1025, cuando el entonces califa Muhammad III, al recibir la noticia de que Yahya preparaba un ejército para conquistar Córdoba, huyó de la ciudad, lo que facilitó que éste entrara en la ciudad (9 de noviembre) con lo que inició su segundo periodo como califa. Su gobierno se caracterizó porque lo delegó en su visir Abu Chafar Ahmad ben Musa, mientras él se instalaba en su más seguro feudo de Málaga.
Este hecho, junto a los desórdenes que se sucedieron en Córdoba, hicieron que la dinastía hammudí fuera definitivamente expulsada del califato de Córdoba, cuando en junio de 1026 los cordobeses expulsaron al visir que Yahya al-Muhtal había dejado en la ciudad y eligieron al que sería el último califa del califato, el omeya Hisham III.

Rey taifa de Málaga
Tras su expulsión del trono califal, Yahya al-Muhtal se estableció en Málaga donde crearía la Taifa de Málaga al unir bajo su mandato las coras de Rayya (Málaga) y al-Yazirat (Algeciras) .

Abderramán V " El breve "
Séptimo Califa cordobés de al-Andalus, hermano de Muhammad II al-Mahdi y bisnieto del gran Califa Abd al-Rahman III, tuvo el honor de restaurar en el Califato a la dinastía Omeya, aunque su reinado fue el más corto -tan sólo de cuarenta y siete días- de toda la historia de al-Andalus.
Tras la expulsión del califa hammudí al-Qasim ibn Hammud, los cordobeses decidieron confiar de nuevo sus destinos en un príncipe de origen Omeya.
Así que se procedió a la elección de califa entre los tres candidatos posibles, todos ellos descendientes directos de Abd al-Rahman III:
-Sulayman, hijo del malogrado califa Abd al-Rahman IV al-Murtada.
-Muhammad ben al-Iraqi
-Abd al-Rahman ben Hisham ben Abd al-Chabbar.

Cuando todo hacía prever que la elección recaería sobre el primero de ellos, Abd al-Rahman hizo una entrada de fuerza espectacular en la Mezquita Aljama, acompañado de un impresionante aparato militar, acto con el que se impuso a la multitud allí congregada.
El pretendiente fue inmediatamente reconocido por todos y entronizado como Califa con el título o laqab de al-Mustazhir bi-llah (El que implora el socorro de Alá).

A pesar de tener cierta capacidad para la política y de poseer una gran cultura y sensibilidad artística, su corta edad (Veintitres años) e inexperiencia en los asuntos de Estado, además de su falta de autoridad para imponerse en un período de crisis tan acuciante como el que le tocó en suerte provocaron su rápida defenestración.
Y aunque supo rodearse de consejeros de valía, como Abu Amir ben Shuhayd, Abd al-Wahhub ben Hazam y el gran escritor Ali Ibn Hazam, le faltó tiempo para restaurar la tradición de los grandes Emires y Califas de su dinastía, tal como era su propósito.

Abd al-Rahman V heredó una califato con el Tesoro Público totalmente esquilmado...
Las escasas rentas que pudo recabar apenas llegaban para pagar a la mitad de todos los funcionarios que había reclutado.
Semejante panorama le indujo, en contra de sus principios y voluntad, a iniciar una serie de expediciones ilegales para recabar dinero, lo que le granjeó la enemistad de la pequeña burguesía y de los estamentos más bajos de Córdoba, grupos ambos que fueron los más perjudicados. Asimismo, como también carecía de un ejército medianamente competente para afrontar cualquier tipo de ataque exterior, el nuevo califa acogió con muestras de alegría a un escuadrón beréber que llegó a Córdoba a ofrecerle sus servicios.
Semejante imprudencia bastó para desencadenar un violento motín en Córdoba.
La población acorraló a los odiados norteafricanos para, acto seguido, invadir el palacio Califal.

Abderraman V al ver que la plebe enloquecida había entrado en palacio, se escondió en el depósito de leña destinado a los baños reales.
En el fragor de la revuelta, los amotinados encontraron en palacio a otro miembro de la familia Omeya, también bisnieto de Abd al-Rahman III, llamado Muhammad ben Abd al-Rahman ben Ubayd Allah, el cual se había escondido temiendo por su propia vida.
Sin tan siguiera pedirle su parecer, los amotinados aclamaron al Omeya como nuevo Califa y le coronaron ese mismo día.
Abderramán V murió en la ciudad ajusticiado por su primo y sucesor Muhammad III.

martes, 26 de noviembre de 2013

Califas: Alí ben Hamud al-Nasir, Abderramán IV y Al-Qasim al-Mamum

Alí ben Hamud al-Nasir (en árabe: الناصر علي بن حمود ). Sexto califa del Califato de Córdoba, primero perteneciente a la dinastía hammudí, desde 1016 a 1018.
Fue nombrado gobernador de Ceuta por el califa Sulaiman al-Mustain, dentro de su línea política de distribuir el gobierno del califato entre las distintas familias con influencia para así acabar con la anarquía en que se hallaba sumido el reino. Alí ben Hamud pronto fijó su objetivo político en hacerse nombrar califa, para lo cual no dudo en presentarse como descendiente directo de Alí, el yerno de Mahoma.
Tras desembarcar en Algeciras y apoderarse de Málaga, se dirigió a Córdoba, conquistándola el 1 de julio de 1016. Tras decapitar a Sulaiman, se proclamó califa adoptando el título de al-Nasir li-din Alláh (el defensor de la religión de Alá).
Su política de estricta observancia de las leyes, junto al trato igualitario dado a las distintas etnias dominantes en el califato, hizo que fuera inicialmente aceptado por el pueblo. Pero la aparición en escena de un pretendiente al trono en la figura del omeya Abderramán IV, hizo que el hasta entonces prudente Alí ben Hamud buscase apoyo entre los bereberes y se apartase tanto de árabes como de eslavos. Ello hizo que perdiera la aceptación popular de la que había gozado hasta entonces y fuese asesinado el 22 de marzo de 1018.
A su muerte, y junto a Abderramán IV, surgió otro pretendiente al trono: el hermano de Alí ben Hamud y gobernador de Sevilla, Al-Qasim al-Mamun.
Como sucesor de Alí se considera a Abderramán IV quien, aunque fue proclamado califa el 29 de abril de 1018, nunca llegó a penetrar en Córdoba para hacer valer sus pretensiones, por lo que su califato fue exclusivamente nominal.

Abderramán IV(en árabe: عبد الرحمن بن محمد)
De nombre completo Abd al-Rahman ben Muhammad ben Abd al-Malik, séptimo califa cordobés de al-Andalus. Era hijo de Muhammad y nieto de Abd al-Malik, uno de los hijos de Abd al-Rahman III. Por tanto, era bisnieto del célebre primer Califa.
Nació en Córdoba aunque la fecha está sin determinar.
Al iniciarse las luchas por el poder en tiempos del Califa Hisham II, se retiró de la corte cordobesa.
El príncipe Omeya fue rescatado de su dorado exilio valenciano por Jayran de Almería y por el tuchibí Mundhir ben Yahya de Zaragoza, los cuales le pusieron a la cabeza de los ejércitos sublevados del este peninsular con el objetivo de derrocar a la dinastía hammudí reinante en Córdoba.
Abd al-Rahman también contó con la colaboración de un importante contingente de tropas aportadas por el conde de Barcelona.
Las fuerzas rebeldes se concentraron en Játiva, lugar al que acudió el pretendiente omeya para encabezar el grueso del ejército que debía dirigirse a Córdoba, pasando primero por Jaén para conquistarla y establecer una cabeza de puente que controlara los accesos y rutas hacia el sur.
Al frente de un poderoso ejército, cuando Abderramán se disponía a marchar contra Córdoba, tras haber conquistado Jaén, conoció la noticia de que Alí ben Hamud había sido asesinado y que sus partidarios habían reclamado al hermano de este, que ejercía de gobernador de Sevilla, para que ocupara el trono vacante.
Los seguidores de los Omeyas reaccionaron, proclamando a Abderramán como Califa, que adoptó el título de al-Murtada (El que goza de la satisfacción divina). Era el 29 de abril de 1018.
Abderramán IV no resultó ser, sin embargo, el gobernante manejable que sus patrocinadores habían creído...
Proclamado califa no llegó a reinar. Los mismos que le habían encumbrado, aprovechando el ataque que las tropas Omeyas realizaban contra Guadix, lo traicionaron, y tras ser derrotado en el campo de batalla, fue asesinado.
Al Murtada es alabado por sus virtudes, por su austeridad... se dice que nunca vistió de seda.
De su familia se conocen dos hermanos, al Hakam, el ciego y Hisam III. Este último, después de la batalla de Granada, en la que también participó, se refugió en Alpuente, donde residió acogido por el emir Abd Allah ibn Qasim hasta 1029, aunque en 1027 había sido proclamado califa con el nombre de al Mutadd.


Al-Qasim al-Mamum (en árabe: المأمون القاسم بن حمود ). Octavo califa del Califato de Córdoba, segundo perteneciente a la dinastía hammudí, entre 1018 y 1021 y en 1023.
Primer califato
Gobernador de Sevilla, durante el vacío de poder producido tras el asesinato, el 22 de marzo de 1018, de su hermano el califa Alí ben Hamud al-Nasir, sus seguidores le hicieron acudir a la ciudad de Córdoba y lo proclamaron nuevo califa asumiendo el título de al-Mamum (el que inspira confianza). Simultáneamente, los omeyas proclamaban califa a un miembro de su familia, Abderramán IV, quien al frente de un poderoso ejército se puso en marcha hacia la capital califal.
Este primer escollo en el reinado de Al-Qasim se solucionó cuando Abderraman fue traicionado por sus aliados y encontró la muerte en el asedio a la ciudad de Guadix. Ello le permitió gobernar durante tres años en una relativa calma, hasta que, en 1021, su sobrino Yahya al-Muhtal reclamó el trono alegando ser el legítimo heredero de su padre, el anterior califa Alí ben Hamud al Nasir, y al frente de un ejército se dirigió a Córdoba.
Al-Qasim, sin el apoyo bereber que hasta entonces lo había mantenido en el trono, abandonó la capital califal y se refugió en Sevilla, lo que permitió a Yahya proclamarse califa (13 de agosto de 1021).
Durante poco más de un año coexistieron dos califas, uno en Córdoba y otro en Sevilla, pero la incapacidad de Yahya para sofocar las continuas rebeliones que se produjeron en su corte le obligó, en febrero de 1023, a abandonar su capital y a dejar libre el camino a su tío Al-Qasim, que así pudo regresar a Córdoba y recuperar el califato.
Segundo califato
El segundo periodo como califa sólo se extendió hasta agosto de 1023, cuando Al-Qasim, ante la sublevación de los cordobeses por su mal gobierno, se vio obligado a refugiarse en Jerez, dejando Córdoba nuevamente en manos de su sobrino Yahya. Tras ser hecho prisionero y encarcelado en Málaga, falleció unos años después.



domingo, 24 de noviembre de 2013

La Fitna de al-Ándalus

La Fitna de al-Ándalus (1009–1031) fue el período de inestabilidad y guerra civil que supuso el colapso del Califato de Córdoba y la aparición de los primeros reinos de taifas.
Comenzó en 1009 con la Revolución cordobesa, un golpe de Estado que supuso el asesinato de Abderramán Sanchuelo, hijo de Almanzor, la deposición del califa Hisham II y el ascenso al poder de Muhammad ibn Hisham ibn Abd al-Yabbar, bisnieto de Abderramán III. Dividido todo el territorio andalusí en una serie de reinos taifas, se considera que la fitna llegó a su fin con la abolición definitiva del Califato en 1031, aunque varios reyezuelos siguieran proclamándose califas. En el trasfondo de los problemas políticos se hallaban las purgas realizadas por Almanzor en el seno de la dinastía Omeya cordobesa, y la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos amiríes.
A lo largo del conflicto, los diversos contendientes llamaron en su ayuda a los reinos cristianos. Córdoba y sus arrabales fueron saqueados repetidas veces, y sus monumentos, entre ellos el Alcázar y Medina Azahara, destruidos. La capital llegó a trasladarse temporalmente a Málaga. En poco más de veinte años se sucedieron 10 califas distintos (entre ellos Hisham II restaurado), pertenecientes tres de ellos a una dinastía distinta de la Omeya, la hammudí.
Las causas
Hasta la muerte de Al-Hakam II, en 976, el Califato de Córdoba, conformaba un Estado poderoso, respetado y temido por los reinos cristianos. A su muerte, su hijo Hisham II era todavía un niño, por lo que el visir Al-Mansûr (Almanzor) maniobró para hacerse con el poder, usurpándolo a los Omeyas y haciendo del Califa un simple títere. La fuerza del Califato residía en la unidad de las diferentes etnias islámicas, tras las terribles guerras civiles que habían desangrado el Emirato. Para asegurar y conservar su poder, Almanzor favoreció a los berebereses en detrimento del resto, situación que transmitió a su hijo Abd al-Malik al-Muzaffar. Sin embargo, ante la percepción del debilitamiento del poder amirí, el gobierno de éste último fue sacudido por numerosos complós. Abd al-Malik murió en 1008, dejando el poder a su hermano Abd al-Rahman Sanjul, o Abderramán Sanchuelo. Éste último persuadiría al califa Hisham II para que le designara heredero legítimo del Califato, lo que colmó el vaso y provocó un golpe de Estado por parte de los últimos miembros supervivientes de la dinastía Omeya.
La guerra civil
Aprovechando la ausencia de Sanchuelo, quien había partido a combatir al rey Alfonso V de León, el omeya Muhammad II al-Mahdi destronó a su primo el califa Hisham II (1009). Sanchuelo volvió a toda prisa Córdoba, pero la moral de su ejército se encontraba por los suelos, por lo que la mayor parte de los soldados desertaron. Sanchuelo cayó prisionero y fue ejecutado.
Debido a este episodio, el poder e influencia de Muhammad se erosionó con rapidez, dando lugar a la creación de un nuevo bloque opositor alrededor de la figura de otro omeya, Sulaiman al-Mustain. Apoyado por los bereberes, logró apresar a Muhammad y convertirse en califa (1009).
Estas luchas incitaron a los Banu Hamud, una poderosa familia de Málaga y Algeciras, a autoproclamarse califas y marchar sobre Córdoba, donde destronaron a Sulaiman. SIn embargo, apenas lograron mantenerse en el poder unos pocos años (1023).
Un nuevo omeya, Abderramán V, se convirtió entonces en califa (1023), pero el descontento generado al establecer un nuevo impuesto para llenar las vacías arcas del Estado provocó una nueva revolución y su caída, ya que la medida pesó fuertemente sobre la población. Otros tres califas, dos omeyas y uno hammudí se sucedieron hasta 1031, fecha en que las élites de Córdoba abolieron el califato y establecieron un república independiente. Sin embargo, varios de los nuevos reyes de taifas siguieron proclamándose califas.
Consecuencias
El movimiento, iniciado por los Banu Hamud con la proclamación de los reinos de Málaga y Algeciras, se generalizará durante este período y conducirá a la fragmentación del califato y a los primeros reinos de taifas. Este no será un periodo pacífico, ya que los distintos reinos de taifas combatirán entre sí. No será hasta el año 1085, tras la Reconquista de algunos de estos taifas por los cristianos, que los almorávides llegarán a España para reunificar al-Ándalus.

Los Hammudies o Banu Hamud (en árabe: بنو حمود) constituyen una dinastía de etnia bereber fundada por Alí ben Hamud al-Nasir, y cuyos ancestros se encuentran en los idrisíes al descender del fundador de estos, Idrís I.
Originarios de Marruecos, se asentaron en Al-Ándalus en los años finales del siglo X y se hicieron con el Califato de Córdoba en 1016 cuando Alí ben Hamud al-Nasir hizo decapitar al califa omeya Sulaiman al-Mustain.
Esta dinastía proporcionó, además de Alí ben Hamud al-Nasir, otros dos califas cordobeses: Al-Qasim al-Mamun y Yahya al-Muhtal; y, tras la desintegración del califato cordobés, varios reyes en las taifas de Málaga y Algeciras.
Se mantuvieron en el poder hasta mediados del siglo XI cuando en 1055 la taifa de Algeciras fue conquistada por la taifa de Sevilla, y en 1057 la taifa de Málaga pasó a ser dominada por la Dinastia Zirí.

Gobernantes hammudíes:

Califas de Córdoba

Alí ben Hamud al-Nasir
Al-Qasim al-Mamun
Yahya al-Muhtal

Reyes taifas de Málaga

Yahya al-Muhtal
Idris I al-Muta'ayyad
Yahya II al-Qa'im
Hasan al-Mustansir
Idris II al-Alí
Muhammad I al-Mahdi
Idris III al Sami
Muhammad II al-Musta'li
Yahya III al-Mahdi


jueves, 21 de noviembre de 2013

Ibn Al Jatib

Ibn Al Jatib (1313-1374)
ABU ABD ALLAH MUHAMMAD IBN SAID IBN AL JATIB LISAN AL DIN AL SALMANI también conocido como IBN AL JATIB o ABEN AL JATHIB, nació en Loja (Granada) en 1313.
Es, con mucho, el autor más biografiado por la historiografía moderna y contemporánea. Originario de una familia de ascendencia cordobesa, recibió su primera educación de la mano y el conocimiento de su padre y de otros eruditos de la época, haciendo el tradicional aprendizaje primario, compuesto de la enseñanza de las ciencias del Islam, gramática, poesía y ciencias naturales.
Ya en Granada, ciudad a la que se trasladaron sus padres, Ibn Al Jatib (el hijo del predicador) hizo sus estudios bajo la dirección de sus más importantes educadores, cultivando las ciencias filosóficas y adquiriendo importantes conocimientos en medicina. Gran aficionado a las letras, nuestro personaje desarrollaría una excelente habilidad literaria, evidenciando grandes dotes como poeta y epistológrafo.
A pesar de su temprana relación con la corte nasrí, no es posible afirmar que hubiese entrado oficialmente en ella hasta que ocupara el trono Yusuf I. A la muerte de su padre en 1340, Ibn Al Jatib, ocuparía el cargo de secretario en el departamento de correspondencia.

El ascenso de Ibn Al Yayyab, su principal mentor, hasta el visirato propiciaría el paralelo ascenso de Ibn Al Jatib; y más aún, la muerte de aquel, acaecida en 1349, permitiría que recibiera de Yusuf I el importante cargo de Jefe de la Secretaría real, dignidad a la que unió la de ministro y el mando militar, entre otras varias responsabilidades. Así pues, Ibn Al Jatib, con poderes y confianza sin límites, y gracias a su extraordinaria capacidad de trabajo intelectual y político, y a su cada vez más sólida situación económica, acrecentaría sin freno su prestigio personal.
Con la proclamación del nuevo monarca Muhammad V, Ibn Al Jatib viviría un tiempo en compás de espera como lugarteniente del liberto Ridwan, autentico hombre fuerte de la corte en aquel momento. Entonces tendría tiempo para demostrar sus grandes cualidades para la diplomacia, trasladándose a la corte merinida de Abu Inan, para solicitar el apoyo de este príncipe contra las armas extranjeras de los castellano-leoneses. Ibn al-Jatíb se presentó en dicha audiencia regia, adelantándose a los visires y jurisconsultos que formaban parte de la embajada, y dirigiéndose al propio Abu Inan solicitaría permiso para recitar, de forma literaria, su misión, antes de entrar a parlamentar. El príncipe accedió a ello, y encontrando muy hermosas sus palabras. A continuación colmaría de mercedes e infinidad de regalos a los miembros de la embajada y, antes de despedirlos, les concedió cuanto solicitaron.
Merced a estas habilidades no tardó Ibn Al Jatib en ganar el título político de doble visir que tradicionalmente se concedía a los visires con poderes ejecutivos. Su influencia en la corte y su riqueza provocarían la envidia de los cortesanos, hasta que uno de sus discípulos, el poeta Ibn Zamrak, de la escuela maliquí, conspirara contra él, acusándole de deslealtad al Islam, debido a los postulados sufistas que profesaba.
Fue exiliado a Fez, en donde disfrutaría de un tiempo de vida especialmente agradable bajo la protección del rey merinida, coincidiendo en el tiempo con el destronado Muhammad V. Durante este periodo Ibn Al Jatib también residiría en la ciudad de Sale, hasta el año 1362, en que Muhammad V recuperara nuevamente el trono de Granada, reclamando su regreso para reponerlo en el puesto que había ocupado hasta el exilio.
Ibn Al Jatib había quedado marcado por la desconfianza, a pesar de recobrar altas dignidades y poderes; tantos y tan grandes, que los familiares del príncipe y otros cortesanos comenzaron a levantar contra él todo género de intrigas y calumnias, fundamentalmente referidas a su concepción materialista de la vida. Ibn Al Jatib, advertido de las conspiraciones que se urdían contra él, llegaría a concebir la idea de abandonar la
corte andalusí en busca de seguridad, y bajo la excusa de encabezar una misión para inspeccionar las fortalezas que cubrían la parte occidental del reino andaluz de Granada, huye camino de Tremecén en el 1371-1372, buscando la protección del sultán Abd Al Aziz.
En el año 1372, muerto Abd Al Aziz, los meriníes dejarían la ciudad de Tremecén, regresando al Magreb, cosa que también haría Ibn Al Jatib, que se estableció en Fez, rodeándose de numerosas propiedades, tierras y excelentes casas con hermosos jardines. Pero todos los enemigos no habían se quedado en Granada; el ministro Sulayman Ibn Dawud guardaba también sus cuentas pendientes, e Ibn Al Jatib fue arrestado. Acusado de heterodoxia por los dignatarios granadinos –sus antiguos alumnos y amigos- fue sometido a tortura y encarcelado.
Por órdenes secretas del ministro Abd Al Aziz, y aprovechando la noche, una gavilla de gente asalariada, a la cual se unieron los enviados andaluces, forzaron las puertas de la prisión y estrangularon a Ibn Al Jatib. Al día siguiente se le enterró en el cementerio de la Puerta de Mahruk, y un día más tarde su cadáver aparecería exhumado y quemado al borde de la fosa.
Durante los días de su prisión, el desventurado lbn Al Jatib se preparaba para bien morir: aún tuvo el valor suficiente para coordinar sus ideas y componer muchas elegías sobre el triste fin que le esperaba.

Tan trágico fin tuvo Ibn al-Jatib, cuya privilegiada naturaleza y su incansable actividad se entreveró de forma solicitada por dos fuerzas distintas que tiraban de él a la par: los ideales políticos, con sus luchas despiadadas, y los dulces goces en el cultivo de las letras.
Murió en 1374

SU OBRA:
Las producciones históricas de Ibn Al Jatib, así como sus ensayos filosóficos, poesías y demás obras literarias son numerosas:
“El círculo” (La Ihata): Versa sobre la historia de Granada. , alabando sobremanera a su patria andaluza La obra fue escrita aproximadamente sobre el año 1369.
“El libro del complemento” : Como señala su título, sirve de complemento a la obra anterior, y que se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.674.
“Las vestiduras bordadas” : Se trata de una obra que compila la historia de los califas de Oriente y otras noticias de la historia de Al-Andalus y de África. Existen dos ejemplares de esta misma obra en El Escorial con los números 1.771 y 1.772 .
“Esplendor del plenilunio” : Es un trabajo histórico de Ibn Al Jatib que trata de la dinastía nasrí (nazerita o nasrita), texto que también se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.771 bis.
“Yerba olorosa de los cátibes o secretarios y apacentamiento de las cosas que acontecieron” : Se encuentra en El Escoríal, con el número 304 bis. Libro Epistolar.
”Evacuación de la alforja sobre lo agradable del viaje o emigración a país extranjero” : En cuatro tomos, se refiere a numerosas ciudades de las que da noticias, mencionando igualmente a sus sabios, bibliófilos y bibliotecas. Esta obra se encuentra en El Escorial con el número 1.150.
”Viaje a África y regreso a Andalucía” : Es una disertación histórica en la que el autor refiere las peripecias de sus viajes y las felicitaciones que recibió por esta empresa. De igual forma señala la magnificencia de las ciudades andaluzas en relación con lo conocido en África, así como del carácter extraordinario de las instituciones nacionales andaluzas y de lo visto en el Magreb.
”Excelencias de Málaga y Salé” : Con este parangón Ibn Al Jatib quiere demostrar las excelencias de Al Andalus, incluso desde el siglo XIV, marcado ya por la decadencia y por una persistente dominación de los reinos extranjeros peninsulares, y de las corrientes ideológicas e invasoras africanas. Igualmente, señala la enemistad pertinaz que en aquel período existía entre los andaluces y los beréberes, mostrando nuestro autor un auténtico sentimiento antibereber. Ibn Al Jatib aparece en esta obra marcado por un fuerte nacionalismo andaluz, juzgando de una forma crítica tanto a los líderes musulmanes africanos como a los cristianos peninsulares.

Como poeta, además de obras editadas, parte de esa poesía se grabó en las paredes de aquella Alhambra que él tan bien conoció, concretamente en las tacas de entrada del Salón de Embajadores. Una de ellas comienza así:
"Gano en gala y corona a las hermosas; bajan a mí los astros del Zodíaco"
A parte de haber dejado escritos sus versos para la posteridad en los muros del palacio más suntuoso construido hasta el momento en la Península Ibérica, un notorio número de poemas que aún siguen vivos en el contenido de la nubas que se cantan en el repertorio de la música andalusí
A su gloria y valor personal, así como sus éxitos y habilidades políticas, se le une la tragedia en el ocaso de su vida, lo que hace de su persona una figura admirable que merece el más alto reconocimiento por la Historia.
Si en vida fue conocido por el Laqab de Lisan al-Din (Lengua de la Religión), tras su indigna muerte, fue conocido como Du l-qabrayn, (el de las dos tumbas), Du l-‘amrayn (el de las dos vidas) y Du l-miyatatayn (el de las dos muertes).

lunes, 18 de noviembre de 2013

Segundo reinado de Muhammad al-Madhi.

   Se podría decir que al-Andalus estaba ya partido entre los que reconocían a al-Madhí y los que reconocían a Sulayman al-Mustaín. El primero se refugió en Toledo, donde se le acogió con simpatía y ayudado por Wadith y pactando con los condes Ramón Borrell II y Ermengol de Urgel, reunieron alrededor de  unos 40.000 hombres. Sulayman sólo contaba con sus escuadrones beréberes, pues los cordobeses se negaron a prestarle ayuda. En el encuentro de ambos ejércitos, un mal entendido por parte de Sulayman provocó la desbandada de los suyos. Los beréberes apenas tuvieron tiempo de llegar a Madinat al-Zahra y recoger a sus familias, mientras su jefe huía a Játiva. Al día siguiente, Muhammad II al-Madhí, con Wadith y las tropas francas entraban en Córdoba y comenzaba su segundo reinado, que iba a ser más leve, aún, que el primero. El erario público estaba vacío, y hubo que pedir dinero a los cordobeses para pagar las deudas contraídas con los auxiliares catalanes.
   Salieron en persecución de los beréberes, tal como deseaban los catalanes, pero en esta ocasión se volvieron las tornas. Los alcanzaron cerca de Ronda y sufrieron una gran derrota, en la que murieron por lo menos, 3.000 francos y el tesorero judío de Ramón Borrell. Como todos iban cargados de monedas de oro y plata, los beréberes consiguieron un magnífico botín. Las tropas catalanas regresaron a sus tierras y al-Madhí se tuvo que limitar a estar a la defensiva, protegiendo lo mejor que pudo, la ciudad.
   Wadith, que siempre le había sido fiel, bien pronto comprendió que volvía a las malas maneras de su primer reinado. Al-Mahdí era un hombre vulgar, un libertino, carente de educación y de escrúpulos. Se dejó ganar por algunos eslavos amiríes, que se encontraban en Játiva y urdieron derrocar a Muhammad II y reponer el auténtico califa omeya, al pobre Hisham II. El 23 de julio de 1010, Muhammad II al-Mahdí caía asesinado dentro del mismo Alcázar por unos oficiales eslavos.

Hisham II, de nuevo en el trono.


   Las cosas se fueron complicando. Frente al partido beréber se formó el partido eslavo del general Wadih y la vuelta de Hisham II, no supuso la unión de unos y de otros, de todos los musulmanes de al-Andalus alrededor del califa omeya, que por otra parte, continuó siendo un juguete del general como antes lo fuera de los amiríes.

   El 4 de noviembre de 1010, los beréberes asaltaron Madinat al-Zahra, asesinaron a la guarnición y se asentaron en ella hasta la primavera, bloqueando Córdoba con la intención de rendirla por hambre. Cuando la situación era más crítica, llegó la embajada de Sancho García reclamando las plazas prometidas y no entregadas. Los beréberes desviaron la embajada a Hisham y al primer ministro Wadih, que tuvieron que pasar por la humillación de ceder a Sancho García las plazas de San Esteban de Gormaz, Clunia y Osma, donde, durante tantos años, había ondeado el pendón blanco de los omeyas.
   Sitiados como estaban, los cordobeses se negaban a oír hablar de paz y, por otro lado, querían que se combatiese a los sitiadores pero sin poner nada de su parte. Los beréberes se adueñaron de los víveres que podían proporcionar los campos cercanos y los campesinos, desposeídos de todo y hambrientos, se refugiaron en Córdoba, con lo que aumentaron las bocas que tenían que alimentar. El erario público estaba bajo mínimos y para obtener algún dinero, Wadih tuvo que vender, en subasta pública, parte de aquella  magnífica biblioteca que con tanto mimo había form el califa al-Hakam.

   Pasaba el tiempo y nada se resolvía. La llegada de la primavera trajo consigo una crecida tremenda del río Guadalquivir, que se llevó más de dos mil casas y la vida de muchos cordobeses. Las murallas se deterioraron por las lluvias continuas y los víveres escaseaban de tal manera, que se convirtieron en artículos de lujo, a precios inalcanzables para la mayoría de la población. A todos estos desastres, vino, en el verano, a unirse la peste que diezmó a las pobres gentes. Abrumado por la situación, Wadih intentó huir, así, sin más. Pero un cordobés, avisado de lo que pensaba hacer el primer ministro, lo sacó de su casa y junto a unos sicarios, después de afrentarlo por su cobarde actitud, le cortó la cabeza.
    Córdoba resistió un año y medio más, esperando un milagro que no se produjo, pues creían que las fuerzas de las Marcas vendrían a socorrerla. En el verano de 1012, los dignatarios de la corte aconsejaron a Hisham II que entregase la ciudad, bajo ciertas condiciones, pero la carta enviada a Sulayman al-Mustaín por el califa, no obtuvo respuesta. Por fin el 9 de mayo de 1013, el cadí Ibn Dhakwan, junto a algunos alfaquíes, se dirigió al campamento de los beréberes para solicitar el amán, que les fue concedido, después de que pagaran una fabulosa suma en concepto de indemnización. Pero, mientras tanto, la sangre, por aquella maravilla que fue Córdoba, corría a raudales, los saqueos se prodigaban de tal forma que muchos de los palacios de la aristocracia fueron incendiados. Todas las clases sociales, desde la más alta a la más baja, fueron maltratadas, humilladas, cuando no asesinadas, por los vencedores.
   Sulayman al-Mustaín se instaló, otra vez, en el Alcázar. Mandó llamar a Hisham II y le cubrió de reproches. El califa se defendió diciendo que si había tomado el poder fue coaccionado y que abdicaba en su favor. Y aquí se abre una gran incógnita que, desde luego, no aclaran los historiadores musulmanes : qué fue de Hisham II. Unos dicen que Sulayman le condenó a muerte, otras que se evadió y se refugió en Oriente donde acabó sus días en el anonimato. Ya no reapareció y si fue asesinado, la noticia no se divulgó pues, durante varios años, se siguió citando su nombre en las mezquitas andaluzas. El historiador Ibn al-Jatib, dice que un hijo de Sulayman, por su cuenta y riesgo, lo hizo estrangular, el 18 de mayo de 1013, mientras corría la voz de que el antiguo califa escapó y que vivió en Almería como un pobre aguador. Manejado por unos y otros, siendo juguete de todos, el tercer califa de al-Andalus desapareció de este mundo, sin haber podido ser él mismo ni una sola vez. Tendría, aproximadamente, unos cincuenta años.
   Poco quedaba ya de vida al califato, que con tanto esfuerzo habían levantado los omeyas. 

domingo, 17 de noviembre de 2013

El primer reinado de Muhammad al-MadhÍ.

   En Córdoba todos parecían contentos con el nuevo omeya que ocupaba el trono, pero esa alegría no iba a durar mucho. Al-Madhí pronto se rodeó de indeseables y de incapaces. Los soldaddos extraídos de la plebe se comportaban con dureza y grosería. Además, tuvo la  habilidad de indisponerse con los beréberes que se habían unido a su causa y con los eslavos amiríes que también se habían vinculado a él. Desterró a varios de ellos que sirvieron a Almanzor y a su familia, y éstos fueron a tierras de Levante, donde iniciaron una propaganda política contra el nuevo califa que no tardaría en dar sus frutos.
   Algunos días después, al-Madhí se ocupó del pobre Hisham que ya sólo podía desplazarse por sus aposentos privados. Aún esto le parecía mucho y le hizo abandonar el palacio en la sola compañía de una sirvienta y lo instaló, bajo estrecha vigilancia, en una casa de Córdoba. No contento con ello, hizo llevar al Alcázar el cadáver de un cristiano o de un judío, que se parecía un tanto al infeliz Hisham. Algunos dignatarios aseguraron que se trataba del depuesto califa, y se le enterró  en la capilla del palacio, el 26 de abril. Muchos marwaníes no se dejaron engañar por esta burda treta y comenzaron las murmuraciones. Al-Madhí las cortó encarcelando a algunos de ellos, como a un hijo, ya anciano, de Abd al-Rahman III, Sulayman, al que él mismo había nombrado su sucesor.
   Un hijo de este Sulayman, llamado Hisham creó un partido de oposición que , día a día, veía cómo se incrementaban sus adeptos. Al-Madhí, comprendiendo que los soldados reclutados entre el populacho no le servían para nada, los licenció de la noche a la mañana. Fueron unos siete mil que vinieron a sumarse a la larga lista de descontentos y a sumarse al partido de la oposición. Beréberes y milicianos licenciados formaron una fuerza de ataque y el califa se dio cuenta del peligro que representaban. Al-Madhí intentó negociar con Hisham, que se había hecho proclamar por sus partidarios con el título de al-Rashid, liberando a su padre. Pero las exigencias de al-Rashid fueron tales que no se consiguió nada. Todo le fue mal al pretendiente, pues intentó tomar el Alcázar y fue hecho prisionero y ejecutado ante el califa, mientras todos los beréberes que le apoyaron fueron declarados fuera de la ley y sus familias violentadas.
   Los beréberes, desde ese momento, decidieron vengarse, conquistando Córdoba e instalando en el trono a otro omeya que les fuera totalmente adicto. Su elección recayó en Sulayman ben al-Hakam ben Sulayman, bisnieto de Abd al-Rahman III y sobrino del desgraciado al-Rashid. Se dirigieron hacia el norte de al-Andalus, a Calatrava donde les llegó la promesa de perdón de Muhammad, pero ellos la rechazaron con desprecio, y luego continuaron a Guadalajara que tomaron sin dificultad. Se presentaron ante las murallas de Medinaceli, pero Wadit, el gobernador los expulsó y dio órdenes a toda la Marca media para que se les impidiese vivir sobre aquellas tierras.
   Sancho García seguía, con atención, los movimientos que se iban sucediendo entre sus vecinos musulmanes. Todos se dirigieron a él en busca de apoyo. Al final vendió su ayuda a los beréberes, a cambio, eso sí, de que si triunfaban le serían entregadas cierto número de plazas fuertes musulmanas, situadas en la frontera del Duero. Les envió abundancia de víveres y luego, se les unió con un ejército. Wadih no quiso incorporarse a estos contingentes y movilizó, contra ellos, a todas las tropas de la Marca, más a los refuerzos que le enviaron desde Córdoba. El encuentro tuvo lugar cerca de Alcalá de Henares, y Wadih, derrotado, se replegó hacia Córdoba. Parecía que el camino hacia la capital quedaba expedito para los beréberes y para el conde castellano. El 3 de noviembre de 1009 llegaban a Guadalmellato. Córdoba había sido fortificada, y se cavaron trincheras en las salidas de los arrabales. Las gentes, sin la menor preparación militar, se alistaron en las fuerzas regulares y con lo que tenía disponible, al-Madhi, salió al encuentro de los atacantes cerca de Alcolea. Los cordobeses sufrieron una terrible derrota, que se saldó con más de diez mil muertos de entre ellos, unos por causa de la lucha y otros ahogados al intentar huir, cruzando la confluencia
de los ríos Guadalmellato y Guadalquivir.
   La situación de Muhammad al-Madhí era de lo más comprometida y no se le ocurrió mejor cosa que sacar de su encierro al califa Hisham II y mostrarlo desde un mirador del palacio, ante las risas generales, que le echaron en cara que ya les había mostrado a otro Hisham muerto. Al-Madhí se escondió en una casa de Córdoba y, por algún timpo desapareció de escena.
   El 8 de noviembre el jefe de los beréberes, Zawí ben Zirí, entraba en el Alcázar y, al día siguiente, Sulayman fue proclamado califa, con el sobrenombre de al.Mustain bi-llah, " el que busca el auxilio de Dios ". Lo primero que hizo, en un gesto que le honra, fue descolgar el mutilado cadáver de Sanchuelo y le dio una sepultura decorosa. Recibió al conde Sancho García en un salón del palacio, rodeado de un gran aparato, que aceptó  una demora en la entrega de las plazas prometidas, regresando a Castilla, pero dejando en Córdoba a unos cien hombres de armas. El conde tenía todos los ases en su mano, y no ocultó el desprecio que le producía la actitud servil de los cordobeses.

al-Andalus...concha masiá.

 Sulaiman al-Mustain (en árabe: سليمان الثاني). Quinto califa omeya del Califato de Córdoba en 1009 y desde 1013 a 1016.

Era hijo de Al-Hakam o Alhakem, a su vez hijo de Sulayman, uno de los hijos de Abd al-Rahman III. Por tanto, era bisnieto del célebre primer califa.

En su primera época en el poder (1009) apoyado por los bereberes y por el conde castellano Sancho García, se rebeló contra Muhammad II al-Mahdi al que venció el 1 de noviembre de 1009 en la batalla de Alcolea, y tras entrar en Córdoba los castellanos y mercenarios sometieron la ciudad a saqueo, liberando al depuesto califa Hisham II al que derrocó a los pocos días, cuando adoptó el título de al Musta'in bi-llah (el que busca el auxilio de Alá).

La huida a la ciudad de Toledo de Muhammad II le permitió a éste organizar un poderoso ejército de esclavos de toda Europa al mando del general Wahid y, con el apoyo de tropas catalanas al mando del conde Ramón Borrell, vencer a Sulaiman en mayo de 1010 obligándole a dejar Córdoba y el trono.

La recuperación del trono por Muhammad II fue efímera ya que el 23 de julio de 1010 fue depuesto por un concilio de patricios cordobeses en revuelta y, tras morir asesinado, el restablecimiento del antiguo califa Hisham II al que él mismo había obligado a abdicar.

Hisham II no fue reconocido por Sulaiman quien refugiado en Algeciras, y apoyado por contingentes de las tribus beréberes del otro lado del estrecho, mantuvo una guerra civil hasta que el 9 de mayo de 1013 ocupó la capital cordobesa iniciando, tras hacer asesinar a Hisham II, su definitiva etapa como califa (1013-1016).

Para aplacar a las distintas etnias que dominaban el califato, árabes, beréberes y eslavos, inició una política de concesión de cuotas de poder a las principales familias que realmente eran las que dominaban las distintas provincias quedando el poder real de Sulaiman localizado exclusivamente en Córdoba.

Con esta medida, en la que puede verse el germen de los futuros reinos de taifas, Sulaiman no logró el objetivo perseguido ya que en 1016 el gobernador de Ceuta, Alí ben Hamud al-Nasir, se puso en marcha contra Córdoba al frente de un poderoso ejército haciendo su entrada en la capital el 1 de julio y, tras ejecutar a Sulaiman, se proclamó califa.

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viernes, 15 de noviembre de 2013

Los tres príncipes de Serendip


El discípulo miró al maestro en la profundidad de la tarde.

- Maestro, ¿es bueno para el sabio demostrar su inteligencia?

- A veces puede ser bueno y honorable permitir que los hombres te rindan honores.

- ¿Sólo a veces?

- Otras puede acarrearle al sabio multitud de desgracias. Eso es lo que les sucedió a los tres Príncipes de Serendip, que utilizaron distraídamente su inteligencia. Habían sido educados por su padre, que era arquitecto del gran Shá de Persia, con los mejores profesores, y ahora se encaminaban en un viaje hacia la India para servir al Gran Mogol, del que habían oído su gran aprecio por el Islam y la sabiduría. Sin embargo, tuvieron un percance en su camino.

- ¿Qué les pasó?

- Una tarde como esta, caminaban rumbo a la ciudad de Kandahar, cuando uno de ellos afirmó al ver unas huellas en el camino: “Por aquí ha pasado un camello tuerto del ojo derecho".

- ¿Cómo pudo adivinar semejante cosa con tanta exactitud?

- Había observado que la hierba de la parte derecha del camino, la que daba al río, y por tanto la más atractiva, estaba intacta, mientras la de la parte izquierda, la que daba al monte y estaba más seca, estaba consumida. El camello no veía la hierba del río.

- ¿Y los otros príncipes?

- El segundo, que era más sabio, dijo: "le falta un diente al camello".

- ¿Cómo podía saberlo?

- La hierba arrancada mostraba pequeñas cantidades masticadas y abandonadas.

- ¿Y el tercero?

- Era mucho más joven, pero aun más perspicaz y, como es natural en los hijos pequeños, más radical, al estar menos seguro de sí mismo. Dijo: "el camello está cojo de una de las dos patas de atrás. La izquierda, seguro".

- ¿Cómo lo sabía?

- Las huellas eran más débiles en este lado.

- ¿Y ahí acabaron las averiguaciones?

- No. El mayor, picado en esta competencia, afirmó: “por mi puesto de Arquitecto Mayor del Reino que este camello llevaba una carga de mantequilla y miel”.

- Pero, ¡eso es imposible de adivinar!

- Se había fijado en que en un borde del camino había un grupo de hormigas que comía en un lado, y en el otro se había concentrado un verdadero enjambre de abejas, moscas y avispas.”

- Se trata de un difícil reto para los otros dos hermanos.

- El segundo hermano bajó de su montura y avanzó unos pasos. Era el más mujeriego del grupo por lo que no es extraño que afirmara: "En el camello iba montada una mujer". Y se puso rojo de excitación al pensar en el pequeño y grácil cuerpo de la joven, porque hacía días que habían salido de la ciudad de Djem y no habían visto ninguna mujer aún.

- ¿Cómo pudo saberlo?

- Se había fijado en unas pequeñas huellas de pies sobre el barro del costado del río.

- ¿Por qué había bajado? ¿Tenía sed?

- El tercer hermano, absolutamente herido en su orgullo de adolescente por la inteligencia de los dos mayores, afirmó: "Es una mujer que se encuentra embarazada, hermano. Tendrás que esperar un tiempo para cumplir tus deseos".

- Eso es aún más difícil de saber.

- Se había percatado que en un lado de la pendiente había orinado pero se había tenido que apoyar con sus dos manos porque le pesaba el cuerpo al agacharse.

- Los tres hermanos eran muy listos.

-Sin embargo, su sabiduría les trajo muchas desgracias.

-¿Por qué?

-Por su soberbia de jóvenes. Al acercarse a la ciudad, contemplaron un mercader que gritaba enloquecido. Había desaparecido uno de sus camellos y una de sus mujeres. Aunque estaba más triste por la pérdida de la carga que llevaba su animal, y echaba la culpa a su joven esposa que también había desaparecido.

-"¿Era tuerto tu camello del ojo derecho?", le dijo el hermano mayor.

-"Sí", le dijo el mercader intrigado.

-"¿Le faltaba algún diente?"

-"Era un poco viejo", dijo rezongando, " y se había peleado con un camello más joven".

-"¿Estaba cojo de la pata izquierda trasera?"

-"Creo que sí, se le había clavado la punta de una estaca".

-"¿Llevaba una carga de miel y mantequilla?".

-"Una preciosa carga, sí".

-"¿Y una mujer?".

-"Muy descuidada por cierto, mi esposa".

-"¿Estaba embarazada?".

-"Por eso se retrasaba continuamente con sus cosas. Y yo, pobre de mí, la dejé atrás un momento. ¿Dónde los habéis visto?"

-"No hemos visto jamás a tu camello ni a tu mujer, buen hombre", le dijeron los tres príncipes riéndose alegremente.

El discípulo también rió. -Eran muy sabios, dijo.

-Sí, pero el buen mercader estaba muy irritado. Cuando los vecinos del mercado le dijeron que habían visto tres salteadores tras su camello y su mujer, los denunció.

-¡Pero, ellos tenían razón!

-Los perdió su soberbia juvenil. Habían señalado todas esas características del camello con tanta exactitud que ninguno les creyó cuando afirmaron no haber visto jamás al camello. Y se habían reído del mercader, había muchos testigos. Fueron llevados a la cárcel y condenados a muerte ya que en Kandahar el robo de camellos es el peor delito, más que el rapto de esposas.”

-¡Qué triste destino para los sabios!

-La cosa no acabó tan mal. La esposa se había escapado, y pudo llegar antes de que los desventaran en la plaza pública, como era costumbre para castigar a los ladrones de camellos. El poderoso Emir de Kandahar se divirtió bastante con la historia y nombró ministros a los tres príncipes. Por cierto, que el segundo hermano se casó con la muchacha, que estaba bastante harta del mercader.

-La sabiduría tiene su premio.

-La casualidad los salvó y aprendieron a ser mucho más prudentes a la hora de manifestar su inteligencia ante los demás.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Averroes

Averroes (latinización del nombre árabe Ibn Rushd) es el nombre por el que se conoce en la tradición occidental a Abū l-Walīd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd (en árabe أبو الوليد محمد بن أحمد بن محمد بن رشد) (Córdoba, Al-Ándalus, 1126 – Marrakech, 10 de diciembre de 1198), filósofo y médico andalusí, maestro de filosofía y leyes islámicas, matemáticas, astronomía y medicina.

Biografía
Averroes proviene de una familia de estudiosos del derecho. Su abuelo fue cadí (juez) principal de Córdoba bajo el régimen de los almorávides. Su padre mantuvo la misma posición hasta la llegada de la dinastía almohade en 1146. El propio Averroes fue nombrado cadí de Sevilla sirviendo en las cortes de Sevilla, Córdoba y Marruecos durante su carrera.
Además de elaborar una enciclopedia médica, escribió comentarios sobre la obra de Aristóteles (de ahí que fuera conocido como «El Comentador»). En su obra Refutación de la refutación (Tahafut al-tahafut) defiende la filosofía aristotélica frente a las afirmaciones de Al-Ghazali de que la filosofía estaría en contradicción con la religión y sería por lo tanto una afrenta a las enseñanzas del Islam. Jacob Anatoli tradujo sus obras del árabe al hebreo en los años 1200. Sus escritos influyeron en el pensamiento cristiano de la Edad Media y el Renacimiento.
A finales del siglo XII una ola de fanatismo invade Al-Ándalus después de la conquista de los Almohades y es desterrado y aislado en la ciudad de Lucena, cerca de Córdoba, prohibiéndose sus obras. Meses antes de su muerte, sin embargo, fue revindicado y llamado a la corte en Marruecos. Muchas de sus obras de lógica y metafísica se han perdido definitivamente como consecuencia de la censura. Gran parte de su obra sólo ha podido sobrevivir a través de traducciones en hebreo y latín, y no en su original árabe. Su principal discípulo fue Ibn Tumlus (Alcira, provincia de Valencia, 1164-1223), quien le había sucedido como médico de cámara del quinto califa almohade Al-Nasir.

el primer feminista cordobés.
“Nuestro estado social no deja ver lo que de si pueden dar las mujeres "
Desde luego para un juez, médico y filósofo musulmán de aquellos tiempos no deja de ser esta frase toda una revolución.
Por ello resulta sorprendente que Averroes, musulmán, fue el primer y único pensador que denunció la situación social de la mujer en la Edad Media
Averroes cuyo nombre completo era Abu I-Walid Ibn Rusd. Fue uno de los cordobeses más ilustres que han existido...
Descendiente de una familia de juristas, desde su abuelo Abul Waleed Muhammad ibn Rushd fue un teólogo eminente en Maliki, quien fue el Imam de la Grandiosa Mezquita de Córdoba.
Su padre, Abü-l¬Qasim Ahmmad también juez, le fomentó su educación entre los miembros más intelectuales de la ciudad, enseñándole jurisprudencia musulmana.
Desde muy joven estudió humanidades árabes y derecho islámico, aunque estudió con interés la filosofía y las matemáticas con el filósofo árabe Ibn Tufayl y medicina con el médico árabe Avenzoar, haciendo varios tratados de medicina familiarizándose con las obras de Aristóteles, Galeno e Hipócrates.
Tiene una marcada tendencia por Aristóteles, no obstante en algunos puntos se mantuvo crítico con el filósofo griego destacando errores y flancos débiles de su sistema astronómico y el de Ptolomeo.
Fue tan trabajador que, al decir de sus biógrafos, sólo descansó dos veces en su vida: el día de su boda y el día de su muerte...
Fue conocido por su humildad y hospitalidad, aborreciendo posición y riquezas. Como juez, fue bondadoso y nunca sentenció a nadie con un castigo corporal.
Averroes y otros filósofos sostenían que el intelecto y la razón no estaban en absoluto reñidos con la religión, y constituían el instrumento más adecuado para alcanzar la verdad.
Fue un creyente ortodoxo y quiso conciliar la religión y la filosofía. La idea de que la razón prima a la religión fue la causa de su exilio... Cayó en desgracia en los últimos años de su vida cuando se hizo sospechoso de herejía y fue acusado, como otros muchos sabios árabes de la época, de promover la filosofía y la ciencia griega, con menosprecio de la religión islámica, Al Manssur lo desterró a Elisana (Lucena), cerca de Córdoba, de donde le prohibió salir.
Averroes hubo de sufrir los insultos de los fanáticos. Él mismo cuenta que una vez que fue con su hijo a la mezquita para asistir a la oración de la tarde, el populacho lo expulsó de ella. Más tarde fue enviado a Marruecos, y ya no volvió a pisar vivo su amada Córdoba.
Todas sus obras habían sido destruidas por orden de Al Manssur, y el Occidente latino las conoció a través de versiones hebreas.

Un poco antes de su muerte, el edicto contra los filósofos fue perdonado y su cuerpo fue trasladado a Córdoba, donde fue enterrado junto a las tumbas de sus familiares en el cementerio de Ibn Abbas. Este cementerio estaba a la salida de la puerta del mismo nombre en el barrio de Al-Sarqiya (Axerquía) y que podemos situar en la llamada después Puerta de Baeza.

Filosofía del conocimiento
La noética de Averroes, formulada en su obra conocida como Gran comentario, parte de la distinción aristotélica entre dos intelectos, el nous pathetikós (intelecto receptivo) y el nous poietikós (intelecto agente), que permitió desligar la reflexión filosófica de las especulaciones míticas y políticas.
Averroes se esforzó en aclarar cómo piensa el ser humano y cómo es posible la formulación de verdades universales y eternas por parte de seres perecederos.
El filósofo cordobés se distancia de Aristóteles al subrayar la función sensorial de los nervios y al reconocer en el cerebro la localización de algunas facultades intelectivas (imaginación, memoria...).
Averroes sitúa el origen de la intelección en la percepción sensible de los objetos individuales y concreta su fin en la universalización, que no existe fuera del alma (el principio de los animales): el proceso consiste en sentir, imaginar y, finalmente, captar el universal.
Ese universal tiene, por lo demás, existencia en cuanto que lo es por aquello que es particular. En cualquier caso, es el intelecto o entendimiento el que proporciona la universalidad a lo que parte de las cosas sensibles.
Así las cosas, en su obra Tahâfut, expone la necesidad de que la ciencia se adecue a la realidad concreta y particular, pues no puede existir conocimiento directo de los universales.
La concepción del intelecto en Averroes es cambiante, pero en su formulación más amplia distingue cuatro tipos de intelecto, es decir, las cuatro fases que atraviesa el entendimiento en la génesis del conocimiento: material (receptivo), habitual (que permite concebirlo todo), agente (causa eficiente y formal de nuestro conocimiento, intrínseco al hombre y que existe en el alma) y adquirido (unión del hombre con el intelecto).
Averroes distingue, además, entre dos sujetos del conocimiento (más propiamente: los sujetos de los inteligibles en acto): el sujeto mediante el cual esos inteligibles son verdaderos (las formas que son imágenes verdaderas) y el sujeto mediante el que los inteligibles son un ente en el mundo (intelecto material). Consecuentemente, el sujeto de la sensación (por el cual es verdadera) existe fuera del alma y el sujeto del intelecto (por el cual este es verdadero), dentro.

Trascendencia
A pesar de la condena de 219 tesis averroístas por parte del obispo parisino Étienne Tempier en 1277 a causa de su incompatibilidad con la doctrina católica, muchas de éstas sobrevivieron en la literatura posterior de mano de autores como Giordano Bruno o Pico della Mirandola. Así, encontramos en estos autores una defensa de la superioridad de la vida contemplativa-teórica frente a la vida práctica (en línea con lo defendido por Aristóteles en su Ética Nicomáquea, X o en y una reivindicación del carácter instrumental-político de la religión como una doctrina destinada al gobierno de las masas incapaces de darse una ley a sí mismas por medio de la razón. La ley religiosa, había dicho Averroes en su Tahafut al-tahafut (تهافت التهافت), proporciona la misma verdad que el filósofo alcanza indagando en la causa y la naturaleza de las cosas; sin embargo, ello no implica que la filosofía actúe en modo alguno en los hombres cultos como sustituto de la religión: «los filósofos creen que las religiones son construcciones necesarias para la civilización (...)». La existencia de la religión es también necesaria para la integración del filósofo en la sociedad civil.
Otras tesis que encontramos en Averroes son:
Que el mundo es eterno
Que el alma está dividida en dos partes, una individual perecedera (intelecto pasivo) y otra divina y eterna (intelecto activo).
El intelecto activo es común a todos los hombres.
El intelecto activo se convierte en intelecto pasivo cuando se halla unido al alma humana. Cuando la facultad imaginativa del hombre recibe las imágenes que le proporciona la actividad de los sentidos, las transmite al intelecto pasivo. Las formas, que existen en potencia en tales imágenes, son actualizadas por el intelecto activo, convirtiéndose en conceptos y juicios.
A fin de salvar la incompatibilidad de las tesis averroístas con la doctrina cristiana, Siger de Brabant propuso la doctrina de la doble verdad, según la cual hay una verdad religiosa y una verdad filosófica y científica. Esta doctrina sería adoptada por la mayoría de defensores europeos del averroísmo.

Obras principales

Tahafut al-tahafut (تهافت التهافت, Refutación de la refutación, Destructio destructionis en latín)
Kitab fasl al-maqal (Sobre la armonía entre Religión y Filosofía)
Bidayat al-Mujtahid (Distinguido jurista)
Los Comentarios al «Corpus aristotelicum», que comprenden:
Los Comentarios menores (Yawami) a la Isagoge de Porfirio, al Organon, Retórica, Poética, Física, De Coelo et Mundo, De generatione et corruptione, Meteorológicos, De Anima, Metafísica, De partibus animalium, De generatione animalium y Parva Naturalia, de Aristóteles.
Comentarios medios (Taljisat) a la Isagoge de Porfirio. el Organon, Retórica, Poética, Física, De Coelo et Mundo, De generatione et corruptione, Meteorológicos, De Anima, Metafísica y Ética nicomaquea, de Aristóteles.
Comentarios mayores (Tafasir) a los Segundos Analíticos, Física, De Coelo et Mundo, de Anima y Metafísica de Aristóteles.
Exposición de la República de Platón
Los Comentarios a Ptolomeo, Alejandro de Afrodisia, Nicolás de Damasco, Galeno, al-Farabi, Avicena y Avempace
El tratado De Substantia Orbis
Tres importantes escritos teológicos: Fals al Maqal, Kasf´al-Manahiy y Damima
El Kitab al- kulliyyat al-Tibb (Libro de las generalidades de la medicina).
Resumen del Kitab fasl al-maqal[editar · editar código]

Tratado decisivo que determina la naturaleza de la relación entre Religión y Filosofía
La Ley obliga a hacer estudios de Filosofía
Si los estudios teológicos del mundo son filosóficos, y la Ley obliga a realizar dichos estudios, entonces, la Ley obliga a hacer filosofía.
La Ley obliga a realizar estos estudios.
Estos estudios deben realizarse de la mejor manera, a través del razonamiento demostrativo.
Para dominar este instrumento, el pensador religioso debe llevar a cabo un estudio preliminar de lógica, de la misma manera que un abogado tiene que estudiar razonamiento legal. Esto no es más herético en un caso que en el otro. Y la lógica tiene que ser aprendida de los maestros de la antigüedad, independientemente del hecho de que no sean musulmanes.
Después de la lógica debemos proceder a filosofar correctamente. También acá debemos aprender de nuestros predecesores, igual que en matemáticas y en leyes. Por lo tanto está mal prohibir el estudio de lo filosofía antigua. El peligro que pueda presentar es accidental, tal como el peligro de tomar medicina, tomar agua o estudiar leyes.
Para cada hombre la Ley ha previsto un camino hacia la verdad de acuerdo a su naturaleza, a través de métodos demostrativos, dialécticos o retóricos.
La Filosofía no contiene nada que se oponga al Islam
La verdad demostrativa y la verdad de las escrituras no pueden estar en conflicto.
Si el aparente significado de las Escrituras está en conflicto con las conclusiones de la demostración, entonces deben ser interpretadas alegóricamente, es decir, metafóricamente.
Con respecto a estas cuestiones tan difíciles, el error cometido por un juez calificado en la materia es perdonado por dios, mientras que el error por parte de una persona no entendida en la materia no es perdonado.
Las interpretaciones filosóficas de las Escrituras no deberían ser enseñadas a las mayorías. La Ley provee otros métodos para enseñarles.
El propósito de las Escrituras es enseñar las ciencias teóricas y prácticas y la práctica y las actitudes correctas.
Cuando se usan símbolos, cada tipo de personas, demostrativas, dialécticas o retóricas deben tratar de entender el sentido interior simbolizado o el restarle al contenido con el aparente sentido, de acuerdo a sus capacidades.
Explicarle el sentido interno a personas que no están capacitadas para entender, es destruir su fe en el sentido aparente sin reemplazarlo por otra cosa. El resultado es descreencia en alumnos y profesores. Es mejor para el estudioso profesar la ignorancia, citando el Corán sobre los límites del entendimiento humano.
Los métodos apropiados para enseñar a la gente están indicados en el Corán, como sabían los primeros musulmanes. Las partes populares del Libro son maravillosas en responder a las necesidades de todo tipo de mentes.