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lunes, 28 de julio de 2014

Leyendas del Castillo de Almodovar del Río y Medina Azahara.

Castillo de Almodóvar del Río. Cordoba
En el siglo VIII, en la provincia  de Cordoba, los bereberes vislumbraron un magnífico emplazamiento para construir su fortaleza, estaba en un  monte bastante elevado, que permitía dominar visualmente toda la zona. Se divisaba perfectamente el Guadalquivir y se podían comunicar con otras fortalezas cercanas. Así que alli construyeron su castillo al que llamaron Al-Mudawwar, (con el paso del tiempo se le añadió "del Río" por su cercanía).
Era un castillo magnífico en su época. Testigo de mil guerras y batallas entre musulmanes.
Fue pasando de mano en mano por diferentes reyes y reinos, siendo muy codiciado por su emplazamiento y seguridad.
Ya en el año 1091, el castillo pertenecía a un príncipe llamado Fath Alma´mum.
Era el amo y señor de estas tierras y vivía feliz con su esposa  la princesa Zayda en el Alcázar de Córdoba. Aunque su felicidad fue corta, ya que pronto llegaron a la península un pueblo nómada, muy bélico, sanguinario y anárquico con ganas de conquistar todos los territorios que  pudieran con el grito de "Guerra Santa".
El príncipe Fath, viendo en peligro a su familia, les mandó refugiarse en el castillo de Almodovar, mientras él batallaba enérgicamente con el recién llegado enemigo, en las calles de Córdoba donde le dieron muerte.
Mientras tanto, Zayda permanecía instalada en el castillo de Almodovar cuando vio llegar al ejercito enemigo y tomar el castillo. La hicieron presa y la encerraron en las mazmorras.
Poco después vio llegar, por un pequeño ventanuco, solitario y cabizbajo, al caballo blanco del príncipe.
Al poco, se confirmaba la noticia de su muerte.
Zayda, quedó destrozada, pasados unos días moría de pena en su mazmorra, un 28 de marzo.
Desde entonces, cuenta la leyenda que en las noches de marzo y sobre todo la del 28, Zayda se aparece paseando por las mazmorras y mas especialmente por la Torre del Homenage, situada muy cerca de las mazmorras. Se oyen sollozos en la oscuridad. Ruidos golpes y lamentos.


La leyenda de Medina Azahara

Hace mucho tiempo, por el siglo X, existió un  rey muy conocido por todos aunque no muy querido, ya que tenía fama de sanguinario y cruel. Pero era audaz y enérgico. Tenía un talento especial para la conquista y la estrategia.
Fue conocido como Abderramán III.
Fue el primer califa omeya independiente de Bagdad.
La Córdoba de aquella época, se llamaba Qurtuba y era una ciudad populosa, llena de poetas, sabios y músicos de todos los rincones del mundo.
 Convivían gentes de todas razas y religiones.
Florecían las artes y progresaban las ciencias.
Bajo el reinado de Abderraman esta ciudad se convirtió en el faro de la civilización y la cultura.
La llamaron "La perla de occidente". El centro de Al-Andalus.
Casi toda la península ibérica estaba bajo su controla excepción del reino Asturiano-leones.
Todos los monarcas de otros reinos le enviaban regalos y presentes para solicitar su protección o en agradecimiento por su ayuda.
Un buen día le enviaron como regalo varias esclavas bellísimas de parte del emir de Granada.
Una de ellas era especialmente hermosa, se llamaba Azahara.
Según cuenta la leyenda, Abderramán  al verla se quedó sin palabras y se enamoro de ella de inmediato.
La convirtió en su favorita y la lleno de regalos y presentes.
Pero Azahara, a veces estaba triste y lloraba.
Cuando Abderraman le pregunto el porqué de su tristeza, ella le contestó que sentía mucha pena de no volver a ver la nieve de sus montañas.
Abderraman decidido a acabar con aquella melancolía, le construyó una ciudad con su nombre "Medina Azahara".
Mandó llamar a los mas prestigiosos geómetras y alarifes de Bagdag y Constantinopla.
Los mejores escultores llegaron de Bizancio y junto con artesanos cordobeses tallaron las piedras como si fueran encajes.
Utilizaron los mejores y mas raros materiales venidos de todas las partes del mundo conocido.
Se dice que a la entrada de la ciudad el califa coloco una efigie de Azahara, y colocó mas de tres mil columnas adornadas con marfil, ébano, oro y piedras preciosas.
El salón del trono estaba hecho de mármoles variados y los techos estaban revestidos de tejas de oro y plata.
Construyó fuentes y acequias.
Cuentan que instaló una inmensa jaula de aves exóticas y hasta un parque zoológico con fieras traídas de África.
Y por último planto miles de almendros muy juntos por toda Sierra Morena para que al florecer pareciera nieve.
Azahara no volvió a llorar, vivió feliz con Abderramán el poco tiempo de vida que le quedaba, porque  murió muy joven, dejando al califa solo hasta que se hizo anciano y murió.
La ciudad fue saqueada y quemada, aunque todavía hoy quedan restos de tan maravillosa construcción.

sábado, 26 de julio de 2014

Fernando II de León

Fernando II de León (1137 - Benavente, provincia de Zamora, 22 de enero de 1188). Rey de León entre los años 1157 y 1188.
Orígenes familiares
Hijo de Alfonso VII de León y de la reina Berenguela de Barcelona, sus abuelos paternos fueron el conde Raimundo de Borgoña y la reina Urraca I de León, siendo los abuelos maternos Ramón Berenguer III de Barcelona, conde de Barcelona, y su esposa la condesa Dulce de Provenza.
Fueron sus hermanos, entre otros, Sancho III de Castilla y Sancha de Castilla, que contrajo matrimonio con Sancho VI de Navarra. Fue hermanastro de Sancha de Castilla, que contrajo matrimonio con Alfonso II de Aragón.
Infancia y juventud del rey

Su educación fue confiada a un magnate gallego, el conde Fernando Pérez de Traba de la misma estirpe que los antiguos caballeros de su abuela, la reina Urraca de León, y de los preceptores y defensores de su padre, Alfonso VII, también padre de quien fue su segunda esposa, Teresa Fernández de Traba. Pronto fue iniciado en las tareas de gobierno. Desde 1151 es asociado al trono por su padre, junto con su hermano el infante Sancho, rey de Castilla, por lo que en documentos de León y Galicia es habitual su confirmación con el título de rey, o rey de Galicia. Se vio rodeado desde el principio por los magnates leoneses y gallegos, como los condes Ponce de Minerva, Ramiro Froilaz, Pedro Alfonso, y Fernando Pérez de Traba.
En un concilio iniciado en Valladolid en el año 1155, se acordaron los términos de la división de los estados de su padre, que aún vivía. Allí se asignaron bajo su soberanía los reinos de León y Galicia, excluyéndose la Tierra de Campos, Sahagún y Asturias de Santillana.
Inicio de su reinado y primer matrimonio con Urraca de Portugal

En 1157 falleció su padre el rey Alfonso VII y tal como el difunto rey había dispuesto en su testamento, su segundo hijo pasó a ser rey con el nombre de Fernando II de León, y gobernando los territorios del reino de León y Galicia.
En 1158 acordó con su hermano Sancho, rey de Castilla, en el Tratado de Sahagún, guerrear contra los musulmanes, repartirse los territorios conquistados, que en caso de que uno de los dos hermanos falleciese el superviviente heredaría el reino del hermano difunto, y la repartición del Reino de Portugal. La muerte de su hermano Sancho, que falleció en 1158 y fue sucedido en el trono castellano por su hijo Alfonso VIII de Castilla, anuló las cláusulas del tratado de Sahagún.
Durante la minoría de edad de su sobrino Alfonso VIII de Castilla, en el reino de Castilla comenzó la rivalidad entre la Casa de Lara y la Casa de Castro por ejercer la regencia en nombre del niño rey. Aprovechando el estado anárquico en el que se hallaba el reino de su difunto hermano, Fernando II de León invadió el reino de Castilla al frente de un ejército, y exigió, a fin de restaurar el orden en el reino, que los Lara le entregasen a su sobrino Alfonso VIII, de cuya educación deseaba hacerse cargo.
En 1160 Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, al mando de las fuerzas de la Casa de Castro, derrotó a los partidarios de la Casa de Lara en la Batalla de Lobregal, en la que perdió la vida el conde Osorio Martínez, su suegro, y en la que Nuño Pérez de Lara fue capturado. En 1162 Rodríguez de Castro fue nombrado mayordomo mayor de Fernando II de León, cargo que desempeñó en dos ocasiones; en la primera de ellas tomó posesión del cargo el día 15 de agosto de 1162 y fue cesado el 6 de septiembre de 1164. Posteriormente volvió a desempeñar el mismo puesto, entre el 19 de octubre de 1165 y el 15 de mayo de 1166.
Contrajo matrimonio en 1165 con Urraca de Portugal, infanta de Portugal, hija de Alfonso I de Portugal y de Mafalda de Saboya. Por esas fechas, restauró y repobló las ciudades de Ledesma y Ciudad Rodrigo, y ello provocó que los habitantes de Salamanca que, al parecer, habían comprado la ciudad de Ledesma, tomaran la armas contra el rey y los magistrados de Ledesma; cuando el rey Fernando tuvo conocimiento de ello marchó con su ejército contra los sublevados y les obligó a retornar a su ciudad.

La guerra contra el reino de Castilla (1162-1166)
En 1162, conquistó la ciudad de Toledo, arrebatándosela a los castellanos, y nombrando a continuación gobernador de la ciudad a Fernando Rodríguez de Castro. La ciudad de Toledo permaneció en poder de los leoneses hasta el año 1166, en que fue recuperada por los castellanos. El 27 de septiembre de 1162 el rey de León firmó un acuerdo, conocido como el tratado de Ágreda, con Alfonso II de Aragón.
En 1164 Fernando Rodríguez el Castellano penetró en el reino de Castilla por segunda vez con un ejército y derrotó al conde Manrique Pérez de Lara en la Batalla de Huete, librada en el mes de junio o julio de ese año. Cuatro años después fue nombrado alcalde de León, siendo su deber controlar y estar al mando de las fortalezas existentes en la ciudad, hasta el año 1182, en que dejó el cargo.
Fernando II de León y los miembros de la Casa de Lara se reunieron en Soria, y acordaron que, para defender la ciudad de Toledo de los sarracenos, entregarían a la Orden del Temple la plaza de Uclés, situada en la actual provincia de Cuenca, y que posteriormente se convertiría en la sede de la Orden de Santiago. El rey de León, temeroso de que los miembros de la Casa de Lara rompieran la paz acordada, se alió con Sancho VI de Navarra para intimidar a dichos magnates castellanos y, de ese modo, poder dirigir sus tropas contra los almohades, a quienes arrebató las ciudades de Alcántara y Alburquerque.

Conquista de Badajoz y guerra con el reino de Portugal
Entre los años 1166 y 1168 Alfonso I de Portugal, se apoderó de varias plazas pertenecientes a la corona leonesa. Fernando II de León repobló Ciudad Rodrigo, y el soberano de Portugal, sospechando que su yerno la fortificaba con el propósito de atacarle en el futuro, envió contra aquella plaza un ejército mandado por su hijo, el infante Sancho de Portugal, heredero del trono de Portugal. Acudió el rey de León en auxilio de la plaza sitiada y, en un encuentro que tuvo con las tropas portuguesas las puso en fuga, capturando numerosos prisioneros. Alfonso I de Portugal invadió entonces Galicia, se apoderó de Tuy y de otros muchos castillos, y en el año 1169 atacó la ciudad de Cáceres. Posteriormente marchó junto con sus tropas contra la ciudad de Badajoz, que se hallaba en poder de los sarracenos, pero que según lo acordado en el tratado de Sahagún, que había sido firmado en 1158, debería pertenecer cuando fuera reconquistada al reino de León.
A principios del verano de 1169, Gerardo Sempavor del reino de Portugal, tomó la ciudad de Badajoz después de un largo asedio, pero el gobernador de la ciudad se refugió en la Alcazaba de Badajoz, y el asedio hubo de continuar. Viendo la oportunidad que se le presentaba de añadir a sus dominios la principal ciudad de la región a expensas de sus enemigos cristianos y musulmanes, Alfonso I de Portugal acudió con un ejército a Badajoz a fin de sustituir a Gerardo Sempavor como conductor del asedio.

La ciudad de Trujillo se convirtió en la cabeza del señorío reunido por Fernando Rodríguez de Castro el Castellano. Ello provocó la oposición del rey Fernando, quien argumentó que Badajoz le pertenecía. El rey de León se dirigió entonces hacia el sur al frente de un ejército, a petición del califa almohade Abu Yaqub Yusuf, quien ya había enviado un contingente de quinientos caballeros a fin de socorrer a su gobernador sitiado.
El Castellano, como mayordomo mayor del monarca, fue uno de los jefes leoneses de la expedición. Los portugueses que sitiaban la Alcazaba de Badajoz se vieron entonces sitiados por los leoneses, estallando la lucha en las calles de la ciudad. Mientras trataba de escapar, Alfonso I de Portugal fue capturado por los hombres de Fernando II, después de haberse roto una pierna. Al mismo tiempo, Fernando II capturó a Gerardo Sempavor. Tras la toma de la ciudad y de la Alcazaba de Badajoz por los leoneses, estos últimos dejaron la ciudad en manos de sus aliados musulmanes. Gerardo Sempavor tuvo que entregar al reino de León varias de las localidades que había conquistado, a cambio de su libertad.
Fernando II de León conservó la ciudad de Cáceres, pero las localidades de Trujillo, Montánchez, Santa Cruz de la Sierra y Monfragüe pasaron a ser propiedad de Fernando Rodríguez de Castro. Tras la donación recibida, Rodríguez de Castro pasó a ser señor de un señorío semi-independiente localizado entre los ríos Tajo y Guadiana, cuya sede se hallaba en la ciudad de Trujillo. Alfonso VIII de Castilla se percató de la importancia estratégica de las fortalezas concedidas al Castellano, con vistas a una futura repoblación, pues las fortalezas se hallaban en la zona que según el Tratado de Sahagún de 1158 pertenecía al área de influencia del reino de Castilla.
Vencidos por Alfonso I Enríquez, los musulmanes atacaron en 1173 el reino de León, intentando apoderarse de Ciudad Rodrigo; pero Fernando II, que tuvo conocimiento de sus propósitos, se atrincheró en la ciudad salmantina con las tropas que pudo reunir en León, en Zamora, en varios lugares de Galicia, y en otros puntos del reino, dando orden al mismo tiempo al resto de su ejército de reunirse con él lo antes posible. Los musulmanes fueron derrotados y sólo pudieron conservar su libertad aquellos que se dieron a la fuga.
En 1170 se creó la Orden de Santiago, con el fin de proteger a los peregrinos que visitaban la tumba del Apóstol Santiago.
Segundo matrimonio con Teresa Fernández de Traba
Alrededor del año 1171 ó 1172, el rey Fernando se vio obligado a repudiar a su primera esposa, la reina Urraca de Portugal, a pesar de que la reina había dado a luz al infante Alfonso, que sucedió a su padre en el trono leonés, debido al grado de parentesco que mantenía con su esposa, pues ambos cónyuges eran primos segundos.
Entre 1177 y antes del 7 de octubre de 1178 contrajo matrimonio con su segunda esposa, Teresa Fernández de Traba, hija ilegítima del conde Fernando Pérez de Traba y de Teresa de León y viuda del conde Nuño Pérez de Lara.
Guerra con el reino de Castilla y conferencia de Tordesillas (1178-1180)

En 1178 Fernando II de León invadió el reino de Castilla. Se apoderó de los municipios de Castrojeriz y Dueñas antes de que Alfonso VIII hubiese podido poner dichas fortalezas en estado de alerta, al tiempo que el soberano castellano se aliaba con Alfonso I de Portugal, que envió a su hijo, el infante Sancho de Portugal, a luchar contra el rey de León.
En 1180 se reunieron en la localidad vallisoletana de Tordesillas los reyes de Castilla y León, donde acordaron poner fin a sus diferencias, sellando un acuerdo de paz. El día 6 de febrero de 1180 falleció su segunda esposa, la reina Teresa Fernández de Traba, que murió al dar a luz un hijo, que falleció al mismo tiempo que su madre y fue sepultado junto con ella en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León.
Ordenación del territorio
El rey Fernando otorgó cartas forales a numerosas ciudades y villas; en 1164, a Padrón y Ribadavia; en 1168, a Noya; en 1169 a Castro Caldelas y a la ciudad de Pontevedra; en 1170 a la ciudad de Tuy y en 1177 a la ciudad de Lugo. Favoreció también a numerosos monasterios, tales como los de Sobrado, Melón, Armenteira, Moraime y el de San Martín de Xubia. Benefició además a la catedral de Santiago de Compostela, otorgando una pensión vitalicia al Maestro Mateo. Durante su reinado se fundó la Orden de Santiago y el Papa Alejandro III concedió la gracia del año santo jubilar jacobeo (Bula Regis Aeterni, año 1181). Dicho privilegio concedido a la catedral de Santiago de Compostela favoreció el apogeo de las peregrinaciones, al tiempo que potenció el desarrollo económico, cultural y artístico de los territorios atravesados por el Camino de Santiago.

Tercer matrimonio con Urraca López de Haro
En 1187 Fernando II de León se casó por tercera vez con Urraca López de Haro, hija de Lope Díaz I de Haro, señor de Vizcaya, Nájera y miembro de la Casa de Haro, y de la condesa Aldonza, con quien mantenía relaciones amorosas desde el año 1180, en que falleció su segunda esposa. El rey donó a su esposa los castillos de Aguilar y Monteagudo.
Fernando auxilió al rey de Portugal cuando los musulmanes sitiaban la ciudad de Santarém. Urraca López de Haro, que tenía conocimiento que se acercaba el final de la vida de su esposo, quiso elevar al trono de León a su único hijo superviviente, Sancho Fernández de León, en perjuicio del infante Alfonso de León, hijo primogénito de Fernando y de la reina Urraca de Portugal. Para lograr su propósito la reina Urraca sostuvo que el nacimiento del infante Alfonso era ilegítimo, ya que el matrimonio de sus padres había sido anulado debido a los lazos de sangre existentes entre ambos cónyuges. El rey Fernando desterró entonces a su hijo primogénito, lo que supuso un triunfo para su madrastra, que se esforzó en que su hijo Sancho heredase el trono a la muerte de su padre.
Muerte y sepultura
El rey Fernando falleció en la ciudad zamorana de Benavente, el día 22 de enero de 1188, a los cincuenta y tres años de edad, siendo sucedido en el trono por su hijo primogénito, Alfonso IX de León. La Primera Crónica General describe del siguiente modo la defunción del soberano leonés:
Et este rey Don Fernando de Leon, fijo dell Emperador et hermano del rey Don Sancho de Castiella, acabados ya con buen andança XXI anno de su regnado en su regno, fino en la villa de Benavent: et enterraronle en la eglesia de Sant Yague de Gallizia, cerca su abuelo el conde don Remond que yace y, et cerca la emperatriz donna Berenguella su madre...Et finco por heredero de Leon Don Alffonsso, fijo deste rey Don Fernando et de la reyna Doña Urraca, fija del rey don Alffonsso de Portugal.
Contraviniendo sus deseos de recibir sepultura en la catedral de Santiago de Compostela, fue enterrado en algún lugar, posiblemente en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León, pues a su viuda, la reina Urraca, no le convenía trasladar los restos mortales a Santiago de Compostela, ya que su arzobispo, Pedro Suárez de Deza era partidario del rey Alfonso IX y no de la reina Urraca.
Posteriormente, sus restos fueron trasladados por orden de su hijo Alfonso IX de León a la catedral de Santiago de Compostela, en la que el difunto rey de León había manifestado que deseaba ser sepultado, pues allí se hallaban sepultados su madre, la reina Berenguela de Barcelona, y su abuelo Raimundo de Borgoña, esposo de la reina Urraca I de Castilla y León y, por ello, en un documento otorgado en la ciudad de Benavente el día 26 de julio de 1180, confirmó a la catedral de Santiago de Compostela las donaciones que el soberano le había concedido en el pasado, y que concernían a la capellanía y las sepulturas reales de la catedral, ordenando además en dicho documento que nadie construyese ningún castillo en aquel territorio.
La traslación de los restos del rey Fernando II es mencionada en un diploma otorgado en Zamora por el rey Alfonso IX de León, y fechado el día 4 de mayo de 1188, en el que se certifica que los restos reales fueron trasladados a la catedral de Santiago de Compostela por orden de su hijo, que deseaba cumplir las últimas voluntades paternas, y sepultados junto a los restos del Apóstol Santiago con honores reales, al tiempo que confirmaba en dicho documento los privilegios y exenciones concedidos a la catedral por el alma de su difunto padre, y por la suya propia.
El sepulcro del rey Fernando se encuentra colocado en la Capilla de las Reliquias de la catedral de Santiago de Compostela, donde se halla el Panteón Real de la seo compostelana. Sobre un sepulcro de piedra liso se halla colocada la estatua yacente que representa al difunto rey, que aparece ataviado con túnica y manto, ceñida la frente con corona real, y su cabeza aparece representada con cabello rizado y con barba, hallándose el brazo derecho del soberano levantado y colocado a la altura de su cabeza, mientras que su mano izquierda reposa sobre su pecho. La estatua yacente que representa a Fernando II de León ha sido fechada en la primera mitad del siglo XIII, y fue realizada después de la defunción del rey, que falleció en el año 1188, lo que ha llevado a considerar que debió ser encargada por el heredero del rey, Alfonso IX de León.
Descendencia
Fruto de su matrimonio con la reina Urraca de Portugal nació un sólo hijo:
Alfonso IX de León (1171-1230). Sucedió a su padre en el trono de León.
De su segundo matrimonio con Teresa Fernández de Traba nacieron:
Fernando (1178-1187).
Infante anónimo que falleció al mismo tiempo que su madre como consecuencia del parto. Fue sepultado en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León en el que fue inhumada su madre.
Los hijos del tercer matrimonio con Urraca López de Haro, I señora de Monteagudo y Aguilar, fueron:
García Fernández de León (1182-1184), nacido antes de que sus padres contrajeran matrimonio.
Alfonso Fernández de León (1184- c.1188).
Sancho Fernández de León (1186-1220), II señor de Monteagudo y Aguilar.

Alfonso VII de León el Emperador

Alfonso VII de León el Emperador (Caldas de Reyes, Pontevedra, 1 de marzo de 1105 – Paraje de La Fresneda, actualmente en Santa Elena o en Viso del Marqués, 21 de agosto de 1157) fue rey de León y de Castilla. Hijo de la reina Urraca I de León y del conde Raimundo de Borgoña, fue el primer rey leonés miembro de la Casa de Borgoña, que se extinguió en la línea legítima con la muerte de Pedro I el Cruel, quien fue sucedido por su hermano paterno Enrique II de Castilla, primer rey de la Casa de Trastámara.
Retomando la vieja idea imperial de Alfonso III y Alfonso VI, el 26 de mayo de 1135 fue coronado Imperator totius Hispaniae (Emperador de España) en la Catedral de León, recibiendo homenaje, entre otros, de su cuñado Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.

Conflictos en Galicia
Tras la muerte del padre de Alfonso, Raimundo de Borgoña en 1107, y de su abuelo Alfonso VI en 1109, su madre Urraca contrajo un nuevo matrimonio para poder acceder a los tronos del Reino de León y del Reino de Castilla. El elegido resultó ser el rey aragonés Alfonso I el Batallador y provocó el rechazo de amplios sectores de la nobleza.
Entre los contrarios a este enlace matrimonial se destacaron los nobles gallegos, debido a la pérdida del entonces infante de cinco años Alfonso Raimúndez de los derechos al trono del Reino de León y Castilla tras el pacto matrimonial firmado entre Urraca y Alfonso I de Aragón, que estipulaba que los derechos de sucesión pasarían al hijo que pudieran tener. La nobleza gallega encabezada por el obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, y el tutor del infante, Pedro Froilaz, el conde de Traba, se rebelarán y el ayo del joven príncipe proclama a Alfonso Raimúndez con siete años de edad «rey de Galicia» el 17 de septiembre de 1111, lo que obligó a Alfonso el Batallador a intervenir para restablecer el orden. Es discutido el sentido de esta proclamación, sin que pueda dilucidarse si se pretendía con ello establecer un reino independiente o no; es más probable que simplemente se tratara de otorgar la categoría de correinante
a Alfonso Raimúndez con un grado igual al de su madre. La inhábil política de Gelmírez al no facilitar la sumisión de Portugal, cerró el camino para el triunfo de la revuelta, que obtuvo apoyo entre la nobleza gallega, pero que también generó opositores entre los sectores partidarios de Alfonso el Batallador, como ocurrió en Lugo. El Batallador actuó en Galicia, pues estaba incorporada de derecho a su reino por las capitulaciones matrimoniales, que establecían que el hijo de Alfonso y Urraca podría reinar en la mayoría de los territorios de la España cristiana: Aragón, Pamplona, León y Castilla; a excepción solo del condado de Barcelona y otros condados pirenaicos, como el de Urgel, entre otros.
Alfonso I, finalmente, se dirigió contra los partidarios de Alfonso Raimúndez derrotándolos en Villadangos en octubre o noviembre de 1111 con la ayuda del conde de Portugal, Enrique de Borgoña, tío de Alfonso VII. Con esta victoria el Batallador desbarató el intento político del obispo de Santiago de Compostela y sus partidarios, capturó a Pedro Froilaz (que sería liberado poco después) y debilitó a sus oponentes. Sin embargo, Gelmírez y Alfonso Raimúndez consiguieron huir. La actitud de Urraca I en todo el conflicto es discutida, mientras que la Historia compostelana (que es una fuente parcial, pues se trata de una biografía dedicada a exaltar la política del obispo Gelmírez) señala que Urraca estuvo de acuerdo con la coronación de Alfonso Raimúndez (pese a que ello hubiera supuesto aceptar una corregencia dirigida por Gelmírez y sus colaboradores), existe un documento que manifiesta que el 2 de septiembre de 1111 (solo quince días antes del acto de la proclamación de su hijo como «rey de Galicia») Urraca firmaba en Burgos junto con su esposo Alfonso el Batallador una donación a favor del monasterio de Oña, y en octubre lo hacía del mismo modo en otra suscrita en Briviesca. Ambos documentos fueron redactados por el canónigo de Santiago de Compostela, cuyo cargo lo hace cercano al obispo, por lo que el juego de alianzas políticas dista de ser sencillo.
Rey de León y de Castilla
El 10 de marzo de 1126, tras la muerte de su madre, Alfonso VII fue coronado rey de León en la catedral de León y de inmediato emprendió la reclamación del Reino de Castilla, en el que su padrastro, Alfonso I de Aragón, contaba con importantes guarniciones militares que le aseguraban su dominio. Entre éstas destacan Burgos y Carrión de los Condes, cuya población se decanta por el nuevo rey y en 1127 entregan las plazas a Alfonso VII.
Alfonso el Batallador reacciona y se dirige contra Alfonso VII al frente de un numeroso ejército. Ambos se encuentran en el valle de Támara. Sin embargo no se produce un enfrentamiento entre los ejércitos debido a que los dos monarcas tienen situaciones más graves a las que hacer frente: Alfonso VII debe atender las veleidades territoriales de su tía Teresa de León y Alfonso I a las amenazas de los almorávides. Se llega entonces a un acuerdo que se plasma en un pacto conocido como las Paces de Támara, en el que se establecen las fronteras entre el reino castellano y el aragonés, volviendo a los límites fijados por Sancho III el Mayor, y se zanjan las disputas entre ellos renunciando el monarca aragonés al título de emperador, título que utilizó el Batallador entre 1109–1114 tras su matrimonio con Urraca I de León, anulado al considerarse que no fue consumado, y debiéndose esperar tres siglos para ver realizada la unión de los reinos hispánicos, aunque ya sin Portugal, en las figuras de los Reyes Católicos.
Se dirige entonces hacia Galicia desde donde se interna en el condado Portucalense, que rige su tía Teresa, y tras arrasarlo vuelve a León para casarse con Berenguela, hija de Ramón Berenguer III en 1128.
Ese mismo año logra que su tía Teresa de León reconociera su soberanía, aunque dicho reconocimiento sería efímero porque el 24 de junio Teresa se ve obligada a huir a Galicia cuando su hijo, Alfonso Enríquez, la derrota en la batalla de San Mamede y que será el origen de la futura independencia del reino portugués.
En 1130 depone a los obispos de León, Salamanca y Oviedo que se habían mostrado opuestos a su matrimonio con Berenguela. Esto provoca el rechazo de parte de la nobleza encabezada por Pedro González de Lara, Bertrán de Risnel y Pedro Díaz de Aller que se rebelan contra el monarca y toman Palencia. Alfonso VII acude a la ciudad y restablece el orden apresando a los cabecillas.

Aspiraciones territoriales
Tras la muerte sin descendencia del rey navarro-aragonés Alfonso I el Batallador (1134), Alfonso VII reclamó el trono de su padrastro alegando para ello ser tataranieto de Sancho III el Mayor. La candidatura de Alfonso no fue aceptada, ni por los nobles aragoneses, que nombraron rey de Aragón al hermano de Alfonso I, Ramiro II el Monje, ni por los nobles navarros que eligieron como rey de Pamplona a García Ramírez.
A pesar de ello Alfonso ocupa La Rioja y Zaragoza, ciudad que entregaría al recién nombrado rey navarro a cambio de su juramento de vasallaje.
Posteriormente, apoyado por nobles del norte de los Pirineos, controló amplios territorios del sur de Francia, llegando hasta el río Ródano, lo que le valió para retomar la vieja idea imperial de Alfonso III y, el 26 de mayo de 1135, se hace coronar, en la Catedral de León, Imperator totius Hispaniae (Emperador de toda España) por el obispo Arriano ante Guido de Vico, legado del papa Inocencio II. En dicha ceremonia recibirá el homenaje, entre otros, de su cuñado Ramón IV, conde de Barcelona, de su primo el rey García Ramírez de Navarra, del conde Alfonso Jordán de Tolosa y otros señores y embajadores de Gascuña y del Mediodía francés, de Ermengol VI de Urgel, y de representantes de varios de los principales linajes musulmanes, como el caudillo ismaelita Sayf al-Dawla más conocido como Zafadola. No asisten su también primo Alfonso Enríquez ni el rey aragonés Ramiro II de Aragón con el que se encuentra enemistado por la ocupación de Zaragoza.
La enemistad con el monarca aragonés se resuelve en 1136 cuando Alfonso VII desposee del señorío zaragozano al rey navarro y se lo ofrece a Ramiro II el Monje en el pacto por el que llegan tras acordar la boda de sus hijos Petronila y Sancho, aunque finalmente el matrimonio no se celebrará ya que Petronila se casa con el conde barcelonés Ramón Berenguer IV, lo que va a suponer la unión entre el condado de Barcelona y el reino de Aragón.
Asegurado el flanco aragonés de su reino Alfonso centra su mirada en la reconquista de las tierras en manos de los musulmanes.
Reconquista
Desde 1139 Alfonso VII centra su atención en el sur peninsular ocupado por los almorávides y los almohades. Para ello intervino activamente en los enfrentamientos entre las dos dinastías bereberes y llevó a cabo expediciones y ataques de saqueo incitando a las poblaciones a sublevarse contra ellos, para lo cual contó con la ayuda de dos caudillos hispanomusulmanes: el ya citado Zafadola e Ibn Mardanish conocido como «el rey Lobo».
En 1139 tomó el castillo de Colmenar de Oreja desde el que se amenazaba Toledo, en 1142 se hace con Coria, en 1144 con Jaén y Córdoba, aunque esta última volverá a caer ese mismo año en manos musulmanas.
En 1146 se produce una invasión almohade que tras desembarcar en Algeciras se hace con importantes territorios, por lo que Alfonso VII se ve obligado a pactar con el caudillo almorávide Ibn Ganiya para organizar la resistencia. Se entrevista con Ramón Berenguer IV y con García Ramírez y acuerdan la conquista de Almería en poder de los almohades. Para ello cuentan además con el apoyo de la flota genovesa y con cruzados franceses que responden al llamamiento que ha realizado el papa Eugenio III. Almería es tomada en octubre de 1147.
En 1150 falleció el monarca navarro García Ramírez y Alfonso VII firma, el 27 de enero de 1151, con el rey de Aragón el Tratado de Tudilén, un acuerdo por el que ambos acuerdan repartirse el reino de Navarra y se reconoce a Ramón Berenguer IV el derecho de conquista sobre Valencia, Denia y Murcia.
En 1157, los almohades recuperaron el control de la ciudad de Almería y Alfonso VII parte para intentar reconquistarla. Fracasa en el intento y cuando regresaba a León, muere el 21 de agosto. Su hijo Fernando le sucedió en el trono de León mientras que su otro hijo Sancho ocupó el trono de Castilla.
Lugar de fallecimiento[editar]
El lugar exacto de su fallecimiento está en duda, ya que existe el acuerdo de que fue en el paraje de «Fresnedas» pero no acuerdo sobre la ubicación exacta de dicho paraje. Según algunos autores ese paraje se corresponde con el actual de «La aliseda», en el término municipal de Santa Elena, provincia de Jaén;1 2 mientras que otros defienden que se corresponde con el actual paraje del mismo nombre situado en el municipio de Viso del Marqués, antes nombrado «Viso del Puerto», provincia de Ciudad Real.

Matrimonios y descendencia
En 1128 contrajo matrimonio, en el Castillo de Saldaña, con Berenguela de Barcelona, hija del conde Ramón Berenguer III. Fruto del primer matrimonio del rey nacieron los siguientes hijos:
Sancho III de Castilla (1134–1158). Sucedió a su padre como rey de Castilla.
Ramón de Castilla (n. c. 1136). Se desconoce su fecha de defunción.
Sancha de Castilla (1137–1179), contrajo matrimonio con el rey Sancho VI el Sabio, rey de Navarra.
Fernando II de León (1137–1188). Sucedió a su padre como rey de León.
Constanza de Castilla (1136–1160). Contrajo matrimonio en 1154 con el rey Luis VII de Francia.
García de Castilla (1142–1146).
Alfonso de Castilla (1144/1146–c. 1149]). Fue sepultado en el Monasterio de San Clemente de Toledo.
Volvió a casar en 1151n. 1 con Riquilda de Polonia, hija del duque Ladislao II el Desterrado. Tuvieron dos hijos:
Fernando de Castilla (1153–1155).
Sancha de Castilla (1155–1208). Contrajo matrimonio en la ciudad de Zaragoza en 1174 con Alfonso II de Aragón.
De su relación extramatrimonial con Gontrodo Pérez nació:
Urraca la Asturiana (1133–1189). Contrajo matrimonio en 1144 con el rey García Ramírez de Pamplona.
De su relación extramatrimonial con Urraca Fernández de Castro,6 7 hija de Fernando García de Hita y de Estefanía Ermengol y viuda del conde Rodrigo Martínez, fue padre de:
Estefanía Alfonso la Desdichada, nacida entre 1139 y 1148n. 2 y fallecida en 1180. Contrajo matrimonio con Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, quien la asesinó en 1180, hecho que inspiró la tragicomedia titulada La desdichada Estefanía, escrita por Félix Lope de Vega y Carpio en 1604.

Sepultura de Alfonso VII el Emperador
Después de su defunción en agosto de 1157, el cadáver de Alfonso VII el Emperador fue conducido a la ciudad de Toledo, donde recibió sepultura en la Catedral de la ciudad, siendo el primer soberano leonés en ser inhumado allí.8
Los restos mortales del rey fueron depositados en un sepulcro, que probablemente sería colocado en el presbiterio de la primitiva catedral toledana. Décadas más tarde, el rey Sancho IV el Bravo ordenó edificar en el interior de la Catedral de Toledo la Capilla de la Santa Cruz, a la que el día 21 de noviembre de 1289 fueron trasladados los restos de los reyes Alfonso VII el Emperador, Sancho III el Deseado y Sancho II de Portugal, que se encontraban sepultados en la capilla del Espíritu Santo de la catedral.9 Posteriormente, en 1295, Sancho IV el Bravo fue sepultado en la Catedral de Toledo, en un sepulcro colocado junto al que contenía los restos de Alfonso VII.
A finales del siglo XV, el cardenal Cisneros ordenó edificar la actual capilla mayor de la Catedral de Toledo, en el lugar que ocupaba la capilla de Santa Cruz. Una vez obtenido el consentimiento de los Reyes Católicos, la capilla de Santa Cruz fue demolida y, los restos de los reyes allí sepultados, fueron trasladados a los sepulcros que el Cardenal Cisneros ordenó labrar al escultor Diego Copín de Holanda, y que fueron colocados en el nuevo presbiterio de la catedral toledana. Debido a la nueva colocación de los mausoleos reales, Alfonso VII compartió mausoleo, en el lado del Evangelio del presbiterio, con el infante Pedro de Aguilar, hijo ilegítimo de Alfonso XI de Castilla, cuya estatua yacente aparece colocada por encima de la que representa a Alfonso VII el Emperador.
La estatua yacente representa a Alfonso VII con barba, ceñida la frente con corona real y descansando la cabeza sobre dos almohadones recamados. El monarca aparece vestido con una túnica de amplios pliegues y cubierto por un manto real. Las manos aparecen cruzadas sobre el regazo y sus pies, que calzan chapines, se apoyan sobre una figura de león. La caja del sepulcro presenta dos escenas simétricas entre columnas, en las que se representan sendos ángeles afrontados sujetando entre sus manos el escudo de los dos reinos.

domingo, 6 de julio de 2014

URRACA I de León.

Urraca I de León (24 de junio de 1081 - Saldaña, 8 de marzo de 1126). Reina de León y de Castilla (1109–1126). Hija y sucesora de Alfonso VI y de la reina Constanza de Borgoña. Fue sucedida por su hijo Alfonso VII.
Orígenes familiares
Hija de Alfonso VI y de la reina Constanza de Borgoña, por parte paterna eran sus abuelos Fernando I, rey de León y conde de Castilla, y su esposa Sancha de León, hija de Alfonso V. Sus abuelos maternos fueron el duque Roberto I de Borgoña, hijo de Roberto II de Francia, el segundo monarca francés de la dinastía de los Capetos, y su esposa Hélie de Samur.
Condesa de Galicia
Primera hija del rey Alfonso VI de León y de su segunda esposa Constanza de Borgoña, el nacimiento de su medio hermano Sancho en 1093 la apartó de la línea sucesoria al trono de su padre.
En 1095, Urraca contrajo matrimonio con Raimundo de Borgoña, un noble francés que llegó a León tras la Batalla de Sagrajas respondiendo al llamamiento que Alfonso VI realizó a la cristiandad europea con la intención de organizar una cruzada contra los almorávides que asolaban sus reinos.
En 1095, a raíz del matrimonio de otra de las hijas de Alfonso VI, Teresa de León, con Enrique de Borgoña, el monarca dividió Galicia en dos condados: el condado de Galicia fue concedido a Urraca y Raimundo, y el condado Portucalense, que comprendía las tierras entre los ríos Duero y Miño, que correspondió como dote a Teresa y Enrique y que con el tiempo daría lugar al reino independiente de Portugal.
Reina de León y de Castilla
Ascensión al trono
En 1108 falleció su hermano Sancho en la batalla de Uclés. La muerte del único descendiente varón de Alfonso VI convierte a Urraca, que había enviudado un año antes, en la candidata mejor situada para suceder a su padre, quien reúne en Toledo a los nobles del reino y les comunica el hecho, hasta entonces insólito, de que ella es la elegida para sucederle.
Los nobles aceptan la designación real pero exigen que Urraca contraiga un nuevo matrimonio. Inmediatamente surgen varios candidatos para desposar a la heredera al trono, entre los que destacan el conde Gómez González y el conde Pedro González de Lara. Alfonso VI, temiendo que las rivalidades que existían entre los nobles castellanos y leoneses se incrementaran por este motivo, decide casar a Urraca con el rey aragonés Alfonso el Batallador. El matrimonio se celebra en 1109 en el castillo de Monzón de Campos, con el alcaide de la fortaleza, Pedro Ansúrez, apadrinando el enlace, sin que quede del todo claro si fue antes o después de la muerte del rey Alfonso VI.
Primera etapa (1109–10)
El matrimonio entre Urraca y Alfonso se inicia con la oposición de distintas facciones políticas contrarias a la unión por motivaciones muy distintas. Una primera facción estaba formada por el clero francés, que se había visto muy reforzado gracias al origen borgoñés del primer marido de Urraca y que temía perder sus privilegios.
Una segunda facción tenía su centro en Galicia, y su rechazo a la unión entre Urraca y Alfonso venía motivado por la pérdida de los derechos al trono castellano-leonés del hijo de Urraca, Alfonso Raimúndez. En efecto, uno de los primeros actos que hicieron los monarcas fue firmar un pacto según el cual los cónyuges se otorgaban recíprocamente potestad soberana en el reino del otro, declaraban heredero de ambos al hijo que pudieran engendrar, y que si de la unión entre ambos no naciera heredero alguno, cada cónyuge sucedería al otro en caso de muerte de alguno de ellos. Este sector se encontró desde un primer momento dividido en dos tendencias: una encabezada por el obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, que defendía la posición del infante Alfonso como sucesor de Urraca; y otra encabezada por Pedro Fróilaz, conde de Traba y tutor del príncipe Alfonso, quien se inclinaba por la independencia de Galicia, cuyo trono ocuparía Alfonso.
Un tercer grupo opositor al matrimonio real radicaba en la misma corte y estaba encabezado por el conde Gómez González, y la motivación de su oposición venía dada por su temor a la pérdida de poder, sensación que se vio pronto confirmada cuando Alfonso I nombró a nobles aragoneses y navarros para importantes cargos públicos y como alcaides de los castillos y enclaves castellanos y leoneses.
Será el conde de Traba quien desde Galicia inicie el primer movimiento agresivo contra los monarcas cuando reclamó los derechos hereditarios del infante Alfonso. En respuesta a la rebelión gallega, Alfonso el Batallador se dirigió al frente de su ejército hacia Galicia y, en 1110, restableció el orden en el condado rebelde al vencer a las tropas gallegas en el castillo de Monterroso.
La rebelión gallega contra el poder real fue sólo el comienzo de una serie de conflictos políticos y bélicos que, los caracteres opuestos de Urraca y Alfonso y su antipatía mutua, van a alentar en los sucesivos años y que van a sumir a los reinos hispánicos en una continua guerra civil.
Pronto se diferencian dos tendencias en la facción opuesta al matrimonio radicada en la propia corte. Una apoya a Alfonso como soberano y está integrada por la baja nobleza y las grandes ciudades que bordean el Camino de Santiago deseosas de deshacerse de los señoríos eclesiásticos; la otra apoya a Urraca y está formada por la alta nobleza y el clero que trabajará activamente para lograr la anulación eclesiástica del matrimonio argumentando ante el papa Pascual II que el mismo era incestuoso debido a la consanguinidad de los esposos (ambos eran biznietos de Sancho Garcés III de Pamplona). El pontífice amenaza con la excomunión de los monarcas si éstos no anulan el matrimonio. La reina afirmaba, según escribe Jerónimo Zurita en los Anales de la Corona de Aragón, que
     
 " aunque el matrimonio se efectuó muerto el rey, su padre, con voluntad y orden los grandes de su reino, fue contra la suya y que recibió muchos denuestos y se le hicieron malos tratamientos por el rey de Aragón y que usaba gran tiranía y echó a los obispos de Burgos y León de sus iglesias, y prendió al de Palencia, y desterró al obispo de Toledo por dos años de su diócesis siendo legado de la sede apostólica, y que sacó del Monasterio de Sahagún al abad y puso en él a don Ramiro, su hermano. Era la pasión tan terrible, que la reina afirmaba que con gran furor y odio procuraba la muerte del infante, creyendo suceder en el reino. Y con esto iban incitando y conmoviendo contra él los pueblos."

Urraca decide alejarse de Alfonso y se refugia en el monasterio de Sahagún. Alfonso I recibe noticias de que el arzobispo de Toledo está maniobrando para obtener la nulidad matrimonial, lo que junto a los rumores de que la reina mantiene una relación amorosa con el conde Gómez González hace que decida encarcelar a Urraca en la fortaleza de El Castellar y dirija su ejército contra todas aquellas plazas castellanas que se habían posicionado a favor de Urraca. Tomó Palencia, Burgos, Osma, Orense, Toledo, donde depuso al arzobispo, y Sahagún, donde depuso al abad del monasterio. (Véase: Primera revuelta burguesa de Sahagún).
El conde Gómez González junto con el conde Pedro González de Lara logran liberar a la reina, que busca refugio en la fortaleza de Candespina, ubicada en Fresno de Cantespino, Segovia.
Segunda etapa (1111–14)
El Rey entonces decidió plantar cara a la situación y lo hizo en la batalla del Campo de la Espina o Candespina (26 de octubre de 1111), en la cual salió victorioso gracias al apoyo militar que recibió de la hermanastra y del cuñado de Urraca, los condes de Portugal Teresa y Enrique. Jerónimo Zurita describe la batalla de la siguiente manera:
     
      " Comenzándose a herir de ambas partes la batalla, desamparó luego el conde don Pedro González el estandarte real, y salió huyendo del campo y el conde don Gómez con los castellanos de su batalla estuvo firme en ella, pero fueron a la postre desbaratados y vencidos y quedó el conde Gómez vencido y muerto en el campo."

Sin embargo, la entrada de Alfonso en Toledo, cuya cesión pretendían Teresa y Enrique, hizo que Enrique intentase un pacto con Urraca, pero la animadversión que se tenían las hermanastras hizo que finalmente Urraca se reconciliase con su marido Alfonso obligando a los condes de Portugal a retirarse a sus dominios.
La reconciliación matrimonial vuelve a quebrarse cuando Urraca se entrevista con la nobleza gallega y acepta que su hijo Alfonso sea proclamado rey de Galicia. La coronación se lleva a cabo en Santiago de Compostela el 17 de septiembre de 1111 y provocará las iras de Alfonso I de Aragón y nuevos enfrentamientos entre los soberanos a lo largo del año 1112, destacando los que tuvieron como escenarios a ciudades como Astorga y Carrión de los Condes, y que terminarían con una nueva tregua que habría de romperse al año siguiente en Burgos, cuando la reina, apoyada por las tropas del obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, sitió la ciudad. Alfonso decide entonces abandonar sus aspiraciones territoriales sobre los reinos de su esposa y, basándose en los argumentos que utilizaron los que desde un primer momento querían declarar nulo su matrimonio, repudiar a Urraca, hecho que se hizo efectivo en un concilio que se celebró en Palencia en 1114.
Tercera etapa (1115–26)
La retirada de Alfonso I no supondrá la desaparición de los conflictos, ya que éstos se desplazan nuevamente a Galicia donde, en 1115, el conde de Traba, Pedro Fróilaz, y el obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, intentan aumentar la autonomía del hijo la reina, Alfonso, como rey independiente de Galicia. La reina decide entonces apartar a su hijo Alfonso Raimúndez de la influencia de su tutor, para lo cual se dirige al frente de su ejército a Santiago y cerca la ciudad. Gélmirez y el conde de Traba pactan luego con Urraca y mientras se entrevistan con ella, la población se amotina y en la revuelta popular Urraca fue rodeada, golpeada y en un barrizal fue desnudada, humillada y vejada y hasta se dice que alguien que estaba allí le tiró un piedra que le dio en la cara saltándole varios dientes y muelas. Tras huir, la reina sitió la ciudad hasta su rendición, sometiéndola posteriormente a una fuerte represión.
En 1117 Urraca consolidó la relación con los partidarios de su hijo firmando el Pacto del Tambre, en el que reconocía la legitimidad del infante Alfonso para sucederla en el trono. Sin embargo, la paz sólo se prolongó hasta 1120 cuando nuevamente se enfrentó al conde de Traba, con el que tuvo que volver a pactar en 1121 debido a la invasión que desde el condado Portucalense encabezó su hermanastra Teresa y que repelió cruzando el río Miño y venciéndola en Lanhoso, con lo que consiguió que ésta le reconociese como soberana.
Los últimos años del reinado de Urraca son poco conocidos por la falta de documentos claros. De su estudio se desprende que no cesó la guerra civil hasta su muerte en el año 1126, ocurrida en el castillo de Saldaña. Ese mismo año, su hijo Alfonso, llegado de Galicia, sería coronado también como rey de León como Alfonso VII de León, más tarde llamado el Emperador.
Matrimonios y descendencia
La reina Urraca se casó en primeras nupcias con el conde Raimundo de Borgoña, hijo del conde palatino Guillermo I de Borgoña. Habían estado comprometidos desde 1087, aunque el matrimonio no se celebró hasta 1095 en la ciudad de Toledo. Fruto del primer matrimonio de la reina nacieron los siguientes hijos:
Alfonso VII de León (1105—1157). Sucedió a su madre en los tronos de León y de Castilla.
Sancha Raimúndez (1095/1102—1159).
Contrajo un segundo matrimonio con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, matrimonio del cual no hubo sucesión y que fue anulado posteriormente a causa de la consanguineidad de los dos contrayentes.
Según las crónicas antiguas, relatadas por Jerónimo Zurita, el conde Pedro González de Lara, hijo de Gonzalo Núñez, tenente en Lara y Osma, y de Goto Núñez, quien gozaba de la privanza de la reina

"... nunca perdonó a su mismo honor ni hizo diferencia de los maridos a los adúlteros, pensó en casar con ella, y poníase muy delante en los negocios de todo el reino, presumiendo de mandar y vedar como absoluto señor. Pero ella no se sabía sujetar ni a su afición ni a la ajena."

Los condes y ricoshombres de Castilla no consintieron el matrimonio y Gutierre Fernández de Castro prendió al conde Pedro y le encerró en el castillo de Mansilla.
De su relación con el conde Pedro González de Lara nacieron al menos dos hijos:
Elvira Pérez de Lara (c.1110—1174), quien casó por primera vez con el conde García Pérez de Traba, señor de Trastámara, hijo del conde Pedro Froilaz. Posteriormente contrajo un nuevo matrimonio con el conde Bertrán de Risnel, señor de Carrión.
Fernando Pérez Hurtado (c.1114—1156), quien vivió después en Portugal
Sepultura
Después de su defunción en la localidad de Saldaña, el cadáver de la reina Urraca fue conducido a la ciudad de León, donde recibió sepultura en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León, recuperando así la tradición de los reyes de León de sepultarse allí, tradición que había sido rota por su padre, Alfonso VI de León, quien recibió sepultura junto a la mayoría de sus esposas, entre ellas Constanza de Borgoña, madre de la reina Urraca, en el Monasterio de San Benito de Sahagún.6 Sus restos fueron depositados en un sepulcro de mármol liso, desaparecido en la actualidad, sobre cuya cubierta aparecía la imagen esculpida de la reina. En el sepulcro fue colocado el siguiente epitafio latino:

H. R. DOMNA URRACA REGINA, MATER IMPERATORIS ALFONSI, HOC URRACA JACET PULCRO REGINA SEPULCHRO. REGIS ADEFONSI FILIA QUIPPE BONI. UNDECIES CENTUM DECIES SEX QUATUOR ANNOS MARTIS MENSE ORAVI, CUM MORITUR NUMERA.7

jueves, 3 de julio de 2014

La batalla de Navas de Tolosa.

La batalla de Las Navas de Tolosa, llamada en la historiografía árabe Batalla de Al-Uqab (معركة العقاب), enfrentó el 16 de julio de 1212 en las inmediaciones de la población jienense de Santa Elena a un ejército aliado cristiano formado en gran parte por las tropas castellanas de Alfonso VIII de Castilla, las navarras de Sancho VII de Navarra y las aragonesas de Pedro II de Aragón contra el ejército numéricamente superior del califa almohade Muhammad An-Nasir. La batalla fue el resultado de la cruzada emprendida por el rey Alfonso VIII, el arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada y el papa Inocencio III contra los almohades (musulmanes que dominaban Al-Ándalus). Saldada con una importantísima victoria del bando cristiano, esta batalla fue el punto álgido de la Reconquista y el principio del fin de la presencia musulmana en la península ibérica.

Antecedentes

Esta decisiva batalla fue el resultado de la cruzada organizada en España por el rey Alfonso VIII de Castilla, el arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada y el papa Inocencio III contra los almohades musulmanes que dominaban Al-Ándalus desde mediados del siglo XII, tras la derrota del rey castellano en la batalla de Alarcos (1195), que había tenido como consecuencia llevar la frontera hasta los Montes de Toledo, amenazando la propia ciudad de Toledo y el valle del Tajo.
Al tenerse noticia de la preparación de una nueva ofensiva almohade, Alfonso VIII, después de haber fraguado diferentes alianzas con la mayoría de los reinos cristianos peninsulares, con la mediación del Papa, y tras finalizar las distintas treguas mantenidas con los almohades, decide preparar un gran encuentro con las tropas almohades que venían dirigidas por el propio califa Muhammad An-Nasir, el llamado Miramamolín por los cristianos (versión fonética de «Comendador de los Creyentes», en árabe). El rey buscaba desde hacía tiempo este encuentro para desquitarse de la grave derrota de Alarcos.
Fuerzas cristianas
El ejército cristiano estaba formado por:
Las tropas castellanas al mando del rey Alfonso VIII de Castilla, el alma de la batalla y el coordinador, junto con 20 milicias de Concejos Castellanos, entre ellas las de Medina del Campo, Madrid, Valladolid, Segovia, Soria, Ávila, Palencia, Almazán, Medinaceli, Béjar y San Esteban de Gormaz. Constituían el grueso de las tropas cristianas. Su abanderado era don Diego López II de Haro, quinto señor de Vizcaya. A este caballero encomendó Alfonso VIII el reparto del botín tras la batalla, del que dicen las crónicas castellanas que no se quedó nada para su propio provecho.
Las tropas de los reyes Sancho VII de Navarra, Pedro II de Aragón y Alfonso II de Portugal. En su mayoría eran catalanes y aragoneses almogávares que al año siguiente lucharían en la Batalla de Muret. Las tropas portuguesas acudieron a la llamada de cruzada, pero no contaron con la presencia de su rey.
Las tropas de las Órdenes Militares de Santiago, Calatrava, San Lázaro, Temple y San Juan (Malta).
Un gran número de cruzados provenientes de otros estados europeos o ultramontanos, llamados así por haber llegado desde más allá de los Pirineos. Estos guerreros, en su mayoría franceses, llegaron atraídos por el llamado del papa Inocencio III, quien a su vez había sido contactado por el Arzobispo de Toledo, Ximénez de Rada. Muchos de ellos no llegaron a participar en la batalla. Entre los convocados extranjeros figuraban también tres obispos, los de las ciudades francesas de Narbona, Burdeos y Nantes.
Al igual que el portugués, tampoco participó en la contienda el rey de León Alfonso IX; aunque ansiaba acudir a la batalla, convocó una Curia Regia que le recomendó que exigiera condiciones para participar en la campaña, y así, Alfonso IX respondió a su homólogo castellano que acudiría gustoso en cuanto se le devolvieran los territorios que le pertenecían. Por ello, Alfonso VIII pidió la mediación del Papa, para evitar cualquier ataque leonés. Inocencio III accedió y amenazó con la excomunión a todo aquel que se atreviera a violar la paz mientras los castellanos lucharan contra los musulmanes. Este hecho contrasta con lo sucedido años atrás, cuando el mismo Papa había obligado al monarca castellano, sin éxito, a devolver esos castillos a Alfonso IX. Ante esto, para no romper el edicto del Papa y evitar la excomunión, el rey leonés se dedicó a recuperar sólo aquellas plazas que estaban dentro de las fronteras de León, evitando así el enfrentamiento en tierras castellanas. No obstante, y a pesar de ir en contra de sus intereses a corto plazo, consintió que acudieran a la batalla contra los almohades tropas y caballeros leoneses, gallegos y asturianos, de los cuales destacan: don José Bernaldo de Quirós, Vizconde de las Quintanas y Señor de Quirós, don Manuel de Valdés, don Fernando Lamuño y Lamuño, Señor de Salas y don Francisco de la Buelga, Caballero de la Orden de Santiago.
El número de los combatantes cristianos es discutible, pero con los trabajos más recientes se cree que pudieron llegar a unos 3.500 a 5.500 jinetes y 7.000 a 12.000 infantes (según las estimaciones de Martín Alvira Cabrer). A partir de los datos sobre el tamaño de su campamento, en 1999, el historiador Vara Thorbeck estimaba unos 12.000 hombres en total, lo que Alvira juzga como estimación bien fundada.
Fuerzas musulmanas
El ejército cristiano tenía un tamaño ciertamente respetable, pero el gran número de tropas convocadas por el Califa almohade Muhammad An-Nasir (Miramamolín para los cristianos) hacía que pareciera pequeño a su lado. Su tamaño fue enormemente exagerado por las crónicas cristianas, llegando a hablarse hasta de 300.000 a 400.000 hombres, si bien hoy en día se tiende a cifrar su número en más de 20.000. Su composición no era menos internacional que la de su oponente:

En primera línea se situaba la infantería ligera marroquí reclutada en el Alto Atlas.
Tras ésta se disponían los infantes voluntarios de Al-Ándalus, mejor armados que los marroquíes y encargados de detener las filas enemigas. Ese día, sin embargo, reinaban los recelos entre la guarnición andalusí debido a la ejecución de Ibn Cadis, el jefe de la guarnición musulmana en la fortaleza de Salvatierra, al que los cristianos dejaron marchar a cambio de rendir la plaza, y que, apenas llegado a territorio almohade, fue degollado por orden del sultán. Esto tendría consecuencias decisivas en la moral de las tropas andalusíes durante la batalla.
El propio ejército almohade se encontraba detrás de los andalusíes, con la potente caballería africana, que había sido la pesadilla de los ejércitos cristianos, cubriendo los flancos. La mayoría de sus veteranos y bien armados hombres procedían del noroeste de África, pero entre sus filas no faltaban tampoco los guerreros de todos los rincones del Islam atraídos por la llamada a la Guerra Santa.
Tras la caballería almohade, que combatía con lanza y espada, se encontraban contingentes de arqueros a caballo turcos conocidos como Agzaz. Esta unidad de mercenarios de élite había llegado a la Península tras haber sido capturados en lo que ahora es Libia durante la guerra que mantenían los almohades del Magreb con los ayubíes de Egipto.
Al final, formando una apretada línea en torno a la tienda personal del sultán, se encontraba la llamada Guardia Negra (también denominados imesebelen), integrada por soldados-esclavos fanáticos procedentes del Senegal. Grandes cadenas y estacas los mantenían anclados entre sí y al suelo, de tal manera que no les quedaba otra alternativa que luchar o morir. Desde su tienda, el sultán arengaba a sus tropas vestido completamente de verde (el color del Islam), con un ejemplar del Corán en una mano y una cimitarra en la otra. En las filas musulmanas abundaban los líderes religiosos y santones tanto como los monjes y sacerdotes en las cristianas, exhortando a ambos bandos a una lucha sin tregua.
Como curiosidad cabe destacar que, según la leyenda, las cadenas que mantenían atados a esos imesebelen, la Guardia Negra del califa, son las que incorporó Sancho VII al escudo de Navarra y que aquel ejemplar del Corán tenía una enorme esmeralda en el centro, la cual también añadiría el monarca navarro a dicho escudo.
Movimientos previos
El ejército cristiano se reunió en Toledo al inicio del verano de 1212 y avanzó hacia el sur al encuentro de las huestes almohades. Durante la marcha inicial, tras la toma de Malagón, se produjo la deserción y abandono de casi todos los ultramontanos por el calor y las incomodidades y, sobre todo, por no estar de acuerdo con la política a seguir, dictada por el jefe del contingente cristiano, Alfonso VIII. Un nuevo motivo de disputa fue la posterior toma de la ciudad de Calatrava (Calatrava la Vieja), donde las tropas permanecieron detenidas para disgusto de alguno de los cruzados que querían ir directamente al encuentro de las tropas almohades. Alfonso VIII, entre otras normas, había dictado la de mantener un trato humanitario para con los musulmanes en el caso de que fueran vencidos y no llevar al último grado ni el pillaje ni los asesinatos y los malos tratos que se habían producido tras la toma de Malagón. Anteriormente, las mismas tropas ultramontanas habían causado importantes disturbios en Toledo, destacando los asaltos y asesinatos en su judería.
La partida de los casi 30.000 ultramontanos (sólo eligieron quedarse 150 caballeros del Languedoc, con el obispo de Narbona a la cabeza) mermó en buena medida las huestes cristianas, pero el ejército restante de 70.000 hombres seguía siendo uno de los más grandes que se habían visto en aquellas tierras. Aunque no muy numerosos, después de la conquista de Calatrava, se añadieron 200 caballeros navarros dirigidos por Sancho VII.
Las tropas cristianas se encaminaron hacia la zona rasa en que se encontraban acantonados los musulmanes. Es decir, Navas de Tolosa, o llanos de La Losa, puntos cercanos a la localidad de Santa Elena (donde se ha abierto un Centro de Interpretación de la Batalla), al noroeste de la provincia de Jaén. La previsión era, pues, librar una gran batalla campal. Sin embargo, An-Nasir decidió cortar el acceso del enemigo al valle, y para ello situó hombres en puntos clave, de forma tal que los cristianos quedaron rodeados por montañas, y por tanto con una muy limitada capacidad de maniobra. El escenario cambió entonces radicalmente, y en perjuicio de la coalición, que ahora ya no podría disfrutar del beneficio táctico que le otorgaba el campo abierto, sino o bien retirarse o bien luchar en clara desventaja.
A pesar de todo, los cristianos consiguieron superar la adversidad: harían el movimiento de aproximación al enemigo por el oeste, a través de un paso llamado Puerto del Rey, que les permitió cruzar la sierra para luego, ya en terreno llano, marchar contra el rival. Cuentan las crónicas castellanas que quien reveló a las tropas la existencia de esta senda fue un pastor local, a quien algunos autores nombran como Martín Alhaja, mientras otros lo identifican con la aparición de San Isidro.
La batalla
Los ejércitos cristianos llegan el viernes 13 de julio de 1212 a Las Navas, y se producen pequeñas escaramuzas durante el sábado y domingo siguientes. El lunes 16 de julio, cansados de esperar y temiendo las deserciones, atacan a las huestes almohades.
Las tropas almohades provenían de los territorios de Al-Andalus y soldados bereberes del norte de África, reunidas para formar una yihad que expulsara definitivamente a los cristianos de la península ibérica. Habían estado retardando el choque frontal con el fin de conseguir debilitar la unión de las tropas cristianas y agotar las fuerzas de éstas por agotamiento de los suministros.
Los castellanos de segunda línea, al mando de Núñez de Lara, y las Órdenes Militares formaban en el centro flanqueados, a la derecha, por los navarros y las milicias urbanas de Ávila, Segovia y Medina del Campo y, a la izquierda, por los aragoneses.
Tras una carga de la primera línea de las tropas cristianas, capitaneadas por el vizcaíno don Diego López II de Haro, los almohades, que doblaban ampliamente en número a los cristianos, realizan la misma táctica que años antes les había dado tanta gloria. Los voluntarios y arqueros de la vanguardia, mal equipados pero ligeros, simulan una retirada inicial frente a la carga para contraatacar luego con el grueso de sus fuerzas de élite en el centro. A su vez, los flancos de caballería ligera almohade, equipada con arco, tratan de envolver a los atacantes realizando una excelente labor de desgaste. Recordando la batalla de Alarcos, era de esperar esa táctica por parte de los almohades. Al verse rodeados por el enorme ejército almohade, acude la segunda línea de combate cristiana, pero no es suficiente. La tropa de López de Haro comienza a retirarse, pues sus bajas son muy elevadas; no así el propio capitán, el cual, junto a su hijo, se mantiene estoicamente en combate cerrado junto a Núñez de Lara y las Órdenes Militares.
Al notar el retroceso de muchos de los villanos cristianos, los reyes cristianos al frente de sus caballeros e infantes inician una carga crítica con la última línea del ejército. Este acto de los reyes y caballeros cristianos infunde nuevos bríos en el resto de las tropas y es decisivo para el resultado de la contienda. Los flancos de la milicia cargan contra los flancos del ejército almohade y los reyes marchan en una carga imparable. Según fuentes tardías, el rey Sancho VII de Navarra aprovechó que la milicia había trabado combate a su flanco para dirigirse directamente hacia Al-Nasir. Los doscientos caballeros navarros, junto con parte de su flanco, atravesaron su última defensa, los im-esebelen, una tropa escogida especialmente por su bravura que se enterraban en el suelo o se anclaban con cadenas para mostrar que no iban a huir. Sea como fuere, lo más probable es que la unidad navarra fuera la primera en romper las cadenas y pasar la empalizada, lo que, tradicionalmente se ha dicho, justifica la incorporación de cadenas al escudo de Navarra.8 Mientras la guardia personal del califa sucumbía fiel a su promesa en sus puestos, el propio An-Nasir se mantenía en el combate dentro del campamento.
El degüello dentro de la empalizada de Miramamolín fue terrible. El hacinamiento de defensores y atacantes en este punto y la conciencia de estar dilucidando la suerte suprema de la batalla, espolearía el desesperado valor de unos y otros. En las Navas, los arqueros musulmanes, principal y temible enemigo de los caballeros, sobre todo por la vulnerabilidad de sus caballos, no podrían actuar debidamente cogidos ellos mismos en medio del tumulto. La carnicería en aquella colina fue tal que después de la batalla, los caballos apenas podían circular por ella, de tantos cadáveres como había amontonados. El ejército de Al-Nasir se desintegró. En la terrible confusión cada cual buscó su propia salvación en la huida, incluido el propio califa.
La precipitada huida a Jaén de An-Nasir proporcionó a los cristianos un ingente botín de guerra. De este botín se conserva la bandera o pendón de Las Navas en el Monasterio de Las Huelgas en Burgos. Se considera el mejor tapiz almohade de los que hay actualmente en España.
Cuando Carlos III colonizó estas tierras, fundó La Carolina y una aldea dependiente de ella, llamada «Venta de Linares» por existir allí dicha venta. Posteriormente se le cambió el nombre inicial por el de «Navas de Tolosa» en honor a la célebre victoria, hecho que ha creado frecuentemente confusión acerca de la precisa localización del campo de batalla. Hoy son abrumadoras las evidencias del lugar exacto y todos los investigadores lo aceptan. Es aconsejable leer las excelentes aportaciones, referencias externas n.º 1, 2 y 3 de este artículo, de varios autores. Los trofeos de la Batalla de Las Navas de Tolosa se encuentran en la iglesia de San Miguel Arcángel de Vilches y están compuestos por la Cruz de Arzobispo D. Rodrigo, una bandera, una lanza de los soldados que custodiaban a Miramamolín y la casulla con la que el arzobispo ofició misa el mismo día de la batalla. Actualmente están expuestos en esta iglesia para que puedan ser visitados.
Consecuencias
Como consecuencia de esta batalla, se puso fin a la hegemonía musulmana en la península ibérica, que entra en su declive definitivo, y la Reconquista tomó un nuevo impulso que produjo en los siguientes cuarenta años un avance significativo de los reinos cristianos, que conquistaron casi todos los territorios del sur bajo poder musulmán. Consecuencia inmediata fue la toma de Baeza, que posteriormente retornó a manos almohades. La victoria habría sido mucho más efectiva y definitiva si no se hubiera desencadenado en aquellos mismos años una hambruna que hizo que se demorara el proceso de reconquista. La hambruna duró hasta el año 1225.
La leyenda dice que en recuerdo de su gesta, el rey de Navarra incorporó las cadenas a su escudo de armas, cadenas que posteriormente también se añadieron en el cuartel inferior derecho del escudo de España. Sin embargo, está demostrado que Sancho VII no cambió de escudo después de la batalla. El origen del escudo de Navarra en realidad está en la bloca que solía adornar los escudos, y de la que hay ejemplos anteriores; según Tomás Urzainki se pueden encontrar en la iglesia de San Miguel de Estella (1160), en un relieve de la catedral de Chartres (1164) y en miniaturas de la Biblia de Pamplona (1189); el escudo blocado aparece en los sellos de los reyes Sancho VI el Sabio y Teobaldo I de Navarra, y con el tiempo fue evolucionando y dando lugar a la leyenda.
La fortaleza de Calatrava la Nueva, cerca de Calzada de Calatrava, fue construida por los Caballeros de la Orden de Calatrava, utilizando prisioneros musulmanes de la batalla de Las Navas de Tolosa, entre 1213 y 1217. Llevando a cabo un arduo proceso de reevangelización del territorio que comprendía la construcción nuevos templos y santuarios y la reconstrucción de los primitivos edificios visigodos como el santuario de Santa María del Monte de Bolaños de Calatrava.

miércoles, 2 de julio de 2014

La batalla de Alarcos: la gran derrota Cristiana.

La batalla de Alarcos (en árabe: معركة الأرك ma'rakat al-Arak), acontecimiento también conocido como el desastre de Alarcos, fue una batalla librada junto al castillo de Alarcos (en árabe: al-Arak الأرك), situado en un cerro a cuyos pies corre el río Guadiana, cerca de Ciudad Real (España), el 19 de julio de 1195, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abū Ya'qūb Yūsuf al-Mansūr (Yusuf II), saldándose con la derrota para las tropas cristianas, la cual desestabilizó por completo al Reino de Castilla y frenó todo intento de reconquista hasta la batalla de Las Navas de Tolosa.

Antecedentes
En 1177, el monarca castellano Alfonso VIII conquistó Cuenca con ayuda de Aragón. Inquieto, el califa Abū Yūsuf Ya'qūb al-Mansūr pactó en 1190 un periodo de paz para frenar el avance castellano sobre Al-Ándalus. Cuando expiraba el trato, recibió noticias de que habían surgido revueltas en sus posesiones del norte de África. Alfonso VIII había empezado a levantar en una elevación sobre el río Guadiana la ciudad de Alarcos, que no tenía terminada su muralla, ni aún asentados todos sus nuevos pobladores, cuando una expedición, dirigida por el belicoso arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, penetró en la taifa de Jaén y Córdoba y saqueó las cercanías de la capital almohade (Sevilla) en la Península. Este desafío de la fuerza castellana enfureció sobremanera a Ya'qub, quien decidió mandar todas sus fuerzas disponibles para contener al monarca castellano. El historiador Vicente Silió (1892-1972) narra cuál fue el pretexto oficial para la invasión:
«En 1194, el rey Alfonso VIII cometió la imprudencia de retar a Yasub enviándole un mensaje en tono altanero, por el cual le retaba a que mandase sus tropas a batirse en España o le facilitase navíos para que los cristianos pudiesen embarcar y derrotarle en África. Hacía treinta y un años que Yasub gobernaba el imperio almohade. Contestó al de Castilla con unas breves líneas al dorso de su mensaje: “Estas son las palabras que ha pronunciado Alá, el Todopoderoso: Me lanzaré sobre ellos, les convertiré en polvo sirviéndome de ejércitos que no han visto nunca y de cuya fuerza no podrán librarse”. Leyó a sus tribus el desafío de Alfonso y escuchó en respuesta un gran clamorío, exigiendo venganza. Con un poderoso ejército salió Yasub para Algeciras.»
El 1 de junio de 1195, desembarcó sus tropas en la línea de costa entre Alcazarseguir y Tarifa con su ejército almohade.4 El emir almohade llegó hasta Sevilla, donde logró reunir un ejército de 300.000 hombres, entre caballería y peones, formado por todo tipo de mercenarios, tropas regulares, etc. Alcanzó Córdoba el 30 de junio, donde se hallaban las tropas de Pedro Fernández de Castro "el Castellano", señor de la Casa de Castro y del Infantado de León, quien había roto sus vínculos de vasallaje con su primo el rey Alfonso VIII. Pedro Fernández de Castro era hijo de Fernando Rodríguez de Castro "el Castellano", señor de Trujillo, que, al igual que su hijo hacía ahora, había combatido en el pasado junto a los almohades.
El 4 de julio Abū Yūsuf partió de Córdoba cruzando Despeñaperros y avanzando sobre la explanada donde se alzaba el castillo de Salvatierra, a los pies del de Calatrava. Un destacamento de la Orden de Calatrava, junto con algunos caballeros de fortalezas cercanas que intentaron dar con las fuerzas almohades, se toparon con ellas pero tuvieron la mala fortuna de encontrar un ejército muy superior al destacamento y fueron casi exterminados por completo. Alfonso VIII se alarmó tras lo acontecido y se apresuró a reunir todas las tropas posibles en Toledo y a marchar hacia Alarcos. El monarca castellano consiguió atraer la ayuda de los reyes de León, Navarra y Aragón, puesto que el poderío almohade amenazaba a todos por igual. Esta ciudad fortaleza estaba aún en construcción y era el extremo de las posesiones de Castilla formando frontera con Al-Andalus. Era determinante impedir el acceso al fértil valle del Tajo y, por darse prisa en presentar batalla, no esperó los refuerzos de Alfonso IX de León ni los de Sancho VII de Navarra que estaban de camino. El 16 de julio el gran ejército almohade fue avistado y era tan numeroso que no llegaron a saber cuántos hombres lo formaban. Aun así e imprudentemente, Alfonso VIII decidió presentar batalla al día siguiente de llegar finalmente las tropas a los alrededores de Alarcos (el 17 de julio). Tal vez por confiar en la fuerza de la caballería pesada castellana, en vez de retirarse a Talavera donde habían llegado las tropas leonesas y que les separaban tan sólo unos pocos días de distancia. Abū Yūsuf no aceptó dar batalla ese día (el 18 de julio), prefiriendo esperar el resto de sus fuerzas. Al día siguiente, la madrugada del 19 de julio el ejército almohade formó alrededor de la colina "La cabeza" y a dos tiros de flecha de Alarcos como citan las fuentes árabes.
Desarrollo de la batalla

Los cristianos disponían de dos regimientos de caballería: en primera línea estaba la caballería pesada (de unos 10.000 hombres) al mando de Don Diego López de Haro y sus tropas, seguida después de la segunda línea, donde se encontraba el propio Alfonso VIII con su caballería e infantería.
Por parte de las tropas almohades, en vanguardia se hallaban la milicia de voluntarios benimerines, alárabes, algazaces y ballesteros, que eran unidades básicas y muy maniobrables. Inmediatamente tras ellos estaban Abu Yahya ibn Abi Hafs (Abu Yahya) y los Henteta, la tropa de élite almohade. En los flancos, su caballería ligera equipada con arco y en la retaguardia el propio Al-Mansur con su guardia personal.
Ya'qub siguió los consejos del qā'id andalusí Abū 'abd Allāh ibn Sanadí y dividió su numeroso ejército, dejando que el ğund andaluz (soldados de las provincias militarizadas) y los cuerpos de voluntarios del ğihād sufrieran la embestida del ejército cristiano y que más adelante, aprovechando la superioridad aplastante del ejército almohade, el agotamiento y bochorno del ejército cristiano, atacaría con las tropas de refresco que mantenía en reserva, la guardia negra y los almohades.
El califa le dio a su visir, Abu Yahya Ibn Abi Hafs, el mando de la poderosa vanguardia: en la primera línea de los voluntarios benimerín. A Abu Jalil Mahyu ibn Abi Bakr, con un gran cuerpo de arqueros y las cabilas zeneta; detrás de ellos, en la colina antes mencionada, Abu Yahya con el estandarte del califa y su guardia personal, de las cabilas Henteta; a la izquierda los árabes a las órdenes de Yarmun ibn Riyah, y a la derecha, las fuerzas de Al-Andalus mandadas por el popular qā'id ibn Sanadid. El propio califa llevaba el mando de la retaguardia, que comprende las mejores fuerzas almohades (las comandadas por Yabir Ibn Yusuf, Abdel Qawi, Tayliyun, Mohammed ibn Munqafad y Abu Jazir Yajluf al Awrabi) y la fuerte guardia negra de los esclavos. Se trata de un formidable ejército, cuyos efectivos el rey Alfonso VIII había subestimado gravemente.
La carga cristiana no se hizo esperar, fue un tanto desordenada pero su impulso fue formidable. La primera carga fue rechazada por los zenetas y los benimerín, retrocedieron y volvieron a cargar para volver a ser rechazados. Sólo a la tercera carga consiguió la caballería cristiana romper la formación del centro de la vanguardia almohade, haciéndolos retroceder colina arriba, donde habían formado antes de la batalla, y causando numerosas bajas entre los benimerín (voluntarios), zenetas (que trataron de proteger al visir, Abu Yahya) y la élite Henteta donde se encontraba el visir, que cayó en combate. A pesar de la muerte del visir, el ejército almohade no vaciló y prosiguió con el ataque. La caballería cristiana maniobró hacia la izquierda para enfrentarse con las tropas de Al-Andalus al mando de ibn Sanadid.
Tres horas habían pasado ya desde el comienzo de la batalla, siendo en ese momento mediodía. El calor y la fatiga comenzaron a afectar a la caballería cristiana. Aun tras sufrir numerosas bajas, los musulmanes no tardaron en reagruparse, cerrando la salida a la caballería enemiga. Estos, haciendo uso de su caballería ligera al mando de Yarmun, rebasaron a las tropas cristianas por los flancos y fueron atacados por la retaguardia, lo que, junto a la labor de los arqueros y a las maniobras de desgaste, acabó por cerrar el cerco. Fue entonces cuando Ya'qub decidió enviar el resto de sus tropas. El ejército castellano no estaba preparado para aquella nueva táctica y finalmente se vio en la necesidad de huir, sufriendo así una tremenda derrota. Diego López de Haro, por su parte, trató de abrirse paso a toda costa, teniendo finalmente que refugiarse en el inacabado castillo, que tras haber sido cercado por 5.000 hombres, tuvo que rendir. En cuanto a Pedro Fernández "el Castellano", cuyas fuerzas apenas combatieron durante la batalla, fue enviado por el califa para negociar la rendición.
A los pocos supervivientes, entre ellos López de Haro, se les permitió marchar y se retuvieron 12 caballeros como rehenes para el pago del rescate. Entre los castellanos que murieron en la batalla se encontraban los obispos de Ávila, Segovia y Sigüenza, Ordoño García de Roda, Pedro Ruiz de Guzmán y Rodrigo Sánchez; así como los Maestres tanto de la Orden de Santiago, Sancho Fernández de Lemus, como de la portuguesa Orden de Évora, Gonçalo Viegas. Las pérdidas también resultaron elevadas para los musulmanes. No sólo el visir, Abu Yahya, sino también Abi Bakr, comandante de los benimerín (voluntarios), perecieron en la batalla o como consecuencia de las heridas sufridas.
Vicente Silió escribe que «las tropas de Yasub eran tan superiores como para inducir al monarca cristiano a rehusar la pelea», pero se hallaba Alfonso VIII en la plenitud de su vida, con el vigor de sus cuarenta años y no pensó en ningún instante retroceder ante el enemigo. Prefería morir antes que contemplar la gran catástrofe que se avecinaba. Y a fe que si no hubiese sido por la intervención de algunos nobles que, muy en contra de su voluntad, le sacaron del campo de batalla, hubiera sucumbido.
Consecuencias de la batalla
Como consecuencia, los almohades se adueñaron de las tierras entonces controladas por la Orden de Calatrava y llegaron hasta las proximidades de Toledo, donde se refugiaron los combatientes cristianos que habían sobrevivido a la batalla. Desestabilizó al Reino de Castilla durante años. Todas las fortalezas de la región cayeron en manos almohades: Malagón, Benavente, Calatrava, Caracuel, etc., y el camino hacia Toledo quedó despejado. Afortunadamente para Castilla, Abu Yusuf volvió a Sevilla para restablecer sus numerosas bajas y tomó el título de al-Mansur Billah (el victorioso por Alá).
En los dos años siguientes a la batalla, las tropas de al-Mansur devastaron Extremadura, el valle del Tajo, La Mancha y toda el área cercana a Toledo, marcharon contra Montánchez, Trujillo, Plasencia, Talavera, Escalona y Maqueda, pero fueron rechazadas por Pedro Fernández de Castro "el Castellano", que tras la batalla pasó a servir al rey Alfonso IX de León, quien le nombró su Mayordomo mayor. Estas expediciones no aportaron más terreno para el Califato. Aunque su diplomacia obtuvo una alianza con el rey Alfonso IX de León (que estaba enfurecido con el rey castellano por no haberle esperado antes de la batalla de Alarcos) y la neutralidad de Navarra, ambos pactos temporales. Abū Yūsuf abandonó sus asuntos en Al-Andalus volviendo enfermo al norte de África, donde acabaría muriendo.
En un golpe de mano de los caballeros calatravos, sólo el castillo de Salvatierra, junto a Sierra Morena, pudo ser recuperado (1198) en los diecisiete años en los que la zona estuvo en poder almohade. Quedó como una posición aislada castellana en territorio almohade, hasta que fue tomado por éstos en 1211.
Sin embargo, las consecuencias de la batalla demostraron ser poco duraderas cuando el nuevo Califa Muhammed al-Nasir intentó frenar el nuevo avance hispánico sobre Al-Andalus. Se decidió todo en la batalla de las Navas de Tolosa que marcó un punto de inflexión en la Reconquista y el Imperio Almohade se derrumbó pocos años después.