Fernando I de León, llamado el Magno o el Grande (c. 1016–León, 27 de diciembre de 1065), fue conde de Castilla desde 1029 y rey de León desde el año 1037 hasta su muerte, siendo ungido como tal el 22 de junio de 1038.
Era hijo de Sancho Garcés III de Pamplona, llamado el Mayor, rey de Pamplona, y de Muniadona, hermana de García Sánchez de Castilla. Fue designado conde de Castilla en 1029,1 si bien no ejercería el gobierno efectivo hasta la muerte de su padre en 1035. Se convirtió en rey de León por su matrimonio con Sancha, hermana de su rey y señor, Bermudo III, contra el que se levantó en armas, el cual murió sin dejar descendencia luchando contra Fernando en la batalla de Tamarón.a
Sus primeros dieciséis años de reinado los pasó resolviendo conflictos internos y reorganizando su reino. En 1054, las disputas fronterizas con su hermano García III de Pamplona se tornaron en guerra abierta. Las tropas leonesas dieron muerte al monarca navarro en la batalla de Atapuerca.
Llevó a cabo una enérgica actividad de Reconquista, tomando las plazas de Lamego (1057), Viseo (1058) y Coímbra (1064), además de someter a varios de los reinos de taifas al pago de parias al reino leonés. Al morir dividió sus reinos entre sus hijos: al primogénito, Sancho, le correspondió el estado patrimonial de su padre, el condado de Castilla, elevado a categoría de reino, y las parias sobre el reino taifa de Zaragoza; a Alfonso, el favorito, le correspondió el Reino de León y el título imperial, así como los derechos sobre el reino taifa de Toledo; García recibió el Reino de Galicia, creado a tal efecto, y los derechos sobre los reinos taifas de Sevilla y Badajoz; a Urraca y a Elvira les correspondieron las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente, también con título real y unas rentas adecuadas.
Tradicionalmente se le ha considerado el primer rey de Castilla y fundador de la monarquía castellana, y muchos historiadores siguen manteniendo esta tesis. No obstante, parte de la historiografía más actual considera que Fernando no fue jamás rey de Castilla, y que el origen de este reino se sitúa a la muerte de este monarca, con la división de sus estados entre sus hijos y el legado de Castilla al primogénito Sancho con título real. En palabras de Gonzalo Martínez Diez:
Podemos y debemos afirmar con absoluta certeza el hecho de que Fernando nunca fue rey de Castilla, y que ésta nunca cambió su naturaleza de condado, subordinado al rey de León, para convertirse en un reino, hasta la muerte de Fernando I el año 1065.
Conde de Castilla
El futuro Fernando I de León tuvo que nacer después de 1015, y no hay ninguna seguridad de que fuera el segundo vástago de Sancho III el Mayor, como tradicionalmente se había creído. La mayor parte de los documentos auténticos de la época lo sitúan como el cuarto de los hijos del rey de Pamplona, tras Ramiro I de Aragón, García Sánchez III el de Nájera y Gonzalo I de Ribagorza. En 1029, al acceder al condado castellano, Fernando no rebasaría los trece años. Cuando el conde Sancho de Castilla falleció en 1017, dejó por heredero a García Sánchez, un niño de siete años, lo que dio inicio a un período turbulento para el condado castellano. Alfonso V de León recobró las tierras comprendidas entre el Cea y el Pisuerga, conquistadas años atrás por Sancho, en tanto que Sancho el Mayor intervino para proteger a su joven cuñado, aprovechando para apoderarse de varias plazas fronterizas.
Cuando García Sánchez de Castilla, en 1027, llegó a la mayoría de edad, pretendió estrechar lazos casándose con Sancha, hermana del joven rey de León, Bermudo III. Sin embargo, fue asesinado en 1028 por los hijos del conde de Vela, huidos de Castilla. Los leoneses vieron en esta muerte la mano del rey de Pamplona, y los castellanos una conjura leonesa. En todo caso, Sancho el Mayor, salió favorecido del magnicidio: al no tener hijos el difunto conde García, Sancho invocó los derechos de su esposa Muniadona para gobernar en Castilla, y al designar a su hijo Fernando como conde de Castilla en 1029, «su autoridad» fue «plenamente reconocida y legitimada».
Fernando casó en 1032 con Sancha, la prometida de su difunto tío, obteniendo como dote las tierras comprendidas entre los ríos Cea y Pisuerga. En 1037, Bermudo III tomó por mujer a Jimena, hermana del difunto conde García, y reclamó esas tierras, lo que condujo a la guerra entre ambos cuñados, siendo en este momento cuando algunos autores consideran que el conde Fernando cambió su título por el de rey de Castilla, si bien no hay constancia documental de ello.
El trono leonés
El conflicto entre cuñados se dilucidó en la batalla de Tamarón, el 4 de septiembre de 1037. Las tropas castellanas venían reforzadas por el ejército del rey García de Pamplona. Bermudo, con el ímpetu propio de su edad, picó espuelas a su caballo Pelagiolo y se introdujo en las filas enemigas, donde fue muerto atravesado por una lanza castellana. Los leoneses trasladaron su cuerpo a León y lo depositaron, junto a los de sus padres, en el panteón de la iglesia de San Juan.
Al morir Bermudo sin descendencia, era su hermana Sancha, esposa de Fernando, su sucesora en el trono. Sin embargo, los leoneses tardaron algún tiempo en aceptar a los nuevos monarcas. Durante meses el conde Fernando Flaínez (tío de Rodrigo Díaz de Vivar y abuelo de Jimena Díaz),6 se negó a entregar la ciudad a quien consideraba un usurpador, si no un asesino. Según la Crónica Silense, Fernando llegó desde Sahagún (desde «los confines de la Galaecia»). Finalmente, tras asegurar su posición en la Curia Regia, Fernando y su esposa entraron pacíficamente en León, y «en la era de M.LXX. VI a X de las kalendas de julio (22 de junio de 1038) fue consagrado don Fernando en la iglesia de Santa María de León y ungido rey por Servando, obispo de feliz recordación de dicha iglesia».
La misma crónica asegura que en los dieciséis primeros años de su reinado no pudo hacer incursiones contra los mahometanos, ocupado en someter a la nobleza del reino. Ello es confirmado por la Crónica najerense:
" Ocupado durante dieciséis años en resolver los conflictos internos de su reino y en domar el feroz talante de algunos de los magnates, ninguna incursión fuera de sus fronteras pudo emprender contra los enemigos exteriores."
Confirmó el Fuero de León, otorgado por su difunto suegro, Alfonso V, mandó seguir observando el código visigótico como ley fundamental del reino leonés, y se adaptó a los usos y costumbres de su nuevo reino, seguramente influido por su esposa la reina Sancha.
La guerra con Navarra
A los dieciséis años de reinado, Fernando hubo de hacer frente a la guerra contra su hermano mayor, García III de Pamplona. Ambos hermanos llevaban años disputándose los territorios que su padre había segregado de Castilla y anexionado al reino de Pamplona (La Bureba, Castilla la Vieja, Trasmiera, Encartaciones, y los Montes de Oca), realizando constantes incursiones. Las crónicas, claramente partidistas, hacen caer exclusivamente sobre el pamplonés la responsabilidad del conflicto: estando García enfermo en Nájera, fue a consolarle el rey leonés, que, sospechando de su hermano, evitó ser apresado y se puso a salvo. Andando el tiempo, fue el leonés quien enfermó, y su hermano mayor el que le devolvió la visita, al parecer inocente de toda acusación, y a mostrar su buena disposición, pero con el deseo de ver desaparecer al enfermo para ocupar su trono. Fernando aprovechó la ocasión para encerrarle en el castillo de Cea, de donde escapó gracias a su astucia y a la ayuda de varios cómplices.
García se preparó entonces para la guerra, y con algunos musulmanes aliados invadió las tierras de Castilla, rechazando a los emisarios que le propusieron la paz en nombre de su hermano, «proponiéndole que cada uno viviera en paz dentro de su reino y desistiese de decidir la cuestión por las armas pues ambos eran hermanos y cada uno debía morar pacíficamente en su casa». Así pues, Fernando le salió al encuentro con un fuerte contingente, y ambos ejércitos se encontraron en la Batalla de Atapuerca librada en 1054.
García se había establecido a mitad del valle de Atapuerca, tres leguas al este de Burgos, pero los leoneses ocuparon de noche un altozano cercano y desde él cayeron al amanecer contra los navarros y sus aliados. Fernando dio orden de capturar vivo a su hermano, porque así se lo había pedido su esposa Sancha. Pero los nobles de León, que no habían olvidado la muerte su rey Vermudo, acabaron con García. Otra versión atribuye su muerte a un grupo de sus propios súbditos, obligados a huir a Castilla ante las humillaciones y exigencias tributarias de García.
En todo caso, el ejército de García huyó en desbandada, cayendo numerosos prisioneros en manos leonesas, entre ellos buena parte de sus contingentes moros. Fernando recuperó el cuerpo de su hermano y ordenó enterrarlo en la iglesia que éste había fundado, Santa María de Nájera. La victoria de Fernando tuvo como consecuencia la reincorporación a Castilla de las tierras reclamadas, estableciéndose la frontera en el río Ebro e imponiéndose vasallaje a su joven sobrino Sancho Garcés IV, el nuevo rey de Pamplona.
Reorganización del reino
Sometidos los condes leoneses y seguras las fronteras, Fernando I se aplicó a consolidar las estructuras e instituciones de su reino, ya pacificado. Jugó un papel fundamental en la política peninsular y en la configuración del mapa político del siglo XI. Asimismo, en cuanto a política legislativa, su labor fue muy importante, reformando algunos aspectos de la Curia Regia leonesa, o restableciendo el derecho canónico visigodo mediante diferentes normas recogidas en el Concilio de Coyanza (1050 ó 1055), que fue presidido por el mismo monarca.
Durante su reinado se introdujeron en la monarquía leonesa las nuevas corrientes europeístas llegadas a la península ibérica a través de Navarra. Entre ellas destacan su relación con la Cluny y algunas de las primeras manifestaciones artísticas del nuevo arte románico en la península: la cripta de San Antolín de la catedral de Palencia y el pórtico real de la Colegiata de San Isidoro de León (1063), convertida después en panteón real.
Política exterior
A partir de ese momento, se inició la política expansiva leonesa, sobre todo hacia los territorios musulmanes meridionales, muy debilitados por la división de al-Ándalus, tras la caída del Califato Cordobés y el surgimiento de numerosos reinos de taifas. Se reanudó así, y ya de forma definitiva y decidida, la Reconquista.
Uno de los principales resultados de la política de Fernando I fue el sometimiento de varios de los reinos de taifas y el cobro de las parias (impuesto por la protección y por no ser atacados) a las taifas más ricas, como Toledo, Sevilla, Zaragoza o Badajoz. A la vez, se produjeron varios ataques y conquistas. Destacan la conquista de las plazas portuguesas de Lamego (1057) y Viseo (1058) y la toma definitiva (1060) de las de San Esteban de Gormaz, Berlanga de Duero y demás castillos y plazas del río Bordecorex, en territorio del alto Duero. Asimismo, las tomas temporales de Toledo (1062) y Zaragoza (1063), y la definitiva de la estratégica Coímbra (1064), junto al río Mondego, que puso bajo el mando del conde mozárabe Sisnando Davídiz.
Respondiendo a los pactos acordados, Fernando I envió a su hijo, el infante Sancho, en ayuda de al-Muqtadir, rey taifa de Zaragoza, cuando la plaza de Graus se vio atacada (1063) por Ramiro I de Aragón, su hermanastro, que fue derrotado y muerto. Posteriormente, condujo una expedición de castigo al valle del Ebro (1065) con el fin de vengar una matanza de cristianos acaecida en Zaragoza y reclamar a al-Muqtadir el vasallaje y el pago de las parias, que no habían sido dadas. Tras este castigo, la expedición continuó hacia Valencia, donde su rey Abd al-Malik ben Abd al-Aziz al-Muzaffar Nizam al-Dawla, tras resistir el asedio de la ciudad, plantó lucha en la batalla de Paterna, donde acabó derrotado. Al poco, Fernando I se sintió enfermo y ordenó la vuelta a León.
Defunción y sepultura
Fernando I llegó a León el día de Nochebuena de 1065 y su primera visita fue para la iglesia de San Isidoro, encomendándose a los santos para que le auxiliaran en su tránsito a la otra vida. Aquella noche acompañó en el coro a los clérigos, salmodiando los maitines en rito mozárabe, y al clarear el día de Navidad vio que la vida se le acababa. Comulgó en la Santa Misa, siguiendo el rito, bajo las dos especies, y a continuación fue llevado en brazos al lecho. Al amanecer del día 26, viendo aproximarse su final, hizo venir a obispos, abades y clérigos, mandó que le vistieran el manto regio, le colocasen la corona y le trasladasen a la iglesia. Hincó las rodillas ante el altar con las reliquias de san Isidoro y san Vicente, y oró y suplicó a Dios que acogiese su alma en paz:
" Tuyo es el poder, tuyo es el reino, Señor. Encima estás de todos los reyes y a ti se entregan todos los reinos del cielo y la tierra. Y de ese modo el reino que de ti recibí y goberné por el tiempo que Tú, por tu libre voluntad quisiste, te lo reintegro ahora. Te pido que acojas mi alma, que sale de la vorágine de este mundo, y la acojas con paz. "
Crónica Silense
Después se despojó de manto y corona, se tendió en el suelo y se sometió a la ceremonia de la penitencia pública, vistiendo un sayal y recibiendo la ceniza sobre su cabeza. Al mediodía del día siguiente, 27 de diciembre de 1065, festividad de san Juan Evangelista, el rey falleció rodeado de obispos, tras un reinado de veintisiete años, seis meses y doce días, a unos 55 años de edad, que pocos rebasaban en aquel tiempo y que el cronista juzgó «buena vejez y plenitud de días».
Fue enterrado en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León que él había construido, junto a la supuesta tumba de su padre, Sancho el Mayor, Rex Pirinaeorum montium et Tolosaeb Sobre la tapa de su sepulcro esculpieron el siguiente epitafio latino:
H. E. TUMULATUS FERNANDUS MAGNUS REX TOTIUS HISPANIAE. FILIUS SANCTII REGIS PIRENAEORUM ET TOLOSAE. ISTA TRANSTULIT CORPORA. SANCTORUM IN LEGIONE BEATI ISIDORI ARCHIEPISCOPI AB HISPALI VICENTIIMARTYRIS AB ABELA. ET FECIT ECCLESIAM HANC LAPIDEAM. QUAE OLIM FUERAT LUTEA, HIC PRAELIANDO FECIT SIBI TRIBUTARIOS OMNES SARRACENOS HISPANIAE ET CEPIT COLIMBRIAM, LAMEGO, VESEO, ET ALIAS. ISTE VI CEPIT REGNA GARSIAE ET VEREMUDI. OBIIT VI K. JANUARII. ERA MCIII.
Que traducido al castellano viene a decir:
Aquí está enterrado Fernando Magno, rey de toda España, hijo de Sancho rey de los Pirineos y Tolosa. Trasladó a León los cuerpos santos de san Isidoro arzobispo, desde Sevilla, y de Vicente mártir, desde Ávila, y construyó esta iglesia de piedra, la que en otro tiempo era de barro. Hizo tributarios suyos, con las armas, a todos los sarracenos de España. Se apoderó de Coímbra, Lamego, Viseo y otras plazas. Se adueñó por la fuerza de los reinos de García y Vermudo. Falleció el 27 de diciembre de (la era) 1103.
A su muerte, en vez de respetar el derecho visigodo y leonés que impedía dividir las posesiones reales entre los herederos, siguió los principios jurídicos navarros de considerar al reino como un patrimonio familiar. Así, de forma similar a cómo hiciera su padre con él y el resto de hermanos y hermanastros, repartió en su testamento sus territorios entre todos sus hijos: su primogénito Sancho heredó Castilla, que se convirtió así en reino, y las parias de Zaragoza; su favorito, Alfonso, recibió el reino principal y predominante, León, y las parias de Toledo; García, Galicia y Portugal con título real y las parias de Badajoz y Sevilla; a su hija Elvira le correspondió el señorío de la ciudad de Toro y a Urraca el de Zamora, obteniendo ambas el título real y un importante patrimonio económico: el señoraje de todos los monasterios del reino.
Matrimonio y descendencia
Contrajo matrimonio con Sancha de León, hija de Alfonso V de León y hermana de Bermudo III de León. De esta unión nacieron:
Urraca de Zamora (c. 1033–1101), señora de Zamora.
Sancho (1038–1072), rey de Castilla como Sancho I, y de León como Sancho II (1065–1072).
Elvira, (m. 1101), señora de Toro.
Alfonso (1040–1109), rey de León (1065–1072), Castilla y Galicia (1072–1109), como Alfonso VI.
García (1042–1090), rey de Galicia (1066–1071 y 1072–1073), como García II.
Según la Crónica silense:
" El rey Fernando educó a sus hijos e hijas instruyéndolos en primer lugar en las disciplinas liberales, que él mismo había estudiado eruditamente, y luego dispuso que sus hijos, a la edad oportuna, aprendiesen las artes ecuestres y los ejercicios militares y venatorios al estilo español, ya las hijas, lejos de toda ociosidad, las formó en las virtudes femeninas honestas. "