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miércoles, 21 de mayo de 2014

La caída de Toledo: Historias y Leyendas.

  Fernando el Magno, rey de Castilla y León, repartió sus dominios entre todos sus hijos. Sancho, el mayor, heredó Castilla, León fue para Alfonso, y  Galicia para García, mientras que Zamora y Toro las recibieron en herencia las hijas, Urraca y Elvira, respectivamente. El rey murió en 1065 y los hijos fueron proclamados soberanos en sus respectivos reinos. Sin embargo, Sancho no estuvo contento con esta repartición, que separaba lo que tanto había costado unir, y desde el primer momento decidió hacerse con los reinos de sus hermanos. Mientras vivió la reina madre, Sancha, se mantuvieron  en paz, pero tras su muerte, Sancho, que ya había atacado a su primo, el rey de Navarra, que le infringió una importante derrota, decidió en el verano de 1068, hacer lo mismo con su hermano Alfonso. La batalla favorecía a Sancho, pero debió de establecerse algún tipo de tregua, lo que no sirvió para nada, pues al cabo de unos años, ambos hermanos estaban, de nuevo, en guerra.
   Parece que los leoneses vencieron a los castellanos y Alfonso, ordenó que no se persiguiera a las tropas de su hermano Sancho. Y aquí aparece el Cid, el famoso Rodrigo Díaz de Vivar, vasallo de Sancho, al que instó a no aceptar la derrota. Y aquella noche, mientras los leoneses dormían, los restos del ejército castellano atacaron y los diezmaron. Hasta el mismo Alfonso tuvo que huir y fue capturado en la iglesia de Santa María de Carrión. Sancho conquistó la ciudad de León y se anexionó el reino de su hermano.
   Urraca, que adoraba a Alfonso, intervino con Sancho para que lo liberase, con la condición de que entraría en un convento. Así se hizo, pero algún tiempo después, con un conde aliado de Urraca, Pedro Ansúrez, escapó disfrazado y se dirigió a Toledo, donde, al-Mamun, rey de esa taifa, le recibió con los brazos abiertos. Allí fue tratado como un príncipe, y entre Alfonso y al-Mamun nació una amistad sincera. Alfonso y su reducido séquito cristiano, compuesto por los tres hermanos Ansúrez, participaban en las cacerías y luchaban, contra otros moros, rivales de al-Mamun, sin saber cuánto tiempo más permanecerían allí.
   Un dia en que Alfonso se había echado a dormir, en unos de los jardines del alcázar toledano, al-Mamun, con algunos de los dignatarios, se paseaba comentando la posibilidad de que los cristianos atacasen Toledo. La mayoría decían que la ciudad era inexpugnable pero uno de ellos, expuso cuáles eran los puntos débiles de la ciudad. Entonces se dieron cuenta de que Alfonso estaba allí, aparentemente dormido, y ante la duda de si les había escuchado o no, decidieron decir en voz alta que verterían plomo fundido en la mano del durmiente. Esperaban que, si estaba despierto, ante el dolor del castigo, algo haría para huir con lo que demostraría que estaba al tanto de la conversación y se convertiría en un potencial peligro para ellos. Si, en verdad estaba durmiendo, no se movería, y aún con dolor, demostraría su inocencia. Alfonso, dormido o despierto, aguantó, dando grandes gritos de dolor cuando el plomo ardiente le cayó en la mano, y preguntando por qué le habían castigado de esta forma. Una de sus manos quedó marcada para siempre, pero, a cambio, recordó cuáles eran los puntos por los que era accesible la ciudad y más pronto que tarde, Toledo iba a ser suya.
   Sancho, su hermano, había conseguido el reino de Galicia, deshaciéndose de García. Sólo le quedaban, para recomponer los dominios de su padre, Toro y Zamora. Elvira no opuso resistencia, pero sí Urraca, que se aprestaba a defenderse. Sitiada, Urraca envió al real de Sancho a un soldado, Vellido Dolfos, haciendo ver que huía de la ciudad y que traía un importante mensaje para el rey. Le invitó a recorrer las murallas con él para mostrarle aquellos lugares por done sería más fácil atacar Zamora y, en un momento dado, le atravesó con la espada, muriendo Sancho. El Cid corrió tras el asesino, pero, justo cuando le iba a alcanzar, las puertas de Zamora, dejaron pasar a Vellido y se cerraron ante su perseguidor.
   Muerto Sancho, Urraca se apresuró a enviar un mensaje a Toledo para que Alfonso conociera que, a partir de ese momento él sería el rey indiscutible. Éste se lo comunicó a su protector, al-Mamun, que le dejó marchar, junto a los Ansúrez, llenándolos de regalos. Ya en Zamora, los caballeros lo proclamaron rey de León y Castilla.
   A continuación marchó a Burgos, pero parece que los castellanos tenían ciertas reticencias hacia él, pues no estaban seguros de que fuese del todo inocente de la muerte de Sancho. Y aquí, según el bello cantar de gesta del Cantar del Mio Cid, aparece este paladín cristiano en el papel de ser el encargado de hacer jurar al nuevo rey que no intervino, para nada, en el asesinato de su hermano. Sea o no cierto este pasaje, la verdad es que la historia de Alfonso VI y del Cid, será una historia de encuentros y desencuentros, de amores y odios, que llevarán a Rodrigo Diaz de Vivar a ofrecerse como mercenario al servicio del rey musulmán de Zaragoza, para acabar como gobernador independiente de Valencia, después de vencer a los almorávides.
   Alfonso VI era rey de todos los dominios de su padre, porque, García de Galicia, que se hallaba refugiado en la corte de Sevilla, al conocer la muerte de sancho, salió de su retiro para recuperar su reino, pero fue apresado por su hermano Alfonso. encerrado en el castillo de Luna, de por vida, pasó los años García, hasta su muerte, acaecida alrededor de 1099.
   en el año 1083, Alfonso VI puso sitió a Toledo y bien porque recordara los puntos débiles de la ciuda, según la leyenda, bien por que los toledanos se encontrasen rendidos y famélicos, el 25 de mayo de 1085, el rey cristiano entraba en la antigua capital goda, algunos dicen que acompañado por el Cid. Después de casi trescientos años, Toledo era otra vez cristiana. Entraron por la puerta de Valmardón llegando a la mezquita del mismo nombre, levantada sobre la antigua capilla visigótica conocida como del Cristo y la Virgen de la Luz. El caballo del Cid, " Babieca ", según la tradición popular, se arrodilló y se negó a dar un paso. Aquello olía a milagro y descabalgaron para entrar en la capilla-mezquita descubriendo que parte del muro estaba hueco. Al abrirlo, aparecieron las dos imágenes del Cristo y de la Virgen que habían sido allí escondidas cuando los primeros musulmanes llegaron a España. El rey ordenó que se dijera una misa, tras la cual dejó su escudo sobre el altar como ofrenda.
   Los cristianos toledanos seguían su liturgia hispano-visigoda, conservada intacta en los largos años de dominación musulmana, y ahora iba a ser sustituida por el rito romano que era el practicado por el resto de la cristiandad. Esto suponía un duro golpe para ellos, pero el rey, por complacerlos dictó una sentencia salomónica con la que todos quedaron contentos: las iglesias de nueva creación seguirían el rito romano y, las ya existentes, continuarían con el rito mozárabe.
   Pero existía otro problema, también de tipo religioso. La mezquita-catedral, había prometido el rey Alfonso que continuaría siendo mezquita, lo que irritaba al clero cristiano. Algunos nobles, junto con numerosos religiosos y el apoyo de la reina, aprovechando la ausencia del monarca, tomaron la mezquita por la fuerza. Enterado Alfonso, se apresuró a restituir la mezquita a los musulmanes, pero los cristianos no aceptaron el pacto de justicia que el rey había hecho manteniendo su palabra. Cuando Alfonso, de vuelta de León, se acercaba a Toledo, salieron a recibirle varios musulmanes, entre ellos el santo Abu Walid, doctor de la ley islámica, rogando al rey que perdonase a aquellos que había violado el pacto, pues ellos ya lo habían hecho. Sin embargo, Alfonso estaba molesto porque no se respetó su palabra y Abu Walid, en un gesto generoso y para que la paz reinase en la ciudad, dijo al rey que su comunidad renunciaba a la mezquita. A partir de ese momento, musulmanes y cristianos vivieron en paz y cuando, en el siglo XIII se construyó la nueva catedral, se realizó una hermosa estatua gótica de Abu Walid, que se colocó en un lugar de honor, cerca del altar mayor y allí sigue, como homenaje a un hombre que puso la paz y la convivencia por encima de todo. La iglesia toledana, cada año, el 24 de enero, fiesta de San Ildefonso, celebra la festividad del Descendimiento de Nuestra Señora y de la paz con los musulmanes.

Concha Masiá de su libro al-Andalus.