Yo me estaba
reposando
anoche, como
solía;
soñaba con
mis amores
que en mis
brazos se dormían.
Vi entrar
señora tan blanca
muy más que
la nieve fría.
-¿Por dónde
has entrado, amor,
por dónde
has entrado, vida?
Las puertas
están cerradas,
ventanas y
celosías.
-No soy el
amor, amante;
la muerte
que Dios te envía.
¡Oh muerte
tan rigurosa!
Déjame vivir
un día
-Un día no
puedo darte,
una hora
tienes de vida.
Muy deprisa se levanta,
Muy deprisa se levanta,
más deprisa
se vestía,
ya se va
para la calle
en donde su
amor vivía.
-Ábreme la
puerta, blanca,
ábreme la
puerta, niña.
-¿La puerta
cómo he de abrirte
si la hora
no es convenida?
Mi padre no
fue a palacio,
mi madre no
está dormida.
-Si no abres
esta noche
ya nunca más
m abrirías.
La muerte me
anda buscando;
¡junto a ti,
vida sería!
-Vete bajo
la ventana
donde
bordaba y cosía.
Te echaré
cordón de seda
para que
subas arriba;
si la seda
no alcanzare
mis trenzas
añadiría.
La fina seda
se rompe;
la muerte
que allí venía:
-Vamos, el
enamorado;
¡la hora ya
está cumplida!
El enamorado
está soñando y, de pronto, la muerte viene a llevárselo. Él le ruega un día más
de vida para estar con su amada, pero la muerte sólo le otorga una hora. El
enamorado se dirige a toda prisa hacía la casa de la joven. Pero esta, al no
ser la hora convenida (sus padres están en casa), no puede abrirle la puerta.
Le indica que suba por un hilo de seda hasta la ventana en la cual ella cosía.
Pero, el cordel se rompe, y la muerte viene a buscarle.
Simboliza que el destino es imperturbable y que, por mucho que se intente
cambiarlo, todo será inútil.