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lunes, 3 de junio de 2013

Abd al-Rahman III, califa y principe de los Creyentes.

   En los inicios del año 929, Abd al-Rahman tomó la decisión política  más importante de su reinado: proclamarse " califa " y " príncipe de los creyentes ", añadiendo, a partir de entonces, a su nombre el título honorífico de al-Nasir li-din Allah, " el que combate victorioso por la religión de Alá ".
   Se sentía lo suficientemente fuerte en al-Andaluz para dar este paso, pues todos los insurrectos habían sido dominados. Y tal vez su decisión tenía otro significado, el de restablecer la dinastía omeya, encarnada por él, en el poder califal. Los abbasíes no eran los herederos legítimos del califato ortodoxo, ni mucho menos lo eran los soberanos cismáticos de Ifriqiya, sino ellos, los omeyas, capaces de trasladar su poder desde Damasco a Córdoba y sostenerlo a pesar de las innumerables dificultades a las que habían tenido que hacer frente.
   La palabra " Califa " deriva del término árabe jalifa, que quiere decir algo así como sucesor o lugarteniente.   El califa era, por tanto, el legítimo sucesor del Profeta, pero e su dignidad real. En el califa confluían varias funciones tales como la de imán, o jefe supremo de la comunidad de los creyentes del Islam; era, también, el garante de la ley transmitida, el comandante supremo del ejército y finalmente, llevaba el título de " príncipe de los creyentes ". Pero a pesar de todo esto, él mismo se consideraba solo un siervo del Misericordioso. Sus atribuciones eran muy amplias, pero para resumir, diremos que su máxima obligación consistía en ordenar el bien y prohibir el mal.
   Cuando decide autoproclamarse califa Abd al-Rahman III, según Valdeón, en su ánimo estaba reunir el mundo islámico alrededor de su persona y de su capital, Córdoba, contemplada como una nueva Damasco, pues el califato andalusí no innovaba, sino que continuaba la linea que habían trazado los califas omeyas.
   El primer sermón en el que se aplicaban a  Abd al-Rahman todos los nuevos títulos, tuvo lugar en la oración comunitaria, en la mezquita mayor de Córdoba, el viernes 16 de enero de 929. Los fieles asistentes se enteraron así del gran cambio que se había producido en al-Andalus.
   La nueva posición de al-Nasir se tradujo en un distanciamiento de sus súbditos. El  ceremonial de la corte se hizo más complicado y el califa permanecía como algo sagrado e inasequible. Se apoyaba en dos firmes pilares, por una parte, en la legitimidad de los omeyas y por otra, por sorprendente que pueda parecer, en los abbasíes, que habían derrocado a su familia, pues de Bagdad copió el modelo de estado todopoderoso y distante que, a su vez, ellos habían importado de Persia.