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miércoles, 23 de mayo de 2012

Los musulmanes en España. La leyenda de la Cava.




Según cuenta la leyenda, Don Julián, Conde de Ceuta, como muchos otros nobles, envía a su hija Florinda (la Cava) a la corte de Toledo para ser educada y también con la idea de que era un buen lugar para encontrar marido entre los hijos de otros nobles. Por aquella época, el rey visigodo Don Rodrigo padecía sarna y era Florinda la elegida para que le limpiara la sarna con un delicado alfiler de oro. Así se fue fijando el rey Don Rodrigo en ella, queriéndola poseer, pero no en matrimonio. Con el tiempo y guiado por la lascivia, forzó a la joven. Ella, tras la consumación del acto, envía a su padre una serie de regalos entre los que pone un huevo podrido. Don Julián, recibiéndolo, comprendió lo que había pasado. Fue a Toledo a reclamar a su hija, aunque para no levantar sospecha, dice que debía llevarse a Florinda con él, ya que su mujer estaba terriblemente enferma y sólo la visión de su hija podía hacer que recobrase algo la salud. Don Rodrigo no desconfía y entrega la chica a su padre. Don Julián regresa a Ceuta y más ofendido que nunca entabla conversaciones con Musa ibn Nusair, para desembarcar en la Península Ibérica. Lo que no esperaba nadie es que los musulmanes tuvieran planeado quedarse allí. De hecho, con anterioridad se había hecho, por ejemplo Atanagildo llamando a los bizantinos o Sisenando, llamado a los francos, para que apoyaran a un noble u otro en las luchas intestinas de los visigodos.

Lo que si parece cierto, aparte de esta leyenda, es que los musulmanes contaron con la ayuda, tanto de don Julián como de otros adversarios de Rodrigo, entre los que estaban los despechados hijos de Witiza, que hicieron cuanto pudieron por despertar el interés de los árabes por aquellas tierras situadas más allá del Estrecho. Así en el año 711, unos 7.000 hombres al mando de un bereber llamado Tariq ibn Zyiyad, lugarteniente de Musa ibn Nusayr, atravesaron el estrecho en naves que les facilitó el conde don Julián y desembarcaron en Gibraltar.



Al tener noticias de aquel hecho, Rodrigo marchó hacia el sur y el 19 de julio atacó a las fuerzas musulmanas en el valle del río Barbate. Las tropas invasoras habían sido reforzadas con 5.000 hombres, mientras que Rodrigo, según se dice, había confiado una parte de su ejército a los dos hijos de Witiza, con el fin de congraciarse con ellos. El resultado fue nefasto, porque éstos se retiraron del campo de batalla, dejando solo al rey que luchó pero fue aplastado por los musulmanes en la conocida batalla del Guadalete. Aquí interviene de nuevo la leyenda. Lo más seguro es que Rodrigo muriera pero su cuerpo no se encontró o no fue reconocido, y el rumor le hizo peregrino por estos mundos de Dios para purgar la pérdida de España, o monje, o ermitaño, u hortelano en Portugal, donde a su muerte, doblaron solas las campanas de las iglesias, anunciando el fin del desventurado monarca.

La organización del reino visigodo se derrumbó. Los nobles huyeron hacía Toledo, al igual que muchos eclesiásticos y Tariq comprendió que ante él se le abría el país entero. No tuvo problemas para conquistar la ciudad imperial , Toledo, y allí se quedó para pasar el invierno. Una de las ciudades más importantes del Sur, Córdoba, era conquistada por un grupo de sólo 700 jinetes.

Estos éxitos despertaron los celos del gobernador de Ifriqiva, Musa, del que dependía Tariq. Con 18 mil hombres, en julio de 712, cruzó el Estrecho. Avanzó sobre Sevilla y Mérida para luego dirigirse hacia Toledo. Se cree que Musa y Tariq se reunieron cerca de Talavera, justo un año despues de la entrad de Musa en territorio español. En el año 714 Musa ocupó Zaragoza y llegó hasta Narbona, en Francia, y se dirigió hacia Asturias. Tariq, por su parte, había ocupado León y Astorga y Fortún de Aragón. En este mismo año, los dos conquistadores fueron llamados a Damasco por el califa.
Se cree que Musa llegó a la capital califal en febrero del año 715. Hay una historia que habla del viaje triunfal de éste a través del norte de Africa y de Egipto, llevando tras de sí una gran cantidad de cautivos, así como fabulosos regalos para el califa, que pagó a su súbdito con la cárcel y la muerte, o por lo menos, lo dejó en la indigencia, muriendo poco después.

Al mando de las tierras conquistadas quedó el hijo de Musa, Abd al-Aziz. No toda la Península Ibérica, a la muerte de éste en el año 716, estaba en posesión de los musulmanes. Existía una zona en el noroeste en la que apenas habían penetrado y donde se habían refugiado muchos cristianos que habían huido en el momento de la invasión. Los musulmanes ejercían un control mayor y más efectivo que el de los últimos reyes visigodos, con una red administrativa respaldada por el ejército. La anarquía había desaparecido y los desmanes inherentes a toda conquista fueron reprimidos con fuerza por el poder central musulmán.

Información:

Libro Al-Andalus de Concha Masiá.