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sábado, 6 de julio de 2013

Los últimos años de al-Nasir... y una historia singular: doña Toda visita Córdoba.

   Los útlimos años del reinado de Abd al-Rahman III, en cuanto a sus luchas con los cristianos, se vieron favorecidos por la intrincada sucesión a la corona asturleonesa, Tras la muerte de Ramiro II. Según dice un cronista, el favor de la Providencia iba a proporcionar nuevas victorias a las espadas del Islam andalusí.
   Ramiro II estuvo casado, en primeras nupcias, con Tarasia o Florentina, y de esta unión nació Ordoño III. Después se casó con Urraca, hija de Sancho Garcés I y de la reina donña Toda, hermana, a su vez del heredero de la corona navarra, García Sánchez I y de otra hija, Urraca, casada con el conde Fernán González. De este segundo matrimonio nació otro hijo varón, Sancho I, que por lo tanto era, al mismo tiempo, príncipe de la dinastía asturleonesa, nieto de la reina regente, Toda, y sobrino del rey navarro, García Sánchez I y del conde de Castilla Fernán González. Éste, además, era suegro de Ordoño III, el primogénito de Ramiro II. La situación familiar, como se ve, no podía ser más complicada.
   No había duda que , por nacimiento, tenía que reinar Ordoño III, y así fue, pues tras la muerte de su padre se sentó en el trono de León. Pero, muy pronto, se formó una coalición para derrocarlo y que en dicho trono se sentase su hermano Sancho I. En esta coalición se integraron, no sólo Sancho, sino también la reina Toda, interesada, claro está, en potenciar a su nieto, y el conde Fernán González que quería mucho a su sobrino Sancho y despreciaba, profundamente, a su yerno Ordoño III, al que tuvo que conceder la mano de su hija, a regañadientes. Pero, a pesar de todo y de todos, Ordoño derrotó a los conjurados frente a las murallas de León, aunque después de esta victoria, hubo de partir hacia Galicia para sofocar una rebelión. El momento no podía ser mejor para que el califa ordenase a los gobernantes de las Marcas hostigar los lugares estratégicos de las áreas fronterizas. Los generales Ahmad ben ya´la y Galib, obtuvieron grandes triunfos, llevando a Córdoba cargamentos enteros de cruces y campanas que fueron recibidos con enorme regocijo. En julio de 955 los oficiales musulmanes de la frontera atacaron un fuerte castellano causando mas de 10.000 muertos. Ordoño reaccionó y atacó Lisboa, mientras Fernán González vencía a los musulmanes en San Esteban de Gormaz. Pero, la parte cristiana, a pesar de estos éxitos mínimos, hubo de entablar conversaciones enviando a Córdoba un embajador. El califa se avino a conceder una tregua, siempre que saliese beneficiado, y al año siguiente fue él quien mandó un embajador a León, Muhammad ben Husayn, en compañía de un judío, de gran cultura, Abu Yusuf Hasday, hijo del famoso médico Saprut. Ambos obtuvieron de Ordoño III interesantes concesiones, pues varias plazas fuertes habían de pasar a manos musulmanas o bien ser desmanteladas. Ordoño aceptó el tratado, que se firmó en Córdoba. El conde Fernán González también obtuvo un armisticio.
   La amenaza cristiana sobre al-Andalus parecía casi conjurada, a excepción hecha del reino de Navarra, cuando murió Ordoño III en Zamora, en el año 956. Le sucedió su hermano Sancho I, que se negó a ratificar las cláusulas del tratado firmado por su antecesor. en el verano de 957, Ahmad ben Ya´la le atacó y le infringió una gran derrota. Esta derrota vino a sumarse al desprecio que sus súbditos sentían por el nuevo rey, que padecía una obesidad tan grande que, incluso le impedía montar a caballo. Su figura deforme era objeto de burla, y por ello le apodaban El Craso o El Gordo. Fernán González, a pesar de que siempre le había apoyado, en esta ocasión se puso de parte de los nobles leoneses que querían librarse de este rey ridículo. En 958, Sancho I fue desposeído del trono de León y fue a refugiarse con su abuela, doña Toda. El nuevo rey sería Ordoño IV, con el que la naturaleza tampoco había sido demasiado generosa, pues lo había hecho jorobado, y lo que es peor, carente de la más mínima ética y de todo sentido moral. Si a uno le habían llamado El Gordo a éste le llamaron El Malo, lo que nos puede dar una idea de cómo se las gastaba el sustituto de Sancho I.
   La reina Toda tenía ya sus años. continuaba siendo regente a pesar que de su hijo García Sanchez I, hacia tiempo que  tenía edad de gobernar. Acogió a su nieto en Pamplona y ante aquel desastre de criatura pensó en que había que hacer algo por él. Lo primero era curarle de aquella gordura infamante que lo convertía en un inútil, y después recuperar el trono que le pertenecía. Pero ni para lo uno ni para lo otro tenía Toda medios de los que valerse...aunque, inteligente y llena de recursos, pensó en el califa de Córdoba. Por sus venas corría la sangre vascona de su madre y, de alguna manera, podían considerarse casi compatriotas. Envió mensajeros contando el problema de Sancho al califa cordobés que accedió a los deseos de la reina abuela, pensando siempre en sacar partido a la situación. El judío Hasday, hábil diplomático y negociador, así como médico de reconocido prestigio, fue el encargado de marchar a Pamplona para curar al obeso y arrancar nuevas concesiones para el Islam, e incluso plantear una cuestión tan espinosa como sorprendente: el viaje de la viaja reina y de su nieto a Córdoba, para rendir homenaje al califa andalusí. Hasday cumplió con todo lo que esperaba de él; curó al rey mediante un tratamiento y un régimen y éste prometió que, cuando estuviera de nuevo en el trono, entregaría diez plazas fuertes a los musulmanes. Su habilidad diplomática quedó demostrada al convencer a la reina para que viajase a Córdoba, acompañada de su hijo y de su nieto, viaje de que obtendría muchas ventajas, además de gozar de todos los honores correspondientes a su alto rango. Así se lo presentó el embajador de Abd al-Rahman y los navarros accedieron a ello.
   El historiador Ibn Jaldún da cuenta de este viaje, posiblemente tomado de la crónica de Ibn Hayyan. Parece que la recepción de los ilustres huéspedes tuvo lugar en la impresionante Madinat al-Zahra, que debió causar en los cristianos un impacto difícil de olvidar, pues se pusieron en marcha todos los protocolos y todos los ceremoniales a los que era tan aficionado el primer califa cordobés.
  El viaje resultó muy provechoso para los cristianos, pues la primera aceifa musulmana, después de la visita de los vascones, se dirigió contra Ordoño IV de León, mientras Toda y su nieto se encargaban de atacar Castilla para distraer a Fernán González. El destronado Sancho I acompañó a las fuerzas musulmanas que asediaron y tomaron Zamora, en 959. En pocas semanas recuperó la mayor parte de sus dominios, mientras su primo, Ordoño IV, se refugiaba en Asturias. En 960, sancho I ocupaba el trono de León. Los navarros hicieron prisionero al conde Fernán González, cerca de Najera y Ordoño IV, expulsado de Asturias, buscó refugio en Burgos. Poco después, moría el gran Abd al-Rahman III, en octubre de 961.
   Hasta parece que los condes o príncipes de la Marca hispánica quisieron estar a bien con el califa cordobés. Posiblemente uno de los hijos de Wifredo el Velloso, Sunier o bien uno de los hijos de éste, Borrel o Mirón, pidió en Córdoba un tratado de buena vecindad. Las relaciones con los enclaves francos, acá y allá de los Pirineos, fueron pacíficas durante el largo período de Abd al-Rahman III.
   El primer califa había establecido relaciones , digamos que diplomáticas con el Imperio Bizantino y con el Imperio Germánico. En el primer caso, no se sabe quién las inició, si fue Abd al-Rahman o si fueron los de Constantinopla, que en aquel tiempo conservaba intacto su prestigio como continuadora del extinto Imperio Romano. Quizás fue durante el año 948 ó 949, cuando llegó a Córdoba una embajada bizantina. Junto a la carta dirigida al califa, de parte del emperador Constantino VII Porfirogeneta, traían los delegados bizantinos, dos importantes regalos: una versión griega de la Materia médica, de Dioscórides y un ejemplar, en latín, de Orosio, Adversus paganos historiarum libre septem.
   Las relaciones ente Bizancio y Córdoba se incrementaron y el 8 de septiembre de 949, tuvo lugar la recepción solemne de los embajadores bizantinos en el Alcázar, en medio de un gran ceremonial que les acompañó desde que desembarcaron en Pechina. " Se quedaron asombrados ante la magnificencia desplegada por el califa al mismo tiempo que de su gran poder ", así dice al-Maqqari. Un mes después , el emperador bizantino, recibió a los embajadores cordobeses, entre los que figuraba el obispo Recemundo de Elvira.
   No menos interesantes, pero algo conflictivas fueron las relaciones de Abd al-Rahman III con Otón I, con el que se carteaba antes de que éste fuese nombrado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, en términos que siempre resultaban ofensivos para las religiones de ambas partes. Sin embargo, al califa le interesaba establecer contactos con el brazo armado más poderoso de la Cristiandad. En el año 953 llegó a Córdoba el monje Juan de Gorce, como enviado de Otón I, con unas misivas para Abd al-Rahman en las que solicitaba al califa que acabase con la piratería musulmana andalusí que asolaba las costas de Provenza y de Italia. Estas misivas estaban redactadas en el tono habitual, poco cortés y poco de acuerdo con las reglas de diplomacia, lo que no gustó en el entorno califal.
    Más de tres años tardaron en serenarse los ánimos, hasta que el obispo Recemundo, que había estado en la corte germánica como enviado del califa, regresó con cartas cuya redacción era la correcta. Durante todo este tiempo, Juan de Gorce y sus acompañantes, estuvieron retenidos en Córdoba, bien tratados, pero en un régimen que se podría considerar de libertad vigilada. El califa los recibió, por fin, y en un alarde de generosidad les dio a besar su mano, favor este que a muy pocos concedía.
   Las dificultades iniciales se disiparon y las relaciones fueron fluidas entre Odón I y Abd al-Rahman III. Por las mismas fechas se reanudaron las relaciones diplomáticas entre Córdoba y Francia, y se dice que hasta el pontífice Juan XII envió una embajada, alrededor de los años 960-961, cuya misión se cree que consistía en solicitar las reliquias de alguno de los mártires cristianos. el califato cordobés había logrado una gran proyección internacional. Se le reconocía como un Estado importante y sólido en Oriente y Occidente. El primer califa omeya y andalusí podía morir tranquilo, pues lo había conseguido todo, o casi todo, a lo que podía aspirar cuando sucedió a su abuelo, en medio de un al-Andaluz deshecho y dividido en múltiples sublevaciones, de mayor o menor alcance.
   El cronista al-Maqqari dice que encontró, entre los papeles personales de Abd al-Rahman III, esta confesión escrita poco antes de su muerte: " He reinado durante cincuenta años, y mi reino siempre ha estado en paz o victorioso. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos, respetado por mis aliados, los más grandes príncipes de la tierra, he tenido cuanto podía desear: honores y riquezas, placeres y poder. Ningún bien terrenal me ha faltado, sin embargo, al contar escrupulosamente los días en que he gustado la felicidad, sin amargura, he encontrado sólo catorce en mi larga vida ".
   El 16 de octubre de 961 moría  Abd al-Rahman III, con más de setenta años. Desde Madinat al-Zahra fue llevado a Córdoba , donde la multitud lloró su pérdida: "Nuestro padre está muerto, se ha ido su espada, la espada del Islam: el socorro de los pobres y necesitados y el terror de los orgullosos ".

al-Andalus de Concha Masiá.